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Ambrosio de Milán.

Natural de Tréveris, Ambrosio era hijo de un alto funcionario del Imperio, y por tanto
esperaba que su carrera política le llevaría a posiciones cada vez más elevadas. Pero, a fin
de que esa carrera no fuese arruinada, era necesario evitar un desorden violento en la
elección del nuevo obispo de Milán.

Con esto en mente, Ambrosio se presentó en la iglesia, pidió la palabra, y comenzó a


exhortar al pueblo con la elocuencia que más tarde le haría famoso. Según Ambrosio
hablaba, la multitud se calmaba, y por tanto parecía que la gestión del gobernador tendría
buen éxito. De pronto, un niño gritó: “¡Ambrosio, obispo!” Inesperadamente, el pueblo
también empezó a gritar: “¡Ambrosio, obispo! ¡Ambrosio, obispo! ¡Ambrosio! ¡Ambrosio!
¡Ambrosio!”.

Ambrosio, sin embargo, ni siquiera había sido bautizado, pues en esa época muchas
personas—especialmente las que ocupaban altos cargos públicos —demoraban su bautismo
hasta el final de sus días—. Por tanto, fue necesario empezar por bautizarle. Después, en el
curso de una semana, fue hecho sucesivamente lector, exorcista, acólito, subdiácono,
diácono y presbítero, hasta que fue consagrado obispo ocho días después, el primero de
diciembre del año 373.

Se dedicó a cumplir sus funciones a cabalidad. Para ayudarle en las labores administrativas
de la iglesia, llamó junto a sí a su hermano Uranio Sátiro, quien era gobernador de otra
provincia. Además hizo venir al presbítero Simpliciano, quien años antes le había enseñado
los rudimentos de la fe cristiana, para que fuera su maestro de teología.

De igual modo, al escribir acerca de los deberes de los pastores, Ambrosio les dice que la
verdadera fortaleza consiste en apoyar a los débiles frente a los poderosos, y que deben
ocuparse de invitar a sus fiestas y banquetes, no a los ricos que pueden recompensarlos,
sino a los pobres, que tienen mayor necesidad y que no pueden ofrecerles recompensa
alguna.

Poco después de la muerte de Valente, el nuevo emperador, Graciano, condenó


injustamente a muerte a un noble pagano. Pero a la postre, sobrecogido por el valor del
obispo y por la justicia de su petición, Graciano perdonó al condenado, y le agradeció a
Ambrosio el que le hubiera obligado a hacer justicia.

Ahora, los sermones de Ambrosio fueron uno de los instrumentos que Dios utilizó para su
conversión. Aquel joven se llamaba Agustín, y aunque fue Ambrosio quien lo bautizó, el
obispo de Milán no parece haberse percatado de las dotes excepcionales de su nuevo
converso, que después llegaría a ser el más famoso de todos los “gigantes” de su época.

Arrio, formulo la doctrina que negaba la Deidad de Jesucristo, fue condenado por el
concilio de Nicea (325 d.C) y Constantinopla (381 d.C.).
Puesto que se trataba de un verdadero gigante, ubicado en una de las principales ciudades
del Imperio, y puesto que se trataba también de un hombre de principios firmes y
convicciones profundas, resultaba inevitable que a la larga chocara con las autoridades
civiles.

Los más importantes conflictos de Ambrosio con la corona fueron los que le colocaron
frente a frente con la emperatriz Justina. La madre de Valentiniano, Justina, gozaba de gran
poder, y se proponía utilizar ese poder para afianzar a su hijo en el trono y para promover la
causa arriana, de la que era partidaria convencida. Frente a sus designios se alzaba
Ambrosio, cuya política consistía en procurar, cada vez que una sede cercana resultaba
vacante, que fuera un obispo ortodoxo quien la ocupara.

Ya en esa época la fama de Ambrosio era tal que Fritigilda, la reina de los bárbaros
marcomanos, le pidió que le escribiera un manual de instrucción acerca de la fe cristiana.

Tras leer el que Ambrosio le envió, Fritigilda decidió visitarle. Pero cuando iba camino de
Milán supo que el famoso obispo de esa ciudad había muerto. Fue el 4 de abril del año 397,
Domingo de Resurrección.

Juan Crisóstomo.

Juan Crisóstomo —el del habla dorada. Ese título era bien merecido, pues en un siglo que
produjo a oradores tales como Ambrosio de Milán y Gregorio de Nacianzo, Juan de
Constantinopla descolló por encima de todos— gigante por encima de los gigantes

Crisóstomo fue por encima de todas las cosas monje. Antes de ser monje fue abogado,
educado en su propia ciudad natal de Antioquía por el famoso orador pagano Libanio. Se
cuenta que cuando alguien le preguntó al viejo maestro quién debería ser su sucesor,
contestó: “Juan, pero los cristianos se han adueñado de él”.

A los veinte años de edad el joven abogado solicitó que se añadiera su nombre a la lista de
los que se preparaban para el bautismo, y tres años después, tras el período de preparación
que se requería entonces, recibió las aguas bautismales de manos del obispo Melecio.

Muerta su madre, se fue a vivir entre los monjes en las montañas de Siria. Cuatro años pasó
aprendiendo la disciplina monástica, y otros dos practicándola con todo rigor en medio de
la más completa solitud.

Juan regresó a Antioquía tras sus seis años de retiro monástico, fue ordenado diácono, y
poco después presbítero. Como tal, comenzó a predicar, y pronto su fama se extendió por
toda la iglesia de habla griega.
Cuando en el año 397 quedó vacante el episcopado de Constantinopla, Juan fue obligado
por mandato imperial a ocupar ese cargo. Allí fue consagrado obispo —o patriarca, pues el
obispo de esa ciudad ostentaba ese título— a principios del año 398.

El antiguo monje seguía siéndolo, y no podía tolerar el modo en que los habitantes ricos de
Constantinopla pretendían compaginar el evangelio con sus propios lujos y comodidades.

Su primer objetivo fue reformar la vida del clero. Prohibiendo que las “hermanas
espirituales” vivieran con los sacerdotes, y exigiendo que éstos llevaran una vida austera.
Las finanzas fueron colocadas bajo un sistema de escrutinio detallado. Los objetos de lujo
que había en el palacio del obispo fueron vendidos para dar de comer a los pobres. Y el
clero recibió órdenes de abrir las iglesias por las tardes, de modo que las gentes que
trabajaban pudieran asistir a ellas. De más está decir que todo esto, aunque le ganó el
respeto de muchos, también le granjeó el odio de otros.

Jerónimo.

Jerónimo nació alrededor del año 348, en un remoto rincón del norte de Italia. Por su fecha
de nacimiento, era menor que muchos de los gigantes que hemos estudiado en esta Segunda
Sección. Pero Jerónimo nació viejo, y por tanto pronto se consideró mucho mayor que sus
coetáneos. Y, lo que es todavía más sorprendente, muchos de ellos pronto llegaron a verlo
como una imponente y vetusta institución.

 Conocida como la Biblia de Jerónimo.

 Eusebius Hieronymus(345- 419 Italia).

 Estudio en roma a la edad de 12 años griego, Latín, retórica y filosofía.

 Perfeccionó el griego y logro dominar el hebreo.

 Su mayor aporte a favor del cristianismo fue la producción de la versión de la


Biblia Vulgata latina.

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