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Artículo Aelfa - Integracion Sensorial
Artículo Aelfa - Integracion Sensorial
1. Comer es complejo!
De una visión más amplia, la alimentación es entendida como un
proceso biológico por el cual los organismos obtienen los nutrientes esenciales
para sus funciones vitales de supervivencia, desarrollo y reproducción.
Para que el organismo pueda funcionar de forma completa a nivel de
todos los sistemas: respiratorio, cardíaco, nervioso, entre otros es necesaria la
utilización de una cierta cantidad de energía - tasa metabólica (Ogden, 2004 in
Viana, Santos & Guimarães, 2008), que en el caso del ser humano, proviene en
parte del comportamiento alimentario construido en las relaciones sociales,
desde el primer día de vida.
Considerada como una cuestión vital para la supervivencia del recién
nacido, la alimentación es considerada como la principal fuente de experiencias
entre el niño y el medio ambiente durante la primera infancia (Arvedson &
Brodsky, 2002).
En la fase inicial, presupone la integridad anatomofisiológica del sistema
estomatognático para la coordinación de la succión-deglución-respiración
durante la lactancia o alimentación por el biberón (Southall & Martin, 2011).
Así que el bebé va creciendo y la alimentación se va diversificando, las
estructuras deben interactuar para asegurar la ingesta segura de una
alimentación pastosa y sólida.
La evolución de las competencias relacionadas con la alimentación está
de esta forma relacionada con el desarrollo en general del niño y, más
específicamente, de sus competencias sensorio-motoras orales:
- Coordinar secuencialmente los movimientos para succionar/deglutir/
respirar.
- Deglutir la saliva y los alimentos de diferentes consistencias.
- Tolerar las diferentes texturas de objetos y a continuación los alimentos
dentro de la cavidad oral.
- Morder con los dientes.
- Realizar movimientos de lateralización de la lengua cuando come
alimentos más sólidos.
- Coordinar óculo manual y boca para adquirir autonomía en la
alimentación.
A pesar de parecer algo tan natural y simple, es más complejo que
caminar o hablar, exigiendo el uso de 31 músculos, de seis pares craneales y de
todos los sentidos (Junqueira, 2017).
Comer es solamente instintivo en las primeras semanas, convirtiéndose
rápidamente en un comportamiento aprendido, fuertemente influenciado por la
combinación de diversos factores internos y externos, de los cuales se destacan
los factores fisiológicos, sensoriales, psicológicos y socioeconómicos (Morris &
Klein, 2000).
El niño pasa de un patrón de succión inmaduro (suckling) a un patrón más
eficaz (sucking), aprende a comer alimentos en puré y sólidos más duros y
consistentes, en paralelo va entrenando y consiguiendo manipular los diferentes
cubiertos hasta alcanzar su autonomía.
El proceso de alimentación complementaria/diversificación alimentaria en
el niño es una de las etapas más importantes del desarrollo alimentario con
importantes repercusiones, sobretodo en el desarrollo sensorial, la producción
articulatoria y la motricidad oro facial (Rombert, 2013).
Esta etapa ocurre entre los 4 y los 6 meses, idealmente, según la OMS, a
los 6 meses, cuando el lactante ya presenta más estabilidad de la mandíbula,
mayor control postural; el patrón de succión se vuelve más maduro, lo que
contribuye a la transición gradual a la masticación.
El inicio de la alimentación complementaria/diversificación alimentaria
antes del tiempo o después de los 10 meses puede tener consecuencias nocivas
para la salud, en particular, la carencia de hierro, por lo que es imprescindible
seguir las orientaciones profesionales.
Además de los problemas causados por la falta de determinados
nutrientes, la introducción de los alimentos sólidos después de este período
crítico, aumenta, según varios autores (Morris & Klein, 2000, Junqueira, 2017) el
riesgo de dificultades en la alimentación, en particular a nivel de la aversión y
selectividad alimentaria.
Es común que los niños, entre los 18-24 meses hasta los 5 años
manifiestan falta de voluntad, miedo y rechazo a experimentar nuevos alimentos
(Plinner, 1994; Birch, 1999; Benton; 2004 in Viana, Santos & Guimarães, 2008).
Esta resistencia se denomina neofobia alimentaria y, en la mayoría de las
veces, se supera a través de la repetida exposición de los alimentos (10-15
veces), de la observación de modelos familiares positivos y de la
experimentación de sentimientos de placer y saciedad post-ingestión.
Estos niños, comúnmente, rechazan alimentos específicos como las
verduras y muestran preferencia por alimentos blandos y de sabores fáciles y
poco intensos, basados en azúcares y harina. La mayoría de las veces comen 2
o 3 trocitos y ya no quieren comer más.
Cuando esas batallas persisten y los padres se dan cuenta de que están
lidiando con un niño “quisquilloso,” es fundamental que sigan ofreciendo comida,
que continúen alentando gustos repetidos, que permitan que el niño vea a otros
miembros de la familia comendo alimentos distintos, pero que tome la decisión
sobre qué comer. Hay una división de responsabilidades: los padres escogen
qué le ofrecen y cuándo lo hacen y el niño escoge qué comer”.
El niño “picky eater” tienen limitaciones y aversiones a determinados
alimentos pero su dieta es equilibrada, al revés del niño “resistente eater” que
tiene serias limitaciones y aversiones a grupos de alimentos, lo que implica
déficits nutricionales que comprometen su salud.
Algunos de esos niños pueden tener una disfunción de integración
sensorial, otros pueden tener una condición orgánica que afecta su capacidad
para consumir determinados alimentos o pueden tener problemas oro motores
que comprometen la masticación y deglución.
Todo el niño con dificultad alimentar es singular y por eso es fundamental
que el equipo lleve a cabo una evaluación que comprenda la etiología de sus
problemas y una intervención que aborde los desafíos subyacente (Ernsperger
y Stegen-Hanson, 2004).
1.1. Alimentación Complementaria/diversificación alimentaria
En la actualidad existen cuatro enfoques en la alimentación
complementaria/diversificación alimentaria, que se centran en diferentes
aspectos para alcanzar el mismo fin, la masticación y la deglución adecuada de
cualquier alimento, independientemente de su consistencia(s) y textura(s).
En el “método tradicional”, el proceso se inicia con la introducción de
papilla o crema, con consistencia de puré blando y textura homogénea. Se sigue
la presentación de alimentos cocidos y aplastados con tenedor y crudos rallados,
hasta llegar al sólido duro. El adulto controla y regula la alimentación y se enfoca
en la cantidad ingerida.
En el abordaje de la “alimentación por respuesta” hay una modificación
gradual de la consistencia, de acuerdo con el desarrollo de las capacidades del
bebé. El adulto es mediador y alienta el bebé a comer sin forzarlo. Mantiene el
foco en los aspectos psicosociales y en la formación de hábitos alimenticios
saludables. La cantidad se basa en la aceptación y debe complementar la leche
materna y no sustituirlo.
En el “método Baby Led Weaning (BLW)”, el adulto es supervisor, no
ayuda, tiene el papel de ofrecer el alimento, dejarlo disponible y mantener un
ambiente adecuado. Tiene el foco en la autorregulación (el bebé decide si quiere
comer y cuánto come), en los aspectos psicosociales, paladar variado e
interacción percepción-acción (Rapley & Murkett, 2017).
Cuando se procede a reajustes en este método para asegurarse de que
estos alimentos que se ofrecen al bebé son ricos en hierro, proporcionan el
aporte calórico necesario y son preparados de forma adecuada a la etapa de
desarrollo del bebé para reducir los riesgos de ahogo, se está siguiendo el
método BLISS (Baby-Led Introduction to Solids). En este enfoque de
“alimentación participativa”, el bebé es un agente activo en el proceso de
introducción de la alimentación complementaria y los padres le asisten,
intermediando sus preferencias, ayudándolo a nivel motor, mientras adquiere
competencias para la adecuada ingesta de nutrientes, esenciales para su
desarrollo.
Así, comer asume no sólo una dimensión biológica, sino también una
dimensión social y cultural, habitualmente con una actividad placentera y de gran
importancia para la salud (Viana, Santos & Guimarães, 2008).
Todos experimentamos de forma única los momentos relacionados con la
alimentación, desde los contextos, a los interlocutores, a los valores transmitidos,
a los sentimientos y a las sensaciones vividas, creando memorias y aprendizajes.
Para que el aprendizaje ocurra es necesario que se creen, alrededor de
las situaciones o desafíos alimentarios, un clima de seguridad, de cuidado y de
confort, que favorezca su interés y deseo para aprender a comer (Junqueira,
2017).
Las comidas en familia en un ambiente armonioso, la participación activa
del niño en la preparación de los alimentos, el incentivo para comer sola y sin
presión son prácticas a privilegiar para el éxito en la alimentación.
3. Comer es un desafío!
El desarrollo del sistema sensorial tiene un fuerte impacto en el desarrollo
sensorio-motor oral, desde el período intrauterino.
Desde los primeros días de vida, el feto se encuentra expuesto a
diferentes y desafiantes experiencias sensoriales como el sonido, la luz, la
presión del vientre materno y la resistencia que éste le ofrece cuando se mueve.
Son por término medio a los 9 meses que se forman las bases de los
sistemas sensoriales esenciales para el desarrollo.
Con el nacimiento, el bebé experimenta nuevas sensaciones como la
gravedad; los sonidos, las luces y el olor de forma más intensa; el toque con
diferentes texturas: como piel-a-piel, la ropa, los objetos, los juguetes, los
productos de higiene y el sabor (mucho más allá del líquido amniótico).
Todas estas sensaciones son piezas dispersas de información que van a
ser organizadas e interpretadas por el sistema nervioso central (SNC) para que
el individuo se pueda adaptar, a cada situación que vive a lo largo de su vida.
Cada respuesta a una sensación inicia o fortalece conexiones a nivel
cerebral, permitiendo el desarrollo de las diversas estructuras del SNC y
consecuentemente, que el aprendizaje ocurra (Ayres, 1979 in Serrano, 2016).
A este complejo proceso, en el que el cerebro se define como una
máquina de procesamiento sensorial, interpretando, asociando y unificando
todas esas sensaciones, para dar una respuesta eficaz de acuerdo con las
demandas del ambiente, Ayres (1979) llamó la integración sensorial, por primera
vez en 1963 (Kranowitz, 2003).
3.1. La Teoria de Integración Sensorial
Basada en el trabajo de la Dra. Jean Ayres, la Teoría de la Integración
Sensorial (TIS) se basa en tres supuestos. El primer supuesto defiende que el
aprendizaje depende de la capacidad del cerebro para recibir, organizar y decidir
la relevancia de la información sensorial que constituye la base de la formación
de las percepciones, el comportamiento y el aprendizaje.
En otras palabras, el individuo consigue juntar las partes para formar el
concepto del todo porque logró integrar las sensaciones atribuyéndoles un
significado. Por ejemplo, en relación a la alimentación, cuando el niño recoge la
banana para comer, verá el color, sentirá la textura de la corteza, la forma de la
banana, el olor, el control del movimiento de las manos para sostenerla sin
amasar, la textura más o menos homogénea, la consistencia blanda, el sabor
dulzón, etc. Estas sensaciones crean percepciones en el cerebro que al unirse
dan el conocimiento del todo, que es la experiencia de comer la banana.
Pero para que el proceso de integración sensorial ocurra adecuadamente
es necesario que haya una respuesta adaptativa, es decir, "una acción apropiada
en que el individuo responde con éxito a una exigencia del medio" (Ayres, 1979
in Serrano, 2016). Esta respuesta que depende no sólo de los aspectos
neurológicos, sino también de la capacidad innata del niño para responder al
medio de forma adaptativa, se denomina "inner driver" o motivación interna.
Una respuesta adaptativa permite al cerebro alcanzar un mayor estado de
organización y maduración y puede ser muy diversificada, como por ejemplo, a
la hora de la comida se puede traducir en la mejoría del control postural, en el
aumento del tiempo de atención, en la mayor estabilidad emocional, en la
adecuada organización de una secuencia motora, como comer con cubiertos.
El segundo supuesto de la teoría de la integración sensorial asume que la
existencia de déficit en la integración de los inputs sensoriales, sean de
naturaleza interna o externa, pueden conducir a dificultades en el
comportamiento y en el aprendizaje, en particular, de la alimentación.
El bebé y el niño pueden sentirse incómodos con uno o más estímulos
relacionados no solamente con las propiedades sensoriales de los alimentos,
pero también del ambiente y de los interlocutores, que se traduce en una repulsa
/selectividad alimentar.
El tercer supuesto considera que cuando se promueven experiencias
sensoriales a través de actividades significativas y dirigidas, específicamente
para el individuo se favorece la capacidad de procesamiento sensorial,
conduciendo a una potenciación del aprendizaje y mejora del comportamiento
(Fisher & Murray, 1991 in Ayers, 2005).
En el marco del concepto de integración sensorial las diferencias, las
preferencias y las tolerancias sensoriales de cada individuo están relacionadas
con comportamientos funcionales.
Así, se explica por ejemplo, que al niño le gusta los alimentos con sabores
más ácidos y crujientes; el bebé acepta ser alimentado al biberón cuando la
madre lo embala y rechaza cuando está sentado de forma estática en la silla; el
niño que necesita estímulos auditivos para masticar de forma más eficaz.
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