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CAPÍTULO XI

ESBOZO DE LA TEOLOGÍA DEL EVANGELIO

La Teología de Juan es fruto de una reflexión condicionada por las


circunstancias de la comunidad, muy ligada a los problemas y sucesivas
tomas de conciencia de la comunidad ante las vicisitudes eclesiales. Entre
tantas y tan divergentes interpretaciones del cuarto evangelio es singular y,
por ello mismo, digno de consideración el consenso sobre un punto, al
menos: la centralidad de la perspectiva cristológica. Lo que unifica las
diversas reconstrucciones de la teología joánica es su concentración
cristológica. En torno a la figura y al rol de Jesucristo se articulan los hilos
del discurso joánico sobre Dios, el Espíritu, la dimensión salvífica de la
“revelación”, el estatuto y el estilo de vida de la comunidad cristiana y su
relación con la historia y el mundo.

1. Cristología
Para reconstruir las líneas esenciales de la cristología joánica es
indispensable partir de la prospectiva del evangelista, señalada
expresamente en la primera conclusión del libro. El autor afirma haber
hecho una selección entre los muchos signos hechos por Jesús y
testimoniado por sus discípulos. El criterio que ha guiado su selección
viene indicado así: «estos [signos] han sido escritos para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis en él vida
eterna» (Jn 20,31). EI evangelio es concebido como un itinerario de fe que
parte de los “signos” realizados por Jesús para llevar a la comunión de vida
con él, reconocido como el Cristo y el Hijo de Dios.
La revelación es central en el evangelio de Juan, como muestra el
amplio y articulado vocabulario que emplea para hablar de la revelación1.

1
Están ausentes los términos «revelación» (ἀποκάλυψις) y «revelar» (ἀποκαλυπτεῖν),
demasiado ligados al género literario apocalíptico; se encuentran en cambio los verbos
«manifestar» (φανερόω, 9x), «mostrar» (δευκνύω, 4x). Sobre todo, en relación con los
sinópticos, sorprende la frecuencia de los verbos «decir» (λέγω); «hablar» (λαλέω);
«testimoniar» (μαρτυρέω); unido al sustantivo «palabra» (λόγος).
1.1  Jesucristo, el Revelador
R. Bultmann ha podido afirmar que el Jesús de Juan es esencialmente el
Revelador: «Jesús en cuanto revelador, no revela ninguna otra cosa, sino
que él es el Revelador, y con ello está dicho que es aquel a quien el mundo
aguarda y que trae en su persona aquello por lo que el hombre suspira: vida
y verdad como la realidad por la que el hombre puede existir, luz como la
completa transparencia de la existencia; esa luz hace desaparecer las
preguntas y los enigmas».
El evangelio de Juan enseña que «no hay ningún acceso a Dios sino a
través de Jesús y, en consecuencia, Jesús no tiene otra función ni autoridad
sino la de revelar a Dios […] Jesús no es otro que el revelador». Pero el
carácter exclusivo de Jesús como revelador está fundado y asegurado en la
relación íntima que el Revelador en cuanto Hijo tiene con el Padre, esto es,
en lo que suele llamarse “el misterio cristológico”. Ahora bien, «si la
unidad del Hijo con el Padre es el tema central mensaje joánico, esta será
necesariamente, al mismo tiempo, el objeto auténtico de la fe. Para el
evangelista Juan fe quiere decir una sola cosa: reconocer quien es Jesús».
El objeto específico de la revelación de Jesús en el Evangelio de Juan es
precisamente el misterio de su persona, en calidad de Hijo de Dios que vive
en una relación única con el Padre y nos invita a participar en su vida filial.

1.2  Jesús, el Revelador-narrador de Dios


EI cuarto evangelio presenta, desde el Prólogo, a Jesucristo como el
Hijo que ha venido al mundo para revelar a Dios Padre. C.K. Barrett pone
el acento sobre el hecho de que la cristología del cuarto evangelio está
constantemente orientada hacia otro que no es Jesucristo: está finalizada a
la Teología como discurso sobre Dios. El cuarto evangelio se centra en
Jesucristo, pero el Jesús de Juan se centra en Dios-Padre, en el Dios que lo
ha enviado. Él, de hecho, en calidad de Hijo enviado por Dios Padre, «no
hace nada por sí mismo», «no hace nada que no haya visto hacer al Padre»
(Jn 5,19), «realiza las obras que el Padre le ha encargado realizar» (5,36)
«pronuncia las palabras que Dios le ha mandado» (3,34), «no hablo en
virtud de mi propia autoridad; es el Padre que me ha enviado, quien me
ordenó lo que debo decir y hacer» (12,49-50; cf. 14,24). En pocas palabras,
Jesús es central, pero no final, en la concepción de Dios en Juan. Final es
Dios-Padre que ha enviado a su Hijo al mundo para dar al mundo la vida
eterna, la vida de Dios que el hombre tiene el «poder» de alcanzar mediante
la fe (1,12). El evangelio de Juan es, en el sentido pleno del término, un
evangelio «teo-lógico», que intenta poner a los lectores en relación con
Dios a través de Jesucristo, el Hijo Unigénito que ha hecho narrable, visible
y accesible al invisible (1,18; 14,9) e inaccesible (14,6) Dios.
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El centro del evangelio de Juan es Jesucristo, y él solo; pero toda la


actividad reveladora y salvífica de Jesucristo, en favor de los hombres y del
mundo, está finalizada en Dios Padre, en su conocimiento, en el acceso a su
Vida que los «nacidos de Dios» (1,13), los «nacidos de lo alto, del
Espíritu» (3,3-8) obtienen mediante la fe (1,12; 20,31).
La «Teo-logía», como discurso sobre Dios, del cuarto evangelio
comienza con una afirmación de teología negativa que recorre todo el
Evangelio termina en la Primera carta de Juan: la absoluta trascendencia-
invisibilidad-inaccesibilidad de Dios (6,46; 14,6; 1Jn 4,12.20).
Siendo la invisibilidad e inaccesibilidad de Dios un dato inconfundible
en la Teología del AT (cf. Éx 33,1.11.19-20.23), ¿por qué tanta insistencia
de Juan en este sentido? Juan quiere resaltar el carácter único y absoluto de
la revelación de Dios hecha por Jesucristo. El Padre no es accesible más
que al Hijo y en el Hijo. Solamente en Jesucristo, el Dios Padre de
trascendente se hace cercano, de invisible se hace visible, de misterioso e
inaccesible se convierte en cognoscible y accesible al hombre. Jesucristo es
el Deus revelatus: Dios es visto cuando los hombres ven a Jesús; Dios es
escuchado cuando los hombres escuchan a Jesús; Dios es encontrado y
conocido cuando los hombres encuentran y conocen a Jesús.
Desde esta perspectiva, la cristología joánica es «Teo-fanía», Dios y
Jesucristo son inseparables en su verdad. Decir que «las palabras de Jesús
son las palabras del Padre» (Jn 14,24 y 12,49-50), que «las obras de Jesús
son las obras del Padre» (14,10), porque «el Hijo no puede hacer nada por
sí mismo» (5,21), no es una abstracción para el cuarto evangelio. Los
discípulos-creyentes son de Jesús, que los llama «los suyos»; y, al mismo
tiempo, es el Padre quien se los ha donado (11,41-42). Jesús dice de sí que
«cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos a mí» (12,32); pero ya
había dicho: «ninguno puede venir a mí, si no lo atrae [utiliza el mismo
verbo] el Padre que me ha enviado» (6,44). Salvar y juzgar en sábado es
propio de Dios: esto los judíos lo saben y aceptan; pero que sea también
propio de Jesús, esto les escandaliza (5,17-21). Pero la vida y la muerte
están en manos de Jesús, como y porque están en las manos del Padre
(11,41-42).
Los mismos «Yo soy» (ἐγώ εἰμί) tan característicos de la revelación de
Jesús en Juan, no lo identifican en sentido exclusivo y final con Dios (el
Padre es más grande que yo: 14,28), sino que quiere atraer la atención
sobre sí mismo como el Único en el cual Dios es encontrado y conocido.
En Jesucristo, el Logos-Hijo Unigénito encarnado, se hacen visibles,
presentes y accesibles las realidades que son divinas, y no humanas: el pan
de la vida (6,32-35), la luz del mundo (8,12; 9,5), el Buen Pastor
(10,11.14), la resurrección y la vida (11,25), la verdad y la vida (14,6).
La repetida afirmación del cuarto evangelio sobre la invisibilidad-
inaccesibilidad de Dios se hace más fuerte y comprometida cuando se
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considera su trasfondo polémico frente a la apocalíptica judía y el


incipiente gnosticismo2. Este fondo polémico se ve de manera explícita en
la afirmación solemne de Jesús que cierra el diálogo con Nicodemo (3,13).
Aún más, Jesús relativiza cualquier pretensión de los judíos de haber visto
a Dios: «vosotros no habéis oído jamás la voz del Padre, ni habéis visto
jamás su rostro» (5,37).
En este sentido el cuarto Evangelio es de una coherencia extrema. La
Palabra hecha hombre en Jesús de Nazaret (1,14) es la misma Palabra
mediante la cual todo ha sido creado al principio y ha recibido con la vida
una primera iluminación (1,3-5.10). Jesucristo es la misma Palabra que ha
resonado de mil modos en la historia de Israel, y él puede afirmar que
«Abrahán se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio
y se llenó de gozo» (8,56); «Moisés ha escrito de mí» (5,46); «las
Escrituras dan testimonio de mí» (5,39). Is 6,9s es citado por Juan así:
«Isaías anunció esto, porque había visto la gloria de Jesús» (Jn 12,41); sin
rodeos Jesucristo es «la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina
a todo hombre» (1,9). Así, el exclusivismo absoluto de Jesucristo único
Revelador se compagina con una actitud abierta, universal.

1.3  El rostro de Dios revelado por el Jesús de Juan


El Dios revelado por Jesús, ¿es un Dios solitario o tiene, ante todo, el
deseo de ser-con? ¿Cuáles son las intenciones de Dios, creador y salvador
del mundo cósmico y humano mediante el Hijo hecho hombre en
Jesucristo?

1.3.1  La única pasión de Dios es salvar


El centro del cuarto evangelio suena así: «Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (3,17). El Dios
revelado y hecho presente en Jesús tiene una sola voluntad, un único fin:
salvar al mundo por medio de Jesucristo que es «el salvador del mundo»
(4,42).
Juan afirma enfáticamente que toda la misión del Hijo de parte de Dios
Padre está ordenada solamente a la salvación del mundo. Si el hombre se
pierde, no será porque Dios en un día lejano lo condenará a la muerte
eterna, sino únicamente porque el hombre rechaza a Jesucristo y su
salvación con su increencia culpable: «el que cree en él no será condenado;
por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber
creído en el Hijo único de Dios« (3,18; cf. 5,24-30). El juicio final será la

2
En algunos casos, el evangelio de Juan es polémico con la apocalíptica judía, que se
gloriaba de que personajes venerables del pasado (Enoc, Abrahán, Moisés, Elías,
Isaías...) habían tenido “visiones” extraordinarias en las que habrían visto a Dios y
revelado a los hombres los secretos de Dios y de la historia futura.
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verificación de juicio de salvación o condena inmanente en la opción


consciente de fe o de rechazo de cada uno: «Para aquel que me rechaza y
no acepta mis palabras hay un juez: las palabras que yo he pronunciado
serán las que le condenen en el último día» (12,48).

1.3.2  Salvar es amar-donar
En una frase, formulada de manera lapidaria para todos los tiempos,
Juan resume todo el mensaje cristiano de la salvación debida al amor de
Dios: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que
todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (3,16). Esta
afirmación pone a Dios y su amor como la realidad fundante, absoluta. El
amor precede a todo. El Dios que ama tiene exclusivamente como fin la
salvación y la vida.
Con aquel donar (aoristo ἔδοκεν) piensa, en primer lugar, en el envío
del Hijo al mundo (1,17) por parte del Padre, envío que abre el camino al
drama de la muerte sobre la cruz, el misterio más secreto del amor de Dios:
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como víctima de
propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10). El envío-don del Hijo por
parte del Padre incluye el don sacrificial del Hijo, que constituye su
plenitud. La idea del don-entrega a la muerte está claramente presente en
Juan: «El Buen Pastor ofrece su vida por las ovejas» (Jn 10,15.17.18):
«nadie tiene amor más grande que éste: dar la vida por los amigos» (15,13).
La gloria (δόξα) y la glorificación (δοξάζω), en el lenguaje bíblico en
general, es el esplendor del ser divino terrible y, al mismo tiempo,
fascinante, es la irradiación de la presencia de Dios en lo humano, es el
rostro del Dios invisible (cf. Éx 33,18.23; 34,29-35). Carne y gloria
parecerían dos opuestos irreconciliables, pero ya el Prólogo de Juan (1,14)
une la gloria a la σάρξ del Λόγος encarnado, esto es, al ser humano que
actúa en el tiempo y en la historia y lleva impresa en su naturaleza los
signos de la fragilidad-caducidad-mortalidad (cf. Is 40,6-8). El cuarto
evangelio emplea el vocabulario de la «gloria» y del «glorificar» en
referencia a Dios Padre y a Jesucristo el Hijo Unigénito de manera
privilegiada y profusa en la hora de la crucifixión-muerte-glorificación de
Jesús (cf. Jn 12-17). El glorioso por excelencia, en Juan, es el crucificado;
la hora de la crucifixión es la hora de la exaltación-glorificación del Hijo y
del Padre.
La cruz se convierte en el lugar y el tiempo del esplendor fascinante de
Dios Padre y del Hijo Unigénito, porque en el crucificado el amor del
Padre y el amor de Jesucristo se manifiesta en toda su intensidad y
obstinación.
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1.3.3  «Dios es Espíritu» y la trilogía Teológica de Juan


«Dios es Espíritu» (4,24). Esta es la definición que el Jesús del cuarto
evangelio da de Dios; ella abre la trilogía teológica de Juan, compuesta con
las otras dos definiciones de Dios que encontramos en la Primera Carta:
«Dios es luz» (1Jn 1,5), «Dios es amor» (1Jn 4,8.16).
Dios es Espíritu porque trasciende el espacio (los dos templos) y el
tiempo (la hora escatológica actual, que constituye un cambio de época),
porque trasciende también al hombre y a su concepción de Dios, pero,
sobre todo, porque es potencia creadora en acción, es fuerza capaz de crear
una alternativa al hombre-carne. Solamente Dios, como Espíritu es capaz
de cambiar, en el hombre débil y mortal, el principio mismo de la vida y
darle otro origen, otro principio, capaz de hacerlo nacer del «Espíritu» para
hacerlo entrar en el Reino de Dios, para hacerlo «ver» (3,3-8). En una
palabra, decir que Dios es Espíritu (3,24) significa que Dios regenera al
hombre haciéndolo hijo de Dios mediante la fe (1,12) y el bautismo en el
Espíritu Santo (3,5; cf. 1,33), y lo hace capaz de «adorar a Dios en Espíritu
y verdad» (4,23-24).
La trilogía joánica aparece como el triple aspecto del único misterio de
Dios. «Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna» porque Dios es Verdad
revelada y encarnada sin sombra ni tiniebla como aparece en Jesucristo.
Por tanto, no se puede ser hijo de Dios y estar «en comunión con él» si
«caminamos en tinieblas»: ello equivale a «mentir y a no practicar la
verdad» (1Jn 1,6). Ser hijo de Dios, que es luz, significa «caminar como
Cristo ha caminado» (lJn 2,6), siguiendo a Jesús que, revelador de Dios-
luz, ha dicho de sí “yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12; 9,5).
Pero decir «Dios es Espíritu» y «Dios es luz» es decir «Dios es amor»
(1Jn 1,4; 8,16). La regeneración, el nacer de Dios, no es una conquista
humana, sino un don del Espíritu que es el máximo don del Padre
(1Jn 4,13), es un don concedido por el amor de Dios: «Considerad que
amor tan grande nos ha demostrado el Padre: somos llamados hijos de
Dios, y así es en verdad» (1Jn 3,1; cf. 1,12). Aún más, quien pretende haber
nacido de Dios y no ama a los hermanos es un embustero (1Jn 4,7); y quien
pretende conocer a Dios y su verdad y no ama es un mentiroso (1Jn 4,8).

1.3.4  Dios es un misterio de comunión entre personas


Ya en el prólogo del evangelio se afirma un contexto dialógico en el
Ser-Dios (1,1), porque la Palabra es el modo principal de la comunión y de
la comunicación. La Palabra (el Verbo) pertenece a la esfera de Dios, es lo
propio de Dios, es ella misma Dios, está vuelta hacia Dios. Si la Palabra
pertenece a la esfera de Dios o es algo propio de Dios, esto significa que
Dios no es una individualidad (aunque soberana y totalmente-otra) cerrada
sobre sí misma, sino un ser que es fuerza de expresión de sí mismo,
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dualidad en lo único, y como tal fuente de relación, vuelto hacia un tú que


él mismo se ha dado.
La revelación del misterio trinitario en el cuarto evangelio viene
completada en el discurso de despedida de Jesús (Jn 13-17) llamando a los
discípulos «los suyos», «sus amigos» por el Maestro, como para hacemos
comprender que el misterio de Dios-comunión de vida de amor del Padre y
del Hijo en el Espíritu es cognoscible solo por los «amigos» y en una
atmósfera de «amistad». Fundamento de esta amistad con Jesús es la fe en
él y el amor, que se concreta en la observancia de los mandamientos.
Para decirlo brevemente, Dios como misterio de relación-
comunicación-comunión de amor viene expresado por el Jesús de Juan por
el simple hecho de que Dios es privilegiadamente el Padre y Jesucristo es el
Hijo de Dios. Padre es el nombre más frecuente con el que Jesús designa a
Dios o se dirige a él tanto que se podría decir que el Padre es para Jesús el
nombre de Dios por excelencia, su «nombre», en cuanto que el Padre es
padre «suyo».
Jesucristo es el Hijo del Padre celestial, en una total y absoluta
obediencia y dependencia de él en el escuchar, en el hablar y en el actuar.
Aún más, la relación entre Hijo y Padre viene expresada con términos de
una mutua co-presencia (16,32; cf. 8,29) e inmanencia (17,21).
Como el Hijo, también el Espíritu lo tiene todo en común con el Padre
(16,14; 17,10); aún más el Espíritu lo recibe todo del Padre y del Hijo
(15,26; 16,15).

1.3.5  Dios es amor
La definición «Dios es amor» aparece dos veces, al inicio y al final de
la perícopa de 1Jn 4,7-16. En el centro de esta perícopa está la afirmación
ya presente en Juan: «a Dios nadie le ha visto jamás» (v. 12).
El contexto de la 1Jn es polémico. Escrita probablemente después de la
primera edición del evangelio, la carta presupone en los lectores el
conocimiento de la revelación hecha por Cristo, como es relatada en el
cuarto evangelio, y tiene el fin de dar una interpretación exacta del mensaje
evangélico contra la interpretación distorsionada de los primeros herejes
que se habían infiltrado en la comunidad joánica con una gnosis incipiente.
Su error fundamental era la negación de la encarnación.
En la polémica, ya presente en el cuarto evangelio, prevalece la
perspectiva cristológica; en las cartas prevalecen las perspectivas
eclesiológica y antropológica.
1Jn 4,8.16 afirma que Dios es amor. Esta afirmación lapidaria condensa
toda la gratuita y salvífica acción de Dios, consistente en el don de su Hijo
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Unigénito. Podemos definirla como el dicho más famoso del NT, todo el
evangelio en miniatura3.
El verbo amar (ἀγαπάω) y el sustantivo amor (ἀγάπη) invaden el
evangelio de Juan (35x el verbo, 8x el sustantivo), comenzando por el texto
ya citado de Jn 3,16-17, en el que aprendemos que la aventura terrena del
Hijo nace de que tanto ha amado Dios al mundo que ha enviado a su Hijo
para que el mundo se salve por medio de él. El Hijo ha sido amado por
Dios, su Padre, antes de la creación del mundo (17,24). Este amor que
existe entre el Padre y el Hijo ha irrumpido en la historia porque el Padre
−que ama al Hijo− ha puesto todas las cosas en su mano (3,35; 5,19-30); y
la presencia del Hijo en el mundo se convierte en un desafío a los hombres
para que reconozcan en él al Padre que ha amado de esta manera (8,42,
14,9-10.23, 15,9). El revelar al mundo un Dios que es amor puede ser
considerado el fin de la presencia de Jesús en el mundo.
Los que creen en Jesús son enviados al mundo como Cristo fue enviado
(17,17-19), y se proclama hasta el fin de los siglos: un Dios que es amor.
La fórmula «Dios es amor», es verdaderamente un resumen de todo el
evangelio de Juan sobre el amor de Dios, más aún de todo el Evangelio.
Decir Dios es amor significa que toda la actividad de Dios respecto a
nosotros está inspirada por el amor: Jesucristo es el acto supremo de Dios-
Amor.
El amor-agápe pertenece a la esencia misma de Dios. No solamente
Dios ha amado tanto al mundo que ha enviado a su Hijo (Jn 3,6); no solo
«el amor es de Dios» (lJn 4,7), sino que Dios es amor, Dios «es» en su
historia de amor «ad intra» y «ad extra».

3
S. Agustín, In Espistulam s. Joannis 7,4: «Si ninguna otra cosa hubiese sido escrita
como alabanza del amor en el resto de la Carta, o mejor en el resto de la Escritura, y
nosotros sólo hubiésemos oído de la boca del Espíritu de Dios esta afirmación: “Dios es
amor”, no deberíamos buscar ninguna otra cosa».
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