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1. Cristología
Para reconstruir las líneas esenciales de la cristología joánica es
indispensable partir de la prospectiva del evangelista, señalada
expresamente en la primera conclusión del libro. El autor afirma haber
hecho una selección entre los muchos signos hechos por Jesús y
testimoniado por sus discípulos. El criterio que ha guiado su selección
viene indicado así: «estos [signos] han sido escritos para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis en él vida
eterna» (Jn 20,31). EI evangelio es concebido como un itinerario de fe que
parte de los “signos” realizados por Jesús para llevar a la comunión de vida
con él, reconocido como el Cristo y el Hijo de Dios.
La revelación es central en el evangelio de Juan, como muestra el
amplio y articulado vocabulario que emplea para hablar de la revelación1.
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Están ausentes los términos «revelación» (ἀποκάλυψις) y «revelar» (ἀποκαλυπτεῖν),
demasiado ligados al género literario apocalíptico; se encuentran en cambio los verbos
«manifestar» (φανερόω, 9x), «mostrar» (δευκνύω, 4x). Sobre todo, en relación con los
sinópticos, sorprende la frecuencia de los verbos «decir» (λέγω); «hablar» (λαλέω);
«testimoniar» (μαρτυρέω); unido al sustantivo «palabra» (λόγος).
1.1 Jesucristo, el Revelador
R. Bultmann ha podido afirmar que el Jesús de Juan es esencialmente el
Revelador: «Jesús en cuanto revelador, no revela ninguna otra cosa, sino
que él es el Revelador, y con ello está dicho que es aquel a quien el mundo
aguarda y que trae en su persona aquello por lo que el hombre suspira: vida
y verdad como la realidad por la que el hombre puede existir, luz como la
completa transparencia de la existencia; esa luz hace desaparecer las
preguntas y los enigmas».
El evangelio de Juan enseña que «no hay ningún acceso a Dios sino a
través de Jesús y, en consecuencia, Jesús no tiene otra función ni autoridad
sino la de revelar a Dios […] Jesús no es otro que el revelador». Pero el
carácter exclusivo de Jesús como revelador está fundado y asegurado en la
relación íntima que el Revelador en cuanto Hijo tiene con el Padre, esto es,
en lo que suele llamarse “el misterio cristológico”. Ahora bien, «si la
unidad del Hijo con el Padre es el tema central mensaje joánico, esta será
necesariamente, al mismo tiempo, el objeto auténtico de la fe. Para el
evangelista Juan fe quiere decir una sola cosa: reconocer quien es Jesús».
El objeto específico de la revelación de Jesús en el Evangelio de Juan es
precisamente el misterio de su persona, en calidad de Hijo de Dios que vive
en una relación única con el Padre y nos invita a participar en su vida filial.
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En algunos casos, el evangelio de Juan es polémico con la apocalíptica judía, que se
gloriaba de que personajes venerables del pasado (Enoc, Abrahán, Moisés, Elías,
Isaías...) habían tenido “visiones” extraordinarias en las que habrían visto a Dios y
revelado a los hombres los secretos de Dios y de la historia futura.
ESBOZO DE LA TEOLOGÍA DEL EVANGELIO 5
1.3.2 Salvar es amar-donar
En una frase, formulada de manera lapidaria para todos los tiempos,
Juan resume todo el mensaje cristiano de la salvación debida al amor de
Dios: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que
todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (3,16). Esta
afirmación pone a Dios y su amor como la realidad fundante, absoluta. El
amor precede a todo. El Dios que ama tiene exclusivamente como fin la
salvación y la vida.
Con aquel donar (aoristo ἔδοκεν) piensa, en primer lugar, en el envío
del Hijo al mundo (1,17) por parte del Padre, envío que abre el camino al
drama de la muerte sobre la cruz, el misterio más secreto del amor de Dios:
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como víctima de
propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10). El envío-don del Hijo por
parte del Padre incluye el don sacrificial del Hijo, que constituye su
plenitud. La idea del don-entrega a la muerte está claramente presente en
Juan: «El Buen Pastor ofrece su vida por las ovejas» (Jn 10,15.17.18):
«nadie tiene amor más grande que éste: dar la vida por los amigos» (15,13).
La gloria (δόξα) y la glorificación (δοξάζω), en el lenguaje bíblico en
general, es el esplendor del ser divino terrible y, al mismo tiempo,
fascinante, es la irradiación de la presencia de Dios en lo humano, es el
rostro del Dios invisible (cf. Éx 33,18.23; 34,29-35). Carne y gloria
parecerían dos opuestos irreconciliables, pero ya el Prólogo de Juan (1,14)
une la gloria a la σάρξ del Λόγος encarnado, esto es, al ser humano que
actúa en el tiempo y en la historia y lleva impresa en su naturaleza los
signos de la fragilidad-caducidad-mortalidad (cf. Is 40,6-8). El cuarto
evangelio emplea el vocabulario de la «gloria» y del «glorificar» en
referencia a Dios Padre y a Jesucristo el Hijo Unigénito de manera
privilegiada y profusa en la hora de la crucifixión-muerte-glorificación de
Jesús (cf. Jn 12-17). El glorioso por excelencia, en Juan, es el crucificado;
la hora de la crucifixión es la hora de la exaltación-glorificación del Hijo y
del Padre.
La cruz se convierte en el lugar y el tiempo del esplendor fascinante de
Dios Padre y del Hijo Unigénito, porque en el crucificado el amor del
Padre y el amor de Jesucristo se manifiesta en toda su intensidad y
obstinación.
6 ESCRITOS JOÁNICOS
1.3.5 Dios es amor
La definición «Dios es amor» aparece dos veces, al inicio y al final de
la perícopa de 1Jn 4,7-16. En el centro de esta perícopa está la afirmación
ya presente en Juan: «a Dios nadie le ha visto jamás» (v. 12).
El contexto de la 1Jn es polémico. Escrita probablemente después de la
primera edición del evangelio, la carta presupone en los lectores el
conocimiento de la revelación hecha por Cristo, como es relatada en el
cuarto evangelio, y tiene el fin de dar una interpretación exacta del mensaje
evangélico contra la interpretación distorsionada de los primeros herejes
que se habían infiltrado en la comunidad joánica con una gnosis incipiente.
Su error fundamental era la negación de la encarnación.
En la polémica, ya presente en el cuarto evangelio, prevalece la
perspectiva cristológica; en las cartas prevalecen las perspectivas
eclesiológica y antropológica.
1Jn 4,8.16 afirma que Dios es amor. Esta afirmación lapidaria condensa
toda la gratuita y salvífica acción de Dios, consistente en el don de su Hijo
8 ESCRITOS JOÁNICOS
Unigénito. Podemos definirla como el dicho más famoso del NT, todo el
evangelio en miniatura3.
El verbo amar (ἀγαπάω) y el sustantivo amor (ἀγάπη) invaden el
evangelio de Juan (35x el verbo, 8x el sustantivo), comenzando por el texto
ya citado de Jn 3,16-17, en el que aprendemos que la aventura terrena del
Hijo nace de que tanto ha amado Dios al mundo que ha enviado a su Hijo
para que el mundo se salve por medio de él. El Hijo ha sido amado por
Dios, su Padre, antes de la creación del mundo (17,24). Este amor que
existe entre el Padre y el Hijo ha irrumpido en la historia porque el Padre
−que ama al Hijo− ha puesto todas las cosas en su mano (3,35; 5,19-30); y
la presencia del Hijo en el mundo se convierte en un desafío a los hombres
para que reconozcan en él al Padre que ha amado de esta manera (8,42,
14,9-10.23, 15,9). El revelar al mundo un Dios que es amor puede ser
considerado el fin de la presencia de Jesús en el mundo.
Los que creen en Jesús son enviados al mundo como Cristo fue enviado
(17,17-19), y se proclama hasta el fin de los siglos: un Dios que es amor.
La fórmula «Dios es amor», es verdaderamente un resumen de todo el
evangelio de Juan sobre el amor de Dios, más aún de todo el Evangelio.
Decir Dios es amor significa que toda la actividad de Dios respecto a
nosotros está inspirada por el amor: Jesucristo es el acto supremo de Dios-
Amor.
El amor-agápe pertenece a la esencia misma de Dios. No solamente
Dios ha amado tanto al mundo que ha enviado a su Hijo (Jn 3,6); no solo
«el amor es de Dios» (lJn 4,7), sino que Dios es amor, Dios «es» en su
historia de amor «ad intra» y «ad extra».
3
S. Agustín, In Espistulam s. Joannis 7,4: «Si ninguna otra cosa hubiese sido escrita
como alabanza del amor en el resto de la Carta, o mejor en el resto de la Escritura, y
nosotros sólo hubiésemos oído de la boca del Espíritu de Dios esta afirmación: “Dios es
amor”, no deberíamos buscar ninguna otra cosa».
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