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ACTIVIDAD 3: TRABAJO ESCRITO

“LA TEOLOGÍA JOÁNICA EN LOS ESCRITOS” 

ALUMNO

JUAN DAVID JIMÉNEZ HENAO

UNIVERSIDAD CATÓLICA DE ORIENTE | FACULTAD DE TEOLOGÍA | DOCENTE


VLADIMIR MERCHÁN | TEOLOGÍA JOÁNICA Y OTROS ESCRITOS | 12/09/2022 
Introducción.
El Evangelio de Juan no deja de ser particular en cuanto al mensaje que desea transmitir
a los creyentes. Se preocupa por dar una respuesta clara y precisa frente a la cuestión
central de su teología y es preguntar para responder ¿Quién es Jesús? – Esto, no de un
modo superficial, sino realmente profundo, que le permita a los lectores sumergirse en un
conocimiento “casi pleno” del Salvador. En efecto, su cristología es la base fundamental
de todas las demás cuestiones circundantes en sus escritos. Quiere decir algo como
“conocer a Jesús” es conocer al Padre, comprender al Espíritu Santo, entender el Reino
de Dios, es la puerta que abre las demás habitaciones, y, no solo que abre, sino que le da
sentido a su esencia y existencia.

Por lo tanto, tomando como punto de partida su cristología, Juan apunta, a


diferencia de los sinópticos, a la predicación de Jesús sobre su propia identidad; no lo
hace sobre cuestiones secundarias – según su pensar y su sentir -, sino sobre la esencia
misma del cristianismo, a partir de Quien se desvelan los secretos y misterios más
profundos, ocultos a los ojos de los hombres, en el corazón eterno de Dios. En este
sentido, la estructura de sus escritos, particularmente de su Evangelio, manifiesta desde
el primer momento y lo resalta también en el final, que, Jesús es verdadero Dios y
verdadero hombre. Entiende de algún modo la profundidad de la lógica redentora y
salvadora que quiso tener el Eterno con sus criaturas y lo resalta enfáticamente a lo largo
de todo su corpus. Así pues, Juan tiene como punto de partida, y, en cierto sentido, como
criterio fundamental de su fe, que, Jesús es Dios, y lo que pretende con ello, es
profundizar en la forma cómo llega a entenderse este misterio revelado a la luz de los
hombres. Su reflexión se ajusta en la intimidad de su experiencia personal con la Persona
de Cristo – ya sea que se hable de Juan como persona particular, o se hable por el
contrario de la comunidad joánica -, y, quiere dar a conocer al mundo, el gran amor que
ha tenido Dios con nosotros, que entregó a su Hijo único, para todo aquel que crea en Él
no muere, sino que tenga vida eterna.

Ahora bien, en el siguiente escrito se propone una breve mirada a ciertos aspectos
relevantes que se vislumbran a lo largo de las composiciones joánicas, aspectos que
pretenden seducir hacia una actitud de búsqueda, conocimiento y seguimiento, y el
distinguido interés por la Persona que le ha dado sentido a la vida de muchos, un
Hombre-Dios que ha llegado a habitar entre todos nosotros para revelarnos lo
desconocido, lo que se ha encontrado velado ante la mirada del ser humano.
Desarrollo.

 JESÚS EN EL CENTRO.

Respondiendo a la cuestión ¿Quién es Jesús? Juan acentúa el uso de la expresión “Yo


soy” para referirse a su identidad más íntima, esto, por medio de símbolos. En ciertas
ocasiones, la comunidad y Jesús son tan similares que llegan a usar el mismo lenguaje; la
comunidad joánica es evidentemente cristo céntrica. Los interlocutores que aparecen en
los textos son movidos por la atracción hacia la persona de Jesús, tales como Nicodemo,
el Bautista, entre otros. Ellos no se contentan con una respuesta simple, sino una
respuesta que confiese la identidad más entrañable de Jesús. En este sentido, se hace
énfasis en el hombre llamado Jesús, en su existencia histórica y su contexto vital de la
Palestina del siglo I; aquel que era llamado el “hijo de José”, el de Nazaret, el judío que
vive entre la gente del común y que comparte con ellos su condición plenamente humana.
Por lo tanto, para Juan es indispensable hablar de Jesús de Nazaret para hablar de Dios,
no se resignó a su naturaleza divina, la cual, en cierto aspecto, ya era innegable. Así
pues, el recurso literario de los diálogos y discusiones presentes en su Evangelio,
permiten subrayar la humanidad de Jesús, por medio de la cual, Dios sedujo a quienes en
frente se encontraban. La confesión de fe de la comunidad joánica, resalta a Jesús como
hombre y a la vez como Dios. Para ello, el criterio fundamental lo encuentra en la forma
cómo exalta la muerte de Jesús de Nazaret, de la cual el testimonio del discípulo es
certero y oficial, pues, según el mismo texto, estuvo allí presente.

Otro aspecto importante de la percepción de Jesús dentro de la comunidad


joánica, es el talante revelador que hay en su Persona. Se destacan los signos realizados
por el carpintero, que apuntan a la comprensión del origen de su obrar y de su hablar: el
Padre que le ha enviado. Aunque, cabe aclarar, que existen asuntos de esta revelación
que solo se comprenderán a la luz de la glorificación; es allí donde cobrará mayor sentido
sus acciones y palabras. En este sentido, la revelación de Jesús se realiza por medio de
su propio testimonio, que se respalda por otros referentes testimoniales, entre los cuales
prevalece el del Padre, que, actúa siempre a través de Jesús. Esta acción testimonial
pretende manifestar quién es verdaderamente Jesús. Así pues, el hablar de Jesús es
revelación de Dios, es una revelación testimonial y un testimonio que se hace revelación;
en otras palabras, un medio de revelación. Ahora bien, Jesús revela lo que ha
contemplado en el “mundo de arriba”, es el Hijo del hombre, que ha venido a comunicar
en la carne a los que son de carne. La revelación se realiza pues en la carne.
Por tanto, Jesús en el evangelio joánico imprime un carácter radical a la fe.
Confesar a Jesús como el Mesías es constituir plenamente el “creer en Él”. El objeto de la
fe y la confesión es Jesús mismo, en la totalidad de su persona y en su relación íntima
con el Padre, que permite comprender a Jesús como “el que es confesado y creído”, o
también, y, en no pocos casos “el rechazado”.

 EL PADRE DE JESÚS Y EL HIJO DEL PADRE: DIOS.

Seguidamente, es significativa la relación de Jesús y el Padre, en cuanto es la revelación


cumbre de Jesús. Jesús habla las palabras de Dios y obra lo que el Padre le muestra.
Parece ser que, así las cosas, nos ubicamos ante lo sensorial, ante lo visual y lo auditivo,
pues Jesús lo que “ve” y “oye” del Padre lo comunica a los hombres. Es la acción
reveladora de Dios en clave de visiones y palabras en Jesús, en lo que hace y dice. Y
esto, son “realidades vistas” y “palabras escuchadas”, lo verdadero, lo verídico, lo veraz,
la verdad misma, que, se expresa en lo que sale de la boca de Jesús. La verdad que
Jesús comunica a los hombres es la verdad que sale de Dios mismo, y se encuentra
ligada a la palabra de Jesús. En efecto, Jesús es la verdad, pero además de ello, es la
revelación misma y más propia de Dios. La verdad se concibe pues, como una Persona
que se ha hecho cercana a los hombres para abrirles paso a la salvación que conduce al
Padre. Es en esta relación filial, que se desvela el misterio más intenso de Dios, el
misterio de la identidad y unidad de una relación única, concreta e impensada para todos
los hombres: “Yo y el Padre somos una misma cosa”. Por tanto, cuando se tiene por
objeto a Jesús, se tiene por objeto al Padre. Desde la humanidad de Dios se puede
conocer a Dios mismo, puesto que si Jesús ha salido de Dios es porque el Padre lo ha
enviado, le ha encomendado una misión. Así pues, Jesús es “el enviado” del Padre. El
enviado plenipotenciario, que lleva a cabo su misión con fidelidad y obediencia, el enviado
que es uno con el que envía, el enviado con el poder del que le envía, y que manifiesta la
necesidad de volver al seno de Quien le envió. Consecuentemente, este enviado nunca
está solo, el lazo filial es tan estrecho que la presencia del que envía es una presencia
permanente sobre quien envió, no es ocasional. En efecto, el “acto de enviar” del Padre
se comprende desde Jesús, el enviado. Pero, además de ser “el enviado”, también es el
Hijo, el Unigénito, el Hijo de Dios. Expresión filial que sobrepasa los límites de la
comprensión humana, pues el Hijo también es Dios en sentido absoluto, aunque presenta
un lazo de dependencia, pues el Hijo no salido por si mismo del Padre, sino porque el
Padre ha enviado a su Hijo. Por esta razón, la aparición de Jesús hace patente el amor
del Padre a los hombres. La presencia permanente del Padre en Jesús se debe a que
Este es su Hijo, y no puede hacer nada sin Él. En efecto, Jesús es la presencia salvífica
del Dios invisible.

Ahora bien, es obvio que el Padre de Jesús es Dios. Esto se expresa


explícitamente en Juan por boca de Jesús, quien habla de Dios como Padre. Un Dios
invisible que es Padre de Jesús, con quien se siente plenamente identificado, pues, todo
lo que acontece en Jesús, acontece en el Padre; por ejemplo, si se honra al Hijo, se honra
al Padre. Por lo tanto, conocer a Jesús es conocer al Padre; es por esto, que es imposible
amar a Dios sin amar a Jesús. Parece ser la única opción, el único camino, la única
verdad, que, conduce a la vida. En este sentido, Dios se entiende como el origen y el
destino de Jesús, de quien viene y hacia quien se dirige. Jesús hace afirmaciones que
aluden al origen divino de sus palabras y acciones, es pues, el Padre, quien ha tomado la
iniciativa. Como resultado, solo se puede conocer a Dios, si se acepta que este Dios es el
Padre de Jesús. Es Jesús quien da el acceso al Padre. En otro sentido, si el Jesús es uno
con el Padre, y este Padre es Dios, y ese Dios se ha revelado como Yahvé en el A.T,
Jesús no es un Dios diferente, sino el mismo revelado a los profetas y al pueblo judío.
Esto permite que se prescriba la interpretación de la historia de Israel a la luz de lo que
acontece en la vida de Jesús, considerado en Juan como “preexistente”, muy por encima
de personajes importantes como Moisés y Abraham.

 EL ESPÍRITU SANTO EN CLAVE CRISTOLÓGICA.

Pasemos ahora a la concepción pneumatológica en Juan. Lo hacemos a través de


su cristología que es su punto cardinal. En Juan, el Espíritu, así como el Padre, está en
íntima relación con Jesús, tan es así, que, en su discurso de despedida, Jesús habla del
Paráclito, del Espíritu de la verdad, del Espíritu Santo, de alguna forma haciendo alusión a
su legado testimonial más esencial. En este sentido, el Paráclito se entiende como Aquel
que ha sido enviado para ayudar, acompañar y aconsejar; es por ello que se traduce
como el “abogado” en una función de tipo judicial, un intercesor que también da
testimonio. Se subraya que también es un “enviado”. Lo envía el Padre de Jesús en
nombre de Jesús, pero a su vez, lo envía Jesús desde el Padre. De otro modo, procede
del Padre de la misma manera que Jesús ha salido del Padre. Así las cosas, se hallan
paralelos entre Jesús y el Paráclito, a saber: es enviado, ha sido dado, ha salido del
Padre. En efecto, puede entenderse como una prolongación de la misión de Jesús, pues,
si el Padre ha enviado al Paráclito, lo ha hecho por rigor desde Jesús. En cuanto a su
función, se destacan el dar testimonio de Jesús y conducir a la verdad plena, vertiente
que resulta ser consonante a la de Jesús como revelador. El Espíritu continúa la obra de
Jesús, no habla por sí mismo, sino que también habla las cosas que ha oído, para
conducir hasta la verdad completa. Es pues quien revela la realidad de Jesús, que es, la
misma verdad. Ahora bien, cabe subrayar una diferencia: mientras la acción de Jesús se
da en la “sarx”, la del Espíritu se hará sobre los discípulos, y no será visible, aunque sí se
percibirá su presencia, distinta como ya se dijo, a la de Jesús. Por tanto, la experiencia de
fe en la comunidad de discípulos, se da estrictamente a través del Espíritu, que permite
conocer a la persona de Jesús y todo el misterio que le concierne. Es por el Espíritu que
el creyente llega a “creer”, aunque se hace claridad, que creer verdaderamente solo es
posible hasta después de su muerte, es decir, en su glorificación, que es donde Jesús
muere y entrega su Espíritu. Algo así como, hasta que Jesús no se vaya, no puede llegar
el Espíritu, que, según el mismo Jesús, convenía que viniera, y, solo lo hará hasta cuando
Jesús ya no esté. En su estado de exaltación plena. Es así como, la función del Paráclito
será también hacer recordar a la comunidad discipular lo dicho y hecho por Jesús, de
alguna forma, es quien sostiene la fe, el “creer” de los creyentes, lo cual, es un mismo don
de Dios por el Espíritu Santo. Por otra parte, es aquí donde surge el esquema dualista de
Juan, que sugiere que, ante las múltiples referencias a la fe en Jesús, se subraya también
el rechazo de su persona, rechazo que no solo se traduce en incredulidad, sino en
agresividad que lleva hasta la muerte misma de Jesús. En efecto, el pecado en Juan se
refiere al rechazo de Jesús, al hecho de “matarle”; actitud que para Juan solo puede nacer
de una falsa autosuficiencia y de complacer la voluntad propia y no la de Dios.

 UNA BREVE MIRADA AL APOCALIPSIS DE JUAN

El Apocalipsis se debe ubicar dentro del género literario apocalíptico, en el cual el marco
narrativo es que el ser humano recibe una visión que revela algo oculta a través de un ser
ultraterreno. Los secretos revelados conducen de este mundo hacia otro, permitiendo
interpretar a la luz de lo revelado, las circunstancias presentes, las cuales son casi
siempre trágicas. Es un libro donde reinan los símbolos y misterios, dirigido a los
cristianos que sufrían y sufren los tiempos de persecución y sufrimiento por causa del
Evangelio. Es bajo esta perspectiva, que el libro debe comprenderse, interpretarse y
reflexionarse tras las lámparas de la esperanza que Dios ha querido dar a todos aquellos
que creen en Él, pues, al final de todo, Él saldrá victorioso frente al mal que acecha al
mundo entero. En efecto, el simbolismo no puede traducirse en cuestiones místicas
absolutas, sino en la forma en que el autor desea manifestar las realidades que palpitan
en los contextos donde la luz de Cristo enceguece a los que viven en tinieblas, y aun así,
en los que desean persistir en ellas. El Apocalipsis abre la brecha de la felicidad eterna,
del cielo nuevo y la tierra nueva, de un Dios que es eterno y que hace partícipe a los
hombres de su misma realidad. Es un texto que se debe leer en clave de esperanza, de
fe, de certezas que Dios pone en el corazón de su pueblo. Es un texto que sabe mirar al
pasado, para dar sentido al presente, y colmar de esperanza el futuro del pueblo elegido.
Un libro en el cual las profecías no dejan de poseer un tinte un tanto oculto, pero que
sobrepasan las diversas imaginaciones del hombre, en cuanto son realidades que
Jesucristo mismo quiso revelar por medio de un hombre llamado Juan.

Por otra parte, las figuras, símbolos, signos, números e imágenes, estrictamente
deben interpretarse a la luz de acontecimientos históricos. Para ello resulta indispensable
conocer los contextos circundantes del autor y de la comunidad a la que pertenece, en un
sentido local como universal, en cuanto al cristianismo lo es. Es realmente conmovedor, la
forma en que cierra el texto: “Amén. Ven Señor Jesús”. Pues, las diversas etapas
reveladoras y proféticas del Apocalipsis apuntan finalmente a este encuentro ulterior con
la persona de Jesús en un futuro que palpita en la cercanía de los corazones que le
aman.

 ALGUNAS CONCLUSIONES.

- Al hablar de la fe en Jesús debe considerarse el carácter pospascual que se


manifiesta en los textos.
- Jesús de Nazaret en cuanto a hombre, en su humanidad, es el objeto de la fe y del
conocimiento, que permite establecer y ligar directamente, la relación íntima que
tiene con el Padre, que es Dios.
- Las profesiones de fe no deben agotarse en el Jesús que es exaltado, sino que, de
cierta manera, inician desde el Jesús terreno. Esto, sin olvidar que se ama, se
sigue y se conoce al mismo Jesús, en la totalidad de su persona.
- Jesús en la cruz es la posición esencial y central de Juan, pues es donde la vida
terrena de Jesús y la vida de la comunidad joánica pospascual se unen
categóricamente.
- Abordar los escritos joánicos es darse la oportunidad de acercarse de una forma
única, especial y profunda, a un conocimiento de la persona de Jesús, de su vida,
de su esencia y de su identidad más íntima.
- La cristología joánica es la que imprime el dinamismo de los demás elementos
revelados en la teología joánica. A partir de la centralidad de Cristo, se logra
comprender y conocer al Padre, al Espíritu, a Dios mismo.
- La revelación que se manifiesta en Jesús, proviene de la iniciativa del Padre, pues
es Quien envía a su Hijo en favor de los hombres. Una revelación que para
entenderse debe tenerse en cuenta tanto las palabras como las acciones de
Jesús, que, en cierta medida, revelan lo mismo: lo visto y oído en el seno del
Padre.
Referencias bibliográficas.
 Tuñí, Josep-Oriol. (1995). Escritos joánicos y cartas católicas. Madrid. Ed. Verbo
Divino.
 Brown, Raymond. (2002). Introducción al nuevo testamento II. Cartas católicas y
otros escritos. Madrid. Ed. Trotta.

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