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Epicteto, el filósofo de la no-

preocupación
Por
 Filosofía&Co
 -
16 julio, 2019

El estoicismo es un
filosofía que busca, ante todo, la tranquilidad y la serenidad de espíritu.
Para Epicteto, el sabio –y feliz– es aquel que acepta de buena gana todas
las circunstancias de la vida, sin desear otras. (Imagen de Epicteto de
dominio público vía Wikimedia Commons).
Epicteto es uno de los filósofos más célebres de la corriente
filosófica conocida como estoicismo, de gran popularidad en la
Grecia helenística y en la antigua Roma. Vivió casi toda su
existencia como esclavo, sin embargo, tras quedar en libertad, se
convirtió en uno de los filósofos más famosos del mundo. Ante
todo, serenidad de espíritu.

Su doctrina se centra básicamente en la ética, en la mejor manera


de vivir la vida, y sus enseñanzas han pasado a la historia como unas de
las mejores maneras de alcanzar la paz interior. Tanto es así que cuando
hablamos de «tomarnos las cosas con filosofía», por lo general nos
referimos a las ideas estoicas, y por tanto, a las de Epicteto.

1 Destino predeterminado. Esta es una de las enseñanzas básicas del


estoicismo, y por ello también de Epicteto. El ser humano no es libre, sino
que su existencia está predeterminada. Nacemos y morimos bajo un plan
divino que no podemos cambiar. Por ello, nuestro filósofo determina que no
tiene sentido que sintamos preocupaciones, angustias o frustraciones,
puesto que todo lo que nos ocurre, todo lo que acontece, no puede ser de
otro modo. Como si de un viaje en tren se tratara, nuestra vida discurre
por una senda marcada de antemano, de modo que nuestra libertad de
acción no ha de centrarse en buscar tal o cual fin específico, sino en
aceptar las reglas del juego y tratar, sencillamente, de vivir lo más cerca
posible de nuestra propia naturaleza.

2 Tranquilidad de espíritu (ataraxia). Relacionado con lo anterior, el


sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias de la
vida, pues comprende que no tiene otra opción. No está en su mano
controlar los sucesos de la existencia y por ello puede permitirse relajarse y
aceptar lo que la vida le ofrece.

De este modo, asumiendo y aceptando la incapacidad de controlar los


sucesos a los que se enfrenta, el ser humano puede alcanzar la ataraxia, la
tranquilidad de espíritu. Como el mismo Epicteto afirmaba: «Compórtate en
tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate
mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo
mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto.
Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si
eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de
su poder».

El sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias


que la vida trae consigo en cada momento
3 Vivir en el ahora. No preocuparnos ni por el pasado ni por el futuro,
sino vivir siempre en el presente, único período sobre el que tenemos algún
control. La vida centrada en el futuro complica la misma, pues el anticipo
de aquello que puede ocurrir causa en nosotros temores (muchas veces
infundados) y preocupaciones que pueden desembocar en problemas como
la ansiedad o el estrés. Del mismo modo, la vida en el pasado, evocando lo
que fue, comparándolo con lo que podría haber sido, desemboca a menudo
en depresión, otro grave problema para el ánimo.

Por ello, Epicteto apuesta por una vida plena en el único momento sobre el
que podemos tener algún poder de decisión: el ahora. Solo el momento
presente es nuestro realmente y a él hemos de dedicar nuestra atención y
esfuerzo. Y no dejemos que ni el pasado ni el futuro nos atormenten –dice
el filósofo–, pues el primero ya no existe y el segundo lo afrontaremos con
la misma ecuanimidad y virtuosismo que el hoy.
4 Imperturbabilidad. No debemos celebrar nuestros logros ni llorar
nuestras pérdidas, pues ambos son parte de lo que el destino ha trazado
para nosotros.

«Nunca digas respecto a nada: ‘lo he perdido’. Piensa: ‘lo he


devuelto’»
Básicamente lo que nos pide Epicteto es que no cedamos el control de
nuestra vida a nuestras emociones, que no son parte de un
comportamiento basado en la razón. El sabio se conoce a sí mismo, su
propia naturaleza, sus fortalezas y debilidades. Por ello, no cede ante la
irracionalidad de las pasiones, ya sean estas de alegría, tristeza, orgullo,
etc. Al contrario, acepta lo que ocurre como parte del plan divino al que
está sometido y se pliega a este. Un perro que pasea con una correa tiene
dos opciones: luchar por liberarse y marcar el paso, o dejarse guiar por su
amo, que le dirige y vela por él. Epicteto nos anima a vivir del mismo
modo.

5 Razón ante todo. Los estoicos respetaban ante todo la razón,


despreciando la irracionalidad y la representación de esta: las pasiones.
Puesto que la racionalidad es la característica básica de la naturaleza del
ser humano, es conforme a ella que hemos de vivir, repudiando todo
aquello que no sigue su senda.

El sabio ha de tener dominio absoluto de sus pasiones y mantenerse


imperturbable ante cualquier suceso. Sabe que el control de las mismas es
la base de su tranquilidad de espíritu, de manera que pone todo su
esfuerzo en vivir con la herramienta con que para ello se le ha dotado: la
racionalidad.

6 Mirada al interior. Epicteto, como estoico que es, no presta atención a


lo que sucede en el mundo, en el exterior. ¿Por qué? Por la simple razón de
que sabe que no tiene control alguno sobre lo que en este acontece. Solo
presta atención a lo que depende de sí mismo: sus pensamientos y sus
acciones. El ideal estoico es un hombre vuelto hacia sí mismo que
encuentra la paz en su interior. De este modo, trata de conocerse, de
analizarse, de comprender por qué es como es. Busca aumentar sus
virtudes y vencer sus vicios, esforzándose día tras día para mejorar y
acercarse al ideal del sabio.

7 Libertad. Todo esto que venimos diciendo no tiene otro fin que el más
ansiado objetivo de la filosofía estoica: la libertad. Epicteto, lo mismo que
Séneca, Zenón o Marco Aurelio, persigue lo que él considera la esencia de
quien es verdaderamente libre, que no es otra cosa que el total control y
conocimiento de sí mismo. Nada puede dañarle o hacerle perder su
imperturbabilidad, nada puede afectarle emocionalmente, ningún deseo
tiene que pueda ser insatisfecho. De este modo, impasible ante los
accidentes de la vida, el sabio estoico es plenamente libre, pues nadie más
que él está al mando de su alma.

Epicteto persigue lo que él considera la esencia de quien es


verdaderamente libre: el total control y conocimiento de sí mismo
8 Confianza en los sentidos. Los estoicos seguían la teoría aristotélica de
que nuestro conocimiento nos llega a través de los sentidos –nuestra
experiencia sensible–, cuya información pasa más tarde a ser analizada y
abstraída por nuestra razón (como ya hemos dicho, la herramienta principal
con la que cuenta el ser humano para vivir en el mundo), sacando entonces
conclusiones generales.

Marco Aurelio, el «emperador filósofo» que


tomó muchas ideas de Epicteto. Gobernó el Imperio romano desde el año
161 hasta el año de su muerte, en 180 (Busto de Marco Aurelio. Museo
Metropolitano)
9 Dios. Epicteto defiende la idea de una o varias divinidades, superiores a
los humanos, que se encargan de regir nuestros destinos y organizar las
leyes que gobiernan la naturaleza. Así, el ser humano nunca está solo, pues
vive conforme al plan que Dios ha establecido para él. Esta visión de la
divinidad de los estoicos tuvo una fácil reinterpretación por la mayoría de
las religiones, que adaptaron a ese «guía» que marca nuestro destino y
nuestra naturaleza a sus respectivas divinidades.

Para los estoicos, es irrelevante qué Dios es el que está guiando nuestros
pasos, sino el hecho de que sea así. Llamémoslo Dios, ley natural, logos,
Tao, karma… No importa. Sólo hemos de aceptar la idea de que nuestra
vida no depende exclusivamente de nosotros y que, por ello, la misma
nunca podrá plegarse totalmente a lo que queremos. Por eso, lo mejor es
permitirla fluir y dejarnos llevar por ella, anulando nuestras expectativas y
confiando en el buen hacer de quien ha fijado nuestro rumbo.

10 Naturaleza. En esencia, toda la filosofía estoica se basa en vivir


comulgando con las leyes establecidas por la naturaleza. Por ello, hemos de
vivir racionalmente y confiando en el plan que se ha establecido para
nosotros. Sólo así el ser humano puede lograr vivir una buena vida. No una
llena de placeres y desenfrenos, sino una vida feliz, ausente de dolor y
caracterizada por la tranquilidad.

Epicteto
(Hierápolis, c. 50 - Nicópolis, c. 125) Filósofo estoico. En Roma fue esclavo
de Epafrodito, liberto de Nerón, y siguió las lecciones del estoico Musonio
Rufo; una vez emancipado, se dedicó a la filosofía, en especial a la moral.
Con otros filósofos hubo de dejar Roma por decreto de Domiciano (94). A
partir de su enseñanza oral, su discípulo Flavio Arriano de Nicomedia
elaboró las Disertaciones de Epicteto, conjunto de lecciones del maestro, y
el Enquiridión (traducido como Manual o Manual de vida), colección de máximas.

Epicteto
Epicteto nació el año 50 cerca de Hierápolis de Frigia, la ciudad de Cibeles,
ruidosa de ritos orgiásticos y llena de vapores sagrados. No se sabe cuándo
ni cómo fue llevado esclavo a Roma. También su nombre resulta incierto;
posiblemente debe de ser un mero adjetivo ("apéndice"). Su señor
Epafrodito, a quien algunos juzgan el famoso liberto de Nerón, le desfiguró
con fría crueldad. Mientras el instrumento de tortura iba torciéndole la
pierna, Epicteto se limitó a decir al verdugo: "¡Mira que la romperás!" Y
cuando, finalmente, la pierna llegó a quebrarse, Epicteto añadió
sencillamente: "¡Ya te lo dije!"

Esta narración proviene de Celso, cuyas páginas se hallan reproducidas


por Orígenes (Contra Celsum, III, 368); y aun cuando el Léxico de Suidas no
ofrece la misma explicación dramática del defecto de Epicteto, que atribuye
al reuma, no hay otros motivos para rechazar algo aceptado por autores
como Orígenes y los hermanos César y Gregorio de Nacianzo.
Indudablemente, Epafrodito no debía de ser un amo generoso; para librarle
de las acusaciones de crueldad resultan insuficientes el permiso que dio a
Epicteto para que pudiera asistir a las lecciones de Musonio Rufo y,
finalmente, la manumisión de su esclavo.

Epicteto citaba algunos rasgos de su antiguo dueño, que no proponía a la


imitación de los discípulos; esto fue toda su venganza. El filósofo estoico
Musonio Rufo ejerció en Epicteto una impresión indeleble y convirtió al
esclavo en un "gran misionero del estoicismo" (Souilhé), entendido
precisamente como forma de vida, y en un admirable maestro de los
jóvenes. La mejor aristocracia romana, con los nombres más ilustres de la
época neroniana, que vivió momentos de terror, profesó un estoicismo del
que hasta cierto punto hizo una moda.

Sin embargo, la tiranía y la filosofía no podían coexistir, y Musonio Rufo se


vio desterrado por Nerón; Epicteto, comprendido en la proscripción
senatorial general del 94 dirigida contra filósofos, matemáticos y
astrólogos, se estableció en Nicópolis, en el Epiro, donde poco tiempo
después se hizo tan famoso que atrajo con sus enseñanzas a cuantos
viajeros hacían escala allí de paso para la Magna Grecia, incluido el
infatigable periegeta que fue el emperador Adriano. Tanto en Nicópolis como
en Roma, Epicteto vivió pobre y solo. Simplicio dice que únicamente para
cuidar de un huerfanito adoptado tomó consigo a una mujer, hacia el final
de su vida. Murió entre los años 125 y 130.
Su palabra era tan vigorosa, espontánea y sincera que ha permanecido viva
en las notas redactadas con fidelidad taquigráfica por un amoroso
discípulo, Flavio Arriano de Nicomedia. A él y a su fiel entusiasmo debemos
las Disertaciones y el Enquiridión. Se conservan además algunos fragmentos
procedentes de Marco Aurelio, Aulo Gelio, Arnobio y Stobeo. Sin embargo,
el lenguaje rudo, los vivos parangones y la energía austera son siempre del
maestro. Arriano no quiso presentarse en absoluto como autor y fue sólo
un editor perfecto.
Aun cuando Epicteto no resulte nada original en el ámbito especulativo, sí
lo es, en cambio, en su completa transposición práctica del estoicismo, al
cual no pide una vida tranquila junto a los demás, ni una optimista armonía
con las grandes leyes, inmanentes, con el mismo Dios, en el mundo, sino
(y en ello aparece la profunda huella de su persona humana) la libertad
como conquista ética, liberación religiosa más bien, e independencia
absoluta del alma. En las Disertaciones no alienta el gran estoicismo
de Séneca y Posidonio. Epicteto busca la virtud (libertad y no sabiduría) con
una especie de inflexibilidad y con la fe comunicativa que anima su
lenguaje.

Traducidas también a veces como Diatribas o Discursos de Epicteto,


las Disertaciones se componían originariamente de ocho libros de los que sólo
nos han llegado cuatro. En una carta dirigida a Aulo Gelio y puesta al
principio de las Disertaciones, el mismo Flavio Arriano de Nicomedia afirma
que se ha limitado a transcribir fielmente cuanto oyó de labios del maestro
en la escuela por él fundada en Nicópolis, en Epiro. Y que espera que, aun a
través de su estilo desaliñado, se manifieste claramente la sublimidad de
las enseñanzas de Epicteto y la excelsa misión moral que con ellas se
propuso.
Las Disertaciones es una obra de una importancia fundamental para conocer
el tercer período del estoicismo, llamado romano, que tiene en Epicteto y
en Marco Aurelio sus máximos representantes. El interés del filósofo se dirige
sobre todo a los problemas morales, y, abandonando la tendencia ecléctica
en que el estoicismo había caído, recoge en todo su rigor el concepto de
una voluntad racional que gobierna al mundo y a la que el individuo debe
entera sujeción. De ahí el aire de religiosidad que respira toda la obra. Es
de notar también la influencia que sobre Epicteto han ejercido las doctrinas
cínicas; por lo demás, no sólo en el título, sino también en la forma, las
disertaciones redactadas por Arriano evocan las "diatribas" cínicas de
carácter popular.

Primer concepto fundamental en la construcción de Epicteto es el de la


Providencia divina que gobierna el mundo y que lo dirige según las leyes de
la naturaleza (coincidentes con las de la razón humana) en el mejor de los
modos. Dios, padre de los hombres, lo ha predispuesto todo para su bien
material y moral; si el mal interviene en la vida humana no es culpa de la
Providencia, sino del hombre mismo que, olvidando su origen sublime y su
razón (centella divina que debería guiarlo en todas sus acciones), se deja
seducir por falsas apariencias del bien y se somete a los vicios y pasiones.

Con tal proceder, el hombre renuncia a su privilegio, se hunde en la miseria


y niega aquella libertad suprema que Dios ha querido darle sólo a él entre
todos los seres del universo. El hombre es, en efecto, libre, desde el
momento que tiene en su poder las únicas cosas que importan: el uso de
su pensamiento, de sus inclinaciones, de su voluntad, de todo cuanto
precisa para preservar por completo su libertad de una primera cadena de
esclavitud, la de las pasiones que turban el espíritu como enfermedades del
alma. En cuanto al segundo vínculo de esclavitud, el de las cosas
exteriores, tiene su origen en una idea errónea: honores, riquezas, salud o
nuestro mismo cuerpo no nos pertenecen; nos han sido dejados en
préstamo, en usufructo; en cualquier momento nos pueden ser exigidos y
nosotros debemos estar dispuestos a devolverlos sin demora y sin pesar.

Por esto el hombre debe aprender a cifrar todos sus gozos y pesares en
aquello que, por ser de naturaleza interior, permanece inalterable, firme y
libre de cualquier traba. ¿De dónde saca el hombre la fuerza para ser
prudente, seguro de sí mismo, libre frente a los demás hombres y a las
adversidades de la vida? Se la da Dios, de quien ha recibido con la razón
una partícula inmortal de su omnipotencia. El hombre debe venerar esta
porción divina que hay en él y protegerla del contagio de los sentidos, debe
escucharla y obedecerla en las horas de duda y de tentación: ella es la
conciencia que le conduce a obrar el bien y a vencer serenamente el mal, y
la más sólida garantía de su virtud y de su felicidad.

Otro concepto fundamental que inspira las Disertaciones y que está


estrechamente ligado al precedente es el de la fraternidad humana; todos
los hombres, en calidad de hijos de Dios, son hermanos entre sí, y se
deben afecto y ayuda mutuos. Las faltas de nuestro prójimo deben inspirar
en nosotros la comprensión y la piedad; debemos ser cautos en juzgar y
serenos y justos en castigarlas, cuando sea necesario. Y cuando alguien
nos ofenda, pensemos que el vengar la ofensa redundaría sólo en nuestro
daño, porque menguaría nuestra integridad moral; y éste es precisamente
el único mal que puede hacerse a un hombre digno de este nombre.
De todos los problemas particulares examinados por Epicteto, que abarcan
casi todos los aspectos de la vida espiritual y de las relaciones sociales del
individuo, aparece claro y completo el concepto de la vida como misión, la
cual debe ser realizada mediante la elevación constante de nuestro espíritu
y del de los demás, y mediante la obediencia (humilde y al propio tiempo
activa y operante) a la voluntad de Dios. Por estas razones fundamentales
y por los principios que de ellas se derivan (resignación en los sufrimientos
y privaciones y amor fraterno hacia todos los hombres, junto a los cuales el
sabio debe sentirse y hacerse sentir como enviado, siervo y ministro de
Dios), la concepción de Epicteto tiene un carácter religioso tan acentuado
que llegó a correr la especie de que había pertenecido secretamente
al cristianismo.
El Enquiridión o Manual de Epicteto, obra también de Flavio Arriano, es una
colección de máximas y de enseñanzas morales expuestas en clara forma
discursiva, orgánica y de lograda brevedad, generalmente conocida gracias
a la hermosa versión que Giacomo Leopardi hizo en 1825. Partiendo de la
libertad como bien supremo, Epicteto distingue entre las cosas que
dependen de nosotros y, por ello, son libres (juicio, intelecto, inclinación,
deseo, aversión) de aquellas otras que no dependen de nosotros (cuerpo,
salud, fortuna, riqueza, honores) y por ello son esclavas. Solamente las
primeras tienen un relieve moral, en cuanto son útiles para la dignidad y la
perfección del alma; las segundas se dividen en preferibles (por ejemplo, la
salud) y no deseables (por ejemplo, la enfermedad), pero como no poseen
relieve moral se mantienen como extrañas a nuestro ser íntimo y, en
consecuencia, no encierran importancia.
El sabio, que sabe distinguir las dos categorías, es integralmente libre:
nada ni nadie pueden privarle de lo que es suyo: "Ni el propio Júpiter puede
forzarme a desear lo que no quiero ni a creer en lo que no creo". La
libertad comienza con el dominio de sus propios impulsos irracionales
(instintos, vicios, pasiones) y se extiende al de las ambiciones,
decepciones, hechos sociales y políticos, el miedo a las enfermedades y a la
muerte. Porque el sabio, si no puede quedar inmune de muchos
acaecimientos reputados como males, tiene facultad, al menos, para
regular las reacciones de su propio espíritu frente a aquellos
acontecimientos: "Suprime la idea y suprimirás también el hecho".

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