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Paz en el alma

José Belaunde

El ser humano busca la felicidad, estar feliz, más que ninguna otra cosa. Pero una vez que
obtiene este gozo y alegría que desea, descubre que no puede ser feliz, si no tiene paz. Sin
una verdadera paz no se puede gozar de felicidad completa, no se puede gozar de las
posesiones. La paz es una condición indispensable de la felicidad.

El ser humano busca la felicidad más que ninguna otra cosa. Esa es la meta consciente o
inconsciente de todas sus actividades, de todos sus afanes. Busca la felicidad en
determinados bienes que lo sacien, o en determinadas personas que le den alegría o que los
amen. Pero una vez que obtiene lo que desea, descubre que no puede ser feliz, si no tiene
además paz. Sin paz no se puede gozar de felicidad, no se puede gozar de las posesiones.
La paz es una condición indispensable de la felicidad. La felicidad y la inquietud se
excluyen mutuamente.

Necesita tener paz en lo exterior para sentirse a gusto en su casa y con sus posesiones. Pero
también necesita tener paz en el interior, esto es, ausencia de conflictos con su familia, con
personas de afuera; ausencia de peligro y amenazas relativas a su situación económica, a su
trabajo o a su salud, entre otros.

Pero necesita también tener paz interior. Es decir, equilibrio interno, satisfacción,
contentamiento. Si no tengo paz en mi hogar no puedo ser feliz, aunque viva en la mansión
más bella. Eso lo explica bien Proverbios: «Mejor es vivir en un rincón del techo que con
mujer malhumorada en casa espaciosa» (21.9). «Mejor es morar en tierra desierta que con
mujer rencillosa e iracunda» (21.19). «El hijo necio (el que es causa de preocupación
constante) es pesadumbre de su padre y amargura a la que le dio a luz» (17.25).

Pero tampoco tengo felicidad ni paz si mis enemigos o peligros externos, como rivalidades
laborales, inestabilidad laboral, dificultades en mis negocios, crisis económica, o peligro de
asaltos, etc., me acosan.

También pudiera ser que ninguno de estos peligros me acosan en el presente, pero sí existe
la posibilidad de que aparezcan en el futuro. Es decir, si hay alguna amenaza latente,
escondida, algún peligro lejano, tampoco tengo paz. Esto es, no tengo paz si no tengo
seguridad. La seguridad frente a cualquier peligro o amenaza es un componente
indispensable de la paz.

Sabemos que la satisfacción de las necesidades humanas puede ser objeto de negocio. De
hecho son las necesidades del hombre las que mueven la economía. Por ejemplo, la
agricultura y la industria alimenticia hacen dinero satisfaciendo el hambre de la gente; la
industria textil satisface la necesidad de vestido; la industria de la construcción satisface la
necesidad de vivienda etc.
Se puede hacer negocio vendiendo paz a la gente. Por eso, se han inventado las pastillas
tranquilizantes, y la gente acude a los psicólogos, a los psiquiatras y a los consejeros del
alma. Esto se ha convertido en un negocio floreciente porque, alejado de Dios, el hombre
carece de paz interior y la necesita para ser feliz.

Pero también la seguridad es objeto de negocio. Por eso se han inventado las pólizas de
seguro, que «aseguran» a la gente contra riesgos, de modo que si sufre una pérdida, o un
robo, o un accidente, será compensada económicamente. Los seguros de salud
proporcionan los medios económicos para enfrentar los gastos que ocasionan las
enfermedades. Por eso se dice que es mejor tener un seguro y no necesitarlo, que
necesitarlo y no tenerlo. Pero ¿dónde comprar un seguro que me cubra contra la
enfermedad? A mí me gustaría comprarlo si alguien lo vendiera.

Por otro lado, frente al incremento de la delincuencia y de la violencia han surgido en los
últimos años las empresas de seguridad que proporcionan protección a la gente que siente
que su vida corre peligro.

La gente importante o con dinero, las autoridades públicas nacionales o internacionales,


viven rodeados de guardaespaldas que los cuidan. Y cuando se desplazan en automóvil, una
o dos camionetas llenas de agentes armados los siguen. ¿De qué sirve llegar a tener
riquezas o poder, si yo, o mis hijos, nos convertimos en presa de secuestradores o de
terroristas? «El rico salva su vida con sus riquezas pagando un rescate, —dice un
proverbio— pero el pobre no escucha amenazas» (13.8). El pobre no sufre ese tipo de
amenazas, aunque también puede ser víctima de asaltos.

Pero aún teniendo todo esto, como dije anteriormente, hay un elemento sin el cual la
seguridad y la paz exterior son de poco provecho, y esto es, la paz del alma. No podemos
gozar de paz, si no la tenemos en nuestro interior.

¡Qué interesante! Para tener algo exteriormente debe tenerlo interiormente. Bonito
descubrimiento. Piensa en ello.

Aquí también ha surgido toda una industria dedicada a proporcionar algo tan elusivo como
la paz del alma, la paz espiritual. ¿Ha escuchado sobre los métodos de relajación o de
meditación? Muchos acuden a esos grupos, institutos o academias, o a maestros, a «gurus»,
que ofrecen la paz del alma, a un precio, porque no es gratis. Esas personas que ofrecen la
paz interior han hecho de ese menester un medio de vida, una profesión y cobran por sus
servicios.

Pero la paz verdadera no tiene precio, es gratis. Jesús dijo: «Las paz os dejo, mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo.» (Jn 14.27).

El mundo te vende la paz, entre otras maneras, con pastillas o con un método de relajación.
Jesús te da su paz y no te cobra un centavo. ¿Cómo te da esa paz? ¿Dónde vas a
encontrarla?
En Romanos leemos: «Justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo» (5.1). No puedes tener paz en el alma si no estás en paz con Dios. Esa es
la condición básica de la paz; la condición indispensable. Estar en paz con tu creador, con
el Señor del cielo y la tierra. ¿Y cómo estar en paz con él?

En el mismo verso citado se dice: «justificados pues por la fe...». ¿Qué quiere decir
justificado? Quiere decir primero que no se encuentra ninguna acusación en nuestra contra.
Segundo, si la hubiera, ya hemos sido perdonado. Pero también quiere decir que Dios no
mira nuestras faltas sino la justicia y la santidad de Cristo que cubre nuestras
imperfecciones, y que Dios no se acuerda de ellas. Hemos sido totalmente absueltos y
nuestro historial está totalmente limpio. Alguien fue a la central de antecedentes penales del
cielo, tomó nuestra historial allí archivado, y borró todo lo que lo afeaba, y ahora aparece
como si fuéramos recién nacidos.

¿Y cómo obtengo eso? Por la fe. Por creer que Jesús es el Mesías anunciado por Dios; que
él es el Hijo de Dios que vino al mundo a morir por nuestros pecados. Eso quiere decir ser
justificado por la fe, como lo fue Abraham, cuya fe le fue contada por justicia porque le
creyó a Dios (Gá 3.6). Esa fe es lo que nos justifica, y no ningún otro merito. Es algo que
Dios da y no cuesta, salvo abrir el alma a su gracia.

¿Quiere saber cómo se obtiene esa fe? ¿Cuánto hay que pagar por ella? Es gratis, no tiene
precio. ¿Y dónde la regalan? ¿Dónde la consigo? Muy simple, oyendo la Palabra de Dios
que hace brotar la fe en el alma. San Pablo escribió en Romanos: «La fe es por el oír; y el
oír, por la palabra de Dios» (10.17), oración misteriosa que podemos parafrasear de la
siguiente manera: La fe viene por escuchar la palabra de Dios predicada (o por leerla
escrita).

Pero viene cuando Dios quiere y a quien él quiera. Porque hay muchos que oyen, pero no
entienden; que miran, pero no ven (Is 6.10; Mt 13.14–15; Mr 4.12, etc.). Misterios de la
misericordia divina que dice por boca de Moisés: «Tendré misericordia del que tenga
misericordia» (Ex 33.19; Ro 9.15). Por eso es que hay tanta gente que ha escuchado hablar
de Cristo pero no creen.

Pero si usted, que quizá duda de Su existencia, si busca con sinceridad a Dios, porque
siente que algo le falta, aunque no sabe qué es, Él se dejará hallar, y lo encontrará, porque
dice: "Me buscaréis y me hallaréis cuando me busquéis de todo corazón» (Dt 4.29; Jr
29.13). Cuando haya encontrado a Dios y él lo haya perdonado, justificado, entonces estará
en paz y sentirá esa paz de la que habló Pablo, «que sobrepasa todo entendimiento» (Fil
4.7), y que viene por confiar en Él.

Y aquí empieza un proceso. Dios lo inunda con su paz y lo llena de alegría cuando lo
perdona. Pero al mismo tiempo descubrirá que esa paz es frágil, que puede perderla si se
aleja de Él. Esa paz está amenazada por el pecado. Porque uno no puede estar en pecado, y
a la vez estar en paz con Dios. Es lo uno o lo otro. Dios en su alma, o el pecado en sus
miembros.
Entonces, cuando la experimente, se va a aferrar a ella porque descubre que es un bien
incomparable, y va a descartar de su vida todo aquello que ponga en peligro la paz interior
que ha alcanzado, hasta que, poco a poco, se te afiance en ella, a medida que aumente su
comunión con Dios. ¿Qué quiere decir eso? Su amistad y su intimidad con Dios.

Sentirá entonces que sea lo que fuere lo que ocurre en el mundo, sea cuales fueran las
amenazas, las dificultades, los problemas, usted puede conservar la paz del alma, porque no
depende de lo exterior, sino de interior.

«Mucha paz tienen los que aman tu ley» dice un salmo (119.165a); los que aman la ley de
Dios y la cumplen. O como dice Isaías: «Tú guardas en perfecta paz a aquel cuyo
pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado» (26.3).

Eso no quiere decir que no habrá enemigos externos o peligros. No lo exonerará de tener
dificultades y problemas. Pero si algunos de ellos lo afecta y le cause pesadumbre , tiene el
recurso de llevarlos a la cruz para entregárselos a Jesús y que Él los resuelva, porque todo
lo que lo aflige ya lo cargó Él en el Calvario: «El castigo de nuestra paz fue sobre Él» (Is
53.5).

No obstante, esa paz va acompañada de una gran seguridad. «Huye el impío sin que nadie
lo persiga, mas el justo está confiado como un león» dice un proverbio (28.1). ¿Quién es el
justo? En primer lugar el que busca hacer la voluntad de Dios de todo corazón; y, segundo,
el que ha sido justificado por la fe.

Sin embargo, Dios es fiel con los que perseveran, y algún día se cumplirá en su vida la
promesa: «Cuando los caminos del hombres son agradables al Señor, aun a sus enemigos
hace estar en paz con él» (Pr 16.7). Si sus caminos son agradables al Señor, es decir, si vive
de acuerdo a su voluntad, hace lo que dice en su Palabra y le sirve, verá cómo sus
contrarios, sus rivales, sus enemigos, se convierten en sus amigos, o, al menos, dejan de
molestarlo.

Incluso será libre de peligros en la calle y en la ciudad, porque «El ángel del Señor acampa
en torno de los que le temen y los defiende» (Sal 34.7). Sí, «Él ordenará a sus ángeles que
te guarden en todos tus caminos y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece
en piedra» Sal 91.11–12).

¿Dónde encontrar un servicio de seguridad semejante y que sea gratis? ¿Dónde encontrar
un médico del alma como Jesús que sane y que no cobre? ¿No quiere que Él lo atienda?
—¡Oh sí, sí quisiera! ¿Puede darme su dirección? —Hela aquí: «Cerca de ti está la palabra,
en tu boca y en tu corazón» (Ro 10.8). Esa palabra es Su nombre

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