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Objetivos
● Presentar y analizar los cambios e impactos producidos en la vida escolar por el
actual contexto en la mediana y corta duración.
● Problematizar sus efectos a futuro en el marco de debates más generales sobre
políticas educativas.
Contenidos
1. La reconfiguración de la vida escolar en el contexto educativo de las primeras
décadas del siglo XXI.
2. La pandemia y la post pandemia en el marco de las políticas educativas.
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Introducción
Para comenzar esta clase, los invitamos a visualizar el siguiente material en el que
Alejandro Alvárez Gallego, ex Secretario de Educación de la ciudad de Bogotá
(Colombia) y profesor de la Universidad Pedagógica Nacional colombiana, presenta
un conjunto de reflexiones sobre la que llama “la emergencia pedagógica actual”.
El año 2020 trajo para el mundo una situación novedosa. Como sostiene Alejandro Alvarez Gallego,
en muy poco tiempo, la gran mayoría de los países del globo dispusieron la suspensión de las clases
presenciales en sus escuelas y en otros espacios educativos como medida sanitaria ante la
propagación del COVID 19. En nuestro país, esa medida se inició el 16 de marzo de ese año y
comenzó a desarmarse, muy lentamente y con fuertes protocolos sanitarios desde el mes de julio
siguiente en los lugares cuyas condiciones lo podían, para continuar hasta la actualidad.
No es esta la primera ocasión en que se declararon este tipo de medidas, ya sea por motivos
sanitarios, climáticos u otros, en situaciones que nos conectan a la vez tanto con la fragilidad de la
condición humana como con su capacidad de respuesta. La actividad de presentación de este curso
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da cuenta de algunas de ellas en la historia de la escuela argentina. Pero este caso concreto que nos
toca enfrentar presenta un conjunto de particularidades –como el momento histórico nacional,
regional y mundial en que se ha producido, su extensión y amplitud, la etapa del año escolar
afectado y la situación tecnológica y digital de la sociedad y especialmente la del sistema educativo–
para tener en cuenta a la hora de pensar alternativas a futuro.
La “vida escolar” se compone de un registro material, integrado por los objetos que la forman, que
incluye desde los edificios a los útiles y los cuerpos de los sujetos; y un registro relacional, integrado
por los diversos usos, acciones y sentidos que le otorgan quienes la habitan. Desde marzo del año
pasado, estos registros se vieron abruptamente separados por la irrupción de la pandemia, de
modo que nos vimos obligados a armar nuevas articulaciones para poder continuar con el proceso
educativo en lo que se llamó la continuidad pedagógica y, de esa forma, sostener -con las
herramientas con las que ya contábamos y con las que se pudieron producir- los vínculos, los
cuidados y, sobre todo, la enseñanza que lo conforman.
“La realidad inédita que vivimos invita a pensar cómo aprovechar esta situación
para impulsar otro tipo de aprendizajes y otra forma de aprender. En las redes
sociales no solo se denuncian los problemas relacionados con la dificultad de
seguir el curso escolar, también se hace mención, en los casos que se puede tener
acceso a internet, de la monotonía con la que se presenta la información. Existe la
queja de que en las clases, tanto por internet como por televisión, solo se dejan
lecturas y cuestionarios a resolver por parte de los estudiantes. Madres de familia
plantean cómo se ha multiplicado su labor ante las “nuevas responsabilidades que
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les asignan”; ya no es solo atender su casa y su trabajo, sino también apoyar a hijos
de diferentes edades en las tareas que les solicitan”.
Y propone las siguientes preguntas que nos pueden ayudar en nuestro recorrido:
“¿Es posible extender la escuela hasta el espacio privado de la casa? ¿Cuenta el
currículo con una condición móvil y transferible? ¿Cuentan las madres y los padres
de familia con el conocimiento básico para aconsejar a la niñez en el cumplimiento
de sus tareas? ¿Se han aprovechado las enseñanzas —muchas veces trágicas— de
vivir una pandemia?”. (Diaz-Barriga, A., 2020)
Esas son algunas de las cuestiones a las que intentaremos dar respuestas en el
desarrollo de ese curso.
En un mundo bastante distinto del que imaginamos cincuenta años atrás, en el que la irrupción de
la pandemia es un dato más de los muchos a destacar, es posible identificar, en una forma un tanto
reduccionista, un debate entre formas de comprender la educación mayormente como un derecho
o mayormente como una mercancía. Cada una de esas formas de comprender la educación que
buscan inscribir en sus interpretaciones y propuestas la actual situación y sus efectos.
Por un lado, se identifican las posiciones que conciben a los sistemas educativos como herramientas
privilegiadas de ampliación de derechos a la mayor cantidad de población posible mediante la
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acción estatal, territorial y comunitaria. Desde estas posiciones, las escuelas son entendidas como
espacios de interacción con gente distinta al entorno cercano, cuya función principal es ampliar el
horizonte de expectativas, proponer nuevas filiaciones y ayudar a romper los mandatos sociales de
origen (familiar, étnico, social, de género, de lugar de residencia, de medicalización u otros). Para la
generación de sus propuestas, estas posiciones pedagógicas privilegian el diálogo con discursos
provenientes del debate político y filosófico, con teorías psicológicas de corte
epistemológico-constructivista y con los aportes de los abordajes estéticos y artísticos. El concepto
de igualdad constituye uno de sus términos estelares, junto con otros como derecho, inclusión
educativa, participación social, políticas de cuidado y formación de una ciudadanía activa.
Estas posiciones proponen sumar otros saberes, disposiciones y sensibilidades que permitan
enriquecer la vida académica y personal de alumnos y alumnas, docentes y familias, así como
fomentar la necesidad de plantearse nuevas preguntas y reflexiones en pos de la ampliación de sus
derechos tanto individuales como sociales y colectivos. De acuerdo con estas posturas, se
comprende a la introducción de nuevas tecnologías en el aula como recursos didácticos útiles para
potenciar la productividad, la (re)creación cultural y la participación política y social de los sujetos,
sobre todo los más marginados. Así, postulan como objetivos principales en el retorno a las aulas la
implementación de actividades de enseñanza que permitan reunir e igualar a sujetos y grupos que
transitaron experiencias educativas aún más heterogéneas que las que hubieran atravesado en
forma presencial, construir nuevas formas de enseñar con las saberes que nos dejaron las nuevas
mediaciones tecnológicas, y analizar cómo recuperar y fortalecer aquello que no pudo ser hecho a
distancia.
Por otro lado, se identifican las posiciones que entienden los sistemas educativos como
herramientas de crecimiento exponencial y concentrado de la riqueza mediante la mercantilización
de productos educativos y la sobreexplotación masiva de la fuerza de trabajo docente. Quienes
sustentan estas posiciones pedagógicas reducen el complejo concepto de “derecho a la educación”
al “derecho al aprendizaje”, privilegian el diálogo con discursos provenientes del mundo
empresarial, de la autoayuda y de versiones degradadas de las neurociencias, y tienen a la eficacia
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como término estelar, junto a otros como calidad, evaluación, emprendedurismo, competitividad y
educación emocional.
Es fácil comprender las posibilidades de avance de las propuestas mercantilizadoras que ofrece el
escenario en el futuro próximo, tanto en el aumento de las condiciones de sobreexplotación
docente mediante el teletrabajo como con la venta de todo tipo de servicios, desde programas
educativos a la comercialización de enormes volúmenes de datos e información sobre sus usuarios.
Desde una mirada un tanto apocalíptica de su triunfo, la escuela ya no distinguiría entre los ámbitos
públicos, privados, domésticos e íntimos, los tiempos y espacios escolares se ampliarían a través de
la carga cada vez mayor de tareas, y la ampliación del tiempo también afectaría a los docentes,
quienes deberían seguir en funciones en cualquier momento y en cualquier día de la semana.
Si bien estas dos posiciones extremas deben matizarse y combinarse para el análisis de casos
concretos, pueden pensarse como una tensión central que se encuentra en el debate sobre los
caminos a seguir a futuro. Para eso, es necesario hacer un primer balance de lo que hemos
aprendido de lo sucedido hasta ahora, que será el tema del que nos ocuparemos en el apartado que
sigue.
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Lo que nos enseñó la pandemia
Estos tiempos nos encuentran formando parte de un experimento social y educativo sin
precedentes, que nos está dando mucha información para la construcción de propuestas a futuro.
En primer lugar, hemos vuelto a comprobar, un tanto abruptamente, que la escuela ha sido una
construcción compleja que llevó mucho tiempo realizar y que, entre otras cosas, implicó la
combinación de un conjunto de variables como la presencialidad, la gradualidad, la universalidad, la
simultaneidad y la masividad.
Sin embargo, estas constataciones no son las únicas que hemos hecho. En este experiencia
forzada a la que fuimos arrastrados, hemos confirmado también un conjunto de hipótesis respecto
a la vida escolar que, a la vez que cuestionan algunas ideas muy instaladas en el sentido común
social en los últimos tiempos, pueden ser las bases para construir respuestas a futuro en un período
de ensayos, pruebas, aciertos y errores cuya duración por ahora desconocemos. Desarrollaremos
algunas de ellas a continuación.
Imágenes como “la clase en pantuflas” y la “domesticación de lo escolar” —al decir de Inés
Dussel—, las “prácticas pedagógicas en los hogares comandadas por la escuela” —al decir de Flavia
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Terigi—, el “trabajo en casa” o la “invasión de la intimidad” son utilizadas para describir lo que ha
sucedido en los últimos tiempos y dan cuenta de la ruptura —o al menos suspensión— de los largos
procesos sociales de separación de los registros nombrados en el título, que hoy se ven fuertemente
modificados. Aunque ya se notaban algunas tendencias al contrario –como la difusión del
home-schooling o del e-learninig—, nuestra experiencia educativa se ha construido
mayoritariamente en espacios más o menos separados y limitados que implican la realización de las
acciones allí esperadas y permitidas. Si bien esto varía enormemente de acuerdo con
especificidades, como los sectores sociales de pertinencia y los lugares de residencia, la idea de
alguna separación necesaria entre el lugar de estudio y de vivienda y, dentro de ella, algún espacio
de intimidad para realizar ciertas tareas es uno de los basamentos que hoy se ha resquebrajado en
nuestras experiencias educativas.
La imposibilidad de realizar la totalidad de las tareas propuestas por parte de los estudiantes, la
construcción del “derecho a la desconexión” como derecho laboral docente y la irrupción de un
ladrido en un audio o de una imagen que produce risa en un video usado con fines de enseñanza
son marcas de esta dilución de fronteras que buscan ser restablecidas de alguna manera para la
continuidad de al acto educativo.
Esta situación debe ser tenida en cuenta para evitar la profundización de tensiones entre
actividades laborales y actividades escolares, entre las posibilidades de dedicación al estudio y las
carencias en el hogar, entre la armonía y la violencia familiar, entre las demandas de la escuela y el
apoyo académico familiar y entre el control escolar externo y la autorregulación de los aprendizajes,
ya que por su complejidad no se resuelven con “vueltas al aula” apresuradas que responden a
situaciones extra pedagógicas como el marketing electoral, la adecuación presupuestaria y las
demandas de los mercados laborales adultos.
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2. Los sistemas educativos son dinámicos y cuentan con capacidad de respuesta
a las nuevas situaciones
En un contexto de muchas dificultades, tanto las previas como las producidas por la pandemia, los
sistemas educativos mostraron, con mayor o menor creatividad, una capacidad de adaptación y
redireccionamiento sorprendentes a la nueva situación, a fin de poder llevar a cabo lo que se
denominó la continuidad pedagógica.
Los discursos instalados sobre la resistencia, burocracia, rigidez y lentitud de la escuela y sus
habitantes para enfrentar nuevas situaciones parecen no ser tan sólidos como se presentaban, a la
vez que se confirma que las tecnologías digitales ya estaban incluidas en buena medida en el
funcionamiento escolar. También se comprueba que, en muchos casos, esta rapidez de respuesta
también echó mano a tecnologías menos “avanzadas”, pero más asequibles a buena parte de la
población, como la radio y la televisión pública, y el reparto mediante redes comunitarias de
cuadernillos y otros impresos realizados para la ocasión por los Estados o por los propios docentes,
repartidos también en formas diversas y creativas.
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3. En un contexto de aumento de las desigualdades sociales, el sistema
educativo funcionó como una forma de paliar su impacto
La pandemia agudizó las desigualdades sociales previas, golpeando una vez más con más fuerza a
los sectores más desfavorecidos. El cese y disminución de muchas actividades de obtención de
recursos, particularemente las actividades de la llamada economía informal, privaron a gran
cantidad de población del acceso a bienes básicos, y por tanto son los que quedaron más expuestos
a la pandemia y a sus consecuencias.
Más allá de las críticas justas que se han hecho a los sistemas educativos casi desde sus orígenes,
esta situación demuestra que la escuela puede ser un potente dispositivo de igualación y
democratización social mediante la producción de un espacio público y común y que su cierre
ampliaría las desigualdades externas que ayudaba a disminuir.
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regularidad, someterse a evaluaciones, etc., y se limitan a concurrir a las aulas en
forma intermitente.
Si bien la enseñanza es la función principal del sistema educativo, que, por lo tanto, no puede ser
desatendida ni minimizada, las escuelas son además espacios de encuentro con iguales y diversos,
lugares de desarrollo laboral y de generación de proyectos comunitarios, entre otras funciones
sociales que constituyen la vida escolar. En especial, vale recordar acá su función para garantizar un
lugar “común” en tanto espacio público de cruce entre las distintas realidades y procedencias, y, de
esa forma, ampliar el horizonte de expectativas de origen de quienes concurren.
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5. La docencia presupone saberes específicos no reemplazables por buenas
voluntades
El pasaje de la tarea escolar al ámbito doméstico tuvo como consecuencia la apelación a su sostén y
seguimiento por parte de los familiares de los alumnos. Pero las muchas dificultades producidas por
esta situación demuestran que la tarea docente no es fácilmente sustituible por personas no
calificadas para su ejercicio y mucho menos por máquinas o programas informáticos.
De acuerdo con el párrafo anterior, la mayoría de los enseñantes, con mayor o menor
acompañamiento gubernamental, han buscado y generado alternativas para no abandonar a sus
estudiantes. Para eso, acuden a lo que saben, poco o mucho, de tecnologías digitales y educación
virtual, exploran caminos que no conocían, incluyen en su vocabulario términos como Zoom, Padlet
y html, buscan consejos, y se conectan entre sí para compartir información, metodologías,
contenidos, programas, trucos y todo aquello que pueda ser útil. Han sido capaces también de
responder a las demandas e inquietudes de los familiares y de sus propios alumnos, lo que prueba
que elementos como el encuentro, la compañía, la voz, la presencia, la imagen, la autoridad y el
afecto de los maestros, en la forma en que sea, son imprescindibles para que los actos educativos
sean efectivos.
El traslado de la escuela a la casa ha hecho patente que los procesos de enseñanza requieren
formación y profesionalización no compensables con intenciones nobles. La docencia es un trabajo
que cuenta con saberes específicos y con regulaciones laborales, muchas veces poco reconocidos,
que deben ser tenidos en cuenta en el armado de las políticas y propuestas de enseñanza a futuro.
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La virtualización escolar que produjo la pandemia implicó operaciones muy complejas para
garantizar los aprendizajes esperados, que no se alcanzan exclusivamente con la necesaria
renovación tecnológica de las escuelas y las políticas asociadas de distribución y mantenimiento. El
paso de la presencialidad a la virtualidad no es una simple migración de la actividad habitual a otros
formatos, sino que implica enfrentarse con problemas pedagógicos nuevos.
El término “brecha digital” fue acuñado en los años noventa para referirse a la
desigualdad en el acceso a las TIC. Años después, se amplió para incluir múltiples
aspectos de la apropiación de las tecnologías, incluyendo las capacidades digitales
de las personas, los valores que se asocian a su uso y factores políticos,
económicos u otros que inciden en su distribución, producción y utilización.
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En tercer lugar, existe una tercera brecha respecto a su uso escolar, que implica la
apropiación y diálogo entre las dos formas culturales, muchas veces mediante el
uso de programas especialmente diseñados para tal fin y su incorporación efectiva
a la propuesta curricular. Esta tercera brecha ha estado bastante invisibilizada hasta
ahora por las posturas que consideran que la digitalización per se mejora la
enseñanza, y se ha puesto muy en evidencia en el actual escenario.
https://blog.enguita.info/2020/03/una-pandemia-imprevisible-ha-traido-la.html.
En esta clase hemos tratado de presentar algunos de los efectos que la actual pandemia del
COVID-19 produjo en nuestro sistema educativo, los saberes que obtuvimos para pensar el presente
y el futuro próximo, y su articulación con políticas educativas más generales.
La escuela que hasta ahora conocimos fue una invención, que parecía muy sólida pero que, como
toda invención, mostró su fragilidad y sus fortalezas ante lo imprevisto. En este diagnóstico actual,
nos toca ser la generación de docentes que debe volver a imaginar cómo garantizar el derecho a la
educación en el contexto de la pandemia y sus consecuencias. En este período tuvimos que
aprender a mantener la escuela sin su materialidad y sus relaciones conocidas, “hacer escuela” de
otras formas, continuar enseñando, lo que en muchos casos ha permitido revisar aquellas acciones
que se hacen en forma automática, y revisar temas como la relación con las tecnologías, los vínculos
afectivos, y las políticas de cuidado. De esos temas nos ocuparemos en las clases que siguen, con las
herramientas con las que contamos para cuando termine de pasar el temblor.
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Actividades
Material de lectura
Bibliografía obligatoria
Puiggros, A. (2020). “Balance del estado de la educación, en época de pandemia en América Latina:
el caso de Argentina”, en Inés Dussel, Patricia Ferrante y Darío Pulfer (comp.) (2020) Pensar la
educación en tiempos de pandemia: entre la emergencia, el compromiso y la espera. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: UNIPE: Editorial Universitaria, 2020.
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Bibliografía de referencia
Dussel, I. (2020). “La clase en pantuflas”, en Inés Dussel, Patricia Ferrante y Darío Pulfer (comp.)
(2020) Pensar la educación en tiempos de pandemia: entre la emergencia, el compromiso y la
espera. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: UNIPE: Editorial Universitaria, 2020.
Fernández Enguita, M. (2020). “Una pandemia invisible ha traído la brecha previsible”, en Cuaderno
de campo, 31 de marzo. Disponible en:
https://blog.enguita.info/2020/03/una-pandemia-imprevisible- ha-traido-la.html
Terigi, F. (2020). Cuando no ir a la escuela es una política de cuidado: reflexiones sobre un suceso
extraordinario”, en Noticias UNGS, Universidad Nacional de General Sarmiento, 5 de mayo.
Disponible en:
https://noticiasungs.ungs.edu.ar/?portfolio=cuando-no-ir-a-la-escuela-es-una-politica-de-cuidado-r
eflexiones-sobre-un-suceso-extraordinario
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Créditos
Autor: Pineau, Pablo (2021). Clase 1: La vida escolar previa a la pandemia y su interrupción abrupta.
Cuando pase el temblor: temas de pedagogía en el futuro cercano. Buenos Aires: Ministerio de
Educación de la Nación.
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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