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UNIVERSIDAD MILITAR NUEVA GRANADA

JUAN PABLO PARADA GARCÍA - D6903602

11 DE MAYO DE 2021

ACTIVIDAD No. 1: LOS RETOS POLÍTICOS, TÉCNICOS Y MILITARES DE COLOMBIA


Y SU NECESARIO PROCESO DE MILITARIZACIÓN.

La seguridad sin duda es un eje central para la política interior y exterior para el gobierno
nacional desde los años 60, con la lucha bipartidista que desencadenó actos de violencia
que dividieron al país en torno a dos concepciones diferentes de gobernanza, en los años
70 a los 90 con el éxito del negocio del narcotráfico internacional en el país y la lucha contra
grupos armados ilegales de corte comunista-marxista como las AUC, ELN y FARC que
buscaban cabida en las esferas del poder del Estado. La lógica de la guerra fría frente
lucha contra el comunismo proveniente de Cuba, hablando de Latinoamérica, ha marcado
la dirección de la política colombiana hasta la actualidad pues el enfoque de la seguridad
se ha enmarcado en la lucha antisubversiva y sus medios de financiación como la extorsión,
el secuestro, la minería ilegal y, en especial, el narcotráfico (UMNG, 2021).

En suma, el paradigma de la seguridad en Latinoamérica antes del inicio del siglo XXI se
enmarcó en la lucha contra los grupos subversivos y el comunismo, pero, un hecho
importante a inicios de este siglo marcó un antes y un después en la agenda internacional,
el atentado a los Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, corazón de la nación
bandera de la democracia y la economía liberal, Estados Unidos (UMNG, 2021). Desde
aquel momento, la lucha antisubversiva se transformó en la lucha contra el terrorismo
internacional, una amenaza que no necesariamente tiene un rostro o que esté encabezada
por un clásico actor de la escena internacional, un Estado.

Antes de este acontecimiento, la cooperación entre Colombia y los Estados Unidos en


materia de seguridad era muy fuerte, siendo Colombia el país que mayores recursos
percibía de la nación norteamericana en cooperación militar desde de Israel. Esta
cooperación se enmarcó en lo que se denominó como el “Plan Colombia” en septiembre de
1999, cuyo propósito principal era fortalecer las FF.MM de Colombia para la lucha contra
las drogas que aumentó el presupuesto de US $88,56 millones a US $308,81 millones en
con la aprobación de este plan, cifra que ascendió a US $990 millones para el periodo 2000-
a 2001. En 2002, bajo el gobierno de George Bush, el Plan Colombia se transformó en la
“Iniciativa Regional Andina” con el fin de aumentar la asistencia a sus vecinos Bolivia,
Ecuador, Perú, Panamá y Venezuela (Tickner, 2004).

Bajo el contexto anteriormente explicado, el narcotráfico y las guerrillas posicionaron a


Colombia como un país factor desestabilizador política y económicamente en la región,
razón por la cual ha sido el receptor principal de los recursos de cooperación militar de los
Estados Unidos. Es de destacar que, además de la razón anterior, para los Estados Unidos
Colombia representa un aliado con una posición estratégica privilegiada, con una política
económica estable y el único país en la región que no ha caído en regímenes autoritarios
contando con una gran fortaleza institucional luchando, en algunos momentos de su largo
conflicto armado, hasta con siete grupos subversivos a la vez sin caer bajo la autoridad de
estos (Editorial, C. 1997).

Con todo, Colombia continúa enfrentando grandes retos políticos, técnicos y militares para
superar su condición de factor desestabilizador, siendo muy importante aún el mantener
una Fuerza Pública fuerte por medio de un proceso exitoso de militarización (Pizarro &
Gaitán, 2007). El reto más importante en este sentido, es hacer aceptable política e
internacionalmente este proceso de securitización de la política interna pero adaptada a los
desafíos de seguridad de la actualidad y en cumplimiento de los acuerdos internacionales
en Derechos Humanos a los que esté suscrito el Estado colombiano. Estos retos serán los
ejes del presente trabajo.

En el plano político, el actual Presidente Constitucional de Colombia, el doctor Iván Duque


Márquez, se encuentra con grandes retos, con muchos cambios en la forma de gobernar y
con una sociedad con una idea de seguridad y con una idea de Estado diferente a la de
comienzos del siglo XXI. Para entender el panorama actual y sus desafíos, es necesario
analizar los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.

En materia de política antidrogas, en el gobierno Santos se multiplicaron las hectáreas


cultivadas de coca llegando a más de 209.000, frente a las 50.000 al final del gobierno de
Álvaro Uribe, hecho que impulsó al presidente Donald Trump a incluir al país en la lista de
naciones que más producían coca en el mundo, pidiendo retomar la erradicación aérea
junto a la erradicación manual, acompañado de programas de desarrollo económico
alternativos (El Heraldo, 2020).
Sin duda, la presión del gobierno de turno en los Estados Unidos, es especial, la presión
del Congreso, incide en la política colombiana debido a la alta dependencia de la asistencia
estadounidense, realidad que llevó a que el 12 de abril de 2021 el presidente Iván Duque
firmara el decreto que reglamenta la aspersión con glifosato con el fin de que este método
entre a operar nuevamente y que contribuirá a disminuir los cultivos ilícitos o por lo menos
controlar su producción a fin de golpear a grupos dedicados al narcotráfico, un reto técnico
que se necesitaba con urgencia (Semana, 2021).

Sin embargo, como ya se mencionó antes, los retos devienen de los gobiernos de Juan
Manuel Santos, pues el cambio social y político generado por los Acuerdos de Paz de la
Habana con las FARC son hoy el mayor desafío en seguridad que enfrenta el gobierno
Duque. La sociedad colombiana ha vivido un cambio importante desde inicios del siglo XXI
producto de un desescalamiento del conflicto armado que restableció una sensación de
seguridad pública durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez por medio de su política de
“Seguridad Democrática”, una política de seguridad integral donde la lucha contra los
insurgentes es la prioridad.

Con esta política se buscó recuperar el control del país por medio del incremento del pie de
fuerza y la capacidad del Ejército Nacional y la Policía nacional en todo el territorio nacional
(Crisis Group, 2003). Adicionalmente, se le otorgó al ejército diversos poderes policiales
que, aunque aumentó su margen de maniobra contra grupos subversivos, también abrió la
posibilidad de que se ejecutaran actividades arbitrarias que en algunos casos restringieron
las libertades civiles individuales, hecho devino en denuncias de violaciones de derechos
humanos y que afectarían la credibilidad del gobierno antes la comunidad internacional y
limitaría acuerdos de cooperación (Crisis Group, 2003).

Esto acompañado de una campaña de erradicación cultivos de coca y amapola para


impactar los ingresos de grupos guerrilleros y paramilitares, logrando disminuir las
hectáreas sembradas de coca de 130.373 a 50.000 a final de su segundo mandato y
destruyó 12.114 fábricas de sustancias ilícitas entre agosto de 2002 a marzo de 2008
(Ministerio de Defensa, 2008). Bajo su gobierno también se reforzó la protección a
oleoductos y gasoductos a fin de trasmitir confianza a la inversión extranjera en el sector
extractivo y a la vez evitar que grupos armados ilegales se lucraran de los recursos
explotados y de la extorsión. Junto con el fortalecimiento de la seguridad a la infraestructura,
también se creó una red de más de un millón de colaboradores e informantes civiles para
que suministraran información sobre líderes de los grupos insurgentes motivándolos con la
paga de recompensas (Crisis Group, 2003).

Sin duda, la política de Seguridad Democrática presentó resultados favorables, al menos


en la lucha antisubversiva, con más de 30 mil capturas y 12 mil abatidos de seis grupos
armados ilegales, principalmente las FARC y el ELN, entre 2002 y 2008 (Ministerio de
Defensa, 2008). A pesar del debilitamiento de grupos guerrilleros y bandas criminales, la
disminución de los secuestros extorsivos, el aumento de la seguridad vial y ciudadano que
experimentó el país y que llevó a que la economía nacional se fortaleciera, esta política se
vio manchada por graves violaciones de derechos humanos, destacando especialmente a
los denominados “Falsos Positivos” por su repudio nacional e internacional.

Los Falsos Positivos es lo que la prensa denominó al presunto asesinato de civiles no


beligerantes a manos de miembros del Ejército Nacional con el fin de aparentar bajar en
combate y resultados operacionales exitosos contra organizaciones criminales, obteniendo
retribuciones económicas, condecoraciones, días de descanso u otro reconocimiento.
Estos hechos se intensificaron con el Decreto 029 de 2005 que contemplaba un programa
de incentivos para miembros del ejército contra la subversión.

La polémica por estas ejecuciones a manos del ejército cobró relevancia luego de que la
National Security Archive de la CIA, desclasificara un documento llamado "Body count
mentalities" Colombia’s "False Positives" Scandal, Declassified; el cual reveló que el
gobierno de los Estados Unidos tenía conocimiento de los nexos de las fuerzas militares
con grupos paramilitares desde el año 1994 y que era usual dentro del ejército la práctica
de los falsos positivos (Semana, 2009).

Las denuncias por falsos positivos fueron llevadas a organizaciones internacionales como
la ONU, entidad multilateral que envió el 27 de mayo de 2010 a su relator especial para las
ejecuciones arbitrarias, el cual denunció “un patrón de ejecuciones extrajudiciales” en el
país sumado a un 98.5% de impunidad en estos casos (International Peace Observatory,
2010). Estas denuncias terminaron ensombreciendo la política de seguridad democrática y
poniendo en discusión un paradigma de seguridad que no ha encontrado un fin adecuado
a un conflicto de 40 años de duración. Esta discusión cambió el paradigma político y social
y fue la base para iniciar conversaciones de acuerdos de paz con grupos insurgentes, hecho
que se materializó en los Acuerdos de Paz con las FARC firmados en el 2016.
La esperanza de la anhelada “paz” sellada con los acuerdos de la Habana, condujo a la
sociedad colombiana, desde su misma discusión, a la más grande polarización política que
haya experimentado. Las obligaciones adquiridas por el gobierno colombiano fueron muy
altas, así como las expectativas generadas por el mismo acuerdo. Hoy bajo el gobierno de
Iván Duque, 5 años en el proceso de implementación de lo pactado, los acuerdos de paz
terminaron debilitando la capacidad del gobierno y las FF.MM ante una lucha subversiva
que sigue más vigente y amenazante que nunca, quedando también comprometida a
cumplir unos acuerdos que, en términos generales, fueron incumplidos por la contraparte
al retomar el camino de las armas cogobernando el venezolano bajo con el régimen de
Nicolás Maduro y nutriéndose de las rentas del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión y
el secuestro.

En la actualidad, Venezuela hoy constituye el mayor eje desestabilizador de la región y que,


a pesar de las sanciones internacionales impuestas por el gobierno de Donald Trump y la
Unión Europea y de una industria petrolera que opera a menos del 20% de su capacidad,
sigue siendo el exportador de un modelo de gobierno autoritario que socava la propiedad
privada, el estado de derecho, las libertades económicas y hace del crimen un negocio de
Estado.

Actualmente, por Venezuela pasan 200 toneladas de droga, aproximadamente el 40% del
consumo mundial. Este negocio de producción y tráfico es controlado por distintas mafias
entre las cuales están las disidencias de las FARC, el ELN, los carteles de Sinaloa y los
Zetas de México y miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y altos mandos del
régimen venezolano (Instituto Elcano, 2019).

Bajo este escenario, Colombia por ser el principal productor de drogas de la región, es un
objetivo importante para estos grupos subversivos que, en el caso de las FARC, no solo
operan desde la criminalidad y con grandes fuentes de financiación en el vecino país sino
que cuentan con un marco de protección brindado con los acuerdos de paz, la Jurisdicción
Espacial para la Paz (JEP) y un partido político con escaños asegurados en Congreso y
Cámara, que aparenta no estar de acuerdo con las disidencias, pero que no tiene una
posición clara al respeto y que no reconoce muchos de sus delitos como el reclutamiento
de menores, sus vínculos con el narcotráfico y crímenes sexuales.
En el plano militar, el gobierno de Iván Duque tiene el reto de fortalecer las Fuerzas
Militares, levantando las restricciones presupuestales generado por el elevado gasto
público generadas en los dos gobiernos de Juan Manuel Santos, en su mayoría por los
compromisos adquiridos por los Acuerdos de Paz. Según la Asociación Colombiana de
Oficiales de las FF.MM en Retiro (ACORE), este gobierno debe también “enfrentar
limitaciones en el campo operacional, de mantenimiento y de actualización y renovación
programada de equipos y material” con el fin de retomar una estrategia antisubversiva para
combatir “a los diferentes grupos de delincuentes, llámense FARC, ELN, EPL, Bandas
Criminales, delincuencia organizada”, atacando especialmente al narcotráfico y los cultivos
de coca y amapola y la producción de drogas sintéticas, como principal fuente de
financiación (ACORE, 2018).

Sin embargo, el gobierno no debe basar en el glifosato su principal medio para erradicar los
cultivos ilícitos. Esta debe estar acompañada por una mayor presencia militar en zonas de
influencia de grupos ilegales, pero en especial, se debe fortalecer de la institucionalidad
ofreciendo seguridad, justicia y acceso a oportunidades de desarrollo económico viables,
legales y sostenibles a las comunidades que se dedican a los cultivos ilícitos. Este último
aspecto es importante pues evita el desplazamiento de estos cultivos a zonas menos
visibles y sería una solución sostenible en el largo plazo (Ruiz, Mazo, & Ramírez Arango;
2003).

El senador Nicolás Pérez (2021), expresó respecto a la erradicación con glifosato que
“Debido a esta situación, es urgente que el Ministerio retome cuanto antes la fumigación
aérea, el único mecanismo que ha demostrado ser eficaz para reducir los cultivos ilícitos.
En efecto, gracias a esta herramienta se lograron disminuir de 145.000 hectáreas en 2001
a 48.000 en 2012, una tendencia histórica que difícilmente volveremos a observar si nos
limitamos a arrancar las matas de coca una por una”. En este sentido, Se debe considerar
también el impacto ambiental que genera la aspersión del glifosato en la salud de la
población y en el ecosistema, razón por la cual, aunque el glifosato es un medio de
erradicación más rápido y seguro por ser aéreo y de mayor alcance, la solución es una
mayor presencia del Estado con asistencia social y seguridad plazo (Ruiz, Mazo, & Ramírez
Arango; 2003).
La ACORE (2018) explica que es de vital importancia proteger las diferentes fronteras para
impedir cualquier actividad ilícita como “el contrabando, la minería ilegal, los delitos contra
el medio ambiente, las migraciones ilegales y el tráfico de personas, así como combatir con
todos los avances tecnológicos disponibles las permanentes ciber amenazas, protegiendo
nuestro espacio cibernético y por consiguiente la economía, las finanzas, la infraestructura
informática y en términos generales la seguridad del estado y sus asociados. Este es un
gran reto tecnológico para nuestras Fuerzas Militares”.

En este sentido, aunque el gobierno de los Estados Unidos respaldó tímidamente y con
cautela a los acuerdos de paz, la cooperación en materia militar de este país con Colombia
se ha enfocado principalmente en el fortalecimiento y reestructuración de las Fuerzas
Militares no en la implementación de los acuerdos de paz. (Cancillería de Colombia, 2018).

En el ámbito político es importante que el gobierno ofrezca garantías a la comunidad


internacional de respeto por los derechos humanos. Sin embargo, ante un escenario de
polarización política en la sociedad colombiana que, desde el 28 de abril de 2021, se viene
agravando con manifestaciones de descontento social, en su mayoría pacíficas, también
están siendo infiltradas por grupos delincuenciales relacionados con el ELN, las disidencias
de las FARC y el auspicio del régimen de Nicolás Maduro, con el fin de socavar la
institucionalidad por medio de actos de violencia y bloqueos. Ante este escenario, el
gobierno debe responder a las necesidades de la sociedad en materia social, pero con una
política fiscal viable y austera que lleve al país a prosperar económicamente, esto sin ceder
a pretensiones e intereses políticos de una minoría criminal enfrentándolos con resultados
de buen gobierno e imponiendo su obligación constitucional de proveer seguridad y orden
por medio de la fuerza pública.

El respeto por los derechos humanos siempre debe estar garantizado, pero el gobierno, en
mi opinión, no debe atender al relato internacional respeto a las protestas del Paro Nacional
del 28 de abril frente a presuntos excesos de las fuerzas del Estado y una supuesta
“violencia institucional”. El Gobierno Nacional ha expresado total rechazo a cualquier
manifestación de violencia y cero tolerancia al abuso por parte de la Fuerza Pública,
trabajando en las investigaciones por parte de la Fiscalía y Procuraduría para esclarecer
las muertes que se han presentado en el marco de las protestas. El gobierno no debe ceder
a ninguna presión desde organizaciones internacionales como la ONU, Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la UE y ONGs como Human Right Watch y Amnistía
Internacional de hacer una reforma policial disminuyendo sus capacidades de acción ante
manifestaciones de la sociedad que se salen del marco de la ley.

El debilitamiento de las capacidades de la fuerza pública, en especial de la policía, es un


tema que no solo está siendo discutido en Colombia sino también en los Estados Unidos
por la presión y manifestaciones violentas de grupos de la sociedad civil de ideología
neomarxista abanderados de luchas identitarias y raciales como BLACK LIVES MATER y
ANTIFA.

El gobierno de Iván Duque debe fortalecer a las fuerzas militares no solo en términos de
capacidad y cantidad, sino que debe sofisticarse ante amenazas como la guerra contra las
“Fake News” y ataques informáticos promovidos desde países como Venezuela, Rusia,
China y países del sudeste asiático. La política interior y exterior de Colombia seguirá
estando estrechamente ligada con la seguridad pues, además de que debe seguir luchando
contra los grupos subversivos y el narcotráfico, también se deben atender a amenazas de
índole social, cultural, ideológico y político impulsadas por estos mismos grupos y esferas
de poder internacionales. Por tal razón, el Estado debe controlar el monopolio de la
violencia, dentro de los límites de la ley, la Constitución y los derechos humanos, con el fin
de impartir orden. Debe también tener la hegemonía en todo el territorio nacional, es decir
el apoyo mayoritario de la sociedad, por medio de una institucionalidad fuerte e instruida
que garantice la libertad de mercado, el acceso a oportunidades, la seguridad y la justicia.
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