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Rossi – La teoría psicoanalítica y el desarrollo psicosexual

La etapa genital:
Comienza con el desarrollo puberal (sus modificaciones fisiológicas
y corporales alrededor de los 11 o 13 años) hasta la adultez. En este
momento resurgen los impulsos sexuales de la etapa fálica pero con
posibilidades (corporales) de concretarlos.
Aquí es necesario distinguir entre dos términos: pubertad y
adolescencia.
Pubertad: (“primera fase de la adolescencia”) proviene del latín
pubertad que proviene de pubis (vello viril o bajo vientre) y alude a los
cambios corporales (que comienzan aproximadamente a los 11 años con las
primeras poluciones en el varón y la menarca en las niñas).
Adolescencia proviene del latín adolescentes (hombre joven) deriva
también de adolescere (crecer, padecer, sufrir) y hace referencia al cambio
psicológico.
Aludiendo a todos estos cambios, Freud (1905) habla de la
metamorfosis de la pubertad. Las transformaciones de la pubertad
desencadenan los cambios psicológicos de la adolescencia que se
caracteriza por una recapitulación de experiencias anteriores, por una
reedición de la problemática edípica y la transformación del aparato
psíquico. Para Bloss (1979) cada etapa del ciclo vital tiene tareas evolutivas
(no una duración rígida). Cada una de ellas experimenta transformaciones
psíquicas secuenciales signadas por conflictos específicos en la que la
pubertad aparece como una manifestación biológica de la maduración
sexual mientras que la adolescencia como los procesos psicológicos de
adaptación a las condiciones de la pubertad. Esto implica un proceso de
cambio y transición a la vida adulta donde se produce una diferenciación e
integración progresivas de la personalidad. A partir de los estudios de la
psicología del desarrollo comparada y de los estudios antropológicos de la
adolescencia en otras culturas (Mead, 1961; Stone y Church, 1959 citado
en Griffa y Moreno, 2005), se comprende a la adolescencia como un
fenómeno cultural mientras que a la pubertad como un fenómeno biológico.
Erikson (1985) cuestiona la universalidad de la adolescencia
señalando la importancia de los contextos culturales para la formación de la
identidad. Así, el adolescente estaría en una especie de lugar de transición
hacia la adultez o de moratoria social más o menos prolongado, según la
cultura en la que se desarrolle. Afirma que en la pubertad debido al
crecimiento corporal (que iguala al de la temprana infancia) y la madurez
genital, todas las mismidades y continuidades en las que se confiaba
vuelven a ponerse en duda.
Los adolescentes deberán librar muchas de las batallas de los años
anteriores en búsqueda de esa identidad, y para ello necesitaran de personas
bien intencionadas que desempeñen el rol de adversarios así como de poder
establecer ídolos e ideales perdurables y de oportunidades ofrecidas en los
roles sociales (Erikson 1985: 235).
La actividad intelectual suele ser producto de la intensa vigilancia
frente a procesos pulsionales desplazando el conflicto al plano del
pensamiento abstracto, en un intento de tratar de dominarlos en un nivel
psíquico diferente (Tallaferro, 1991). Fase de recapitulación de etapas
anteriores y de búsqueda de la identidad en la que confluyen las pulsiones
parciales (oral, anal, fálica) bajo la supremacía de la genitalidad y en el
encuentro con la pareja sexual que lo complementa.
La adolescencia es considerada por la mayoría de los psicoanalistas
como la etapa de mayor vulnerabilidad. Esto nos lleva a reflexionar acerca
de los cuidados y la responsabilidad que tenemos, los que trabajamos con
sujetos púberes o adolescentes. En la búsqueda de su identidad podemos
encontrar conductas agresivas, perversas o de rebeldía, timidez extrema,
aislamiento, de oposición, conductas desafiantes de la autoridad, etc. Sin
embargo, es importante recordar que detrás de cualquiera de esas conductas
se encuentra un sujeto frágil y muy fácil de vulnerar e influir con nuestra
actitud.
Erikson (1985) considera que el sentimiento básico que se
desarrolla en esta etapa es identidad versus confusión de rol.
Esto es porque la tarea evolutiva del adolescente es encontrar un
nuevo sentimiento de mismidad y continuidad, una identidad: tanto en lo
corporal, en lo sexual como en lo vocacional y social. Esto lo intentará
hacer a través de la fantasía, la creatividad, la sensibilidad retrospectiva, los
proyectos, los escapes con permiso (campamentos, viajes, etc.) en el grupo.
Sin embargo, en esta búsqueda, en este ensayo de roles para
encontrarse, para ver quién es, puede llegar a confundirse. Del lado de la
confusión de rol, podemos hallar las más diversas manifestaciones:
dificultades para comunicarse por la irrupción de deseos sexuales,
conductas perversas, rebeldes, trastornos alimentarios, así como timidez
por temor a obrar, dependencia del otro y toma de conciencia de
inferioridad supuesta. Es posible que trate de acortar camino en
identificaciones falsas, masivas, negativas para ocultar deficiencias, o
simplemente para pertenecer, o ser; o de lo contrario caer en el aislamiento.
También es posible que busque escaparse de esta tarea a través de
elecciones vocacionales apresuradas o de fugas del hogar, o de la
drogadicción, o de la delincuencia o hasta a través del suicidio. La
confusión de rol y la ausencia de valores sociales que sirvan de guía, lo
dejan vulnerable a ideologías dictatoriales, totalitarias o dogmáticas. Por
ello uno de los elementos de análisis social es cómo desde las instituciones,
desde la política y desde las sectas se intenta explotar esta necesidad de
pertenecer y de redefinir su identidad. Otro cuestión importante es el lugar
que ocupa el adulto: si es un lugar de confrontación y permanencia (al cual
el adolescente pueda recurrir, rebelarse, contar con) o es un lugar de par,
dejándolo huérfano (buscando imitar al adolescente o idealizarlo en la
ilusión de permanecer siempre joven).
El docente, en esta etapa, puede jugar un rol fundamental como
modelo de identificación para el alumno. El proceso de identificación es
indispensable para la construcción de lo imaginario, es constitutiva del yo y
no cesa nunca puesto que jamás estamos totalmente construidos. “Nos
armamos y desarmamos montando diferentes escenas en el mundo”
(Elgarte, 2009: 322). Sin embargo, esta identificación puede servir como
soporte para desarrollar saberes independientes desde un discurso con
efecto subjetivante que respeta la individualización; o de lo contrario,
puede servir para introyectar saberes idealizados desde un discurso que no
tolera cuestionamientos ni críticas, saberes destinados a crear súbditos
sumisos (Elgarte, 2009).

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