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Primera Palabra

‘‘Padre perdónalos porque no saben lo que hacen’’ (Lc, 23:34)

En estos días de incertidumbre y de cuarentena en nuestro país por la


pandemia que nos flagela, hoy Viernes Santo, poniéndonos bajo su
protección, contemplemos con mucha fe y esperanza a Jesús nuestro
Señor que se entrega a la muerte por nosotros.

En ese silencio, contempla la miseria humana que se expresa en la


soberbia, la ambición, el egoísmo, la envidia que son causa y origen de
tanto sufrimiento, por todas esas actitudes aquellas personas no
aceptaron a Jesús como el Mesías, no acogieron su enseñanza que es
amor, en fin, no creyeron en Jesús. Por eso, cometieron el tremendo
error de condenar a muerte a un inocente, la peor injusticia, contra la
dignidad de una persona.

Sin embargo, Jesús que contempla y comprende esa pobreza y esa


miseria que malogra al ser humano, que lo desfigura, siente mucha
lástima, se compadece, por eso, rompiendo ese admirable silencio, dirige
a Dios su Padre aquella entrañable y sublime petición “Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen”.

Nuestro Señor Jesucristo, en medio de su inmenso dolor y sufrimiento,


colgado en la cruz, con esta asombrosa actitud de perdón y de
compasión, hace triunfar el amor sobre el odio, la compasión y
misericordia sobre la maldad, así ha demostrado cuánto nos ama. La
cruz, queridos hermanos, desde aquel momento se ha convertido en
trono del amor compasivo y misericordioso de Dios.

Te imploramos Señor que detengas la pandemia que está causando


tanto sufrimiento  en nuestro país y en el mundo entero, ilumina a los
científicos para que encuentren la medicina que ponga fin a este flagelo,
bendice y fortalece a los profesionales de la salud y a todos los que
asisten a las víctimas.
Segunda Palabra
‘‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’’ (Lucas, 23: 43)

Vemos tres hombres con sufrimientos particulares, cada sufrimiento es


diferente, la misma pena por causas distintas. El gran problema es que
esos sufrimientos no nos duelen tanto, la imagen de Cristo es la que más
suele doler, pero muchas veces miramos un sufrimiento al margen de los
sufrimientos que están al costado, sin embargo, cuando miramos el
sufrimiento de los otros también estamos mirando al Señor.

Solamente quien está en la cruz y reconoce su cruz y puede reconocer la


cruz de Cristo, puede reconocer en ese condenado a muerte, a un Dios.

Son tres cruces que existen en ese calvario y nos hemos acostumbrado
a ver solamente a una. Creo que es momento de no olvidar a esas dos
cruces que representan a los miles de cruces que están allí, ¿Cuántos
hermanos crucificados existen hoy? ¿Cuántos presos, cuántas mujeres
violentadas? ¿Cuántas situaciones de dolor existen hoy?

‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’ no es tan solo una promesa, es la


presencia de un Cristo que está entrando hoy a tu hogar, que te está
diciendo en medio de tu dolor “yo estoy contigo”. Que esta Palabra
siempre resuene para nosotros como esperanzadora.
Tercera Palabra
‘‘Mujer, ahí tienes a tu hijo. (…) Ahí tienes a tu madre” (Juan, 19: 26-27)’’.

Cristo ve aparecer entre la gente aquella mujer preciosa de Nazaret,


Santa María, la bendita entre todas las mujeres, era necesario este
encuentro en el camino hacia el calvario, porque solo su madre le daría
fuerzas para llegar hasta el final, ella trae una cara de primavera.

Le acompaña también el discípulo amado, el más joven de los discípulos,


San Juan, aquel discípulo conocía muy bien el corazón de Cristo y supo
enseguida que Cristo lo querría ver cerca de su madre que también
estaba sufriendo, pero ella quiere estar al pie de la cruz porque es
madre.

Queridas madres que me ven y me escuchan, pongan todo su


sufrimiento, todos los dolores en relación a sus hijos en manos de María,
ella les va a enseñar a convertir todo ese dolor en una ofrenda agradable
a Dios.

Madre nuestra, escucha la súplica de todos tus hijos en este momento de


dolor que estamos pasando víctimas de esta pandemia, cuida y
recompensa a todos aquellos que exponen sus vidas para protegernos,
son ellos los Cristos de hoy, que están vestidos de verde, azul, blanco en
los hospitales, los Cristos que salen en las madrugadas para abastecer
los mercados y que nosotros tengamos  el pan de cada día, los Cristos
que cuidan nuestras calles para que nada malo nos pase a nosotros y
cuida también a tus Cristos en la tierra, a tus sacerdotes, a tus
seminaristas en nuestra Arquidiócesis de Lima, mueve el Corazón de los
jóvenes en este tiempo difícil, para que no perdamos nunca el deseo de
llevar el gozo del evangelio de tu hijo Jesús.
Cuarta Palabra
‘‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’’ – (Mateo, 27: 46 y
Marcos, 15: 34)

¿Acaso no es el grito que hoy resuena en todos los rincones de nuestra


tierra? ¿Por qué nos has abandonado, Señor? Ante el dolor, el
sufrimiento, la enfermedad, la muerte, el desconcierto de la pandemia
que todavía no acabamos de asumir, gritamos a nuestro Dios, le
preguntamos desconcertados buscando una respuesta, le pedimos
cuentas.

. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, grita el contagiado con
el virus que batalla contra la enfermedad y sus síntomas. También es el
grito de tantos que están perdiendo a sus seres queridos y no pueden ni
siquiera despedirse de ellos. Y… ¿no escuchamos esta queja en tantas
familias peruanas que no tiene recursos y necesitan salir del aislamiento
para poder seguir viviendo?
Las palabras que Jesús pronuncia, y que recogen los evangelios, están
en idioma arameo: Elohí, Elohí, lema sabachtaní? (Mc 15, 34). Algunos
estudiosos indican que la traducción más correcta no sería ¿por qué me
has abandonado?, sino más bien, ¿para qué me has abandonado? La
diferencia puede parecer un detalle intrascendente, pero nos permite
ampliar la mirada, ir más allá del dolor que sentimos o superar el riesgo
de quedarnos atrapados en un “pedir cuentas” a alguien por nuestro
sufrimiento. Al preguntar “para qué” ocurre esto que vivimos, podemos
abrirnos a un sentido mayor. Es muy posible que el dolor que nos causa
la enfermedad del coronavirus (o del dengue o de la tuberculosis), como
la pobreza y la injusticia, no tengan un porqué, un sentido que lo explique
del todo. Pero sí pueden tener un para qué, una finalidad, un horizonte
que estimule nuestra solidaridad, que avive nuestra confianza, que
refuerce nuestra unión, que nos haga más humanos, más creyentes, más
compasivos.
Nos podemos preguntar: ¿por qué Cristo pronuncia este grito tan
humano si Él es Dios? Porque Él ha querido ser uno de nosotros, ha
asumido todo lo nuestro, también el dolor. Desde que Dios se hizo carne
en la persona de Jesús, hemos quedado especialmente vinculados a Él
en su humanidad pues se ha hecho uno de nosotros, formando
verdaderamente con Él un solo cuerpo.

Pero somos nosotros los que dudamos en atribuir a Jesús estas palabras
porque deseamos un Dios todopoderoso, sublime, contemplándolo solo
en su excelsa divinidad, y nos cuesta aceptar la idea de verlo humillado.
Es entonces cuando debemos renovar nuestra fe y pedir comprender que
Aquel, que tantas veces hemos contemplado en su condición divina, se
ha asemejado en todo a nuestra humanidad, se ha identificado con
nuestra manera de ser, se ha humillado hasta morir como nosotros y por
nosotros. 
Quinta Palabra
‘‘Tengo sed’’ (Juan, 19: 28)

Jesús manifiesta su sed al comienzo de su misión a una mujer


samaritana y al final de su vida a un soldado romano. A mí me llamaba
profundamente la atención que ambos son extranjeros, tanto la mujer
como el soldado, ambos son para el pueblo de Israel considerados
impuros y, sin embargo, Jesús se fija en ellos.

La sed de agua que padece Jesús es signo de otra sed más profunda: la
sed de la verdad y la justicia, la sed de paz que hoy está presente en
medio de nosotros, la sed de la libertad, la sed de ser acogidos tantos
millones de migrantes en el mundo buscando por todas partes dónde
vivir dignamente, la sed del amor y la sed de la vida, hay tanta sed de
vida en esos niños que son abortados, sed de vida de tantos que viven
oprimidos, hambrientos en tantos sectores concretos de nuestra
sociedad. Jesús tiene sed de justicia para todas las víctimas inocentes,
Jesús tiene sed de que ellos alcancen realmente la vida.

Que con tu ayuda Señor podamos crear fuentes de agua, fuentes de vida
para que no falte el agua real y concreta en cada hogar del Perú y del
mundo, pero ayúdanos a saciar esa otra sed profunda y ayúdanos a que
podamos entregarle nosotros la comunidad de creyentes de esa agua
viva.
Sexta Palabra
‘‘Todo está consumado’’ (Juan, 19:20)

Frente a esta palabra, tan fuerte y llena de contundencia, es necesario


preguntarnos: ¿A qué se refiere Jesús, cuando dice que todo se ha
cumplido? Jesús enseñó a compartir, compartió lo que Él tenía, Aquel
que no tenía dónde reposar la cabeza, entrega lo que tiene: la
misericordia, el perdón, la gracia, todo lo que tiene su vida, la entrega en
la Cruz, por eso todo está cumplido.

Mirar al Crucificado y escuchar que, desde lo alto de la Cruz, predica la


Buena Noticia, que “todo lo ha cumplido”, no puede dejarnos hundidos en
una contemplación inerte.
No perdamos tiempo, y dediquémonos a cumplir como Jesús nos enseña
a cumplir, la perfección del amor… Como dice la gran Catalina de
Sena: “Limpiados por la entrega de Cristo crucificado, y comencemos una
nueva vida con la esperanza de que vuestras culpas son redimidas en la sangre y
en el fuego del amor.”
Séptima Palabra
‘‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’’ (Lucas, 23:46).

Todo se ha terminado y aparentemente es la hora de las tinieblas. La


confianza de Jesús al Padre es absoluta y se hace realidad el Padre
Nuestro: Hágase tu Voluntad. Nosotros también estamos llamados a
cumplir la voluntad del Padre. Aprender como Jesús a fiarnos solamente
de Dios.

El Papa Francisco insiste en que debemos pedir la gracia de


encomendarnos a sus manos, de fiarnos de su guía y de su presencia
misericordiosa. En medio de la prueba Jesús nos enseña a abrazar al
Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el
dolor. En medio del esfuerzo, la oración es alivio, es confianza, es
consuelo. Cuando crucificado todos lo abandonan en medio de la
desolación interior, Jesús no está solo, Jesús está con el Padre.

Todo el amor de Cristo está también en nuestros hermanos y hermanas,


y esto debe inspirarnos respeto y aprecio entre nosotros. Necesitamos
como cristianos y creyentes promover la cultura del respeto y del aprecio
al prójimo. Todo tipo de violencia impide y destruye el amor de Dios, se
debe luchar contra toda violencia, especialmente la de las personas más
vulnerables y me refiero a la llaga social que tenemos también en nuestro
País por la violencia contra las mujeres.
‘Padre En tus manos encomiendo mi espíritu’ son palabras de plenitud,
son palabras que nos ayudan a comprender que en la Cruz, Dios se
revela como ágape, como amor que se dona, un amor que no espera
reciprocidad (como pasa en el amor humano), un amor que redime el
sufrimiento y lo glorifica.

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