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SUMARIO
“La Iglesia Particular, Comunión en la Misión”
1. Introducción: “Iglesia particular, protagonista de la misión”. La misión del fiel cristiano. Relación entre
Iglesia particular e Iglesia universal. Carácter universal de la Iglesia particular. Resultados preliminares. 2. La
comunión misionera en la Iglesia particular. La misión como comunión. La comunión de la Iglesia particular
basada en la misión. Una comunión estructurada. 3. La responsabilidad misionera del Obispo diocesano. 4. El
Obispo, responsable de la comunión misionera de la Iglesia particular. 5. Conclusión
“La Animación Misionera, Savia de la Iglesia Particular”
1. La animación misionera, vitalidad de la Iglesia particular. Grandeza y miseria de la animación misionera. 2.
La vocación misionera. Existencia del carisma misionero. Especificidad del carisma misionero. Importancia
eclesial del carisma misionero y su función. 3. Aspectos de la animación misionera. 4. La animación misionera
como discernimiento del carisma misionero. Crear conciencia. En todo estado de vida. Promocionar el carisma
misionero y difundirlo. 5. La animación misionera, medida de la vitalidad de la Iglesia particular. 6. Conclusión
1
Texto de las ponencias pronunciadas en las XVI Jornadas de reflexión misionera de las diócesis de
Extremadura, 16-19 de septiembre de 2004, con el título “Iglesia local, protagonista de la misión”.
1
La razón de ello es que no responde únicamente al mandato formal de Cristo de hacer
discípulos (cf. Mt 28, 20), sino que responde a la misma vida de la Iglesia; por el sacramento
del Bautismo el hombre es incorporado al Cuerpo de Cristo y es constituido miembro del
pueblo de Dios para llevar a cabo la misión que Cristo encomendó a su Iglesia (cf. c. 204).
Así, pues, por el Bautismo el hombre recibe una misión que le viene a la vez de la
participación en la vida de Cristo por la acción del Espíritu Santo en él y por el mandato
formal de Jesús a sus discípulos (cf. AG 5). Por eso sujetos activos de la misión de Cristo en
este mundo son todos los bautizados, todos los fieles cristianos.
Este hecho da lugar a que la Iglesia se constituya esencialmente en una comunión ya que
todos sus miembros tienen en común una misma misión que todos reciben directamente de
Cristo y que es de origen sobrenatural, y más específicamente, trinitario. La misión la ejercen,
además, según el mismo modelo de la Trinidad: una única misión ejercida en diversidad de
maneras, cada uno a su modo y según su estado, condición, dotes personales, etc. en la
perfecta armonía de la caridad de Cristo.
Todos los bautizados están unidos en la Iglesia por una misma misión que les viene de la
gracia del Bautismo, que se incrementa por la vida de Dios en Cristo por el Espíritu,
especialmente la Palabra de Dios y los sacramentos y la caridad fraterna y cuyo único objetivo
es visibilizar y extender el reino de Dios en este mundo en espera de su consumación
escatológica.
2
una Iglesia particular la llamada a la misión universal no se pierde ni tan siquiera se debilita
porque se concrete en esa Iglesia, sino que la misma Iglesia particular tiene dimensión
universal y adquiere responsabilidades universales con las que el fiel debe colaborar.
Ello es debido a la misma naturaleza de la Iglesia particular a la cual la EN la describe como
encarnación de la Iglesia universal en una concreta comunidad humana que no se desentiende
del resto de las Iglesias:
Esta Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares, constituidas de tal o cual porción
de humanidad concreta, que hablan tal lengua, son tributarias de una herencia cultura, de una visión del
mundo, de un pasado histórico, de un substrato humano determinado. La apertura de las riquezas de la
Iglesia particular responde a una sensibilidad especial del hombre contemporáneo.
Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la suma o, si se puede decir, la federación más
o menos anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento del Señor es la
Iglesia, universal por vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos
culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas.
Por lo mismo, una Iglesia particular que se desgajara voluntariamente de la Iglesia universal perdería su
referencia al designio de Dios y se empobrecería en su dimensión eclesial. Pero por otra parte, la Iglesia
“difundida por todo el orbe” se convertiría en una abstracción, si no tomase cuerpo y vida precisamente
a través de las Iglesias particulares. Sólo una atención permanente a los dos polos de la Iglesia nos
permitirá percibir la riqueza de esta relación entre Iglesia universal e Iglesias particulares. (EN 62)
En la Iglesia particular se concreta la preocupación de toda la Iglesia universal por todos los
hombres, los pueblos, las culturas, las sociedades, etc. Es el amor de Cristo que se extiende
hacia todas las realidades humanas y los congrega en una unidad que no es indiferenciada ni
tampoco la simple síntesis de todo, sino que es la manifestación del vínculo del amor y de la
paz de Cristo:
La unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada Obispo con las Iglesias
particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su
parte los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias
particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se
constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso, cada Obispo representa a su Iglesia, tal como todos
a una con el Papa, representan toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad. (LG 23a)
El texto conciliar pone de manifiesto la relación de la Iglesia universal con las Iglesias
particulares: la Iglesia católica, una y única, se constituye en y a base de las Iglesias
particulares, de forma que cada Iglesia particular “está formada a imagen de la Iglesia
universal”. La idea de “imagen” hay que entenderla según la explicación que magistralmente
nos ofrece Pablo VI en el texto de la EN 62 que hemos visto antes.
Además del texto de LG 26 otros textos del Concilio ponen de manifiesto claramente la
importancia del Obispo como pastor propio de una Iglesia particular en la dinámica universal
de la misma.
La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la
cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el
Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la
Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. (CD 11a)2
3
para llegar a ser Iglesia en sentido pleno. Debe contribuir en la medida de sus posibilidades a
que exista una verdadera comunión entre las Iglesias. Además la Iglesia particular debe estar
permanentemente abierta a la universalidad y debe tener carácter profundamente misionero.
Entendida así la misión se comprende fácilmente que, desde el punto de vista eclesiológico, la
misión no consiste solamente en lograr (en sentido unívoco) la plena implantación de la
Iglesia allí donde una Iglesia particular necesita ayuda y colaboración; se debe comprender
también en el sentido contrario: la misión consiste en hacer que cada Iglesia particular pueda
ser Iglesia en sentido pleno por su dimensión universal, por su preocupación por las otras
Iglesias y por ofrecer horizonte universal y misionero a todos sus fieles 3, porque la Iglesia,
una vez plenamente implantada, es misionera.
El principio de la Iglesia una que está y obra en cada Iglesia particular asegura la legitimidad
del conjunto de elementos que la diferencian y la constituyen como tal Iglesia en el seno de la
Iglesia universal (cf. EN 62). Funda además el ejercicio de la intercomunicación entre las
Iglesias. Si pueden darse algo mutuamente es porque sus realizaciones distintas constituyen la
riqueza que puede aportar a las demás Iglesias4.
Esta doctrina está ampliamente desarrollada en la encíclica Redemptoris Missio; ella nos
recuerda que la misión es “dar y recibir”, es reciprocidad y es un beneficio mutuo para las
Iglesias y los fieles de las Iglesias (RMi 64; 85); habla también de la comunión misionera
entre las Iglesias (RMi 62; 64; 67); advierte que la Iglesia particular no puede encerrarse en sí
misma (RMi 39; 85) y que la misión ayuda a abrirse (RMi 49) y expone cómo se debe vivir la
catolicidad (RMi 62).
Resultados preliminares
La Iglesia particular debe, para ser fiel a Cristo y a su propia naturaleza, ser universal y
misionera. Para ello debe:
- Tomar conciencia de su responsabilidad misionera en el contexto eclesial, humano,
social, mundial… en que está presente.
- Propiciar la formación misionera y la participación en la labor misionera de todos y
cada uno de sus fieles, según sus posibilidades.
- Potenciar, discernir y encauzar las vocaciones propiamente misioneras, en todo estado
y condición de vida eclesial.
3
Decía San Camilo de Lelis que practicar la misericordia es tan importante que, si no hubiera pobres, habría que
ir a buscarlos para poder hacerlo. Parafraseando podemos decir que la misión para una Iglesia particular es tan
importante que, aunque no hubiera Iglesias necesitadas, habría que ir a buscar nuevos campos de misión.
4
Cf. J. CAPMANY, Misión en comunión, Madrid 1984, p. 24.
5
Can. 211: Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación
alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.
4
- Configurarse como una comunión misionera en torno a su pastor, el Obispo, en la que
convivan, colaboren, se complementen y ayuden recíprocamente todos los fieles para
vivir la misión.
De esta larga introducción se desprenden dos aspectos importantes a estudiar.
1. Cómo es la comunión misionera que es la Iglesia particular.
2. Cómo crear esta conciencia y hacer crecer la comunión misionera, es decir, la
animación misionera de la Iglesia particular.
5
La misión como comunión
Las vocaciones misioneras son agentes de comunión entre las Iglesias y de la misma manera
hay que decir que la dimensión misionera de cada vocación cristiana es agente de comunión
en el seno de la Iglesia particular.
Desde los inicios de la historia de la Iglesia ya en el libro de los “Hechos de los Apóstoles” se
atestigua que toda Iglesia particular tiene su origen en la predicación de un misionero que fue
enviado y que predicó el Evangelio en aquel lugar: al inicio los Apóstoles mismos y después
sus discípulos y más tarde sus sucesores 6. De esta manera se establece una relación muy
íntima entre la Iglesia particular que envía y la que es fundada, reforzada por la colaboración
posterior a la fundación hasta lograr que la joven Iglesia alcance su madurez. Surge así una
relación de comunión entre las Iglesias que se mantiene a lo largo del tiempo porque no se
basa en factores coyunturales o puramente personales, sino que tiene su estructuración, en
última instancia a través del colegio de los Obispos presidido por el Papa.
6
Unidos mirando a las necesidades tanto las más próximas como las más lejanas que
transcienden sus propias necesidades y unidos en cooperar para, juntos, aportar la ayuda de
toda la Iglesia particular en su conjunto.
Se revela y se realiza el sentido más profundo de la comunión cristiana que es de origen
trinitario y de dimensiones universales como nos recuerda el Concilio Vaticano II en AG 2: la
misión dimana del “amor fontal” del Padre y tiene como fin reunir a sus hijos dispersos (cf. Jn
11, 52).
La relación que existe entre comunión y misión es, pues, muy estrecha y, cuando cada
vocación cristiana vive su misión específica con el horizonte de la apertura y de la
universalidad específica que le corresponda, se puede hablar de que existe verdadera
comunión en la Iglesia particular porque todos sus miembros y toda ella aspira a la
universalidad esencial de la Iglesia.
A un nivel más superficial es fácil ver que cuando los creyentes ponen su mirada más allá de
sí mismos, de sus comunidades y de sus problemas, y todos sienten la necesidad de la ayuda y
la colaboración con otras Iglesias, se genera dentro de la Iglesia particular un dinamismo de
comunión muy fuerte.
A ello contribuyen también los misioneros que la Iglesia manda a otras Iglesias porque éstos
con su vida y su testimonio abren la conciencia de la Iglesia particular a las necesidades de las
demás Iglesias y son –incluso cuando están lejanos en sus lugares de misión- fermento de
comunión en su Iglesia de origen, que los siente a todos como suyos.
Los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el
entramado de la vida de cada Iglesia. En ella, la comunión ha de ser patente en las relaciones entre
Obispos, presbíteros y diáconos, entre Pastores y todo el Pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre
asociaciones y movimientos eclesiales. Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de
participación… (NMI 45a)
8
Can. 784: Los misioneros, es decir, aquellos que son enviados por la autoridad eclesiástica competente para
realizar la obra misional, pueden ser elegidos de entre los autóctonos o no, ya sean clérigos seculares, miembros
de institutos de vida consagrada o de una sociedad de vida apostólica, u otros fieles laicos.
9
Cf. J. GARCÍA MARTÍN, L’azione missionaria della Chiesa nella legislazione canonica, Roma 1993, pp.
150ss.
7
3. La responsabilidad misionera del Obispo diocesano
El Obispo representa a la Iglesia universal en la Iglesia particular y a la Iglesia particular en la
Iglesia universal. El Obispo, por su pertenencia al Colegio episcopal con el Papa a la cabeza
hace presente en la Iglesia particular al conjunto de la Iglesia universal. Viceversa, el Obispo
hace partícipes al Papa, a los demás Obispos y la Iglesia universal la vida de la Iglesia
particular.
De ahí que su responsabilidad en cuanto a la misión, que es universal, es esencial. En ello
insiste repetidamente el Magisterio.
El Concilio afirma que es a los Obispos en cuanto que forman el Cuerpo de los Obispos a
quienes corresponde cuidar para que el Evangelio se anuncie en el mundo entero (cf. AG
29a). En el ámbito de la Iglesia particular que se encomienda a su cuidado pastoral el Obispo
es a él a quien corresponde “como rector y centro de unidad del apostolado diocesano,
promover, dirigir y coordinar la actividad misionera, pero de modo que se respete y se
fomente la actividad espontánea de quienes participan en la obra” (AG 30a).
Más adelante insiste en la dimensión universal del ministerio episcopal y concreta en dos
direcciones su solicitud pastoral: la comunión efectiva entre las Iglesias y hacer que toda la
diócesis sea misionera.
Todos los Obispos, como miembros del cuerpo episcopal, sucesor del Colegio de los Apóstoles, están
consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo. A ellos afecta primaria
e inmediatamente, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro, el mandato de Cristo de predicar el
Evangelio a toda criatura. De ahí procede aquella comunicación y cooperación de las Iglesias, tan
necesaria hoy para proseguir la obra de evangelización. En virtud de esta comunión, cada una de las
Iglesias, siente la solicitud de todas las obras, se manifiestan mutuamente sus propias necesidades, se
comunican entre sí sus bienes, puesto que la dilatación del cuerpo de Cristo es deber de todo el Colegio
episcopal.
Suscitando, promoviendo y dirigiendo el Obispo la obra misional en su diócesis, con la que forma una
sola cosa, hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del Pueblo de Dios, de suerte que
toda la diócesis se hace misionera. (AG 38 a-b)
En RMi 63 el Papa Juan Pablo II añade a la doctrina del Concilio 10 su propio testimonio para
volver a recordar a los Obispos su deber de contribuir a la misión de la Iglesia tanto como
miembros del colegio universal de los Obispos cuanto como pastores de sus Iglesias
particulares.
Así como el Señor resucitado confirió al Colegio apostólico encabezado por Pedro el mandato de la
misión universal, así esta responsabilidad incumbe al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de
Pedro. Consciente de esta responsabilidad, en los encuentros con los Obispos siento el deber de
compartirla, con miras tanto a la nueva evangelización como a la misión universal. Me he puesto en
marcha por los caminos del mundo “para anunciar el Evangelio, para confirmar a los hermanos en la fe,
para consolar a la Iglesia, para encontrar al hombre. Son viajes de fe… Son otras tantas ocasiones de
catequesis itinerante, de anuncio evangélico para la prolongación, en todas las latitudes, del Evangelio y
del Magisterio apostólico dilatado a las actuales esferas planetarias”.
Mis hermanos Obispos son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea
como miembros del Colegio episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares. El Concilio
Vaticano II dice al respecto: “El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al
Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato” (LG 23). El Concilio
afirma también que los Obispos “han sido consagrados no sólo para la salvación de todo el mundo” (AG
38). Esta responsabilidad colegial tiene consecuencias prácticas. Asimismo, “el Sínodo de los Obispos,
… entre los asuntos de importancia general, había de considerar especialmente la actividad misionera,
deber supremo y santísimo de la Iglesia” (AG 29). La misma responsabilidad se refleja, en diversa
10
A la que habría que añadir el can. 782: §1. Corresponde al Romano Pontífice y al Colegio de los Obispos la
dirección suprema y la coordinación de las iniciativas y actividades que se refieren a la obra misional y a la
cooperación misionera. §2. Cada Obispo, en cuanto que es responsable de la Iglesia universal y de todas las
Iglesias, muestre una solicitud peculiar por la tarea misional, sobre todo suscitando, fomentando y sosteniendo
iniciativas misionales en su propia Iglesia particular.
8
medida, en las Conferencias Episcopales y en sus organismos a nivel continental, que por ello tienen
que ofrecer su propia contribución a la causa misionera (cf. AG 38).
Amplio es también el deber misionero de cada Obispo, como pastor de una Iglesia particular. Compete
a él, “como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano, promover, dirigir y coordinar la
actividad misionera… Procure, además, que la actividad apostólica no se limite sólo a los convertidos,
sino que se destine una parte conveniente de operarios y de recursos a la evangelización de los no
cristianos (AG 30)”.
Más recientemente el Papa en la exhortación apostólica Pastores gregis les recuerda a los
Obispos por un lado la comunión con las demás Iglesias, especialmente las más pobres (PG
59).
Por otro lado también la índole misionera de su ministerio. En primer lugar “toda su acción
pastoral debe estar caracterizada por un espíritu misionero, para suscitar y conservar en el
ánimo de los fieles el ardor por la difusión del Evangelio. Por eso es tarea del Obispo suscitar,
promover y dirigir en la propia Diócesis actividades e iniciativas misioneras, incluso bajo el
aspecto económico” (PG 65a).
Además debe promover los valores fundamentales cristianos y atender las nuevas situaciones
que suponen un desafío misionero (cf. PG 65b).
1) El Obispo tiene la responsabilidad de orientar todas las vocaciones de vida cristiana (laical,
sacerdotal y de vida consagrada) en el sentido misionero propio de cada una.
Suscitando, promoviendo y dirigiendo el Obispo la obra misional en su diócesis, con la que forma una
sola cosa, hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del Pueblo de Dios, de suerte que
toda la diócesis se hace misionera. (AG 38b)
Las líneas caracterizadoras de ello nos las ofrece RMi 61ss al hablar de los agentes de la
misión, así como EEu 64. Con más detalle se ve en las exhortaciones apostólicas dedicadas a
cada estado de vida: ChL; PDV; VC; PG.
El principio fundamental debe ser respetar la identidad teológica y eclesial de cada vocación
cristiana. Los aspectos organizativos o estructurales no deben nunca opacar la especificidad
de cada vocación cristiana. Además la ayuda y colaboración que reciban para desarrollar su
dimensión misionera debe ser acorde con su identidad.
2) Toda su acción pastoral debe estar caracterizada por el espíritu misionero (cf. PG 65a) y
debe establecer objetivos, prioridades, programas misioneros y articular los medios de que la
Iglesia particular dispone para realizarlos.
9
3) Debe además fomentar el espíritu11 y los cauces de la comunión misionera (cf. NMI 44-45)
en la diócesis.
Según la NEP 2 el sentido de la comunión no es un vago afecto colegial, sino también “el de
una realidad orgánica, que exige una forma jurídica y que, a la vez, está animada por la
caridad”. Supone la espiritualidad de comunión que dé vida a los organismos de la comunión.
Por tanto, así como la prudencia jurídica, poniendo reglas precisas para la participación, manifiesta la
estructura jerárquica de la Iglesia y evita tentaciones de arbitrariedad y pretensiones injustificadas, la
espiritualidad de la comunión da un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y
apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios.
(NMI 45 ad finem)
La comunión se puede decir que consiste en aceptar cualquier realidad eclesial, por lo que es
(con sentido de fe y de familia de Dios) y no por la función que cumple (una empresa).
Entre los organismos de corresponsabilidad y participación destaca el Consejo Diocesano de
Misiones como órgano asesor del Obispo diocesano en el cumplimiento de su
responsabilidad misionera como representante y pastor de una Iglesia particular que forma
parte de la Iglesia universal.
11
Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el
milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas
del mundo.
¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería
equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta
promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares
donde se forma el hombre y el cristiano… No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco
servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión
más que sus modos de expresión y crecimiento. (NMI 43)
12
Cf. J. ESQUERDA BIFET, La misión ad gentes acción prioritaria de las Iglesias particulares, en: AA. VV.,
Actas del Congreso Nacional de Misiones, p. 166.
10
5. Conclusión
La comunión misionera es antes que nada la unidad de toda la Iglesia particular en torno a la
preocupación por la evangelización y por que el mensaje del Evangelio llegue a todos los
hombres.
Esta preocupación es real cuando va más allá de la buena voluntad y los buenos propósitos y
llega a concretarse en estructuras que, de acuerdo con la naturaleza y los fines de la Iglesia,
cumplan con este objetivo de evangelización universal.
La Iglesia particular se estructura en torno al Obispo como centro visible de unidad y signo de
la universalidad de la Iglesia. Por este motivo su responsabilidad en cuanto a la misión
sobresale de modo eminente, también como promotor de la vida misionera en la diócesis.
Cuando la Iglesia particular cumple con su responsabilidad misionera se salvaguarda mejor la
identidad de la misma y la comunión en su seno y con las demás iglesias, así como la
identidad teológica de cada vocación y estado de vida en ella.
Debería preocuparnos la falta de interés por la actividad misionera en nuestras iglesias
particulares porque es signo no de que hayan otras actividades más interesantes sino de falta
de identidad cristiana en los fieles y en la Iglesia particular.
Es necesaria no una simple pastoral de mantenimiento, sino una pastoral que tenga la misión
universal de la Iglesia como eje vertebrador 13, lo que significa, tener una mirada de conjunto
(universal) a la realidad en la que está inmersa la Iglesia particular y la respuesta que el
Espíritu Santo le ofrece y le pide en fidelidad a Cristo y a la misión encomendada a la Iglesia
como tal Iglesia particular con la diversidad de ministerios, dones y carismas.
En síntesis y como conclusión se puede decir que la comunión misionera es la respuesta que
desde Cristo y el Evangelio toda la Iglesia particular en unidad de fe y de amor da a todos los
hombres y pueblos.
13
Cf. CEM, La misión ad gentes y la Iglesia en España, p. 45.
11
“LA ANIMACIÓN MISIONERA, SAVIA DE LA IGLESIA PARTICULAR”
La animación misionera tiene como presupuesto fundamental e ineludible lo que Juan Pablo
II dice en su encíclica misionera: “ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia
puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (RMi 3d). De ahí que
se pueda dar la siguiente definición: “la animación misionera es la acción que se desarrolla en
el seno de la Iglesia para sensibilizar a todos sus miembros sobre su corresponsabilidad en la
expansión de la fe en el mundo entero”14.
Pero la animación misionera no puede ni debe entenderse en el mismo sentido de la
animación socio-cultural, sino que, como actividad de la Iglesia que es, se debe hacer
referencia a los elementos de orden teológico que la constituyen15.
En este caso es bastante simple, si nos damos cuenta que animación es la acción de animar, o
sea, de infundir en algo o alguien “alma” o “espíritu”. Y sabemos que AG 4 describe al
Espíritu Santo como “alma de la Iglesia”: “El Espíritu Santo ‘unifica en la comunión y en el
servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos’, a toda la Iglesia a través de
los tiempos, vivificando las instituciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en
los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido llevado el mismo
Cristo”. El magisterio insistirá más tarde con mucha frecuencia en el protagonismo del
Espíritu Santo en la acción misionera de la Iglesia (cf. EN 75 y RMi 21-30; 87). En
consecuencia, la animación misionera consiste en aquellas tareas de colaboración con el
Espíritu Santo a fin de que pueda conducir más eficazmente a la Iglesia hacia el cumplimiento
de la misión de Cristo en las situaciones humanas y el momento histórico actual.
14
J. CAPMANY, Introducción a “La Iglesia misionera. Textos del Magisterio Pontificio”, Madrid 1994, pp.
88s.
15
R. CALVO PÉREZ, La animación misionera, savia de la Iglesia particular, ponencia de la 57ª Semana de
Misionología de Burgos, pro manuscrito.
12
evangelización universal y de la comunión, la colaboración entre las Iglesias y la cooperación
misionera.
La animación misionera aporta nueva vida a la Iglesia en general porque la acción del Espíritu
Santo que la empuja en el sentido de la universalidad revitaliza:
- la vida en Cristo de todos sus fieles. La animación misionera revitaliza la fe: podemos
decir que la animación misionera tiene como finalidad “la renovación de la fe y de la
vida cristiana. En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad
cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!”
(RMi 2). También revitaliza la esperanza porque encerrarse en sí mismo es signo de
falta de esperanza y la animación misionera infunde esperanza y ganas de abrirse a los
demás16. Y además la caridad: toda la actividad pastoral de la Iglesia debe estar
animada por la caridad17 pero especialmente la actividad misionera (RE 18-21; EN 79;
RMi 60); abrirse a los más lejanos y necesitados es un signo de una caridad en un
grado muy alto de identificación con la caridad de Cristo.
- la comunión en la Iglesia particular, porque refuerza su identidad como Iglesia y su
inserción en la Iglesia universal (RMi 77).
- la hace fecunda en vocaciones, en todo estado de vida de la Iglesia y, especialmente,
misioneras.
La animación misionera no debe estar solamente dirigida a los creyentes en cuanto individuos
para hacerles descubrir y desarrollar la dimensión misionera de la fe de su bautismo. La
vitalidad que transporta la savia debe llegar a todo el organismo vivo: la animación misionera
debe llevarse a cabo también de forma colectiva en las comunidades cristianas y en las
instituciones eclesiales de cualquier instancia (cf. RMi 3). Ciertamente las comunidades e
instituciones están formadas por personas y si éstas son misioneras, también lo serán aquéllas.
Pero no basta la animación misionera dirigida a la conversión de las personas, porque las
comunidades e instituciones deben transformarse también en cuanto tales y buscar los cauces
para que su función eclesial revista cada vez un carácter y una finalidad más acorde con la
esencia universal y misionera de la Iglesia. Las instituciones también deben tener su particular
conversión, que es la adecuación a los signos de tiempos y su armonía con la misión universal
de la Iglesia, al servicio de la cual de un modo u otro están y es su razón de ser.
13
comunidades la que es misionera de por sí y, si el bautizado es fiel al Espíritu Santo, a su
gracia y a sus dones, la visión universal y la urgencia por la misión debe surgir
espontáneamente; si ello no es así, es cuando se hace necesaria la animación misionera por
parte de otros agentes. Una fe viva en los fieles cristianos y en las comunidades hace
innecesaria la animación misionera.
Por eso mismo la animación misionera es siempre algo transitorio, porque una vez que la
comunidad recupera la vitalidad de la fe, la dimensión universal y misionera está presente en
todo: en la predicación, la catequesis, la celebración de los sacramentos, etc.; una comunidad
cristiana viva es la mejor garantía de continuidad y de eficacia de la labor de la animación
misionera más que la abundancia de actividades de animación misionera.
No obstante todo lo dicho, hay que tener en cuenta lo que decía Pablo VI acerca de que la
Iglesia se construye en cada generación siempre desde sus inicios 18 y, por tanto, nunca está
acabada del todo la labor de la animación misionera, sino que siempre es necesaria la
animación misionera en las comunidades, para tener en cuenta las nuevas necesidades de
misión, los nuevos agentes y los nuevos retos.
2. La vocación misionera
En primer lugar hay que considerar que cuando decimos que todo cristiano está llamado desde
el Bautismo y en virtud del mismo a ser misionero nos estamos refiriendo a la dimensión
universal ínsita en la fe cristiana. El hombre al recibir el Bautismo es incorporado a la obra
universal de la salvación que llevó a cabo Cristo también no sólo como destinatario de la
misma, sino como partícipe -a su modo- en la misión de anunciarla y realizarla en este
mundo. Esta llamada es especialmente urgente, además, en nuestro mundo complejo que
exige respuestas desde la misión (cf. RMi 32).
Pero existe además una específica vocación misionera que es respuesta a un carisma o
carismas también específicamente misioneros. La existencia de vocaciones misioneras es uno
de los signos de vitalidad de una Iglesia particular.
18
PABLO VI, Costruire la Chiesa (Udienza generale, 7 luglio), en: PAOLO VI, Un anno di insegnamento
(1976), Roma 1977, pp. 195s: “La costruzione della Chiesa, che Cristo stà lui stesso operando nella storia; una
costruzione che per noi, figli del tempo, è, si può dire, sempre un principio. Tutto il lavoro compiuto nei secoli a
noi precedenti non ci esonera dalla collaborazione col divino costruttore, anzi ci chiama, e non solo ad un
fedele compito de conservazione, e nemmeno di pasivo tradizionalismo, né di ostile rifiuto alla perenne
innovazione della vita umana; ci chiama a ricominciare da capo, memori sì, e gelosi custodi di ciò che la storia
autentica della Chiesa ha accumulato per questa e per le future generazioni, ma consapevoli che l’edificio, fino
all’ultimo giorno del tempo, reclama lavoro nuovo, reclama costruzione faticosa, fresca, geniale, come se la
Chiesa, il divino edificio, dovesse cominciare oggi la sua avventurosa sfida alle altezze del cielo (cfr. I Cor 3,
10; I Pet 2, 5). Qui si scuotono la stanchezza, la pigrizia, la sfiducia, l’autolesionismo della contestazione
sistematica, e con giovanile freschezza, con audacia geniale, con umile, grande fiducia, si cerca d’interpretare
nei bisogni della società il progetto che Cristo, l’edificatore, prepara per i suoi.
Vediamo noi di essere suoi.”
14
Existencia del carisma misionero
A lo largo de toda la historia de la Iglesia constatamos que siempre ha habido personas
dedicadas a extender el Evangelio por todo el mundo.
La misión, además de ser una dimensión general de la fe cristiana o, mejor, precisamente por
tratarse de una esencial dimensión de la vocación de cada cristiano en la Iglesia, da lugar a la
existencia de una actividad específica de la Iglesia: la misión ad gentes (cf. RMi 33s), y a un
carisma específicamente misionero (cf. AG 23a; RMi 61a). Dentro del conjunto de todos los
estados y formas de vida cristianos hay que reconocer que se trata de una “vocación especial”
(cf. AG 23b; RMi 65c).
Las vocaciones y carismas misioneros deben ser, pues, acogidos como un don de Dios ya que
hacen visible en una comunidad cristiana la universalidad de la fe y del servicio a la que todos
los bautizados están llamados por el bautismo.
La dimensión misionera de una Iglesia particular o comunidad cristiana no es fruto
sencillamente de la necesidad de socorrer a los más pobres, de la solidaridad humana o de los
vínculos espirituales, fraternos, afectivos, etc. que puedan existir entre dos iglesias. La
misionariedad es algo esencial en la Iglesia (“toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las
gentes” [RMi 62]) y por esta razón el Espíritu Santo suscita siempre vocaciones misioneras,
no importa la situación en que se encuentre la Iglesia particular, pues puede aportar desde su
pobreza (cf. RMi 64).
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extensión geográfica, sino el deseo de llegar a “la intimidad del corazón del hombre y la
profundidad de las culturas de los pueblos”19.
19
R. SARAH, La Iglesia ante el reto de la misión, hoy, en: AA. VV., Actas del Congreso Nacional de Misiones,
p. 28.
20
SCAM, El SCAM al servicio de la animación misionera, en: AA. VV., Actas del Congreso Nacional de
Misiones, p. 633.
21
L. A. CASTRO QUIROGA, Situación de la misión ad gentes en la Iglesia, en: AA. VV., Actas del Congreso
Nacional de Misiones, p. 46.
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Ambos aspectos están en íntima relación entre sí, por lo que no puede decirse que sean
objetivos distintos o perfectamente distinguibles, sino simplemente aspectos de la animación
misionera, considerada como una acción unitaria de vitalización de la Iglesia particular.
El primer aspecto es el más comúnmente conocido y practicado. Aunque se podría aún decir
mucho, prefiero profundizar en el segundo porque además, ya que están interrelacionados,
arroja mucha luz para entender la importancia de la animación misionera en general.
De acuerdo con lo expuesto sobre la especificidad del carisma misionero y de la acción del
Espíritu Santo en la animación misionera resulta el segundo aspecto: la animación misionera
es una actividad de la Iglesia en estrecha relación con el discernimiento de la acción del
Espíritu Santo en el corazón de los creyentes, en el seno de la Iglesia y las comunidades
cristianas y en el mundo en orden al cumplimiento más fiel de la misión que Cristo le confió
llevar a cabo en el mundo.
De las tres facetas de discernimiento que hemos citado aquí nos vamos a centrar únicamente
en la primera.
Crear conciencia
Para ello, antes que nada, hay que remover los obstáculos que impiden que se perciba con
claridad la vocación misionera. El primero y más grande es el influjo de la sociedad, de la
cultura y del mundo moderno. Hace falta una verdadera pastoral para que los fieles no se
dejen llevar por el ambiente secularista y descristianizado que reina y que apaga la voz del
Espíritu; sino que desarrollen la gracia del Bautismo que recibieron por el cual son miembros
vivos de Cristo y de la Iglesia universal.
En este mismo contexto hay que contar además con el grave inconveniente que supone la
pobreza antropológica del hombre de hoy. El hombre de hoy vive inmerso en un mundo
donde hay muchas cosas, actividades, medios de comunicación y de entretenimiento, etc. que
reclaman su atención y la desvían de la necesaria interiorización. La búsqueda de la verdad y
de los valores del espíritu se ve grandemente entorpecida y la persona se centra en sí misma,
en su mundo, en sus intereses, ocupaciones… de forma que todo lo que no rinde un beneficio
inmediato es relegado a segundo plano o simplemente rechazado.
A estas dificultades de orden humano y social se añaden otras específicamente eclesiales: la
indiferencia ante la misión, la privatización de la fe, contentarse con ser buenos, la pasividad,
etc. Los cristianos y la Iglesia fácilmente nos acomodamos al ambiente que nos rodea y
perdemos el impulso de la fe y del amor de Cristo. Vamos así perdiendo la urgencia por
descubrir las llamadas del Espíritu y las situaciones humanas que son un fuerte reclamo hacia
nuestras comunidades cristinas. La llamada al testimonio y a la evangelización de diluye entre
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otras actividades y se pierde la urgencia por hacer patente el amor de Cristo en medio de
nuestro mundo.
De todo lo dicho anteriormente se desprende que es lícito concluir que “el problema no es de
falta de personas sino de falta de conciencia misionera” 22. A causa de los factores
mencionados se va adormeciendo paulatinamente la conciencia cristiana, hasta que ya no es
capaz de ser el resorte que pone en marcha al cristiano y a las comunidades cristianas.
Hacer frente a esa situación supone, antes que nada, renovar la vida cristiana de la Iglesia
desde los fundamentos más básicos y esenciales. Los programas pastorales a todo nivel tienen
ese objetivo; en ellos se detectan las necesidades y las llamadas del Espíritu a una comunidad
de que se trate y se articulan los medios necesarios para dar una respuesta desde el Evangelio.
En ellos una parte esencial e ineludible debe ser la animación misionera de la comunidad para
que llegue a cumplir la parte que le corresponde en la actividad misionera de la Iglesia.
Cuando se da una renovada vivencia de la fe y ésta se vive con frescura y limpieza, y se
afianza la conciencia del valor y la función de cada vocación y estado de vida en la Iglesia,
entonces es posible mostrar con toda su amplitud y claridad la dimensión universal y
misionera de la vocación bautismal cristiana y de toda vocación y estado de vida en la Iglesia.
La toma de conciencia en la Iglesia de la vocación misionera universal y de la específica
vocación misionera es una tarea lenta porque supone formar la conciencia cristiana de los
bautizados para que aprendan a contemplar su vida y a toda la Iglesia con la mirada universal
de Jesucristo y eliminar los prejuicios que existen en torno a la misión de la Iglesia. El
conocimiento y la personalización de los fundamentos, motivaciones, criterios, etc. para la
misión debe ser gradual y en la medida en que la persona no sólo lo sabe, sino que lo va
poniendo en práctica en la medida de sus posibilidades; ser misionero no es saber cosas sobre
la misión, sino una vida puesta al servicio del Evangelio y ello implica un cambio radical en
la conciencia y en la forma de vida.
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concretas y hace que, amando profundamente su propia condición eclesial y desde ella, viva
profundamente los aspectos que la hacen misionera.
Un programa de animación misionera intenta formar personas vocacionadas, que amen profundamente
su propia realidad eclesial (carisma particular e Iglesia particular). Se podrían señalar cuatro instancias
prioritarias:
– Vivencia del propio carisma personal e institucional, en el que está enraizada la dimensión misionera
universalista,
– vivencia de la comunión eclesial, como coordinación de vocaciones, ministerios y carismas,
– disponibilidad para el seguimiento evangélico de Cristo expresado en criterios, motivaciones, lógica y
escala de valores evangélicos,
– disponibilidad para la evangelización de los más pobres, dentro y fuera de la propia comunidad, es
decir, de los que no tienen la fe cristiana23.
Todas estas características se pueden dar, y de hecho se dan, en cualquier estado de vida
dentro de la Iglesia, por lo que nadie está excluido de la vocación específicamente misionera.
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Aunque no se trate de una vocación ad vitam, en el sentido cronológico, sí hay que
tener en cuenta que es necesario un desprendimiento total de sí mismo para estar
dispuesto no sólo a dar sino también a recibir de las personas y los pueblos a los que
se es enviado.
6. Conclusión
La animación misionera es la savia de la Iglesia particular porque difunde vitalidad cristiana
en los cristianos y en sus comunidades y, además, es medida de esa vitalidad. Cuando una
planta está sana, su vitalidad se ve a simple vista porque se la ve lozana y crecer cada día.
La condición para que la animación misionera sea verdadera savia de una Iglesia particular es
que no la reduzcamos a meras actividades sino que tomemos conciencia de la obra que el
Espíritu Santo lleva a cabo siempre y en toda actividad pastoral pero de forma muy especial
en la actividad misionera. El Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la misma (cf. EN
75; RMi 21-30) y el misionero debe distinguirse por esta fidelidad a las insinuaciones y
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mociones del Espíritu. De la misma manera la animación misionera en una Iglesia particular
no puede desentenderse de la labor que está realizando el Espíritu en esa comunidad cristiana.
Cuando nos convertimos en fieles colaboradores suyos (cf. RMi 87) entonces la vida de Dios
que da en abundancia a una Iglesia particular se difunde por toda la Iglesia universal y llega a
todos los hombres.
21