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EDUFAMILIA ESTUDIOS

La familia y su entorno
Año 1 – Enero 2011 – Número 1

La afectividad: una visión de conjunto

Affectivity: Overview

Antonio Porras
Proyecto Hombre
antonioporrast@gmail.com
Lourdes Millán Alba
IES Ciudad Jardín
lmillanalba@gmail.com
www.edufamilia.com
Gabriel Martí Andrés
Asociación Edufamilia
gmartian@uma.es

RESUMEN

El presente artículo realiza una primera aproximación al estudio de la afectividad.


Concede particular importancia a la consideración de la persona humana como un todo,
cuya “dimensión” principal se encuentra constituida por el espíritu. Defiende la existen-
cia de una “afectividad espiritual”. También intenta determinar el estatuto ontológico y
fenomenológico de la psique. La afectividad permea las tres dimensiones fundamentales
de la persona: espíritu, psique, soma.
Palabras clave: AFECTIVIDAD, PERSONA, ESPÍRITU, PSIQUE, FREUD, FRANKL, LUKAS.

ABSTRACT

This paper presents a first approach to the study of affectivity, paying particular atten-
tion to the human person considered as a whole, whose main “dimension” is the spiri-
tual. Therefore, it advocates the existence of a “spiritual affectivity.” It also tries to estab-
lish the ontological and phenomenological status of the psyche. Affectivity, then, perme-
ates the three fundamental dimensions of the person: spirit, psyche, soma.
Keywords: AFFECTIVITY, PERSON, SPIRIT, PSYCHE, FREUD, FRANKL, LUKAS.

pp. 39-54 Recepción del original: 02/08/10


Aceptación definitiva: 28/08/10
Antonio Porras – Lourdes Millán – Gabriel Martí, La afectividad: una visión de conjunto

Después de la muy sumaria aproximación a la vida sentimental realizada


en el artículo precedente, y en consonancia con su última observación, inicia-
mos un estudio más detallado, y tal vez más fecundo, de la afectividad. Comen-
zamos con una visión panorámica, con la intención exclusiva de no dejar fuera
ningún elemento esencial.

1. Los “niveles” de la afectividad

1.1. El hombre redivivo


En semejante sentido, y por las razones que a continuación se apuntarán,
concedemos una muy especial relevancia a la afirmación y el análisis de los dis-
tintos niveles (interpenetrados) de sentimientos que se dan de ordinario en el ser
humano, frente a la pretensión casi generalizada, al menos hasta hace cierto
tiempo y en la mayoría de los autores, de que la vida afectiva se desarrolla ex-
clusiva o muy fundamentalmente en un solo plano —el psíquico—, que serviría
de enlace o “bisagra” entre las dimensiones sensibles y las propiamente espiri-
tuales, en las que, por consiguiente, no habría afectos ni emociones o sentimien-
tos, ni estados de ánimo, etc.
Y lo consideramos de una importancia extrema porque el planteamiento más
común —afectividad = psiquismo, y para de contar—, aunque contenga algo de
verdad si se lo considera fenomenológicamente, es en fin de cuentas erróneo y
genera aporías insolubles desde el punto de vista teórico y problemas vitales
difíciles o imposibles de resolver.1
Tanto o más relevante se nos antoja otro asunto, que suele ir unido al ante-
rior: la afirmación enfática de la psique va acompañada de ordinario de la re-
ducción o negación de lo propiamente espiritual, que es, no obstante, lo más
característico y caracterizador de la persona y de la vida humanas.

1.2. El espíritu redescubierto


No extraña, por eso, que —tras asistir a las clases de Freud y de Adler, y
convertirse en uno de sus más destacados discípulos y colaboradores— Viktor
Frankl reaccionara vivamente contra esa reducción del hombre, que elimina lo
más propio y elevado de él.

1 Desde la perspectiva fenomenológica, como se ha apuntado, la idea de una suerte de “región inter-

media” entre el alma y el cuerpo (o el espíritu y la materia, como algunos prefieren) deriva de la experien-
cia del carácter expansivo y omniabarcante de los sentimientos y estados de ánimo. Como la afectividad y
cada una de sus manifestaciones implican de ordinario alma y cuerpo, no es difícil caer en la tentación de
“colocarlas” en un terreno intermedio, que liga una y otro. Sin embargo, en una visión real (metafísica), no
existe intermedio entre el alma y el cuerpo, sino que aquella es la forma sustancial de este, a quien se une
de manera directa e inmediata. Solo el acto de ser resulta común a una y otro o, más bien, pertenece de
forma más directa al alma, que lo da a participar al propio cuerpo. Pero esta es una cuestión difícil, que
sólo más adelante podrá ser tratada.
Quede claro, tan solo, que la psique, en el hombre, no es una realidad distinta, que se añada al alma es-
piritual y al cuerpo, aunque considerados fenomenológicamente quepa hablar de una esfera más propia-
mente espiritual, de un ámbito más patentemente psíquico y de un dominio predominantemente biológico
o fisiológico.

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Copiamos un par de citas al respecto, en espera de desarrollos ulteriores.


a) El primer testimonio es de E. Lukas, probablemente la mejor discípula
de Frankl. La afirmación no puede ser más neta:
Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia cuya declara-
ción principal rezaba: la persona se caracteriza por una dimensión […] específicamente
humana que lo diferencia del resto de seres vivos y a la que no se pueden trasladar los
diagnósticos del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó dimensión “noética” (del griego
nóus: “espíritu”, “inteligencia”). A partir de entonces, sus investigaciones se centraron
en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar y superar los trastornos mentales.2
b) También el propio Frankl se distancia de forma expresa de la visión de
Freud, tanto la vulgar —que todo pretende reducirlo a sexo— como la de los
auténticos conocedores y expertos, más matizada, en la que se subraya sobre
todo que el planteamiento freudiano acaba por reducir al hombre a un manojo
de pulsiones.
Por el contrario, para Frankl, y frente a lo que sostiene la psicodinámica, el
ser humano no es arrastrado solo por instintos, sino que también se mueve a sí
mismo por “motivos” o fines, que apelan a su libertad:
Propiamente hablando, el Psicoanálisis no ha sido nunca pansexualista. Y hoy lo es menos
que nunca. De lo que en realidad se trata es de que el Psicoanálisis, más en concreto el
psicodinamismo, describe al hombre como un ser accionado exclusivamente por instin-
tos: y el que sea el Yo puesto en acción por el Ello o por un Super-yo —en otros térmi-
nos, el que el hombre sea impulsado solo desde abajo o que lo sea desde abajo y desde arri-
ba— es una cuestión accesoria. Porque en ambos casos no deja de ser el hombre un ser a
quien solo mueven los instintos, un ser cuya esencia consiste en satisfacer instintos.3
c) En otro texto todavía más explícito Frankl se apoya en la autoridad de
dos de los psiquiatras de más renombre del momento. Avancemos primero la
pars destruens, aquello que es necesario eliminar:
Dentro del marco de la antropología psicodinámica se nos ha ofrecido el cuadro de
un hombre accionado solo por instintos, el cuadro del hombre como un ser aplacador de
instintos y tendencias del Ello y del Super-yo, como una esencia orientada al compromi-
so entre las instancias conflictuales del Yo, Ello y Super-yo. Este bosquejo psicodinámico
de una imagen del hombre está, sin embargo, en directa oposición a la idea que la huma-
nidad tiene sobre el ser del hombre, y de un modo particular a su idea sobre lo que cons-
tituye la característica primaria y fundamental del hombre, que es su impronta espiritual y su
orientación a un sentido. Esto es una caricatura, un retrato que desfigura y deforma la
verdadera imagen del hombre, pues —volviendo por última vez y resumiendo la crítica

2 LUKAS, Elisabeth, Heilungsgeschichten: Wie Logotherapie Menschen hilft. Freiburg im Breisgau: Herder

Verlag, 1998, S. 12 (tr. cast.: Equilibrio y curación a través de la logoterapia. Barcelona: Paidós, 2004, p. 14).
La propia Lukas trae abundantes ejemplos de ese influjo benéfico de lo espiritual en lo biopsíquico.
Baste uno, como botón de muestra, seguido de la afirmación explícita de lo que estamos tratando. Tras una
sola conversación con un “paciente”, en la que se limitó a esclarecer lo que le sucedía, este se vio libre de
sus trastornos. Y comenta Lukas: «¿Curación mediante “no-terapia”? Sea como fuere, el mecanismo de
intensificación se desbarató mediante la actitud espiritual del hombre: “No puedo evitar lo que hace mi
cuerpo”. La inseguridad también desapareció mediante la actitud espiritual: “Sé lo que quiero y lo que no
quiero… Me quedo con mi mujer”. Todo ello había conjurado el peligro de neurosis y había hecho posible
una normalización completa. De aquí podemos sacar la conclusión de que las fuerzas espirituales pueden
influir en la curación de lo psicofísico». LUKAS, Elisabeth: Lehrbuch der Logotherapie: Menschenbild und Methoden.
3. Erweiterte Auflage. München – Wien: Profil, 2006, S. 53 (tr. cast.: Logoterapia: La búsqueda de sentido.
Barcelona: Paidós, 2003, p. 63). Cursivas nuestras.
3 FRANKL, Víktor E.: Das Menschenbild der Seelenheilkunde: Drei Vorlesungen zur Kritik des dynamischen

Psychologismus. Stuttgart: Hippokrates-Verlag GmbH, 1959, S. 88 (tr. cast.: La idea psicológica del hombre.
Madrid: Rialp, 6ª ed., pp. 150-151).

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a la antropología implícita en el psicodinamismo— en lugar de la primaria orientación del


hombre a un sentido se ha puesto su pretendida determinación por los instintos, y en lugar
de su tendencia a los valores, que tan característica es del hombre, se ha puesto una ten-
dencia ciega al placer.4
Y expongamos ahora la propuesta de Frankl, en la que la unidad y la espiri-
tualidad de la persona dan cuenta de las actuaciones específicamente humanas:
Mas ahora resulta que, en realidad, todos los instintos están personalizados, asumi-
dos en y por la persona. Pues los instintos del hombre —en oposición a los del animal—
están siempre invadidos y gobernados en su dinámica interna por el espíritu; todos los
instintos del hombre están siempre incorporados dentro de esta “espiritualidad”, de
suerte que no solo cuando los instintos son frenados, sino también cuando se les ha da-
do rienda suelta, ha tenido que actuar el espíritu; él ha tenido que decir la última pala-
bra, o por el contrario, se la ha callado. No impulsan los impulsos a la persona; estos im-
pulsos están siempre inundados en su ser por la persona; a través de ellos oímos el eco
de su voz. La impulsividad humana está siempre “gobernada de un modo personal”
(W. J. Revers). Indudablemente hay “mecanismos apersonales” en el hombre (V. Gebsat-
tel), pero no nos está permitido situarlos donde en realidad no están; no pretendamos
buscarlos en el ámbito de lo psíquico, cuando los podemos encontrar en el de lo somáti-
co.5
«Así, pues —reitera Frankl—, se puede distinguir con exactitud entre lo so-
mático, lo psíquico y lo espiritual».6 Más todavía: en la común unidad de la per-
sona, lo noético o espiritual no sólo se diferencia y actúa a menudo al margen
de lo biopsíquico, sino que en muchas ocasiones —no siempre, ni mucho me-
nos—7 se enfrenta a ello, por lo que cabe hablar de «un antagonismo psiconoéti-
co frente al paralelismo psicofísico»8. Y es precisamente en ese enfrentamiento
donde radica la posibilidad de curación de lo psíquico desde lo espiritual.9
4FRANKL, Víktor E.: Das Menschenbild der Seelenheilkunde, cit., S. 90-91 (tr. cast., pp. 153-154).
5FRANKL, Víktor E.: Das Menschenbild der Seelenheilkunde, cit., S. 91-92 (tr. cast., pp. 155-156).
6 FRANKL, Viktor E.: Theorie und Therapie der Neurosen: Einführung in Logotherapie und Existenzanalyse. 6.,

erweiterte Auflage. Ernst Reinhardt Verlag, München – Basel 1987, S. 62 (tr. cast.: Teoría y terapia de las
neurosis: Iniciación a la logoterapia y al análisis existencial. Versión castellana de CONSTANTINO RUIZ-GARRIDO.
2ª ed. Barcelona: Herder, 2001 (1ª ed. 1992), p. 92).
7 «El antagonismo psiconoético en contraposición al inevitable paralelismo psicofísico es un antago-

nismo facultativo [opcional]. Según esto, la fuerza de obstinación del espíritu es una simple posibilidad y
no una necesidad. Sin duda, obstinarse siempre es posible, pero no siempre le es necesario al hombre. El
hombre siempre puede obstinarse pero no siempre debe. De ninguna manera el hombre debe siempre
hacer uso de la obstinación del espíritu. No necesita siempre solicitar su ayuda. No debe porfiar siempre
con sus instintos, con su herencia y con su medio ambiente por el simple hecho de que los necesita; pues el
hombre se afirma en virtud de sus instintos, gracias a su herencia y a su medio ambiente por lo menos
tantas veces como se afirma a pesar de sus instintos, de su herencia y de su medio ambiente». FRANKL,
Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und Logotherapie“; im IDEM: Logotherapie und Existenzanalyse:
Texte aus sechs Jahrzehnten. Weinheim und Basel: Beltz Verlag, 2002 (1. Auflage 1998), S. 62-63 (tr. cast.:
“Elementos del análisis existencial y de la logoterapia”; en Logoterapia y análisis existencial: Textos de cinco
décadas. 1ª edición, 4ª impresión. Barcelona: Herder, 2007, p. 67). Hemos retocado levemente la traducción.
8 «Und so sehen wir, wie dem psychophysischen Parallelismus ein psychonoëtischer Antagonismus

gegenübersteht». FRANKL, Viktor E.: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 59 (tr. cast., p. 88).
9 Aunque sólo sea de pasada, pues excede el carácter introductorio de este artículo, nos parecen opor-

tunas dos aclaraciones.


a) La primera, que Frankl distingue entro “lo espiritual”, “lo psíquico” y “lo somático”, pero niega ex-
presamente la distinción entre el espíritu, la psique y el cuerpo, concebidos como realidades diversas:
«Pero no es que el hombre se componga de cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, la unidad antropológica
del hombre sólo se puede comprender, a pesar de la diversidad ontológica de lo corporal, de lo psíquico y
de lo espiritual, en el sentido de una ontología dimensional». FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der
Existenzanalyse und Logotherapie“, cit., S. 63 (tr. cast., p. 67). O, también: «… la separación clara entre lo
espiritual y lo psicofísico, en última instancia, sólo puede ser una separación heurística. Tiene que ser una
segregación heurística simplemente porque lo espiritual no es ninguna sustancia en sentido habitual. Re-
presenta más bien una entidad ontológica y nunca se debería hablar de una entidad ontológica como de
una realidad óntica. Por esta razón, hablamos de “lo espiritual” siempre con la expresión pseudo-

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Como explica Lukas:


De lo dicho hasta ahora se desprende claramente la importancia de poder diferenciar
la dimensión psíquica del hombre de la dimensión espiritual, y de no mezclar la una con
la otra (la confusión es menor con respecto a la dimensión somática). Quien quiera estu-
diar a fondo la logoterapia deberá familiarizarse con la asociación de ideas logoterapéu-
tica del “antagonismo noopsíquico” que tan claramente caracteriza, en virtud de sus te-
sis, la existencia humana. Se trata, nada menos, que de la oportunidad de un enfrenta-
miento fructífero entre “psique” y “espíritu” dentro de la persona.10
A los efectos, Frankl resulta aún más claro y tajante. En el contexto de una
psique enferma, en búsqueda de una “grieta” por la que se atisbe la curación,
sostiene:
Ojalá pudiera ayudar a crear entonces aquella distancia fructífera que hace que el en-
fermo, como persona espiritual en virtud de su antagonismo noopsíquico facultativo,
tome posición frente a la enfermedad psicofísica, a saber, una posición muy significativa
terapéuticamente. Pues aquella dehiscencia interna del hombre, aquella distancia de lo
espiritual frente a lo psicofísico, esta distancia que fundamenta el antagonismo noopsí-
quico nos parece extremadamente fecunda desde el punto de vista terapéutico.11
Y concluye, todavía con más fuerza: «Al fin y al cabo, toda psicoterapia debe
comenzar en el antagonismo noopsíquico».12
Recuperación, por tanto, explícita y consciente, con pleno conocimiento de
causa, de un dominio humano —el noético-espiritual y libre—, olvidado y re-
chazado por psiquiatras muy afamados.
Y recuperación absolutamente imprescindible para este trabajo, pues solo en
los dominios del espíritu se da propiamente la distinción clave entre los dos
tipos de amor que mencionábamos en el primer artículo: el amor como senti-
miento o inclinación y el amor como acto o elección.
Lo estudiaremos con detalle en su momento.

sustantiva, con un adjetivo sustantivado y evitamos el sustantivo “el espíritu”: pues con un auténtico sus-
tantivo sólo se puede designar una sustancia». FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und
Logotherapie“, cit., S. 95 (tr. cast., p. 101).
b) Además, como hemos sugerido, sus reflexiones se sitúan más bien en el terreno fenomenológico y no
acaban de ser del todo correctas —como tampoco su terminología— en el ámbito de la ontología propia-
mente dicha. Así lo explica Cardona: «Uno de los exponentes más cualificados de la reacción psiquiátrica a
esos reduccionismos es, sin duda, el ya citado Viktor Frankl, discípulo rebelde de Freud, y de Adler, que es
el fundador de la llamada “logoterapia” o curación por la voluntad de sentido. Sin renunciar a ninguno de
los patentes logros de sus predecesores, él nos ha dicho que el hombre “representa un punto de interac-
ción, un cruce de tres niveles de existencia: lo físico, lo psíquico y lo espiritual”. Aunque expresado con
imprecisión filosófica, lo que ha pretendido es recuperar la antigua tríada “soma-psique-pneuma”». CAR-
DONA, Carlos: “Psiquiatría y antropología filosófica”; en CARDONA PESCADOR, Juan: El síndrome de soledad.
Madrid: Susaeta, 1990, p. 10.
10 LUKAS, Elisabeth: Lehrbuch der Logotherapie: Menschenbild und Methoden. 3. Erweiterte Auflage.

München – Wien: Profil, 2006, S. 24 (tr. cast.: Logoterapia: La búsqueda de sentido. Barcelona: Paidós, 2003, p.
30).
11 FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und Logotherapie“, cit., S. 96 (tr. cast., pp. 102-

103).
12 «Am noo-psychischen Antagonismus muß letzten Endes alle Psychotherapie ansetzen». FRANKL,

Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und Logotherapie“, cit., S. 96 (tr. cast., p. 103).

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1.3. La afectividad del espíritu


No hemos encontrado en Frankl un desarrollo explícito de la afectividad
espiritual, sin duda coherente con sus hallazgos y defensa de la plenitud huma-
na. Pero las bases, al menos, se encuentran más que puestas, por lo que Lukas
puede sostener:
El concepto de Frankl, del ser humano como una unidad tridimensional, implica que
el gozo y la emoción no pertenecen exclusivamente a la dimensión de la psique. El gozo
es también una parte del espíritu y afecta al organismo. Cualquier cosa que influya en
nosotros afecta las tres dimensiones humanas.13
La misma inspiración, e incluso más desarrollada, descubrimos en otros au-
tores. Por ejemplo, en D. von Hildebrand, para quien «la esfera afectiva com-
prende experiencias de nivel muy diferente, que van desde las sensaciones cor-
porales a las más altas experiencias de amor»,14 emplazadas, como él mismo
repetirá a menudo, en los dominios espirituales.
Por tanto, aun no habiéndolo todavía mostrado, nos gustaría insistir en que
el espíritu del hombre goza de una muy rica e intensa vida afectiva, bastante
difícil de denominar; y que el desconocimiento o el desprecio de este hecho ter-
giversa enormemente en la teoría lo que es la persona humana, y puede llevar
consigo errores prácticos tan graves como para arruinar toda una existencia.
En su Antropología de la afectividad, Antonio Malo lo afirma de forma tajante, y
lo atribuye a Tomás de Aquino, quien sostiene:
… existe un amor, una esperanza y un gozo puramente espirituales. Estos afectos, sin
embargo, no deben ser considerados pasiones, pues nacen directamente de un acto de la
voluntad. Por ese motivo, […] el amor y el gozo “expresan un simple acto de la volun-
tad por una semejanza de afectos, pero sin pasión”.15

13 LUKAS, Elisabeth: Auch dein Leiden hat Sinn: Logotherapeutischer Trost in der Krise. Mit einem Vorwort

von Kazimierz Popielski. Freiburg im Breisgau: Verlag Herder, 1981, S. 191-192 (tr. cast.: También tu
sufrimiento tiene sentido: Alivio en la crisis a través de la logoterapia. 2ª reimp. México D. F.: Ediciones LAG,
2006, p. 143). Aunque la traducción recoge fielmente el sentido del original, se aleja mucho de la literalidad
del texto, como puede comprobarse: «Frankl hat in seiner Dimensionalontologie Geist, Psyche und Physis
als drei Dimensionen menschlicher Existenz definiert, und zwar ausdrücklich zu dem Zwecke, um nicht
nur die „Mannigfaltigkeit” der genannten drei Dimensionen herauszustellen, sondern zugleich die
„Einheit in der Mannigfaltigkeit” hervorzukehren, und diese Einheit darf nie vergessen werden. Wenn
demnach der Psychotherapeut zu einem konkreten Menschen aus Fleisch und Blut spricht, dann spricht er
nicht zu dessen Psyche, sondern zum ganzen Menschen; er spricht den Geist des Ratsuchenden genauso
an wie dessen Leib.
Aus diesem Grunde läßt sich auch die Freude, die wir erleben, nicht in den psychischen Bereich allein
zwängen, sosehr wir geneigt sind, sie als Gefühlsqualität diesem zuzuordnen. In der Freude schwingt ein
kleines Quantum „Geist” mit, und Freude schlägt sich ein klein wenig im Organismus nieder wie jeder
andere psychische Aspekt auch. Menschliche Existenz ist die Verbindung ihrer Dimensionen, ist eben das
Einende in der Vielschichtigkeit oder, wie Frankl es nennt, „die anthropologische Einheit in der
ontologischen Mannigfaltigkeit”. Wer oder was Einfluß auf Menschen nimmt, wirkt sich immer in allen drei
Dimensionen aus, an denen menschliche Existenz teilhat»
14 HILDEBRAND, Dietrich von: The Heart: An Analysis of Human and Divine Affectivity. South Bend (India-

na): St. Augustine’s Press, 2007 (1st ed., 1965), p. 5. (tr. cast.: El corazón: Un análisis de la afectividad humana y
divina. Traducción: Juan Manuel Burgos. Madrid: Palabra, 1997, p. 34). Damos el texto completo: «This
misinterpretation of the affective sphere is in part due to the fact that this sphere embraces experiences of
very different levels—experiences ranging from bodily feelings to the highest spiritual experiences of love,
holy joy, or deep contrition».
15 MALO, Antonio: Antropología de la afectividad. Pamplona: 2004, EUNSA, p. 136.

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1.4. Esclarecimientos ineludibles


Con objeto de aclarar este extremo, y comprender mínimamente a qué es-
tamos aludiendo, resulta oportuno recordar una doble distinción ya menciona-
da:
1.4.1 Entre el sentimiento y aquello que lo origina
a) Por una parte, encontramos el sentimiento, afecto o emoción, que
consiste en la percepción de una trepidación interna de más o menos calibre, de la
calma que le sucede o, en casos menos frecuentes, de la que reina habitualmente
en una persona: reposo al que, justo por ser habitual y no llevar consigo nada
de sorprendente, no solemos prestar atención.
b) Por otra, la raíz de esas sacudidas o quietudes del ánimo, origen que a
veces nos resulta desconocido y en cualquier caso, como sucede con cualquier
afecto o emoción, nunca se identifica con el sentimiento tal como se lo advierte.
1.4.2. Entre la causa y el motivo de una emoción o sentimiento
A la anterior conviene sin duda añadir otra diferenciación que ya se ha
hecho clásica, que apuntamos al principio de esta serie de escritos y que distin-
gue entre causa y motivo de una emoción.
Quizás nada tan neto y esclarecedor como esta cita de Frankl, que, además,
sitúa la distinción en el contexto adecuado:
Tan pronto como proyectamos al ser humano a la dimensión de una psicología que
sea concebida en forma estrictamente científica, lo recortamos, lo separamos del medio,
de las motivaciones potenciales. Lo que queda, en lugar de razones y motivaciones, son
causas [interpretadas en sentido eficiente-mecánico]. Las razones me motivan para ac-
tuar en la forma que yo elijo. Las causas determinan mi conducta inconscientemente, sin
saberlo, tanto si las conozco como si no. Cuando al cortar cebollas lloro, mis lágrimas
tienen una causa, pero yo no tengo una razón, un motivo para llorar. Cuando pierdo a
un amigo, tengo una razón para llorar.16
Diferenciemos, por tanto:
a) La causa orgánica o cuasi eficiente, situada de ordinario en el origen
de la percepción de un estado fisiológico, como el cansancio, pero que también
puede dar pié a un sentimiento más complejo y menos localizado, como el abu-
rrimiento endémico o la apatía y a otros muchísimo más complejos, como los
mencionados por el neurólogo Oliver Sacks en varios de sus estudios.
b) El motivo de una emoción o sentimiento, con el que se alude por lo
común a un suceso o actividad, cuyo conocimiento provoca en nosotros una de-
terminada trepidación o genera un estado de ánimo, pero que asimismo produ-
ce con frecuencia una excitación orgánica o fisiológica.
Se trata de un fenómeno absolutamente habitual, que cualquiera puede reco-
nocer en sí mismo o en quienes lo rodean. Por ejemplo, la noticia de la muerte
de un ser querido, motivo más que fundado de profunda tristeza, puede hacer

16 FRANKL, Víktor E.: La idea psicológica del hombre, cit., pp. 28-29.

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que disminuya el riego sanguíneo o provocar una pérdida de tono muscular e


incluso un desvanecimiento; un acto de generosidad de alguien que considerá-
bamos egoísta, y que despierta nuestro asombro y posterior alegría, lleva consi-
go a veces un incremento de la fuerza física o, al menos, la sensación de que ese
vigor se ha incrementado, y algo relativamente parecido sucede ante la presen-
cia de un ídolo de la canción, del deporte, de la televisión, etc.; el descubrimien-
to de que falla uno de los motores del avión en que viajamos, origen del senti-
miento de miedo, suele ir acompañado de sudoración, palpitaciones, y un largo
etcétera.
A todo ello se refiere Lukas, aunque en un contexto y con terminología más
técnicos y complejos, pero también de más amplio alcance y calado:
Hagamos aquí una pequeña digresión para explicar la diferencia existente entre mo-
tivos y causas. Supongamos que sobre mi mesa hay virus de la gripe, los toco y me con-
tagio con ellos. En este caso, los virus son la causa de que yo contraiga una gripe. Sin
embargo, mi sistema inmunológico, si fuera lo suficientemente fuerte, podría rechazar la
infección. Pero imaginemos que se ha debilitado a causa de mi mal estado anímico, por-
que el estado inmunológico “baila al mismo compás” que el estado afectivo. Suponga-
mos, además, que últimamente me pongo de mal humor y tengo dificultades laborales o
personales. Entonces, el enfado tiene como efecto mi propensión a contraer la gripe. ¿Y
por qué me enfado por cualquier insignificancia? ¿De dónde proviene mi constante in-
satisfacción e irritabilidad? Quizás no estoy satisfecha con mi vida en general, considero
mi actividad como un trabajo de Sísifo, noto que estoy en el lugar equivocado, no sinto-
nizo con mi conciencia, etc. En resumen, no experimento una existencia llena de sentido
y, debido a ello, soy infeliz. Por lo tanto, todo esto sería un motivo para que el estrés
psicológico o los pretextos para el enfado o la aflicción pudieran influir negativamente
en mi salud. En consecuencia, la causa de que contraiga una gripe seguirán siendo los
virus que hay encima de la mesa, pero el motivo de mi propensión a la gripe sería mi
urgencia existencial.17

1.4.3. La inter-acción entre los distintos ámbitos


Por fin, conviene señalar la interacción mutua entre las tres dimensio-
nes que acabo de resumir. A este respecto, y sin necesidad de ahondar más en el
asunto, baste por ahora apuntar, acudiendo a la experiencia propia o ajena, que:
a) A menudo un estado psíquico-espiritual de abatimiento tiene un ori-
gen exclusivamente orgánico, como puede ser el agotamiento físico o una ano-
malía en la transmisión neuronal; y uno de euforia o de éxtasis, que incluye
elementos psíquico-espirituales, es el fruto de la ingesta de sustancias químicas,
conocidas habitualmente como drogas.
b) O, al contrario, que las fuerzas físicas aumentan realmente como con-
secuencia de una alegría, de la asunción de un gran ideal o, de manera diferen-
te, de un arrebato de ira o de indignación.
c) Como, también, que existen neurosis noógenas (de origen psíquico-
espiritual o estrictamente espiritual), así como estados de buena salud o de en-
fermedad, incrementados o disminuidos por el vigor del alma.

17 LUKAS, Elisabeth: Lehrbuch der Logotherapie, cit. S. 174-175 (tr. cast.: Logoterapia: La búsqueda de sentido,

cit., p. 198).

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d) O, por acudir a muestras más sencillas y cotidianas, que una mala di-
gestión entorpece la capacidad intelectual y el gozo que suele ir aparejado al
buen funcionamiento del intelecto o a la conversación con un amigo; que la co-
rrecta circulación de la sangre incrementa el bienestar físico-psíquico y mil
ejemplos más de todos conocidos.

2. Niveles de afectividad “humana”

2.1. Afectividad… espiritual


Esbozadas estas distinciones, retomamos el hilo del discurso para adver-
tir que, al hablar de afectos del espíritu no nos referimos a aquello que origina o
motiva un sentimiento, sino al sentimiento mismo.
Es decir, a la “conmoción-o/y-reposo-percibidos”, de forma más o menos cla-
ra y fuerte, pasajera o estable, que experimentamos en el ámbito propiamente espi-
ritual.
En tales circunstancias, no es preciso que se dé una alteración orgánica; basta
con el cambio que tiene lugar en una facultad finita (es decir, todas las del hom-
bre y, en este caso concreto, el entendimiento o la voluntad) cuando se actualiza
o cuando, por el contrario, pasa de la actividad al reposo.
Y no es precisa ni posible una modificación física constitutiva del “sentimien-
to espiritual”, justo porque ni la inteligencia ni la voluntad tienen órgano. De
ahí que los clásicos no les aplicaran el término “pasión” (ni, propiamente, el de
afecto ni el de emoción, en cuanto que todos ellos implican movimiento en su
acepción más rigurosa).
Aunque eso no elimina, en virtud de la estrecha e íntima unidad de la perso-
na, que incluso tales emociones o sentimientos espirituales por lo común rebo-
sen, reverberen y se aprecien asimismo en los dominios psíquicos y físicos, en
los que sí generan cambios experimentables.

2.2. Espiritual, sí, pero… ¿afectividad?


¿Sentimientos espirituales, entonces? Sí, sentimientos ¡espirituales!, aun-
que tal vez mejor no llamarlos sentimientos, al menos así, de entrada, precisa-
mente por las connotaciones psicofísicas que hoy acompañan a este término.
Es lo que afirma von Hildebrand:
De todos modos, aunque estados como el buen humor o la depresión no son sensa-
ciones corporales, difieren incomparablemente más de sentimientos espirituales como la
alegría por […] la recuperación de un amigo enfermo, la compasión o el amor. Precisa-
mente ahora es cuando podemos caer en una desastrosa equivocación al usar el mismo
término “sentimiento”, como si fueran dos especies del mismo género, tanto para los es-
tados psíquicos como para las respuestas espirituales afectivas.18

18 HILDEBRAND, Dietrich von: The Heart, cit., p. 25 (tr. cast., p. 65).

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Antonio Porras – Lourdes Millán – Gabriel Martí, La afectividad: una visión de conjunto

La mayoría de nosotros, para descubrir esta esfera de la vida afectiva —en el


sentido amplio pero propio del término— no necesita ningún testimonio exter-
no. Y esperamos que el lector, si inspecciona con calma y sin prejuicios su exis-
tencia cotidiana, tampoco los eche en falta.
Le bastará recordar, por ejemplo:
a) El gozo sublime de la comprensión intelectual de un asunto, sobre todo
cuando lleva largo tiempo intentando entenderlo. Un deleite de enorme calibre,
que nunca suele darse en estado puro y que a menudo empapa también otras
dimensiones no estrictamente espirituales, con repercusiones a menudo incluso
físicas.
b) O la todavía más elevada fruición del amor radicado en la voluntad,
que, por lo común, se mezcla —y enriquece o empobrece— con sentimientos y
sensaciones de orden psíquico-físico.

2.3. La gran dificultad


Pero aquí surge un nuevo problema, tremendamente delicado y de sumo
relieve, sobre el que ya dijimos algo y más tarde volveremos.
Y es que en nuestra cultura:
a) No demasiados han realizado la experiencia de la comprensión intelec-
tual estricta; es decir, y hablando con estricto rigor, son relativamente escasas
las personas que de veras han comprendido algo de cierta envergadura como
fruto de una captación del entendimiento; con palabras más claras: somos o son
muy pocos los que pensamos o piensan o, mejor, los que conocemos o conocen
“en primera persona” y no sólo de oídas o “leídas”.
Mucho más frecuentes son las afirmaciones presuntamente intelectuales, de-
rivadas sin embargo de la aceptación acrítica —sin discernimiento— de la cos-
tumbre, de la moda, de prejuicios de muy diverso tipo, de la fe natural o sobre-
natural, de la superstición…
Lo cual, como hemos apuntado en un artículo anterior y veremos ahora su-
gerir a Lukas, es al mismo tiempo causa y efecto —en una especie de espiral
que se realimenta constantemente— del predominio incontrastado de la mera
afectividad psíquica, de lo que cabría denominar “emocionalismo”. En efecto, si
una persona no sabe, puede o quiere conocer a fondo la verdad o falsedad de
un hecho y la bondad o maldad de una acción, el único criterio que tendrá para
actuar es el modo cómo se siente cuando se imagina realizándola o después de
haberla llevado a cabo: es decir, el sentimiento o emoción meramente psíquico
que experimenta. Y viceversa, en la medida en que se acostumbre a juzgar en
función de los sentimientos, se irá incapacitando para desplegar un conocimien-
to propiamente humano o, en cualquier caso, será un percepción fuertemente
influida, y perturbada, por la afectividad.
En el mundo de los adultos, no informarse lo suficiente o ser distraído significaría
haber aflojado el control sobre la propia conducta y seguir los caprichos emocionales

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Edufamilia Estudios, número 1 (enero 2011)

[…].Predomina un sentimiento de angustia emocional, una inseguridad a pesar de que


sabe que no puede pasar nada malo. Las olas de la psique anegan cualquier juicio razo-
nable […]. Lo que contribuye a resolver positivamente estos conflictos y mantener el
control espiritual es la capacidad de la persona de prescindir de sí misma y centrarse en
otra cosa que no sea el propio estado emocional de cada momento.19
b) Por otra parte, tampoco son excesivos los que han elevado el amor a
ese grado en que el factor claramente dominante —¡nunca el único!— es una
decidida determinación de la voluntad, que persigue el bien para otro y que llena
de dicha el propio espíritu y redunda desde él a las restantes esferas que com-
ponen la persona en su totalidad.
Ahora bien, si no se llevan a término tales operaciones —comprensión inte-
lectual y amor-voluntario-fruto-de-una-elección—, es imposible que se produz-
can los sentimientos que de ellas derivan.
De ahí que, en bastantes ocasiones, al no haberlas experimentado o solo de
forma muy elemental, resulte arduo aceptar la existencia de emociones estricta
aunque no exclusivamente espirituales; y que las doctrinas más comunes al uso,
con excepciones muy valiosas a las que después apelaremos, hagan caso omiso
de este tipo de sentimientos y falsifiquen gravemente el conjunto de la vida afecti-
va.
Pero sobre esto volveremos.

2.4. Todo en el hombre es humano


De momento, con el fin de mostrar un primer esquema de conjunto de
cuanto venimos afirmando, parece imprescindible reiterar un principio sobre el
que nunca se reflexionará lo suficiente.
Se trata de la idea clave que descubre que, en el hombre:
a) Todo es humano, desde el punto de vista del ser (entitativo).
b) Y puede llegar a serlo, en los dominios del obrar (operativo).
En este extremo, en el que ya vimos pronunciarse a Frankl, von Hildebrand
se expresa con la máxima claridad y pertinencia, y atendiendo justamente a las
“sensaciones” o “vivencias”:
Sería completamente erróneo pensar que las sensaciones corpóreas de los hombres
son las mismas que las de los animales ya que el dolor corporal, el placer y los instintos
que experimenta una persona poseen un carácter radicalmente diferente del de un ani-
mal. Los, sentimientos corporales y los impulsos en el hombre no son ciertamente expe-
riencias espirituales, pero son sin lugar a dudas experiencias personales.20

19 «Sich nicht genügend zu informieren oder gedankenlos zu sein, würde in der Erwachsenenwelt

bedeuten, die geistige Kontrolle über das eigene Verhalten gelockert zu haben und emotionalen Gelüsten
zu folgen […].Hier überwiegt ein emotionales Angstgefühl, eine Unsicherheit wider besseres Wissen, es
könnte Schlimmes passieren. Die vernünftige Einsicht wird von den Wellen der Psyche überspült […].Was
beiträgt, sie positiv zu lösen und die geistige Kontrolle zu bewahren, ist die Fähigkeit des Menschen, von
sich selbst abzusehen und sich mit etwas anderem zu be fassen als mit dem jeweils eigenen emotionalen
Zustand…». LUKAS, Elisabeth, Heilungsgeschichten, cit., S. 96 (tr. cast., pp. 105-106).
20 HILDEBRAND, Dietrich von: The Heart, cit., p. 23 (tr. cast., p. 62).

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Antonio Porras – Lourdes Millán – Gabriel Martí, La afectividad: una visión de conjunto

No estamos ante algo fácil de entender ni tampoco de manifestar. Por tales


motivos, los autores no deberíamos preocuparnos si no logramos exponerlo de
la forma adecuada, ni, sobre todo, el lector ponerse nervioso si no entiende lo
que proponemos… ¡o no está de acuerdo con ello!

2.5. Nada en el hombre es “simplemente animal”


La misma idea, que después desplegaremos con calma, puede expresarse
de manera hasta cierto punto más sencilla.
Existen muchas realidades que los animales parecen tener en común con el
hombre. Las dimensiones estrictamente físicas: gravedad, cohesión, etc.; los
procesos vitales de crecimiento y desarrollo, con cuanto llevan consigo: circula-
ción sanguínea, digestión, respiración…; la capacidad de movimiento, en su
acepción más amplia; los sentidos y los apetitos sensibles; cierta relación con su
entorno físico y con otros seres vivos… y un dilatado y amplio elenco, muy difí-
cil de colmar.
Pero ese «parecen» que figura en el párrafo precedente es fundamental, y nos
ayudará a entender lo que sigue.
De hecho, como acabamos de sostener y hemos mostrado otras veces:
a) Podría hablarse de cierta igualdad si cada uno de los elementos se con-
siderara aislado en sí mismo o, lo que en la mayoría de los casos viene a coinci-
dir, desde la perspectiva limitada de las ciencias experimentales: física, química,
biología, óptica… Bajo semejantes prismas se equiparan, en los hombres y en el
resto de los animales, la digestión o la respiración, pongo por caso, la acción de
ver u oír, etc.
b) Sin embargo, esa presunta igualdad se desdibuja o desvanece si aten-
demos a cada uno de los elementos dentro del conjunto (el animal o el hombre, en
el supuesto ahora considerado), que es donde realmente se llevan a cabo: es de-
cir, donde únicamente existen o se dan de hecho.
El primer modo de enfocar la cuestión suele denominarse meramente formal
o abstracto, puesto que aquello de lo que se habla es fruto de una abstracción;
resultado que, como tal, no existe: nunca puede darse un proceso de digestión o
un acto de ver independientes, al margen del sujeto que los realiza.
La segunda, por el contrario, es una consideración real, pues toma buena nota
del sujeto que ve u oye, por citar un caso significativo, que efectivamente digiere
o respira… y que hace muy distintos los procesos o las actividades aparentemente
(o, mejor, formalmente) idénticos.
Podemos comprobarlo acudiendo a un ejemplo no demasiado complicado: la
digestión del animal se encuentra exclusivamente determinada por elementos
biológicos (en el sentido más lato del adjetivo), mientras que en un ser humano
en iguales condiciones orgánicas el mismo proceso puede resultar profundamente
alterado por el conocimiento intelectual de algo que genera una profunda alegría

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Edufamilia Estudios, número 1 (enero 2011)

o, en el extremo opuesto, por el de una desgracia, origen de una total desola-


ción, que puede incluso paralizar sus funciones vitales básicas.

2.6. Acudamos a la experiencia


Desde la perspectiva real, como decimos, la cuestión resulta bastante cla-
ra.
Pues es fácil advertir que no son las piernas las que andan, sino el perro o el
caballo, poniéndolas en movimiento; no es el estómago el que asimila los ali-
mentos, sino el animal o el hombre en los que ese estómago y el conjunto del
organismo existen; no es el ojo el que ve, sino el ciervo, el águila o un determi-
nado varón o mujer, a través de la correspondiente facultad visiva…
Centrémonos en la visión y considerémosla de manera formal o abstracta,
según lo hacen necesariamente, en función del propio método y en contra de lo
que habitualmente se afirma, las ciencias experimentales. Al adoptar esta pers-
pectiva, suele sostenerse que el ojo —¡cualquier ojo!— ve siempre y solo colores.
Pero volvemos a decir, por considerarlo clave, que de hecho, en la realidad,
no es el ojo el que ve, sino un concreto periquito, un particular elefante, Daniel o
Esteban.

2.7. Comparemos
Y, entonces, las diferencias se tornan casi infinitas.
a) Ciertamente, cualquier ser humano afirma alguna vez, y con razón,
que está viendo un azul intenso maravilloso (un color).
Pero es mucho más normal y habitual que, en esas mismas circunstancias,
diga: estoy viendo un cielo esplendoroso, de un azul espectacular; o, en otros
casos: veo venir a mi hermano (una persona), una procesión o un desfile, una
casa de estilo colonial, un paisaje, un coche a toda velocidad, etc.
Traduciéndolo, para lo que nos ocupa: lo que en efecto ve el ser humano en
condiciones normales son realidades concretas y determinadas, dotadas de signi-
ficado, y no simples colores.
Y esto es así porque, de hecho, la acción de ver no se da suelta, desligada, sino
que forma parte de una percepción más compleja, en la que ponemos en juego,
junto con la vista, y entre otras facultades, la imaginación, la memoria y, en fin
de cuentas, la inteligencia, capaz de conocer la realidad en sí misma, con su sig-
nificado o modo de ser propio.
La vista, en el hombre, arroja un resultado humano, que es el de conocer la
realidad como es en sí, aunque de manera nunca exhaustiva, siempre un tanto
modificada, y acompañada por la posibilidad de errar y de perfeccionarse.
b) El animal, por el contrario, tampoco percibe propiamente colores, sino
que —poniendo en juego asimismo su imaginación y su memoria, y lo que so-

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Antonio Porras – Lourdes Millán – Gabriel Martí, La afectividad: una visión de conjunto

lemos llamar instintos— ve posibles beneficios o daños; es decir, estímulos que le


llevan a actuar, acercándose y utilizando lo que le resulta provechoso, o huyen-
do de aquello que, instintivamente, percibe como perjudicial.
El fruto de la visión del animal es asimismo… animal: un estímulo para su
supervivencia o la de su especie.

3. Conclusión
Con absoluta conciencia detenemos en este punto nuestro artículo. Al
hacerlo, pretendemos subrayar la relevancia inigualable de lo que en él hemos
esbozado: a) a saber, y en primer término, que en la afectividad humanad pue-
den distinguirse diversos niveles, aunque ciertamente interpenetrados; b) en
segundo término, y con mayor énfasis, que la afectividad más propiamente
humana es la que tiene lugar en los dominios del espíritu e impregna desde él a
las restantes dimensiones de la persona: la psíquica y la biológica; c) por fin, y
para terminar, que incluso cuando ese nivel superior experimenta dificultades
para “hacerse notar” o su actividad resulta impedida, sigue siendo lo radical-
mente específico y caracterizador de la persona humana, lo que la configura
como tal.
Así lo resume Frankl:
Se trata, en el terreno espiritual, de aquella dimensión que hemos omitido hasta aho-
ra cuando hablábamos de lo somático y de lo psíquico, como dimensiones de la existen-
cia humana y de las posibles enfermedades humanas; para el pleno ser-hombre, para su
“totalidad” […] es necesaria esta tercera dimensión, la espiritual, pero no quizá simple-
mente añadida como una dimensión en sí, sino que, sin ser ella la única es, sin embargo,
la verdadera dimensión del existir humano, puesto que el hombre como tal no se consti-
tuye sino en aquellos actos (espirituales) en los que se eleva, por así decirlo, del plano
somático-psíquico a la dimensión espiritual.21
Dando por sentado el primer extremo, nos detendremos brevísimamente en
apuntalar los dos restantes. De acuerdo con lo visto, mientras que cabe hablar
de cierto paralelismo psico-biológico, en el sentido de que ambas dimensiones
de la persona “funcionan” de ordinario de manera conjunta, el nóus no sólo tie-
ne una dinámica propia, que lo distancia de las otras dos, sino que a menudo se
enfrenta expresamente a ellas:
El análisis existencial revela una espiritualidad intacta e intocable que queda aun
detrás de la psicosis y apela a una libertad que se encuentra aun por cima de la psicosis:
la libertad de enfrentarse con la psicosis de una manera o de otra: bien sea defendiéndo-
se de ella o bien conciliándose con ella. En otras palabras: el análisis existencial, en tanto
que es psicoterapia o tan pronto como llega a ser logoterapia, descubre no sólo lo espiri-
tual, sino que apela también a esta espiritualidad, apela a una potencia resistente espiri-
tual.22
Como sabemos, para referirse a ese enfrentamiento acuñó Frankl una serie de
expresiones casi inéditas en el ámbito de la psiquiatría y de la psicología de

21 FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 48-49 (tr. cast., pp. 72-73).
22 FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 58 (tr. cast., p. 87).

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Edufamilia Estudios, número 1 (enero 2011)

aquel entonces —resistencia del espíritu (geistige Trotzmacht),23 antagonismo


noopsíquico o psiconoético (noopsychischer Antagonismus / psycho-noetischer An-
tagonismus)…—24 y las reiteró persistentemente, como elementos caracterizado-
res de la logoterapia frente a otras escuelas o corrientes:
Si al principio delimitábamos el campo de validez del psicoanálisis por lo que se re-
fiere a su pretensión de contribuir a la comprensión de lo psicógeno en las psicosis, re-
cordamos ahora que el psicoanálisis se interpreta y se caracteriza a sí mismo como psi-
cología dinámica; frente a éste, correspondería al análisis del existir una psicología que
podría llamarse estática, mientras que frente a ambos la logoterapia, tendría que carac-
terizarse como psicoterapia apelativa. Para la logoterapia, un factum biológico como la psico-
sis no constituye aún, a pesar de todo, ningún factum biográfico; pues, mientras el análisis del
existir se encamina a la unidad dentro de la multiplicidad “cuerpo-alma-espíritu”, la lo-
goterapia se encamina, en cambio, hacia la multiplicidad dentro y a pesar de la unidad
del ser hombre; a saber, hacia el espíritu, en un antagonismo facultativo con cuerpo-
alma, al que hemos llamado, en oposición al paralelismo psicofísico (que es obligado),
antagonismo psiconoético.25
Cuestiones que, con terminología más clara cabe resumir «en una palabra:
debemos procurar que se realice el enfrentamiento entre lo humano en el enfermo y lo
enfermo en el hombre».26
Algo muy parecido, pero con una apelación expresa a la afectividad, afirma
Lukas:
La logoterapia ha dado la vuelta a la antigua pregunta determinista de cómo se esta-
blecen de antemano los actos y sentimientos de una persona, y ha preguntado de dónde
viene ese resto de indeterminación que no debe eliminarse y que persiste incluso en si-
tuaciones de necesidad y enfermedad. Y su respuesta es que proviene de la dimensión
noética. Gracias a ella, el ser humano es capaz de obstinarse frente a su destino, distan-
ciarse de su estado interno, ofrecer resistencia a sus circunstancias externas o aceptar
heroicamente sus límites. En el plano psíquico no existe realmente tal libertad: nadie
puede elegir su estado anímico. Los miedos, la ira y los sentimientos instintivos no se
pueden destituir; los condicionamientos no se pueden anular; no podemos escabullirnos
de las formaciones sociales preestablecidas ni levantar las barreras de las aptitudes.
Quien reduce lo espiritual a lo psíquico, como hace el pandeterminismo, despoja al ser
humano (al menos teóricamente) de su propia responsabilidad y lo abandona a su des-
tino.27
Como insinuábamos, esa libertad permanece intacta incluso en los casos apa-
rentemente más desesperados. Al respecto, reitera Frankl:
La impotencia del espíritu humano en una psicosis consiste o se limita al hecho de
que este espíritu no puede expresarse a sí mismo y, por consiguiente, tampoco puede
expresar su confrontación con la psicosis, sea que esta confrontación consista en una re-
belión contra la enfermedad o en una reconciliación con la enfermedad. No debemos
confundir, sin embargo, esta imposibilidad de expresión con una imposibilidad de la
misma confrontación. Esta última sigue siendo posible y siempre vuelve a realizarse en

23 «El análisis existencial, en tanto que es psicoterapia o tan pronto como llega a ser logoterapia, descu-

bre no sólo lo espiritual, sino que apela también a esta espiritualidad, apela a una potencia resistente espi-
ritual [eine geistige Trotzmacht]». FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 58 (tr. cast., p. 87).
24 «Dieses korrelative Verhältnis aber ist ein wesentlich anderes als etwa das zwischen Psyche und

Physis. Im Gegensatz zum obligaten psychophysischen Parallelismus gibt es ja etwas, was wir bezeichnen
als den fakultativen noo-psychischen Antagonismus». FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und
Logotherapie“, cit., S. 90 (tr. cast., pp. 96).
25 FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 58 (tr. cast., pp. 89-90).
26 FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 61 (tr. cast., p. 91).
27 LUKAS, Elisabeth: Lehrbuch der Logotherapie, cit., S. 30-31 (tr. cast., pp. 37-38).

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Antonio Porras – Lourdes Millán – Gabriel Martí, La afectividad: una visión de conjunto

virtud de lo que llamamos la fuerza de obstinación del espíritu. Precisamente el neurop-


siquiatra es un conocedor de la limitación psicofísica de la persona espiritual; pero pre-
cisamente él es el testigo de la fuerza de obstinación de ésta.28
O, de forma más singularizada:
El hecho de que un enfermo paranoico —como en un caso concreto que conocemos—
no se deje arrastrar a cometer un asesinato a causa de su locura de celos, sino que coge y
empieza a mimar y a hacer caricias a su mujer que se había puesto repentinamente en-
ferma: esto es una conversión espiritual plenamente imputable a la persona espiritual,
que a este respecto es plenamente responsable de sus actos. En esta realización que con-
siste en que no se deriven consecuencias de la locura, se pone de manifiesto, y no en
último lugar, la fuerza de obstinación del espíritu; en el caso que nos ocupa ésta se pone
de manifiesto única y exclusivamente de esta forma y naturalmente no en una compren-
sión de la locura como una locura o de los celos como una enfermedad, es decir, no en la
llamada comprensión de la enfermedad.29
Se entienden, entonces, estas otras convicciones de Frankl, con las que ce-
rramos definitivamente el presente artículo:
Por mucho que el enfermo psicótico, pronósticamente más infausto, haya perdido
todo su valor de utilidad, conserva, sin embargo, su dignidad y merece nuestro más
profundo respeto. Tanto más cuanto que es precisamente enfermo, un enfermo mental;
pues el rango de valoración del homo patiens es superior al del homo faber. El hombre pa-
ciente está por encima del hombre apto. Y si así no fuera, no valdría la pena ser psiquia-
tra. Yo quisiera ser médico de almas no para un “mecanismo psíquico” corrompido, ni
para un “aparato” psíquico en ruinas, ni para una máquina deshecha, sino sólo para lo
humano en el enfermo que se halla detrás de todo ello y para lo espiritual del hombre
que está por encima de todo ello.30

28FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und Logotherapie“, cit., S. 83 (tr. cast., pp. 88-89).
29FRANKL, Viktor E.: “Grundriß der Existenzanalyse und Logotherapie“, cit., S. 85, Anmerkung 1 (tr.
cast., p. 91, nota 13).
30 FRANKL, Viktor: Theorie und Therapie der Neurosen, cit., S. 63 (tr. cast., p. 93).

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