El amor y la muerte no tienen historia propia, son acontecimientos del tiempo
humano, cada uno de ellos independiente, no conectado a otros acontecimientos similares, por eso es imposible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir, pero ambos llegan en cierto momento. Las relaciones tal como las describe Bauman son una inversión de tiempo, dinero, energía y demás, de la cual un sujeto espera una retribución, además del tiempo que llegaría entablar una nueva relación lo que lo podría hace un círculo tortuoso de inicios y finalizaciones de ciclos, el amor es un tema complicado ya que muchas veces se confunde con capricho; en la actualidad es mucho más fácil llevar 15 relaciones virtuales, que conocer a 15 personas una por una en un transcurso de tiempo que puede tardar mucho. Por Internet es posible hablar con esa cantidad de personas al tiempo y conocer una información que se podría suponer básica para el acercamiento y el contacto algunas veces sexual. La capacidad sexual fue una herramienta utilizada para la construcción y el mantenimiento de las relaciones humanas, la necesidad del deseo sexual incito al encuentro de los sexos, el cual es un terreno de la naturaleza y la cultura, es el punto de partida. Hubo épocas en que los niños eran productores, la división del trabajo y la distribución de roles familiares se superponían. El niño decía hacer un aporte a la fuerza de trabajo del taller, en esas épocas en las que la riqueza era resultado del trabajo, la llegada de un hijo traía la esperanza del mejor bienestar familiar. Cuantos más hijos, mejor. Pero también, en ese entonces, la esperanza de vida era corta y era imposible prever si el recién nacido viviría lo suficiente para que su aporte al ingreso familiar llegara a sentirse. Hubo épocas donde los hijos constituían un puente entre la mortalidad y la inmortalidad, entre la vida individual y una duración infinita a través del linaje. La muerte de un hombre sin hijos implicaba la muerte de un linaje, haber descuidado la mayor de las responsabilidades. Anteriormente, los hijos eran un objeto de consumo emocional, que servían para satisfacer una necesidad, eran deseados por las alegrías del placer paternal, un tipo de alegría que ningún otro objeto puede darte. Y cuando se trata de objetos de consumo, la satisfacción esperada tiende a ser medida en función del costo, se busca una relación costo-beneficio. En la actualidad, la medicina compite con el sexo por el dominio de la reproducción, y su resultado es más que claro, no solo gracias a lo que la medicina puede hacer, sino gracias a que los alumnos y discípulos de la escuela de mercado de la sociedad de consumo esperan.