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La Conferencia de Medellín (1968) y la Doctrina Social de la Iglesia

Medellín estableció un jalón relevante en la historia reciente de la Iglesia que peregrina


en América Latina.
Cuando consideramos los aspectos vinculados con lo social ‒tema que estamos
cultivando este año en esta columna‒ que Medellín nos presenta, observamos algunos
elementos “materiales” significativos, que ya son un mensaje en sí mismos.
En primer lugar, ha cambiado el orden que presentaban las conclusiones de la primera
reunión del episcopado latinoamericano, celebrada en Río de Janeiro en 1958: mientras en
el documento de Río los temas sociales aparecían al final (en los Títulos 8 al 10) en el
documento de Medellín la “Promoción humana” es el primero de los tres bloques que tiene
el texto. A su vez, este bloque se desglosa en cinco temas específicos: justicia, paz, familia
y demografía, educación y juventud.
Incluso, sin forzar mucho el asunto, podemos decir que el primer tema del segundo
bloque (que se titula “Evangelización y crecimiento en la fe”) también tiene una fuerte
dimensión social y hace las veces de bisagra o transición de un bloque al otro: es el tema de
la pastoral popular. Y el último tema del tercer bloque (titulado “La Iglesia visible y sus
estructuras”) también es directamente un tema vinculado: los medios de comunicación
social.
Volviendo al primer bloque hay otro elemento material que es significativo, además de su
posición y es su extensión, que supera el tercio del documento y casi duplica en extensión
al bloque siguiente. Si a esto le sumamos los dos segmentos mencionados en el párrafo
anterior, tenemos que la mitad del documento de Medellín se ocupa de temas sociales.
Y, antes de continuar brevemente con el propio texto de Medellín, recordemos dos
elementos importantísimos de contexto: el último documento importante del Concilio
Vaticano II había sido Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo,
publicado en la última sesión del Concilio (1965); y meses antes Pablo VI había publicado
su encíclica social Populorum Progressio (1967) sobre la necesidad de promover el
desarrollo de los pueblos. Si a esto le agregamos que con ocasión de Medellín el propio
Pablo VI se hace presente, siendo la primera vez en la historia de la Iglesia que un Papa
pisa suelo latinoamericano, vemos que todo el contexto también es impresionante.

Yendo brevemente al texto del documento, ya desde su presentación se plantea la


necesidad de “auténtica sensibilidad social” como uno de las tres actitudes que reclama la
situación latinoamericana.
Los cinco temas de este primer bloque social siguen el conocido esquema de “ver, juzgar,
actuar” que sintetiza los momentos de la virtud de la prudencia: en un primer momento se
hace un relevamiento de los datos (ver), luego se los ilumina con la Palabra de Dios para
poder discernir sus aspectos y elementos (juzgar) para finalmente enunciar líneas de acción
que concreticen lo anterior (actuar).1
Y el hecho de que los dos primeros temas sean “justicia y paz” establece una
complementariedad evangélica, que perfila un mensaje profético para América Latina:
revertir las situaciones de injusticia que asolan al continente sin caer en la tentación de la
violencia.

1
El propio Compendio de Doctrina Social de la Iglesia enuncia este método cuando habla de la “naturaleza de
la DSI” en su capítulo 2.
La justicia convoca a trabajar arduamente para mejorar las tremendas condiciones que
sufren millones de latinoamericanos, que ya desde el primer párrafo se describen como
“una injusticia que clama al cielo”. Y, enseguida, se denuncia una gran “falta de
solidaridad, que lleva, en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya
cristalización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación de
América Latina”.
La paz aparece contextuada por el valor anterior; porque “si "el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz" [PP 87], el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en
los diversos países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la
paz”. Y enseguida se denuncia “factores que, por expresar una situación de injusticia,
constituyen una amenaza positiva contra la paz en nuestros países”. Con lo cual, vemos que
el trabajo por la justicia y la paz es, en el fondo, un solo frente común.
La situación concreta de las familias latinoamericanas también se contempla desde ese
marco mayor, porque “la familia sufre de modo especialmente grave las consecuencias de
los círculos viciosos del subdesarrollo: malas condiciones de vida y cultura, bajo nivel de
salubridad, bajo poder adquisitivo, transformaciones que no siempre se pueden captar
adecuadamente”. Y se busca potenciar a la familia como “formadora de personas,
educadora en la fe y promotora del desarrollo”.
La educación también se plantea con una dimensión social: el episcopado
latinoamericano “se ha propuesto comprometer a la Iglesia en el proceso de transformación
de los pueblos latinoamericanos” y “fija muy especialmente su atención en la educación,
como un factor básico y decisivo en el desarrollo del continente”, con un “sentido
humanista y cristiano”.
Finalmente, la juventud –que surge en ese momento como un signo de los tiempos‒
“constituye hoy no sólo el grupo más numeroso de la sociedad latinoamericana, sino
también una gran fuerza nueva de presión”. Esta nueva realidad social, que no carece de
ambigüedades, es recibida con “una actitud francamente acogedora”, a tal punto que la
juventud puede ser “un símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí
misma, o sea, a un incesante rejuvenecimiento”.
Y con esto podemos ver otra alusión a Pablo VI pero esta vez en su primera encíclica ‒
Ecclesiam suam‒ en la que también propone tres momentos que se podrían homologar con
los que ya presentamos: conciencia, renovación y diálogo.
Y, como la historia es maestra de vida ‒y sobre todo la historia de la Iglesia en la que
trabaja el Espíritu‒ podemos re-cordar (es decir “volver a pasar por el corazón”) ese
pentecostés que fue Medellín para impulsar nuestro camino actual como Iglesia sinodal.

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