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CLASE 1

Las juventudes como sujeto

Les damos la bienvenida a la primera clase de este curso virtual, donde vamos a desarrollar distintos
conceptos centrales acerca de las juventudes.

Es importante que, a medida que avancen en su lectura, puedan pensar qué resonancias aparecen en su
práctica cotidiana, para que de este modo se establezca un diálogo constante entre el desarrollo teórico
y nuestras experiencias en los organismos estatales, las organizaciones sociales, los dispositivos o los
espacios a los que pertenecemos.

En esta clase nos proponemos:


• Abordar el concepto de “juventudes" desde una mirada compleja, dinámica y contextualizada.
• Aportar elementos para construir estrategias de prevención que contemplen a la juventud como un
sujeto protagonista y un agente de cambio en la sociedad.
• Repensar el rol de adultas y adultos en el cuidado y acompañamiento de la trayectoria vital
de las juventudes valorando la importancia del respeto, la comunicación y la empatía.

Las y los invitamos a leer el material de la clase.

Palabras claves: juventudes, identidad juvenil, problemáticas y potencialidades, rol de los adultos,
interseccionalidad, generación, acompañamientos y cuidados.

Contenidos

• ¿Hablamos de juventud o de juventudes?


• Juventudes y lazo social
• Identidades juveniles
• Problemáticas y potencialidades de las juventudes
• ¿Cómo acompañamos a las juventudes?
• Reflexiones finales

¿Hablamos de juventud o juventudes?

¿Qué es la juventud? ¿A qué denominamos juventud? ¿Cuáles son sus características?

Empezamos esta clase haciéndonos preguntas sobre las personas que acompañamos: ¿Quiénes son?
¿Cómo son? ¿Qué les sucede?

Les proponemos entonces, comenzar a hablar de “juventudes”, y no de “juventud", porque sabemos que
hay distintos modos de ser joven. El plural nos muestra qué difícil es nombrar de modo singular a
experiencias y vivencias tan heterogéneas, diversas y desiguales.

Las juventudes pueden ser pensadas como el cruce de múltiples miradas, caracterizaciones, experiencias
de vida y trayectorias, que muchas veces son expresadas como una realidad única y estática: la juventud.

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Pero que, en verdad, se desarrolla de forma compleja y dinámica: no hay un solo tipo de juventud, ni una
única forma de ser joven. Es importante comprender a las juventudes en relación con la diversidad de
contextos por los que transitan y habitan las personas y en función de las experiencias que allí son
vividas.

Hablar de juventudes implica mirar la diversidad cultural, social y territorial y, desde ese
lugar, pensar acciones concretas que acompañen y busquen revertir las desigualdades
estructurales.

Es importante detenernos en el modo en que nombramos a los y las jóvenes. Los términos que usamos
para referirnos a ellos y ellas no son ingenuos, sino que ponen de manifiesto los imaginarios que están
presentes en nuestra sociedad. Si bien sabemos que la juventud es una categoría construida socialmente

“[...] no debe olvidarse que las categorías no son neutras, ni aluden a esencias, son
productivas, hacen cosas, dan cuenta de la manera en que diversas sociedades perciben y
valoran el mundo y, con ello, a ciertos actores sociales. Las categorías, como sistemas de
clasificación social, son también y, fundamentalmente, productos del acuerdo social y
productoras del mundo" (Reguillo, 2007:29).

Asimismo, cuando hablamos de juventudes suele pensarse en los ciclos vitales de las personas como
etapas evolutivas organizadas según las edades. Sin embargo, ciertas categorías como niñez,
adolescencia o juventud son cuestionadas debido a que pretenden unificar bajo el mismo concepto a una
serie de situaciones sociales muy variables con límites etarios (de edad) confusos. En este sentido, no
utilizaremos un criterio evolutivo para hablar de las juventudes, sino que integraremos bajo esta
categoría a la de adolescencias, aunque es necesario aclarar que adolescencias y juventudes no siempre
tienen los mismos procesos y vivencias. Al analizar estas categorías observamos que las fronteras clásicas
que diferenciaban adolescencias y juventudes se han ido alterando continuamente. Algunos de los
fenómenos que se plantean en el contexto histórico social refieren a infantilización prolongada y
adultización temprana, entre otros.

Volviendo a las conceptualizaciones que venimos problematizando, y siguiendo a Margulis, les


proponemos lean con atención la siguiente cita:

“Juventud alude a la identidad social de los sujetos involucrados. Identifica, ya que toda
identidad refiere a sistemas de relaciones. En este caso a las identidades de cierta clase de
sujetos, en el interior de sistemas de relaciones articuladas (aunque no exentas de
antagonismos), en diferentes marcos institucionales (familia, fábrica, escuela, partido
político, etc.). El concepto 'juventud' forma parte del sistema de significaciones con que, en
cada marco institucional, se definen identidades. La edad, categoría tributaria del cuerpo, no
alcanza para abarcar el significado de la noción de juventud y menos aún para predecir las
características, los comportamientos y las posibilidades de los jóvenes en la sociedad actual.
Al hablar de juventud estamos hablando del tiempo, pero de un tiempo social, un tiempo
construido por la historia y la cultura como fenómenos colectivos y, también, por la historia
cercana, la de la familia, el barrio, la clase" (Margulis, 1996: 9).

Juventudes y lazo social

Considerar estas particularidades del sujeto joven implica que, para comprender las distintas
problemáticas en la juventud, entre ellas los consumos y sus efectos en la subjetividad y en los lazos con
otros/as, necesitamos situarlas en el todo social del que forman parte y entender qué elementos de
nuestra cultura y de nuestra época inciden en estas problemáticas. La lógica que rige el consumo
problemático de sustancias se enraíza y se nutre de las formas en que funciona nuestra sociedad
de consumo en general y de los modos de sentir, de pensar y de vivir que propone. Sobre este
tema profundizaremos en la segunda clase.

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En este sentido, para diseñar propuestas de intervención y acompañamiento es muy importante
conceptualizar el problema. Cuando pensamos una estrategia de intervención orientada a las y los
jóvenes que atraviesan situaciones de consumo problemático de sustancias, es central que
contemplemos las distintas dimensiones y la complejidad de la problemática:

-La posición social (de género, clase, trabajo) en que se encuentran


-La franja etaria
-Las formas de pensarse que construyen
-La situación en relación con la restitución de derechos
-La reconstrucción de los lazos sociales partiendo de la revalorización de los vínculos afectivos
-La consideración de los recursos y posibilidades con que se cuenta para el fortalecimiento y el armado de
proyectos de vida que se inscriban e incluyan en lo comunitario y lo colectivo.

Se trata, por lo tanto, de armar estrategias preventivas que tengan como objetivo que las y los jóvenes se
integren en redes, ancladas en espacios institucionales, en el territorio, con la comunidad y las distintas
áreas del Estado.

Por eso, para pensar estrategias de prevención y cuidado en las juventudes es fundamental tener en
cuenta cuáles son aquellos espacios donde construyen lazos, quiénes son los adultos y las adultas que
escuchan y cuidan a los y las jóvenes en estos lugares y desde qué miradas y supuestos los escuchan:
escuela, barrio, trabajo, club, familia, redes sociales virtuales, grupo de pares, servicios de salud, recitales,
nocturnidad, etc. También pensamos en las juventudes en torno a los malestares y preocupaciones que
las atraviesan: cuáles son las respuestas que están encontrando a esos malestares; cómo piensan esas
respuestas y si son individuales o colectivas y por qué; si todas las juventudes encuentran las mismas
respuestas.

En este sentido, cuando hablamos de problemáticas de las juventudes y los malestares y preocupaciones
que las atraviesan es importante que aclaremos a qué nos estamos refiriendo, ya que la diversidad de
enfoques y posicionamientos puede llevar a diferentes marcos de interpretación. Como señala Débora
Kantor: "que los jóvenes 'están mal es tan evidente como la preocupación generalizada que ello despierta.
Pero ocurre que la preocupación no suele apuntar a las razones del malestar ni a las responsabilidades
sociales que implica, o a lo que es y lo que será de los jóvenes, porque se confunde -hasta que se funde-
con el miedo que ellos generan” (Kantor, 2005:3).

Enmarcamos entonces, estas particularidades de las juventudes situadas en la época y el lugar en que se
inscriben. Dentro de la heterogeneidad presente en las juventudes hay ciertas constantes que emergen
de la época que afectan (siempre de manera desigual) a las juventudes. Cuando decimos que los y las
jóvenes son más semejantes a su época que a sus propias familias, necesitamos describir algunas
coordenadas por donde las juventudes transitan este tiempo para comprender en qué se parecen a su
época.

Ana María Fernández señala que las discontinuidades institucionales y el vaciamiento económico de las
políticas neoliberales han dejado una marca en el funcionamiento de las instituciones, a las que califica
como instituciones "estalladas”, desfondadas, con un creciente vaciamiento de sentido (Fernández,
1999). Ante las crisis y el debilitamiento de las instituciones que ofrecían ciertas garantías de cuidado y
acompañamiento a las juventudes, el futuro presenta grandes incertidumbres. Las referencias que
acompañan el tránsito hacia una nueva construcción de subjetividad no siempre se encuentran
disponibles: la escuela, el trabajo, el espacio público, la plaza, etc. Aparece entonces, en el presente de las
juventudes, la referencia mutua y la pertenencia a un grupo de pares como instancia necesaria y
primordial para no estar en soledad. Esta referencia entre pares refuerza la idea de una subjetividad
situacional, de una mirada propia, configurada por fuera, o en los bordes, de los dispositivos
institucionales. Esta subjetividad construida entre pares ya no depende centralmente de las prácticas y
discursos de las instituciones tradicionales como la escuela y la familia.

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Como los lazos entre pares son fundamentales, es clave ofrecer referencias identificatorias,
espacios de desarrollo y oportunidades para cuidar y acompañar la construcción de
subjetividades, de deseos y de proyectos de vida en donde las juventudes sientan y vivencien
que transitan una época en donde tienen lugar y no están solos. Si bien más adelante en el curso
profundizaremos sobre el abordaje de los consumos problemáticos de sustancias, como equipos de
trabajo que acompañamos a jóvenes, les proponemos primero seguir indagando en ¿quiénes son? ¿qué
les sucede?

Identidades juveniles

Volvamos por un momento a preguntarnos: ¿cuáles son las características del ser joven? ¿Cuáles son sus
singularidades? ¿Podemos identificar rasgos comunes que nos lleven a hablar de una identidad juvenil?

Podemos entender las juventudes desde una concepción dinámica, socio-histórica y culturalmente
construida, que es siempre situada y relacional. La juventud cobra significado únicamente cuando la
enmarcamos en el tiempo y en el espacio, es decir, cuando la reconocemos como categoría situada en el
mundo social. La juventud es una existencia contextualmente situada, y en tal sentido, cada sociedad
determina, aunque sea de modo relativo, la significación y los alcances de esta condición. Como
afirmamos en los inicios de esta clase, esto implica que no existe una única juventud, sino que sus
manifestaciones y modos de tener lugar en el mundo se expresan diferencialmente (Galindo Ramírez,
2012: 25). Siguiendo a Vommaro (2017: 106), este modo de abordaje de las juventudes nos permite
alejarnos de la concepción de las juventudes solo en clave etaria, sociodemográfica o biológica. El de
juventudes es entonces más bien un concepto “escurridizo".

En este sentido, hay muchas maneras de ser, estar y presentarse joven. Podemos pensar las juventudes
como vivencias de un proceso atravesado por búsquedas e incertidumbres, pero con algunas
características particulares. Una de ellas tiene que ver con la noción de generación que durante un tiempo
dejó de considerarse, pero hoy en día vuelve a ser una categoría útil; especialmente en el marco de las
diferencias generacionales con respecto al uso de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación, y las representaciones y experiencias con respecto a los géneros y las sexualidades.

Siguiendo a Margulis (2015), el concepto de generación alude a la época en que cada persona se socializa;
o sea en el tiempo que le toca nacer y vivir. Cada generación puede ser considerada parte de una cultura
con diferentes códigos, siendo portadora de rasgos culturales propios, lo que produce, por momentos,
obstáculos en el diálogo intergeneracional. Ser integrante de una generación más joven implica
diferencias en los planos de la historia y la memoria ya que no se han vivido las mismas experiencias. Las
juventudes ponen de manifiesto los cambios culturales con más intensidad, representando, en ocasiones,
vanguardias portadoras de transformaciones y asumiendo un mundo emergente que se presenta a
menudo problemático y difícil para las generaciones anteriores. Así, cada nueva generación construye
estructuras de sentido e integra con nuevas significaciones los códigos preexistentes. La generación
habla de la edad, pero ya no desde el ángulo de la biología sino en el plano de la historia.

Con relación a las juventudes y los cambios culturales, otra consideración que se vincula con el dinamismo y los
aspectos instituyentes de las juventudes contemporáneas es la creciente y cada vez mayor crítica al sistema
patriarcal: entendido como un sistema de organización social que institucionaliza la desigualdad y la
subordinación de las mujeres frente a los varones mediante la naturalización de diferencias socialmente
construidas. Un sistema patriarcal que construye roles de género diferenciados y jerarquizados que se
reproducen en todos los ámbitos y dimensiones de la vida social. Son, en gran parte, las juventudes quienes
hoy impulsan los grandes debates que dan continuidad a las movilizaciones históricas del feminismo y el
activismo LGTBI+ que hace décadas vienen cuestionando a este sistema de organización social.

De todos modos, aunque marcamos rasgos comunes que permiten cierta identificación en los miembros
de una generación, esto no deja de ser parcial ya que la generación supone cierta heterogeneidad. Lo que
explica esta diversidad en las generaciones podemos entenderlo también a través del concepto de
interseccionalidad. Esto quiere decir que existe un sistema complejo de múltiples y simultáneas

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estructuras de opresión en las que la identidad de género, la orientación sexual, la etnia, la clase social, la
edad, la discapacidad, entre otras variables, interactúan, generando un continuum que comprende
diversas manifestaciones vinculadas a factores de desigualdad. La interseccionalidad no se trata
únicamente de reconocer la diversidad, sino de comprenderla en términos de desigualdades que muchas
veces son estructurales y sistémicas. No es lo mismo entonces ser joven en una comunidad indígena o ser
joven en un asentamiento sin acceso a agua potable, o atravesar la juventud en una familia que no acepta
la identidad de género u orientación sexual de la persona, o ser un joven estudiante universitario.

Otro aspecto relacionado a la identidad juvenil tiene que ver con constituirse en un “compás de espera"
antes de la vida adulta. En la década del 80, Erikson (1986) acuñó el término de "moratoria psicosocial”
para referirse a ese tiempo entre la niñez y la juventud, como un tiempo de búsqueda de la identidad
propia y de una suerte de preparación para la adultez. Sin embargo, ese concepto ha sido cuestionado
porque, como venimos señalando, existen diversas formas de ser jóvenes y ese tiempo de moratoria
parece ser propio de ciertos sectores sociales que disponen de ciertos recursos para eso. Mientras, las
realidades de muchos otros jóvenes en nuestro país distan de esa noción más propia de los países
centrales. En Latinoamérica, la realidad es que desde edades tempranas hay adolescentes que trabajan y
tienen hijos/as. Siguiendo a Margulis y Urresti (1996:20), en Argentina los y las jóvenes de los sectores
populares tienen acotadas sus posibilidades de acceder a los modos de ser joven descripto, con frecuencia
deben ingresar tempranamente al mundo del trabajo “a trabajos más duros, menos atractivos y mal
pagos”, suelen contraer, a menor edad, obligaciones de cuidado de otros y otras. En contraposición, los y
las jóvenes de sectores medios y altos tienen, generalmente, oportunidad de estudiar, de postergar su
ingreso a las responsabilidades de la vida adulta; gozan de un período de menor exigencia y de un
contexto social protector que hace posible diferentes modos de atravesar las juventudes.

En palabras del investigador Gonzalo Assusa: "desde una perspectiva de la coyuntura, se observa que los
jóvenes de sectores más vulnerados necesitan buscar empleo en los períodos de crisis (es decir, en los
peores contextos para insertarse laboralmente de manera estable y digna), mientras que los jóvenes de
sectores medios y altos cuentan con los recursos familiares para esperar, formarse y encontrar mejores
condiciones de inserción laboral en el futuro” (2014: 162).

Otro aspecto de la identidad juvenil que podría vincularse con el de moratoria social, es el de moratoria
vital. La juventud puede pensarse como un período de la vida en que se está en posesión de un excedente
temporal, de un crédito o de un plus, como si se tratara de algo que se tiene ahorrado, algo que se tiene
de más y del que puede disponerse, que en los no jóvenes es más reducido, se va gastando, y se va
terminando antes, irreversiblemente, por más esfuerzos que se haga para evitarlo. De este modo, tendrá
más probabilidades de ser joven todo aquel que posea ese capital temporal como condición general
(dejando de lado, por el momento, consideraciones de clase o relativas a los géneros y la diversidad
sexual).

Considerando este acceso diferencial a una moratoria que venimos analizando hasta aquí es que
invitamos a pensar estos procesos más como pasajes que forman parte de una trayectoria, que
como un compás de espera.

Con relación a este eje de análisis de las subjetividades e identidades juveniles, y retomando palabras
de Débora Kantor (2015), lo que las juventudes tienen en definitiva es “tiempo", y esto es con
independencia del sector social, del género, de las oportunidades y las condiciones de vida. No “tiempo
libre", sino “tiempo", como un extra.

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¿Sabías que?

La falta de trabajo para jóvenes es un problema globalizado. El informe de la OIT (Organización


Internacional del Trabajo) sobre la situación del trabajo juvenil del año 2016 señaló una situación de
gravedad y una retracción "drástica" del empleo a nivel global en este sector. en dos décadas, los y las
jóvenes pasaron de ser el 21,7% de la fuerza de trabajo mundial a ser el 15,5%, lo que equivale a, por lo
menos, 35 millones de trabajadores menos.

Entre los y las jóvenes de entre 20 y 29 años de edad se observó la principal falta de oportunidades de
empleo. Por otra parte, siguió en aumento la cantidad de jóvenes que ni trabajan ni cursan estudios o
capacitaciones. Los datos de una encuesta aplicada en 28 países mostraron que casi el 25% de los y las
jóvenes de entre 15 y 29 años de edad entraba dentro de esta categoría.

El informe señaló la persistencia de la brecha de géneros en tanto que las mujeres jóvenes mostraron una
tasa mundial de desempleo superior a la de varones. En 2016, el 13,7% de las mujeres jóvenes de la fuerza
de trabajo se encontraban en situación de desempleo. Esta cifra supera por un punto porcentual a la de
los varones jóvenes.

Por otra parte, el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) en un informe sobre jóvenes del 2018
expuso que 1 de cada 5 jóvenes activos se encontraba desempleado (18,1%), una tasa que triplica la de la
población de 30 a 60 años, lo que afectaba particularmente a los menores y a las mujeres. Asimismo, 1 de
cada 4 jóvenes ocupados (23,1%) trabajó menos de 35 horas semanales y manifestó el deseo de trabajar
más horas. También observó que solo 4 de cada 10 jóvenes ocupados en la Argentina urbana tenían un
empleo pleno de derechos (39,7%), casi 3 de cada 10 tenía empleos precarios (28%) y otros 3 de cada 10
se insertaron en posiciones de subempleo inestable (32,3%).

Respecto a los estudios, el informe del ODSA registró que el 11,1% de jóvenes en la Argentina urbana no
completó más que la educación primaria y que el 29% no concluyeron la escuela secundaria. En otras
palabras, 4 de cada 10 jóvenes de 18 a 29 años no terminaron los estudios secundarios. Por su parte,
26,3% completó únicamente la secundaria y 27,4% la completo y, además, cursó y no completo, o se
encuentra cursando, estudios de nivel terciario o universitario. Finalmente, 6,3% de los jóvenes de 18 a 29
años completaron la educación terciaria o universitaria.

Por su parte, el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social en un informe de 2018 registró que, en
el 2017, los y las jóvenes desocupados eran alrededor de 530 mil en el total nacional. La tasa de
desocupación de las personas de entre 16 y 24 años era del 19,3%, es decir, 3,7 veces más que el registrado
entre los adultos. Asimismo, los y las jóvenes desocupados representaban casi el 39% de los desocupados
totales.

Problemáticas y potencialidades de las juventudes

Para pensar propuestas de intervención y acompañamiento de las poblaciones jóvenes es indispensable


centrarnos en sus características y en las potencias que expresan las juventudes para proponer cambios
significativos en sus propias realidades y en los múltiples contextos que transitan.

En este sentido, es fundamental pensar las trayectorias de vida de las y los jóvenes que acompañamos
como procesos. En palabras de Josefina Bolis: "Preferimos hablar de trayectoria porque en ella se
discierne un punto de inicio y uno de llegada: una trayectoria los coloca en una posición en lo social y
quizás "más difusa o más claramente” les indique una meta. Una trayectoria implica concebir un proyecto,
una prefiguración de caminos posibles para avanzar. Estas trayectorias no serán lineales sino más bien
yuxtapuestas; no están plenamente predeterminadas (configuradas por la sociedad) ni son
determinantes (elegidas de una vez y para siempre)” (Bolis, 2015: 10). Por eso entendemos la importancia
de acompañar la trayectoria de vida de las y los jóvenes desde una mirada cercana basada en la escucha
atenta y el diálogo. Pensar en trayectorias de vida supone entender a los y las jóvenes como sujetos

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protagonistas, y no como objetos de acciones llevadas adelante por otros.

Por otro lado, a la hora de pensar estrategias de prevención, atención y cuidado de jóvenes que
atraviesan situaciones de consumo problemático de sustancias, es necesario contemplar las
desigualdades simbólicas y materiales de nuestras juventudes, desigualdades estructurales que muchas
veces permanecen ocultas bajo el disfraz o el eufemismo de la diversidad cultural”: como mencionamos
antes, la diversidad y la desigualdad son cuestiones bien distintas. La desigualdad está estrechamente
vinculada a la existencia o ausencia de posibilidades de acceso a la educación, a la salud, al trabajo, a la
información, al poder y a la toma de decisiones, al consumo simbólico y al material. Los y las jóvenes de
sectores vulnerables se encuentran ante una situación de precariedad en muchas dime de sus vidas. Esto
significa que el acceso a derechos básicos se ve fuertemente restringido y esto genera una lógica de
exclusión que muchas veces se traduce en distintas formas de violencia estructural.

La dificultad o falta de acceso a estas cuestiones que venimos señalando confluyen además con un
conjunto de problemáticas que tienen un gran peso en esta esta etapa vital. Las cuestiones identitarias,
ligadas al género, por ejemplo, pueden ser fuente de discriminación, violencias y exclusión. En este caso
se trata de una problemática que, si bien atraviesa a todos los sectores sociales, los más vulnerados
encuentran mayores dificultades y obstáculos. Asimismo, asociado a la construcción de identidad,
aparecen diversas prácticas vinculadas a violencias, como lo son el bullying y todas sus variantes cuando
esto se traslada al mundo virtual.

Sin embargo, y en contraposición a este conjunto de problemáticas que pueden presentarse en las
juventudes, es importante tener en cuenta que, frente a caminos de violencia y exclusión, también nos
encontramos en los territorios con una fuerte lógica de comunidad y encuentro con el otro que en muchos
casos se presenta como un camino alternativo y posible para todos/as esos/as jóvenes.

¿Cómo acompañamos a las juventudes?

¿Cuál es el posicionamiento y rol de los/as adultos/as como referentes? ¿Desde qué lugar se acompaña a
las juventudes? ¿Cuáles son los supuestos desde los cuales se parteen ese acompañamiento?

Hasta aquí venimos sosteniendo que pensamos a las juventudes como protagonistas y constructoras de
las acciones preventivas y no como destinatarias de gestiones elaboradas desde un ajeno y distante
"mundo adulto", sino en diálogo y encuentro con los y las adultos/as.

Cuando hacemos referencia a planificaciones ajenas a las juventudes no nos referimos a la participación
de adultos en las propuestas a las juventudes, sino a lo que se denomina adultocentrismo, una postura
que ubica a los adultos y las adultas en el centro y como modelo, poniendo al resto de los sectores
poblacionales distribuidos socialmente en términos de grupos de edad, como satélites que orbitan
alrededor del núcleo, como periferia de la verdad inscripta en la adultez. Este punto de vista analítico no
solo refiere a la relación basada en la centralidad de lo adulto, sino también a la representación de las
infancias, adolescencias y juventudes como momentos de preparación para la vida adulta, corriendo de
foco que también son categorías construidas social e históricamente, que varían según su contexto. Esta
mirada coloca a las juventudes como destinatarios de políticas públicas ideadas íntegramente por
adultos/as y en donde la participación y la opinión de las y los jóvenes no está suficientemente
representada.

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¿Sabías que?

Haciendo un poco de historia, desde el año 2005, Argentina ratifica el compromiso asumido como país al
adherir a la Convención sobre los Derechos del Niño (1994) a partir de la promulgación de la Ley de
Protección Integral de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (Ley N° 26061). Una de las principales
transformaciones que se ponen en marcha desde entonces es la promoción de un Sistema de Protección
Integral de Derechos sustituyendo "el paradigma de la situación irregular" basado en la idea de niños en
riesgo o peligro material o moral que debían ser tutelados por el Estado (Ley de Patronato de Menores
N°10903/19). Se profundiza así un proceso de reordenamiento de las políticas públicas para los niños, las
niñas y adolescentes en sintonía con la perspectiva de protección integral de derechos.

Ahora bien, si proponemos espacios de participación en los cuales los y las jóvenes puedan expresarse,
contar que sienten, qué les sucede y recibir el protagonismo necesario para diseñar estrategias de
intervención en base a sus deseos y necesidades, entonces, deberíamos poner el foco en cómo los y las
referentes adultos, reciben esas voces, les dan lugar y qué se hace con ellas a partir de una escucha activa.
En este sentido, es importante que adultos y adultas se sitúen desde una perspectiva que esté libre de la
nostalgia y de la idealización de las generaciones pasadas, entendiendo que los y las jóvenes son mucho
más parecidos a su época que a los adultos y adultas, y a la vez hay que permitirse pensar propuestas
alternativas al mero disciplinamiento y control de su comportamiento. Eso exige que los adultos y adultas
se pregunten permanentemente cómo miran e integran a las juventudes con sus opiniones y puntos de
vista.

La mirada produce sentidos y subjetiviza todo aquello sobre lo que se detiene. Si cuando nos detenemos
a observar a un/a adolescente o a un/a joven, vemos a una persona inmadura, que aún no llegó a la
adultez, o a alguien que está “perdido”, “descarriado”, “en peligro" o que es “peligroso", tendremos una
mirada distinta que, si vemos a alguien que está atravesando cambios, resignificando el mundo y sus
sentidos para hacerse un lugar, construyéndose una identidad.

En este sentido, la nostalgia es un gran obstáculo ("todo tiempo pasado siempre fue mejor”, “en mi época
esto no pasaba”, “son apáticos/as, no les interesa nada", "ya no respetan nada”, “son vagos/as"). La
nostalgia funciona como lentes que miran hacia atrás, que comparan el presente con el pasado. Así, todo
cambio, toda mutación, es vista como una pérdida de límites, de discriminaciones, de valores, de ideales,
etc. (Rodulfo, 2013: 12). "Estas miradas negativizan las prácticas de los jóvenes, impidiendo pensar en
términos de potencialidades. En lugar de pensar en las y los jóvenes de hoy como sujetos de derechos,
que tienen miedos, deseos, expectativas, angustias, alegrías, se los aborda como algo en transición e
incompleto. Esto se traduce en una especie de 'lucha entre generaciones', donde lejos de escuchar e
intercambiar desde la diferencia, prima la rivalidad como si fueran pares” (Di lorio, 2014: 1).

El imaginario que dice que lo pasado fue mejor dificulta el intercambio generacional necesario para
producir cambios sociales que puedan ser sostenidos por la totalidad de actores de la comunidad.

En contraposición con este imaginario, nos proponemos pensar a las juventudes jerarquizando su
potencial, como protagonistas de su época y también como agentes de cambio y transformación, con
estrategias de cuidado que permitan acompañar sus vulnerabilidades y con una mirada que focalice en
sus capacidades y fortalezas. Sin desconocer las complejidades que conllevan las conceptualizaciones
sobre las juventudes, planteamos hacer énfasis en las capacidades transformadoras de las juventudes,
dejando de lado la lógica del déficit (Di Iorio, 2010) que hace hincapié solo en los malestares, la anomia y
la carencia reproduciendo miradas cosificadoras.

Por otro lado, es parte de la responsabilidad de adultos y adultas intervenir ante las situaciones de
violencia, vulnerabilidad y maltrato que los y las jóvenes atraviesen. Es importante que los referentes
adultos puedan mediar en los conflictos de la manera más respetuosa posible, empoderando y dando
participación real a los y las jóvenes, sin excluir, castigar, ni humillar. Kantor plantea la necesidad de
re-crear al adulto en el sentido de refundar la mirada adulta sobre las juventudes para habilitar el diálogo

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y construir discursos y prácticas que habiliten procesos de cuidados de los y las adultos/as hacia las
juventudes y el acompañamiento adulto del cuidado entre pares (Kantor, 2005:9).

Destacamos además la centralidad del cuidado entre pares para abordar estrategias preventivas
respetando los sentidos que las mismas juventudes les asignan a sus modos de habitar lo cotidiano.

Desde la lógica de los cuidados es importante que las juventudes:

• Identifiquen y visibilicen prácticas de cuidados desde los propios territorios promoviendo estrategias
colectivas, recomponiendo el lazo social basado en el respeto a las diversidades juveniles, visibilizando las
desigualdades estructurales, así como los modos de revertirlas.

• Siendo protagonistas en la participación política, social y cultural desde sus propios escenarios de
intervención y sus propios códigos generacionales. Liderando la construcción de sus proyectos de vida.

• Interpelando a adultos y adultas y a las instituciones en busca de un diálogo que permita potenciar
acciones colectivas. Preservando en esa interacción el reconocimiento respetuoso del otro/a y la empatía,
buscando siempre el encuentro.

Reflexiones finales

A lo largo de esta clase, hemos repensado críticamente la noción de juventud, y advertimos la


imposibilidad de reunir en una categoría realidades y trayectos de vida tan disímiles como los que existen
en nuestra sociedad. Hicimos hincapié en los modos en que hacemos referencia a los y las jóvenes: los
preconceptos que tengamos sobre su vida y su devenir construyen sentidos y definen de qué modo
vamos a abordar sus problemáticas.

Trabajamos también sobre la importancia del rol de los adultos y las adultas en la promoción de prácticas
de cuidado entre los y las jóvenes, y en el fortalecimiento de vínculos saludables basados en el respeto y
la empatía.

Destacamos la importancia de pensar nuestras acciones en clave preventiva a partir del diseño de
estrategias que hagan pie en los intereses y potencialidades de los y las jóvenes desde un rol protagónico
y activo en nuestra sociedad.

En la siguiente clase nos focalizaremos en la conceptualización de los consumos problemáticos en las


juventudes y en el análisis de los mismos desde una mirada integral y compleja que nos permita pensar
intervenciones en el trabajo con jóvenes.

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Referencias

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trabajo. El caso de un programa de empleo para jóvenes en Argentina” Revista de Sociologia E Política
22 (49). Recuperado de:
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Bolis, J. (2015). “Jóvenes, política y cambio social: potencialidades epistemológicas del


posestructuralismo para estudiar los sujetos políticos y la subversión del sentido. Algunas críticas a la
juventología neoliberal”. En Revista Argentina de Estudios de Juventud, No 9, pp. 21-36. ISSN:
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