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DIÁLOGO CONYUGAL
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Título: Diálogo conyugal
México
www.buenaprensa.com
Derechos reservados.
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ISBN: 9786079459192
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Índice
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Prólogo
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Introducción
I. EL AMOR CONYUGAL
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Capítulo I: El amor adulto
Del niño al adulto
¿Qué significa ser adulto?
Enamoramiento y amor adulto
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Capítulo II: Amor y Matrimonio
¿Qué es el matrimonio?
El amor libre
La libertad del amor
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Capítulo III: El sacramento del Matrimonio
Matrimonio y sacramento
El sentido sagrado del Matrimonio cristiano
La gracia sacramental del Matrimonio
Las gracias cotidianas
La cooperación humana
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Capítulo IV: La espiritualidad conyugal
¿Qué es una espiritualidad?
La oportunidad de la espiritualidad conyugal
Los elementos esenciales de la espiritualidad conyugal
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Capítulo V: La desilusión infantil
“Y fueron muy felices”...
La explicación de la crisis
La desilusión infantil
La superación adulta de la crisis
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Capítulo VI: Las actitudes infantiles
El infantilismo sexual
Los celos
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Capítulo VII: Autoritarismo y autoridad
Autoridad y libertad
Autoridad y libertad en el matrimonio
La Iglesia y la autoridad conyugal
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Capítulo VIII: Armonía conyugal y reflexión conyugal
La verdadera armonía
La reflexión conyugal
Reflexión conyugal e incompatibilidad de caracteres
La reflexión en equipo
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Capítulo IX: La armonía en las relaciones sexuales
La base de la armonía sexual
El ideal de la armonía sexual
Armonía sexual y “técnica sexual”
Continencia periódica y armonía conyugal
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Capítulo X: La armonía en la vida cotidiana
La armonía en el empleo del dinero
La armonía en las actividades de los cónyuges
La armonía conyugal en las relaciones con los otros
La armonía en la educación de los hijos
La armonía conyugal en las prácticas religiosas
Notas
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Prólogo
Javier Ortiz, a través de las páginas que siguen, diseña para los
esposos la trayectoria hacia la compresión y aceptación recíprocas.
Es en el diálogo, de acciones y palabras, donde las personas se
encuentran, se comprenden y se dan.
Julio Sahagún
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Introducción
Este libro es ante todo un ensayo. Un ensayo del autor para dar
unidad y coherencia a sus ideas sobre las relaciones y los problemas
conyugales, a sus lecturas y a su reflexión personal sobre este tema.
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amor que une a Cristo con la Iglesia, debería ser un testimonio tan
humano de esa gran realidad, que todos, aun los no cristianos
podrían comprenderlo. “¡Miren como se quieren!”, exclamaban
asombrados los paganos al ver a los primeros cristianos. Lo mismo
deberían poder decir hoy de nosotros, marido y mujer. Si nuestro
amor conyugal no se distingue del de los no cristianos por su
calidad humana, por su naturalidad, por su alegría, por su sentido
de responsabilidad, por su fidelidad, por su generosidad en el
sacrificio, entonces somos muy pobres testigos de la gracia recibida
en el sacramento.
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I. EL AMOR CONYUGAL
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Capítulo I: El amor adulto
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Del niño al adulto
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gritos son mandatos. ¡Qué bien se está en la cuna, donde se recibe
todo y no se da nada! El niño es el rey más egoísta del mundo.
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de que para recibir es necesario dar y de que tiene que compartir el
cariño de su madre con otras personas. El amor del pequeñín por
su madre es terriblemente posesivo y celoso; pero la vida lo va
obligando paulatinamente a romper el cerco feroz de su egoísmo.
Es lo que los psicólogos llaman la aparición de las tendencias
“oblativas”, porque el niño empieza a “ofrecer” algo de sí mismo, a
sacrificar algo de sí mismo, a considerar a su madre no como uno
de sus juguetes, sino como otro ser igual a él. Poco a poco el círculo
de afectos del niño se va extendiendo a los otros miembros de su
familia y, más tarde, a sus compañeros de escuela. Para entrar en
relación con ellos tiene que sacrificar algo de su egoísmo. El
egoísmo total significaría el aislamiento total. El niño lo siente
oscuramente. Cada vez se encapricha menos, sabe ya ceder de vez
en cuando, está aprendiendo a compartir, va cayendo lentamente
en la cuenta de que los otros son otros como él, con sus exigencias,
sus delicadezas, sus caprichos, sus derechos.
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sexualmente, sino psicológicamente– con otro igual a él. Es el
periodo por excelencia de las “amistades particulares”, las cuales,
aunque no están exentas de todo peligro, favorecen la superación
del egoísmo.
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¿Qué signif ica ser adulto?
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como los de ellos. Ahora bien, cuando no considero a otro como
persona que tiene ideas y sentimientos como “yo”, es imposible
que se establezca una comunicación verdaderamente humana
entre nosotros, porque yo no le doy su lugar de ser humano.
Nuestra comunicación será puramente superficial. Nuestras
relaciones no serán de persona a persona, de “yo” a “tú”, sino
relaciones de mera cortesía, en el mejor de los casos.
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Así pues, ser adulto significa, en concreto, ser capaz de dar a las ideas y
sentimientos de los otros una importancia semejante a la que damos a los
nuestros. El niño sólo se da importancia a sí mismo, sólo tiene en
cuenta a los demás en cuanto lo protegen o lo divierten o le sirven
para algo; los demás no son para él realmente seres humanos, sino
simples títeres o juguetes. Adulto psicológicamente es el que ha
superado suficientemente el egocentrismo infantil como para dar a
otros seres humanos una importancia semejante a la que se da a sí
mismo. Y esa superación del egocentrismo infantil es la que hace
posible la comunicación verdaderamente humana con los demás.
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Enamoramiento y amor adulto
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todavía suficientemente definidos ni el atractivo por el otro sexo
(un niño puede sentirse igualmente atraído por otro de su mismo
sexo), ni el deseo de comunicación realmente humana (un niño
desea recibir cariño, sin comprender la necesidad da darlo). Y hay
personas aparentemente adultas que no alcanzan siquiera la
madurez necesaria para enamorarse verdaderamente. Por ejemplo,
hay hombres que desean físicamente a una mujer, pero que son
incapaces de desear una comunicación realmente humana con ella,
porque lo único que comprenden es el aspecto puramente
biológico del amor. Y hay mujeres que tienen el horror invencible
al aspecto físico del amor, de suerte que quisieran una
comunicación humana en la que el cuerpo no tuviera nada que ver.
Ni unos ni otros son capaces de enamorarse verdaderamente, por
falta de madurez humana. Son niños disfrazados de adultos.
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estaban en la cuna. Consideran a los demás como objetos
destinados a satisfacerles, sin más razón de ser que satisfacerles. Y
lo que dan de sí mismos en su trato con los demás –porque al fin y
al cabo es imposible vivir con otros sin ceder nada–, lo dan con
miras a su utilidad futura, con espíritu de comerciante que hace
una inversión. Algo hubo en su vida que falseó totalmente su
desarrollo afectivo. Ese algo puede haber sido una educación
demasiado blanda, una niñez demasiado aislada, la herida
psicológica producida por un descubrimiento prematuro y brutal
de la maldad humana, o cualquier otro factor. Lo cierto es que esas
personas no han alcanzado la madurez afectiva del adulto y están
condenadas a una soledad atroz. Tienen tanta hambre de
comunicación humana como cualquier adulto normal, pero son
incapaces de salir del monólogo del niño para entablar el diálogo
del amor. Las tendencias oblativas o antiegoístas no se han
desarrollado en ellos lo suficiente como para alcanzar la otra orilla
humana.
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Pero la exaltación del enamoramiento es una experiencia
pasajera. Tal experiencia constituye una invitación al amor
conyugal adulto; pero no está destinada a hacer adulto al hombre,
sino que supone que ya lo es. Por eso el enamoramiento puede ser
lo mismo una trampa que un trampolín. El hombre realmente
adulto aprovecha ese trampolín maravilloso para saltar al amor
adulto. En cambio, el que llega al enamoramiento con un
egocentrismo de niño o un egoísmo de adolescente se deja coger en
la trampa. Se cree capaz de amar a otra persona, cuando en
realidad no es capaz de amarse más que a sí mismo. Imagina que
está enamorado del otro; pero de hecho está enamorado de su
propio enamoramiento, es decir, del estado pasajero de exaltación
que las cualidades físicas y morales del otro producen en él. La
naturaleza le brinda gratuitamente una experiencia pasajera del
amor adulto, de esa comunicación humana profunda en un plano
opuesto al egoísmo; pero él está demasiado atento a su propia
felicidad para caer en la cuenta de que ésta proviene de que por
una vez en su vida está procediendo como si la felicidad de otro
fuera tan importante como la suya, como si el otro ser humano
fuera tan importante como él.
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comparten el mismo destino, la misma casa, el mismo cuarto. Si no
existe entre ellos una intensa comunicación humana, que sólo es
posible si cada uno de ellos da a las ideas y sentimientos del otro
una importancia semejante a la que da a los propios, sus relaciones
empiezan a deteriorarse en cuanto pasa el periodo de exaltación
del enamoramiento. O bien el individuo inmaduro descubre
estupefacto que no quiere a su cónyuge, o bien lo quiere con un
amor autoritario, posesivo, absorbente, infantil, que nada tiene que
ver con el amor adulto. En el primer caso, la infidelidad es la
consecuencia inevitable. En el segundo caso, que es el más benigno,
las relaciones de los cónyuges se ven azotadas por las borrascas de
los celos incontrolados, o amargadas porque el instinto posesivo del
uno obliga al otro a una sujeción inhumana, o agriadas por la
hostilidad que la actitud egoísta del uno produce en el otro.
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cónyuges.
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alma, ternura, deseo, inteligencia, aprecio de las cualidades físicas y
morales, estima, necesidad de unión.
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Capítulo II: Amor y Matrimonio
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si lo primero que hacen es renunciar a su libertad? ¿Qué sentido
puede tener un amor que no es libre?
Sería muy fácil afirmar que los segundos tienen razón y que los
primeros se equivocan; pero lo contrario sería igualmente fácil.
Otra solución puramente aparente consistiría en decir que la
segunda solución es la verdadera, porque es la de la Iglesia. Pero
¿por qué es ésa precisamente y no la opuesta la concepción de la
Iglesia? Por otra parte, el amor humano no es un patrimonio de la
Iglesia, sino de todos los hombres. Ahora bien, si la idea que la
Iglesia tiene del amor humano no vale para todos los hombres, es
falsa.
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exclusivo y perpetuo son los que tienen razón, la pareja humana
adulta que quiera realizar plenamente su amor debe optar por el
camino del Matrimonio indisoluble y exclusivo. Ese es el problema
fundamental sobre el que vamos a reflexionar en este capítulo.
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¿Qué es el matrimonio?
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Tratemos de precisar todavía más en qué consiste ese “sí” total.
Para ello no hay mejor camino que reflexionar sobre el dato en
bruto del amor, tal como éste se presenta en la vida real,
prescindiendo de toda idea social o religiosa. ¿A qué se dicen “sí”
dos enamorados al casarse? ¿Qué expresa el “sí” que se dan?
¿Simplemente el deseo de unirse corporalmente? Es evidente que
no. Ese “sí” expresa un deseo de unión plena, perpetua y exclusiva;
un deseo de comunicación total; una decisión de compartir el
destino cotidiano del otro; una intención de realizar, de la manera
más plena que sea posible y con todas las consecuencias que ello
trae consigo, esa formidable atracción mutua. Todos los
enamorados sinceros del mundo creen espontáneamente en la
exclusividad y la perpetuidad del amor, todos lo quieren perpetuo
y exclusivo. Que eso sea realizable o no, es otro problema. Pero el
hecho es ése. El “sí” que se dicen con todo el cuerpo y con toda el
alma es un “sí” perpetuo y exclusivo: “Te quiero a ti, sólo a ti, y para
siempre, y acepto todas las consecuencias –previsibles e
imprevisibles– de nuestra unión.
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porque es el único terreno común de discusión entre las dos
maneras de entender el amor conyugal que enunciamos más
arriba. Por lo demás, ni la ley civil ni la ley eclesiástica modifican
ese contrato natural; lo único que hacen es dar testimonio oficial de
que ha tenido lugar, y de que se ha llevado a cabo.
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El amor libre
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obligarlos a seguir viviendo juntos si han dejado de quererse y uno
de ellos desea reconstruir su vida por el otro lado”.
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la realización de su amor. Cada uno de ellos se siente
espontáneamente responsable del otro y acepta y quiere esa
responsabilidad. Cada uno de ellos quiere comprometerse vital y
profundamente con el otro, unir perpetuamente su vida y su
destino con los del otro en forma exclusiva, y espera otro tanto de
la sinceridad de su cónyuge. El juez o el sacerdote no inventan el
compromiso, ni obligan a los enamorados a contraerlo; son éstos
quienes libre y espontáneamente quieren ligarse el uno con el otro
en esa forma perpetua y exclusiva. Así es el amor humano. Lo
demás son teorías, o amor de laboratorio.
No hace falta ser partidario del amor libre para admitir que hay
escollos en el amor conyugal, escollos tan importantes que lo hacen
fracasar con frecuencia. Para admitir esa realidad basta con abrir
los ojos. Ahora bien, los partidarios del amor libre razonan así:
puesto que hay fracasos en el amor conyugal, suprimamos en él
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todo compromiso de fidelidad; en esa forma haremos al amor
perfectamente libre, y todos los que fracasan tendrán nuevas
oportunidades. ¿No es esto maravilloso? Yo preguntaría más bien:
¿No es esto contradictorio?
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amor conyugal que fracasa. ¿No merecen los fracasados una nueva
oportunidad, en la que tal vez puedan aprovechar la experiencia de
su error anterior? Por adultos que sean dos seres humanos en el
momento de darse el “sí” para toda la vida, pueden cometer un
gran error; es posible que una incompatibilidad absoluta de
caracteres, humanamente imprevisible, haga irrealizable la
comunicación humana entre ellos. ¿No es una locura jugarse toda la
vida a una sola carta?
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corrieron el riesgo. Y exactamente lo mismo se puede decir de la
comunicación conyugal: para tener posibilidades de establecerla
hay que saber correr el riesgo que implica. La teoría del amor libre
suprime el riesgo, pero también suprime el amor; por eso, en
cuanto se presenta como una teoría del amor y pretende abrir un
camino hacia la plenitud del amor, lo único que merece es
desprecio.
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vista humanitario, ¿a quién dar la preferencia: a los padres, que
quisieran reconstruir su propia vida, o a los hijos, que la han
recibido gracias a la responsabilidad que sus padres aceptaron
libremente al contraer matrimonio? Los hijos no dieron su “sí” para
venir al mundo, sino que vinieron llamados por el “sí” de sus
padres. ¿A quién corresponde pagar el precio de ese “sí”: a los
padres o a los hijos?
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humana, el bien de los hijos está antes que la felicidad
individual de los padres.
2. Dado que el Matrimonio consiste en la entrega mutua y libre
de los cónyuges en forma definitiva y exclusiva, porque así está
hecho el amor humano, el Matrimonio es indisoluble por
naturaleza. Nadie puede destruir una realidad con sólo
negarla.
3. Sin embargo, en ciertos casos extremos en que no hay hijos
de por medio, o la persistencia de una unión puramente
material de los esposos es imposible, o no puede contribuir al
bien de los hijos, considero sobrehumano que los esposos, que
carecen de una motivación sobrenatural, sean capaces de
permanecer fieles al compromiso natural del Matrimonio. Esto
no significa que el compromiso haya dejado de existir, sino
que el hombre, por lo menos después del pecado original, es
incapaz de vivir a la altura de ciertos compromisos. Pero
debería ser por lo menos suficientemente inteligente para
reconocerlo así, en vez de negar que el amor es como es. En
otra forma ¿qué esperanzas tiene de reconstruir su vida, puesto
que la intención de perpetuidad y exclusividad son
inseparables del verdadero amor?
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La libertad del amor
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hombre y a una mujer a unirse no es libre, sino que brota
espontáneamente. Tampoco es libre el deseo de que esa unión sea
perpetua y exclusiva. Por consiguiente, lo único que puede ser libre
es el elegir o no esa unión y, una vez elegida, el poner los medios
para realizarla plenamente, lo cual equivale a la aceptación total del
compromiso matrimonial. Y esa es la diferencia entre el
enamoramiento y el amor adulto: el segundo elige libre y
responsablemente lo que el primero busca espontáneamente e
instintivamente. Así pues, cuando el amor dizque “libre” se
considera como tal porque no se compromete a nada y deja abierto
el camino para volver a comenzar sin comprometerse, lo único que
hace es cerrarse el camino de la libertad. Dice “sí” al sentimiento
amoroso, que no le pide su consentimiento para existir ni para
dejar de existir, y dice “Quién sabe” a la comunicación humana,
que sólo puede existir con su “sí”. Y es que en el amor libre el otro
no cuenta; lo único que cuenta es el sentimiento amoroso que el
otro provoca en mí, y tal sentimiento no es libre y no es amor.
Incapaz del amor adulto, que es el único amor, el “amor libre” es
también incapaz de la elección adulta, que es la única forma de
libertad. ¡Y pensar que pretende hacerse pasar por la teoría adulta
del amor y de la libertad!
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Cuando dos personas se casan, aceptan libremente una
responsabilidad: la de procurar la felicidad del otro tratando de
establecer entre ellos perpetua y exclusivamente una comunicación
humana total, con todas las consecuencias que eso trae consigo. Si
la teoría del amor libre fuera verdadera, la aceptación de ese
compromiso debería dar a los cónyuges inmediatamente la
impresión de que su amor ya no es libre y de que acaban de
condenarlo a muerte. Lo curioso es que siguen sintiéndose tan
libres como antes para amarse y que el compromiso les da una
sensación de solidaridad entre ellos que no existía antes de la
misma manera. ¿Se trata de una pura ilusión? ¿Acaso no acaban de
renunciar para siempre a su libertad? Entendámonos. Es evidente
que los cónyuges han renunciado a elegir en la misma forma total a
otra persona, pero no a la libertad de quererse. Y en eso está todo el
equívoco del amor libre.
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posibles; pero el hecho de elegir una de ellas supone dejar las otras,
por buenas que sean, y el derecho de disfrutar de la que se ha
elegido. Y esto último no es negativo sino positivo, no es pérdida
sino ganancia, no es la esclavitud sino la plenitud del ejercicio de la
libertad[1].
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Capítulo III: El sacramento del
Matrimonio
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Matrimonio y sacramento
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palabras del obispo– me confirma y me vigoriza en la fe de mi
bautismo. Y lo mismo puede decirse, en su significado, de cada uno
de los otros sacramentos.
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El sentido sagrado del Matrimonio cristiano
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sino que lo alimenta y lo cuida, como Cristo lo hace con su Iglesia.
Así nosotros, los miembros de su cuerpo. Por ello el hombre
abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos
serán un solo cuerpo. Este misterio es grande; se los digo porque
participa de la unión de Cristo y su Iglesia”.
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en su vida de todos los días una unión que se acercará cada vez más
a la plenitud que tiene la unión de Cristo con su Iglesia. Y todas las
gracias que el sacramento les confiere en el momento de recibirlo y
en los años de vivirlo estarán destinadas a llevarlos hacia una unión
tan íntima como la que existe entre Cristo y su Iglesia, entre la
cabeza y el cuerpo.
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Cristo con su Iglesia. La fidelidad conyugal cristiana vive de la
fidelidad de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia a Cristo. La fecundidad
de la pareja cristiana tiene un valor propiamente sobrenatural, y así
lo tiene cada una de las acciones de la vida cotidiana que ayudan a
mantener, desarrollar y profundizar ese diálogo total, esa
comunidad total de destino a la que los esposos cristianos se
consagran por el sacramento del Matrimonio.
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La gracia sacramental del Matrimonio
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y aceptación mutua de los novios. Las apariencias de ese signo
pueden variar de región a región, de época a época. En unas partes
será un simple “sí” entre los novios, en otras partes será el beso que
corona toda una ceremonia complicada, en otras partes será tal vez
la realización misma del acto conyugal con pleno consentimiento
de ambos contrayentes y con intención de vivir perpetuamente
juntos. Pero, aunque las apariencias varíen, la sustancia del signo
del matrimonio natural es siempre la misma: la manifestación de la
mutua donación y aceptación de los novios para vivir
maritalmente, con todas las responsabilidades que esa unión trae
consigo. Y ése es también, ni más ni menos, el signo del sacramento
del Matrimonio. Y, como ese signo de aceptación y donación
mutua no lo pone el sacerdote sino los contrayentes, son éstos y no
el sacerdote quienes se confieren mutuamente el sacramento del
Matrimonio. El sacerdote no es ahí más que un testigo autorizado.
Su presencia en el sacramento del Matrimonio sólo es necesario
porque la Iglesia lo ha dispuesto así. Su bendición no es la que une
a los novios. Lo que los une para siempre, ante Dios y ante los
hombres, es el sacramento que ellos mismos se confieren
mutuamente al entregarse y aceptarse para siempre. Esa señal de
donación y aceptación mutua, realizada ante los testigos requeridos
por la Iglesia, es lo que eleva la unión conyugal de dos bautizados a
la categoría de participación real en la unión de Cristo y su Iglesia.
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el hecho de que el sacramento del Matrimonio consista
precisamente en una participación de la unión total e infinitamente
enriquecedora que existe entre Cristo y su Iglesia. Como Cristo ha
amado a su Iglesia, así debe amar el marido a su mujer. Como la
Iglesia depende de Cristo, así debe depender la mujer de su marido.
Estas palabras de san Pablo, no son una invitación a la tiranía del
varón, ni al infantilismo de la mujer. Igualmente sería absurdo
suponer que san Pablo quiera decir que sólo al hombre toca amar y
sólo a la mujer toca depender. El amor entre Cristo y la Iglesia es
mutuo. También la dependencia es mutua: Cristo también depende
de su Iglesia, la cual completa su pasión y su obra. Lo que existe
entre Cristo y su Iglesia es una unión total, hecha de amor mutuo y
de dependencia mutua y de enriquecimiento mutuo y de sacrificio
mutuo y de admiración mutua. “Él se sacrificó por ella para
santificarla... con el objeto de verla en toda su gloria, sin arruga ni
mancha, con el objeto de hacerla santa e inmaculada. Por ello los
hombres deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. “Quien
ama a su mujer se ama a sí mismo”. El sacramento del Matrimonio
realiza una unión tal entre los cónyuges, que amando al otro se
aman a sí mismos. La unión corporal –“serán dos en un solo
cuerpo”– es símbolo y principio de la unión personal total a la que
están llamados. Y el sacramento es precisamente la garantía de que
la gracia de unión que se les da en germen en él puede, si saben
cultivarla, florecer en una unión personal tan honda como la de
Cristo con su Iglesia.
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Las gracias cotidianas
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las puertas de la gracia para progresar en el diálogo total, en virtud
del sacramento que se han conferido mutuamente.
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La cooperación humana
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Esto dicho, volvamos al problema de la cooperación en el
sacramento del Matrimonio. La gracia no sustituye a la actividad
humana; lo que hace es perfeccionarla y darle un valor
sobrenatural. Así como para que el bautismo transforme a un ser
humano en hijo de Dios lo primero que se requiere es que ese ser
humano exista, así para que el sacramento del Matrimonio sea
válido (es decir, para que exista) lo primero que se requiere de los
contrayentes es que tengan voluntad de contraer Matrimonio; en
otras palabras, que quieran libremente unirse como marido y
mujer, en forma exclusiva y perpetua. Se comprende muy bien que
esto sea el mínimum necesario para recibir el sacramento, ya que el
sacramento consiste en una elevación del matrimonio natural, y
esta no es otra cosa que la decisión libre que acabamos de describir.
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matrimonio propiamente es el acto libre por el que dos seres
humanos se entregan y se aceptan mutuamente como marido y
mujer, en forma perpetua y exclusiva. En otras palabras, el
matrimonio es, por su naturaleza misma, un contrato de mutua
aceptación y donación entre un hombre y una mujer. Para que ese
contrato natural sea válido no se requiere esencialmente el amor.
Ahora bien, como el sacramento del Matrimonio no es más que
una elevación del matrimonio natural al orden sobrenatural,
también él consiste en un contrato y tampoco en él se requiere
esencialmente el amor. Lo único que se requiere esencialmente es
que ambos contrayentes acepten libremente ese contrato natural
elevado al orden sobrenatural. Por consiguiente, el mínimum de
cooperación humana que el sacramento exige para ser válido es la
libertad.
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consentimiento de cada uno de los contrayentes. Y ese acto libre de
la voluntad, por el que cada uno de los contrayentes da y recibe los
derechos peculiares del Matrimonio, es tan necesario para que
exista verdadero Matrimonio, que no hay poder humano que
pueda sustituirlo. Sin embargo, dicha libertad se refiere solamente
a un punto, a saber: si los contrayentes quieren realmente abrazar
el estado matrimonial con esa persona determinada. En cambio, la
naturaleza del contrato matrimonial no depende en lo absoluto de
la libertad del hombre, de suerte que quien lo contrae se encuentra
por el hecho mismo sujeto a sus leyes divinas y a sus exigencias
esenciales”.
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Matrimonio no nos dispensa de nuestras responsabilidades
humanas. Quien se casa sin amor no tiene derecho a esperar que el
amor le caiga del cielo; la gracia le ayudará ciertamente a amar,
pero sólo en la medida en que él quiera abrirse al amor. Quien se
casa inmaduro, con un enamoramiento poco lúcido y menos
responsable, encontrará en la gracia matrimonial una ayuda para
madurar en su amor y ponerse a la altura de sus responsabilidades,
pero necesitará poner en juego su esfuerzo personal; y hay muchas
probabilidades de que no quiera o no pueda ponerlo, ya que no
supo hacerlo antes de casarse. Dios puede hacer milagros; pero no
está comprometido con nadie a hacerlos, y sus milagros no tienen
nunca por fin sustituir la colaboración humana. El verdadero amor
es, tanto en el momento de recibir el sacramento del Matrimonio
como durante la vida matrimonial, la mejor colaboración que el
hombre puede prestar a la gracia sacramental. Y, como el amor se
cultiva y se desarrolla, todo acto, toda palabra, todo pensamiento,
todo afecto que contribuya a ahondar la intimidad entre los
cónyuges, a llevarlos a la plenitud del diálogo total que busca el
amor, sin violar las leyes de la naturaleza, es positivamente
meritorio a los ojos de Dios.
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la vida matrimonial se necesita vivir en estado de gracia. Sin esa
forma de colaboración, las gracias cotidianas del sacramento
quedarán inactivas. Por el contrario, en la medida en que los
cónyuges intensifiquen su vida en Cristo mediante la práctica de la
oración y la recepción de los sacramentos destinados a profundizar
su unión con él, disfrutarán de las gracias que manan
cotidianamente del sacramento que confirieron mutuamente el día
de su Matrimonio.
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Capítulo IV: La espiritualidad
conyugal
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¿Qué es una espiritualidad?
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miembros estamos llamados a aprovechar esa vida en forma
diferente para realizar plenamente la vocación o función propia.
En este sentido, existen en la Iglesia diversas espiritualidades, según
las diversas vocaciones.
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de Asís tenía una vocación, una función particular en la Iglesia: la
de llegar a la plenitud de la caridad mediante la práctica de la
pobreza total. Su ejemplo suscitó en la Iglesia otra vocaciones
semejantes a la suya. En esa forma, la espiritualidad de san
Francisco de Asís, que fue originalmente una manera de
aprovechar las riquezas espirituales de la Iglesia para realizar
plenamente su vocación personal, se convirtió en la espiritualidad
de toda una orden religiosa, o sea de un grupo de cristianos unidos
por una vocación de llegar a la plenitud de la caridad mediante la
práctica de la pobreza total.
76
caridad.
77
La oportunidad de la espiritualidad conyugal
78
hecho que sólo hasta una época muy reciente los cristianos casados
han empezado a caer en la cuenta de que el Matrimonio constituye
una verdadera vocación divina. Hasta hace poco tiempo, el término
“vocación” estaba reservado al llamamiento a la vida religiosa o
sacerdotal. De ello dan testimonio los tratados ascéticos de hace
algunos años. Y todavía es frecuente oír suspirar a una persona
casada: “Dios no me dio vocación...”, “Si Dios me hubiera dado
vocación...” Sin embargo, ese tipo de expresiones tiende cada vez
más a desaparecer. El cristiano casado de hoy tiene más que nunca
un gran respeto por la vida sacerdotal y religiosa, pero no se siente
defraudado por no haber sido llamado a ellas. Dios, que nos ama
tiene un camino para cada uno de nosotros. En el cuerpo de Cristo,
el pie y la mano tienen funciones diferentes, pero el pie es tan
necesario como la mano. Dios llama a unos a ejercer una función y
a otros a ejercer otra, y la suma de esas funciones es lo que hace del
cuerpo místico de Cristo un cuerpo completo. El cristiano casado
de hoy no suspira por el llamamiento que Dios no le hizo, sino que
se siente satisfecho viviendo su propia vocación.
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inevitablemente con la impresión de que la vida matrimonial, de
que la vida “en el mundo”, era una enorme privación, desde el
punto de vista de la perfección cristiana. De ahí, fácilmente se
pasaba a la idea de que la vida conyugal sería tanto más perfecta
cuanto más se pareciera a la vida sacerdotal o religiosa. Y los
mejores cristianos casados se esforzaban como podían por dar ese
paso. Pero, como era absolutamente imposible convertir la vida del
hogar en vida conventual y transformar la vida “en el mundo” en
vida “en la religión”, había que aceptar las diferencias inevitables,
como sacrificios impuestos por el deber de estado, lamentándose en
lo íntimo del corazón de no haber sido llamado al estado de
perfección. Inútil recalcar que tal concepción del estado
matrimonial como una disminución del estado de perfección
producía en los mejores cristianos una especie de frustración. Esto
por no hablar de los casos, más tristes todavía, en que uno de los
cónyuges –generalmente la mujer– luchaba por transponer a su
vida conyugal, familiar y social la forma de santidad de la vida
religiosa, en tanto que el otro cónyuge se enfurruñaba cada vez más
ante esa actitud “mística” y caía en todos los excesos –tan poco
razonables, pero tan explicables– de una actitud antirreligiosa.
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ella por el amor conyugal y el amor paternal, no por la renuncia a
esos amores. Sabe que su participación en la cruz de Cristo consiste
en aceptar las dificultades cotidianas del diálogo conyugal, no en
evadirse de ellas buscando mortificaciones ajenas a la plena
realización de su vocación divina; en aceptar la responsabilidad
inmensa de traer hijos al mundo y de educarlos, no en huir de esas
responsabilidades con el pretexto de orar más, o de comulgar más,
o de hacer más apostolado. Sabe que a él le toca ante todo dar
testimonio del amor cristiano, que es reflejo y encarnación del
amor total y fecundo de Cristo y la Iglesia, y no otro tipo de
testimonio que corresponde a otro tipo de vocación.
81
su propia historia sagrada, llega a claridades que antes no tenía, a
formas de vida religiosa que antes no existían, a fórmulas de
apostolado que antes no se conocían. ¿Por qué no había de llegar a
una claridad mayor sobre la vocación conyugal y sobre la forma de
santidad correspondiente a esa vocación? ¿Y qué cosa más natural
que llegue a esa claridad mayor precisamente en una época en que
se la acusa de haberse evadido del mundo y de ignorar los valores
humanos? Como el padre de familia del Evangelio, bajo la
dirección del Espíritu Santo, la Iglesia saca de sus tesoros cosas
antiguas y nuevas. Y la Iglesia somos todos los cristianos –también
los casados–, gobernados por los sucesores de los Apóstoles y en
plena sumisión a ellos.
82
Los elementos esenciales de la espiritualidad
conyugal
83
Como Cristo ama a su Iglesia, así deben ellos amarse: con la misma
fidelidad, con la misma intensidad, con el mismo sentido de
responsabilidad que llega hasta el sacrificio total por el otro, con el
mismo respeto mutuo, con la misma admiración mutua, con la
misma generosidad, con la misma fecundidad.
84
toda la felicidad que ello trae consigo, pero también con todas las
dificultades, con todas las amarguras, con todas las
responsabilidades, con todos los sacrificios que la vivencia del amor
humano impone. El cristiano casado no tiene por qué ir a buscar
medios de santificación en vocaciones diferentes de la suya. Los
medios de santificación en el matrimonio los recibe con el
sacramento del Matrimonio, ya que éste transfigura el amor
humano en amor sobrenatural.
85
llevar el amor humano a su perfección, con todas sus consecuencias
de fecundidad razonable y de paternidad responsable. Y los medios
específicos para alcanzar esa perfección se encuentran
precisamente en la vivencia cotidiana del amor conyugal: en el
esfuerzo de mutua adaptación de los cónyuges, en saber pasar por
alto los pequeños detalles irritantes, en los instantes de ternura, en
compartir las penas y alegrías de todos los días, en aprender a
confiarse al cónyuge, en la energía, reflexión y delicadeza que exige
cotidianamente la educación de los hijos, etcétera. Esos son los
medios peculiares de santificación del cristiano casado, tal como los
revela una reflexión inteligente sobre el sacramento del
Matrimonio.
86
precisamente porque son cristianos y porque su participación a la
unión total y fecunda de Cristo con la Iglesia no puede conservar su
vitalidad si se aíslan de las fuentes de la gracia. Pero es también
evidente que el deseo de una vida espiritual demasiado intensa
puede ser nocivo al cumplimiento de la vocación conyugal, o sea al
ejercicio cotidiano de la “ayuda mutua” y de la “educación de los
hijos”. Pongamos ejemplos caseros: una mujer casada abandona
diariamente a su marido a la hora del desayuno por asistir a la Misa
y comulgar, cosa que disgusta profundamente al marido y produce
cierta tirantez en sus relaciones. No cabe duda que, si esa mujer
hubiera reflexionado seriamente sobre el sacramento del
Matrimonio y la verdadera naturaleza de la perfección cristiana
conyugal, dejaría tranquilamente la Misa entre semana para estar
con su marido, u organizaría de otro modo su horario para evitar el
conflicto. ¿Por qué? Porque, en la jerarquía de valores del
Matrimonio cristiano, la asistencia cotidiana a la Misa tiene menos
importancia que la profundización del amor conyugal. Y lo mismo
podría decirse de cualquier otra práctica espiritual no obligatoria: el
rezo del rosario, los ejercicios espirituales anuales, determinada
forma de practicar el apostolado, etcétera. La mujer está en todo su
derecho de intentar que su marido acepte de buena gana lo que a
ella le parece conveniente; pero, en caso de conflicto, si el marido
no puede, o no quiere, o no debe aceptarlo, la jerarquía de valores
impone a la mujer renunciar a esas prácticas espirituales. Más aún,
le impone renunciar a ellas de buena gana, puesto que la finalidad
de tales prácticas era la plenitud de la caridad, y va a acercarse más
a esa plenitud renunciando a ellas. Porque su primera obligación
no es cualquier forma de perfección cristiana, sino la perfección
conyugal.
87
y a sus hijos. La mujer se queja razonablemente de ello, ya que
podría trabajar un poco menos sin perder gran cosa, y las
relaciones conyugales se van deteriorando. Indudablemente que
ese hombre, aplicando la escala de valores del Matrimonio
cristiano, debería trabajar un poco menos y consagrar mayor
atención a su esposa y a sus hijos. Su perfección cristiana, su
santidad, exige ese sacrificio. Es relativamente fácil ver eso en este
caso, porque no se trata de un conflicto entre su vocación conyugal
y un valor propiamente espiritual. Pero, supongamos que ese
hombre trabaja demasiado porque se dedica por las noches,
después de las horas de oficina, a una forma cualquiera de
apostolado. Pues bien, si ese hombre busca realmente a Dios, debe
buscarlo ante todo en donde Dios ha querido que lo encuentre, o
sea en el cumplimiento de su vocación conyugal cristiana; por
consiguiente, debe renunciar en parte o aun totalmente, según lo
exija la armonía conyugal, a esa práctica apostólica.
88
importante es que cada pareja encuentre su propio equilibrio entre
la profundización del amor conyugal y las otras obligaciones o
aficiones personales. Y para ese equilibrio no hay receta que valga.
Cada pareja tiene que buscar su propia fórmula, porque cada una
de ellas está constituida por dos seres humanos con su carácter, sus
gustos, sus repulsiones, su sensibilidad y aún sus caprichos
personales. Por ello nunca se insistirá bastante en la necesidad de
que los esposos cristianos aprendan a reflexionar conyugalmente, a
explicarse mutuamente, a considerar juntos los problemas, en una
palabra, a dialogar. Sin esa forma de diálogo tranquilo y
respetuoso, la armonía plena es imposible[4].
89
II. EL AMOR INMADURO
90
Capítulo V: La desilusión infantil
91
madurez en el amor. Tal vez esa reflexión dé ocasión a un examen
de conciencia sincero y, ayude a corregir ciertos errores.
92
“Y fueron muy felices”...
93
perdón y propósitos renovados de enmienda. Pero él no cambia y
ella tampoco. La amargura se va instalando en el hogar. Y después...
94
veces corregirnos, o qué sé yo. ¿Esto era el diálogo total al que
aspirábamos? ¿Era ésta la vida conyugal? ¿No tendría razón el
personaje de Taine que resumía así su filosofía del matrimonio:
“Nos estudiamos tres semanas, nos queremos tres meses, nos
peleamos tres años, nos toleramos treinta años..., y nuestros hijos
vuelven a empezar”?
95
La explicación de la crisis
96
mundo simplificado puede ser tremenda.
97
La desilusión infantil
98
romper esos zapatos... El niño está jugando con sus amigos a saltar
al burro; llega el momento de hacerla de burro, con cierto riesgo de
soportar algunas patadas sin consecuencia, y el niño grita
inmediatamente: “¡Yo ya no juego!”... El niño está jugando con su
pequeña hermana, y entre los dos rompen un jarrón; en cuanto la
mamá aparece, el niño grita: “yo no fui, fue Teté”...
99
cónyuge. Pero aún: hasta las cualidades de su cónyuge se
convierten en defectos, porque no son las que él soñaba, o no
alcanzan la perfección que él había soñado. A fuerza de comparar
la realidad con un sueño, acaba por ser incapaz de ver la realidad
tal como es. Pongamos que su cónyuge tenga realmente muchos
defectos, porque todos los tenemos. Pero que no nos venga a contar
que no tiene ninguna cualidad. ¿Podría él hacer una enumeración
de esas cualidades? ¿Podría hablar con cierto calor humano de las
cualidades de su cónyuge? Probablemente no, porque las ha
perdido totalmente de vista y no sabe apreciarlas. En cambio, de los
defectos de su cónyuge nos haría una lista larga y detallada y
vibrante de indignación. ¿Cómo quiere establecer una
comunicación realmente humana con su cónyuge, si empieza por
deformarlo y despreciarlo hasta ese grado?
100
buscar la reconciliación en cada ocasión. ¡Ya me cansé de hacer el
idiota! Ahora le toca a mi cónyuge, para que vea lo que es amar a
Dios en tierra de indios. Naturalmente, yo no me cierro en banda.
Si él hace lo que le toca, yo estoy dispuesta a poner mi parte. Pero,
para ser sincera, confieso que lo creo incapaz de ese esfuerzo.
Nuestro matrimonio fue una gran equivocación. Creo que yo
hubiera sido capaz de hacer feliz a un ser humano que tuviera un
mínimum de buena voluntad; pero con el que me ha caído sobre las
espaldas no podría nadie. No hay nada que hacer”.
101
La superación adulta de la crisis
El primer paso hacia una solución adulta consiste en abrir los ojos
a esas realidades. Cuanto más pronto, mejor, porque la
prolongación de la crisis envenena la comunicación conyugal, crea
un clima de hostilidades reprimida y empieza a distanciar a los
cónyuges. Pero hay que abrir los ojos a toda la realidad. No sólo mi
cónyuge no es exactamente lo que yo creía, sino que yo tampoco
soy lo que él creía. Ni siquiera soy lo que yo mismo creía. La
convivencia íntima con otra persona me va revelando muchas
cosas sobre mí mismo: soy más irritable de lo que creía; reacciono
102
con una violencia desproporcionada a ciertas bromas, a ciertas
ideas, a ciertas actitudes de mi cónyuge; tengo un temperamento
cíclico: en ciertos periodos estoy de buen humor y soy
comunicativo, mientras que en otros me encierro en mi concha y
pico como erizo; exijo inconscientemente que mi cónyuge se
adapte automáticamente a esos ciclos de mi humor, no sé hablar
con mi cónyuge, en tanto que con los amigos nunca me falta tema;
rehuyo sistemáticamente ciertas concesiones que darían un gusto
enorme a mi cónyuge y facilitarían nuestras relaciones... Este
catálogo podría prolongarse casi indefinidamente; pero es
demasiado personal para que valga la pena prolongarlo aquí. Lo
cierto es que la vida conyugal nos da una ideas de nosotros mismos
que no podíamos tener antes del matrimonio, porque nunca
habíamos vivido la experiencia de esa comunidad tan estrecha y
humanamente tan exigente que es la comunidad conyugal. Pero
para verlo hay que abrir los ojos sobre nosotros mismos antes de
abrirlos sobre nuestro cónyuge. Tampoco él es exactamente lo que
esperábamos, pero también él se encuentra viviendo una realidad
que no había vivido nunca, que lo modifica, que hace resaltar sus
verdaderas cualidades y sus verdaderos defectos. Tampoco él
encuentra fácil el diálogo conyugal. También él tiene sus saltos de
humor, sus arbitrariedades, su idea de las cosas, sus gustos
personales. También él tiene que hacer un esfuerzo para reconocer
en mí a aquel enamorado casi perfecto y para adaptarse a mi
verdadero yo.
103
perdonar los errores y torpezas propios y los del cónyuge, porque
ninguno de los dos somos perfectos y los dos buscamos a tientas el
camino hacia una comunicación total. Significa tratar de ayudar al
cónyuge a conocernos, y para eso aprender a expresarnos ante él
tranquilamente, sin orgullo, sin falso pudor, sin tener la impresión
de que le estamos dando armas para que abuse de nuestra
debilidad. Significa tratar de que nuestro cónyuge nos ayude,
expresándose ante nosotros en la misma forma. Significa esforzarse
por aumentar el terreno común, a partir del que ya hemos
conquistado. Significa, en fin, hacer ciertas concesiones dolorosas,
renunciar a cierto tipo de amistades, a cierto tipo de diversiones, a
cierto tipo de horario, que tal vez hubieran sido posibles si mi
cónyuge fuera diferente. Pero éste es el ser humano que yo he
elegido, con el que me he comprometido, el único con el que tengo
posibilidades de realizar el diálogo total del amor, en cuanto dos
seres humanos pueden llegar a ser transparentes el uno al otro.
Tengo que empezar por aceptarlo y quererlo como es, para
ayudarle a que llegue a ser como yo lo quisiera.
104
Y ésa es la gran lección, el fruto magnífico de la crisis. Para amar
realmente a un ser humano debemos de dejar de idealizarlo, hay
que reducirlo a su verdaderas proporciones, reconciliarse con su
verdadera imagen, verlo y aceptarlo tal como es. Mientras no
hayamos superado la crisis de la desilusión, no sabremos si
queremos realmente, ni a quién queremos.
105
Capítulo VI: Las actitudes infantiles
106
Pero ¿cómo abrir los ojos, cómo crecer, si precisamente
confundimos muchas veces lo que hay de infantil en nuestro amor
con los más verdadero del amor?
107
El infantilismo sexual
108
propio femenino, vivirá representando constantemente una
comedia para evitar que él advierta su repugnancia. Pero esa
comedia es tan fatigosa como difícil de representar. Gran parte de
las energías de la mujer se desperdiciarán en sobreponerse a la
angustia que la sobrecoge a la sola idea del próximo contacto
sexual. Constantemente le asaltará el temor de que su marido se dé
cuenta de su drama. Inevitablemente eso irá produciendo en ella
una tensión interna, que se traducirá en la vida cotidiana por un
nerviosismo exagerado, por una susceptibilidad enfermiza, por una
sensación de opresión y de hastío. A menos de que tenga un
dominio de sí misma o encuentre en el resto de su vida conyugal y
maternal compensaciones muy hondas, el sentimiento de
frustración se irá haciendo cada vez más pronunciado y pondrá en
serio peligro la salud de sus nervios y el equilibrio de su hogar.
Naturalmente, los síntomas no son en todos los casos igualmente
graves y alarmantes; pero en todos ellos existe una limitación del
diálogo conyugal, la privación de una comunicación humana que
hubiera podido ser más profunda, más enriquecedora, más serena
y más gozosa.
109
agradecimiento, ninguna atención más que para su propio placer.
El acto del amor es para él una satisfacción personal, egoísta, en la
que una mujer participa en calidad de instrumento.
110
profundamente diferentes.
111
desarrollar una angustia de frustración en el amor, y esa angustia le
impedirá el placer en los contactos sucesivos. El resultado en
ambos casos es idéntico: una frustración en el acto del amor. Y la
causa es también idéntica en ambos casos: una idea falsa del amor,
como si éste sólo estuviera accidentalmente ligado al sexo, o como
si consistiera en el placer inmediato y fuera inseparable de él.
112
de madurez humana, los dos se rehusan inconscientemente a
aceptar el acto sexual como una parte –sólo una parte, pero parte
esencial y enriquecedora– del diálogo total con el cónyuge.
113
establece entre los cónyuges una especie de hostilidad difusa, pero
muy real, que va impregnando y deteriorando poco a poco todas
las otras formas del diálogo conyugal.
114
Los celos
115
todo lo posible las actividades y las relaciones de su cónyuge. Esa
tensión dificulta y falsea constantemente las relaciones conyugales,
crea la hostilidad entre los cónyuges, y acaba por levantar entre
ellos una barrera que se va haciendo cada vez más alta y más
angustiosa. Y, a medida que el alejamiento se produce, la persona
celosa sufre más y se congela más intensamente en esa actitud que
mata el diálogo conyugal. Es un verdadero círculo vicioso, y la
persona celosa es la primera víctima. Pero ¿cómo romper el círculo
fatal?
116
comunicación, siempre creciente, el “tú” y el “yo” en un “nosotros”.
Pero el nosotros estará siempre formado por un “tú” y un “yo”
individuales y diferentes, que tienen que vivir y madurar y
enriquecerse para que el “nosotros” viva y madure y se enriquezca.
Querer no es absorber a otro ni identificarse con otro; es
interesarse por otro ser humano de una manera tan intensa, tan
múltiple, tan duradera, pero también tan respetuosa, que las
posibilidades de comunicación con él se vuelven inagotables.
Mientras la persona celosa no haya entendido esto, no podrá llegar
al amor adulto.
117
El “nosotros” no puede salir adelante sin el esfuerzo simultáneo del
“tu” y el “yo”. Y para realizar ese esfuerzo tienen que comunicarse
mutuamente las dificultades y compartir gozosamente los éxitos,
deben tenerse paciencia, tienen que reaprender a ceder por amor,
tienen que ponerse en la situación del otro para comprender sus
reacciones y corregir lo que hay de falso o de injusto en ellas. El
esfuerzo será seguramente muy penoso y habrá recaídas; pero en la
unión conyugal vale todos los esfuerzos, porque es la superación
por excelencia de la soledad individual.
118
Capítulo VII: Autoritarismo y
autoridad
119
No perdemos el tiempo en demostrar que tal actitud no sólo es
inmadura desde el punto de vista afectivo, puesto que corta de raíz
toda posibilidad de comunicación humana entre los cónyuges, sino
que tiene muy poco que ver con el verdadero amor conyugal. Lo
importante es poner los puntos sobre la íes, porque bajo esta actitud
se oculta una enorme confusión de ideas. Y hay que notar de paso
que la rebelión de la mujer contra toda forma de autoridad
conyugal, por explicable que sea como reacción, sufre igualmente
de una lamentable confusión de ideas, que también nos esforzamos
por aclarar.
120
Autoridad y libertad
121
un conjunto de personas que, por un motivo o por otro, quieren
defender a los animales. Todas esas personas son libres, todas son
iguales y todas se reúnen porque a todas les interesa defender a los
animales. En el momento de asociarse, esas personas se ponen de
acuerdo sobre los medios de conseguir el fin que pretenden: para
contribuir a los gastos de administración todas van a pagar 10 pesos
mensuales; cada una de ellas se compromete a asistir a una reunión
semanal, a pronunciar cada año un discurso en defensa de los
animales, etcétera. Es evidente que, al aceptar esas obligaciones,
dichas personas aceptan libremente una limitación de su libertad
individual: la noche de la junta mensual no podrán ir al cine,
aunque tengan ganas; tampoco podrán emplear en caramelos los 10
pesos que tienen que pagar mensualmente. ¿Han dejado por eso de
ser libres? Depende de lo que se entienda por libertad. Si por la
libertad se entiende el poder de disponer de sí mismo con el objeto
de obtener el bien que se desea, esas personas no han dejado de ser
libres, puesto que se han sometido libremente a las reglas de la
sociedad para realizar su deseo de proteger a los animales. En
cambio, si lo que se entiende por libertad es el hecho de no
comprometerse nunca a nada para poder disponer de sí mismo, es
claro que los miembros de la sociedad protectora de animales han
dejado de ser libres, puesto que han aceptado determinados
compromisos. Pero esta última manera de concebir la libertad es
absurda. La libertad es un medio, no un fin. No se es libre para
poder disponer de sí mismo, sino que tenemos el poder de
disponer de nosotros mismos para elegir libremente el bien que
nos parezca más deseable y para aceptar libremente los medios que
sean necesarios a fin de conseguir el bien que hemos elegido.
122
aceptar ningún compromiso, dizque para seguir siendo libre. El día
en que los miembros de la sociedad protectora de animales van a la
junta semanal, él decide ir al cine. Es su manera de demostrarse que
él es más libre que los miembros de la sociedad protectora de
animales, porque no tiene ningún compromiso. Pero resulta que el
cine está situado a cinco calles de distancia de su casa. Es evidente
que, si ese señor no recorre las cinco calles, no verá la película que
quiere ver. Si el pobre señor imagina que la libertad consiste en no
someterse a ninguna exigencia para poder disponer de sí mismo,
no se someterá a la condición de recorrer las cinco calles, pero
tampoco verá la película de la que tenía ganas. Y, si aplica a todas
sus actividades su teoría de la libertad, jamás hará nada. Siempre
podrá disponer de sí mismo; pero jamás dispondrá de sí mismo,
porque para obtener el bien que ha elegido libremente tienen
forzosamente que poner los medios necesarios para conseguir ese
bien, y el infeliz cree que eso es perder la libertad.
123
escribir en los periódicos en defensa de los animales. Si no pongo
ningún medio, no obtengo el bien que libremente me he
propuesto. Y, si me imagino que por estar obligado a poner los
medios para conseguir el fin he dejado de ser libre, tengo una idea
falsa de la libertad, porque ésta se ejercita precisamente consiguiendo el
fin que me he propuesto. En otras palabras, la libertad sólo tiene
sentido considerándola en relación con el bien que se quiere
obtener, y todo ejercicio de la libertad impone forzosamente el
aceptar ciertos medios para obtener ese bien. El que se siente
menos libre por eso está tan enfermo de la cabeza como el que se
siente menos libre porque tiene forzosamente que recorrer las
cinco calles que separan su casa del cine para ver la película que le
interesa.
124
votaciones, y para expulsar de la sociedad a los miembros que no se
sujeten al reglamento.
125
favorecer la obtención del fin que todos pretenden. La autoridad es
una manera de servir al bien común, y la sumisión a la justa
autoridad es otra manera de servir al mismo bien común. Y, como
el fin que pretende el que se somete a la autoridad y el que la ejerce
es el mismo, los dos salen ganando. La autoridad justa y la sumisión
justa son dos funciones diferentes y complementarias, desempeñadas
por miembros iguales de una sociedad. El rey y el último campesino
son dos miembros iguales de la misma sociedad, aunque las
funciones que ejerzan en ella sean diferentes. Los dos se prestan
mutuamente un servicio, ya que ambos trabajan por el bien común
que los dos quieren y del que los dos participan.
126
imposición. Quien ha entendido realmente que la autoridad es una
función necesaria en toda sociedad, que sin autoridad no hay
armonía posible en una asociación estable, que la autoridad no
implica la desigualdad de los miembros sino simplemente la
diferencia de funciones encaminadas al mismo fin común, y por
último que la sumisión a la autoridad es una manera de ejercer la
libertad para obtener el bien elegido, comprenderá sin dificultad
todo lo que hay de absurdo en la actitud que acabamos de indicar.
127
poner los medios eficaces para ir al cine. ¿De qué me sirve escoger
ir al cine, si no estoy dispuesto a recorrer las cinco calles que me
separan de él? Escoger realmente un bien es estar dispuesto a poner
los medios para obtenerlo. La disciplina consiste en aceptar los
medios para obtener el fin. Cuando el medio eficaz es recorrer
cinco calles, la disciplina consiste en someterse a esa condición
necesaria. Cuando el medio es obedecer una orden, la disciplina
consiste en someterse a esa condición necesaria. El hecho de que en
un caso la condición provenga de la naturaleza de las cosas y en
otro de la naturaleza de la sociedad no modifica mi libertad. Tan
libre soy en un caso como en el otro. Y tan necesaria me es la
disciplina en uno como en otro. Por consiguiente, quien confunde
la libertad con la indisciplina, con la rebelión, no tiene idea de lo
que es la libertad. Y eso es lo que nos sucede cuando nos rebelamos
sistemáticamente contra la autoridad. Los rebeldes sin causa son
niños sin libertad, aunque parezcan adultos libres por fuera.
128
Autoridad y libertad en el matrimonio
129
cavernas, y eso no significa que el hombre haya estado destinado
por naturaleza a vivir en las cavernas. En cuanto a la mentalidad de
la Iglesia, que precisaremos más abajo, podría alegarse igualmente
que ella no hizo sino plegarse a las condiciones históricas que
encontró, en las que la autoridad del hombre y la sumisión de la
mujer era un hecho que no se discutía. Lo importante es saber si en
la psicología misma del hombre y de la mujer, que son seres
destinados a unirse y a completarse en todos los planos, hay una
complementaridad del tipo autoridad-sumisión precisamente por
razón de sus funciones diferentes, como hay una
complementaridad de tipo anatómico y fisiológico.
130
feminismo[5] puede negar que la actitud normal del hombre y la
mujer en la corte amorosa es diferente y complementaria: en tanto
que la mujer trata instintivamente de ser conquistada por el
hombre, éste toma instintivamente una actitud más activa;
mientras que la mujer tiende espontáneamente a hacerse dulce,
delicada, pequeña y frágil como para excitar el instinto de
protección del hombre, éste tiende a deslumbrar a la mujer
realizando ante los ojos de ella prodigios de valor, acometividad,
fuerza física y moral, o contándole que los ha realizado... Lo
curioso es que la mujer se sabe más fuerte cuanto más delicada se
muestra, porque prevé instintivamente que su aparente debilidad
es la mejor manera de conseguir que el hombre ponga su fuerza a
su servicio; y el hombre se vuelve tanto más protector respecto de
la mujer cuanto ésta le parece más frágil y delicada. Por eso en la
corte amorosa no hay vencedor ni vencido: porque la agresividad
del hombre se convierte en instinto de protección hacia la mujer, y
la delicadeza de ésta se transforma en arma para convertir al
hombre en protector. El hombre y la mujer proceden
espontáneamente así, sin que nadie se los haya enseñado, porque
ese autoritarismo está inscrito en lo más profundo de la psicología
de ambos. ¿Se puede decir que la mujer es inferior al hombre
cuando sabe lograr que éste transforme respecto de ella toda su
agresividad en necesidad de proteger? ¿Se puede decir que el
hombre es superior a la mujer cuando tiene absoluta necesidad de
la delicadeza de ella para encontrar su equilibrio protegiéndola?
131
Esta diferencia complementaria de la psicología masculina y
femenina indica vagamente que el papel de la mujer consiste en
triunfar sabiendo dejarse proteger, y el papel del marido consiste
en triunfar protegiendo a su mujer. Pero el elemento que, a mi
modo de ver, define claramente la necesidad de la autoridad
amorosa y protectora del marido y de la sumisión amorosa y
flexible de la mujer es el hijo. Y en este punto cedo la palabra a un
especialista en psicología:
“Todos los psicoanalistas han subrayado hasta qué grado deja
una huella imperecedera en el niño el clima creado por las
relaciones de valor, de jerarquía, de autoridad y de libertad que
reina entre los padres.
132
principal escuela del niño. Si en esa sociedad falla la autoridad del
jefe, el niño carece de un elemento que le es esencial para su
desarrollo afectivo normal. Si el padre es un tirano autoritario, o si
la madre es la que domina autoritariamente al padre, el hijo corre
graves riesgos. Sólo una autoridad verdadera del padre, una
autoridad que se ejerce amorosamente y a la que la mujer se
someta amorosamente, puede crear en el hogar el clima del que el
niño tiene absoluta necesidad para su equilibrio afectivo.
133
hijos. La autoridad del marido sólo tiene sentido en cuanto
contribuye a unirlo más íntimamente a su mujer, como su
protector natural, y a crear un clima de equilibrio afectivo para el
desarrollo de sus hijos. Y ni el amor de la mujer, ni el equilibrio
afectivo de los hijos pueden crecer normalmente cuando el marido
cae en el abuso de su autoridad, o cuando la ejerce sin discreción y
sin amor. La segunda razón por la que las mujeres se rehusan a
aceptar la idea de la autoridad del marido es que les parece que la
autoridad suprime la igualdad y limita su libertad. No les vendría
mal recordar que la autoridad no se basa en la desigualdad de las
personas, sino en la diferencia de funciones y que la función de la
mujer consiste en triunfar sabiendo dejarse proteger. Cumpliendo
esa función no sólo encuentra su propio equilibrio, porque su
psicología femenina está orientada naturalmente hacia esa función,
sino que contribuye con un elemento esencial al equilibrio afectivo
de sus hijos, ya que éstos no pueden formarse una idea completa de
lo que es la autoridad amorosa del padre sin el complemento de la
sumisión amorosa de la madre. En cuanto a la libertad, como lo
dijimos arriba, sólo la pierde quien no sabe someterse a la
autoridad justa, porque se priva del bien libremente elegido, que es
precisamente la unión total con su cónyuge. Finalmente, la tercera
razón por la que las mujeres –y no sólo las mujeres, sino también
los maridos bien intencionados– se rebelan contra la idea de la
autoridad en el matrimonio, es porque imaginan que la autoridad
está reñida con el amor. Eso es perfectamente falso. Lo que esta
reñido con el amor conyugal es el abuso de autoridad, o la
autoridad ejercida sin amor. Pero hay una manera amorosa de
ejercer la autoridad, que satisface precisamente la necesidad de
protección que tiene la mujer y suscita espontáneamente en ella
una forma amorosa de sumisión. Tal autoridad no sólo no es
nociva al amor conyugal, sino que constituye uno de sus rasgos
característicos.
134
Algunos lectores encontrarían sin duda interesante que
hiciéramos aquí un catecismo de preguntas y respuestas sobre lo
que es autoridad justa del marido y lo que es autoritarismo, sobre
lo que es libertad justa de la mujer y lo que es rebelión infantil.
Pero plantear así el problema sería falsearlo. La autoridad conyugal
no puede sobrevivir sin el amor conyugal. Donde no hay amor
siempre habrá abusos y rebeliones de las dos partes, porque el
matrimonio no está basado sobre la pura justicia sino sobre el
amor. Y donde hay verdadero amor e ideas claras sobre la
autoridad conyugal, que no tiene más fin que desarrollar el amor
entre los cónyuges y crear el clima de autoridad amorosa que
necesitan los hijos para su equilibrio humano, los cónyuges no
vivirán defendiendo o discutiendo la autoridad. En otras palabras,
sólo el amor y el respeto mutuo de la libertad y de la personalidad
del otro, permiten descubrir a cada pareja su fórmula propia. Y sólo
cuando, gracias al amor, el padre y la madre se sitúan
espontáneamente en sus funciones respectivas, encuentran los hijos
ese clima de autoridad realizada en la igualdad, en la libertad y en
la armonía, que es la aspiración de toda sociedad y particularmente
de la sociedad familiar.
135
La Iglesia y la autoridad conyugal
136
aparentemente favorable a la promoción de la mujer, y es un hecho
histórico que muchos cristianos y no cristianos han empleado el
argumento de la autoridad del marido para impedir o retardar la
justa promoción de la mujer. Pero ese abuso no podía ser una razón
para que la Iglesia suprimiera un aspecto de la verdad cuya
custodia había recibido. La Iglesia siguió defendiendo la autoridad
del marido en la sociedad conyugal, pero entendiéndola como una
autoridad de amor, a la que corresponde de parte de la mujer una
sumisión de amor. Quien quiera convencerse de ello no tiene más
que leer la epístola de la Misa del matrimonio, en la que san Pablo
insiste por igual en la sumisión de la mujer al marido y en el amor
del marido a la mujer: “Como la Iglesia depende de Cristo, así debe
depender la mujer del marido. Hombres, amen a su mujer como
Cristo ha amado a la Iglesia”.
Con estos datos, volvamos sobre las acusaciones que se han hecho
a la Iglesia en esta materia.
137
¿La Iglesia se opone a la promoción moderna de la mujer? No.
Simplemente se opone a que la mujer, deslumbrada por el
feminismo, se niegue a aceptarse como mujer y pierda el sentido
de sí misma y de su función.
138
III. HACIA EL AMOR ADULTO
139
Capítulo VIII: Armonía conyugal y
reflexión conyugal
140
La verdadera armonía
141
mucho que se quieran, no son nunca iguales, de modo que a él le
gustarán los toros y a ella la música, él será muy sociable y ella
menos sociable, ella querrá tener cinco hijos y él sólo tres, etcétera.
La uniformidad entre dos seres humanos es absolutamente
imposible. Más aún, aunque fuera posible, sería indeseable, porque
el amor no sólo se funda en las semejanzas que existen entre los
cónyuges, sino también en las diferencias. Yo no sólo quiero a mi
mujer porque es como yo, sino también porque no es como yo. Si
mi mujer y yo llegáramos a ser idénticos, sería el aburrimiento
perfecto. Además, ¿qué quiere decir eso de ser iguales? ¿Que a mí
dejen de gustarme los toros y a ella deje de gustarle la música? Sería
una lástima, porque yo estoy encantado de que a mi mujer le guste
la música, aunque yo no tenga el menor oído musical, y no tengo
ningunas ganas de que los toros dejen de gustarme. ¿Ser iguales
significa que a ella tienen que empezar a gustarle los toros y a mí la
música? Pues reconozco que es absolutamente imposible, porque
mi mujer tiene un horror instintivo por la sangre (lo que ella llama
la brutalidad del espectáculo y la vulgaridad de los gritos que se
oyen en él), y yo de plano no tengo oído musical, como acabo de
decirlo; aunque viviera 100 años, no llegaría a atraerme la música.
Y, sin embargo, mi mujer y yo nos entendemos bien sin ser iguales.
En cambio, hay muchas parejas que por tratar de llegar a ser iguales
acaban por no entenderse, precisamente porque es absurdo tratar
de ser iguales, y ese juego absurdo resulta a la larga cansado y
desesperante. Pancho y Maruca empezaron el matrimonio tratando
de ser iguales en todo; pero, como son sensatos, pronto se dieron
cuenta de que esa comedia imposible estaba falseando todas sus
relaciones. Ahora Pancho es Pancho y Maruca es Maruca, y se
quieren como son y se entienden perfectamente. La verdadera
armonía conyugal no consiste en la uniformidad. ¡Dios nos libre! Y
tender a ese ideal falso es siempre peligroso en la práctica.
142
No menos peligrosa es la idea de que, puesto que la armonía
consiste en el acuerdo entre los cónyuges, es posible obtenerla
mediante la imposición del más fuerte y la sumisión del más débil
de los cónyuges. Es cierto que hay matrimonios que funcionan así:
él impone la ley y ellas se somete, o viceversa. Más aún, es cierto
que hay matrimonios en los que la imposición del uno y la
sumisión del otro son tales que jamás hay un pleito entre los
cónyuges. Lo que me parece muy discutible es que pueda decirse
que en esos matrimonio hay armonía. El débil puede verse
obligado a ceder ante el fuerte; pero el resentimiento creado por
esa situación inhumana se va acumulando, y no es difícil que estalle
algún día. Un ser humano no se resigna así como así a sacrificar su
libertad legítima y sobre todo su dignidad. En todo caso, aunque el
resentimiento no estalle nunca debido a la pasividad de uno de los
cónyuges o a su virtud verdadera (porque también de eso último
puede haber en ciertos casos), es evidente que la armonía conyugal
que buscamos no puede reducirse a la ausencia de pleitos entre los
cónyuges. El autoritarismo de uno de los cónyuges y el servilismo o
la sumisión cristiana del otro no pueden ser la base de ninguna
armonía verdadera y mucho menos de la armonía conyugal.
143
Esos terrenos pueden ser de lo más variado. En unos casos el
marido no tiene voz ni voto en lo que se refiere a la educación de
los hijos, y en cambio la mujer no tiene el menor derecho a
preguntar al marido nada que se refiera al trabajo de éste: así lo
establece el compromiso tácito al que han llegado a fuerzas de
pleitos, de tensiones, o de simple abandono del diálogo entre
marido y mujer acerca de ciertos puntos. En otros casos, la mujer
no puede opinar sobre la manera de emplear el descanso dominical
o el fin de semana, porque el marido tiene su plan intocable, y en
cambio el marido no puede decir una palabra sobre la manera de
amueblar o arreglar la casa, porque la mujer no lo admitiría.
Podrían multiplicarse los ejemplos, unos sobre puntos importantes
y otros sobre puntos secundarios de la vida conyugal. Pero sería
inútil, porque todos revelan la misma situación conyugal falsa: en
algunos o en muchos aspectos, el marido y la mujer viven el uno al
lado del otro, pero no viven juntos. Son como dos países limítrofes,
con fronteras bien definidas, que no intervienen en los asuntos del
otro, porque eso equivaldría a una declaración de guerra. La
situación es siempre peligrosa; lo que la salva no es la armonía, sino
la no intervención. Y la no intervención no puede ser en ningún
caso el principio básico de la armonía entre un hombre y una
mujer que tienden al diálogo total, a la comunicación total.
144
pelearse, como acabamos de verlo. Hay cónyuges que no se pelean
nunca y que viven profundamente distanciados. Tampoco consiste
forzosamente en ir juntos a todas partes. Hay cónyuges que van
juntos a todas partes por pura conveniencia social, sin que exista
entre ellos ningún amor. Tampoco consiste en tener exactamente
los mismos gustos y las mismas preferencias. Entonces, ¿en qué
consiste? En un acuerdo profundo, que es el resultado de una
comunicación de igual a igual entre dos cónyuges capaces de aceptarse
diferentes.
145
rehuir jamás hablar de lo que es una causa de conflicto entre ellos.
Así pues, a los pocos días, cuando los ánimos están ya más
calmados, hacen un nuevo esfuerzo de serenidad y vuelven sobre el
tema. Cada uno oye al otro, trata de comprenderlo y de hacerse
comprender. Si uno de los dos se exalta un poco, el otro le recuerda
que están tratando de resolver juntos un problema que es
importante para los dos. Así han logrado ponerse de acuerdo sobre
muchos puntos. Pero no imagine el lector que la solución que
encuentran es la misma en todos los casos. Unas veces es una
solución de compromisos: los dos ceden un poco. Así, por ejemplo,
Juan logró que Juana entendiera que para él los toros eran una
pasión y que el hecho de que los domingos de la temporada se
fuera con sus amigos a los toros no significa que la quisiera menos;
por su parte, Juana logró que Juan comprendiera que su pasión por
los toros no justificaba el que la abandonara los domingos hasta las
9 de la noche por ir a comentar la corrida con los amigos en la
cervecería. Los dos están profundamente de acuerdo, porque se
han hablado de igual a igual y han comprendido y aceptado que
son diferentes. Otras veces la solución consiste en que uno de los
dos trate seriamente de acomodarse al otro. Eso es lo que sucedió
con la música: a fuerza de oír música, Juan ha acabado por gustarla,
y ahora acompaña con gusto a su mujer a algún concierto de vez en
cuando; pero al principio lo hacía únicamente por darle gusto a
ella. Otras veces la solución consiste en que uno de los dos acepte
que el otro le ayude en un punto particular. Por ejemplo, Juan es
muy gastador y tiraba el dinero que daba gusto; Juana ha logrado
que le prometa no hacer ninguna compra que pase de X cantidad
sin consultarle. Tal vez otro marido no aceptaría eso; pero Juan ha
comprendido que su mujer es en eso más razonable que él y no
tiene nada de vergonzoso dejarse ayudar por ella. Por su parte, Juan
ha conseguido que su mujer comprenda que, por ser demasiado
aprensiva, tiende a medicinar exageradamente a los niños; ahora
146
Juana no les receta ninguna vitamina sin que su marido lo sepa y
esté de acuerdo...
147
La reflexión conyugal
148
comprendo profundamente. Pero, dado que la reflexión conyugal
tiene una importancia enorme en la vida conyugal, creo que vale la
pena cualquier esfuerzo para hacerle un huequito en la vida de vez
en cuando. A cada pareja toca determinar cuál es el momento
apropiado. Hay quienes tienen la fortuna de poder reservarse un
buen rato cada mes. Ese día salen a cenar juntos y tratan de
reflexionar juntos sobre su vida conyugal, sobre los conflictos que
se han ido presentando, sobre los problemas de los niños, del
trabajo, etcétera. Quien tenga el privilegio de poder realizar ese
encuentro entre marido y mujer con toda calma, que no lo
desperdicie. Y el que no pueda disponer de su tiempo y de sus
ocupaciones con tanta libertad, que busque de vez en cuando el
momento apropiado para esa reflexión conyugal tan necesaria.
149
en cuenta esto y aquello? ¿Por qué no han de poder preguntarse
tranquilamente qué es lo que produce el desacuerdo entre ellos, y
oír las razones del otro, y ayudarse mutuamente a encontrar la
solución? Si lo que sucede es que realmente no se les ocurre sobre
qué reflexionar juntos, lean con atención los dos últimos capítulos
de este libro, y en ellos encontrarán seguramente algunos de los
problemas que plantea en concreto la vida conyugal.
150
Otra de las razones más comunes del miedo a la reflexión
conyugal es la convicción que tienen frecuentemente los cónyuges
de que todo diálogo tranquilo entre ellos es ya imposible. Desde el
momento en que se encuentran solos el uno frente al otro, la
hostilidad se deja sentir. Se diría que hay entre ellos un muro
invisible que no les permite comunicarse como seres humanos.
Para hacerse oír del otro tienen que gritar. Y, antes de que uno abra
la boca para decir “blanco”, el otro ya dijo “negro”.
151
Reflexión conyugal e incompatibilidad de caracteres
Sería injusto y falso suponer que todos los que se divorcian son
maniáticos y que ninguna de esas parejas, que empezaron la vida
conyugal queriéndose, ha hecho ningún esfuerzo de adaptación
152
mutua. Hay sin duda entre esas parejas muchas personas
razonables. Si se hallaran en otras circunstancias y vieran que un
matrimonio se deshacía por las razones que ellos alegan, no
podrían menos de pensar: “Aquí hay mar de fondo. Las razones
que alegan son ridículas y no pueden ser la verdadera causa del
divorcio”.
153
excepto el marido, cuyo rostro permaneció tan inexpresivo como si
no hubiera nadie en la sala. Era una manera de expresar su
hostilidad. Pero era evidente que la hostilidad no tenía nada que
ver con la anécdota que había contado su esposa, puesto que unos
momentos antes se había reído de buena gana al oír contar a otra
persona una anécdota del mismo tipo. La hostilidad del marido se
dirigía realmente contra la persona de su mujer. La relación tensa
que existía entre ellos había encontrado en la anécdota un pretexto
para manifestarse. La anécdota no era la causa de la hostilidad, sino
sólo una ocasión de manifestar la hostilidad.
154
uno de ellos. La prueba es que un marido que encuentra insoportable
todo lo que su mujer hace o dice puede sufrir indeciblemente si su
mujer es víctima de un accidente. En ese caso, irá a verla al hospital,
le llevará flores, sufrirá al verla sufrir; pero, cuando la mujer
regrese del hospital a su casa, la hostilidad volverá a manifestarse
exactamente como antes... Hay parejas que viven en un infierno de
hostilidad y se quieren locamente, aunque ellos mismos crean lo
contrario. En ese punto los cónyuges son con frecuencia los
primeros en equivocarse, porque cada uno de ellos sólo es testigo
de su propia buena voluntad y de sus propios esfuerzos, y de su
cónyuge no se ve más que la hostilidad.
155
largo tiempo esos consejos. Y el consejero sacará la conclusión –tal
vez falsa– de que les falta buena voluntad. Y cada uno de los
cónyuges sacará la conclusión –tal vez falsa– de que el otro no
tiene buena voluntad, de que ya no lo quiere. Y los dos cónyuges se
quedarán cada vez más con la impresión de que el consejero no ha
entendido su problema –cosa que es verdad–, porque ellos no han
sabido explicárselo –cosa que también verdad–. Pero no lo han
hecho porque ellos mismos no saben en dónde está el problema.
156
cuanto está de su parte para mejorar sus relaciones.
157
no pueden superarlo más que por la comunicación.
158
La reflexión en equipo
159
Capítulo IX: La armonía en las
relaciones sexuales
160
duda entre las más importantes, es la relación corporal. Decir que la
armonía sexual es el único elemento de la armonía conyugal sería
falso; pero decir que, si no hay armonía sexual entre los cónyuges,
todo el conjunto de la armonía conyugal será defectuoso es
absolutamente cierto. Por eso el estudio de la armonía sexual
merece capítulo aparte.
161
La base de la armonía sexual
162
origen sexual. Esto no quiere decir que, movidos por ese atractivo,
Juan y Lola van a decidir casarse y que la vida en común va a crear
entre ellos una profunda amistad. No. El amor conyugal no es
simplemente una forma de amistad cada vez más íntima entre dos
personas de sexo opuesto, que comparten un mismo lecho. La
fórmula del amor conyugal no puede reducirse a “amistad +
relaciones sexuales”. El amor conyugal es una forma de
comunicación humana distinta de cualquier otra clase de amor,
incluso la amistad, y el sexo no interviene en ella simplemente
como una añadidura que mantiene unidos a los cónyuges para que
se desarrolle entre ellos la amistad. Las relaciones sexuales forman
parte integrante del amor conyugal, de la comunicación humana
entre los cónyuges. El contacto sexual está destinado naturalmente
a ser un medio de comunicación humana entre ellos y
precisamente el medio de comunicación que distingue el amor
conyugal de cualquier otro amor. O sea que el amor conyugal se
caracteriza por ser el único amor humano que puede expresarse y
comunicarse por el acto corporal del amor.
163
función biológica, tenderá a satisfacer su impulso prescindiendo de
las disposiciones de su cónyuge, y no buscará más que su propio
placer. Quien lo considera como una función que no está
esencialmente relacionada con la comunicación humana, no verá
ninguna razón para no satisfacer su impulso con la primera mujer
que le salga al paso. Si satisfacer la sed no constituye una ofensa a la
fidelidad conyugal, ¿por qué satisfacer el impulso sexual, que es tan
natural y tan biológico como el otro, constituiría una infidelidad?
Ese es el razonamiento de todos los que creen que no hay
oposición ninguna entre amar a una mujer y satisfacer con otra. Y
lo que sostiene ese razonamiento es una concepción falsa del sexo.
164
El ideal de la armonía sexual
165
que se realice el ideal de la armonía en el aspecto psicológico hace
falta que se realice el ideal de la armonía en el aspecto biológico, y
viceversa. El acto conyugal nunca traducirá mejor el amor que los
cónyuges se tienen recíprocamente que cuando ambos comparten
juntos el mismo placer; y el placer compartido no tendrá nunca
todo su valor de comunicación humana si no es la expresión de un
amor verdadero y estable, que no termina con el placer, sino que
continúa manifestándose aun en los actos más banales de la vida
cotidiana.
166
es lo que hace de la armonía sexual un problema en la práctica.
167
Es claro que, si el hombre no tiene en cuenta que esos factores
anatómicos, fisiológicos y psicológicos hacen de la mujer un ser
diferente de él, la armonía sexual será irrealizable. Ahora bien,
como las relaciones sexuales tienen inevitablemente una gran
importancia en la vida conyugal, la falta de armonía sexual se
convertirá fácilmente en una causa difusa de desarmonía en toda la
vida conyugal. Aunque la mujer no quiera y aunque tal vez no se dé
cuenta de ello, su insatisfacción en el acto del amor, o la decepción
que le produce el ver que su marido convierte el acto del amor en
un acto de egoísmo, producirá en ella una tensión que se reflejará
en todo el conjunto de la vida conyugal.
168
Armonía sexual y “técnica sexual”
169
acto del amor, es uno de los caminos más seguros para no llegar nunca a la
armonía sexual, por lo menos a una armonía sexual que enriquezca
realmente la totalidad de la armonía conyugal. Y la armonía sexual sólo
tiene sentido humano cuando enriquece la armonía conyugal.
170
prueba de que no se ha comprendido que el acto conyugal es una
de las formas más bellas y más necesarias de la comunicación
conyugal.
171
Continencia periódica y armonía conyugal
172
cada uno de los hijos y de la armonía conyugal. Por consiguiente,
en determinadas épocas de la vida conyugal, cuando se ha llegado
al número de hijos que se puede tener responsablemente, o cuando
por alguna razón conviene espaciar los nacimientos, el único
recurso consiste en abstenerse del acto conyugal en los períodos de
fecundidad de la mujer.
173
común a Jesucristo. Cada uno de los cónyuges verá en el esfuerzo
del otro una manifestación del respeto que tiene por sus principios
y sentimientos cristianos. Y ese respeto por las ideas y sentimientos
del otro es, como lo hemos repetido tantas veces, la condición
misma de la comunicación humana y particularmente de la
comunicación conyugal.
174
Capítulo X: La armonía en la vida
cotidiana
175
La armonía en el empleo del dinero
176
ponía constantemente en contacto con casos de divorcio, hacía
notar en un artículo que muchas separaciones se deben no tanto a
la falta de dinero cuanto al desacuerdo de los cónyuges sobre la
manera de utilizarlo. Sin llegar al extremo del divorcio, hay
muchas parejas cuya armonía está constantemente en peligro por
esa razón.
177
sentido de responsabilidad –y frecuentemente una causa de
desarmonía– el hecho de que el marido o la mujer “boten” el
dinero. Si la mujer ve que el marido gasta inconsideradamente
todo lo que gana, en vez de pensar en asegurar en alguna forma el
porvenir de la familia, tendrá una razón justa de no estar de
acuerdo con esa manera de proceder, por mucho que gane su
marido. Y, si el marido ve que su mujer es un pozo sin fondo y que
lo mismo consume los cientos de pesos que los miles de pesos,
tendrá también una razón justa de no estar de acuerdo. Como se ve,
el sentido de responsabilidad es igualmente esencial en los casos de
mayor y de menor desahogo económico, y la desarmonía conyugal
producida por la forma en que se emplea el dinero puede ser
también un problema en las familias ricas.
178
Ganar el dinero no da al hombre absolutamente ninguna
superioridad sobre la mujer. Y el hombre que se siente el amo por
esa razón da a sospechar que es un débil mental.
179
dinero común y que le dé una libertad semejante a la que se da a sí
mismo. ¿Por qué, si él no se siente obligado a decir a su mujer
cuánto gastó en cigarros, va a pedirle cuentas de lo que ella gastó en
cosméticos? ¿Por qué, si el hombre tiene confianza en su propio
sentido de responsabilidad, va a desconfiar sistemáticamente del
sentido de responsabilidad de su mujer? Esa actitud de
desconfianza ofende con toda razón a la mujer, sobre todo cuando
ve que su marido no se para en gastos tratándose de sí mismo.
180
La armonía en las actividades de los cónyuges
181
hombre tenga cierta libertad de movimientos. Pero de ahí a sacar la
falsa conclusión de que el hombre tiene absoluta libertad para
hacer lo que quiera de su tiempo, con tal de que gane el sustento
familiar, y de que la mujer no tiene ninguna libertad para ninguna
forma de actividad fuera del hogar, porque no gana el sustento
familiar, hay un abismo. En realidad, tanto el hombre como la
mujer son seres humanos igualmente libres, que han puesto en
común su libertad con el objeto de establecer una profunda
comunicación humana y formar una familia. El matrimonio no
suprime ni la libertad del hombre ni la de la mujer, sino que las
orienta por igual al bien común de ellos mismos y de sus hijos. El
hombre y la mujer casados son libres en la medida en que se
sujetan a las condiciones que les impone ese bien común de ambos
y de la familia, que ellos mismos escogieron libremente y por
amor. Por consiguiente, la norma que se debe aplicar para juzgar
correctamente de las actividades del hombre o la mujer por igual,
es la contribución o la no contribución de esas actividades a la
armonía conyugal y al bien de los hijos. Aplicar cualquier otra
norma será siempre una equivocación que producirá en la familia
una tirantez que acabará con la armonía conyugal.
182
los suyos y de sí mismos. Y, como ese bien común es precisamente
la norma adecuada para juzgar sus actividades, las quejas de las
esposas están justificadas en tales casos. Es evidente que las
circunstancias reales de la vida son siempre muy complejas: hay
mujeres que necesitan menos de la presencia del marido para
sentirse apoyadas y queridas, hay hombres más ambiciosos o más
activos que otros, hay épocas en que el trabajo del marido se carga
más en otras, etcétera. Por eso no hay receta que valga. La única
solución está en que el hombre y la mujer sean capaces de discutir
serenamente el problema, de abrirse mutuamente el uno al otro, de
comprenderse mutuamente, de no encasillarse cada uno en su
posición. Esto supone que la mujer no pretende acaparar
indiscretamente al marido, ni privarlo de todo porvenir en su
trabajo. Pero también supone que el marido acepte que no tiene
derecho a decidir de sus actividades sin contar con su mujer y que
no es más libre que su mujer para hacer lo que le parezca.
183
“Si el hombre puede trabajar fuera del hogar, la mujer también
puede trabajar fuera. Si el hombre puede pasar ocho o diez horas
del día fuera del hogar, la mujer también tiene derecho a eso”. Y así
es como razonan algunas mujeres, sin tener en cuenta que no es
una cuestión de horas, ni derechos, sino de encontrar su felicidad
en llenar plenamente su misión de esposas y de madres. Tal miopía
sólo puede compararse con la de la actitud de los maridos que,
exagerando en sentido contrario, razonan así: “Puesto que la mujer
está hecha para ser madre, su puesto está en el hogar. Por
consiguiente toda actividad de la mujer fuera del hogar es
condenable”.
184
humano de esposa y de madre.
185
imponer absolutamente la necesidad de que la mujer trabaje para
ayudar al marido a ganar el sustento de la familia. En los países en
los que el trabajo de la mujer es cosa admitida y ordinaria, eso no
crea ningún problema. En cambio, en los países o en los medios
sociales en los que el hecho de que la mujer trabaje es más bien
raro, el marido se siente humillado y frustrado, y la mujer poco
inteligente toma con frecuencia cierto aire de superioridad y
reivindica una independencia exagerada de su marido, alegando
que ella también gana el dinero de la casa. Es evidente que, en tales
casos, sólo un gran sentido común de los dos cónyuges y un amor
adulto pueden evitar una crisis grave de la armonía conyugal. La
responsabilidad del bien común de la familia pesa por igual sobre
el marido y la mujer, y no tiene nada de humillante que la mujer
ayude al marido a procurar el bien común, y que le ayude
precisamente trabajando para ganar dinero, cuando eso es
necesario. Esa colaboración más íntima entre marido y mujer en lo
económico puede ser la base de una armonía conyugal más
profunda, y puede también dar al traste con la armonía conyugal.
Todo depende de la actitud que el hombre y la mujer tomen. Y lo
mismo se puede decir de todos los problemas que se refieren a las
ocupaciones de ambos cónyuges fuera del hogar: lo que hace de
esas ocupaciones un problema para la armonía conyugal no es el
hecho de que existan o no, sino la actitud inmadura y egoísta que
uno de los cónyuges, o los dos, toman ante ellas.
186
hogar cambian constantemente: el trabajo remunerado de la mujer
puede ser necesario en una época e innecesario en otra; lo que
empezó como una cooperación moderada de la mujer en una obra
social o apostólica, puede acabar por convertirse en una actividad
exageradamente absorbente, que le impida el encuentro tranquilo
con los suyos y la atención que les debe... Así pues, es una cuestión
que los esposos deben revisar juntos periódicamente, con lealtad,
sabiendo que nada hay tan importante para ellos mismos, para sus
hijos y para la sociedad en que viven como su propio amor.
187
La armonía conyugal en las relaciones con los otros
188
punto crea en uno de los cónyuges un conflicto entre su amor
conyugal y su amor filial. Cuando hay realmente un problema, es
imposible resolverlo sin mucha buena voluntad y delicadeza de las
dos partes.
189
padres. A lo sumo lo hará sufrir un poco; pero acabarán por
comprender y se acostumbrarán a la nueva situación.
Naturalmente esta resistencia “inteligente y sonriente” es tanto más
necesaria y más difícil cuanto la pareja está más cerca de las
familias políticas y más ligada con ellas. Pero, si los recién casados
no hacen sentir su independencia desde el principio, cueste lo que
cueste, tarde o temprano tendrán problema, y un problema que
puede afectar seriamente la armonía conyugal.
190
confianza. Las amistades forman parte de la vida conyugal, y en
algunos casos deben ser el objeto de su reflexión. No hay nada peor
que dejar que se encone un problema por no haberlo hablado a
tiempo y francamente.
191
La armonía en la educación de los hijos
192
tomarán respecto de ellas una actitud semejante a la que tomaban
frente al padre y la madre. Así se explican en parte el desprecio o el
miedo instintivo que algunos hombres sienten por las mujeres, la
tendencia marcada a la homosexualidad de algunos adultos,
etcétera. Por otra parte, las diferencias de criterio del padre y la
madre para juzgar los mismos hechos produce en los hijos un
desequilibrio moral, ya que no logran formarse una idea estable de
lo justo y de lo injusto, de lo conveniente y de lo inconveniente, de
lo bueno y de lo malo. ¿Cómo podrían formarse esa idea, si el
padre se ríe de lo que la madre castiga, o viceversa?
193
La armonía en la manera práctica de educar a los hijos se logra a
base de diálogo entre los padres. Esto supone que los dos se
interesan por igual en lo que se refiere a la educación de los hijos y
que cada uno de los dos está dispuesto a escuchar al otro. La madre,
que pasa más tiempo con los hijos, los conoce mejor y ve más de
cerca los efectos de la educación. Eso da un valor particular a sus
observaciones y puntos de vista. Pero el padre, precisamente
porque está un poco por encima de los ligeros conflictos cotidianos
entre la madre y los hijos, puede generalmente juzgar con mayor
claridad sobre la significación real de esos conflictos, sin darles una
importancia que la madre tiende fácilmente a exagerar. Una vez
más, las funciones de los cónyuges son diferentes y se completan, y
sólo la conjugación armónica de las dos funciones puede dar
verdadera cohesión a los métodos educativos. Nada tiene de
extraño que una inmensa mayoría de los casos de criminalidad y de
desadaptación profunda a la sociedad se produzcan en individuos
que carecieron de hogar o crecieron en un hogar hondamente
dividido. Es cierto que la libertad individual constituye un
elemento importante con el que hay que contar; pero la educación
de la libertad de los hijos depende fundamentalmente de la actitud
y de la armonía conyugal de los padres.
194
La armonía conyugal en las prácticas religiosas
195
la comprende mal y la juzga peor. Y para mostrar su independencia
en ese terreno tan personal, el marido no sólo no hace lo que su
mujer quisiera, sino que deja de hacer lo que hubiera hecho de
buena gana si su mujer respetara más su libertad.
196
prejuicio pseudocristiano el atribuir al rosario, o al escapulario, o a
los nueve primeros viernes, o aun a la Misa y la comunión
frecuente una importancia esencial, puesto que la Iglesia, que es la
única que tiene autoridad para juzgar en esta materia, no les ha
dado esa importancia. Y lo cierto es que más de una mujer, por su
terquedad en insistir en que su marido adopte algunas de esas
prácticas accidentales como si fueran esenciales, parece dar a
entender que así las considera. La consecuencia de esa terquedad y
de esa confusión es que el marido abandona muchas veces aún lo
esencial.
197
causa de serios trastornos espirituales, en tanto que para otra puede
ser un medio de santificación. Y, sin embargo, la primera puede ser
más santa que la segunda. Para una persona distraída el rosario
puede ser una forma muy poco apta de oración, en tanto que para
otra puede ser una forma muy eficaz. Para una persona o un
director espiritual puede ser una gran ayuda, en tanto que para otra
puede ser nocivo. Para una persona el ir diariamente a Misa puede
significar el tener que sacrificar una parte del descanso del que
tiene necesidad para su equilibrio humano, en tanto que para otra
puede ser un verdadero descanso. Para una persona el comulgar
diariamente puede convertirse en una rutina sin sentido, en tanto
que para otra puede ser imprescindible. En una palabra, si la Iglesia
deja una amplia libertad en las prácticas religiosas es por algo. Y si
hay un punto en el que la libertad humana merezca y exija respeto,
ese punto es el que se refiere a las relaciones personales con Dios,
precisamente porque se trata de relaciones personales, que
dependen de las gracias personales que Dios da a cada uno y
porque la manifestación externa de la vida interior y los medios de
desarrollarla están en parte ligados a la psicología personal. Dios y
la Iglesia respetan la libertad humana. Las mujeres casadas también
están obligadas a respetarla. Y respetarla significa no forzarla por
ningún medio. Hay maneras de hacer presión sin decir una
palabra, que equivalen a un verdadero “chantaje” afectivo sobre el
marido. Y el “chantaje” por razones dizque espirituales no es más
cristiano que otra forma cualquiera de “chantaje”.
198
carezcan de importancia o de sentido. Simplemente se trata de
poner en su lugar lo esencial y lo accidental, lo más conveniente y
lo menos conveniente, el deseo de ayudar espiritualmente al
marido y la tentación de presionar contra su legítima libertad.
199
evidentemente que los cónyuges estén excluidos de los medios de
santificación comunes a todos los cristianos, que son
particularmente la oración y los sacramentos de la confesión y la
comunión, ni que estén excluidos de la participación en el acto
cristiano por excelencia, que es la Misa. Tampoco quiere decir que
no sea muy conveniente que oren juntos y que vayan juntos a Misa
y comulguen juntos. Pero a cada pareja toca juzgar, en caso
concreto y a la luz de la jerarquía de valores que les da el
sacramento del Matrimonio, si conviene hacerlo o no, y en qué
medida conviene hacerlo. Lo que para unos es conveniente, para
otros será inconveniente, según las circunstancias particulares de
temperamento, de horario, de nivel espiritual, etcétera.
200
notas
[1] Sobre esta idea volveremos más despacio en el capítulo VII.
[2] Como todos los lectores saben, el matrimonio natural y el sacramento no se
distinguen, tratándose de los bautizados. Un bautizado no puede contraer válidamente
matrimonio sin recibir el sacramento.
[3] A este propósito, me parece oportuno hacer notar que, aun en los casos en que el
matrimonio fracasa (por incompatibilidad total de caracteres, o por irresponsabilidad
de uno de los cónyuges), la santidad del cristiano casado sigue consistiendo en tratar de
vivir plenamente su amor humano. Es decir, en no cerrarse al amor, en poner cuanto
está de su parte por entenderse con su cónyuge, en serle plenamente fiel a pesar de su
infidelidad, en saber perdonarlo, en saber volver a empezar como si nada hubiera
pasado, en seguir queriendo a su cónyuge aún sin encontrar correspondencia de su
parte. Un amor así, que resiste a todas las dificultades y no desespera ante el fracaso,
puede ser de las formas más altas de santidad conyugal. Sólo un amor transfigurado
por el sacramento es capaz de esa fidelidad total.
[4] Sobre la armonía conyugal y los conflictos cotidianos hablaremos detalladamente
en los tres últimos capítulos de este libro.
[5] Feminismo: tendencia a aumentar los derechos sociales y políticos de la mujer.
[6] Dr. Marcel Eck, Autorité et liberté entre époux, en “Etudes”, mayo de 1957, p. 190.
[7] Dr. Noel Lamare, Connaissance Sensuelle de la Femme, Editions Correa,
Buchet/Chastel, París, 1952, p. 190.
[8] V Ibíd, p. 192.
201
202
Matrimonio en crisis
Orozco A., Juan Manuel
9786079459284
102 Páginas
Este libro nos lleva a reflexionar sobre las causas y posible soluciones de
los desencuentros más comunes que originan tantas familias
disfuncionales.
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Índice
Diálogo conyugal 2
Índice 5
Prólogo 18
Introducción 19
I. EL AMOR CONYUGAL 21
Capítulo I: El amor adulto 22
Del niño al adulto 23
¿Qué significa ser adulto? 27
Enamoramiento y amor adulto 30
Capítulo II: Amor y Matrimonio 37
¿Qué es el matrimonio? 40
El amor libre 43
La libertad del amor 51
Capítulo III: El sacramento del Matrimonio 55
Matrimonio y sacramento 56
El sentido sagrado del Matrimonio cristiano 58
La gracia sacramental del Matrimonio 62
Las gracias cotidianas 65
La cooperación humana 67
Capítulo IV: La espiritualidad conyugal 73
¿Qué es una espiritualidad? 74
La oportunidad de la espiritualidad conyugal 78
Los elementos esenciales de la espiritualidad conyugal 83
II. EL AMOR INMADURO 90
Capítulo V: La desilusión infantil 91
“Y fueron muy felices”... 93
La explicación de la crisis 96
La desilusión infantil 98
La superación adulta de la crisis 102
204
Capítulo VI: Las actitudes infantiles 106
El infantilismo sexual 108
Los celos 115
Capítulo VII: Autoritarismo y autoridad 119
Autoridad y libertad 121
Autoridad y libertad en el matrimonio 129
La Iglesia y la autoridad conyugal 136
III. HACIA EL AMOR ADULTO 139
Capítulo VIII: Armonía conyugal y reflexión conyugal 140
La verdadera armonía 141
La reflexión conyugal 148
Reflexión conyugal e incompatibilidad de caracteres 152
La reflexión en equipo 159
Capítulo IX: La armonía en las relaciones sexuales 160
La base de la armonía sexual 162
El ideal de la armonía sexual 165
Armonía sexual y “técnica sexual” 169
Continencia periódica y armonía conyugal 172
Capítulo X: La armonía en la vida cotidiana 175
La armonía en el empleo del dinero 176
La armonía en las actividades de los cónyuges 181
La armonía conyugal en las relaciones con los otros 188
La armonía en la educación de los hijos 192
La armonía conyugal en las prácticas religiosas 195
Notas 201
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