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El propio Compendio de Doctrina Social de la Iglesia enuncia este método cuando habla de la “naturaleza de
la DSI” en su capítulo 2.
La justicia convoca a trabajar arduamente para mejorar las tremendas condiciones que
sufren millones de latinoamericanos, que ya desde el primer párrafo se describen como
“una injusticia que clama al cielo”. Y, enseguida, se denuncia una gran “falta de
solidaridad, que lleva, en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya
cristalización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación de
América Latina”.
La paz aparece contextuada por el valor anterior; porque “si "el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz" [PP 87], el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en
los diversos países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la
paz”. Y enseguida se denuncia “factores que, por expresar una situación de injusticia,
constituyen una amenaza positiva contra la paz en nuestros países”. Con lo cual, vemos que
el trabajo por la justicia y la paz es, en el fondo, un solo frente común.
La situación concreta de las familias latinoamericanas también se contempla desde ese
marco mayor, porque “la familia sufre de modo especialmente grave las consecuencias de
los círculos viciosos del subdesarrollo: malas condiciones de vida y cultura, bajo nivel de
salubridad, bajo poder adquisitivo, transformaciones que no siempre se pueden captar
adecuadamente”. Y se busca potenciar a la familia como “formadora de personas,
educadora en la fe y promotora del desarrollo”.
La educación también se plantea con una dimensión social: el episcopado
latinoamericano “se ha propuesto comprometer a la Iglesia en el proceso de transformación
de los pueblos latinoamericanos” y “fija muy especialmente su atención en la educación,
como un factor básico y decisivo en el desarrollo del continente”, con un “sentido
humanista y cristiano”.
Finalmente, la juventud –que surge en ese momento como un signo de los tiempos‒
“constituye hoy no sólo el grupo más numeroso de la sociedad latinoamericana, sino
también una gran fuerza nueva de presión”. Esta nueva realidad social, que no carece de
ambigüedades, es recibida con “una actitud francamente acogedora”, a tal punto que la
juventud puede ser “un símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí
misma, o sea, a un incesante rejuvenecimiento”.
Y con esto podemos ver otra alusión a Pablo VI pero esta vez en su primera encíclica ‒
Ecclesiam suam‒ en la que también propone tres momentos que se podrían homologar con
los que ya presentamos: conciencia, renovación y diálogo.
Y, como la historia es maestra de vida ‒y sobre todo la historia de la Iglesia en la que
trabaja el Espíritu‒ podemos re-cordar (es decir “volver a pasar por el corazón”) ese
pentecostés que fue Medellín para impulsar nuestro camino actual como Iglesia sinodal.