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OCTUBRE 2010
Es necesario señalar que son los síntomas de un problema social los que
habitualmente constituyen el punto de partida de la “toma de conciencia” y del
debate sobre la necesidad de una política pública (por ejemplo, la falta de
vivienda, la degradación de los bosques, la delincuencia causada por la
drogodependencia, una tasa alta de desempleo, etc
En efecto, no hay una visión uniforme de los intereses públicos. Las decisiones de
las administraciones no corresponden estrictamente a criterios de racionalidad,
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sino que suelen responder a criterios de compromiso. Ello se agrava aún más por
el hecho que se ha acrecentado la pluralidad vertical y horizontal de las
instituciones públicas, y que todas ellas tienen legitimidad directa. Todos
recordamos conflictos en los que se enfrentan autoridades e instituciones públicas
dentro de un mismo Estado, en los que poderes plenamente democráticos y
representativos se enfrentaban, discutiendo sobre el mejor trazado de una
autovía, sobre la instalación de una infraestrucra o sobre cualquier otro aspecto
concreto, adjudicándose cada uno en exclusiva la representación de los intereses
generales. Y ello incluso ocurre cuando esos poderes institucionales están
ocupados por dirigentes de un mismo partido político.
En el debate público, lo más importante no es quién tiene razón, ni tan solo quién
aporta el principal argumento técnico o pretendidamente científico: en política, lo
más importante es la capacidad de persuasión. La capacidad de definir
conceptualmente, cognitivamente, el problema a resolver. Las evidencias
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Problemas y agenda
Por lo que ya hemos adelantado, desde el punto de vista del análisis de políticas
públicas, la definición del problema que da lugar o desencadena la política es una
fase crucial. No podemos confundir el definir un problema con la simple
descripción de una situación que no nos gusta y que se desea cambiar. Si un
determinado país tiene un número de accidentes mortales en carretera elevado
cada año, no por ello tenemos que prejuzgar que desencadene una política.
Puede considerarse como un no problema, algo derivado “naturalmente” del uso
del automóvil, y que no obliga a la acción de los poderes públicos (también hasta
hace pocos años temas como las pensiones de los ancianos o la regulación de las
adopciones de niños no se consideraban objeto de la intervención pública). En
nuestra actual forma de entender la sociedad, los poderes públicos tienen que
actuar ante los accidentes mortales de tráfico, ya que normativamente se
considera la vida como algo deseable y objeto de protección. Pero, si nos
limitamos a señalar la distancia que existe entre lo que debería ser (cero muertos)
y lo que es (miles de muertos), ello no nos ayuda a ver bien el camino a tomar, a
definir la política a seguir. Una política necesita una definición de problema más
operativa, que de alguna manera indique el camino a recorrer entre la situación de
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partida no deseada, y una situación que sin ser la óptima (el no problema) sea
claramente mejor que la originaria. Tampoco podemos simplemente señalar que
sería conveniente, desde un punto de vista sanitario o de convivencia colectiva,
que se acabara con el uso de sustancias tóxicas como el tabaco. La realidad nos
indica que muchos ciudadanos consideran como algo natural y propio de su
libertad de elección su consumo. Las políticas que se emprendan o que se
pretendan impulsar para reducir y tendencialmente eliminar ese consumo, han de
trabajar no tanto desde la perspectiva de lo deseable, como desde la perspectiva
de lo posible. El problema estriba en definir e impulsar políticas y medidas que
vayan en el sentido deseado y que congreguen el máximo consenso social
posible, ampliando los individuos y grupos sociales conscientes del problema, y
reduciendo y restringiendo la capacidad de maniobra y de alianza de los actores
que tratan de mantener el status quo.
La construcción de políticas
utilizando todo tipo de recursos para conseguir sus fines. Es interesante constatar
como operan agencias especializadas en procesos que muchas veces, con cierto
pudor, se califican de “relaciones públicas”. Así, se han recogido algunos casos
significativos en los que se ha logrado la autorización de medicinas para ciertas
enfermedades a partir de la movilización del entorno de los propios afectados, a
pesar de que las autoridades sanitarias eran conscientes del limitado impacto que
esos nuevos fármacos tendrían en relación con el gasto económico que
originarían en las finanzas públicas. No podemos pues dar por supuesto que las
prioridades con las que operan los poderes públicos sean aquellas que
socialmente pudieran considerarse como más urgentes, ni que la forma con que
se construyen esas políticas recoja de manera fehaciente las necesidades del
conjunto de actores implicados. La pluralidad de actores presentes en las
políticas, o la aparente capacidad de todos ellos en influir el proceso de
elaboración de esas políticas, no nos debería hacer olvidar la clara desigualdad
de recursos con que cuentan esos actores en el escenario público.
De ser cierta esta perspectiva, las políticas regulativas exigirían a los actores que
traten de impulsar su modificación mayores dosis de articulación transestatal,
para así articular coaliciones capaces de penetrar en el escenario europeo y en la
agenda de actuación de los organismos comunitarios. No es extraño que cada
vez Bruselas se vaya convirtiendo en una ciudad (similar a Washington) en la que
operan más y más grupos de presión, lobbies y actores que tratan de hacer llegar
su voz y sus propuestas políticas a las distintas instituciones y a quiénes operan
en ellas. La variedad de instrumentos con los que operar se torna asimismo más
amplia y compleja. No se trata sólo de conseguir que se apruebe una norma o se
modifique una regulación ya existente. Se puede asimismo trabajar para que se
incentive o desincentive económicamente una actividad, o se pueden buscar
fórmulas contractuales que dibujen calendarios de aplicación con indicadores
comunes y con fondos que ayuden a modificar conductas. Todo ello dibuja un
marco con múltiples salidas y con exigencias de negociación constante.
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Por ello, se alude cada vez más a la red como término con el que describir esa
realidad. Una red tendría características de interdependencia entre actores
(ninguno de ellos puede prescindir de los demás); de continuidad en su
interacción (no se trata de una relación aislada y coyuntural, sino que marca un
escenario común y continuado de intercambio); y de falta de autoridad soberana
capaz de imponer su voluntad a los demás actores (al margen del estatuto público
de que disponga alguno de los actores de la red, ya que ese es un recurso más
ante los recursos asimismo significativos de los demás). Por ello, en una red se
exige capacidad de negociación constante y capacidad de encontrar objetivos
más o menos comunes con los que mantener la interacción.
No disponemos de espacio para tratar con detalle el tema, pero podemos decir
que los sistemas políticos latinos 1 a pesar de su gran heterogeneidad, comparten
algunos elementos comunes. Por un lado, una tradición democrática
relativamente débil ha tendido a hacer poco visibles los escenarios de decisión
sobre políticas públicas. Han tendido a pesar mucho los elementos tecnocráticos,
y poco la articulación social. Por otro lado, el peso de la tradición jurídica y de la
retórica liberal, ha tendido a presentar como contrarios a los intereses generales
las actividades de lobby, cuando en cambio este se ejerce constantemente por los
intereses más poderosos, a través tanto de contactos personales como de
conexiones personales y económicas.
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Nos referimos de manera genérica a los países del Sur de Europa y de América Latina
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Mercados
Mercantilizar
Desmercantilizar
Comunitariza
r
Descomunitarizar
Asociaciones
Figura 1. Los múltiples papeles de las políticas sociales (Fuente: elab.propia)
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Podríamos por tanto afirmar, que las políticas sociales son de hecho, espacios de
gestión colectiva de los numerosos ejes de desigualdad –de clase, de ciu-
dadanía, de género etc– que atraviesan las distintas esferas –pública, mercantil,
asociativa, familiar– que presentan las sociedades contemporáneas.
Incluso más allá, lo que parece estar en juego es la propia concepción del trabajo
como elemento estructurante de la vida, de la inserción y del conjunto de
relaciones sociales. Y, en este sentido, las consecuencias más inmediatas de esa
reconsideración del trabajo afectan en primer lugar a lo que podríamos denomi-
nar la propia calidad del trabajo disponible. Con una creciente precarización de los
puestos de trabajo disponibles o creados en estos últimos años en Europa, y con
una notable presencia de la llamada “economía informal” que nos acerca a una
realidad bien conocida en los países latinoamericanos. Si en los años 60, sólo un
10% de los puestos de trabajo en Alemania podían ser considerados como
precarios, ese porcentaje se dobló en los setenta, alcanzan- do ya en los 90 a un
tercio de los trabajos realmente existentes. En España, en el
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2005, más de la mitad de los empleos de los jóvenes de 18 a 25 años son preca-
rios. Y la tendencia sigue imparable. En definitiva, el capital se nos ha hecho
global y permanentemente movilizable y movilizado, mientras el trabajo sólo es
local, y cada vez es menos permanente, más condicionado por la volatilidad del
espacio productivo.
mujeres al mundo laboral aumenta sin cesar, a pesar de las evidentes discrimina-
ciones que se mantienen. Pero, al lado de lo muy positivos que resultan esos
cambios para devolver a las mujeres toda su dignidad personal, lo cierto es que
los roles en el seno del hogar apenas si se han modificado. Crecen las tensiones
por la doble jornada laboral de las mujeres, se incrementan las separaciones y
aumentan también las familias en las que sólo la mujer cuida de los hijos. Y, con
todo ello, se provocan nuevas inestabilidades sociales, nuevos filones de
exclusión, en los que la variable de género resulta determinante.
Exclusión social
Tampoco podemos explicar la exclusión social con arreglo a una sola causa. Ni
tampoco sus desventajas vienen solas: se presenta en cambio como un
fenómeno poliédrico, formado por la articulación de un cúmulo de circunstancias
desfavorables, a menudo fuertemente interrelacionadas. En el apartado siguiente
consideraremos los varios factores que anidan en las raíces de la exclusión. Cabe
destacar ahora su carácter complejo, formado por múltiples vertientes. La
exclusión difícilmente admite definiciones segmentadas. Una sencilla explotación
de las estadísticas nos muestra las altísimas correlaciones entre, por ejemplo,
fracaso escolar, precariedad laboral, desprotección social, monoparentalidad y
género. O bien entre barrios guetizados, infravivienda, segregación étnica,
pobreza y sobreincidencia de enfermedades. Todo ello conduce hacia la
imposibilidad de un tratamiento unidimensional y sectorial de la exclusión social.
La marginación, como temática de agenda pública, requiere abordajes integrales
en su definición, y horizontales o transversales en sus procesos de gestión.
Las acciones públicas contra la exclusión han ido surgiendo en el marco de los
nuevos componentes que acompañan la restructuración de los tradicionales
modelos de bienestar. Como ya sabemos, el estado de bienestar es un espacio
donde, por medio de un abanico de políticas sociales, se trata de dirimir intereses
y de resolver necesidades colectivas. Cabe destacar que las políticas sociales no
se agotan en la interacción entre estado y mercado, ni su impacto se reduce a la
mera corrección de desigualdades materiales. Por otra parte, el tipo de impacto
de las políticas sociales no puede darse por establecido. Los estados de
bienestar, por medio de su oferta de regulaciones y programas, han actuado
como potentes palancas de estructuración social: han articulado y desarticulado,
alterado, intensificado, erosionado, construido o erradicado conflictos o fracturas y
desigualdades económicas, generacionales, étnicas o de género. Dicho de otro
modo, su impacto ha sido y es mucho más complejo y multidireccional de lo que
puede parecer a simple vista.
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La lucha por la inclusión tiene mucho que ver con la creación de lazos de relación
social. La labor de los profesionales dedicados al tema, de los poderes públicos y
de las entidades o asociaciones que trabajan en la inclusión, ha de basarse,
pensamos, en entrar en relación con la persona o el colectivo, ayudar a que se
reconozca, a que reconcilie con su imagen, a trabajar con las relaciones de la
persona con los demás, partiendo de los ámbitos más privados (niños,
familias,...), hasta los espacios públicos más cercanos (vecindario, comunidad,
barrio, ciudad) y las instituciones y entidades (escuelas, empresas, asociaciones,
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