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CURSO 2014-2015
La dimensión ética está por encima de las actividades económicas, porque tiene el cometido de
juzgar tales actividades, a partir, principalmente de la dignidad del hombre. Ya antes se afirmó que toda
institución social debe ordenarse al servicio del hombre, de esta manera queda claro que la vida
económica deberá encaminarse a ser más humana la vida del hombre. Enseña el concilio Vaticano II que
«en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, la
vocación íntegra del hombre y el bien de la sociedad entera. Porque es el hombre, el centro y el fin de la
vida económico-social»1.
La Economía es una ciencia autónoma que tiene sus propias leyes, cuyo fin es la maximización
de la utilidad del individuo y el bienestar social. Esta disciplina tiene mucho que ver con las necesidades
de los hombres, pues debe producir y repartir los bienes que satisfagan las indigencias humanas. Así, dos
elementos esenciales a la vida económica son las “necesidades” y la “producción de satisfactores”.
Concluyamos con este texto de Aurelio Fernández: «La ética puede ofrecer a la economía una
ayuda muy decisiva para que cumpla con su papel, dado que es fácil que se desvíe por caminos que a la
larga no ayuden al hombre, sino que lo esclavicen. Pero la economía es la que oferta los medios para
subvenir a las necesidades y alcanzar el bienestar del hombre. De este modo, ética y economía se
necesitan mutuamente»3.
1
Constitución pastoral Gaudium et spes, 63.
2
Ibid..
3
Teología Moral III, 491. Cita en el mismo lugar el siguiente texto: «Queda aún mucho por adelantar, en el plano
puramente económico, para mejorar la situación de la humanidad; queda por encontrar ni más ni menos que la solución
a cada uno de los problemas concretos. Pero hay que hacerlo con la mirada a otro nivel, el de la ética. Tampoco hay que
dejarse llevar por milagrerías o estúpidas simplificaciones: las enseñanzas de la Iglesia no explican cómo se detiene una
inflación, ni cómo se mejora la productividad o cómo se valora una empresa. Esa es la tarea de la economía, pero no de
ella sola: sus soluciones, desligadas de la ética, lesionarían al hombre y crearían problemas mayores»: ARGANDOÑA, A.
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La doctrina católica apuesta por el desarrollo humano y el necesario bienestar materila de todo
hombre, e invita a superar el riesgo del afán desmedido por el bienestar económico. La Revelación enseña
que el hombre ha sido puesto en el centro de la creación, con autoridad para administrar los bienes de la
creación y servirse de ellos. Por ello, todos los bienes deben contribuir al perfeccionamiento del hombre y
nunca para su degradación4.
Enseña el papa Juan Pablo II que «la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta
considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre no es regida por un
objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve
fácilmente contra él para oprimirlo»5.
El progreso económico, además de ayudar al bien de “todo el hombre”, debe favorecer a “todos
los hombres”, sin distinción social, étnica y cultural 7.
El dinero es por sí mismo, en sentido ético, “neutro”. Su valor le viene por las actitudes que
circundan su uso. Materialmente, el dinero no deja de ser metal, papel o plástico; sin embargo, el
significado que se le dé será aquel que establezca su valoración moral. El mismo caso, es el de cualquier
bien material que en la antigüedad se utilizaba para el intercambio comercial, el pago o la remuneración.
Quien afecta la valoración moral del uso del dinero, será quien lo administra. La bondad o
maldad no viene del material, sino del fin que se le dé. Se puede falsear de tal manera la finalidad del
dinero, que se absolutice al punto de abandonar a Dios, su verdad y su bondad: «No podéis servir a dos
señores, pues, o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al
otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24)8.
De la realidad, pues una cosa tiene el valor que objetivamente como tal y según la sociedad le
han dado.
Trabajo, economía y ética. Un economista ante los textos de Juan Pablo II sobre el trabajo, en AA. VV., Estudios sobre la Encíclica
Laborem exercens, 299-300.
4
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 493-494.
5
JUAN PABLO II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 28.
6
Cfr. CONCILIO VATICANO II, constitución pastoral Gaudium et spes, 64.
7
Ibid., 65.
8
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 496.
9
Cfr. Ibid., 497.
Ética en la vida económica 105
De la utilidad, pues las cosas tienen un valor de acuerdo a la utilidad que reportan al usuario.
Del gusto o la apetencia, pues un objeto puede tener un valor real que no sea aquel que
objetivamente se ha establecido, debido a cuestiones subjetivas de su poseedor o de quien lo
pretende.
La fijación de los precios ha sido un tema por demás debatido, anteriormente la Teología Moral
lo estudiaba en el ámbito del séptimo mandamiento. En la doctrina clásica se hablaba de tres clases de
precios10:
Precio corriente o vulgar, es decir, aquel que comúnmente es aceptado en el comercio según la
apreciación generalizada.
Precio convencional, es aquel que considera las diversas circunstancias que confluyen; por
ejemplo, en una obra de arte es necesario tomar en cuenta, entre otras cosas, el autor, la técnica y
el material utilizados, etc..
Los factores que influían en tiempos pasados eran relativamente pocos, pues no dejaban de ser o
productos agrícolas o de manufactura artesanal; sin embargo, en la actualidad donde las importaciones y
exportaciones son cada vez más frecuentes, los precios dependen desde la adquisición de materias primas,
el uso sofisticadamente técnico de la producción, hasta los aránceles en el comercio internacional, sin
dejar de lado los factores de la competencia normal y aquella llamada “desleal”.
10
Ibid., 498.
11
JUAN PABLO II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 16.
Ética en la vida económica 106
14.4.2. El comercio
Tradicionalmente, el comercio ha sido tratado aquí como “la moralidad en los negocios”. En
realidad, bajo este enunciado, se analizaba no la eticidad de la actividad mercantil en sí misma, sino la
moralidad de quienes desempeñaban esta actividad en los actos mismos de realizarla 12.
Entre los muchos beneficios que las actividades mercantiles ofrecen, pueden enumerarse estos:
La generación de empleos, pues detrás del comercio está la producción, dígase agrícola,
artesanal o industrial.
Favorece las relaciones humanas, porque de alguna forma permite la convivencia entre quienes
producen y venden, así como entre quienes venden y compran. Dice San Juan Crisóstomo:
«Nada hay como la necesidad para fomentar la amistad. Por eso tampoco quiso que todo se
produjera en todas partes, pues por ahí nos obligaría también el comercio de unos con otros. Y
ya que hizo que unos necesitemos de los otros, hizo también fácil el comercio, pues de lo
contrario ello hubiera sido fuente de molestias y dificultades» 14.
Sin embargo, existen también riesgos o peligros en el ejercicio de las actividades mercantiles,
por ejemplo:
El riesgo del “lucro”, pues aunque el comerciante debe procurar el sustento de su familia, la
satisfacción de sus necesidades, esto no significa que se pueda justificar una ganancia desmedida
e ilícita15.
La usura como finalidad del comercio; cuando, olvidándose del bien común, se busca
afanosamente la obtención de grandes cantidades de modo fácil y pronto.
La manipulación de consumo. Con este tema se unen dos especialidades de la Teología Moral, la
moral de la economía y la moral en los medios de comunicación. Enunciamos aquí sólo el riesgo
que se tiene al no utilizar moralmente los medios de comunicación en la promoción del
comercio.
12
FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 504.
13
SAN IRENEO, Adversus haeresis, IV, 30, 1. PG 7, 1065; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 505.
14
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Ep. I ad Cor, Homilía XXXIV, 4. PG 61, 291.
15
Es interesante la concepción que santo Tomás de Aquino hace del término “lucro”: «El lucro, que es el fin del tráfico
mercantil, aunque en su esencia no entrañe algún elemento honesto o necesario, tampoco implica nada vicioso o
contrario a la virtud. Por consiguiente, no hay obstáculo alguno a que ese lucro sea ordenado a un fin necesario o aun
honesto, y entonces la negociación resultará lícita. Así ocurre cuando un hombre destina el moderado lucro que
adquiere comerciando al sustento de su familia o también a socorrer a los necesitados, o cuando alguien se dedica al
comercio para servir al interés público; esto es, para que no falten a la vida de la patria las cosas necesarias, pues
entonces no busca el lucro como fin, sino como remuneración de su trabajo»: Summa Theologiae, II-II, q. 77, a. 4.
16
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 506.
Ética en la vida económica 107
En cuanto a la relación del hombre con las cosas, conviene recordar tres tesis fundamentales17:
- Las cosas fueron creadas para el uso y disfrute del hombre. Todas las cosas fueron creadas
con el fin de ayudar al hombre a promover su propia dignidad. Dice Zubiri que «el hombre
sin cosas sería una especie de contra ser o contra existencia... El vivir con no es un simple
yuxtaposición de la persona y de la vida: el con es uno de los caracteres ontológicos
formales de la persona humana en cuanto tal, y, constitutivamente personal» 18.
- El hombre y las cosas. Las realidades creadas van configurando al hombre, pues además de
usarlas y disfrutarlas, las valora y de acuerdo a ese valor las busca o las rechaza. Así, las
cosas pueden llegar a ser “útiles”, “placenteras”, “buenas”, “bellas”, o bien, “inútiles”,
“perjudiciales”, “feas”, “malas”, etc..
La pasión por los bienes materiales ha llegado a ser para muchos un criterio cultural de actuar, lo
cual naturalmente afecta a la misma persona, quien puede llegar a descuidarse por “tener”; a la vida
familiar, porque algunas de sus decisiones estarán supeditadas a criterios económicos, por ejemplo, el
número de hijos tiene una relación directa con el criterio económico que se maneje; a la vida laboral,
pues será, y en ocasiones con justa razón, un criterio fundamental en la aceptación o rechazo de un
empleo; a las relaciones humanas, pues el trato y aceptación o rechazo se hará depender de intereses
materiales; etc.
La búsqueda afanosa de poseer es un rasgo característico de la sociedad actual, donde pareciera que
la única necesidad real del hombre es contar con algo, aumentar cada vez sin descanso alguno su
propio patrimonio. Existe aquí el riesgo de olvidar que las necesidades del hombre son muchas y que
para su integral crecimiento necesita de satisfacerlas aunque sea en su mínimo requerimiento.
Es clave en el Antiguo Testamento la concepción de los bienes creados como medios, pues tienen
una finalidad por Dios bien determinada. Se dice en la literatura sapiencial: «no me des pobreza ni
riqueza, asígname mi ración de pan (dame aquello que necesito); pues, si estoy saciado, podría
renegar de ti y decir: “¿Quién es Yahvé?”, y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de
mi Dios» (Prov 30, 8-9).
17
Cfr. Ibid., 517-518.
18
ZUBIRI, XAVIER, Naturaleza. Historia. Dios, 319; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 518.
19
«No es fácil precisar nocionalmente estos dos conceptos en la amplia literatura veterotestamentaria: depende de las
diversas épocas y aún del contexto económico en que se desenvuelve el pueblo en los distintos periodos de su historia.
Tampoco es ajeno al estilo literario que caracteriza cada uno de los libros»: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 520.
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es el caso de Abrahám: «Yahvé ha bendecido con largueza a mi señor, que se ha hecho rico, pues le
ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y esclavas, camellos y asnos» (Ex 24, 35).
En la doctrina del Nuevo Testamento habrá necesidad de subrayar dos aspectos fundamentales:
la pobreza experimentada y vivida por Jesús y la enseñanza transmitida por los evangelios.
La vida de Jesús, según los datos transmitidos, estuvo caracterizada por la pobreza, su existencia,
antes de la vida pública, la dedicó al trabajo artesanal. Ciertamente, escribe Fiedler, que la pobreza de
Jesús no fue extrema, pues perteneció «a la clase media de los judíos de la época», es decir «a los
artesanos que vivían un poco mejor que la multitud integrada por quienes dependían de las limosnas,
de la mendicidad o del hurto»20.
Los autores de la ascética cristiana, siguiendo la enseñanza evangélica, frecuentemente han destacado
que “pobreza”-“riqueza” es la actitud que sobre todo se decide en el interior de la persona, es decir
que va más allá de la apreciación material de las cosas. No es posible “ser pobre de espíritu”, con
ausencia de manifestaciones externas de verdadera privación; pues existe una mutua dependencia
entre lo interno y externo que bien puede nombrarse coherencia, lo uno conducirá a lo otro, sin
embargo, en orden de importancia por ser el punto de origen es la “pobreza espiritual”.
14.5.3.1. La riqueza tiene su riesgo. No se debe rebajar una tilde a la advertencia de Jesús,
respecto a la salvación de aquellos que han puesto su confianza en las riquezas: «Yo os aseguro que un
rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos». El riesgo de las riqueza está precisamente en la
diposición que se tenga respecto a ella, pues puede distraer en cuanto a la comprensión del mensaje
cristiano y la salvación final.
14.5.3.2. La pobreza evangélica no se trata de no tener nada, sino de vivir desprendidos de todo.
Las Bienaventuranzas invitan al desprendimiento total, ante todo de sí mismos, aceptando y buscando a
Dios, como absoluto, ante quien las cosas son relativas22.
14.5.3.3. Según la Sagrada Escritura, así como la pobreza guarda una estrecha relación con la
humildad, la riqueza la tendrá con la soberbia. Enseña el texto del Apocalipsis: «Tú dices: “soy rico; me
he enriquecido; nada me falta”» (3, 17).
14.5.3.4. Tal como existe el riesgo por absolutizar la riqueza, existe aquel otro de absolutizar la
pobreza, a la que algunos han llamado pauperismo. La pobreza, al igual que la riqueza, no puede
convertirse en un fin, porque si el peligro en la riqueza es convertirla en ídolo, sucedería exactamente lo
mismo con la pobreza. La pobreza cristiana es un medio y no se agota en la consideración económica. La
posesión de los bienes no es un obstáculo que impida entrar al Reino de Dios, ni tampoco la pobreza de
bienes asegura la entrada en el mismo23.
5.5.3.5. Siguiendo lo dicho ya en otras partes de nuestro estudio, el hombre tiene la misión de
administrar los recursos materiales, protegerlos y hacerlos rendir para bien de la misma humanidad. Más
aún, según la enseñanza evangélica, es misión de los creyentes en Cristo erradicar la pobreza en el mundo
(cfr. Mt 25, 31-46).
20
FIEDLER, P., Pobreza y riqueza en el Nuevo Testamento, en AA. VV., Fe cristiana y sociedad moderna, 100; citado en:
FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 522.
21
Cfr. Ibid., 528ss.
22
Ibid., 531; cita a: SPICQ, C., Teología Moral del Nuevo Testamento, I, 376.
23
Cfr. SCHNACKENBURG, R., El mensaje moral del Nuevo Testamento, 103; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral
III, 530-531.
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