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HISTORIA Y GEOGRAFIA N 18

Ebla: Ecos de un Imperio


Desconocido*

1
BENJAMÍN TORO

Resumen

El presente artículo busca dar a conocer la existencia de una antigua ciudad que llegó a convertirse en
la capital de un poderoso imperio a mediados del III milenio a. C. Cabe señalar que, hasta hace
muy poco, se consideraba que las únicas civilizaciones de la época se restringían al Imperio Antiguo
egipcio, la Mesopotamia, unificada en torno a la figura de Sargón de Akkad, y las ciudades del valle
del Indo, Mohenjo-daro y Harappa. La antigua Siria, considerada hasta entonces como una zona
pobre y atravesada constantemente sólo por nómades, resultó ser una civilización original y autónoma,
que irradió su cultura desde el Mediterráneo hasta la Anatolia y Persia.

Palabras Clave:- Cuneiforme - Tablillas de Arcilla – Tell - Terraplenes - Sumerio - Acadio - Eblaíta -
Arameo - Amorreo Fenicio - Ugarítico - Semítico

Abstract

The present article seeks to present the existence of one old city that developed into the capital of a
powerful empire in the middle of third millennium A.D. It is possible to indicate that until only a short
time ago, it was considered that the only civilizations of the time were restricted to the Egyptian Old
Empire, also known as The Mesopotamia, unifiecl around the figure of Sargón de Alckad and llte cities
of the valley of the Hindu, Mohenjo-daro and Harappa. Old Syria, considered until then a poor ama only
being crossed constantly by nomads, tumed out to be an original and independent civilization, that radiated
jis culture from the Mediterranean to the Anatolia and Persia.

Key Words:- Cuneiform - Clay Small Boards –Tell - Embankments - Sumerio – Acadio - Eblaíta -
Arameo - Amorreo - Phoenician - Ugarítico - Semítico

* Parte de este artículo fue presentado en el Primer Coloquio de Historia Antigua y Medieval, organizado por la
Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez, en octubre del año 2002.
1 Profesor Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez
Todo descubrimiento histórico o arqueológico en el Próximo Oriente comienza con una serie de
indicios repartidos a lo largo de toda esta zona. Tal vez por dicha razón, nuestro relato
comienza en Egipto en 1798, con la expedición de Napoleón Bonaparte. Uno de los dibujantes
que formaba parte del equipo de sabios encargados de estudiar dicho país, informó sobre un
pequeño hallazgo. Específicamente, era una inscripción hallada en una de las paredes del
templo de Kamak, donde se menciona una ciudad llamada Ebla —dentro de un elenco de
ciudades sirias sometidas por el faraón Tutmosis III (1490-1435 a. C.)- alrededor del año 1400
a. C.

Posteriormente, a mediados del siglo XIX, un arqueólogo inglés supervisaba una excavación en el
desierto iraquí. Él mencionó el hallazgo de algunas tablillas de arcilla con inscripciones
cuneiforme, la antigua escritura de Mesopotamia. Dichas tablillas databan del III milenio a. C., y
mencionaban nuevamente a una ciudad llamada Ebla. No fue el único caso: Sargón de Akkad—
fundador del primer imperio "universal" que se tenga memoria- se ufanaba en sus inscripciones de
controlar ciertos reinos, entre ellos Ebla. En realidad, parece que Ebla había consentido en
negociar con Akkad y permitirle el acceso a sus vías comerciales.

Ello implicaba que Ebla era reconocida como una potencia con la cual era necesario tratar más que
combatir. Treinta años después, un descendiente de Sargón, Naram-Sin (2254-2218 a. C.),
menciona en otra inscripción haber combatido y sometido finalmente a Ebla. Otros documentos
provenientes de la ciudad mesopotámica de Lagash hacían mención de la ciudad de Ebla, a partir
de textos conmemorativos (2150 a. C.); la III Dinastía de Ur, a partir de textos económicos e
históricos (2112 a. C.); la ciudad de 'sin, en textos económicos y literarios (2017 a. C.); y la
ciudad de Assur en textos económicos (1400 a. C.) (PETTINATO, 2000, 80).

Más registros provenientes de Anatolia, específicamente del Imperio Hitita, hacían algunas
referencias sobre la riqueza que poseyó esta ciudad, como también ciertas disposiciones
topográficas de la misma. Sin embargo, pese a la gran importancia que parecía tener Ebla, la
ubicación de esta ciudad seguía siendo un misterio, como también, las razones de su importancia,
poder político y comercial. Numerosos investigadores y arqueólogos propusieron los más diversos
sitios —desde los montes Tauro hasta Trípoli- pero ninguno de ellos logró comprobar sus teorías, ni
mucho menos ubicar el emplazamiento exacto de dicha ciudad, mencionada repetidamente por
algunas antiguas inscripciones, pero olvidada con el paso del tiempo.

Al parecer, quedaba la sensación de afirmaciones legendarias basadas en la existencia de una


antigua civilización, tal como la Atlántida de Platón, pero sepultada bajo las arenas de los amplios
desiertos del Próximo Oriente (ZANOT, 1980, 35).

I. DESCUBRIMIENTO

En 1963, la Universidad La Sapienza de Roma propuso desarrollar una excavación en Siria, con el
objeto de profundizar en el desarrollo de su civilización durante el II milenio a. C. Para dicho
efecto, el famoso orientalista italiano Sabatino Moscati, designó a un joven arqueólogo e
historiador del Arte italiano de origen alemán, Paolo Matthiae, para que eligiera un sitio —
preferentemente de la época fenicia o aramea- en dicho país. De varios lugares recomendados por
las autoridades sirias, Matthiae eligió Tell Mardikh: un te//deforma trapezoide perteneciente, según
los cálculos de algunos investigadores, al II milenio a. C. El montículo se extendía sobre una
superficie de 56 hectáreas, y estaba situado a 55 Km al suroeste de Alepo, y a 80 Km al norte de
Hamah, dos ciudades modernas de la Siria septentrional.
Las primeras excavaciones empezaron en 1964. Rápidamente se constató, que el tell tenía una
larga historia de poblamiento. Efectivamente, Tell Mardikh presentaba siete fases de
asentamiento siendo posible distinguir —a partir de los restos de cerámica- períodos que iban
desde los tiempos prehistóricos hasta el siglo VII d. C. Los restos más significativos, sin embargo,
databan del 3500 a. C., una época protohistórica que guardaba estrecha relación con el período
Uruk en la Mesopotamia meridional. Supuestamente, el asentamiento de Tell Mardikh fue
fruto de la colonización llevada a cabo por la cultura sumeria de Uruk, al igual que otras
regiones de Siria, Mesopotamia e Irán.

Hasta 1968, Tell Mardikh era un sitio arqueológico interesante para sus excavadores, por cuanto
revelaba la capital de un reino sirio del II milenio a. C., pero en dicha época, la antigua Siria
estaba llena de pequeños reinos, por lo que una ciudad más —por añadidura, todavía no
reconocida con nombre alguno- no resultaba particularmente importante para nadie. Sin embargo,
con el transcurso de la campaña de 1968, la situación cambió radicalmente, puesto que se hallaron
fragmentos de una estatua correspondiente a un soberano del lugar —Ibbit-Lim- y una
inscripción de 26 líneas, que permitió conocer la identidad de la ciudad: Ebla. Otros datos
sirvieron para identificar la ciudad: el faraón Tutmosis III había situado Ebla al norte de Siria,
no lejos de la actual ciudad de Alepo, y Alepo no podía ser Ebla, porque su antiguo nombre era
Armanum. Por otra parte, Tell Mardikh era el tell más grande de la zona, y estaba situado en
uno de los nudos más importante del tráfico mercantil del III milenio a. C. (ZANOT, 1980,
2
59). (*Notas a pie de pagina al final)

2. DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA

El relieve topográfico del asentamiento fue preparado por el arquitecto de la misión, Carlo Cataldi Tassoni, quien asignó
diferentes denominaciones a los edificios desenterrados. La ciudad de Ebla se subdividía administrativamente en dos
partes, bien diferenciadas, identificadas como la Acrópolis o la ciudad alta, y los distritos residenciales o la ciudad
baja. Tanto la Acrópolis como la ciudad baja se articulaban, a su vez, en cuatro sectores administrativos. La Acrópolis,
con su complejo palacial, correspondía al centro administrativo del reino, el cual era denominado en los
textos eblaítas bajo el nombre de Saza, o "tesorería". En ella, se hallaban cuatro unidades de edificios, a
partir de cuyo nombre se entiende su función.

El primero era la Residencia Real (é-en) o "casa del soberano", identificada con un edificio denominado "Palacio G"
por la misión italiana. Este palacio abarcaba los sectores que se abrían al llamado "Patio de las Audiencias", un
espacio urbano que jugó un papel específico en la conducción de la vida social y administrativa de la ciudad:
constituía el conjunto arquitectónico monumental en la base de la pendiente oeste de la Acrópolis, desde donde se
abría el portón de entrada a todo el complejo palacial. El patio permitía el acceso al sector de la residencial real,
coordinando los espacios urbanos mediante un conjunto de corredores que unían los barrios de las casas privadas
con los edificios administrativos. (MATTHIAE, 1976, 100).

El segundo edificio era llamado la "casa excelsa" (é-mah), el cual correspondía al complejo de los "santuarios",
pese a que no guardaban relación estrecha con algún tipo de culto, sino con la principal actividad desarrollada
3
por los eblaítas: el comercio . Dos de los edificios recibían los nombres de gigirki, "escudería" o "lugar
de los carros", y "la casa de los toros" (é-am), respectivamente. La explícita mención de "carros" constituye un
indicio de las caravanas de mercaderes. Por otra parte, en la "casa de los toros" se encontraron vestigios de
almacenamiento de armas, por lo que puede deducirse que se utilizó como armería. De esta manera, el verdadero
corazón del Estado de Ebla durante el III milenio a. C., estaba constituido por estos dos edificios, donde se
registraban cuidadosamente todas las transacciones económicas, por un lado, y se organizaban todas las
expediciones. El tercer y cuarto edificio vinieron a representar una especie de "distrito
administrativo", del que era parte integrante el Archivo o la Biblioteca Central —en la sala L.
2769- con unos 16000 o 17000 tablillas de arcilla, escritas con caracteres cuneiformes. La
importancia central de los archivos hallados en Ebla pueden centrarse en dos hechos. El primero es
que forman parte de los archivos estatales de un gran imperio, cuya existencia se había perdido
dentro de la tradición histórica de la Franja Siropalestina y del Antiguo Próximo Oriente en
general. El segundo es la gran diferencia con respecto a la gran mayoría de los archivos
mesopotámicos hallados hasta entonces: éstos se caracterizaban por tratar asuntos sólo relativos
a su ciudad respectiva —cuyo horizonte geográfico se extendía en un radio de no más de 50 Km-
y con un exceso de provincialismo. En cambio, los archivos de Ebla entregan importantes
informaciones tanto de los propios asuntos administrativos, como de sus relaciones con otros
Estados, mostrándonos así la existencia de entidades políticas hasta entonces desconocidas.4

La ciudad baja estaba dividida en dos unidades administrativas dirigidas por dos altos
funcionarios denominados mashkim, "comisarios" o "jefes de los mensajeros". La primera
unidad abarcaba tres distritos; la segunda unidad solamente abarcaba un distrito. Las casas
privadas identificadas en varios de los sectores de la ciudad baja confirman un inteligente plan
urbano consistente en una serie de edificios públicos adosados a la Acrópolis y a la muralla
exterior. Cuatro vías salían desde las cuatro puertas de entrada, ofreciendo la imagen de un
asentamiento ordenado y armonioso con la grandiosidad de templos y palacios. A ello debemos
agregar la estructura radial de sus arterias principales, por cuanto la base de la Acrópolis estaba
rodeada por unas calles concéntricas, cruzadas por calles perpendiculares que se desprendían de las
casas privadas.

Otro elemento importante lo constituían los muros y fortificaciones defensivas de la ciudad. En


realidad, eran verdaderos terraplenes de unos 22 metros de altura y un espesor en su base de
unos 40 metros. Dichos terraplenes fueron erigidos acumulando una gran cantidad de tierra, ex-
cavadas en el exterior, junto a las ruinas de construcciones precedentes.

Sus bases eran de piedra, sus pendientes eran enyesadas para evitar la corrosión, y en la cima se utilizaban piedras
y ladrillos mezclados. A ello debemos agregar las fortalezas erigidas en algunas de sus cimas, y la adopción de
un tipo de puerta con contrafuerte y en forma de tenazas, muy útil para la defensa de la ciudad.
(PETTINATO, 2000, 117).

Durante el II milenio a. C., Ebla experimentó varios cambios. La Acrópolis fue rodeada por una muralla interna
y se construyeron tres palacios: los palacios E, Q y P. Por otra parte, se desarrolló la arquitectura religiosa,
representada por la construcción de varios templos: D, N, 81, 82, P1 y P2. De los anteriores, el más antiguo y
grande era el D, situado en la Acrópolis y dedicado a la diosa Ishtar: estaba construido con una sola nave y orien-
tado de sur a norte; era del tipo conocido como "long-temple", el cual estaba subdividido en tres partes
denominadas respectivamente la ce/la, el pronaos y el vestíbulo. En la ce/la se encontraba un nicho que debía
albergar la estatua de la divinidad, separado por un zócalo ante el cual se disponía una mesa para las ofrendas. Se
5
cree que el Templo de Salomón se basó en este tipo de templo (PETTINATO, 2000, 108).

3. LA LENGUA EBLAtTA

La lengua eblaíta, que salió a luz gracias al archivo de Ebla, no tenía ninguna documentación en otras
latitudes. Básicamente, los textos se escribían con signos cuneiformes en sumerio, pero se pronunciaban en
6
eblaíta. De allí que las tabletas eran fáciles de leer, pero difíciles de comprender. Por dicha razón, fue definido
en un principio por el epigrafista del equipo italiano, Giovanni Pettinato, como una antigua lengua semita
noroccidental denominada primero paleocananeo y, después, eblaíta, para indicar que no poseía nada en
común con el amorreo (lengua semítica occidental) o con el acadio (lengua semítica oriental); las
dos lenguas semitas existentes en su época.

En cambio, el eblaíta tenía ciertas similitudes con respecto al fenicio y al hebreo, tradicionalmente
definidos por los estudiosos como pertenecientes al grupo de lenguas cananeas, pero no era ni
fenicio ni hebreo, porque era mil años anterior y contemporáneo al acadio arcaico, pero
diferente a él. Un paralelo notable sería comparar los primeros vestigios del francés o el
español con respecto al latín. Por lo tanto, los eblaítas eran un pueblo que hablaba y escribía —
alrededor del año 2400 a. C- una lengua propia totalmente autónoma con respecto a las conocidas en
su época. (PETTINATO, 2000, 151).

Antes del descubrimiento de esta lengua, el antecedente más antiguo sobre las lenguas semitas
occidentales eran los textos hallados en Ugarit, el ugarítico, correspondiente al siglo XIII a. C.
Pero con el eblaíta fue posible establecer cierta escala cronológica: el cuerpo lingüístico semita
más antiguo fue una nueva lengua adoptada del sumerio, el eblaíta, que ejercería una importante
influencia en el desarrollo de dos importantes lenguas: el ugarítico, desde donde derivaría el fenicio
y su correspondiente alfabeto adoptado por las lenguas indoeuropeas; y el hebreo bíblico que se
manifestaría posteriormente en la Biblia Hebrea.7

4. ORGANIZACIÓN POLÍTICA
La antigua ciudad siria de Ebla puso en tela de juicio muchos aspectos que se daban por
asentado: Ebla se ubicaba en una zona geográfica que nadie sospechaba, y trasmitió sus
escritos en una lengua semítica occidental en un período en el cual se suponía que la población
del lugar no poseía siquiera la escritura. Sin embargo, una tercera característica asombró aun
más a los investigadores: el conjunto de sus instituciones políticas eran radicalmente diferentes
a las conocidas en el mundo antiguo.

Para empezar, en la antigua Mesopotamia sumeria había varios términos para representar a la
máxima autoridad del Estado: lugal, ensi, o en. El primer término significaba "hombre grande"
o "conductor de hombres", y servía para designar a la máxima autoridad política. El segundo
término, ensi, fue muy usado en la ciudad de Lagash, pero asumió pronto la connotación de
"gobernador de provincia" de un reino. El tercer término, en, tuvo en la literatura sumeria un doble
significado —político y religioso- que designaba tanto a un jefe político, como un tipo específico de
sacerdote o sacerdotisa de las principales ciudades-estados. Cabe mencionar que los diversos
términos mencionados rara vez aparecieron contemporáneamente y, cuando ocurrió, no ha sido
posible distinguir las diferencias, o establecer su orden cronológico de aparición (PETTINATO,
2000, 204).

En cambio, en los textos de Ebla se mencionaba la expresión en-eb/a ki, para señalar al más
alto cargo del Estado. Pero, frecuentemente, junto al título en se añadía el término lugal para
designar a catorce personas distintas de Ebla. Por lo tanto —a menos que se considere a Ebla
como una confederación política- se debe concluir que el añadido de lugal servía para designar
a una autoridad diferente a la del jefe del Estado. De esta manera, los lugales en Ebla eran los
"gobernadores del reino", quienes permanecían bajo el mando de una autoridad mayor
denominada en-eb-la ki, el "señor de Ebla". Por lo tanto, si el jefe del Estado de Ebla era
definido como en, quiere decir que existió desde tiempos muy remotos una conexión, de
tipo institucional, con el pueblo sumerio. Lo anterior parece comprobar que Ebla fue una
colonia sumeria, o que tuvo estrechas relaciones, desde tiempos protohistóricos, con ellos.

Además, cabe mencionar otra particularidad. En Mesopotamia y Egipto, donde la imagen del
soberano es motivo de culto, fama e inscripciones votivas; en Ebla, la función del en casi
eclipsa a la persona que ejerce dicho cargo. A tal grado que era común en los documentos
oficiales encontrarse sólo con la mención de "soberano de Ebla", pero en escasas oportunidades se
acompaña con el nombre del personaje. De esta manera, da la impresión de que en Ebla la figura
del soberano en persona no era importante, pero sí la autoridad expresada por el título.

Quizás por ello, dentro del archivo de Ebla había una carencia total de inscripciones reales
conmemorativas como las existentes en Mesopotamia. Ello no implica que no existiera una
realeza, sino que ésta se apartaba de los cánones clásicos existentes en el Antiguo Próximo Oriente,
la cual era despótica y dinástica. Todo lo anterior hace de la institución de la soberanía o realeza
de Ebla algo totalmente abstracto y, al mismo tiempo, pleno de significado político
(PETTINATO, 2000: 205).

Algunos investigadores incluso han sostenido que existen ciertos indicios en los textos de Ebla
que sirven para aclarar la posición de la reina —denominada maliktum- en el Estado y, sobre
todo, sus relaciones con el consorte "reinante". Para empezar, la mujer en Ebla tenía un
lugar de relieve y prestigio, recibía igual salario que el hombre, no existían sectores vetados a
ellas, y podían acceder a altos puestos de trabajo. Por otra parte, la reina de Ebla, pagaba las tasas
al erario, igual que el soberano, tenía sus propias funciones administradas por funcionarios bajo su
mando, presentaba ofrendas rituales personales, recibía directamente las tasas de parte de los
gobernadores, etc. Todo lo anterior nos ofrece una posición diametralmente opuesta al clásico
"machismo" mesopotámico. (PETTINATO, 2000, 211).

Otra de las novedades halladas en Ebla radica en el carácter electivo y no dinástico de la


monarquía. Sabemos que Ebla estaba subdividido en provincias, todas ellas regidas por un lugal
o gobernador. El núcleo del reino estaba articulado en 12 provincias, a las que hay que
incluir las dos provincias administrativas, representadas por los cuatro distritos de la ciudad
baja. Pese a que todavía no se ha podido corroborar, existían 14 funcionarios designados
AB.AB —término que ha sido traducido por el de "ancianos" "padres" o "jefe de agencia
comercial"- a quienes los gobernadores o lugales rendían cuentas.

Por lo tanto, los verdaderos jefes de Ebla eran los AB.AB, porque ellos regían los destinos de la
ciudad: si los lugales eran los gobernadores de las provincias, ellos hacían de gobernadores del
reino, por cuanto representaban a las familias más poderosas de la ciudad. La riqueza del Estado
pasaba estas familias nobles y poderosas, cuyos jefes, reunidos en asamblea, constituían el consejo
de decisión del reino, administrando las diversas unidades económicas existentes. Así, era el gremio
de estos gobernadores, cabezas de familias o AB.AB, quien elegía al soberano entre sus
miembros, siguiendo el principio del primus inter pares. (PETTINATO, 2000, 213).

La monarquía, institución política del Reino de Ebla, era de un tipo radicalmente diferente al de
Egipto o Mesopotamia: dada su singular estructura social, no era siquiera concebible una
monarquía absoluta, puesto que hubiese constituido un atentado a las diversas familias que
formaban el gremio de gobernadores. En las actividades gubernamentales, el rey era ayudado
por un grupo de oficiales, quienes eran designados por la palabra sumeria diku, "jueces" o
"padres" de un grupo, los que controlaban sectores particulares de la organización estatal. El
gran número de empleados (11.700 personas) citado por los documentos eblaítas, sugiere que
incluían tanto personal empleado directamente en actividades dentro de los edificios
administrativos en la Acrópolis de la ciudad, como también trabajadores usados en los servicios
administrativos periféricos. (MATTHIAE, 1976, 107).

Al repasar la lista de ciudades que son sedes de "gobernadores" y de "superintendentes"


nombrados por Ebla, sólo puede concluirse que el reino de Ebla abarcaba un área muy
amplia. Pero Ebla no era una ciudad-estado sumeria o un pequeño reino como los existentes
en la Siria del II milenio a. C., sino una dimensión imperial semejante a la que tuvo Kish, Assur
o Akkad. Por ello, Ebla también infundía temor, militarmente hablando. Si bien prefería las
relaciones pacíficas con las demás naciones, cuando los acuerdos pacíficos o las largas
negociaciones no rendían fruto, el Reino de Ebla fue capaz de llevar a cabo conquistas y
expediciones militares de gran envergadura. Caso particular fue la expedición llevada a cabo
contra otro reino sirio, Mari, quien poseía un punto estratégico para el control de las vías
comerciales que conducían al sur de la Mesopotamia y, al parecer, reacia a permitir que los
mercaderes eblaítas pasaran por su territorio.

En el caso de Mari, Ebla reclutó un total de 12000 hombres, sin contar los mercenarios, para llevar a
cabo una campaña militar contra ella. Todo lo anterior refleja el sumo interés de Ebla por someter
a Mari, porque dicha ciudad cortaba toda vía de comunicación con Anatolia y Mesopotamia. En
efecto, Mari era un punto neurálgico en las vías comerciales cuyo control ambicionaban sumerios
y eblaítas, de modo que se había convertido en el eje de la balanza de un equilibrio político y
económico muy delicado. Pese a todo, Ebla supo conducirse con sabiduría política: después de
derrotar a Mari y capturar a su rey, le perdona la vida a condición de aceptar su calidad de
"gobernante" de Mari, sometido a la autoridad de Ebla. (PETTINATO, 2000, 301).

5. LA MUERTE DE EBLA

Después del II milenio a. C., los arqueólogos descubrieron que un voraz incendio, cuya principal
manifestación fue una capa de ceniza completamente visible en todo el tell, causó la
destrucción momentánea de Ebla. Pese a ello, no ha sido posible datar con precisión dicho
suceso, ni tampoco el responsable de tal destrucción. Algunos creen que fue obra de Naram-
Sin, como castigo a aquel reino que osó desafiar el poder de Akkad. Cabe señalar que a esa
fecha, Ebla había llegado a ejercer su influencia hasta la Anatolia, e interfería constantemente
en los asuntos de Akkad, específicamente con la tendencia de Ebla de controlar el río Eúfrates
e, indirectamente, el Tigris, ahogando a la economía de Akkad.

Controlar dichos ríos, era controlar el tráfico de metales y maderas que se dirigían al reino de
Naram-Sin.

Pese a que no existen evidencias epigráficas concluyentes, otros investigadores han sostenido la
hipótesis de que Ebla fue destruida por reyes hititas —Khatushili I, en el 1650 a. C., o Murshili I,
en el 1600 a. C.- provenientes del Asia Menor. Los hititas, pueblo nómade de origen
indoeuropeo, llegaron a ser un pueblo poderoso y conquistador gracias al descubrimiento de
una nueva arma: la domesticación de caballos salvajes del Cáucaso. Murshili I incluso condujo al
ejército hitita a extraordinarias campañas que terminaron con la conquista de Alepo y Babilonia.
Otra posibilidad radica en que Ebla fue destruida por una ciudad rival cercana y poderosa, tal
como fue Yamkhad, aunque no existen muchas evidencias que lo corroboren (PETTINATO, 2000,
123).
En lo único que coinciden los arqueólogos, es que Ebla fue destruida, al menos en parte, en torno al
año 1600 a. C. Desde dicho momento, comienza una verdadera decadencia del reino de Ebla, la cual,
lejos de reconstruirse, cayó en un estado de abandono paulatino, encontrándose sólo restos de
poblamiento en la Acrópolis. A partir de entonces, la ciudad empezó a desmantelarse, siendo
usada como cantera destinada a la extracción de piedras. Pese a lo anterior, los datos de
carácter epigráficos provenientes de centros sirios y mesopotámicos, aún la mencionaban
como entidad política.

En efecto, ciertas cartas provenientes de Asiria mencionaban la existencia de Ebla como una
ciudad regida todavía por un monarca. Otros datos interesantes provienen desde Egipto,
específicamente con el faraón Tutmosis III, quien hizo grabar en una de las columnas del templo
de Karnak el nombre de Ebla, como una de las tantas ciudades sirias bajo dominio egipcio. En el
último caso, Ebla continuaba siendo un centro político respetado en el accidentado panorama
político del Antiguo Próximo Oriente.

El verdadero momento de declinación política ocurrió cuando otras ciudades, portadoras de


la cultura aramea, asumen un papel preponderante en el área siria; tal fue el caso de la antigua
Hazrek, capital, junto a Hamat, del reino arameo de Zakir, mencionada en los textos bíblicos.
Posteriormente, Ebla pasaría a convertirse en un modesto pueblo que subsistió durante los
períodos de dominación asiria y babilónica. Durante la época persa, se documenta un pasajero
renacimiento de Ebla, cuando se reconstruyen ciertos distritos de la Acrópolis y la ciudad baja. De
esta manera, los nuevos dominadores quisieron reforzar Ebla para servirse de ella con fines
defensivos y construyeron allí un palacio/fortaleza (PETTINATO, 2000, 125).

Durante el período romano, Ebla fue olvidada de la memoria histórica. En esta época, la ciudad era un
montón de ruinas. Sin embargo, pese a que Ebla desapareció, Tell Mardikh subsistió en la época bizantina
(siglos y-VI d. C.), cuando una pequeña comunidad de monjes eligió estas ruinas como lugar de residencia. No se
sabe hasta cuándo se usó el monasterio, pero existen vestigios correspondientes a la conquista árabe, para des-
pués desaparecer, tal vez por la invasión de los cruzados. Desde entonces permaneció olvidada hasta 1962.

CONCLUSIÓN

Ebla constituyó el mayor centro cultural y político de la antigua Siria, mostrándonos una nueva lengua, una
nueva cultura y una nueva Historia. En primer lugar, Ebla es fundamental para responder la pregunta acerca
de los orígenes y desarrollo de las sucesivas fases de la cultura urbana de la antigua Siria. En segundo
lugar, Ebla se revela a sí misma como la clave para responder el complejo problema de las relaciones entre la
primera cultura siria en el oeste, con respecto al de las primeras dinastías mesopotámicas. En tercer lugar, Ebla es
un hito o señal para enlazar la continuidad cultural siria en los tiempos prehelénicos, especialmente en el
campo lingüístico. Finalmente, Ebla tuvo una importancia política de gran importancia en la zona durante el
III y II milenio a. C. (MATTHIAE, 1976, 112).

Durante el siglo XVIII, Egipto fue la Meca para arqueólogos e historiadores; Mesopotamia la desplazó en el
siglo XIX; Tierra Santa hizo lo propio en el siglo XX; Siria, qué duda cabe, lo será el siglo XXI. Sin embargo,
estamos conscientes que estamos sólo ante una nueva entidad política dentro de la Franja Siropalestina, más
Eblas pueden ser halladas en el futuro. En dicho sentido, la Historia de la zona aún está por escribirse. Lo
presentado aquí es sólo un breve prólogo. Gracias al descubrimiento de Ebla, la antigua Siria, vista
tradicionalmente como una tierra de nómades, pasó a convertirse repentinamente en un país altamente
civilizado que irradió cultura y civilización hacia Mesopotamia, Turquía, Palestina y Egipto.

Todo lo anterior fue conseguido por Ebla, no tanto por su fuerza militar, sino más bien por la sabiduría
política de sus gobernantes, quienes mantuvieron estrechas relaciones diplomáticas con más de ochenta
reinos del Antiguo Próximo Oriente. La antigua Siria, tradicionalmente relacionada con asentamientos
pobres, o sometida a la política de sus vecinos de Egipto, Anatolia y Mesopotamia, emerge ahora como
un faro de civilización autónomo cuyos orígenes se pierden en el IV milenio a. C.8

Pero la actitud prejuiciada contra Siria también saca a la luz otros aspectos no menos
importantes y que se manifiestan en nuestro mundo académico. Por largo tiempo, las cátedras
de Historia Antigua han constituido una parte elemental de cualquier carrera de Historia. Sin
embargo, para nuestro país, la Historia Antigua viene a representar un curso curricular
preocupado más bien de Historia Griega y Romana. Pero este énfasis sobre las raíces
grecorromanas en la civilización occidental no ha sido fruto de una profunda reflexión de la
realidad histórica, sino el producto de siglos de imperialismo cultural eurocentrista. De esta
manera, el conocimiento de las antiguas civilizaciones orientales —Egipto, Mesopotamia y la
Franja Siropalestina, a la cual pertenece Ebla- han sido sacrificadas a la mayor gloria del pasado
grecorromano.

En dicho sentido, ¿qué sugerencia podemos entregar como historiadores? La Historia Antigua
debe ser un mundo abierto a la evolución, la expansión, el intercambio y la convivencia. En
consecuencia, debe tomar en cuenta la perspectiva de reconocer a la humanidad como un
ente común. En lo personal, discrepamos con ciertas opiniones muy relucidas en el último
tiempo: que ambos mundos —Grecia y Roma, por un lado; Antiguo Próximo Oriente, por otro-
son dos culturas distintas que deben marcar sus diferencias. En sentido estricto, esta visión
constituye una falacia y vamos a explicar por qué. Históricamente hablando, en la Antigüedad
sólo ha existido una cultura —la cultura humana- entendida como todos los aportes creados en
esa época que constituyen bienes colectivos de toda la humanidad: de la Filosofía al Arte, y
de la Política a la Historia, por mencionar algunos.

La invención de la escritura, por ejemplo, fue una creación netamente oriental. Nadie puede
negar que los mesopotámicos realizaron una de las más importantes contribuciones
tecnológicas a la sociedad humana. Posteriormente, pasó al Mediterráneo y los griegos
tomaron prestada la idea de la escritura de los fenicios. Cabe ahora preguntarnos: ¿Son
acaso los antiguos griegos inferiores por el hecho de no haber inventado la escritura, sino el
haberla recibido de un pueblo perteneciente al Oriente?, ¿Puede menoscabarse las grandes obras
literarias griegas por haber aprendido de otros dicho arte? La respuesta es no. El pasado
grecorromano no puede menoscabar al Antiguo Próximo Oriente, por cuanto lo que ha
logrado de sí fue gracias al mundo oriental; y el Antiguo Próximo Oriente no puede renegar
ni de Grecia ni de Roma, por cuanto representan su herencia, y la máxima prueba de su legado
intelectual al género humano: el espíritu de la cultura, el espíritu deductivo, el espíritu
observador, el espíritu ordenador y el espíritu científico. En otras palabras, el genio de
Oriente, expandido por el Occidente.

El atentado del 11 de septiembre es una triste herencia de esta distinción entre Oriente y
Occidente: el claro manifiesto de dos mundos que han tendido a verse como dos territorios
adyacentes, los cuales se han sentido mutuamente agredidos, amenazados y repelidos. El
Occidente ha tendido a rebajar a Oriente, representándolo como un lugar extraño y atrasado,
ideal sólo para su explotación comercial, en virtud de una supuesta superioridad occidental de
carácter étnico o cultural. El Oriente, por otro lado, ha representado al Occidente como una cultura
arrogante, de escasa base espiritual y cuya única herencia ha sido un legado de resentimiento por su
atropello e imposición cultural. Sin embargo, existe un elemento común que une a los dos
mundos: la profunda ignorancia sobre el otro. Tal como dijo un académico universitario hace
poco: Occidente desconoce y teme a tal grado lo que es el mundo de Oriente que lo ridiculiza.
Y Oriente desconoce y teme tanto a Occidente que lo sataniza.

La máxima prueba de esta contraposición lo manifestó precisamente un político occidental, el


francés Jean Jaurés en 1912, en la Cámara de Diputados. Él advirtió a sus compatriotas franceses de
los riesgos de una política colonialista en Argelia, diciendo: "Ustedes tienen allá, en el Oriente, una
civilización admirable y antigua, en donde se funde la tradición judía, la tradición cristiana, la
tradición siria, la fuerza de/Irán y toda la fuerza del genio semítico; y, desde entonces, con el
paso de los siglos, dicha fuerza está en movimiento.., en la religión, la filosofía, la ciencia, la
política... ahora tendrá sus periodos de declinación, pero mañana sus periodos de despertar.."
(PÉRONCEL-HOGOZ, 2000, 39).
El descubrimiento de Ebla fue un eco de ese despertar.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS LIBROS

PETTINATO, GIOVANNI (2000), Ebla, una ciudad olvidada, Ediciones


Trotta, Barcelona,.
ZANOT, MARIO (1981), Ebla, un reino olvidado, Ed. Javier
Vergara, Buenos Aires.

REVISTAS Y OTRAS PUBLICACIONES


CABOT,ANNE, "Interview with Paolo Matthiae & Ga-
briela Matthiae Scandone", Biblical Archaeologist,
Septiembre, 1976, pp. 90-93.
LA FAY, HOWARD, Ebla, Splendor of an Unknown Em-
pire, National Geographic, V. 154, n° 6, Diciembre, 1978, pp.
730-759.
M A L O N E Y , P A U L , T h e R a w M a t e r i a l . T h e f u l l t e x t s o f 2 4 Ebla tablets have been
published-this is what scholars must start with", en Biblical
Archaeologist Review, Mayo/ Junio, 1980, pp. 57-59.
MATTHIAE, PAOLO, "Ebla in the Late Early Syrian Period: The
Royal Palace and the State Archives", Biblical Archaeologist,
Septiembre, 1976, pp. 94-113.
PÉRONCEL-HUGOZ, JEAN-PIERRE,
"Jaurés, le premier anticolonialiste de gauche", en Historia,
N°644, Agosto, 2000, pp. 36-39.
Notas
2 El nombre de Ebla derivaría de un término semita que significaba "roca blanca" o "calcárea". La ciudad de Ebla
construyó su núcleo sobre una de ellas. Zanot, 1980, 98.

3 Al parecer, Ebla parecía menos condicionada por la religión que sus vecinos de Mesopotamia o Egipto. En la
misma Acrópolis no se construyó ningún zigurat (torre escalonada), como en Mesopotamia, porque los eblaítas
prefirieron dejar espacios para los ministerios y residencias para los funcionarios. Tampoco los sacerdotes, a
diferencia de Mesopotamia, parecían tener relevancia en el mundo de los negocios, por cuanto éstos eran llevados
a cabo por administradores, quedando los sacerdotes relegados a funciones espirituales. Zanot, 1980, 88.

4 Por ejemplo, uno de los aspectos más importantes del archivo son las informaciones sobre la distribución
geográfica de ciertos centros urbanos interesados en productos eh/altas, especialmente textiles. Dichos centros
urbanos formaban una gran área que envolvía varias ciudades de Siria, extendiéndose desde las costas del
Mediterráneo hasta el Tigris, al este, la Anatolia, al norte, y Palestina, al sur. En Siria, destacaban los contactos entre Ebla
y Ugarit, por cuanto esta última permitía que Ebla estableciera contactos con Egipto. En el área mesopotámica,
los textos eblaítas mencionan frecuentemente ciertos centros situados en la ribera del Eúfrates —Karkemish, Emar,
Tuttul, Mari, entre otros- hasta llegar a Assur, desde donde los mercaderes de Ebla distribuían los textiles a la mayor
parte de la Mesopotamia septentrional, especialmente a Harán. MATTHIAE, 1976, 109.

5 El panteón de divinidades de Ebla era local. Predominaban figuras como la del dios Dagan e Ishtar, pese a que
ha sido difícil reconstruir una panorámica general de los respectivos dioses, especialmente porque varios nombres
comunes fueron usados para designar a los diferentes dioses. Por otra parte, en Ebla también se adoptaron diferentes
divinidades y mitos provenientes de la literatura mesopotámica. En vista de lo anterior, algunos estudiosos han
planteado la posibilidad de que la religión eblatta era una mera adaptación de los mitos sumerios. MATTHIAE, 1976,
110.

6 El eblaíta se escribía sobre la tablilla de arcilla empezando en la parte superior izquierda. Cada grupo de signos era
seguido por una línea horizontal. La escritura se realizaba línea a línea, desde izquierda a derecha, hasta llegar al
final de la tablilla. Posteriormente, se escribía al reverso, pero en dirección derecha-izquierda. La transliteración a
signos cuneiformes incluía ciertos determinativos, es decir, signos no fonéticos que servían para determinar lo
que la palabra representaba. Ejemplo, si un nombre era seguido por la expresión DINGIR, quería decir que se
refería a un dios, si otro nombre era seguido por el determinativo KI, se estaba refiriendo al nombre de una ciudad,
etc. MALONEY, 1980, 58.

7 Algunos investigadores han sostenido que los textos en eblaita entregan evidencia histórica sobre personajes,
lugares y palabras existentes en la Biblia Hebrea, tales como ha-raki (Harán), edenki (Edén), Eb-alki (Monte Ebal), Bi-
ir-sa (el rey Birsa), Ya (Yahvéh), pa-la-ag (Péleg, antepasado de Abraham), etc. Sin embargo, dichos alcances han
sido motivos de controversia y rechazo, más que nada debido a causas políticas y de rivalidad académica que a
argumentos netamente históricos o arqueológicos. Para más información ver los artículos de MIKAVA, ADAM,
"The Politics of Ebla", y de Mitchell DAHOOD, "Are the Ebla Tablets Relevant to Biblical Research" en Biblical
Archaeology Review, September/October, 1980, pp. 2-6; 55-608

8 Anteriormente al descubrimiento de Ebla, Siria era famosa por otras ciudades desenterradas por arqueólogos
franceses: la ciudad de Ugarit excavada por Claude Schaeffer en 1929, y la ciudad de Mari, excavada por André Parrot
en 1933. Sin embargo, la primera era relativamente "reciente" porque correspondía a la Edad del Bronce Tardío;
mientras que la segunda, contemporánea a Ebla, era considerada una ciudad mesopotámica. Otra ciudad importante
del patrimonio cultural sirio era la ciudad de Palmira, pero ésta corresponde al período grecorromano.

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