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Cap.

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EL ENCARGO SOCIAL Y LAS PREMISAS OPERANTES EN LA PSICOLOGIA CLINICA

Después de transitar por el sector de la psicología social se pasa ahora al de la psicología clínica.
Delimitarla es tarea difícil. Algunos autores, la identifican con una actitud metodológica basada en el
recurso sistemático al método clínico. En contraposición de esto, otros autores coinciden en que los
psicólogos clínicos difieren como grupo de sus colegas psicólogos en razón de su mayor familiaridad con
el interés en la teoría de la personalidad y la psicopatología, las técnicas de diagnóstico y la psicoterapia.
Entre sí, sin embargo, los psicólogos clínicos difieren ampliamente respecto de las teorías a las que
adhieren y de las técnicas específicas de diagnóstico y terapia que utilizan en sus actividades. De hecho,
la variación respecto de la orientación teórica y de las técnicas empíricas es tan grande que es
extremadamente difícil identificar ninguna cualidad real de la psicología clínica como una disciplina
sustantiva. Tal vez lo mejor que uno puede hacer es decir que la psicología clínica es aquello en lo que
piensan, aquello acerca de lo que escriben y aquello que hacen los psicólogos clínicos.
La conclusión es que la teoría de la personalidad y la psicopatología, el psicodiagnostico y la psicoterapia,
designaciones todas relacionadas con categorías que, como la misma designación de psicología clínica
nos lo anticipa, remiten al campo de la medicina, de la salud y la enfermedad. La psicología clínica se
ocupa de los individuos en tanto ellos constituyen un problema para alguien.: “La mejor definición amplia
de la psicología clínica parecería ser la aplicación de los principios y de las técnica psicológicas a la
solución de los problemas que confrontan los individuos”. Lowell Kelly subraya dos aspectos rescatables
de la definición: a) la psicología clínica es un segmento de la psicología aplicada y b) esa aplicación se
hace sobre los verdaderos problemas vitales de los individuos. Por otro lado, aun no se comprende bien
por qué los problemas vitales de un sujeto determinado deben ser pensados y analizados en términos
médicos. Se debe buscar las razones de este deslizamiento en la propuesta generalmente aceptada de la
“conducta” como el “objeto” de la psicología. Ya que la “adaptación” es la finalidad de la conducta del
organismo biológico resulta fácil suponer que tal organismo se enfrenta con un problema cuando no
dispone de la posibilidad de responder adaptativamente frente a una situación que se le plantea en su
medio.
En el plano de lo biológico: SALUD = ADAPTACION = NORMALIDAD
Y también lo son en este plano, sus contrarios:
ENFERMEDAD = INADAPTACION =ANORMALIDAD
Se aprecia la significación precisa que tiene el concepto de “enfermedad” y su relación con el de
“inadaptación” en el plano de la biología y como ese concepto es desnaturalizado cuando se traslada al
terreno de la psicología y se comienza a hablar de “conducta inadaptada” o “anormal”. ¿Qué es conducta
normal? ¿Qué es adaptación? ¿Difiere la conducta normal de la adaptación de la personalidad?... Puede
decirse que tanto la conducta normal como la adaptación consisten en acciones socialmente aprobadas.
Por lo tanto, conducta anormal e inadaptación se convierten en sinónimos de acciones que son
socialmente inaceptables… La evaluación de la conducta de un individuo como normal o anormal depende
de las normas de la cultura a la que pertenece. Se espera que el individuo se adapte a las expectativas del
grupo si desea ser aceptado.
Saber que sujeto es sano-adaptado-normal se vuelve fácil, determinando que, quien ha recorrido sin
inconvenientes el proceso de sujetacion, quien asimilo las normas imperantes en cada uno de los aparatos
ideológicos del Estado, quien ha reprimido pulsiones y renunciado a otra realización del deseo que la
inofensiva del soñar, quien se ha identificado con la ley hasta el punto de que, esta actúa desde el interior
y no requiere de coerción exterior, quien se vuelca productivamente sobre la realidad exterior sin
cuestionarla. En caso contrario, se tiene por delante a una inadaptado-anormal-enfermo. Alguien que
experimenta la conciencia del deseo y busca realizarlo por caminos distintos de los permitidos o se
defiende de él desplazándolo en multiformes formaciones sintomáticas de compromiso. Alguien que
recusa la le o esta torturado bajo su peso, del que, no puede liberarse. Después de ver quien es “sano” y
quien “enfermo” se afirma que la definición vigente de “salud mental” establece que consiste en: producir
eficientemente, no protestar, no sentir ganas de protestar y no despertar las protestas de los demás. Para
decirlo de otro modo y más brevemente: la salud es el silencio y la pasividad, la aceptación resignada del
lugar de sujeto ideológico. El rechazo de la realidad, el grito contra ella y la actividad transformadora son lo
contrario de la “salud”. En nuestra definición particular de lo que se entiende por salud hay un rasgo, el de
producir, que debe ser entendido en sentido amplio: no solo se produce en el lugar de trabajo, también
produce el niño en la escuela, el padre cuando se reproduce biológica y psicológicamente en sus hijos, la
mujer que vigila la marcha regular de los asuntos domésticos y ofrece su frigidez para la descarga genital
del marido, etc. Todos estos producen siempre que lo hagan en silencio. La oposición a desempeñar
semejantes “roles” es una expresión “patológica” que merece un “tratamiento” capaz de alcanzar la
“readaptación”.
La estratagema verbal que emplean la psicología clínica y su doble, la psiquiatría, puede esquematizarse
bien en otra ecuación:
CONDUCTA ANORMAL = TRASTORNO DE LA CONDUCTA = ENFERMEDAD MENTAL
Se extrajo el término “conducta” de la biología y se lo llevo a campo de la psicología para que en el
germine la semilla de la adaptación social y después se aisló la conducta que constituía un obstáculo para
la organización social y se la devolvió al campo de la biología cargando con el título de la “enfermedad”.
Eso sí, no cualquier enfermedad; esta es la enfermedad “mental”. Cuando se dice “enfermedad pulmonar”
o “enfermedad cerebral” se alude a un conocimiento localizacionista que se tiene de la anatomía;
semejantes expresiones no inducen a confusión alguna. Pero cuando se dice “enfermedad mental” no se
puede dar por supuesto que se conoce que es la mente y mucho menos acudir a criterios localizacionistas.
Si la “mente” no es un órgano que tiene realidad anatómica ¿Cuál es el sentido de la expresión
“enfermedad mental”?.
R.H. Dana dijo en pocas líneas: “conducta anormal e inadaptación se convierten en sinónimos de
acciones que son socialmente inaceptables”. El sujeto que realiza tales acciones se ve transformado en un
“enfermo”. Cuando se leen estos argumentos se siente que se trata de una cuestión verbal, de una
cuestión de palabras. Para quien recibe la etiqueta de “enfermo” se ponen en marcha todos los
mecanismos de la “curación” y la “rehabilitación”. Para el que recibe la calificación de “enfermo mental”
esta cuestión “teórica” que se debate es asunto de vida o muerte. Este sujeto es el agente de “acciones
socialmente inaceptables”. ¿Inaceptables para quién? Obviamente, para quien espera de tal sujeto otras
conductas, acciones aceptables conformes al “orden social del que uno es parte”. El “enfermo” es aquel
que no llega a integrarse sin fricciones en el lugar de sujeto ideológico que el está asignado. La decisión
técnica, “diagnostica” de que el “problema” está en él tiene, entre otras, la tacita misión de ocultar la
responsabilidad del “orden social” que ha asignado ese lugar que no armoniza con las características del
sujeto-soporte en cuestión. El desplazamiento del problema desde la psicología a la biología es un
artefacto verbal con consecuencias prácticas tremendas que cumple con la función, imprescindible para el
orden social, de absolverlo de responsabilidades en el sufrimiento de sus integrantes. El discurso de la
psicología clínica y el de la psiquiatría se presentan ahora bajo una nueva faz: recubren y disimulan un
discurso político que debe permanecer oculto para que las contradicciones del sistema no lo hagan
tambalear.
Negamos que sean “enfermedades” y negamos que sean “mentales”, pero no negamos que las personas
que encuentran dificultades para ubicarse o que rechazan los lugares asignados de sujetos ideológicos
pueden sufrir y, de hecho, frecuentemente sufren por su condición. A lo que nos oponemos es a
considerar “enfermedad” a este sufrimiento porque, si lo hiciéramos, estaríamos complicándonos en el
desplazamiento del problema a la biología con la consiguiente absolución de la estructura social
involucrada y, puesto que actuamos en un terreno caracterizado por parte de quien demanda nuestros
servicios, el llamado “paciente”, por el sufrimiento subjetivo, no podemos dejar de actuar con los medios a
nuestro alcance para atenuar tal sufrimiento y, en lo posible, para esclarecer y combatir sus causas o los
mecanismos a través de los cuales esas causas actúan. En el plano teórico, las “causas” se transforman
en “etiología”, los “mecanismos” en “patogenia”, las “manifestaciones fenoménicas” en “cuadro clínico”, las
necesarias “soluciones” en “tratamiento. Está en vigencia el “modelo medico” y su vocabulario
correspondiente.
Por otra parte, además de lo biológico y médico, se nota cada vez más la importación mecánica al
discurso de la psicología clínica de términos y de modelos tomados de la cibernética que permiten hablar e
investigar a las “enfermedades mentales” como “trastornos de la comunicación” o como distorsiones en
“los mecanismos de recepción de la información, decodificaciones, emisión de los mensajes”, etc.,
términos todos que vienen a llenar verbalmente las lagunas dejadas por los viejos esquemas de estímulo-
respuesta o los aún más antiguos de la psicología clásica que se han mencionado. Los esquemas
estimulo-respuesta propios del conductismo, a su vez, son también reformulados para sumarlos al arsenal
de las técnicas aptas para el manejo de los inadaptados. Se trata de los procedimientos de la llamada
“terapia conductual” que pretenden controlar las “conductas patológicas” sometiendo a los sujetos a un
sistema de recompensas y castigos cuya fundamentación debe buscarse en la doctrina fisiológica de los
reflejos condicionados. Se trata de “premiar” las conductas adaptativas y de “castigar” las inadaptativas
hasta que el sujeto “aprende” cuál es el comportamiento que “se” espera de él.
De manera que la mayoría de la gente es como debe ser para funcionar adaptadamente en los marcos del
orden social vigente. El objetivo del “diagnostico” pasa a ser la detección de los “anormales” de los que se
desvían respecto de la normal, y el objetivo del tratamiento es hacer que la población “desviada” retorne a
la normalidad. Se propone otra ecuación:
LO QUE LA GENTE ES = PROMEDIO ESTADISTICO
PROMEDIO ESTADISTICO = NORMALIDAD = SALUD
NORMALIDAD = SALUD = LO QUE DEBE SER
Y, por lo tanto,
LO QUE LA GENTE ES = LO QUE LA GENTE DEBE SER
Lo que la gente es alude equívocamente a lo que la gente llego a ser como consecuencia de su pasaje por
los distintos aparatos ideológicos del Estado y del modo dominante de producción de sujetos ideológicos el
promedio no es, en consecuencia, la fuente de la normalidad como podría deducirse de una lectura
ingenua del discurso de la psicología clínica sino que el promedio expresa ya la existencia de una norma
social vigente y operante en el proceso de sujetacion.
Así como sucedía en la psicología social, también en la psicología clínica existe una demanda de
investigar que se formula explícitamente. Los funcionarios que se dedican a esta tarea obtienen rápido
reconocimiento: en tanto que concesionarios del poder y de la violencia adquieren privilegios económicos,
sociales y académicos. Y detrás de la demanda subyace el mismo encargo: el de no realizar aquellas
investigaciones que pudiesen arrojar luz sobre el proceso de sujetacion y su correlato: la opresión
individual y colectiva, la discriminación y el acallamiento compulsivo de las voces discordantes. Como en la
psicología social, el pasaje desde una problemática ideológica a una problemática científica debe
realizarse en contra del encargo social formulado por los sectores dominantes.
De acuerdo con la ya dicho, es claro que el “enfermo” y su demanda de auxilio constituyen el punto de
intersección de intereses contrapuestos pues allí confluyen las necesidades del paciente y las del sistema.
La primera tarea a realizar, entonces, es la de analizar la demanda, no tomándola literalmente desde el
discurso manifiesto del paciente, sino interpretándola a la luz de las contradicciones entre los
requerimientos del sistema y los del paciente, entendiendo que frecuentemente el pedido de ayuda
formulado por el “enfermo” no hace otra cosa que mediatizar la demanda de la estructura cuyo interés
fundamental sigue siendo el de cambiarlo todo para que todo siga como esta. Solo a partir del
esclarecimiento del lugar desde el cual se formula la demanda que el paciente encarna se estará en
condiciones de comenzar a trabajar científicamente con “el caso”. Y los problemas no habrán terminado
con ese esclarecimiento. En realidad, no habrán hecho más que comenzar.
Así, “la salud” en la ideología medica vigente sería un estado natural. El objetivo de la práctica médica es
“conservar” la “salud” y “devolverla” cuando ella se hubiese “perdido”. En el plano de la “salud mental” esta
es definida en función de que el hombre produzca, no proteste, no sienta deseos de protestar y no
despierte las protestas de los demás. La “salud”, el supuesto “estado natural” que se “tiene” o se “pierde”,
es, en realidad, la aceptación del lugar asignado dentro de la estructura. Indirectamente, se ha definido
cuál es la misión del psicoterapeuta como funcionario al servicio de la adaptación, de la “conservación de
lo que hay” y de la “corrección de los trastornos” que llevan a los sujetos ideológicos a ser distintos de lo
que “deben ser”. El terapeuta estaría llamado a intervenir cuando el “estado natural anterior” ha sido
alterado por alguna causa y su éxito es medido por su capacidad para hacer que el sujeto “recupere” su
condición anterior. En cuanto a la noción de “salud mental” hay que descargar a la expresión de las
connotaciones que arrastra por su procedencia del vocabulario médico y denunciar el contrabando
ideológico que la similar al cumplimiento por parte del sujeto de cuanto de él “se” espera. A partir de
entonces se estará en condiciones de visualizar la posibilidad de un sujeto consciente de sus pulsiones,
del proceso de dominación que culmino en la represión y la transformación de esas pulsiones, liberado de
la necesidad de malgastar sus energías en el control de sí mismo y apto para canalizar esas energías en
el sentido de la transformación de lo real. Pero esta “salud” que se desprende de semejante análisis es
muy distinta de la que ofrece la ideología. Ahora la “salud” no es más un estado natural que debe
recuperarse sino que es una meta a alcanzar, un punto de llegada caracterizado por la liberación de los
condicionamientos opresivos que imponen el pasaje por los aparatos ideológicos del Estado. Y esta tarea
desujetadora impone la confección de un nuevo programa de acción para toda psicoterapia

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