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INTRODUCCIÓN AL ECUMENISMO
CEOP 2021
Tema 1.3. Fundamentación eclesiológica
Fr. Jorge A. Scampini, O.P.

IGLESIA DE CRISTO, IGLESIA CATÓLICA, IGLESIAS Y COMUNIDADES ECLESIALES

I. Notas teológicas para la comprensión de un vocabulario


Los sacramentos que la Iglesia celebra y, al mismo tiempo, la edifican, tienen un
significado profundo para la comunión eclesial; esto adquiere aspectos particulares en el
marco de una cristiandad fragmentada. En efecto, los sacramentos no sólo dan densidad
eclesial a aquellas comunidades cristianas que los celebran, sino que, además, sellan de
modo determinante la comunión entre los cristianos separados que aspiran a la realización
de la plena comunión eclesial, una comunión llamada a encontrar una expresión visible. Por
eso, desde la visión católica, los sacramentos representan un papel esencial en el momento
de comprender la Iglesia y la meta del movimiento ecuménico. El bautismo significa la
comunión de gracia que ya existe entre todos los cristianos. La celebración de una única
Eucaristía será la expresión de la unidad eclesial recuperada. La comunión real que ya
existe entre todos los cristianos, aunque aún es imperfecta, encuentra una expresión en el
reconocimiento de los sacramentos celebrados en las otras iglesias y comuniones cristianas.
Si bien es cierto que el reconocimiento del único bautismo no siempre es recíproco y que
no es posible para todos participar habitualmente, y de modo indiscriminado, en la única
mesa del Señor.1 Desde aquí es importante dar un paso hacia una consideración
eclesiológica, que tenga en cuenta lo presentado previamente acerca de la diversa
estructuración de las otras comunidades cristianas con las cuales la Iglesia católica no tiene
aún una plena comunión en la fe, sacramental, o simplemente eclesial.
Para recorrer el camino que nos conduzca a una clarificación, es necesario volver a los
textos del Concilio Vaticano II, sin desconocer cuál ha sido la originalidad de su
contribución.

1) La comprensión de la Iglesia en la eclesiología pre-conciliar


Uno de los grandes aportes de la teología conciliar fue ofrecerle a la Iglesia católica un
nuevo espacio de auto-comprensión. El Concilio, sin poner en juego la convicción de fe de
que la Iglesia católica es la Iglesia “una, santa, católica y apostólica”, que confesamos en el
Símbolo, ha reconocido, de modo positivo, el carácter propiamente eclesiológico de las
otras comunidades cristianas.
La eclesiología católica, acostumbrada a una visión apologética y defensiva, favorecida

1
Este tema específico se verá al final del curso, cuando se aborden las cuestiones pastorales.
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por el clima generado como consecuencia de la Reforma y la necesidad de demostrar cuál


era la verdadera Iglesia y, luego, por el asedio ideológico y político de los estados
modernos, había puesto el acento en una auto-comprensión que se definía por los elementos
visibles e institucionales. Esto había conducido a la afirmación teológica de que la Iglesia
católica era la realización única, exclusiva y excluyente, de la Iglesia de Cristo. Afirmación
que no condecía con los datos de la historia, al menos en lo que hacía a las relaciones de la
Iglesia católica con las Iglesias de Oriente. Esto último incluso después del cisma del siglo
XI, como lo había demostrado el Concilio de Florencia (1438-1445).
En el siglo XX, la renovación de los estudios bíblicos, patrísticos y eclesiológicos,
encontró su primer eco magisterial en la encíclica Mystici corporis (1943) de Pío XII. Allí
se expresa una comprensión mistérica de la Iglesia, gracias a la asunción de una
eclesiología que se desarrolla sobre la base de la imagen paulina del Cuerpo de Cristo (cf.
Rm 12,3-8; 1ª Co 12,12-31; Ef 1,22-23; Col. 1,18) y la visión teológica escolástica de la
gracia capital. Sin embargo, esa visión se volcó luego en la visión jurídica del corpus que
provenía del derecho romano. En consecuencia, en el momento de presentar la relación
entre la Iglesia, Cuerpo de Cristo -realidad espiritual y mistérica- y la Iglesia católica, se
afirma simplemente: “La Iglesia de Cristo –que es la Iglesia católica romana…” (MC §11).
Se señala así, sin más, la identificación exclusiva entre Iglesia de Cristo e Iglesia católica.
En la visión asumida, a pesar de la novedad y riqueza de su acercamiento mistérico, no
había espacio para un reconocimiento de las otras comunidades cristianas en cuanto tales.
Sólo se reconocía a los cristianos separados, individualmente, quienes por su deseo podían
estar unidos a Cristo y a su Iglesia. La solución de la encíclica no era satisfactoria, sobre
todo cuando el movimiento ecuménico ya transitaba sus primeros pasos, y teólogos
católicos buscaban un fundamento eclesiológico a una deseada apertura de la propia Iglesia.
Esto se hizo notorio en la reflexión teológica que siguió a la publicación de la encíclica y
preparó la celebración del Concilio. A éste le tocará introducir importantes matices.

2) El aporte de la constitución Lumen gentium


a) Iglesia de Cristo e Iglesia católica desde una comprensión mistérica
Al acercarnos a la constitución conciliar sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II
descubrimos una perspectiva eclesiológica nueva. La Iglesia se concibe como un misterio
arraigado en el mismo misterio de la Trinidad; la Trinidad es su origen y su meta; y, en
cierto modo, también su modelo, como comunión de personas. Es, además, pueblo
peregrino en la historia que sólo encontrará su realización plena en la escatología. Al
descubrirse como realidad histórica, la Iglesia se ve siempre necesitada de una purificación
y una renovación que le permitan responder más plenamente a su vocación. Sin entrar en la
historia de los textos, que arroja mucha luz acerca de lo que ellos quieren expresar, nos
detendremos en la lectura de algunos parágrafos fundamentales para nuestro propósito.
En primer lugar, conviene releer Lumen gentium § 8, texto conclusivo del Capítulo I,
que presenta El misterio de la Iglesia. Después de haber señalado la realidad compleja de la
Iglesia, integrada de un elemento humano y otro divino, y su notable analogía con el
misterio del Verbo encarnado, se sostiene algo que nos interesa. La única Iglesia de Cristo,
que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica,
“... establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia
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católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien
fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como
bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica” .
La expresión subsiste en fue elegida, tal como surge del debate conciliar y del contexto
en que aparece, para señalar que la Iglesia de Cristo se realiza concretamente en la Iglesia
católica. En esto no hay novedad respecto a la afirmación previa del Magisterio. Pero el
hecho de que esta expresión haya sustituido al es de Mystici corporis se explica por el
reconocimiento de que “fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad
y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad
católica”. En otros términos, el Concilio, sin negar la realización de la Iglesia de Cristo en
la Iglesia católica, reconoce que ésta no agota históricamente el misterio de la Iglesia. La
Iglesia de Cristo desborda los límites visibles de la Iglesia católica. La identificación de la
Iglesia de Cristo con la Iglesia católica no se considera ya como exclusiva y excluyente.
Debemos reconocer que la interpretación de la expresión subsiste en no ha sido fácil.
Podemos percibir que hay interpretaciones que acentúan más una referencia cristocéntrica,
otras una referencia eclesiocéntrica y, finalmente, otras han optado por una interpretación
más romanocéntrica. Excede nuestro propósito detenernos en ellas. En todos los casos, sin
embargo, es imposible desconocer que el Concilio reconoce la presencia de muchos
elementos de santidad y de verdad, fuera de los límites de la Iglesia católica. ¿De que se
trata? Para encontrar una respuesta adecuada debemos remitirnos al Capítulo II, El Pueblo
de Dios. Allí descubriremos que el reconocimiento conciliar va más allá de ver sólo
elementos eclesiales “dispersos”.

b) La presencia de la Iglesia de Cristo “fuera” de los límites visibles de la Iglesia


católica
En Lumen gentium §13, se afirma que
“todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, (...) y a ella
pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás
creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios
llamados a la salvación”.
Los parágrafos siguientes se dedicarán a presentar a cada uno de los grupos
mencionados. El §15 presentará los vínculos que unen a la Iglesia católica con los
cristianos no católicos. Esto se hace enumerando los “elementos de verdad y santidad”
presentes fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: la Sagrada Escritura, como
norma de fe y de vida; un sincero celo religioso; la fe en Dios Padre todopoderoso y en
Cristo, Hijo de Dios y Salvador; la piedad hacia la Virgen Madre de Dios. Estos cristianos
“poseen cierta verdadera unión con el Espíritu Santo, que ejerce en ellos su virtud
santificadora con los dones y gracias y a algunos de entre ellos los fortaleció hasta la
efusión de la sangre”.
En el marco de esta enumeración, el Concilio, refiriéndose a estos cristianos, afirma:
“(...) Están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan y
reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas. Muchos de
entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía (...)”.
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Es decir que, no sólo se reconocen elementos aislados, sino que esos elementos -y de
modo notable los sacramentos-, están integrados en y, al mismo tiempo, estructuran
comunidades con verdadera densidad eclesial, y que por esa misma razón el Concilio no
duda en llamarlas Iglesias y comunidades eclesiásticas.
Hasta aquí lo que nos ofrece Lumen gentium. Para avanzar un poco más es necesario
recurrir al decreto Unitatis redintegratio.

3) Una profundización suministrada por Unitatis redintegratio


a) El valor eclesiológico de las otras comunidades, una realidad compleja
El decreto sobre el ecumenismo desarrolla y explicita, en el marco de la preocupación
ecuménica, los principios presentes en la constitución sobre la Iglesia. Nos interesa, en
primer lugar el §3. Allí, después de mencionar las escisiones que surgieron en la una y
única Iglesia de Dios, y al hecho de que Comunidades no pequeñas se separaron de la plena
comunión de la Iglesia católica, a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte, el
Concilio afirma que “quienes ahora nacen en esas Comunidades y se nutren en la fe de
Cristo no pueden ser acusados del pecado de separación (...)”. Afirmada la cierta comunión,
aunque no perfecta, que existe entre esas comunidades y la Iglesia católica, se señala luego
la existencia de divergencias doctrinales y disciplinares, y el fundamento de la comunión de
la que se goza. Se pasa entonces a enumerar los elementos o bienes que conjuntamente
edifican y dan vida a la propia Iglesia y que es posible encontrar fuera de los límites
visibles de la Iglesia católica. Se reconoce así que
“los hermanos separados de nosotros practican también no pocas acciones sagradas de la
religión cristiana, las cuales, de distintos modos, según la diversa condición de cada Iglesia
o Comunidad, pueden sin duda producir realmente la vida de la gracia y hay que
considerarlas aptas para abrir el acceso a la comunión de la salvación”.
En el tercer párrafo de este número se afirma:
“Por ello, las Iglesias y Comunidades separadas, aunque creemos que padecen
deficiencias, de ninguna manera están desprovistas de sentido y valor en el misterio de la
salvación. Porque el Espíritu Santo no rehusa servirse de ellas como medios de salvación,
cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia
católica”.
Finalmente, en el último párrafo, se dejará a salvo la originalidad de la Iglesia católica,
al señalar que los hermanos separados, individualmente, o en sus Comunidades e Iglesias,
no disfrutan de la unidad que Jesucristo quiso para todos los bautizados; sólo por medio de
la Iglesia católica, que es auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de
los medios de salvación.
Esta última afirmación, ¿no es un modo de sostener que la Iglesia católica ha salido
indemne de todas las divisiones? Y si esto es así, ¿su compromiso ecuménico es real?
Quizá sea conveniente recoger dos afirmaciones del § 4, de las cuales la primera señala el
camino que la misma Iglesia católica debe recorrer:
“Los fieles católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos separados en la acción
ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las cosas de la Iglesia, dando los primeros pasos
hacia ellos. Pero deben considerar también por su parte con ánimo sincero y diligente, lo que
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hay que renovar y corregir en la misma familia católica, para que su vida dé más fiel y claro
testimonio de la doctrina y de las normas dadas por Cristo a través de los Apóstoles.
Pues, aunque la Iglesia católica posea toda la verdad revelada por Dios, y todos los medios de
la gracia, sin embargo, sus miembros no la viven consecuentemente con todo el fervor, hasta el
punto que la faz de la Iglesia resplandece menos ante los ojos de nuestros hermanos separados
y de todo el mundo, retardándose con ello el crecimiento del reino de Dios.
Por tanto, todos los católicos deben tender a la perfección cristiana y esforzarse cada uno
según su condición para que la Iglesia, portadora de la humildad y de la pasión de Jesús en su
cuerpo, se purifique y se renueve de día en día, hasta que Cristo se la presente a sí mismo
gloriosa, sin mancha ni arruga.
Y la segunda pone de manifiesto cómo la Iglesia católica se ve ella misma afectada
por la división entre los cristianos:
“…las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia lleve a efecto su propia plenitud de
catolicidad en aquellos hijos que, estando verdaderamente incorporados a ella por el bautismo,
están, sin embargo, separados de su plena comunión. Más aún, a la misma Iglesia le resulta
muy difícil expresar, bajo todos los aspectos, en la realidad misma de la vida, la plenitud de la
catolicidad.”
Como podemos constatar, después de esta lectura, al mismo tiempo que se reconoce el
valor eclesiológico de las comunidades en las que se congregan los demás cristianos, se
siguen las expresiones: Comunidades, Iglesias y comunidades separadas, Comunidades e
Iglesias, o se habla de la diversa condición de cada Iglesia o Comunidad. En ningún
momento se dice cuándo estamos ante una Iglesia o ante una Comunidad; tampoco en qué
se fundamenta la diversa condición de cada Comunidad. Es necesario, para un intento de
respuesta, pasar al Capítulo III del decreto.

b) El camino hacia una respuesta


El Capítulo III lleva como título: Las Iglesias y comunidades eclesiales separadas de la
sede apostólica romana. En este título aparecen dos elementos que vale la pena señalar.
‒ En primer lugar, a nivel de los términos, se presenta un neologismo propio del
Concilio, se trata del adjetivo: eclesiales, que califica al sustantivo comunidades.
‒ El segundo es el punto de referencia que se ha elegido para describir el estado de
separación: la sede apostólica romana. Las otras Iglesias y comunidades no se
hallan separadas de la Iglesia de Cristo, sino de la Iglesia católica, que encuentra en
la sede romana su principio visible y perpetuo de unidad en la fe. En coherencia con
esto, y permaneciendo el convencimiento de que la unidad de la Iglesia una y única
de Cristo “subsiste indefectible en la Iglesia católica” (UR 4), no se habla de
alcanzar la “unidad de la Iglesia”, sino “de los cristianos”. Pero esta unidad no se
realizará a través del “retorno” de los otros cristianos a la Iglesia católica, sino
gracias a la realización de la comunión plena entre la Iglesia católica y las otras
Iglesias y comunidades eclesiales.
Más allá de su título, el desarrollo de este capítulo ofrecerá una nueva luz. En los §§14-
18, el Concilio se detiene en las Iglesias orientales, a las que califica sin más de Iglesias. La
presentación se desarrolla como una positiva descripción de las riquezas de esas Iglesias,
complementarias del patrimonio de la Iglesia de Occidente. En ese contexto, en el §15,
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después de reconocer el lugar que allí ocupa la liturgia y especialmente la celebración


eucarística, se dice:
“Así, pues, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se
edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre
ellas”.
De lo que surge, sin duda, que las Iglesias orientales se consideran verdaderas Iglesias.
Para esa valoración, no es despreciable el lugar que ocupa en ellas el misterio eucarístico.
¿Qué ocurre cuando el Concilio se detiene en el mundo cristiano de Occidente?
La segunda parte de este Capítulo III lleva por título Las Iglesias y comunidades
eclesiales separadas en Occidente. Se desprende ya del título que la diversa condición de
cada Iglesia o Comunidad es más propia del cristianismo occidental. El primer parágrafo
de este apartado, desde una lectura histórica, permanece con la doble nomenclatura:
Iglesias y Comunidades eclesiales. Pero, a diferencia de lo que se hizo con las Iglesias
orientales, se señalan ahora las “discrepancias muy importantes, no sólo de índole histórica,
sociológica, psicológica y cultural, sino, ante todo, de interpretación de la verdad revelada”,
que las separa de la Iglesia católica y que deben ser tema de diálogo. En los dos parágrafos
siguientes se valoran la confesión pública de Cristo que realizan los otros cristianos y su
amor y veneración por las Sagradas Escrituras (UR §§ 20-21). Y, en el § 22, se considera la
vida sacramental.
Después de reconocer la realidad del único bautismo, que une sacramentalmente a
todos los cristianos, el Concilio aborda el tema de la Eucaristía. Se afirma entonces que:
“Las Comunidades eclesiales separadas, aunque les falte esta unidad plena con nosotros
que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por un defecto (defectum) en
el sacramento del orden, no han conservado la genuina e íntegra sustancia del Misterio
eucarístico, sin embargo, mientras conmemoran en la santa Cena la muerte y la
resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y
esperan su glorioso advenimiento”.
Es la razón por la cual la doctrina sobre la Cena del Señor, los demás sacramentos, el
culto y los ministerios, debe ser objeto de diálogo.
El texto que acabamos de reproducir parece dar una respuesta a la pregunta inicial,
pero ésta debe deducirse. El sujeto de esta afirmación es: comunidades eclesiales; única
vez, en todo el texto del decreto, en que la expresión no aparece precedida de la palabra
Iglesias. De esas comunidades se afirma que, por un defecto en el sacramento del orden, no
han conservado la genuina e íntegra sustancia del Misterio eucarístico. Leído esto en
paralelo con el § 15, referente a las Iglesias orientales, y a cómo en ellas la celebración de
Eucaristía edifica y hace crecer la Iglesia de Dios, parece desprenderse que el Concilio, sin
afirmarlo expresamente, ha optado por un camino inductivo, que va de los sacramentos a la
Iglesia:
‒ Partiendo de la validez del sacramento del orden y de la Eucaristía, es posible
inducir que estamos ante una comunidad cristiana que, teológicamente, puede
calificarse como Iglesia; es el caso de las Iglesias orientales.
‒ En cambio, cuando una comunidad cristiana, por un defecto en el sacramento del
orden, especialmente por una interrupción en la continuidad con el ministerio
apostólico, no ha conservado la genuina e íntegra sustancia del Misterio eucarístico,
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no estaríamos en sentido propio ante la realidad plena de Iglesia. Esto no quiere


decir, de ningún modo, que en ese caso estemos ante un vacío eclesial. No es
indiferente que junto a comunidades aparezca el adjetivo eclesiales.

4) Una apertura que invita a asumir una tarea pendiente


Hasta aquí llega la enseñanza conciliar. El Concilio no dice más. La perspectiva asumida
no juzga en absoluto la calidad de vida cristiana de los demás cristianos. Permanece, desde
una consideración teológica, a nivel de lo que considera la estructura de la Iglesia, lo que
podríamos llamar el sacramentum. No ha dicho tampoco cuáles de entre las comunidades
de Occidente no serían Iglesias en sentido propio. Esto lo ha dejado como tarea para los
teólogos. Pero hay algo que no debemos olvidar: Lo que el Concilio ha afirmado se
encuentra en el contexto de un reconocimiento positivo de la eclesialidad de las otras
Iglesias y comunidades. Tan cierto es esto que ha sido capaz de superar el desconocimiento
que se daba en la enseñanza magisterial previa.
A más de cinco décadas de la promulgación de Lumen gentium y de Unitatis
redintegratio, cuando estos textos continúan siendo teológicamente vinculantes, vale la
pena ver la coherencia de los desarrollos posteriores. Siendo conscientes de que, más allá
de la visión católica, hay una compresión diversa de la Iglesia entre las diversas tradiciones
cristianas, y que este es uno de los grandes temas que ocupa al diálogo teológico.

5) “Iglesia y comunidades eclesiales” en los documentos de la Iglesia


Al presentar la enseñanza conciliar, hemos intentado exponer cómo la Iglesia católica se
auto-comprende en el seno del movimiento ecuménico y cuál es su valoración de la
eclesialidad de las otras comuniones cristianas. Hemos dicho, además, que Lumen gentium
y Unitatis redintegratio continúan siendo teológicamente vinculantes, y es importante ver
la coherencia que existe entre la enseñanza conciliar y el desarrollo magisterial posterior.
Este desarrollo no siempre lo han seguido todos. Ese es uno de los motivos por los cuales
se produce, quizá, cierto asombro cuando los textos magisteriales afirman la existencia de
“Iglesias y comunidades eclesiales” fuera de los límites visibles de la Iglesia católica. O
cuando se considera conveniente recordar los elementos que, según la fe católica, son
constitutivos de la realidad sacramental de la Iglesia. Por eso, ahora corresponde detenernos
en una breve mención de los textos magisteriales que han continuado la línea de la
enseñanza conciliar.
La distinción entre “Iglesias y comunidades eclesiales”, introducida por el Concilio,
sigue vigente en los textos del Magisterio. Si bien es cierto que, gracias al desarrollo de la
reflexión, se han hecho explicitas aquellas razones teológicas que, sólo a través de un
proceso inductivo de interpretación, era posible descubrir en la trama del decreto conciliar.
La afirmación católica, de que el sacramento de la Eucaristía y el ministerio episcopal en
sucesión apostólica hacen a la estructura sacramental de la Iglesia, es sin ambigüedades.
Para quienes quieran hacer el recorrido de algunos textos del Magisterio, donde aparece
esta enseñanza, se puede sugerir la lectura de:
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a. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio


para la aplicación de los principios y normas sobre el Ecumenismo (1993),
especialmente los nn. 9-20; 33; 122; 129.
b. Juan Pablo II, Encíclica Ut unum sint (1995), especialmente los nn. 10-14; 50-73;
c. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, capítulo IV.
d. Congregación para la Doctrina de la Fe, Respuestas a algunas preguntas acerca de
ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia (2007).
La Declaración Dominus Iesus, en particular, tuvo una gran repercusión en los medios
de comunicación, a pesar de tratarse de un documento de menor jerarquía que el Directorio
y la encíclica UUS. La declaración se había propuesto clarificar, entre otros temas, la
cuestión que se suscita al relacionar dos afirmaciones conciliares:
- La única Iglesia de Cristo está concreta y realmente presente en la Iglesia católica;
- Muchos y esenciales elementos de la Iglesia de Jesucristo se encuentran fuera de los
confines institucionales de la Iglesia católica (LG 8; 15; UR 3), edificando incluso
genuinas iglesias particulares, como es el caso de las Iglesias de Oriente (UR 14).
En su momento, el cardenal Walter Kasper señaló la importancia de la cuestión para el
diálogo ecuménico y ha reconocido el intento de respuesta del documento vaticano:
“La afirmación de Dominus Iesus que va más allá de las palabras del Concilio, según la
cual la Iglesia de Jesucristo está «plenamente» realizada solamente en la Iglesia católica,
ofrece el punto de partida para una respuesta apropiada. Tal afirmación significa
lógicamente que, si bien fuera de la Iglesia católica no se halla la plena realización de la
Iglesia de Jesucristo, hay, sin embargo, una imperfecta realización. Fuera de la Iglesia
católica no hay, por tanto, vacío eclesial (UUS 13). Puede no ser «la» Iglesia, pero está la
realidad eclesial. En consecuencia, Dominus Iesus no afirma que las comunidades
eclesiales originadas por la Reforma no son iglesias; sostiene que no son iglesias en sentido
propio; lo que significa, positivamente, que en un sentido impropio, análogo a la Iglesia
católica, son iglesias. En efecto, estas iglesias tienen una comprensión diversa de la Iglesia;
no quieren ser iglesias en sentido católico.”2
Quienes han seguido los textos del Magisterio han sido sensibles al modo en que
Dominus Iesus expone la enseñanza católica, ya que se optó por la vía negativa para
presentar lo que en el Concilio ha sido fruto de una mirada ante todo positiva. Esta
impresión pudo haberse acentuado por el hecho de que muchos ámbitos teológicos y
comunidades cristianas, por la experiencia de la fraternidad recuperada y el camino
recorrido, hubieran deseado estar más cerca del pleno reconocimiento eclesial de las otras
comunidades. Es verdad que un paso semejante hubiera dependido de la posesión de una
visión común del misterio de la Iglesia y de la realización efectiva de esta visión en cada
comunión cristiana. Sin embargo, esto no es aún una realidad. Juan Pablo II, en UUS (n.
79), había señalado los argumentos que debían ser profundizados para alcanzar un
verdadero consenso en la fe; entre ellos: la Eucaristía; el Orden, como sacramento, bajo el
triple ministerio del episcopado, presbiterado y diaconado; el Magisterio de la Iglesia,
confiado al Papa y a los Obispos en comunión con él. Esta meta no ha sido alcanzada y los

2
W. Kasper, “La situación presente y el futuro del movimiento ecuménico”, en id., Caminos hacia la unidad
de los cristianos, Maliaño (Cantabria): Sal terrae, 2001, 346.
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esfuerzos que tienden a lograrlo comprometen a todos los interlocutores. Si bien es cierto
que la Iglesia católica, al proponer una eclesiología más compleja y estructurada, tiene
sobre si una carga mayor en el momento de presentar y dar razón de lo que considera
constitutivo de la Iglesia.

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