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EL MÉTODO TEOLÓGICO

El método o modo de proceder en la investigación de la verdad científica es muy


importante para cualquier disciplina o rama del saber. Existe una gran afinidad entre el
método de una ciencia y el objeto del que se ocupa. Método es precisamente vía o camino
intelectual hacia un campo determinado del saber humano.
El método no determina ni construye el objeto de la ciencia, pero influye decisivamente
en el éxito o fracaso de la investigación sobre ese objeto. Debe ser por tanto adecuado a la
naturaleza de lo que se busca.
La evolución del método teológico se encuentra muy vinculada a la historia de la
Iglesia, y también al desarrollo de la cultura y del pensamiento profanos. Sus etapas
corresponden además, en líneas generales, al predomino sucesivo, aunque nunca excluyente
en la concepción global de la teología, de la función sapiencial (siglos I-XII), científica
(siglos XII-XX) y práctica (siglo XX).
LA ESTRUCTURA DEL MÉTODO TEOLÓGICO: MOMENTO POSITIVO
3. Y MOMENTO ESPECULATIVO DE LA TEOLOGÍA

La teología dogmática ha usado habitualmente desde el siglo XIX un modo de proceder


que se apoya en dos componentes o fases esenciales metodológicas. Busca la comprensión
científica de la Revelación a través de dos caminos estrechamente vinculados entre sí:
teología positiva y teología especulativa. No debe olvidarse que ambas tareas no son
separables, y que no serían posibles como dos actividades aisladas entre sí. Los momentos
positivo y especulativo de la teología forman una cerrada unidad.
a) Teología positiva

La teología positiva analiza lo que se denomina auditus fidei, es decir, el conjunto de


datos, afirmaciones y comunicaciones que forman el depósito revelado, para examinarlos
con detalle y descubrir el sentido preciso de cada uno.
La teología positiva se dedica en primer lugar a estudiar y conocer con detalle y rigor
las fuentes propias del quehacer teológico, que son principalmente la Sagrada Escritura y la
Tradición. Entra así en posesión de los elementos que debe usar a continuación en su fase
especulativa.
Si un teólogo desea saber, por ejemplo, cómo llega el hombre a ser santo ante Dios, deberá
antes de todo analizar el sentido que la Biblia y la Tradición dan a términos como fe, gracia,
santidad, justicia, hombre pecador, hombre justo, conversión, arrepentimiento, buenas obras, mé-
rito, retribución, etc. Su reflexión especulativa depende del análisis positivo que haga de las
fuentes.
La fase positiva de la teología procura entonces determinar y establecer lo que Dios ha
revelado y cómo lo ha revelado, es decir, si lo ha hecho directa o indirectamente, de modo
explícito o implícito, con expresiones oscuras o claras, etc. Las doctrinas reveladas no se
encuentran todas en la Escritura y en la Tradición con la misma nitidez, y es necesario con
gran frecuencia un trabajo de interpretación de términos y expresiones.
La Teología positiva es así la ciencia del contenido integral de la Revelación, que
intenta determinar y trazar toda la historia documental del objeto creído en su
revelación, su trasmisión y su proposición. Desea conocer, por así decirlo, el cuerpo o la
forma externa del dato revelado, con el estilo metódico y exhaustivo que es propio de las
ciencias positivas. No lo hace por deseos de erudición o de cultura, sino para llegar a una
inteligencia más honda de la Palabra de Dios.
La preocupación del teólogo por el dato positivo que necesita para su trabajo no debe
entrañar positivismo, o atención a los datos por sí mismos y aislados de su marco dogmático
y espiritual. El teólogo positivo no es un filólogo, ni un arqueólogo, ni un historiador, ni un
crítico literario. Los elementos bíblicos, patrísticos, litúrgicos, etc. se ordenan a integrarse
en la exposición de la doctrina dogmática, con el fin de hacerla más clara, amplia y
profunda. El teólogo positivo se sirve de los métodos filológicos e históricos como teólogo.
Partiendo de la fe, estudia la Revelación y sus testimonios a lo largo de los siglos.

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Reviste gran importancia para el progreso de la teología que exista solidaridad y
colaboración entre exégetas, historiadores de la doctrina cristiana y dogmáticos. Todos han
de ser conscientes que, aun trabajando en campos diferentes, realizan una labor eclesial
convergente. Si los exégetas y los teólogos se despreocupan unos de otros puede llegarse a
veces a posiciones de «doble verdad», como si hubiera una verdad de la doctrina y una
verdad de la exégesis.

b) Teología especulativa

La teología especulativa se ocupa del intellectus fidei, es decir, de comprender los


datos y articularlos en un edificio intelectual coherente.
El momento positivo y el especulativo dos aspectos indispensables y complementarios
de la teología. De nada serviría reflexionar sobre datos inciertos o no suficientemente
comprobados e interpretados. Pero unos datos excelentemente conocidos en sí mismos no
nos descubrirían, sin embargo, el significado de la Revelación sin una reflexión
especulativa sobre ellos. La teología positiva sin la especulativa sería un ejercicio
enumerativo de mera erudición filológica e histórica. La teología especulativa sin la positiva
podría resultar un trabajo mental desarrollado en el vacío.
Dado que la Revelación pone de manifiesto la verdad de Dios en Jesucristo, es
necesario que la fe, como respuesta a la Revelación, sea también inteligencia y
reconocimiento intelectual de la Palabra divina. La doctrina revelada presupone que la
mente humana se ordena a la verdad y es capaz de conocer a Dios de manera limitada pero
cierta.
Éste es el marco general en el que se sitúa y se mueve la tarea especulativa de la
teología, que apunta a una comprensión más honda del misterio revelado, pero que no debe
ser confundida con una simple especulación.
La inteligencia de la fe es como la coronación del trabajo teológico, pero es un punto de
llegada que nunca se alcanza del todo. Es siempre perseguido y nunca alcanzado, dadas la
anchura, altura y profundidad del misterio sobre el que se reflexiona. Aunque este momento
de la teología se suele llamar especulativo o sistemático, hay que tener en cuenta el carácter
aproximativo del saber teológico, que excluye el logro de un sistema cognoscitivo
propiamente dicho.
La investigación teológica científica debe hacerse en un clima de veneración religiosa
hacia el misterio, en humilde recogimiento ante la trascendencia de la fe, con sobriedad y
sin atrevimientos racionalistas, ya que la inteligencia de la fe no puede ser tratada como si
fuera el objeto propio de la razón humana.
Lo recuerda el Concilio Vaticano I cuando afirma: «La razón, ilustrada por la fe, cuando
busca cuidadosa, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios alguna inteligencia, y muy
fecunda, de los misterios... Nunca, sin embargo, se vuelve idónea para entenderlos totalmente» (D
1796).
Puede decirse que toda la teología especulativa cae bajo el control y la luz del misterio
de la salvación. No es una simple superestructura de la teología positiva, a modo de añadido
extrínseco o fácilmente separable. El pensamiento especulativo se encuentra englobado, por
así decirlo, en la teología positiva, y sólo puede progresar en contacto permanente con la
Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. El dato de fe no es únicamente
el punto de partida de la teología especulativa, sino el principio vital que la anima a lo largo
de todo su recorrido de reflexión creyente.

DESARROLLO Y APLICACIÓN DEL MÉTODO TEOLÓGICO

Los teólogos han buscado en los últimos decenios un modelo (o modelos) de proceder
teológico que permita integrar las exigencias de la racionalidad crítica de la cultura secular
y los contenidos de la tradición creyente que viven en la comunidad cristiana.
El esquema metodológico general de la Teología se puede resumir en los siguientes
puntos:

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1. fijar los datos de la Revelación
2. determinar las cuestiones que esos datos suscitan, en sí mismos o en relación con la
experiencia creyente del hombre y del mundo; y
3. reflexionar sobre los datos, con ayuda de una visión determinada de la realidad

A partir de este esquema, la teología puede adoptar una variedad extraordinaria de


opciones metodológicas concretas.
El método teológico ha de partir, como presupuestos necesarios, de una recta
concepción de la teología como «fe que busca entender», lo cual exige a su vez la realidad
de un Dios Vivo que actúa libremente en la Revelación histórica, y se acepta y percibe en el
acto de creer. Debe reconocer asimismo la capacidad de la razón humana para conocer la
Verdad y penetrar el sentido último de las cosas con la ayuda divina. Y ha de usar un tipo
de filosofía que acepte la realidad del mundo y no entienda la fe como mera creación de la
conciencia religiosa del creyente.
Este método debe ser además un procedimiento de integración de elementos
experienciales, hermenéuticos, filosóficos y pastorales, dentro de un marco eclesial.
Determinados métodos privilegian de tal manera algunos de estos aspectos, que los
convierten de hecho en opciones excluyentes de los demás.
La concepción y aplicación adecuada del método teológico puede regirse, al menos, por
los criterios siguientes:
a) No existe un paradigma metodológico único que pueda o deba considerarse la
forma científica de la teología. Deben existir, por el contrario, diversos modelos y opciones,
dado que no hay un método teológico ideal, y la teología necesita de esa variedad y
complementariedad metodológicas para su desarrollo.
b) Todo método teológico comprende el auditus fidei y el intellectus fidei. Es decir,
ha de contar con la presencia irreductible del depósito de la fe como materia prima y dato
no cuestionable, y con la razón humana, capaz de establecer contacto con la verdad, y de
trasmitirla mediante el lenguaje.
c) Todo método contiene aspectos falibles y provisionales, que, llegado el momento,
deben ser superados. El método no es inalterable, y de ahí deriva un régimen de búsqueda
continua. Suele progresar por enriquecimiento de lo anterior, lo cual supone la adición
progresiva de nuevos elementos y perspectivas, pero también la eventual sustitución de
esquemas operativos antiguos por otros mejores.
d) En el método teológico no se pueden separar, formal y asépticamente, modo y
objeto. Ambos son correlativos e inseparables. No es posible conocer o percibir el
Misterio cristiano sin una cierta participación afectiva del sujeto que conoce. Y de otro
lado, el misterio nunca es algo disponible a cualquier proceder metodológico. Aunque la
teología procura entrar en el mismo horizonte cultural de la ciencia, no puede asumir todas
sus conclusiones ni usar todos sus procedimientos. Busca por tanto una homologación
diferenciada.
e) El objeto no es nunca en teología un producto del método. El objeto es
condicionante, no condicionado, y vive al margen de los procedimientos usados para
aprehenderlo.
f) El método teológico incluye necesariamente la consideración de la incidencia de la
doctrina cristiana en la vida del creyente, de la comunidad y de la sociedad eclesial. Es
decir, no se desarrolla a nivel puramente mental o abstracto. Tiene en cuenta la experiencia
espiritual, trata de enriquecer la vida cristiana, y busca establecer contacto con la cultura.

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