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TEMA 0

EL PUEBLO DE DIOS.

1 EL MISTERIO DE LA IGLESIA

No Debemos olvidar que el CIC emana de la doctrina que surge del Concilio Vaticano
II, y en el capítulo 32 que nos ocupa de la Lumen Gentium.
Entre las múltiples figuras que podemos encontrar al hablar de la Iglesia el Vaticano
II se ha servido especialmente de Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo.
Todas las formas de explicar la Iglesia en ningún momento podemos pensar que sean
excluyentes, sino que se relacionan y se complementan entre sí. La Iglesia es sobre todo
comunión, sacramento de salvación, sería absurdo pensar en que es una sociedad jurídica
al estilo humano, no olvidemos cual fue la voluntad de Jesús. Por ello se parte en el libro
II no del clérigo sino desde el fiel laico.
La imagen de la Iglesia como sacramento resalta el papel santificador de toda la
Iglesia.
La imagen de Cuerpo de Cristo, arroja luz no sólo sobre la constitución interna de la
Iglesia, sino que ilustra también un modo de ser de su conformación externa: a variedad
en la unidad, y con ello la diversidad de funciones que tienen los fieles.
La imagen de Pueblo de Dios, sin embargo es la que mejor expresa su dimensión
histórica y social, imagen enraizada en la historia de la salvación.
Todo ello nos conduce a entender la Iglesia como un Misterio al que no somos
capaces de alcanzar en su comprensión totalmente y sin embargo somos capaces de hacer
la realidad asumiendo la obra salvífica de Cristo en nosotros.

2. LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS.

El Vaticano II usa la palabra pueblo en un sentido bien concreto en el de mostrar la


semejanza entre el antiguo pueblo de Israel y la Iglesia (LG 9). De tal modo que la
imagen de Pueblo de Dios nos muestra que el hombre es elevado a un grado sobrenatural,
no sólo individualmente sino sobre todo en una dimensión social: “Dios ha querido que la
santificación de los hombres se lleve a cabo constituyendo el nuevo Pueblo de Dios”.
Por tanto como Pueblo de Dios la Iglesia tiene una serie de características que la
diferencia de las demás sociedades:
∙ Sus miembros tienen un mismo origen, a partir del bautismo que nos hace hijos de
Dios, con unas características ontológicas comunes.
∙ Forma un conjunto solidario, estamos injertados en la cabeza que es Cristo, pero a
la vez todos los miembros tenemos una dimensión social con unos bienes
comunes.
∙ Además para llevar a cabo esos bienes y destinos comunes este Pueblo se
organiza socialmente en una unidad jurídica superior cuya índole es puramente
religiosa y con una jerarquía como voluntad de su divino fundador.

LIBRO II DEL CÓDIGO


LOS FIELES CRISTIANOS

El libro II es el más extenso (cc. 204-746) y como ya he dicho el más lleno de la


riqueza del Vaticano II.
Este libro lo primero que hace es exponer la estructura de la Iglesia fijándose en
primer lugar en su elemento comunitario, integrado por los fieles cristianos bautizados;
en segundo lugar se centra en el elemento jerárquico dependiente del sacramento del
Orden. De este modo se observa el sustrato comunitario del Pueblo de Dios es
lógicamente anterior a su estructura jerárquica; la condición de fiel es previa a la de
ordenado; y la tercera parte que nos ocupará en este libro es la referente a los
consagrados.

204 §1. Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se
integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cada una según su propia condición, son llamados a
desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo.
§2. Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, subsiste en
la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con
él.

En el parágrafo 1 queda claro quién es el fiel cristiano y al señalarlo como miembro


del pueblo de Dios quedan mostrados implícitamente los principios de igualdad y
diversidad. La noción de fiel de §1 está inspirada en LG 31. Subraya el origen
sacramental de la condición de fiel, remarcando la unión con Cristo obrada a través del
bautismo. Esta incorporación lleva consigo unas consecuencias ontológicas: “todos
estamos llamados a la función sacerdotal, profética y real de Cristo”, todos poseemos el
sacerdocio común y por tanto a participar activamente en la misión de la Iglesia. Así
vemos que no estamos hablando ni de un privilegio ni una concesión hecha por la
jerarquía, sino el resultado de su incorporación a Cristo por el bautismo.
Es a partir de la realidad del christifidelis como son interpretado los diversos carismas
de la Iglesia. Todos llamados a la santidad y a la misión salvífica de Cristo.
Por su parte el §2 pone de relieve el carácter societario de la Iglesia. La consideración
de la Iglesia como sociedad tiene las siguientes consideraciones fundamentales:
∙ Su carácter institucional, realidad que deriva de la voluntad del divino fundador y
caracterizada por la trascendencia e independencia de las personas que la forman.
∙ Su estructura de cuerpo social, orgánico y unitario no es simplemente el resultado
de las sumas de sus miembros sino que es una entidad propia. Siendo institución
la Iglesia tiene funciones que derivan no de su ser Pueblo de Dios sino
directamente de Cristo.
205 Se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, los bautizados
que se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquella, es decir, por los vínculos
de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico.

En este canon completa el anterior al mostrar que el fiel debe estar en comunión plena
con la Iglesia, es decir que además de tener el Espíritu de Cristo está unido dentro de la
estructura visible de aquella a Cristo. Por ello la comunión debe hacerse visible en los
tres elementos que indica el canon:
+ la fe. Adhesión al único depósito de fe, revelado en la Sagrada Escritura,
transmitido en la Tradición y en la forma propuesta por el Magisterio de la Iglesia
+ los sacramentos. Unidad en su significación.
+ y el régimen eclesiástico. Unidad con los pastores y la comunión jerárquica.
Los tres son inseparables para entender la comunión plena. La comunión plena se
puede romper de forma que se quebrante la fe o los sacramentos por medio de la herejía,
la apostasía o el cisma. Dicha separación en el lenguaje jurídico comporta la separación
de derechos y deberes específicamente eclesiales.
206 §1. De una manera especial se relacionan con la Iglesia los catecúmenos,
es decir, aquellos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan explícitamente ser
incorporados a ella, y que por este mismo deseo, así como también por la vida de fe,
esperanza y caridad que llevan, están unidos a la Iglesia, que los acoge ya como suyos.
§2. La Iglesia presta especial atención a los catecúmenos y, a la vez que los invita
a llevar una vida evangélica y los inicia en la celebración de los ritos sagrados, les
concede ya algunas prerrogativas propias de los cristianos.

Dado que el bautismo es la realidad ontológica que marca a los cristianos, el


catecúmeno que pide su admisión a recibir el bautismo se siente llamado por el Espíritu a
compartir la vida de fe de la Iglesia. La Iglesia los acoge como suyos, pero no son
plenamente miembros de la Iglesia.
Tarea de la Iglesia es acogerlos, acompañarlos en su caminar de fe, y poco a poco
introducirlos en los ritos sagrados y participar de aquellas celebraciones que les muestren
poco a poco su caminar dentro de la Iglesia, sintiéndose en cierto modo parte de la
misma.
Para adquirir la condición de catecúmeno no es necesario un acto formal de
recepción, si bien cabe la posibilidad de celebrar una ceremonia litúrgica de admisión
conforme el c. 788.
Los catecúmenos tienen cierta prerrogativa tales como la inscripción en el registro de
catecúmenos, participar dentro de unos límites de la vida litúrgica y pastoral de la Iglesia,
deben conducirse conforme una vida según la fe de la Iglesia, una vida evangélica y
tienen el deber y derecho de participar activamente en la realización de los fines de la
Iglesia.

207 §1. Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que
en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.

§2. En estos grupos hay fieles que, por la profesión de los consejos evangélicos
mediante votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se
consagran a Diosa y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia; según la manera
peculiar que les es propia; su estado, aunque no afecta a la estructura jerárquica de la
Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la misma.

Laico es todo fiel que no ha recibido el sacramento del orden, pero debe
entenderse en sentido positivo como los bautizados que viven en las circunstancias
comunes de la existencia ordinaria en el mundo. Su posición en la Iglesia se caracteriza
por la secularidad. Esta peculiar índole secular determina la misión de los fieles laicos en
la Iglesia y en el mundo.
La eficacia de su aportación a la misión de la Iglesia dependerá en buena medida de
que se mantengan fieles a su modo de ser cristianos, que viven inmersos en las realidades
temporales y que esa vida es plenamente cristiana. Debe evitarse la clericalización del
laico, como si se tratase de la promoción del mismo. La dedicación de los laicos a las
tareas seculares es dedicación a la misión de la Iglesia, en la parte que le es propia por su
vocación.
Si bien esto no debe obviar que en la vida eclesial ad intra el laico también tiene un
papel importante (c. 231) Su participación en la liturgia, la catequesis, la caridad, la
administración, los consejos, grupos apostólicos) constituyen una faceta clave para
entender la vida del laico en la Iglesia.
TEMA 1
DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS DE TODOS LOS FIELES

Este título contiene uno de los bloques más innovadores del CIC, son 16 cánones
(208-223), comunes a todos los miembros de la Iglesia en comunión con ella, de tal
manera que se reconoce la importancia y la igualdad de los fieles en su misión de
construir la Iglesia.
Se puede y debe afirmar que si reconocemos nuestra igualdad fundamental y nos
esforzamos de vivir en la comunión, podemos estar seguros que alcanzaremos la vida
eterna. El Derecho no deja de ser un instrumento al servicio de la convivencia armónica
de la sociedad eclesial, pero nos ayuda a nuestra vida de fe.

208 Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en
cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y
oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo.

Palabras que recogen casi literalmente el texto de LG 32, y que señalan el principio
de igualdad que significa que todos los cristianos gozan de la misma dignidad, están
llamados a la santidad y son corresponsables de la misión de la Iglesia. Hay por tanto,
una sola categoría de fieles con un mismo estatuto jurídico básico.
Este principio de igualdad en la condición constitucional de fiel, que implica una serie
de derechos y deberes comunes. La formalización de estos derechos y deberes no se debe
a una simple cesión ocasional a la sociedad actual, sino que la Iglesia siempre se ha
mostrado solícita a reconocer y promover la dignidad de las personas. Todos los cánones
proceden del proyecto Lex Ecclesiae Fundamentalis en el que se pretendió recoger el
derecho constitutivo de la Iglesia.
El sujeto de estos deberes y derechos es el fiel sea cual sea su misión; su fundamento
mas general la dignidad o condición ontológica de bautizado; y su objeto la prestación de
una serie de bienes que corresponden a los fieles como derecho o como deber.

209 §1. Los fieles están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia,
incluso en su modo de obrar.
§2. Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia
universal como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las
prescripciones del derecho.

La comunión con la Iglesia es el principal criterio de legitimación y límite del


ejercicio de todos los derechos y deberes del bautizado. Sólo guardando esta comunión
los derechos y obligaciones del fiel poseen fuerza y sentido y su ejercicio contribuye al
bien común eclesial.
El §2 es el corolario del §1.

210 Todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida
santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación.
Amplía el canon anterior pues no debemos olvidar que la santificación no es sino un
signo de la plenitud en la comunión. La santidad no existe en abstracto sino que es vivida
de un modo concreto, según las exigencias de la vocación personal de cada fiel (LG
41-42). No cabe duda que sobre todo es un deber moral.

211 Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de
salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.

Difundir el evangelio, con el testimonio y de palabra, es un deber y un derecho originario


del fiel, anterior a cualquier disposición de la jerarquía (AA 2,3; LG 33). Es un deber no
sólo moral sino jurídico cuando se convierte en una obligación (deber de educar a los
hijos en la fe 226§2; 774§2; 793 y 872).
Pero a la vez es un derecho en algunos casos que no sólo debe ser respetado sino
incluso favorecido e impulsado, siempre en comunión con la jerarquía y con los demás
fieles.

212 §1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir,
por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes
de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia.
Deber de obediencia a los Pastores, forma parte del deber de comunión y se
fundamenta en la constitución jerárquica de la Iglesia, querida por Dios. Como obligación
jurídica, sólo es exigible respecto de los pastores propios, cuando enseñan en el ámbito de
sus competencias. Por ello la obediencia que se pide a los fieles es la que nace de la
libertad y de la responsabilidad de los hijos de Dios.

212 §2. Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus
necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos.

Derecho de petición, la jerarquía no sólo tiene el deber de mandar para el bien


común sino también atender a las necesidades de los fieles. Este derecho puede
ejercitarse bien de palabra o por escrito, bien individualmente o colectivamente.

212 §3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio


conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión
sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles,
salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los
Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.

Derecho de opinión, se apoya en el correspondiente derecho natural y en la


corresponsabilidad de todos los fieles en la misión de la Iglesia. Un límite absoluto es el
marcado por la integridad de la fe y las costumbres, no hay que contradecir en aquello
que sea definición auténtica de fe o de moral.
213 Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes
espirituales de la Iglesia, principalmente la palabra de Dios y los Sacramentos.

Este es uno de los derechos más básicos, ya que son esenciales para seguir
plenamente la vocación a la santidad. Este canon tiene una mayor explicación en el CIC
en aquellos elementos que hacen referencia al ministerio de la Palabra de Dios y a la
administración de los sacramentos
Por tanto exige por parte de la jerarquía que se organice para que los fieles puedan
recibir la ayuda de los bienes espirituales, según sus necesidades y propia vocación.

214 Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios según las normas del propio rito
aprobado por los legítimos Pastores de la Iglesia, y a practicar su propia forma de vida
espiritual, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia.

Por rito se entiende primordialmente la Iglesia ritual o sui iuris a la que el fiel
queda adscrito desde el momento del bautismo. Todo fiel tiene derecho a dar culto a Dios
en su rito e incluso mantenerlo, siempre que ello no lleve a la perdida de los bienes
espirituales.
En lo que hace referencia a la propia espiritualidad tiene su raíz en la vocación
universal a la santidad y a la pluralidad de formas que se dan para que pueda alcanzarse,
por ello exige respetar la libertad de los fieles en lo referente al trato con Dios y sus
manifestaciones externas. El único límite es el marcado por su conformidad con la
doctrina de la Iglesia, cuyo juicio compete a la jerarquía.

215 Los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de
caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse
para procurar en común esos mismos fines.

Derecho de asociación, no como un derecho de toda persona sino como uno de


los fines eclesiales que puede proponerse al fiel.
El derecho de asociación comporta en primer lugar la libertad para constituir
asociaciones en la Iglesia para fines que corresponden a la misión eclesial. Implica
también el derecho a gobernar esas asociaciones según los propios estatutos.
Un límite intrínseco de este derecho es la participación en la misión propia de la
jerarquía.

216 Todos los fieles, puesto que participan en la misión de la Iglesia, tienen derecho a
promover y sostener la acción apostólica también con sus propias iniciativas, cada uno
según su estado y condición; pero ninguna iniciativa se atribuya el nombre de católica sin
contar con el consentimiento de la autoridad eclesiástica competente.

Para que estas iniciativas (colegios, editoriales, asilos) puedan atribuirse el


nombre de católicas (que compromete a la Iglesia como institución), deben obtener el
consentimiento de la autoridad eclesiástica competente (cc. 300; 803; 808)
217 Los fieles, puesto que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente
con la doctrina evangélica, tienen derecho a una educación cristiana por la que se les
instruya convenientemente en orden a conseguir la madurez de la persona humana y al
mismo tiempo conocer y vivir el misterio de la salvación.

El derecho a una educación cristiana comprende la enseñanza de la doctrina


católica a todos los niveles (catequético, predicación y enseñanza) todo ello en función de
alcanzar la madurez humana. El deber corresponde a toda la comunidad eclesial (747;
794) pero concretamente en primer lugar está la labor de los padres (224; 774; 793) y de
la autoridad eclesiástica y los pastores de almas. Todo ello se concretará en el libro III del
CIC.

218 Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para
investigar, así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo
que son peritos, guardando la debida sumisión al magisterio de la Iglesia.

Las libertades para opinar e investigar en las ciencias sagradas se exigen


mutuamente, ya que la investigación lleva consigo la necesidad de intercambiar
opiniones. Pero como siempre se observa el límite de evitar lesionar la doctrina de
comunión, el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad.
Es claro que no existe ningún derecho a disentir en cuestiones de fe, las otras
cuestiones siempre la disensión debe evitar los posibles males espirituales que se podrían
acarrear. Quienes enseñan disciplinas teológicas en virtud de un mandato de la autoridad
han de destacar por la rectitud de su doctrina. Por ello toda opinión personal debe hacerse
usando los medios y las bases adecuadas.

219 En la elección del estado de vida, todos los fieles tienen derecho a ser inmunes de
cualquier coacción.

La libertad del estado de vida es un derecho natural, pero es también un derecho


del fiel. Este derecho implica que a ningún fiel se le puede imponer un estado de vida que
no haya elegido libremente, ni se le obligue a perder el que ya tenía, a la vez que a nadie
se le impida de manera justa el acceder a un estado elegido por él. Si bien existen unos
límites que aunque se cumpliesen todos los requisitos se puede negar la admisión tanto a
la ordenación, la vida religiosa o el matrimonio.
Si es importante que a todas las personas desde la primera catequesis se le
informe de los distintos estados de vida existentes en la Iglesia de tal manera que acepta y
acoja aquella que quiera abrazar como más idónea para su vida.

220 A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni
violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad.

Son dos exigencias de derecho natural por la relevancia que tiene en la vida del
Pueblo de Dios y para promover la adecuada tutela.
La fama sobre alguien es un bien de gran importancia, próximo a los bienes
espirituales. La tutela de este derecho exige evitar el peligro de infamia, no admitir
denuncias anónimas, admitir el derecho a defenderse de injurias. Respecto a la intimidad
abarca el ámbito de la conciencia y la esfera privada de las personas e instituciones.
Nadie puede forzarlas.

221 §1. Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la
Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del
derecho.
§2. Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen también
derecho a ser juzgados según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas con equidad.
§3. Los fieles tienen derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es
conforme a la norma legal.

Los tres parágrafos s fundamentan en el derecho humano a la seguridad jurídica.


Derecho a la defensa legítima de los propios derechos, que se reconoce en el
ordenamiento canónico a todos los fieles y comporta la posibilidad de reclamarlos
legítimamente ante los fieles o la autoridad eclesiástica, así como de defenderlos en el
foro eclesiástico competente.
Derecho a ser juzgado según las normas jurídicas, todo fiel tiene derecho a que le
juzgue conforme las normas que deben ser aplicadas con equidad.
Legitimidad en materia penal. La autoridad eclesiástica solo puede infligir
sanciones con arreglo a la norma legal. El derecho natural obliga a la autoridad a castigar
sólo cuando haya razones legítimas y proporcionadas para ello, pero no exige una
formalización de todos los delitos y penas, como pide el principio de legalidad en materia
penal (nullum crimen, nulla poena sine lege).

222 §1. Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo
que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y
el conveniente sustento de los ministros.
§2. Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando
el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes.

Todos los fieles tienen la corresponsabilidad de sostener a la Iglesia en sus tareas,


y ella tiene el derecho de exigir a los fieles lo que necesite para el cumplimiento de sus
fines, en particular para la digna celebración del culto divino y la honesta sustentación de
sus ministros.
Se une a ello el §2 donde se muestra el deber de promover la justicia en las
cuestiones socioeconómicas, conocer la doctrina social de la iglesia y esforzarse por
aplicarla en el ejercicio de sus propias tareas. Recordar que cuando se habla de pobreza
no se trata únicamente de la pobreza material si no también de la pobreza cultural y
religiosa.
223 §1. En el ejercicio de sus derechos, tanto individualmente como unidos en
asociaciones, los fieles han de tener en cuenta el bien común de la Iglesia, así como
también los derechos ajenos y sus deberes respecto a otros.
§2. Compete a la autoridad eclesiástica regular, en atención al bien común, el
ejercicio de los derechos propios de los fieles.

En el cumplimiento de esta tarea sean tutelados y mínimamente restringidos ya


que el respeto y promoción de los derechos de los fieles, contribuye al bien de los fieles y
a la edificción de la Iglesia.

TEMA 2
DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS DE LOS FIELES LAICOS

225 §1. Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como
todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación
general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el
mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el
mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo
a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.
§2. Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de
impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así
testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y
en el ejercicio de las tareas seculares.

Como bautizados están enviados por Dios al apostolado, con lo cual observamos
una razón ontológica, que nace de la misma naturaleza del bautismo que obliga a mostrar
con la vida y las obras el evangelio para que todos se acerquen a Cristo. Es una
obligación moral, pero también jurídica que nos obliga a todos a vivir conforme nuestra
pertenencia a la Iglesia.
Pero además nos encontramos de la obligación de impregnar el orden temporal,
no es una cuestión meramente espiritual es algo que nos obliga como miembros de la
comunidad cristiana y a los fieles de un modo más grave en referencia a su presencia en
medio del mundo.
Por tanto el fiel laico tiene el deber, al menos moral, de trabajar por el apostolado
bien sólo o en asociaciones. No se puede olvidar que el laico por su situación especial en
el mundo es el que está llamado a ser sal de la tierra.

226 §1. Quienes, según su propia vocación, viven en el estado matrimonial tienen el
peculiar deber de trabajar en la edificación del pueblo de Dios a través del matrimonio y
de la familia.
§2. Por haber transmitido la vida a sus hijos, los padres tienen el gravísimo deber
y el derecho de educarles; por tanto, corresponde a los padres cristianos en primer lugar
procurar la educación cristiana de sus hijos según la doctrina enseñada por la Iglesia.
El matrimonio es uno de los estados de vida dentro de la Iglesia y por tanto es un
compromiso para toda la vida que no sólo obliga a la pareja sino a toda la familia, que no
se puede reducir únicamente a los padres y los hijos sino a todos los miembros que la
conforman.
Importante es el §2 donde se indica el deber “gravísimo” de los padres de educar
y procurar una educación cristiana para sus hijos conforme a la doctrina de la Iglesia. No
es una obligación sin más sino la necesidad que nace de ser padres y que les obliga en el
cuidado de los hijos (c. 1055). Los demás serán ayudantes en esa tarea educativa pero
ellos son los primeros que no sólo deben educar sino buscar y procurar que donde sus
hijos estudien se crezca en los valores cristianos.

227 Los fieles laicos que sean considerados idóneos tiene derecho a que se les reconozca
en los asuntos terrenos aquella libertad que compete a todos los ciudadanos; sin embargo,
al usar de esa libertad, han de cuidar de que sus acciones estén inspiradas por el espíritu
evangélico, y han de prestar atención a la doctrina propuesta por el magisterio de la
Iglesia, evitando a la vez presentar como doctrina de la Iglesia su propio criterio, en
materias opinables.

Recoge este canon la libertad que se da a los laicos para actuar en materias
temporales, ellas tienen su propia autonomía y no es misión de la Iglesia el gobernarlas,
dependen de los laicos y de sus propias iniciativas y por tanto los responsables últimos de
su actuación.
Sin embargo está autonomía en lo temporal no puede suponer una quiebra de la
unidad de vida, los cristianos en cualquier comportamiento deben guiarse por la
conciencia cristiana (LG 36), ello lleva consigo el saber actuar cristianamente en aquellas
situaciones de vida donde sea necesario el comportamiento moral, mostrando no las
propias opiniones sino el sentir de la comunidad cristiana.

228 leerlo

229 §1. Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla
cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos
tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la
capacidad y condición de cada uno.
§2. Tienen también el derecho a adquirir el conocimiento más profundo de las
ciencias sagradas que se imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o en los
institutos de ciencias religiosas, asistiendo a sus clases y obteniendo grados académicos.
§3. Ateniéndose a las prescripciones establecidas sobre la idoneidad necesaria,
también tienen capacidad de recibir de la legítima autoridad eclesiástica mandato de
enseñar ciencias sagradas.

Importante canon el que nos ocupa, la necesidad del laico de formarse para llevar
adelante la tarea de apostolado, hemos dejado los tiempos en que bastaba la buena actitud
y aptitud para guiar a la comunidad para la necesidad de formarse pensando en el diálogo
con la sociedad, la cual cada vez se encuentra en una nula disposición a hablar de Dios.
En el §2 queda clara la necesidad de una formación seria en las ciencias sagradas
asistiendo a las clases y obteniendo los grados académicos correspondientes, con la
capacidad de ser profesores (§3) y enseñar esas materias con el permiso de la autoridad
eclesiástica. Lo cual abre el campo de la investigación a los fieles.

230 §1. Los varones que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la
Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito,
mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos ministerios no les da
derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.
§2. Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en
las ceremonias litúrgicas; asimismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de
comentador, cantor, y otras, a tenor de la norma del derecho.
§3. Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden
también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus
funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas,
administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho.

Los ministerios de lector y acólito son tareas estables dentro de la Iglesia, no se


deben conceder sin más y solamente pueden ser varones. Pero teniendo en cuenta que
lectores y acólitos nombrados para tal ministerio no existen en nuestras parroquias,
adquieren un grado mayor de importancia los parágrafos siguientes del canon.
En estos casos que ocupa el canon se refiere a los laicos y por tanto ya pueden ser
hombre y mujeres, y ejercer esa tarea cuando la Iglesia lo necesite y no haya ministros
del lectorado y acolitado, acompañando a la comunidad en actuaciones como la liturgia
de la palabra, el bautismo y de un modo especial administrar la comunión.

231 §1. Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio
especial de la Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere
para desempeñar bien su función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y
diligencia.
§2. Manteniéndose lo que prescribe el can. 230,§1, tienen derecho a una
conveniente retribución que responda a su condición, y con la cual puedan proveer
decentemente a sus propias necesidades y a las de su familia, de acuerdo también con las
prescripciones del derecho civil; y tienen también derecho a que se provea debidamente a
su previsión y seguridad social y a la llamada asistencia sanitaria.

Los laicos que desempeñen un oficio especial dentro de la Iglesia deben ser
remunerados. Un elemento que como se indicaba con anterioridad hace referencia a la
doctrina social de la Iglesia de cara a cubrir las necesidades de alimentos y sanitarias de
las personas. Todo trabajador tiene derecho a su sustento.

TEMA 3
LAS ASOCIACIONES DE FIELES

298 §1. Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada
y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos
junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el
culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber,
iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la
animación con espíritu cristiano del orden temporal.

Los fieles pueden unirse en asociaciones para fomentar una vida cristiana más
perfecta, promover el culto público o la doctrina cristina, o realizar otras actividades de
apostolado, como iniciativas de evangelización.
Este c. distingue expresamente las asociaciones de fieles de los institutos de vida
consagrada y las asociaciones de vida apostólica, en los que la dinámica asociativa da
lugar a realidades eclesiales que no constituyen un puro ejercicio del derecho de
asociación, sino que presuponen fenómenos carismáticos especialmente vinculados con la
vida de la Iglesia, y que poseen un reglamento jurídico peculiar.
Hay cambios importantes en el asociacionismo con relación al CIC de 1917,
debido al Vaticano II (AA, 19 y 24; PO 8).

1.- TIPOLOGÍA
Según su vinculación con la autoridad eclesiástica, pueden ser públicas o
privadas, Es una de las grandes diferencias con el CIC anterior, ya las asociaciones no se
califican en función de los fines, sino su vinculación con la jerarquía que reclama los
fines que se buscan y un reglamento jurídico peculiar.
Según los fieles que la forman pueden ser de tres tipos: asociaciones comunes
(formadas por clérigos y laicos c. 298§1), asociaciones de laicos (cc. 327 ss) y
asociaciones de clérigos (c. 278).
Según su ámbito de actuación: pueden ser asociaciones diocesanas, nacionales o
internacionales (c. 312).
El CIC menciona además dos tipos específicos de asociaciones: las clericales y
las órdenes terceras. Las clericales no son las de clérigos, se trata de un tipo especial de
asociaciones siempre públicas dirigidas por clérigos ya que hacen suyo el el ejercicio del
orden sagrados, y que deben ser reconocidas por la autoridad (c. 302). Por su parte las
órdenes terceras se caracterizan porque sus miembros viven en el mundo el espíritu de un
instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección bajo la alta dirección
de ese instituto (cc. 303; 311; 312…).

2.- NORMAS BÁSICAS


1 Los fieles tienen libertad para inscribirse en asociaciones (c. 307§2) de un
modo especial en las alabadas por la autoridad eclesiástica (c. 298 §2). Para ser admitido
basta con cumplir los requisitos que en ella se suele pedir. (c. 306), tanto la admisión
como la eventual expulsión de un asociado deben tener lugar según las normas del
Derecho y de los estatutos (cc. 307-308).
2 Cada asociación ha de tener unos estatutos que determinen su fin, regulen su
funcionamiento y funcionamiento y establezcan las condiciones para formar parte de
ellas (c. 304§1) Pueden elegir el nombre que quieran dentro de los fines a los que se van
a dedicar, pero no pueden usar el título de “católica” sin el consentimiento expreso de la
autoridad eclesiástica (cc. 300; 304§2).
3 Las asociaciones gozan de la potestad de gobernarse, administrarse y tener sus
normas internas (c. 309).
Toda asociación de fieles está sujeta a la vigilancia y al régimen de la autoridad
eclesiástica, en los términos y modalidades correspondientes a la naturaleza de cada una
(c. 305).

3.- ASOCIACIONES PÚBLICAS Y ASOCIACIONES PRIVADAS

El derecho de asociaciones comprende no solo la libertad de inscribirse en


asociaciones ya existentes, sino también la de crear nuevas asociaciones en la Iglesia y
dirigirlas con arreglo a Derecho.
Las asociaciones creadas por un acuerdo privado entre varios fieles para perseguir
fines eclesiales (c. 215; 298) se llaman privadas. No son erigidas por la autoridad
eclesiástica. Sin embargo los estatutos de la asociación deben ser revisados por la
autoridad eclesiástica (c. 299 §3), esta revisión no supone que la autoridad apruebe,
confirme u otorgue los estatutos haciéndolos propios, consiste simplemente en una
aprobación que nada se opone a ellos (nihil obstat).
Sin embargo si alguna actividad tiene una especial conexión con la misión de la
jerarquía de la Iglesia, se sustrae a la iniciativa privada de los fieles y se reserva a la
autoridad, como puede ser el caso de asociaciones que pretendan impartir doctrina
cristiana, o promover el culto público. En ese caso el decreto de erección y la misión de
la misma la conferirá la autoridad eclesiástica.
Todas las asociaciones erigidas por la autoridad de la Iglesia se llaman públicas
(c. 301§§2-3). Las asociaciones públicas además de ser erigidas por decreto por la
autoridad (c. 312) necesitan la aprobación de sus estatutos (c. 314). La aprobación supone
una intervención jurídica más intensa que la simple revisión. La aprobación no quiere
decir que se asuman los estatutos sino que se adecuan los medios y modos de actuación
previstos en las normas estatutarias. También requieren aprobación los posteriores
cambios o revisiones de los estatutos (c. 314).

4.- LA PERSONALIDAD JURÍDICA DE LAS ASOCIACIONES

Para que una asociación tenga personalidad jurídica se requiere una especial
concesión por decreto de la autoridad (c. 114). Sólo se otorga a aquellas asociaciones que
persigan un fin eclesial claro y que ponderadas todas las circunstancias, pueda preverse
que dispondrán de los medios necesarios para llevarlo a cabo. Las asociaciones privadas
no pueden tener personalidad jurídica al no ser aprobados sus estatutos, pero pueden
adquirirlo si presentan sus estatutos para ser aprobados (c. 322) sin que ello modifique la
naturaleza privada de la asociación.
Las públicas reciben la personalidad jurídica automáticamente, en virtud del
mismo decreto por el que la autoridad las erige (c. 313).

5.- RÉGIMEN JURÍDICO DE LAS ASOCIACIONES

Gobierno.- En el gobierno se deben dar dos premisas fundamentales: toda


asociación está sujeta al régimen y a la vigilancia de la autoridad eclesiástica y el
principio general del Derecho asociativo que reconoce la autonomía para gobernarse y
actuar conforme a sus estatutos.
Las asociaciones públicas si bien se rigen por sus propios estatutos no cabe duda
que siempre deben someterse a la alta dirección (orientación, control y suplencia del
gobierno propio) de la autoridad eclesiástica (c. 315).
Las asociaciones privadas las dirigen y gobiernan los fieles conforme a sus
estatutos si bien cabe una cierta figura de vigilancia de la autoridad.
Nombramientos.- La designación del presidente en las asociaciones públicas se
hace conforme a los estatutos, pero siempre corresponderá a la autoridad confirmar al
elegido o instituir al presentado (c. 317 §1). El presidente no puede ser el capellán ni
tener un cargo político.
El nombramiento del capellán corresponde siempre a la autoridad, que si lo
considera oportuno oirá antes a los miembros de la asociación.
La autoridad eclesiástica puede remover de su cargo al presidente por causa justa
y conforme a los estatutos, así como a los miembros de la asociación y al mismo capellán
(c. 318 §2), y llegado el caso ir más allá de la mera alta dirección y designar un comisario
que gobierne en su nombre la asociación, mientras duren las especiales circunstancias
que motivaron esa medida.
Por parte de las asociaciones privadas eligen libremente al presidente y los cargos
de la asociación, pueden tener un consejero espiritual elegido entre los sacerdotes de la
diócesis pero para esto deben ser confirmados por el Ordinario del lugar (c. 324).
Administración de los bienes.- Cada asociación pública lleva su administración
con arreglo a las normas codiciales sobre los bienes eclesiásticos y según sus estatutos.
Pero como bienes eclesiásticos que son deben rendir cuenta anualmente a la autoridad
eclesiástica y justificar el empleo de las limosnas y ofrendas recibidas (c. 319).
Las asociaciones privadas administran libremente sus bienes conforme a los
estatutos, siempre bajo la vigilancia de la autoridad que asegure que los bienes no se
empleen para finalidades ajenas a los fines de la asociación (c. 325 §1).
Si bien el c. 325 §2 dispone que los bienes recibidos como donación o legado para
causas pías (c. 114) por una asociación privada se administra bajo la autoridad del
Ordinario del lugar, esto no es una excepción sino la aplicación del régimen especial al
que están sujetos las pías voluntades (c. 1301).
Extinción de las asociaciones.- Las asociaciones dotadas de personalidad jurídica
poseen por naturaleza una tendencia a la perpetuidad; pero pueden extinguirse si son
legítimamente suprimidas por la autoridad competente o si su actividad cesa
completamente por espacio de cien años. Si son personas jurídicas privadas pueden
quedar disueltas conforme a sus estatutos o porque la autoridad competente juzgue que
han dejado de existir por otras causas previstas en los estatutos.
Sin embargo conforme al c. 320 la autoridad que tiene potestad para la supresión
no debe tomar una decisión sin oír a su presidente y a los demás oficiales mayores. Y el
c. 326 §1 dispone que las asociaciones privadas se extinguen conforme a lo dispuesto en
sus estatutos o bien por la autoridad.
Cuando una asociación pública se extingue, el destino de su patrimonio se
determina conforme el c. 123, por ello es tan importante que en los estatutos quede todo
reflejado y a donde deben dirigirse.

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