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EXAMEN AD AUDIENDAS

CURSO 2014-2015

14. ÉTICA EN LA VIDA ECONÓMICA

El objeto de la presente unidad es el estudio de la dimensión moral de la economía, como


actividad humana y social; no se pretende el estudio de una determinada disciplina económica ni mucho
menos su dimensión técnico-científica.

14.1. Dimensión ética de la vida económica

La dimensión ética está por encima de las actividades económicas, porque tiene el cometido de
juzgar tales actividades, a partir, principalmente de la dignidad del hombre. Ya antes se afirmó que toda
institución social debe ordenarse al servicio del hombre, de esta manera queda claro que la vida
económica deberá encaminarse a ser más humana la vida del hombre. Enseña el concilio Vaticano II que
«en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, la
vocación íntegra del hombre y el bien de la sociedad entera. Porque es el hombre, el centro y el fin de la
vida económico-social»1.

Es necesario que la economía sirva al hombre y se ubique en el contexto de los satisfactores


humanos como un medio, evitando que se le busque como fin. El mismo texto conciliar señala que «no
faltan motivos de inquietud. Muchos hombres, sobre todo en regiones económicamente prósperas,
parecen guiarse por la economía, de tal manera que casi toda su vida personal y social está como teñida
de cierto espíritu economista, tanto en las naciones de economía colectivista como en las otras» 2.

La Economía es una ciencia autónoma que tiene sus propias leyes, cuyo fin es la maximización
de la utilidad del individuo y el bienestar social. Esta disciplina tiene mucho que ver con las necesidades
de los hombres, pues debe producir y repartir los bienes que satisfagan las indigencias humanas. Así, dos
elementos esenciales a la vida económica son las “necesidades” y la “producción de satisfactores”.

Ciertamente, como ciencia, la economía es autónoma, pero, desde el punto de vista de la fe y en


el contexto del conocimiento humano, no puede ser absolutamente independiente, porque como ciencia
humana debe subordinarse al fin total y último del hombre. La Teología Moral Social debe afirmar con
claridad que la economía no es éticamente neutra.

La intervención del Magisterio de la Iglesia en la cuestión económica tiene un objetivo ético. No


se pretende dar soluciones técnicas a los problemas económicos, sino ampliar y contextualizar el
horizonte de las consideraciones económicas, es decir, según la enseñanza católica, la economía debe
ayudar al hombre a respetar y promover su propia dignidad.

Concluyamos con este texto de Aurelio Fernández: «La ética puede ofrecer a la economía una
ayuda muy decisiva para que cumpla con su papel, dado que es fácil que se desvíe por caminos que a la
larga no ayuden al hombre, sino que lo esclavicen. Pero la economía es la que oferta los medios para
subvenir a las necesidades y alcanzar el bienestar del hombre. De este modo, ética y economía se
necesitan mutuamente»3.
1
Constitución pastoral Gaudium et spes, 63.
2
Ibid..
3
Teología Moral III, 491. Cita en el mismo lugar el siguiente texto: «Queda aún mucho por adelantar, en el plano
puramente económico, para mejorar la situación de la humanidad; queda por encontrar ni más ni menos que la solución
a cada uno de los problemas concretos. Pero hay que hacerlo con la mirada a otro nivel, el de la ética. Tampoco hay que
dejarse llevar por milagrerías o estúpidas simplificaciones: las enseñanzas de la Iglesia no explican cómo se detiene una
inflación, ni cómo se mejora la productividad o cómo se valora una empresa. Esa es la tarea de la economía, pero no de
ella sola: sus soluciones, desligadas de la ética, lesionarían al hombre y crearían problemas mayores»: ARGANDOÑA, A.
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14.2. Creación y bienes económicos

La doctrina católica apuesta por el desarrollo humano y el necesario bienestar materila de todo
hombre, e invita a superar el riesgo del afán desmedido por el bienestar económico. La Revelación enseña
que el hombre ha sido puesto en el centro de la creación, con autoridad para administrar los bienes de la
creación y servirse de ellos. Por ello, todos los bienes deben contribuir al perfeccionamiento del hombre y
nunca para su degradación4.

Enseña el papa Juan Pablo II que «la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta
considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre no es regida por un
objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve
fácilmente contra él para oprimirlo»5.

El desarrollo económico no debe medirse solamente en niveles cuantitativos, sino también y


sobre todo cualitativos; tampoco debe pretenderse sólo para un grupo de hombres, sino equitativamente y
en justicia para todo hombre. De aquí que se deben subrayar dos consideraciones:

 La finalidad fundamental de la producción es el servicio del hombre y no sólo en sus


necesidades materiales, sino también de aquellas intelectuales, morales, espirituales, etc, es
decir, de todo el hombre6.

 El progreso económico, además de ayudar al bien de “todo el hombre”, debe favorecer a “todos
los hombres”, sin distinción social, étnica y cultural 7.

14.3. Moralidad del dinero

El dinero es por sí mismo, en sentido ético, “neutro”. Su valor le viene por las actitudes que
circundan su uso. Materialmente, el dinero no deja de ser metal, papel o plástico; sin embargo, el
significado que se le dé será aquel que establezca su valoración moral. El mismo caso, es el de cualquier
bien material que en la antigüedad se utilizaba para el intercambio comercial, el pago o la remuneración.

Quien afecta la valoración moral del uso del dinero, será quien lo administra. La bondad o
maldad no viene del material, sino del fin que se le dé. Se puede falsear de tal manera la finalidad del
dinero, que se absolutice al punto de abandonar a Dios, su verdad y su bondad: «No podéis servir a dos
señores, pues, o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al
otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24)8.

14.4. El problema del “valor”

La cuestión del “valor” es un clásico en el estudio de la Teología Moral. Establecer el “valor” de


un objeto ha sido una gran tarea, de tal forma que sea en justicia el “valor” que objetivamente tiene.
Parece necesario que se ofrezcan aquí algunas líneas o criterios generales.

La valía de un objeto depende de diversos factores, por ejemplo9:

 De la realidad, pues una cosa tiene el valor que objetivamente como tal y según la sociedad le
han dado.
Trabajo, economía y ética. Un economista ante los textos de Juan Pablo II sobre el trabajo, en AA. VV., Estudios sobre la Encíclica
Laborem exercens, 299-300.
4
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 493-494.
5
JUAN PABLO II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 28.
6
Cfr. CONCILIO VATICANO II, constitución pastoral Gaudium et spes, 64.
7
Ibid., 65.
8
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 496.
9
Cfr. Ibid., 497.
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 De la utilidad, pues las cosas tienen un valor de acuerdo a la utilidad que reportan al usuario.

 De la necesidad, pues el valor de un objeto varía de la indigencia de quien lo posee o lo busca,


por ejemplo, un medicamento tendrá un valor especial para quien por necesidad lo adquiere.

 Del gusto o la apetencia, pues un objeto puede tener un valor real que no sea aquel que
objetivamente se ha establecido, debido a cuestiones subjetivas de su poseedor o de quien lo
pretende.

 De la abundancia o la escasez, pues un objeto puede tener un valor determinado según la


facilidad o dificultad para adquirirlo o venderlo, por ejemplo, un producto puede ser más barato
en su país de origen que en aquel a donde debió de ser importado.

La “justicia” en los precios deriva de la correspondencia equitativa de estos elementos, pues su


debida consideración permitirá mayor objetividad en el valor de una cosa. Bastaría la no consideración de
alguno de ellos para que se pudiera calificar de “injusta” la valoración de un objeto.

14.4.1. Los precios

La fijación de los precios ha sido un tema por demás debatido, anteriormente la Teología Moral
lo estudiaba en el ámbito del séptimo mandamiento. En la doctrina clásica se hablaba de tres clases de
precios10:

 Precio corriente o vulgar, es decir, aquel que comúnmente es aceptado en el comercio según la
apreciación generalizada.

 Precio legal, es el establecido por un decreto de la autoridad competente.

 Precio convencional, es aquel que considera las diversas circunstancias que confluyen; por
ejemplo, en una obra de arte es necesario tomar en cuenta, entre otras cosas, el autor, la técnica y
el material utilizados, etc..

En la actualidad, la fijación de los precios, debido a la amplitud de mercados y a la diversidad de


factores en el comercio, requiere de mayor especialización. Por ejemplo, el precio del petróleo tiene tal
influencia en la economía que, por sí sólo, decide los precios de infinidad de productos en el mercado
internacional.

Los factores que influían en tiempos pasados eran relativamente pocos, pues no dejaban de ser o
productos agrícolas o de manufactura artesanal; sin embargo, en la actualidad donde las importaciones y
exportaciones son cada vez más frecuentes, los precios dependen desde la adquisición de materias primas,
el uso sofisticadamente técnico de la producción, hasta los aránceles en el comercio internacional, sin
dejar de lado los factores de la competencia normal y aquella llamada “desleal”.

La Iglesia no ha dejado de insistir en la valoración moral de la economía y en particular de los


mecanismos de compra-venta. Su llamado ha sido dirigido desde a los países industrializados, pasando
por las grandes empresas o transnacionales, hasta los pequeños vendedores. Dice el papa Juan Pablo II,
refiriéndose al comercio internacional: «es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos
financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de hombres, funcionan de modo casi
automático, haciendo más rígida las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros. Estos
mecanismos, maniobrados por los países más desarrollados de modo directo o indirecto, favorecen a
causa de su mismo funcionamiento los intereses de los que los maniobran, aunque terminan por sofocar o
condicionar las economías de los países menos desarrollados. Es necesario someter en el futuro estos
mecanismos a un análisis atento bajo el aspecto ético-moral» 11.

10
Ibid., 498.
11
JUAN PABLO II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 16.
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14.4.2. El comercio

Tradicionalmente, el comercio ha sido tratado aquí como “la moralidad en los negocios”. En
realidad, bajo este enunciado, se analizaba no la eticidad de la actividad mercantil en sí misma, sino la
moralidad de quienes desempeñaban esta actividad en los actos mismos de realizarla 12.

Entre los muchos beneficios que las actividades mercantiles ofrecen, pueden enumerarse estos:

 La generación de empleos, pues detrás del comercio está la producción, dígase agrícola,
artesanal o industrial.

 El sustento legítimo, ya que para quien comercia la ganancia es el fruto de su trabajo y


satisfactor de sus necesidades. Dice san Ireneo: «¿Qué negociante no negocia sino para
sustentarse de ello?»13.

 Favorece las relaciones humanas, porque de alguna forma permite la convivencia entre quienes
producen y venden, así como entre quienes venden y compran. Dice San Juan Crisóstomo:
«Nada hay como la necesidad para fomentar la amistad. Por eso tampoco quiso que todo se
produjera en todas partes, pues por ahí nos obligaría también el comercio de unos con otros. Y
ya que hizo que unos necesitemos de los otros, hizo también fácil el comercio, pues de lo
contrario ello hubiera sido fuente de molestias y dificultades» 14.

 Mediador en la satisfacción de necesidades, porque acerca los productos a los consumidores; el


comercio es un servicio que requiere ciertamente de una justa remuneración.

Sin embargo, existen también riesgos o peligros en el ejercicio de las actividades mercantiles,
por ejemplo:

 El riesgo del “lucro”, pues aunque el comerciante debe procurar el sustento de su familia, la
satisfacción de sus necesidades, esto no significa que se pueda justificar una ganancia desmedida
e ilícita15.

 La manipulación de la producción, ya que en ocasiones no se producen las cosas que realmente


se necesitan, sino aquellos productos que proporcionan mayores ganancias16.

 La usura como finalidad del comercio; cuando, olvidándose del bien común, se busca
afanosamente la obtención de grandes cantidades de modo fácil y pronto.

 La manipulación de consumo. Con este tema se unen dos especialidades de la Teología Moral, la
moral de la economía y la moral en los medios de comunicación. Enunciamos aquí sólo el riesgo
que se tiene al no utilizar moralmente los medios de comunicación en la promoción del
comercio.

14.5. Los valores cristianos de la pobreza y de la riqueza

12
FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 504.
13
SAN IRENEO, Adversus haeresis, IV, 30, 1. PG 7, 1065; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 505.
14
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Ep. I ad Cor, Homilía XXXIV, 4. PG 61, 291.
15
Es interesante la concepción que santo Tomás de Aquino hace del término “lucro”: «El lucro, que es el fin del tráfico
mercantil, aunque en su esencia no entrañe algún elemento honesto o necesario, tampoco implica nada vicioso o
contrario a la virtud. Por consiguiente, no hay obstáculo alguno a que ese lucro sea ordenado a un fin necesario o aun
honesto, y entonces la negociación resultará lícita. Así ocurre cuando un hombre destina el moderado lucro que
adquiere comerciando al sustento de su familia o también a socorrer a los necesitados, o cuando alguien se dedica al
comercio para servir al interés público; esto es, para que no falten a la vida de la patria las cosas necesarias, pues
entonces no busca el lucro como fin, sino como remuneración de su trabajo»: Summa Theologiae, II-II, q. 77, a. 4.
16
Cfr. FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 506.
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“Pobreza” y “riqueza” constituyen en diferentes medidas objetivos o retos en la vida social.


Nuestro interés aquí es valorar éticamente las actitudes frente a la “pobreza” y la “riqueza”. Existen en la
actualidad tres hechos que afectan directamente al hombre y que conviene destacar: la relación del
hombre con las cosas, la pasión generalizada por los bienes materiales y el afán por la producción
cuantitativa.

14.5.1. El hombre y las cosas

 En cuanto a la relación del hombre con las cosas, conviene recordar tres tesis fundamentales17:

- La bondad radical de las cosas. La doctrina cristiana ha enseñado constantemente, porque


así lo recibió de la Revelación (cfr. Ps 8; 9; 147; etc.), la bondad y hermosura de todas las
cosas creadas.

- Las cosas fueron creadas para el uso y disfrute del hombre. Todas las cosas fueron creadas
con el fin de ayudar al hombre a promover su propia dignidad. Dice Zubiri que «el hombre
sin cosas sería una especie de contra ser o contra existencia... El vivir con no es un simple
yuxtaposición de la persona y de la vida: el con es uno de los caracteres ontológicos
formales de la persona humana en cuanto tal, y, constitutivamente personal» 18.

- El hombre y las cosas. Las realidades creadas van configurando al hombre, pues además de
usarlas y disfrutarlas, las valora y de acuerdo a ese valor las busca o las rechaza. Así, las
cosas pueden llegar a ser “útiles”, “placenteras”, “buenas”, “bellas”, o bien, “inútiles”,
“perjudiciales”, “feas”, “malas”, etc..

 La pasión por los bienes materiales ha llegado a ser para muchos un criterio cultural de actuar, lo
cual naturalmente afecta a la misma persona, quien puede llegar a descuidarse por “tener”; a la vida
familiar, porque algunas de sus decisiones estarán supeditadas a criterios económicos, por ejemplo, el
número de hijos tiene una relación directa con el criterio económico que se maneje; a la vida laboral,
pues será, y en ocasiones con justa razón, un criterio fundamental en la aceptación o rechazo de un
empleo; a las relaciones humanas, pues el trato y aceptación o rechazo se hará depender de intereses
materiales; etc.

 La búsqueda afanosa de poseer es un rasgo característico de la sociedad actual, donde pareciera que
la única necesidad real del hombre es contar con algo, aumentar cada vez sin descanso alguno su
propio patrimonio. Existe aquí el riesgo de olvidar que las necesidades del hombre son muchas y que
para su integral crecimiento necesita de satisfacerlas aunque sea en su mínimo requerimiento.

14.5.2. Datos bíblicos sobre la pobreza y la riqueza

La doctrina del Antiguo Testamento no considera ni el “desprecio” de la riqueza, ni una tal


dependencia que llegue a constituirse en “esclavitud”19.

 Es clave en el Antiguo Testamento la concepción de los bienes creados como medios, pues tienen
una finalidad por Dios bien determinada. Se dice en la literatura sapiencial: «no me des pobreza ni
riqueza, asígname mi ración de pan (dame aquello que necesito); pues, si estoy saciado, podría
renegar de ti y decir: “¿Quién es Yahvé?”, y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de
mi Dios» (Prov 30, 8-9).

 “Pobreza-riqueza” tienen un sentido religioso, pues en ocasiones el “pobre” (anawin) es el


“humilde”, el “confiado”; y, en otras ocasiones, el “rico” es el “soberbio”, “orgulloso” o “impío”.
Enseña el texto del profeta: «Se me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres» (Is 61, 1-
2). Por otra parte, la riqueza es un favor de Dios que llega a presentarse como bendición y premio, tal

17
Cfr. Ibid., 517-518.
18
ZUBIRI, XAVIER, Naturaleza. Historia. Dios, 319; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 518.
19
«No es fácil precisar nocionalmente estos dos conceptos en la amplia literatura veterotestamentaria: depende de las
diversas épocas y aún del contexto económico en que se desenvuelve el pueblo en los distintos periodos de su historia.
Tampoco es ajeno al estilo literario que caracteriza cada uno de los libros»: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 520.
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es el caso de Abrahám: «Yahvé ha bendecido con largueza a mi señor, que se ha hecho rico, pues le
ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y esclavas, camellos y asnos» (Ex 24, 35).

En la doctrina del Nuevo Testamento habrá necesidad de subrayar dos aspectos fundamentales:
la pobreza experimentada y vivida por Jesús y la enseñanza transmitida por los evangelios.

 La vida de Jesús, según los datos transmitidos, estuvo caracterizada por la pobreza, su existencia,
antes de la vida pública, la dedicó al trabajo artesanal. Ciertamente, escribe Fiedler, que la pobreza de
Jesús no fue extrema, pues perteneció «a la clase media de los judíos de la época», es decir «a los
artesanos que vivían un poco mejor que la multitud integrada por quienes dependían de las limosnas,
de la mendicidad o del hurto»20.

 Los autores de la ascética cristiana, siguiendo la enseñanza evangélica, frecuentemente han destacado
que “pobreza”-“riqueza” es la actitud que sobre todo se decide en el interior de la persona, es decir
que va más allá de la apreciación material de las cosas. No es posible “ser pobre de espíritu”, con
ausencia de manifestaciones externas de verdadera privación; pues existe una mutua dependencia
entre lo interno y externo que bien puede nombrarse coherencia, lo uno conducirá a lo otro, sin
embargo, en orden de importancia por ser el punto de origen es la “pobreza espiritual”.

14.5.3. Sentido cristiano de la pobreza y la riqueza

Desde la perspectiva de fe es necesario plantear algunas consideraciones éticas sobre el sentido


de la pobreza y la riqueza21:

14.5.3.1. La riqueza tiene su riesgo. No se debe rebajar una tilde a la advertencia de Jesús,
respecto a la salvación de aquellos que han puesto su confianza en las riquezas: «Yo os aseguro que un
rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos». El riesgo de las riqueza está precisamente en la
diposición que se tenga respecto a ella, pues puede distraer en cuanto a la comprensión del mensaje
cristiano y la salvación final.

14.5.3.2. La pobreza evangélica no se trata de no tener nada, sino de vivir desprendidos de todo.
Las Bienaventuranzas invitan al desprendimiento total, ante todo de sí mismos, aceptando y buscando a
Dios, como absoluto, ante quien las cosas son relativas22.

14.5.3.3. Según la Sagrada Escritura, así como la pobreza guarda una estrecha relación con la
humildad, la riqueza la tendrá con la soberbia. Enseña el texto del Apocalipsis: «Tú dices: “soy rico; me
he enriquecido; nada me falta”» (3, 17).

14.5.3.4. Tal como existe el riesgo por absolutizar la riqueza, existe aquel otro de absolutizar la
pobreza, a la que algunos han llamado pauperismo. La pobreza, al igual que la riqueza, no puede
convertirse en un fin, porque si el peligro en la riqueza es convertirla en ídolo, sucedería exactamente lo
mismo con la pobreza. La pobreza cristiana es un medio y no se agota en la consideración económica. La
posesión de los bienes no es un obstáculo que impida entrar al Reino de Dios, ni tampoco la pobreza de
bienes asegura la entrada en el mismo23.

5.5.3.5. Siguiendo lo dicho ya en otras partes de nuestro estudio, el hombre tiene la misión de
administrar los recursos materiales, protegerlos y hacerlos rendir para bien de la misma humanidad. Más
aún, según la enseñanza evangélica, es misión de los creyentes en Cristo erradicar la pobreza en el mundo
(cfr. Mt 25, 31-46).

20
FIEDLER, P., Pobreza y riqueza en el Nuevo Testamento, en AA. VV., Fe cristiana y sociedad moderna, 100; citado en:
FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral III, 522.
21
Cfr. Ibid., 528ss.
22
Ibid., 531; cita a: SPICQ, C., Teología Moral del Nuevo Testamento, I, 376.
23
Cfr. SCHNACKENBURG, R., El mensaje moral del Nuevo Testamento, 103; citado en: FERNÁNDEZ, AURELIO, Teología Moral
III, 530-531.
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