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3.2. La familia.

El ser humano, fue creado por Dios a su imagen y semejanza, pero “la
vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de
Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama” 1, y es precisamente este
llamado al amor que lo convierte en un ser social por naturaleza, el zoon
politikón como lo definía Aristóteles, porque no puede vivir en soledad, por eso
Dios lo creó «varón y mujer»2. “La Escritura misma da la interpretación de este
dato: el hombre, aún encontrándose rodeado de innumerables criaturas del
mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2,20). Dios interviene para hacerlo salir
de tal situación de soledad: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a
hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). En la creación de la mujer está
inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda –mírese bien- no
unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el
hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí
complementarios. La femineidad realiza lo «humano» tanto como la
masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.” 3

Es así como el hombre y la mujer se unen en matrimonio, que en esencia es un


contrato, un acuerdo donde de manera libre y espontánea los contrayentes
externan su voluntad de vivir en común de manera permanente. Para el
católico el significado de este contrato es mayor, pues es un sacramento en el
cual interviene Dios para unirlos con mayor fuerza entre ellos y con Él.

Física y psicológicamente, el hombre y la mujer son muy distintos. Solos, su


vida es incompleta. Por esta razón, el primer fin del matrimonio es la ayuda
mutua,4 lo que significa complementarse en todos los sentidos, en una corriente
de comprensión, de entender la forma de actuar y de pensar, los gustos y las
aversiones, sus metas en la vida. La aceptación plena e incondicional del otro,
hace que, mientras se van conociendo más a fondo se comprenden entre ellos,
lo que les lleva a respetarse en todo momento, dándose todas las
demostraciones que requieren, como son las caricias, los besos, las palabras
de amor, como medios para satisfacer las necesidades sensibles de la
persona. Esto se realiza cada día, de manera permanente, los esposos nunca
terminan de conocerse, siempre descubren algo nuevo en su pareja, a pesar
de que hayan transcurrido muchos años de vida en común, y conforme pasa el
tiempo, cuando los hijos han emprendido su camino independiente, las
necesidades afectivas de la pareja se incrementan junto con su capacidad de
darle más al otro.

1
BENEDICTO XVI: “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la
fe.” Alocución al iniciar el Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma. 7 de junio de 2005.
Ediciones Paulinas, México, 2005, p. 7.
2
Génesis 1, 27.
3
JUAN PABLO II: “Carta a las mujeres.” 29 de junio de 1995. Ediciones Paulinas. México, n. 7
p. 11.
Cfr. BRUBECK G., Phillip H.: Rumbo a la civilización del amor. Ediciones Bellas Letras,
Durango, Dgo., 2009, pp. 9 y 10.
4
Cfr. BRUBECK G., Phillip H.: La polémica del matrimonio. Ediciones Bellas Letras, primera
edición electrónica, Durango, Dgo., 2017, p. 15.

2
Aquí se incluye también ese apoyo del cuidado mutuo en la salud y en la
enfermedad, al ocuparse de manera constante por el bien del otro.

En cuanto a los aspectos materiales, las circunstancias sociales y económicas


actuales, hacen que tanto el hombre como la mujer trabajen para satisfacer las
necesidades domésticas. De esta forma ambos aportan y administran los
recursos económicos de la familia.

Los filósofos señalan que el segundo fin del matrimonio es el remedio a la


concupiscencia, la satisfacción de los impulsos sexuales entre la pareja, los
cuales van desde los besos y las caricias hasta la realización del coito, como
algo totalmente natural del ser humano. “«Por eso deja el hombre a su padre y
a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2,24). Que
esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo
muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera
que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19,6).” 5

Esto implica un ejercicio responsable de la sexualidad, de manera libre y


deseada por ambos cónyuges, para que realmente sea una expresión carnal
del amor que los une. En contraposición, cuando se convierte en el principal fin
del matrimonio, al momento en que por alguna razón el cónyuge no logra
satisfacer ese apetito sexual, suele provocar graves disensiones,
especialmente porque van acompañadas de la violencia para forzar a la otra
persona a realizar el coito, empujándolos así hasta la separación. Además el
desorden en la vida sexual puede llevar al anhelo de otras experiencias no
propias del matrimonio, o generadoras de patologías psicológicas.

En razón de los ciclos de fertilidad de la mujer, la unión genital no siempre tiene


como consecuencia la concepción, sin embargo debe estar abierta a la vida de
un nuevo ser, por lo que, en consecuencia, el tercer fin del matrimonio es la
procreación de los hijos, como un medio para la subsistencia de la especie
humana. “Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos
se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al
hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor
que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común
del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: “Sed fecundos y
multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla”» (Gn 1,28).” 6 Claro está, para
programar correctamente el crecimiento de la familia, los esposos deben
aprender a utilizar los métodos naturales de planificación familiar, como es el
Billings, basado en los ciclos mensuales de la fertilidad de la mujer.

Como consecuencia de lo anterior, el cuarto fin del matrimonio es el cuidado y


la educación de los hijos. Esto da origen al concepto de la paternidad
responsable, consistente en proporcionar a los hijos la educación adecuada
para su correcto desarrollo como personas en todos los ámbitos de su vida, así
como los satisfactores materiales de manutención.

5
Ídem n. 1605, p. 415.
6
Catecismo de la Iglesia Católica. Coeditores Católicos de México, 2ª edición, México, sin
fecha, n. 1604, p. 415.

3
Las dificultades económicas, derivadas en gran parte de las deficiencias del
sistema económico nacional y mundial, dificultan que el ingreso familiar pueda
satisfacer todas las necesidades para alcanzar un nivel de vida digno, de ahí
que se debe buscar procrear los hijos que realmente pueden mantener.

La educación de los hijos no es una tarea sencilla, tomando en consideración


que por regla general no se prepara a las personas para ser educadoras (a
excepción de aquellos que estudian las ciencias pedagógicas), de tal suerte
que deben aprender sobre la marcha lo que han de hacer con sus vástagos,
recordando mucho la forma como los trataron sus padres, de ahí que los
aciertos o los errores se repiten por generaciones; pero también se aplica la
innovación al hacer con los hijos lo que se vio como bueno en las familias de
los amigos, así como la forma en que quisieron ser tratados cuando sus padres
cometieron algún error en la formación.

Si bien es cierto que esta tarea nunca ha sido sencilla, ahora tiene algunos
factores que provocan sea más complicada, debido a las características
propias de la sociedad y la cultura. El primero de estos, es que, debido a las
dificultades que presenta la economía, por regla general, tanto el padre como la
madre se ven obligados a trabajar, a efecto de que puedan tener el dinero
suficiente para conseguir los satisfactores materiales de una vida digna. Este
problema provoca que los padres estén fuera del hogar durante mucho tiempo
y sea reducido el que están en convivencia con sus hijos.

En cierta ocasión, una muy buena amiga, quien siempre ha tenido en muy alta
estima a su padre, me comentó que siendo adolescente escribió en su diario:
“Es muy bonito ser hija de un superhéroe, que tiene misiones secretas para
salvar al mundo, pero quisiera que de vez en cuando tuviera tiempo de
escuchar a su hija que tiene algo que decirle, aunque no sea tan importante
como sus misiones y compromisos para salvar al mundo.” Por regla general,
para los hijos sus padres son lo máximo, sin embargo, tienen que enfrentarse
al problema de la falta de tiempo de convivencia para la satisfacción de sus
necesidades espirituales y psicológicas, de tal suerte que en muchas ocasiones
se ven influidos por los ejemplos de las niñeras universales: el teléfono móvil, la
internet y la televisión, así como de lo que ven en las redes sociales, revistas,
el cine, la prensa y otros medios, que no siempre son positivos, acertados,
constructivos; a lo que es necesario agregar la influencia que ejercen sobre
ellos los amigos que a veces los llevan a experimentar caminos de fuga de la
realidad, como las drogas, el alcohol o las relaciones sexuales prematuras, o
bien, los envuelven en experiencias de violencia física o moral.

En el ambiente materialista que nos ha tocado vivir, muchos creen que


cumplen con su responsabilidad paterna con el solo hecho de proporcionar
todos los bienes materiales que sus hijos les piden, tanto los necesarios como
los superfluos; otros se doblegan a todo tipo de caprichos de sus vástagos,
consintiéndoles incluso conductas que van en contra de los principios morales
en un permisivismo irracional; mientras que otros son totalmente represivos y
posesivos que no dejan que se desarrollen por sí mismos; pero también hay
quienes se desentienden de la educación y creen que delegando esta facultad
a la escuela cumplen con su obligación.

4
Es conveniente recordar que "la educación es, pues, un proceso singular en el
que la recíproca comunión de las personas está llena de grandes significados.
El educador es una persona que "engendra" en sentido espiritual. Bajo esta
perspectiva, la educación puede ser considerada un verdadero y propio
apostolado. Es una comunicación vital, que no sólo establece una relación
profunda entre educador y educando, sino que hace participar a ambos en la
verdad y en el amor."7

La educación se imparte fundamentalmente en la casa paterna, desde el


momento en que el hijo nace y durante todo el tiempo que en ella vive, en un
proceso continuo de formación, pues, aunque no nos demos cuenta, el niño
percibe y asimila todo lo que ve y escucha, lo cual lo va formando. Esta es la
clave. De ahí nace el derecho y la obligación de ambos padres de educar a sus
hijos. La acción que desempeñan en este campo otras instituciones como la
escuela, es subsidiaria, complementaria de la educación que se imparte en el
seno familiar.

Ante el problema de la falta de tiempo por parte de los padres, por el exceso de
trabajo, es necesario buscar los momentos de convivencia familiar de manera
eficiente entre todos sus miembros, de tal suerte que se logre tener la mejor
comunicación entre ellos, a efecto de que puedan conocer sus sentimientos y
circunstancias específicas de cada uno, de compartir lo que son. Esto es lo que
algunos llaman “tiempo de calidad”.

Pese a las dificultades que se pudieran tener, los padres han de buscar la
empatía con sus hijos, interesándose por sus proyectos, ideas y sueños, así
como por los problemas que les aquejan, de tal suerte que les ayuden a
encontrar las soluciones más adecuadas, de conformidad con lo que necesitan
justo en el momento. Esta empatía se puede lograr gracias al don de escuchar
lo que dicen los hijos, sin interrumpirlos, sin alarmarse, o enfadarse, o decirles
lo que debieron haber hecho antes de que concluyan lo que estén queriendo
comunicar. Pero a su vez, saber escuchar también implica comprenderlos,
entender con claridad las causas por las cuales actuaron de una forma
determinada, y deducir de ello lo que en realidad le están pidiendo a uno.
Después vendrá el momento de corregir amorosamente.

También se debe tomar en consideración que todos los hijos son distintos, por
esta razón el trato debe ser especial para cada uno de ellos, procurando no
compararlos con sus hermanos para ejemplificar, pues por regla general
producen un resultado distinto al esperado.

Las generaciones anteriores educaban con extremada rigidez, los golpes, las
miradas severas, los regaños demasiado fuertes. La experiencia me ha
permitido ver que los hijos son más inteligentes de lo que creemos, por lo que
desde pequeños tenemos que hacerlos razonar sobre los valores y los
principios morales, de tal manera que al momento de corregirlos debemos
darles argumentos sobre por qué está mal una cosa y como se puede
7
JUAN PABLO II: Carta a las familias en el Año Internacional de las Familias. Ediciones
Paulinas, 6ª edición, México, 1994, n. 16, p. 55.

5
realmente corregir. Es una corrección racional y amorosa, que les llegue, que
los mueva a modificar su conducta, pero a la vez se debe actuar con energía
para no ceder en aquello que no es correcto, en lo que un consentimiento
innecesario le puede provocar un daño mayor.

Estas son tan solo algunas recomendaciones que se pueden hacer de manera
genérica, cada caso requiere una atención particular. A los hijos los padres
deben proporcionarles, de manera responsable, la satisfacción de sus
necesidades espirituales, emocionales, intelectuales y materiales, Pero ante
todo, ambos padres, de manera compartida, responsable, han de predicar con
el ejemplo, para que con su testimonio de vida enseñen a los hijos lo que es el
amor, la verdad, la justicia, y el cúmulo de valores espirituales, morales y
sociales de los que continuamente les hablan, con el propósito de que ellos los
asimilen, los hagan propios y los vivan a su vez.

En síntesis, cuando nacen los hijos, el matrimonio se convierte en una familia,


la sociedad primigenia, de la cual deriva la sociedad en su sentido extenso al
unirse con otras familias; es por esta razón que en la actualidad es común
escuchar que la familia es la célula de la sociedad. Este hecho reviste una gran
importancia, ya que es en el seno familiar donde nace el ser humano, en él
crece y se forma, para posteriormente integrar su familia.

Al ser una comunidad en la que se vive el amor entre los seres humanos que la
componen, entre sí y con Dios, es muy importante recalcar que “las familias
cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, para la
edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera
en las situaciones más diversas de la vida, así como para ser levadura, en
sentido cristiano, en la cultura generalizada y en las estructuras sociales.” 8

En su encíclica Humanae Vitae, el Papa Paulo VI de una manera muy


esquemática nos presenta “las notas y las exigencias características del amor
conyugal” en cuatro puntos fundamentales:

“Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al


mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento
sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a
mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana,
de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma
y juntos alcancen su perfección humana.”

“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual
los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos
egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que
de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.”
 
“Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la
esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del
vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que
8
BENEDICTO XVI: “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la
fe.” pp. 6-7.

6
siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo. El ejemplo de
numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no sólo es
connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y
duradera.”
 
“Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los
esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El
matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la
procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más
excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios
padres".9

Y de inmediato nos explica el concepto de la paternidad responsable:

“Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de
"paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay
que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos
legítimos y relacionados entre sí.”
 
“En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa
conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder
de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana 10.”

“En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad
responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer
la razón y la voluntad.”

“En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la


paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación
ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión,
tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo
nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.”

“La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda
con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta
conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los
cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para
consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de
valores.”
 
“En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para
proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera
completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben
conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la
misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada
por la Iglesia.”11

9
Paulo VI: Encíclica Humanae vitae. n. 9. Cita a Concilio Vaticano II: Constitución Pastoral
Gaudium et spes, n. 50.
10
Cfr. Sto. Tomás, Sum. Teol. , I-II, q. 94, a. 2.
11
Paulo VI: Encíclica Humanae vitae. n. 9.

7
Familias en situación irregular.

Una gran parte de estos problemas devienen de la deformación generada por


la cosmovisión neoliberal que predomina en el mundo actual, con un falso
concepto de la libertad, que se toma como una facultad del individuo de actuar
siempre de acuerdo con lo que su voluntad le dicte, sin tomar en consideración
los derechos que tienen las demás personas. Por eso, “las diversas formas
actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el «matrimonio
a prueba», hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son
expresiones de una libertad anárquica, que se quiere presentar erróneamente
como verdadera liberación del hombre. Esa pseudo-libertad se funda en una
trivialización del cuerpo, que inevitablemente incluye la trivialización del
hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo
que quiera: así su cuerpo se convierte en algo secundario, algo que se puede
manipular desde el punto de vista humano, algo que se puede utilizar como se
quiera. El libertarismo, que se quiere hacer pasar como el descubrimiento del
cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el
cuerpo, situándolo –por decirlo así- fuera del auténtico ser y de la auténtica
dignidad de la persona.”12

El divorcio.

Uno de las grandes polémicas que ha existido en el mundo judeo-cristiano,


desde antaño, ha sido el del divorcio. Un ejemplo de ello es cuando unos
fariseos le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: “«¿Puede uno repudiar
a su mujer por un motivo cualquiera?» Él respondió: «¿No habéis leído que el
Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.»” 13 Los fariseos no dieron
su brazo a torcer fácilmente, de inmediato sacaron a relucir la Ley de Moisés
en la que se especifica “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y
resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo
que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y
la despedirá de su casa.”14 Ante esta réplica, Jesús fue categórico al agregar:
“«Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió
repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo
que quien repudie a su mujer –no por fornicación- y se case con otra, comete
adulterio.»”15

La dureza de corazón se manifiesta ahora en el pensamiento egoísta de


muchas personas, hombres o mujeres, que ven en el matrimonio una forma de
12
BENEDICTO XVI: “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de
la fe.” p. 9
13
Mateo: 19, 3-6.
14
Deuteronomio: 42, 1.
15
Mateo: 19, 8-9.

8
conseguir la felicidad individual, y si por alguna causa, por mínima que sea, no
la obtienen, de inmediato ceden a la opción del divorcio. Es una forma de
pensar que se aleja de la tradición católica, fruto del liberalismo y que se
divulga ampliamente por todos los medios, al proclamar que el divorcio es de lo
más normal. Esto provoca que los jóvenes vayan al matrimonio con una idea
equivocada, al verlo como un simple contrato fácilmente rescindible, como lo es
el matrimonio civil, por lo que no están dispuestos a solucionar en pareja los
problemas a que se enfrentan dentro de su vida conyugal.

El índice de divorcios se ha incrementado bastante en las últimas décadas, sus


causas son múltiples, desde la inmadurez de los contrayentes que se casan
por simple capricho o porque se ven forzados por un embarazo imprevisto; o
porque no existió la compatibilidad de caracteres que se esperaba; o por
asuntos tan baladíes como que le apestan los pies, o deja un tiradero en la
casa; o por otros realmente graves, como la violencia intrafamiliar, las
adicciones o la infidelidad conyugal.

Estas actitudes llevan al Papa Francisco a afirmar que “las crisis matrimoniales
frecuentemente «se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la
paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y
también del sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas
parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares
complejas y problemáticas para la opción cristiana».” 16

Cierto es que los cónyuges son los primeros en sufrir las consecuencias del
conflicto matrimonial, sin embargo, quienes más lo resienten son los hijos,
quienes ven su amor filial dividido, los obligan a tomar partido, sufren por el
conflicto y al constatar que no hay soluciones adecuadas para regresar la
armonía entre sus padres, se les graba como un sello psicológico que les
marca toda la vida, pues con la falta de uno de los padres no tienen la
formación adecuada, además de que en ocasiones los padrastros, cuando el
padre con el que se quedan a vivir contrae nuevo matrimonio, no les
proporcionan el amor que requieren, y a veces los discriminan, los maltratan o
abusan de ellos.

“La Iglesia, aunque comprende las situaciones conflictivas que deben atravesar
los matrimonios, no puede dejar de ser voz de los más frágiles, que son los
hijos que sufren, muchas veces en silencio. Hoy, «a pesar de nuestra
sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros refinados análisis
psicológicos, me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las
heridas del alma de los niños [...] ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta
el alma de un niño, en las familias donde se trata mal y se hace el mal, hasta
romper el vínculo de la fidelidad conyugal?». Estas malas experiencias no
ayudan a que esos niños maduren para ser capaces de compromisos
definitivos. Por esto, las comunidades cristianas no deben dejar solos a los
padres divorciados en nueva unión. Al contrario, deben incluirlos y
acompañarlos en su función educativa. Porque, «¿cómo podremos recomendar
a estos padres que hagan todo lo posible para educar a sus hijos en la vida
cristiana, dándoles el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los
16
FRANCISCO: Amoris laetitia. Op. cit., n. 41, p. 28.

9
tuviésemos alejados de la vida en comunidad, como si estuviesen
excomulgados? Se debe obrar de tal forma que no se sumen otros pesos
además de los que los hijos, en estas situaciones, ya tienen que cargar».
Ayudar a sanar las heridas de los padres y ayudarlos espiritualmente, es un
bien también para los hijos, quienes necesitan el rostro familiar de la Iglesia
que los apoye en esta experiencia traumática. El divorcio es un mal, y es muy
preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra
tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es fortalecer el amor
y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos prevenir el avance de
este drama de nuestra época.”17

Consciente de que existen “situaciones en que la convivencia matrimonial se


hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la
Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación.
Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para
contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es
posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas
personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su
matrimonio que permanece indisoluble.”

“Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio
según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La
Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su
mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su
marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede
reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si
los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que
contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la
comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no
pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante
el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que a aquellos
que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.”

“Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia
conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y
toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que
aquéllos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden
y deben participar en cuanto bautizados:”

“Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la


misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las
iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe
cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este
modo, día a día, la gracia de Dios.” 18

17
Ídem n. 246, p. 155.
18
Catecismo de la Iglesia Católica. nn. 1649 -1651, pp. 426.

10
En este sentido, en el Código de Derecho Canónico especifica los conceptos y
causales tanto para declarar la nulidad del matrimonio, como la separación de
los cónyuges con la subsistencia del matrimonio.

El canon 1061  § 3, indica que “el matrimonio inválido se llama putativo, si fue
celebrado de buena fe al menos por uno de los contrayentes, hasta que ambos
adquieran certeza de la nulidad”19. Este supuesto jurídico puede ser derivado
de un engaño doloso en contra del cónyuge inocente, como se establece en el
canon 1098, el cual señala que “quien contrae el matrimonio engañado por
dolo, provocado para obtener su consentimiento, acerca de una cualidad del
otro contrayente, que por su naturaleza puede perturbar gravemente el
consorcio de vida conyugal, contrae inválidamente.” 20 Esta causal de nulidad
bien puede ser el vicio en el consentimiento por parte del cónyuge culpable,
como lo establece el canon 1101  § 1. al precisar que “el consentimiento interno
de la voluntad se presume que está conforme con las palabras o signos
empleados al celebrar el matrimonio” y en el § 2. especifica que “si uno o
ambos contrayentes excluyen con un acto positivo de la voluntad el matrimonio
mismo, o un elemento esencial del matrimonio, o una propiedad esencial,
contraen inválidamente.”21

Pero los vicios del consentimiento a que se refieren los cánones 1061 y 1101,
son los menos de los casos, ya que en la mayoría de ellos los matrimonios son
válidos y consumados. Para estos últimos, cuando la situación de la
convivencia conyugal es insostenible por la violencia que genera entre los
esposos, como sucede cuando la causal es el adulterio, lo que permite la
Iglesia es la separación corporal, como se especifica en el canon 1152  §
1.:  “Aunque se recomienda encarecidamente que el cónyuge, movido por la
caridad cristiana y teniendo presente el bien de la familia, no niegue el perdón a
la comparte adúltera ni interrumpa la vida matrimonial, si a pesar de todo no
perdonase expresa o tácitamente esa culpa, tiene derecho a romper la
convivencia conyugal, a no ser que hubiera consentido en el adulterio, o
hubiera sido causa del mismo, o él también hubiera cometido adulterio”, o bien,
cuando se hace imposible seguir la vida en común, como se establece en el
canon 1153  § 1. el cual dispone que “si uno de los cónyuges pone en grave
peligro espiritual o corporal al otro o a la prole, o de otro modo hace demasiado
dura la vida en común, proporciona al otro un motivo legítimo para separarse,
con autorización del Ordinario del lugar y, si la demora implica un peligro,
también por autoridad propia.”22

La acción que se puede seguir para reducir el problema del divorcio, está en
dos momentos, uno es el de la preparación prematrimonial, primero con el
ejemplo de vida de los padres, ese testimonio que se da en la vida cotidiana
desde que el hijo nace hasta que decide casarse. Esta educación se debe
reforzar con las pláticas prematrimoniales que se imparten como un requisito
para la celebración de este sacramento, pero en esta preparación es
conveniente puntualizar más en la solución de las desavenencias conyugales,

19
Código de Derecho Canónico. http://www.vatican.va/archieve/ESL0020/_P3T.HTM
20
Ìdem. http://www.vatican.va/archieve/ESL0020/_P3X,HTM
21
Ibídem.
22
Código de Derecho Canónico. http://www.vatican.va/archieve/ESL0020/_P43.HTM

11
haciéndoles ver que no estarán exentos de ellas porque son dos personas
distintas, de criterios dispares, de formas de vida diferentes, todo lo cual tienen
que acoplar de mutuo acuerdo.

El otro momento es durante la vida en común, cuando se llega a presentar el


conflicto. Aunque a veces parezca una intromisión, hay que enseñarles a dirimir
las diferencias, como el consejo adecuado en el momento oportuno,
procedente de los padres, los hermanos, los amigos o los religiosos; ayudar a
que los cónyuges en conflicto dialoguen entre sí, y cuando el asunto es más
complicado, provocar que acudan a un buen consejero matrimonial, ya sea un
psicólogo o un sacerdote, para que los esposos se puedan reencontrar en el
amor. Muchos divorcios se pueden evitar de esta forma.

Cierto es que existen circunstancias extremas en las que resulta imposible


sostener la cohabitación de los cónyuges, de ahí que sea necesaria la
separación de los cónyuges o la nulidad del matrimonio. En estos casos,
cuando el conflicto no se puede solucionar y se llega a la disolución del vínculo
matrimonial, se debe actuar para ayudar a las mujeres y hombres divorciados,
no abandonarlos ni rechazarlos, tratarlos con amor, con una línea de pastoral
adecuada que les ayude a rehacer su vida en Cristo, y conceder un apoyo
especial a los hijos de los divorciados para que sanen sus heridas y no se
conviertan en el futuro, en reproductores de los errores de sus padres.

Por esta razón, el Papa Francisco hace suyas las palabras de la relación final
del Sínodo de Obispos, para precisar “que «los bautizados que se han
divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la
comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier
ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su
acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo
de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y
fecunda. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama
en ellos dones y carismas para el bien de todos. Su participación puede
expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir
cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el
ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos
no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar
como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge
siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del
Evangelio. Esta integración es también necesaria para el cuidado y la
educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más
importantes».”23

Unión libre.

Muchas parejas de jóvenes fundan su familia en la unión libre, un matrimonio


de facto en el que no existe ningún compromiso jurídico, ya sea civil o religioso.
Para este caso, sobresalen tres causas, la primera es la rebeldía a seguir con
las leyes civiles y eclesiásticas, en protesta por los errores y el antitestimonio
23
FRANCISCO: Amoris laetitia. Op. cit., n. 299, p. 189.

12
de vida que les proporcionan sus padres, en un rechazo absoluto a lo que
representa la generación que les antecede, tal y como lo pregonó el
movimiento hippie durante la década de 1960.

La segunda causa es un egoísmo “comodín”, en que la pareja hace vida en


común sin ningún compromiso, fundamentan su relación en el aspecto sexual y
la comodidad, por lo que se mantienen unidos mientras se sienten bien el uno
con el otro, pero como no tienen ningún compromiso, se puede disolver en
cualquier momento, sin necesidad de ningún motivo específico.

La tercera causa de la unión libre es el miedo al fracaso de algunos jóvenes


testigos de los conflictos sufridos por sus padres o personas de la generación
antecedente, o bien entre sus mismos amigos. Son personas bien
intencionadas pero inseguras de ellas mismas, toman a prueba su unión de
facto para que en caso de no tener éxito no se vean ante el problema que
resultaría buscar la culminación de un vínculo que por sí mismo es indisoluble.

La acción que se debe realizar, con mucha discreción, es encauzarlos para que
se convenzan de las bondades que representa el sacramento del matrimonio,
con el propósito de que se preparen adecuadamente y puedan llegar a la
celebración de este sacramento.

Infidelidad conyugal.

La causa más común de la infidelidad conyugal, como consecuencia de las


deformaciones culturales que afectan nuestra sociedad, derivadas del sistema
patriarcal y del machismo, es lo que podremos denominar como el complejo de
“Don Juan”, en el que los hombres sienten reafirmada su masculinidad
mediante la posesión sexual del mayor número de mujeres, con un mal uso de
la sexualidad, como consecuencia propia de una patología psicológica, que en
muchos casos parece ser irrefrenable, y solamente con la adecuada ayuda
profesional católica se puede superar.

Del otro lado vemos la influencia de ciertas ideas de “liberación” de la mujer


divulgadas por las distintas expresiones feministas, muchas veces
impregnadas de un gran odio en contra de los hombres, derivado del
resentimiento de quienes las generan, en las que se ensalza la práctica de las
relaciones sexuales adúlteras como una venganza o una liberación en contra
del machismo del que son víctimas.

Debemos tener presente que dos de los fines del matrimonio son la ayuda
mutua y el remedio a la concupiscencia de los cónyuges entre sí. Cuando se
inicia una situación de conflicto, muchas veces sin que se den cuenta cabal de
ello, los esposos comienzan a tener problemas de comunicación entre sí, de tal
suerte que empieza a faltarles el canal adecuado para que se puedan ayudar
mutuamente en todos los aspectos humanos y espirituales que requiere la
pareja para crecer integralmente, produce deficiencias en el aspecto
sentimental y también en la vida de satisfacción sexual. Entre estos últimos
resalta la negativa sistemática a sostener relaciones sexuales, siempre con
diversos pretextos pero sin una causa realmente justificada. De esta suerte, al

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no encontrarlo en casa, buscan la ayuda fuera de ella, muchas veces en los
lugares o con las personas menos idóneas, pero obtienen con ellas lo que les
está haciendo falta, lo que puede generar encariñamientos o fuertes pasiones
extramaritales.

Cuando el problema queda encuadrado en lo señalado en el párrafo anterior,


una buena asesoría o apoyo psicológico, apoyados en los sacramentos de la
reconciliación y la eucaristía, puede renovar el diálogo y la confianza entre los
esposos, para reestablecer las buenas relaciones entre ambos, a efecto de que
se proporcionen el perdón y lo que mutuamente les hace falta, con lo que se
llega a rescatar el vínculo matrimonial.

Es bueno recordar que “el amor conyugal exige de los esposos, por su misma
naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos
que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo
a ser algo definitivo, no algo pasajero. «Esta íntima unión, en cuanto donación
mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los
cónyuges y urgen su indisoluble unidad» (GS 48,1).”

“Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo


a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados
para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la
indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.” 24

Padres solteros.

Cada día es más común que los hombres seduzcan a las mujeres con falsas
promesas de matrimonio a efecto de que ellas renuncien a su virtud y accedan
a tener relaciones sexuales con ellos. Pero también, con el relajamiento de los
principios morales, vemos como muchas parejas de jóvenes no son capaces de
controlar sus impulsos sexuales que se desencadenan en el juego de las
caricias y de los besos y terminan en la cópula. Otros más, bajo la influencia de
la libertad mal entendida, por el simple goce del placer, tienen relaciones
genitales.

Cualquiera que haya sido el motivo que los llevó a tener relaciones sexuales, la
mayoría de las veces en que de manera involuntaria dichas relaciones
producen la concepción de un nuevo ser humano, al enterarse de ello el
hombre, rehúye sus responsabilidades como padre y abandona a la mujer,
quien tiene que vivir el embarazo y el nacimiento de su hijo en un ambiente de
rechazo y desamor. Sin embargo cada vez son más frecuentes los casos en
que, en situaciones como estas, el hombre es quien desea el matrimonio frente
al rechazo de la mujer, la cual se limita a veces a dar a luz al hijo y se lo deja al
padre, pues lo considera como un estorbo para poder seguir con su vida.

En ambos casos es uno de los padres el que se queda con el hijo, quien
adquiere toda la responsabilidad de criarlo, de educarlo y mantenerlo. Esta
situación tiene un doble perjuicio muchas veces, por un lado, el que resienten
los hijos ante la ausencia de uno de los padres; y por el otro, el hecho de que
24
Catecismo de la Iglesia Católica. nn. 1646 y1647, p. 425.

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se dificulta grandemente al padre soltero poder contraer matrimonio con otra
persona.

El auxilio que se les debe prestar a los padres solteros, es de tipo psicológico
para solucionar el trauma que pudieran haber desarrollado, además de
ayudarles a criar adecuadamente a sus hijos, de manera integral, con una sana
educación en los valores espirituales y morales. En este sentido, la operación
de guarderías infantiles en las parroquias, permiten que los padres solteros
trabajen con tranquilidad al saber que sus niños están siendo atendidos
correctamente. Además se les debe integrar en las actividades de los grupos
eclesiales, ya sean específicos para padres solteros, o en generales para
matrimonios.

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