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UNIVERSIDAD CATÓLICA INMACULADA CONCEPCIÓN DE

LA ARQUIDIÓCESIS DE MANAGUA
UCICAM

ESCRITOS JOANICOS
Catedrático: LIC. CARLOS OBANDO

II AÑO DE TEOLOGIA

EL LÓGOS, MISTERIO Y REVELACIÓN JUAN Y LOS


SINÓPTICOS
RESUMEN

ALUNMO:
Gabriel Andrés Gómez Martínez

Lunes, 07 de Mayo de 2018


EL LÓGOS, MISTERIO Y REVELACIÓN JUAN Y LOS SINÓPTICOS

El Verbo y la carne son dos conceptos típicos del IV Evangelio con gran poder de fascinación. Desde
el Prólogo aparece la figura misteriosa del Lógos del que existía en el principio, estaba junto a Dios,
y era Dios. Pero afirma que se hace carne y acampa entre nosotros.

La cristología Juánica es teológica y hondamente humana. Por eso la fe en Cristo conlleva para Juan
la unión con Dios Padre mediante Jesucristo y, a través de ella, la unión con todos los hombres. Esta
cristología, basada en la encarnación del Vero, es conciliable con la de los Sinópticos. Por la imagen
unitaria de fe sobre Cristo, que está en la base de los diversos perfiles de Jesucristo. Y se ve la gran
diferencia con las descripciones cristológicas de los apócrifos, llenas de exageraciones y fantasías.
La tradición completa de los evangelios es como un río que recoge nuevos torrentes y enriquece la
imagen de Jesús con la reflexión sobre su Persona.
De los cuatro evangelios, «la visión cristológica profunda alcanza su punto culminante en el
Evangelio de Juan». Juan le da una profundidad mayor, fruto de una reflexión y contemplación más
prolongada y madura. De aquí deriva el nombre de «alta cristología» que se da a la del IV Evangelio.
La composición de Juan es su clave de comprensión en Cristo. Juan deja en la sombra muchos detalles
para centrarse en la cuestión funda mental que preocupaba a los cristianos de finales del s. I: ¿Quién
es ese Verbo que se ha hecho carne? Todo gira en torno a Jesús el Cristo.

El Evangelio de Juan lleva la característica de cercanía entre el lector y Jesucristo hasta su más alto
grado. En el IV Evangelio el «yo» de Jesús aparece con frecuencia. En las parábolas se observa que
los Sinópticos se refieren generalmente al Reino, mientras que Juan se refiere a la persona de Jesús.
Lo mismo ocurre con el uso gramatical del «yo soy» o «tú eres» referido a Cristo, con lo que se
confirma lo dicho. La frase «yo soy» nombre de Dios revela la identidad de Jesús: el mismo Dios.

Ello nos indica que en Juan tenemos una cristología de lo alto; es decir, en contraposición de Mateo
y Lucas, o de Marcos, el texto Juánico inicia su hablando de su divinidad y preexistencia.
Comenzando por la semana inaugural tenemos siete nombres, dados a Jesús, para presentarlo como
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como Rabbí o Maestro, como Mesías o Cristo, Hijo
de Dios, Hijo de José, Rey de Israel e Hijo del hombre. Luego el mismo Jesús hará varias afirmaciones
sobre su propia condición: el Pan de vida o el Pan vivo, la Luz del mundo, la Puerta, el Buen Pastor,
la Resurrección y la Vida, el Camino, la Verdad y la Vida, la Vid verdadera.

EL VERBO
El Prólogo ha contribuido mucho para determinar el ser de Jesucristo. Lo primero de todo, el punto
de partida, es el Verbo. Uno de los aspectos fundamentales de la cristología Juánica está en la misión
de revelador que Jesús, el Enviado del Padre, lleva a cabo. Todas las tentativas del hombre por
vislumbrar el mundo divino han sido inútiles y limitada. Sólo después de Cristo podemos saber quién
es Dios. ese conocimiento sólo es posible por la fe en la unión con el Padre. A Dios hay que buscarle
y encontrarle en Cristo.
Estar en el seno indica intimidad y cercanía, circunstancia que hace posible que Jesucristo, el Verbo
encarnado, pueda dar a conocer al Padre, y revelarlo a los hombres. El verbo exegésato, significa dar
a conocer algo oculto, sacar al exterior lo que estaba dentro. La idea de la revelación del mundo divino
es tanto bíblica como helenista, Juan está ofreciendo a los gentiles conocer a Dios. Juan, al decir que
a Dios nadie le ha visto jamás, lo que se intenta es subrayar el carácter absoluto de mediador que tiene
Jesús al revelar al Padre. Es grande la importancia de la revelación en el IV Evangelio.
Aunque no se usa el término revelación, (apokalýpsis) ni el verbo revelar (apokálypsai), vocablos
ligados al género apocalíptico, se encuentran verbos como manifestar (phaneroûn), mostrar (deiknáo)
y dar a conocer (gnorízo).
Las grandes cuestiones teológicas están usadas en relación con la idea de la revelación: mandamiento,
dicho, testimonio, signo, gloria, nombre, verdad. De gran interés son los verbos que describen el creer
como respuesta a la revelación: ver o contemplar, oír, conocer, saber, creer.
La revelación se realiza, a través de Jesús, y está absolutamente contenida en él mismo. La revelación
viene a ser totalmente cristológica. Nunca Dios ha estado tan unido al hombre. Es este hombre, Jesús,
y no otro el que nos revela la gloria y la realeza de Dios. Por tanto, la idea de Jesús revelador se
plasma de modo particular en el término Lógos.
La traducción del término Lógos no resulta fácil, se traduce generalmente por Palabra.
La palabra de la que habla el prólogo de Juan tiene precisamente como carácter esencial tener una
existencia personal. La traducción Verbo consigue mantener significado por la palabra y la realidad
personal de esa Palabra única.

REVELACIÓN DEL NOMBRE


Cristo aparece como la misma zarza ardiendo, desde la que brota para los hombres el nombre de Dios.
Jesús une en sí mismo y se aplica el “yo soy” de Éxodo 3 y de Isaías 43, resulta claro que él mismo
es el nombre de Dios. El nombre no es sólo una palabra, sino una persona: Jesús. Conocer el nombre
de una persona inclina o propicia el amor hacia esa persona.
Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar... Si te tengo ya habladas todas las cosas en
mi Palabra, que es mi Hijo.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia: toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras
y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar.
El centro de la cristología está para el IV Evangelio en el Lógos, una fórmula de síntesis que sólo
aparece en el Prólogo. «Desde el Prólogo de Juan el concepto Logos ocupa el punto clave de nuestra
fe cristiana en Dios». Este pasaje es una mezcla de simbolismo bíblico y de conceptualizaciones
filosóficas.
Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es decir, como universo
ordenado. Y es que el Verbo, encarnándose, renueva el orden cósmico de la creación.
Entre las estructuras que se han hecho al Prólogo, nos inclinamos por un perfecto «quiasmo», o
esquema cruzado y concéntrico en el que la primera idea es paralela con la última, la segunda con la
penúltima, la tercera con la antepenúltima y así sucesivamente, dejando
en el centro una proposición clara mente destacada. En la revelación del Verbo se observan cinco
niveles paralelos: A.1: El Verbo en Dios (v. 1-2) A’.1: El Hijo en el Padre (v. 18)
A.2: El Verbo en la creac. (v. 3) A’.2: En la nueva creac. (v. 17)
A.3: El Verbo en el hombre (vv. 4-5) A’.3: En el hombre (v. 16)
A.4: El Bta. lo revela (vv. 6-8) A’.4: El Bta. lo revela. (v. 15)
A.5: Revelado por sí mismo (v. 11) A’.5: Revelado por sí (v. 14)
B: Filiación divina (vv. 12-13)

RAÍCES GRIEGAS Y HEBREAS DEL LÓGOS


Durante mucho tiempo se ha defendido que el término Lógos lo ha tomado el evangelista del
helenismo. Claro ejemplo de inculturación, que hicieron los evangelizadores para trasponer el
mensaje cristiano. El lenguaje y los términos de la evangelización del mundo greco romano están
tomados de las Sagradas Escrituras, tal como parecen la versión griega de los LXX.
Cuando los apóstoles y misioneros entran en contacto con las filosofías y religiones helénicas, fueron
asumiendo con acierto imágenes y vocablos propios de los gentiles. Intentan encontrar un lenguaje
adecuado para presentar el mensaje del Evangelio.
No es una doctrina ajena a la predicación de Jesús y derivada del helenismo. En el platonismo donde
el Verbo aparece como un ser real en el sentido del idealismo platónico. También aquí se da una gran
diferencia con el concepto Juánico, siendo inconcebible para el platonismo hablar de la encarnación
del Lógos.
Filón recurre al AT para ilustrar su filosofía, e incluso opina que en el Antiguo Testamento hay un
sistema filosófico muy elaborado. Juan, en cambio, está muy lejos de interpretar el AT en clave
filosófica, limitándose a referir y aplicar a Cristo algunas expresiones y figuras veterotestamentarias
que se cumplen en él. Tanto Filón como nuestro evangelista se apoyan en el Antiguo Testamento.
El Lógos y la Sabiduría (Sofía) son dos conceptos que se aproximan e incluso se inter cambian. Se
admiten, pues, conexiones y acercamientos con Filón, pero en el fondo las diferencias son notorias.

Otro campo helénico es los escritos gnósticos, pero jamás el gnosticismo considera que el Salvador
exista en el cuadro histórico de una verdadera encarnación, y mucho menos que muera. La
identificación de Cristo con el Lógos, en la concepción Juánica, sólo fue posible después de la muerte
de Jesús; lo mismo que ocurrió con el de título de Kyrios. Concluyendo, hay que dejar como
inadecuado el recurso al helenismo para explicar las raíces del Lógos y buscar su substrato en el AT,
en el judaísmo. La concepción de Gn 1, según la cual el Yahvéh, se entiende en su sentido primitivo
y a veces viene a ser una hipóstasis divina. Esto aparece como substrato veterotestamentario en el
Lógos Juánico.
Por tanto, la teología de la Palabra, las especulaciones sobre la Sabiduría y el estudio de la Toráh,
contribuyen a la comprensión del Lógos Juánico. Por todo ello, para los destinarios inmediatos de la
obra Juánica, en el ambiente y en la época en que se escribe el IV Evangelio, el término griego Lógos
era de sobra conocido entre los judíos helénicos y los gentiles del mundo mediterráneo, cuna del
cristianismo. San Juan nos ha brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la
palabra con la que todos los caminos de la fe bíblica alcanzan su meta y encuentran su síntesis.
Por otro lado, este título subraya con fuerza un aspecto muy importan te para la cristología de los
primeros cristianos: la unidad del que se encarnó y del que es preexistente.
Por tanto, se remonta al inicio absoluto, para abarcar todas las dimensiones del universo y seguir
estando en acción a lo largo de toda nuestra historia. La noción de preexistencia ya aparece en la
tradición judía, con realidades preexistentes: la Ley, la penitencia que hace retornar a la Toráh, el
jardín del Edén, la Gehenna, el Trono de la gloria, el Templo y el nombre del Mesías. Doctrina que
difiere de la gnóstica, que sostiene la preexistencia de todos los hombres, que retornan a la eternidad
cuando acaban su vida terrena. La preexistencia de Cristo también manifiesta su naturaleza divina,
era Dios y estaba junto al Padre. Por tanto, el Verbo no está fuera de Dios, como las criaturas. Está
dentro de él y en él. Es una persona divina y distinta al Padre.
La realidad fundamental de la cristología Juánica parte de la filiación divina de Jesús. El sentimiento
que él tenía de ser el Hijo era un convencimiento nacido de su propia experiencia y no el resulta do
de un razonamiento deductivo.
Hay una aproximación bíblica más directa al misterio Juánico del Lógos: la de la Sabiduría
personificada. Esta identificación es sostenida por Juan, sobre todo en el Prólogo donde vemos como
los atributos de la Sabiduría están en el Verbo: preside la creación, rige el universo, es reflejo de la
luz eterna. Además de la preexistencia se habla de la encarnación del Verbo, de la que hay testigos.
La carne implica para Juan la condición humana con todas sus limitaciones y fragilidad. La
humanidad de Jesús no es en definitiva más que un medio de expresión, el lugar donde los hombres
ven su gloria, y podemos señalar el afán de Juan por destacar la humanidad de Cristo. El hombre
Jesús es el punto de partida de la cristología Juánica. Los Sinópticos lo emplean muy raramente.
Pero este hombre vive nuestra vida humana de un modo totalmente nuevo, la profundiza, la ensancha,
dilata sus horizontes hasta dimensiones infinitas.
Para el evangelista el Lógos es el Cristo personal y preexistente que, en un momento histórico, ha
asumido la naturaleza humana. Se indica una nueva forma de ser del Verbo, aunque sin dejar de ser
lo que era. Al mismo tiempo se subraya la paradoja de que lo divino se haga humano, lo eterno
efímero. Además, la realidad de la encarnación echa por tierra las herejías docetistas, así como la
gnosis que nunca pensó en el Lógos hecho carne. Así somos introducidos en el Misterio de Dios, que
ha sido revelado a través del Hijo de Dios. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto
modo con todo hombre. La carne del hombre, al ser asumida por Dios como propia, adquiere la
dignidad original recibida por el Creador. Por tanto, Cristo es el don supremo, la salvación.

EL VERBO EN LA CREACIÓN

En Jn 1, 3, al hablar de la función del Lógos en la creación, tenemos un paralelismo antitético, al decir


que todas y cada una de las cosas han sido hechas por él, y sin él no se ha hecho nada de cuanto existe.
Es una creación la nada. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Cuanto ha sido hecho
en él era vida y la vida era la luz de los hombres.
El papel del Lógos en la creación es claramente afirmado al decir que «todas las cosas fueron hechas
por él, y sin él no se ha hecho nada de cuanto ha sido hecho». A partir del v. 14 el Verbo irrumpe en
la Historia mediante su encarnación. De manera armónica se sigue hablando del Verbo, pero ahora
encarnado ya. También aquí se habla de su papel en la nueva creación y así el v. 17, paralelo con el
v. 3, nos habla de que «la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo».
Sigue el Prólogo con el Lógos en el v. 16, cuyo paralelo está en los vv. 4-5, que hablan de la donación
del Lógos a los hombres. La expresión ha sido traducida como «gracia sobre gracia», en el sentido de
una acumulación de gracia. Pero es mejor traducir «gracia por gracia». No obstante, esa frase se puede
entender como una oposición entre la gracia de la Ley antigua y la de la Ley nueva. De todas formas,
nos parece que se trata de una sucesión de la antigua economía a la nueva, y con la comparación entre
Cristo y Moisés se proclama la grandeza de la nueva gracia.
El v. 17 expresa la acción de Cristo en la nueva creación. Se recuerda que la Ley fue dada por Moisés.
Y Moisés fue el mediador de la Ley, el que la recibió en la gloria del Sinaí. Es un hecho decisivo en
la historia de Israel. Aquí, por cumplimiento y elevación, se destaca con vigor la dignidad excelsa de
Jesús, el nuevo y definitivo mediador por el que recibimos la gracia y la verdad, o lo que es lo mismo
la participación en la vida divina. La Ley de Cristo, escrita no en tablas de piedra sino en nuestros
corazones, no es una imposición externa sino una gracia, la fuerza interior del amor, infundida en
nuestro interior para que, gustosa y libremente, seamos capaces de cumplir la nueva Ley. Este sublime
don es el que nos llega por Jesucristo, el que nos libera realmente, el que nos salva.
Se cierra el Prólogo (v. 18) contemplando de nuevo la figura del Verbo en la cumbre de su misteriosa
relación con el Padre. Se parte de la premisa mayor de que a Dios nadie le ha visto jamás. Gracias al
Hijo de Dios hecho hombre, podemos conocer a Dios, aunque de momento no le veamos.
Además de «Dios Unigénito», existen las variantes «Unigénito hijo» o «Unigénito». La primera es
preferible por estar atestiguada en diversos códices y por ser, además, la lectura difficilior. Ahora,
además, la cercanía del Hijo se expresa de forma antropomórfica, por medio de una imagen que
denota intimidad y cercanía. Recuerda al niño durmiendo en el seno de la madre y también al
Discípulo amado apoyado en el pecho del Maestro. Esa cercanía e intimidad es lo que hace posible
que Jesucristo pueda dar a conocer al Padre, y pueda revelarlo a los hombres. Con razón le dirá a
Nicodemo que «el que viene del cielo está sobre todos y da testimonio de lo que ha visto y ha oído...»
El verbo exegésato, significa dar a conocer algo oculto, sacar al exterior lo que estaba dentro. A ello
se refiere Jesús cuando en la Ultima Cena dice: «Os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi
Padre os lo he dado a conocer». Así se nos hace «visible» aquél a quien nadie vio jamás. En efecto,
Jesús aparece para los creyentes como en el Tabor, con todo su esplendor divino. Por tanto, anclados
en la fe, podríamos decir como el Evangelista: «Hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad».

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