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¿Dónde está Dios cuando Dios no está?

Texto: Marcos 15:33-39


(Un sermón para Viernes Santo)

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Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la
hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es:
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Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban allí decían,
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al oírlo: Mirad, llama a Elías. Y corrió uno, y empapando una esponja en vinagre, y poniéndola
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en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad, veamos si viene Elías a bajarle. Mas Jesús,
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dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y
el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo:
Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

A pesar del tiempo, todavía puedo recordar las palabras con que el Rev. Dr. Domingo
Marrero comenzó una de sus meditaciones de Semana Santa. El describe lo que sucedió
la noche previa al arresto de nuestro Señor Jesucristo, cuando éste se fue a orar al
huerto, diciendo:
“Solo en la noche y sufrido al clarear el alba, el Señor de la vida espera la visita
del ángel de la muerte. La ciudad que mata los profetas y apedrea a los que le son
enviados, urdió la trama y tejió la apasionada madeja de dolor y de sangre…
Andando por los siglos, conducidos por el ángel del recuerdo, le vemos hoy como
ayer, solo en la noche y sufrido al clarear el alba, cuando sus gotas de sudor son
como gotas de sangre, y de sus labios entreabiertos se deslizan reverentes estas
palabras: “Padre, haz que pase de mi esta copa, pero no como yo quiero sino
como tú.”
(Domingo Marrero, Meditaciones de la Pasión, La Reforma, 1984, pag. 13)

La Semana Santa nos evoca los acontecimientos crudos y crueles que ocurrieron en
Jerusalén hace siglos, pero que dejaron una profunda huella en la historia de la
humanidad. Una huella que con el paso del tiempo ha ido cambiando de formas
mientras nuevos cristianos y cristianas experimentan al Cristo del calvario o al Cristo de
la resurrección.

En la cultura religiosa protestante norteamericana se pone mucho énfasis en el Cristo


resurrecto y no es para menos pues la resurrección es un elemento fundamental de la fe
cristiana. En nuestra cultura hispana, todavía el Viernes Santo tiene su lugar de
importancia en el quehacer de nuestra fe. Lo cierto es, que no hay resurrección sin
muerte. No existe la posibilidad del sepulcro sin la antesala del gólgota.

Muchas veces queremos olvidar la historia del gólgota, porque es una historia de dolor,
de sangre y de muerte. Y las historias de dolor, de sangre y de muerte nos asustan. La
historia del gólgota es también una historia de olvido. Un olvido capaz de sacar un
estruendoso grito de la boca del que prende de la cruz, Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? Dios
mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?

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Por: Rev. Dr. José Abraham De Jesús
El Señor de Señores, el autor de la vida, aquel que sin su existencia nada existe, como
afirma Juan, se siente abandonado en la cruz. Aún su grito de dolor, es uno que
contrasta con aquel que primero había dicho “Padre, has que pase de mi esta copa.”
Ahora no le llama Padre, le llama “Eloi,” Dios mío. Es como si la relación del Dios que
dijo: “He ahí mi Hijo en el que tomo contentamiento” se hubiera roto en este instante y
ese distanciamiento se hiciera patente en el lamento de Cristo, “¿Por qué me has
abandonado?”

Algunos eruditos afirman que el autor del libro de Marcos se está refiriendo al Salmo
22.
1
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
2
Dios mío, clamo de día, y no respondes;
Y de noche, y no hay para mí reposo.

No hay duda que el Salmo 22 tiene un carácter especial en toda la historia de la pasión y
crucifixión. Es citado de una u otra forma por los cuatro evangelios. El Salmo 22 es el
prototipo de la oración de petición de ayuda, pero que al mismo tiempo mantiene una
estrecha relación con el Dios que se aparta. Tanto en la experiencia del salmista como
en la experiencia de Cristo, Dios sigue siento el “Dios mío,” un Dios único y personal.
Un Dios que en medio de la desesperación del salmista o el dolor de Cristo, es
auténticamente posesión de ambos. Es la presencia paradójica de un Dios que sigue
siendo “mío” aunque se sienta distante.

Muchos teólogos han tratado de explicar este pasaje de formas diferentes. Es mi deseo
en las próximas líneas enfatizar tres aspectos fundamentales; el de la libertad, el dolor, y
el sufrimiento humano.

Los seres humanos somos los únicos que tenemos la prerrogativa esencial de escoger la
libertad. Desde el principio, Dios nos creó como seres libres, pero nos dio la opción de
seguir el bien u optar por el mal, en este caso la desobediencia. El bien es sólo bien en
función de la persona que pudo optar por hacer el mal y no lo hizo. El ser humano es un
ser paradójico y vive entre la disyuntiva de las opciones. Continuamente se encuentra
haciendo decisiones, unas buenas y otras malas. Unas que contribuyen a su esencia
humana y otras que le deshumanizan y que le separan de Dios.

El ser humano como ser paradójico sabe lo que es hacer el bien y sin embargo no lo
hace. El mismo Apóstol Pablo lo expresa de la siguiente manera en Romanos 7:15;
“15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que
aborrezco, eso hago.”

Esa paradoja, esa contradicción vive en nosotros todo el tiempo. La razón primordial es
que Dios nos dio la libertad de escoger, la libertad de tomar decisiones y muchas veces
las decisiones que tomamos no son las correctas ya que contradicen aquellos principios
que intentamos afirmar. Al violar esos principios estamos sujetos a las consecuencias.

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Cuando el libre albedrío con que Dios nos creó nos lleva a tomar decisiones malas,
espiritualmente nos sentimos separados de Dios o sentimos que Dios esta lejos de
nosotros y nosotras.

En la cruz del calvario, Cristo se siente abanado de su Dios, porque como humano esta
pagando el precio de la rebeldía humana. En su cuerpo crucificado esta cargando el
peso de nuestra libertad de escoger. En el Cristo sufrido y abandonado del gólgota, el
ser humano trasciende su esencia y su historia. En él se abre como pétalo de flor un
mundo concreto de posibilidades, donde las opciones tienen un costo, la vida o la
muerte.

Tenemos que afirmar que el dolor que Cristo sentía en la cruz era uno real. Su cuerpo
maltrecho por las heridas, el sol candente, la fiebre que le carcomía las entrañas y la
fragilidad física estaban haciendo mella en la fortaleza del hombre que caminaba de sol
a sol predicando y sanando entre su pueblo. Su dolor era un dolor real.

Mucha gente tiende a confundir el dolor y el sufrimiento. El dolor es una alarma, un


signo de que algo no esta bien en nuestro cuerpo. El dolor puede remediarse a través de
la medicina. Cuando tenemos dolor de cabeza nos tomamos un calmante y eso nos
ayuda a aliviar el dolor. El dolor puede ser tan grande que requiera de algo más fuerte y
ya el médico interviene para diagnosticar y determinar que es lo que pasa en nuestro
cuerpo y darnos el paliativo correspondiente. El dolor tiene cura, y la medicina moderna
es muy buena buscando la causa del dolor y sanándolo.

Sin embargo, el sufrimiento es de una naturaleza diferente. El sufrimiento es


consecuencia de algo que oprime y amenaza nuestra propia naturaleza humana.
Tomemos por ejemplo el hambre. El hambre puede producir dolor, porque cuando una
persona no come su sistema envía señales al cerebro y el estómago duele. Este dolor se
puede calmar cuando la persona come y el cuerpo se siente satisfecho. Eso no resuelve
la situación del sufrimiento.

Cuando miramos el hambre como una razón del sufrimiento humano, estamos hablando
de una cosa completamente diferente. Hablamos de sistemas económicos y políticos que
producen la falta de alimentos en un pueblo, y por consecuencia el sufrimiento. En el
sufrimiento la misma esencia del ser humano se siente amenazada. Como el hambre,
hay muchas otras formas de explotación humana que producen sufrimiento.

Es en medio de ese sufrir cuando se pueden escuchar las palabras: ¿Por qué nos has
desamparado? ¿Dónde estás tu, Dios, cuando no estas presente?

Como dije al principio los hispanos damos una importancia grande al Viernes Santo
porque todavía muchos de nuestros pueblos siguen clavados en la cruz del sufrimiento.
Cientos de miles no tuvieron opción, nacieron en el sufrimiento, en la pobreza, en la
explotación, en medio de las guerras inhumanas, y en medio de la avaricia de unos
pocos. Para ellos y ellas cada día es un gólgota, una cruz que se levanta en el devenir de
una historia que parece no tener esperanza. De un caminar hacia un horizonte sin futuro.
Y muchos y muchas se preguntan; ¿Dónde está Dios?

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Dios siempre está en el ámbito donde nosotros lo hemos dejado. En el lugar donde
nuestra fe cayo; allí donde nuestra esperanza se transformó en grito de desesperación
porque perdimos la capacidad de imaginar que para Dios todo es posible. Todo es
posible cuando podemos creer en un Dios que en medio del dolor y del sufrimiento abre
su corazón para decirnos;

“9 Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes,


porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” Josue 2:9

Ese no es el Dios que se esconde. Ese es el Dios del camino, aquel que encontramos en
los lugares más olvidados. Allí donde el sufrimiento humano se convierte en valor para
luchar por la vida, por subsistencia, por la capacidad transformadora de la acción
humana. La acción de hombres y mujeres que dirigidos por Dios, van haciendo camino
para que otros puedan navegar en el mar de la esperanza y disfrutar la fortuna de ver un
día mejor.

El dolor de Cristo fue suprimido con hiel y vinagre, que era la medicina de aquel
tiempo. El sufrimiento de Cristo sólo se supera con la obediencia. El dolor humano se
calma con medicamentos, pero el sufrimiento humano sólo se calma con la medicina
que Dios dio desde tiempos antiguos; la justicia.

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