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11 DE MAYO DE 2021
La seguridad sin duda es un eje central para la política interior y exterior para el gobierno
nacional desde los años 60, con la lucha bipartidista que desencadenó actos de violencia
que dividieron al país en torno a dos concepciones diferentes de gobernanza, en los años
70 a los 90 con el éxito del negocio del narcotráfico internacional en el país y la lucha contra
grupos armados ilegales de corte comunista-marxista como las AUC, ELN y FARC que
buscaban cabida en las esferas del poder del Estado. La lógica de la guerra fría frente
lucha contra el comunismo proveniente de Cuba, hablando de Latinoamérica, ha marcado
la dirección de la política colombiana hasta la actualidad pues el enfoque de la seguridad
se ha enmarcado en la lucha antisubversiva y sus medios de financiación como la extorsión,
el secuestro, la minería ilegal y, en especial, el narcotráfico (UMNG, 2021).
En suma, el paradigma de la seguridad en Latinoamérica antes del inicio del siglo XXI se
enmarcó en la lucha contra los grupos subversivos y el comunismo, pero, un hecho
importante a inicios de este siglo marcó un antes y un después en la agenda internacional,
el atentado a los Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, corazón de la nación
bandera de la democracia y la economía liberal, Estados Unidos (UMNG, 2021). Desde
aquel momento, la lucha antisubversiva se transformó en la lucha contra el terrorismo
internacional, una amenaza que no necesariamente tiene un rostro o que esté encabezada
por un clásico actor de la escena internacional, un Estado.
Con todo, Colombia continúa enfrentando grandes retos políticos, técnicos y militares para
superar su condición de factor desestabilizador, siendo muy importante aún el mantener
una Fuerza Pública fuerte por medio de un proceso exitoso de militarización (Pizarro &
Gaitán, 2007). El reto más importante en este sentido, es hacer aceptable política e
internacionalmente este proceso de securitización de la política interna pero adaptada a los
desafíos de seguridad de la actualidad y en cumplimiento de los acuerdos internacionales
en Derechos Humanos a los que esté suscrito el Estado colombiano. Estos retos serán los
ejes del presente trabajo.
Sin embargo, como ya se mencionó antes, los retos devienen de los gobiernos de Juan
Manuel Santos, pues el cambio social y político generado por los Acuerdos de Paz de la
Habana con las FARC son hoy el mayor desafío en seguridad que enfrenta el gobierno
Duque. La sociedad colombiana ha vivido un cambio importante desde inicios del siglo XXI
producto de un desescalamiento del conflicto armado que restableció una sensación de
seguridad pública durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez por medio de su política de
“Seguridad Democrática”, una política de seguridad integral donde la lucha contra los
insurgentes es la prioridad.
Con esta política se buscó recuperar el control del país por medio del incremento del pie de
fuerza y la capacidad del Ejército Nacional y la Policía nacional en todo el territorio nacional
(Crisis Group, 2003). Adicionalmente, se le otorgó al ejército diversos poderes policiales
que, aunque aumentó su margen de maniobra contra grupos subversivos, también abrió la
posibilidad de que se ejecutaran actividades arbitrarias que en algunos casos restringieron
las libertades civiles individuales, hecho devino en denuncias de violaciones de derechos
humanos y que afectarían la credibilidad del gobierno antes la comunidad internacional y
limitaría acuerdos de cooperación (Crisis Group, 2003).
La polémica por estas ejecuciones a manos del ejército cobró relevancia luego de que la
National Security Archive de la CIA, desclasificara un documento llamado "Body count
mentalities" Colombia’s "False Positives" Scandal, Declassified; el cual reveló que el
gobierno de los Estados Unidos tenía conocimiento de los nexos de las fuerzas militares
con grupos paramilitares desde el año 1994 y que era usual dentro del ejército la práctica
de los falsos positivos (Semana, 2009).
Las denuncias por falsos positivos fueron llevadas a organizaciones internacionales como
la ONU, entidad multilateral que envió el 27 de mayo de 2010 a su relator especial para las
ejecuciones arbitrarias, el cual denunció “un patrón de ejecuciones extrajudiciales” en el
país sumado a un 98.5% de impunidad en estos casos (International Peace Observatory,
2010). Estas denuncias terminaron ensombreciendo la política de seguridad democrática y
poniendo en discusión un paradigma de seguridad que no ha encontrado un fin adecuado
a un conflicto de 40 años de duración. Esta discusión cambió el paradigma político y social
y fue la base para iniciar conversaciones de acuerdos de paz con grupos insurgentes, hecho
que se materializó en los Acuerdos de Paz con las FARC firmados en el 2016.
La esperanza de la anhelada “paz” sellada con los acuerdos de la Habana, condujo a la
sociedad colombiana, desde su misma discusión, a la más grande polarización política que
haya experimentado. Las obligaciones adquiridas por el gobierno colombiano fueron muy
altas, así como las expectativas generadas por el mismo acuerdo. Hoy bajo el gobierno de
Iván Duque, 5 años en el proceso de implementación de lo pactado, los acuerdos de paz
terminaron debilitando la capacidad del gobierno y las FF.MM ante una lucha subversiva
que sigue más vigente y amenazante que nunca, quedando también comprometida a
cumplir unos acuerdos que, en términos generales, fueron incumplidos por la contraparte
al retomar el camino de las armas cogobernando el venezolano bajo con el régimen de
Nicolás Maduro y nutriéndose de las rentas del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión y
el secuestro.
Actualmente, por Venezuela pasan 200 toneladas de droga, aproximadamente el 40% del
consumo mundial. Este negocio de producción y tráfico es controlado por distintas mafias
entre las cuales están las disidencias de las FARC, el ELN, los carteles de Sinaloa y los
Zetas de México y miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y altos mandos del
régimen venezolano (Instituto Elcano, 2019).
Bajo este escenario, Colombia por ser el principal productor de drogas de la región, es un
objetivo importante para estos grupos subversivos que, en el caso de las FARC, no solo
operan desde la criminalidad y con grandes fuentes de financiación en el vecino país sino
que cuentan con un marco de protección brindado con los acuerdos de paz, la Jurisdicción
Espacial para la Paz (JEP) y un partido político con escaños asegurados en Congreso y
Cámara, que aparenta no estar de acuerdo con las disidencias, pero que no tiene una
posición clara al respeto y que no reconoce muchos de sus delitos como el reclutamiento
de menores, sus vínculos con el narcotráfico y crímenes sexuales.
En el plano militar, el gobierno de Iván Duque tiene el reto de fortalecer las Fuerzas
Militares, levantando las restricciones presupuestales generado por el elevado gasto
público generadas en los dos gobiernos de Juan Manuel Santos, en su mayoría por los
compromisos adquiridos por los Acuerdos de Paz. Según la Asociación Colombiana de
Oficiales de las FF.MM en Retiro (ACORE), este gobierno debe también “enfrentar
limitaciones en el campo operacional, de mantenimiento y de actualización y renovación
programada de equipos y material” con el fin de retomar una estrategia antisubversiva para
combatir “a los diferentes grupos de delincuentes, llámense FARC, ELN, EPL, Bandas
Criminales, delincuencia organizada”, atacando especialmente al narcotráfico y los cultivos
de coca y amapola y la producción de drogas sintéticas, como principal fuente de
financiación (ACORE, 2018).
Sin embargo, el gobierno no debe basar en el glifosato su principal medio para erradicar los
cultivos ilícitos. Esta debe estar acompañada por una mayor presencia militar en zonas de
influencia de grupos ilegales, pero en especial, se debe fortalecer de la institucionalidad
ofreciendo seguridad, justicia y acceso a oportunidades de desarrollo económico viables,
legales y sostenibles a las comunidades que se dedican a los cultivos ilícitos. Este último
aspecto es importante pues evita el desplazamiento de estos cultivos a zonas menos
visibles y sería una solución sostenible en el largo plazo (Ruiz, Mazo, & Ramírez Arango;
2003).
El senador Nicolás Pérez (2021), expresó respecto a la erradicación con glifosato que
“Debido a esta situación, es urgente que el Ministerio retome cuanto antes la fumigación
aérea, el único mecanismo que ha demostrado ser eficaz para reducir los cultivos ilícitos.
En efecto, gracias a esta herramienta se lograron disminuir de 145.000 hectáreas en 2001
a 48.000 en 2012, una tendencia histórica que difícilmente volveremos a observar si nos
limitamos a arrancar las matas de coca una por una”. En este sentido, Se debe considerar
también el impacto ambiental que genera la aspersión del glifosato en la salud de la
población y en el ecosistema, razón por la cual, aunque el glifosato es un medio de
erradicación más rápido y seguro por ser aéreo y de mayor alcance, la solución es una
mayor presencia del Estado con asistencia social y seguridad plazo (Ruiz, Mazo, & Ramírez
Arango; 2003).
La ACORE (2018) explica que es de vital importancia proteger las diferentes fronteras para
impedir cualquier actividad ilícita como “el contrabando, la minería ilegal, los delitos contra
el medio ambiente, las migraciones ilegales y el tráfico de personas, así como combatir con
todos los avances tecnológicos disponibles las permanentes ciber amenazas, protegiendo
nuestro espacio cibernético y por consiguiente la economía, las finanzas, la infraestructura
informática y en términos generales la seguridad del estado y sus asociados. Este es un
gran reto tecnológico para nuestras Fuerzas Militares”.
En este sentido, aunque el gobierno de los Estados Unidos respaldó tímidamente y con
cautela a los acuerdos de paz, la cooperación en materia militar de este país con Colombia
se ha enfocado principalmente en el fortalecimiento y reestructuración de las Fuerzas
Militares no en la implementación de los acuerdos de paz. (Cancillería de Colombia, 2018).
El respeto por los derechos humanos siempre debe estar garantizado, pero el gobierno, en
mi opinión, no debe atender al relato internacional respeto a las protestas del Paro Nacional
del 28 de abril frente a presuntos excesos de las fuerzas del Estado y una supuesta
“violencia institucional”. El Gobierno Nacional ha expresado total rechazo a cualquier
manifestación de violencia y cero tolerancia al abuso por parte de la Fuerza Pública,
trabajando en las investigaciones por parte de la Fiscalía y Procuraduría para esclarecer
las muertes que se han presentado en el marco de las protestas. El gobierno no debe ceder
a ninguna presión desde organizaciones internacionales como la ONU, Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la UE y ONGs como Human Right Watch y Amnistía
Internacional de hacer una reforma policial disminuyendo sus capacidades de acción ante
manifestaciones de la sociedad que se salen del marco de la ley.
El gobierno de Iván Duque debe fortalecer a las fuerzas militares no solo en términos de
capacidad y cantidad, sino que debe sofisticarse ante amenazas como la guerra contra las
“Fake News” y ataques informáticos promovidos desde países como Venezuela, Rusia,
China y países del sudeste asiático. La política interior y exterior de Colombia seguirá
estando estrechamente ligada con la seguridad pues, además de que debe seguir luchando
contra los grupos subversivos y el narcotráfico, también se deben atender a amenazas de
índole social, cultural, ideológico y político impulsadas por estos mismos grupos y esferas
de poder internacionales. Por tal razón, el Estado debe controlar el monopolio de la
violencia, dentro de los límites de la ley, la Constitución y los derechos humanos, con el fin
de impartir orden. Debe también tener la hegemonía en todo el territorio nacional, es decir
el apoyo mayoritario de la sociedad, por medio de una institucionalidad fuerte e instruida
que garantice la libertad de mercado, el acceso a oportunidades, la seguridad y la justicia.
BIBLIOGRAFÍA