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Ambrosio de Milán

LOS DEBERES / DE OFFICIIS


Luis David Hernández Cruz
San Ambrosio 1

Solemos recordar a Aurelio Ambrosio como el obispo que convirtió y bautizó a Agustín
de Hipona, y le solemos atribuir su procedencia a la ciudad de Milán por ser la catedra
que ocupó por 24 años de su ministerio episcopal. Sin embargo, Ambrosio nació en
Tréveris, donde su padre, también Ambrosio de nombre, regía la prefectura de las Galias.
Junto con Agustín, Jerónimo y el papa Gregorio Magno, Ambrosio se encuentra entre los
“cuatro grandes doctores de la Iglesia de Occidente”; teniendo alto aprecio por parte de
los humanistas, sus obras tras el invento de la imprenta fueron una de las más editadas y
reeditadas en breves lapsos de tiempo; citado por los concilios medievales como uno de
los testigos probados de la ortodoxia eclesiástica, llegó a repercutir incluso en Oriente
como pocos otros Padres de la Iglesia latina siendo traducidos sus escritos enseguida al
griego.
Procedente de una familia cristiana desde hacía generaciones y perteneciente a la nobleza
romana por su parentesco con la gens Aurelia, se enorgullecía de contar entre sus
miembros a numerosos altos funcionarios del Estado, así como a la mártir Soter. Su padre
fungió como praefectus praetorio Galliarum hasta su prematura muerte, fue en la capital
de la provincia, Tréveris donde habría de nacer hacia el año 339. Siguiendo la costumbre
de por entonces no fue bautizado, sino que permaneció catecúmeno hasta la edad adulta.
A la muerte de su padre regreso con su madre y sus dos hermanos a Roma. Allí, tras las
primeras enseñanzas recibidas en Tréveris completo su formación filosófica, literaria y
retórica conforme a la época a la que tenían acceso los círculos acomodados y cultos de
su tiempo. Esta formación lo preparo para el servicio jurídico del Estado donde hizo
carrera meteórica gracias a sus obvias cualidades; primero como advocatus en el tribunal
de la prefectura de Sirminio, luego como asesor de Probo y hacia el 370 cuando apenas
tenía 30 años, como consularis Liguriae et Aemiliae con residencia oficial en Milán
siendo responsable del mantenimiento del orden público en la ciudad.
Como cuenta Paulino, su secretario y biógrafo, Ambrosio acudió personalmente para
intervenir en calidad consularis a la catedral para arbitrar la disputa de la elección del
sucesor de Auxencio (arriano) obispo de la ciudad, entre arrianos y nicenos ya que no
podían llegar a ponerse de acuerdo en un candidato en común. De modo espontaneo fue
elegido nuevo obispo, tras la exclamación de un niño: ¡Ambrosio obispo! Siendo
aceptado por ambos bandos que habrían visto en la actuación del procurador, respetado
por todos y conocido por su capacidad conciliadora como el candidato idóneo ya que, al
ser un catecúmeno, no estaba ligado a ninguno de los dos bandos y se permitía esperar un
episcopado integrador. Por otro lado, Ambrosio tenía buenas razones para no aceptar la
elección: el no había pretendido ese cargo y además era un inexperto como pastor de
almas y como teólogo; ni siquiera estaba bautizado, lo que podía dar pie a reparos de tipo
canónico, más allá de sus sentimientos suscitados de indignidad personal. Tras la

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Para realizar su biografía hemos seguido a María GRAZIA MARA en Patrología III, BAC, Angelo DI
BERARDINO (editor)
confirmación de la corte imperial por Valentiniano I y tras despejar sus interrogantes
recibió por deseo expreso suyo, el bautismo de manos de un obispo niceno y el 7 de
diciembre del 373 la consagración episcopal.
Para desempeñar su nueva misión como pastor, Ambrosio se dedicó bajo la guía de
Simpliciano -sacerdote milanés que sería su sucesor- al estudio de la Biblia, de los padres
griegos y de autores hebreos y paganos como Filón y Plotino. San Agustín sería testigo
personal de su estudio intenso, asiduo y arduo. En el plano pastoral, Ambrosio cumplió
las expectativas de su comunidad y reconcilio pronto las disensiones en el clero y en el
pueblo, siguiendo una línea de política eclesiástica fielmente nicena.
Como un buen diplomático mantuvo relaciones de paz al inicio de su episcopado con
Valentiniano I, con una respetuosa autonomía de la Iglesia respecto al Imperio. Hay que
recordar que como Milán era una ciudad residencial del emperador tuvo la oportunidad
de trabar amistad con distintos emperadores. Por lo cual, la vertiente política se
entremezcla con su actividad pastoral. Como en todo el Imperio, la disputa entre nicenos
y arrianos en la mayoría de las ocasiones más que una pelea dogmática o doctrinal
adquiere matices políticos. Los asuntos de la Iglesia convergían a asuntos de política
imperial. Así, podemos mencionar al menos tres acontecimientos que son mayormente
conocidos. Primero, el de la estatua de la diosa Victoria del Senado, donde los senadores
solicitan a Valentiniano II la restauración de la estatua en el Senado que había sido
retirada en el 382, en donde por medio de dos cartas, el obispo de Milán daba ánimos al
emperador para mantenerse firme en su postura, de no acceder ante tal petición, en la cual
se mantuvo. Segundo, el enfrentamiento por la basílica Portiana de Milán con la
emperatriz Justina que reclamaba la basílica para el uso arriano. Nuestro protagonista se
encerraría con los fieles dedicándose al canto de himnos litúrgicos, que sitúan aquí el acta
de nacimiento del canto ambrosiano en el 386, consiguiendo que se retiraran las fuerzas
militares que les rodeaban en el entorno de la basílica. Tercero, la penitencia publica que
impuso a Teodosio tras la matanza de Tesalónica previo a la Navidad del 390.
Estas intervenciones reflejan que los principales problemas se daban en el campo arriano,
y demuestran la intensa actividad político-religiosa que emprendió. Estando siempre
disponible para cuidar del rebaño que se le habían encomendado, cuidaba con esmero la
celebración eucarística, las catequesis a los catecúmenos, la pastoral penitenciaria y
caritas, así como a todo aquel que le requiriese, aunque no tuviese una cita previa. Este
intenso ritmo de agenda y actividades lo fueron desgastando hasta que, en el 397 al
regresar de viaje de una elección de obispos en Pavía, cayó enfermo muriendo el 4 de
diciembre de dicho año.
Sobre su composición 2
Sobre su composición como muchas otras obras de la antigüedad ha sido objeto de
controversia entre los eruditos que se han ocupado de este tema. Las fechas oscilan entre
el 377 y 391. Palanque se inclina por la segunda mitad del 389. Dudden considera la
publicación después de la primavera del 386. M. Testard hace un estudio detallado de las
distintas posturas de los estudiosos y llega a la conclusión que esta obra ha sido compuesta
después de la primavera del 386 y precisa que sería a finales del 388 o principios del 389.

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Seguimos lo planteado por Domingo RAMOS-LISSÓN en Patrología, EUNSA
La autenticidad de la obra no ha sido puesta en tela de juicio si tenemos presente la
rotunda afirmación de su existencia por Agustín de Hipona en una carta que escribe a
Jerónimo, donde dice: “Quizá te cause extrañeza el nombre, porque esa palabra oficio no
es muy usada en los libros eclesiásticos; pero nuestro Ambrosio no halló inconveniente
en su empleo, pues puso el título de Oficios a algunos de sus libros llenos de preceptos
provechosos”.
La crítica moderna observa la clara inspiración que Ambrosio toma en su obra del De
officiis de Cicerón. Al menos es claro que conoce la obra. Pero afirmarán que su contenido
se aparta netamente del modelo ciceroniano, mostrando la diferencia radical entre la
moral estoica, que parte del hombre, y la moral cristiana, que parte de Dios, objetivo que
Ambrosio logra sustituyendo con ejemplos tomados de la Biblia los ejemplos paganos,
griegos y romanos que Cicerón aduce, dándole además una clara orientación escatológica.
Sobre el contenido
El libro va dirigido a sus “queridos hijos espirituales”, se suele atribuir que se dirige al
clero, pero por algunos contenidos en los que trata de otros temas se da cabida que se
dirige a todos sus fieles. La obra se compone de tres libros, el primero aborda en gran
parte la cuestión del silencio y después versa sobre las virtudes. El segundo libro ofrece
una digresión sobre el honesto y la vida beata y de los medios en los cuales el sacerdote
puede conseguir de los fieles la fe y la admiración. En el tercer libro reitera que para un
cristiano es solo útil aquello que es honesto. Aquí igual denota que sigue la obra
homónima de Cicerón, en la distribución y el contenido formal de los escritos en los tres
libros.
Sobre su doctrina, comentarios y aplicación actual 3
El obispo, desde su condición sacerdotal, aunque en el grado episcopal, tiene la función
de gobernar, santificar y enseñar al Pueblo de Dios. Por ello, inicia presentado la obra
desde el deber que tiene obispo de enseñar, como constructor de la unidad de la Iglesia,
que es obra de Cristo, pero en la cual el cuerpo crece en función de la operación propia
de cada uno de los miembros que la conforman. Así, Cristo “constituyó a algunos como
apóstoles, a otros evangelizadores, a otros pastores y doctores” (Ef 4, 11). Tal como lo
hizo Marco Tulio Cicerón para la educación de su hijo, así ha considerado igual formarnos
pues somos sus hijos por medio del Evangelio.
Un ejemplo de como parte su idea del texto de Cicerón y después sustituye los ejemplos
por textos de la Escritura es la división de los deberes: el mediano y el perfecto.
“todo deber es medio o perfecto (Cicerón De off., I, 3, 8), lo que podemos
igual demostrar con la autoridad de las Escrituras…” (De officiis I, 11, 36)
Continuará citando un texto de la Escritura (Mt 19, 17-19) en lugar de seguir el ejemplo
de la obra ciceroniana. Que contrastará con otro pasaje (Mt 19, 20-21) que se encuentra
dentro de la misma perícopa para realizar la distinción entre un deber medio y uno
perfecto. El deber perfecto es para Ambrosio el que aspira a los tesoros del cielo, donde

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Los textos los tomamos de la edición de Ciudad Nueva, traducción de Domingo RAMOS-LISSÓN
nada es perecedero y habita el Padre. Terminará con la definición de deber perfecto de
Cicerón:
“este es el deber perfecto, que los griegos llaman κατόρθωμα (una acción
realizada rectamente) que corrige en parte todas las acciones en parte
defectuosas. (Cicerón De off., I, 3, 8)” (De officiis I, 11, 37)
Independientemente de estas claras dependencias me parece que ha realizado una
gran empresa al tratar de cristianizar una obra pagana si se quiere ver así, o en su
defecto que la tome como base o punto de apoyo para realizar una conforme a la
Escritura. No hay que olvidar que la segunda mitad del siglo IV es una “época de
la restauración”, al menos así se encuentran estas palabras en algunas de las
inscripciones y de las monedas del Imperio hacia el 350. Y que como hemos
apuntalado en la biografía de nuestro protagonista al proceder de una familia
senatorial, es un hombre capaz de dejar su impronta en la más alta sociedad del
Imperio. Una sociedad que está cambiando al convertirse al cristianismo, pero en
la que aún queda vestigios de los últimos helenos, filósofos y paganos, cuyas obras
se mantenían en los centros de estudios sobre todo de las clases altas, cristianas y
no cristianos. Por ello, no me parece descabellado su apoyo en las obras de los
clásicos. Acaso no es lo mismo que han realizado otros autores cristianos respecto
a las obras de su época. San Ambrosio será como otros Padres de la Iglesia de su
época un puente entre los clásicos y los medievales, en lo que algunos
historiadores han denominado Antigüedad tardía. Todo lo anterior refleja un
sentido de misión por convertir una sociedad romana en cristiana, politeísta en
monoteísta, en donde el obispo siente el deseo de intervenir y dar respuestas a
situaciones que hoy podríamos decir fuera de su jurisdicción.
Esta obra al hablar de las virtudes la podemos situar como una obra moral. Me
parece sorprendente el apartado dedicado a los deberes en los jóvenes, pues en
ellos se deben desarrollar gradualmente las virtudes que les harán grandes
hombres cuando alcancen una madurez conforme a su edad. En la actualidad nos
preocupamos por la formación, educación y profesión de nuestros jóvenes, pero
perdemos de base lo necesario, una formación humana. Ambrosio señala que “los
jóvenes buenos deben tener temor de Dios” (De officiis I, 17, 65), para
consecuentemente, respetar a los demás; padres y ancianos, cultivando una vida
de virtudes. El esquema es el mismo colocando ejemplos bíblicos. Podemos decir
que Ambrosio logra una pastoral integradora, dedicando este apartado para los
jóvenes.
Un último aspecto que me ha parecido fantástico es el dedicado sobre los chistes
en los eclesiásticos (De officiis I, 23, 102-104).
“los hombres de este mundo dan, además de un gran número de preceptos
sobre la manera de hablar que, en mi opinión, debemos dejar a un lado, como
por ejemplo las reglas sobre los chistes (Cicerón De off., I, 29, 103-104)”
(De officiis I, 23, 102)
Ambrosio considera que, aunque los chistes son agradables y convenientes en
ocasiones, son incompatibles con la disciplina eclesiástica porque no aparecen en
la Escritura, entonces ¿cómo poder usarlos? Pedirá cordura al usarlos, para que
las conversaciones no se rebajen de dignidad, y en el fondo no rebajen la dignidad
de una persona seria, que funge como un actor político más dentro de la sociedad,
no en el aspecto que un sacerdote participe de la actividad política afiliado a un
partido o doctrina política, sino en el sentido, que un sacerdote mantiene una
imagen pública y es figura para sus fieles y para el resto de la sociedad. Así
continúa exhortando poniendo otro pasaje bíblico (Lc 6, 25) que me parece fuerza
un poco para aplicarlo a este concepto.
“Creo que se deben evitar no sólo las bromas excesivas, sino también
cualquier clase de bromas, salvo en los casos en que no sea conveniente un
discurso lleno de dignidad y gracia” (De officiis I, 23, 103)
Tal como en su tiempo, los chistes son una realidad dentro del ambiente
eclesiástico en las comidas, en muchas ocasiones agradables, pero es cierto que
otras tanto degradan las conversaciones, incluso llegando a la banalidad. No creo
que Jesús fuese contrario a las risas y a la diversión, haciendo forzar los pasajes
bíblicos para demostrar esto, pues el mismo ha dicho “dejad que los niños vengan
a mí”, y seguro vivió muchos momentos de alegría y felicidad, tanto en su infancia
con María y José, como en su ministerio público en compañía de los discípulos y
de la muchedumbre. Como en cualquier mesa las risas seguro no faltaron, pero
eran risas en su presencia, me parece esa es la clave y la distinción que debemos
realizar, si nuestros chistes y en general palabras nos llevan y orientan a buscarle,
teniéndole siempre presente en nuestras actividades, pues la misma Escritura dice
que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6, 45) y como el mismo
apuntó “¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo
está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces,
ya ayunarán” (Mt 9, 15). Por tanto, no compartimos todos los días de la mesa
eucarística, de su Cuerpo y de su Sangre. Luego, debemos dar testimonio de
nuestra fe, con palabras y obras, que demuestren nuestra prudencia y cordura, en
un fortalecimiento de virtudes, tanto cardinales como las infusas (teologales), que
nos permitan alcanzar una vida de santidad.

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