Está en la página 1de 202

LOUIS HJELMSLEV

PROLEGÓMENOS A UNA
TEORÍA DEL LENGUAJE
VERSIÓN ESPAÑOLA DE
JOSÉ LUIS DÍAZ DE LIAÑO
Traducciones Diorki

SEGUNDA EDICIÓN

BIBLIOTECA ROMANICA HISPÁNICA


EDITORIAL GREDOS
MADRID
LOUIS HJELMSLEV

PROLEGÓMENOS A UN A
TEORÍA DEL LENGUAJE
VERSIÓN ESPAÑOLA DE

JOSÉ LUIS DÍAZ DE LIAÑO

Traducciones Diorki

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA


EDITORIAL GREDOS, S. A.
MADRID
© EDITORIAL GREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1971,
para la versión española.

Título original: OMKRING SPROGTEORIENS GRUNDL/EGGELSE.


En Festskrift udg. af Kobenhavns Universitet (noviembre 1943),
páginas 1-113.

Depósito Legal: M. 11043-1971.


Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1971. — 3638.
NOTA EDITORIAL

i
Ediciones de los Prolegómenos:
1. Omkring sprogteoriens grundlceggelse. En Festskrift udg
af K0benhavns Universitet (noviembre 1943), págs. 1-113.

2. Publicación aparte, también en Copenhague, 1943, 115


páginas.

3. Prolegomena to a thcory of Language. Trad. de Fran-


cis J. Whitfield. Suppl. to IJAL, XIX, 1. Indiana Univer-
sity Publications in Anthropology and Lingüistica. Me-
moir 7 of the IJAL. 92 págs.

4. Prolegomena lo a theory of Language. Trad. de Fran-


cis J. Whitfield. The üniversity of Wisconsin Press, Madi-
son, 1963, 144 págs.

5. Prolégoménes á une théorie du langage. Trad. por un


equipo de lingüistas. Edit. du Minuit, París, 1968, 227
páginas.

FF"59S93
KM
— ■ J -
ADVERTENCIA SOBRE LA TRADUCCIÓN

Hemos tratado de ser fieles, en los vocablos de traduc­


ción dudosa, a los criterios ya admitidos. Singularmente,
hemos seguido la pauta que marca Alarcos Llorach en su
Gramática estructural, Madrid, Gredos, 1951, reimpresión en
1969.
I

5] EL ESTUDIO DEL LENGUAJE Y LA TEORÍA


DEL LENGUAJE

El lenguaje —el habla humana— es una fuente inagotable


de tesoros múltiples. El lenguaje es inseparable del hom­
bre y le sigue en todas sus tareas. El lenguaje es el instru­
mento con el que el hombre da forma a su pensamiento y
a sus sentimientos, a su estado de ánimo, sus aspiraciones,
su querer y su actuar, el instrumento mediante el cual ejer­
ce y recibe influencias, el xijnientqjnás.J&rme_y_p_rofundo de
la sociedad humana. Pero también es el último e indispem
sable sostén del individuo humano, su refugio en las horas
de soledad, cuando la mente lucha con la existencia y el
conflicto se resuelve en el monólogo del poeta y del pen­
sador. Antes del primer despertar de nuestra conciencia,
desplegaba ya el lenguaje sus ecos en tomo nuestro, presto
a cerrarse en torno a la tierna semilla del pensamiento y
a acompañamos de modo inseparable por la vida, desde las
sencillas actividades cotidianas hasta nuestros momentos
más sublimes e íntimos —esos momentos de los que, por
medio del depósito de memoria que el lenguaje nos facilita,
extraemos el calor y la fuerza necesarios para el vivir dia-
12 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
rio—. Pero el lenguaje no es un mero acompañamiento ex­
terno. Tiene sus. raíces _en lo más profundo de la mente
humana, tesoro de recuerdos heredados por la tribu y el
Individuo, conciencia vigilante que recuerda y avisa. Y el^ \
habla es el signo distintivo de la personalidad, para bien o
para mal, el signo distintivo del hogar y de la nación, el
título de nobleza del género humano. Tan inseparablemente
se encuentra el lenguaje ligado a la personalidad, al hogar,
a la nación, al género humano y a la vida misma, que a
veces podemos sentirnos tentados de preguntar si el lengua­
je es un mero reflejo de eso, o, simplemente, todas esas
cosas —el cotiledón mismo del que nacen—.
Por estas razones ha atraído el lenguaje al hombre como
objeto de admiración y descripción, tanto poética come
científica.
La ciencia ha tendido a ver el lenguaje como una
ó| serie de sonidos y de gestos expresivos, sujetos a des­
cripción física y fisiológica exacta y ordenados como
signos de los fenómenos de la conciencia. Ha buscado en el
lenguaje, a través de interpretaciones psicológicas y lógicas,
la fluctuación de la psique humana y la constancia del pen­
samiento —aquélla en la vida caprichosa y cambiante del
lenguaje, ésta en sus signos, reconociendo en ellos dos cla­
ses, la palabra y la proposición símbolos palpables del con­
cepto y del juicio respectivamente. Del lenguaje, concebido
como sistema de signos y como entidad estable., se esperaba
que proporcionase la clave del sistema del pensamiento hu­
mano, de la naturaleza de la psique. Concebido como insti­
tución social supraindividual, había de contribuir a expresar
el carácter de la nación. Concebido como fenómeno fluctuan­
do V sujeto a cambio, había de marcar el camino hacia la
Comprensión tanto del estilo de la personalidad como de las
dianas vicisitudes de generaciones pasadas. El lenguaje
Estudio y teoría del lenguaje 13
llegó a considerarse como posición clave desde la que se
abrirían perspectivas en direcciones múltiples.
Así considerado, aun cuando se le haga objeto de inves­
tigación científica, el lenguaje deviene no un fin en sí misqio,
sino un medio: medio de conocimiento cuyo objeto princi- z—
pal se halla fuera del lenguaje, aunque "tal vez sólo sea posi­
ble alcanzar aquél a través del mismo y llegar a él partien­
do de premisas distintas de las que el lenguaje ,n
este caso el lenguaje es un medio de conocimiento transcen­
dente (en el sentido propio y etimológico de la palabra trans­
cendente'), y no la meta de un conocimiento inmanente/Así,
la descripción física y fisiológica de los sonidos articulados
degenera fácilmente en mera física y en mera fisiología, y la
descripción psicológica y lógica de los signos (palabras y
proposiciones) efi mera psicología, lógica y ontología, con
lo que se olvida el punto de vista lingüístico del que parti­
mos. La historia nos lo confirma. Aun en aquellos casos en ?
que no ocurre así precisamente, los fenómenos físicos, fisioló­
gicos, psicológicos y lógicos per se no constituyen ei lenguaje,
sino únicamente facetas externas y desconectadas del mismo,
seleccionadas como objeto de estudio, no por razón del len­
guaje en sí, sino de los fenómenos hacia los que se orienta
el lenguaje. Lo mismo ocurre cuando pasamos a considerar
el lenguaje, basándonos en estas descripciones, como clave
que permite comprender las condiciones sociales y recons­
truir las relaciones prehistóricas que existían entre los pue­
blos y naciones.
No se vea en lo anterior un deseo de minimizar tales
puntos de vista y tales esfuerzos, sino de señalar un peligro:
el peligro de que, celosos por alcanzar cuanto antes la meta
de nuestro conocimiento, pasemos por alto el medio que a
ese conocimiento conduce: el -lenguaje mismo.
14 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
7] Es un peligro real, porque por su propia naturaleza
el lenguaje se presta a que se le pase por alto, a que
se le considere medio, y no fin, y sólo por artificio se dirija
la atención al medio mismo del conocimiento. Esto ocurre
a diario, cuando no se tiene en cuenta el lenguaje de modo
consciente, pero ocurre igualmente en la investigación cien­
tífica. Ciertamente, se advirtió hace tiempo que además de
<4^ con la filología —el estudio del lenguaje y de sus textos
como medio de conocimiento histórico y literario— hemos
í/de contar con una lingüística —el estudio del lenguaje y de
sus textos como fin en sí mismo—. Pero del dicho al hecho
hay un largo trecho. De nuevo, el lenguaje decepcionó a sus
estudiosos científicos ./Lo que pasó a ser contenido principal
de la lingüística convencional —la historia lingüística y la
comparación genética de las lenguas— ni tenía como meta
, ni tuvo por resultado el conocimiento de la naturaleza del
lenguaje, sino más bien el conocimiento histórico y prehis­
tórico de las condiciones sociales y de las relaciones entre
los pueblos, conocimiento obtenido a través del lenguaje to­
mado como medio.| Y esto es filología. Ciertamente, a me­
nudo parece, dada la técnica interna de este tipo de lingüís­
tica comparativa, que se estudia el lenguaje; pero se trata
de una ilusión. Lo que realmente se estudia son los disiecta
membra del lenguaje, que no nos permiten comprender la
totalidad que éste constituye. Entonces se estudian los pre-
' cipitados físicos, fisiológicos, psicológicos, lógicos, socioló­
gicos e históricos del lenguaje, no el lenguaje mismo.
Para establecer una verdadera lingüística que sea algo
más que una ciencia auxiliar o derivada, es preciso actuar
de otro modo/La lingüística ha de esforzarse por compren-
der el lenguaje no como un conglomerado de fenómenos no
I lingüísticos (físicos, fisiológicos, psicológicos, lógicos, socio-
[: lógicos), sino como , una totalidad autosuficiente, como una
Estudio y teoría del lenguaje 15
estructura sui generis. Sólo de este modo puede el lenguaje
por sí mismo someterse a tratamiento científico, sin que de
nuevo queden defraudados quienes lo estudian, y pierdan la
perspectiva.
Tarde o temprano habrá de ser posible medir la signifi­
cación de todo ello por las repercusiones de esta lingüística
sobre los diversos puntos de vista transcendentes —sobre la
filología y sobre lo que hasta ahora se ha considerado como
lingüística—. La teoría de semejante lingüística, sobre todo,
proporcionará una base más uniforme de comparación entre
las lenguas, suprimiendo esa estrechez de miras en la forma­
ción de los conceptos que constituye el obstáculo del filó­
logo, y establecerá finalmente una lingüística genética
8] real y racional. En sus consecuencias más inmediatas,
ía significación de tal lingüística —tanto si la estruc­
tura del lenguaje se equipara a la de la realidad, como si
se la toma como reflejo más o menos deformado de la mis­
ma— puede medirse también por su contribución a la epis­
temología en general.
Lo que se necesita es construir una teoría lingüística que
descubra y enuncie las premisas de tal lingüística, que esta­
blezca sus métodos e indique el camino.
El presente trabajo constituye los prolegómenos de seme­
jante teoría.
El estudio del lenguaje, con sus múltiples metas, en lo
esencial transcendentes, tiene muchos seguidores; la teoría,
con su meta puramente inmanente, pocos. Pero no se con­
funda, a este respecto, la teoría del lenguaje con la filosofía
del lenguaje. Como a la de cualquier otra disciplina, a la
historia del estudio del lenguaje no le son ajenos los inten­
tos de dar una motivación filosófica a los métodos de inves­
tigación seguidos en la práctica; así, dado el interés por los
16 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
fundamentos, que tanto se ha visto crecer en los últimos
. años, se ha dotado, a ciertos tipos transcendentes de lin­
güística, de supuestos sistemas de axiomas L Por otra parte,
es raro que estas especulaciones de la filosofía lingüística
adopten tal forma aparentemente exacta, o que las empren­
dan, de modo sistemático y en gran escala, investigadores
con la preparación suficiente tanto lingüística como episte­
mológica. La mayoría pueden relegarse a la categoría de es­
peculaciones subjetivas, y por esta razón ning’ina ha tenido
buena acogida —salvo, tal vez, de modo pasajero, como ten­
dencias de moda relativamente superficiales—. De ahí que
ni sea posible escribir la historia de la teoría lingüística, ni
seguir suevolución: es demasiado discontinua. En tal es­
tado de cosas, los intentos de formar una teoría lingüística
se han visto desacreditados por muchos que los han tachado
de huero filosofar y diletantismo apriorísticos. La crítica,
ñor lo demás, parece harto justificada, puesto que el di­
letantismo y el filosofar apriorístico han prevalecido en
este campo hasta tal extremo que han hecho difícil distin­
guir, desde fuera, entre lo verdadero y lo falso. El presente
trabajo bien podría dejar sentado que estas características
no son necesariamente inherentes a todo intento de teoría
lingüística. Lograremos mejor este fin olvidando el pasado,
hasta cierto pimío, y comenzando desde el principio en to­
dos aquellos casos en que el pasado no haya dado nada de
utilidad positiva. En gran parte nos basaremos en el mismo
material empírico utilizado en investigaciones anteriores,
material que, interpretado de nuevo, constituye el objeto de

1 Leonard Bloomfield, «A set of postúlales for the science of lan-


guage» (Language, II, 1926, págs. 153-164). Karl Bühler, Sprachtheorie,
Jena, 1934, Id., «Die Axiomatik der Sprachwissenschaften» (Kantstu-
dien, XXXVIII, 1933, págs. 19-90).
Estudio y teoría del lenguaje
la teoría lingüística. Reconoceremos explícitamente
9] nuestra deuda en aquellos casos en que sabemos que
' otros han conseguido con anterioridad los resultados
deseados. Deberíamos destacar aquí, sobre todos, a un teó­
rico de la lingüística que fue su evidente pionero: el suizo
Ferdinand de Saussure2.
Parte del trabajo preparatorio de importancia fundamen-j
tal para la teoría lingüística aquí presentada se hizo en cola­
boración con algunos miembros del Círculo Lingüístico de
Copenhague, principalmente con H. J. Uldall, en los años
1934-1939. En la elaboración de algunos de los supuestos bá­
sicos de la teoría el autor se ha beneficiado de los debates
sostenidos en la Sociedad Filosófica y Psicológica de Copen­
hague, y también de un intercambio de ideas más detallado
con Jorgen Jorgensen y Edgar Tranekjaer Rasmussen. La
responsabilidad del presente trabajo la asuíne totalmente el
autor.

2 Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale, publ. par


Ch. Bally & Alb. Sechehaye, París, 1916, 2.a ed., 1922; 3.a ed., 1931, 1949.

PROLEGÓMENOS. — 2
TEORÍA LINGÜÍSTICA Y HUMANISMO

Una teoría lingüística que trate de hallar la estructura


Í específica del lenguaje a través de un sistema de premisas
exclusivamente formal, aun teniendo siempre en cuenta las
fluctuaciones y cambios del lenguaje hablado, habrá de ne­
garse, necesariamente, a conceder valor exclusivo a estos
cambios; habrá de perseguir una constancia que no se apo­
ye en ninguna «realidad» exterior al lenguaje —una constan­
cia que haga a una lengua lengua, cualquiera que sea, y que
haga a una lengua idéntica a sí misma en todas sus diversas
manifestaciones—. Una vez hallada y descrita esta constan­
cia, podrá entonce^ proyectarse sobre la «realidad» exterior
al lenguaje, cualquiera que sea la especie de esta «realidad»
(física, fisiológica, psicológica, lógica u ontológica), de modo
que, incluso al considerar esa «realidad», el lenguaje, como
punto de referencia central, continúe siendo el objeto prin­
cipal —y no un conglomerado, sino una totalidad organiza­
da, con una estructura lingüística como principio domi-
’Sáhte—. /
La búsqueda de tal constancia agrupadora e integradora
estará seguramente en oposición con cierta tradición hume-
Teoría lingüística y humanismo 19
nística que, de variada guisa, ha predominado hasta ahora
en la ciencia lingüística. Esta tradición humanística, en su
forma típica, niega a priori la existencia de tal constancia y
la legitimidad de su búsqueda. De acuerdo con este punto de
vista, los fenómenos humanísticos, a diferencia de los natu­
rales, no son recurrentes y por esta misma razón no pueden,
como los fenómenos naturales, someterse a tratamiento gene-
ralizador y exacto. En el campo de las humanidades
10] habría de emplearse, consecuentemente, un método dis­
tinto —a saber, la mera descripción, que estaría más
próxima a la poesía que a una ciencia exacta— o, en todo
caso, un método circunscrito a una forma de presentación
discursiva, a cuyo tenor los fenómenos discurren, uno a uno,
sin que sean interpretados mediante un sistema. En el cam­
po de la historia esta tesis se ha mantenido como doctrina,
y parece que de hecho constituye la base de la historia en su
forma clásica. Consecuentemente, aquellas disciplinas que
tal vez puedan denominarse más humanísticas —el estudio
de la literatura y el estudio del arte— han sido consideradas
históricamente como disciplinas descriptivas más que siste­
matizadoras. Podrá observarse una tendencia a sistematizar
en ciertos campos, pero la historia, y con ella las humani­
dades en conjunto, todavía se niegan a aceptar la legitimi­
dad y posibilidad de semejante sistematización
A priori, la tesis de que para cada so hay un siste­
ma correspondiente, por medio del cual puede aquél ánali-
zarse y describirse con unnúmero limitado de premisas,
podría considerarse de validez general. Debe suponerse que
es posible analizar todo proceso en un número limitado dé
elementos recurriendo a diversas combinaciones. Entonces,
sobre la basé de tal'análisis será viable ordenar estos el©r
mentos en clases, de acuerdo con-.sus- posibilidades-de-eonr
binación. Y será asimismo viable establecer un cálculo ge-
20 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
neral y exhaustivo de las combinaciones posibles. Una histo­
ria así elaborada pasaría del nivel de mera descripción pri­
mitiva al de ciencia sistemática, exacta y general izadora, en
cuya teoría se prevén todos los eventos (combinaciones posi­
bles de elementos), y se establecen las condiciones por las
que adquieran realidad.
Parece indiscutible que, en tanto las humanidades no ha­
yan puesto a prueba esta tesis como hipótesis de trabajo,
1 uibrán descuidado su tarea fundamental, la de intentar es­
tablecer los estudios humanísticos como ciencia. Debería
comprenderse que la descripción de los fenómenos huma­
nísticos ha de elegir entre un tratamiento poético como úni­
co posible, de un lado, y un tratamiento poético y científico,
como dos formas de descripción coordinadas, de otro; y de­
bería comprenderse también que la elección depende de que
se compruebe la tesis de que todo proceso tiene un sistema
subyacente.
ti] Parece a priori que el lenguaje es un objeto en el
que puede ponerse a prueba esta tesis con la esperan­
za de obtener un resultado positivo.
A una descripción meramente discursiva de los aconteci­
mientos lingüísticos no le es posible en modo alguno des­
pertar suficiente interés, y por tanto siempre se ha sentido
la necesidad de adoptar un punto de vista suplementario y
sistematizador: en tal sentido, se ha buscado tras el pro­
ceso textual un sistema fonético, un sistema semántico, un
sistema gramatical. Pero hasta ahora, la ciencia lingüística,
cultivada por .filólogos, con un objetivo transcendente v bajo
el fuerte influjo de un humanismo, que ha rechazado toda
idea de sistema, no ha logrado llevar el anáfisis -hasta? el
final, ^establecer sus premisas-con-claridad,,o-tratar de alcan­
zar un principio de análisis uniforme, y por ello continúa
siendo vaga y subjetiva, metafísica y este tizante, por no de- -
Teoría lingüística y humanismo 21
cir nada de las muchas ocasione^ en que_ se ha amparado
en una? forma de presentación completamente, .anecdótica..
5 La meta de la teoría lingüística es probar, en lo que pa-
¡rece un objeto altamente invitador, la tesis de que todo
¡proceso tiene un sistema subyacente —y toda fluctuación
¿una constancia subyacente—/Las voces que de antemano se
alzaban contra tal intento en el campo de la humanística,
argumentando que no podemos sujetar a análisis científico
la vida espiritual del hombre y los fenómenos que implica
sin matar esta vida y, como consecuencia, permitiendo que
el objeto escape a nuestra consideración, son puramente
apriorísticas, y no pueden impedir a la ciencia que lo in­
tente. Si falla el intento —no en los casos particulares, sino
en su principio— las objeciones serán válidas, y se habrá
demostrado que los fenómenos humanísticos sólo pueden
tratarse desde puntos de vista subjetivos y estéticos. En
cambio, si el intento tiene éxito —de modo que el principio
resulte aplicable— estas voces se callarán por sí mismas, y
entonces sólo nos quedaría realizar los experimentos corres­
pondientes en los demás campos del humanismo.
TEORÍA LINGÜÍSTICA Y EMPIRISMO

Toda teoría consigue su forma más simple cuando se


basa únicamente en aquellas premisas que exija necesaria­
mente su objeto. Además, para conformarse a su fin, toda
teoría ha de implicar, caso de que se aplique, la producción
de resultados que estén de acuerdo con los llamados datos
empíricos (reales o presuntos).
Al llegar aquí, toda teoría se enfrenta con una exigencia
metodológica, cuyo «sentido» habrá de investigarse por me­
dio de la epistemología. Tal investigación, a nuestro parecer,
puede omitirse aquí.
Creemos que la exigencia que hemos esbozado más
12] arriba, la exigencia del llamado empirismo, ha de sa­
tisfacerse por medio del principio que se verá segui­
damente. Tal principio, que colocamos por encima de los
restantes, distingue a nuestra teoría, inmediatamente y con
toda claridad, de cualesquiera intentos anteriores de elabo­
rar una filosofía lingüística:
La descripción habrá de estar libre de contradicción (ser
autoconsecuente), ser exhaustiva y tan simple cuanto sea po­
sible. La exigencia de falta de contradicción tiene preferen-
Teoría lingüística y empirismo 23
cia sobre la de exhaustividad. La exigencia de exhaustividadl
tiene preferencia sobre la de simplicidad. 1
Sugerimos llamar a ese principio principio empírico. Pero
estamos dispuestos a renunciar al nombre si la investigación
epistemológica revela que es inadecuado. Desde nuestro pun­
to de vista, se trata meramente de una cuestión de termi­
nología, que no afecta a la validez del principio.

-
.............
>• • . •

1 ¡1 • .

'Í’:1 t;

_. i1 . ••• m

* •

*
.41
^

,T'’j '■

. ••'1°

v-ií -

& : ■ •*

■V
-- - ■ : ■

I
TEORÍA LINGÜÍSTICA E INDUCCIÓN

Predicar el llamado principio empírico no es lo mismo


que predicar un inductivismo, entendiendo por tal la exi­
gencia de un ascenso gradual de lo particular a lo general,
o de algo más limitado a algo menos limitado. Con ello nos
tropezamos de nuevo con unos términos necesitados de aná­
lisis y depuración epistemológicos: en este caso, términos
que nosotros mismos tendremos ocasión más adelante de
aplicar con mayor precisión de la que podemos emplear
ahora. Y una vez más, tanto aquí como más adelante, se
deja sin hacer un estudio terminológico considerado desde
un enfoque epistemológico. Portel jmomento nos interesa
aclarar nuestra postura, que se opone a la lingüística pre­
cedente. En su forma típica esta lingüística sigue un curso
ascendente en la formación de sus conceptos: va de los so­
nidos aislados a los fonemas (clases de sonidos), de los fo­
nemas en particular a las categorías de fonemas, de las di­
versas significaciones particulares a las significaciones gene­
rales o básicas, y de éstas a las categorías de significaciones.
En lingüística llamamos generalmente a este modo de pro­
ceder inductivo. Puede definirse en breves palabras como
Teoría lingüística e inducción 25
una progresión del componente a ia clase, no de la clase al.
componente. Es un movimiento sintético, no analítico: un
método generalizador, no especificador.
Basta la experiencia para demostrar las evidentes defi­
ciencias de dicho método. Conduce inevitablemente a la
abstracción de conceptos que se hipostasían entonces como
reales. Este realismo (en el sentido medieval de la palabra)
no puede dar una base útil de comparación, puesto
13] que los conceptos a que así se llega no son geneiales
ni, por tanto, generalizables más allá de una lengua
concreta en una etapa determinada. Toda nuestra termino­
logía heredada adolece de tal realismo, poco propicio al
éxito. Los conceptos de clase de la gramática que se obtie- /
nen por inducción, tales como «genitivo», «perfecto», «sub­
juntivo», «pasivo», etc., proporcionan ejemplos notables que
ilustran el caso. Ninguno de ellos, tal como se han. usado
hasta ahora, se presta a definición general: genitivo, per­
fecto, subjuntivo o pasivo son cosas totalmente diferentes
en una lengua, por ejemplo el latín, que en otra, digamos el
griego. Lo mismo cabe decir, sin ninguna excepción, de los
restantes conceptos de la lingüística tradicional. En este te­
rreno, por tanto, la inducción nos lleva de la fluctuación, no
a la constancia, sino al accidente. Y así entra finalmente en
pugna con nuestro principio empírico: no puede asegurar
una descripción autoconsecuente y simple.
Si partimos de los supuestos empíricos, estos mismos
datos impondrán el procedimiento opuesto. Si algo hay que
dar al investigador lingüístico (nos expresamos en condi­
cional por razones epistemológicas), es el texto todavía sin
analizar, indiviso y en su integridad absoluta. El único ca­
mino posible a seguir, si queremos ordenar un sistema que
permita el proceso de ese texto, es realizar un análisis en
el que se considere el texto como clase dividida en compo-
26 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
nentes, después estos componentes como clases divididas
en componentes, y así sucesivamente hasta agotar el análisis.
Tal procedimiento, según lo visto, puede definirse breve­
mente como una progresión de la clase al componente, no,
del componente a la clase, como análisis y especificación, no
como síntesis y generalización, en oposición al método in­
ductivo en el sentido en que lo emplea la lingüística. En la
lingüística moderna, en que se K. actualizado tal contraste,
se ha designado ese modo de proceder o la aproximación al
mismo por la palabra deducción. Es un uso que nó satisface
a los epistemólogos, pero lo conservamos aquí en la creen­
cia de que más tarde podremos demostrar que la oposición
terminológica en este punto no es insuperable.
TEORÍA LINGÜÍSTICA Y REALIDAD

Con la terminología elegida, hemos podido designar el


método de la teoría lingüística..como necesariamente_empí-
rico y necesariamente deductivo, arrojando así alguna luz
desde cierto ángulo sobre la cuestión primera e inmediata
de la relación, de la teoría lingüística con los.HamadQS
14] datos empíricos. Pero aún nos queda por arrojar luz
sobre la misma cuestión desde otro ángulo: hemos de
ver si las posibles influencias entre la teoría y su objeto (u
objetos) son recíprocas o unidireccionales. Para enunciar el
problema en forma simplificada, tendenciosa y deliberada­
mente ingenua, ¿determina y afecta el objeto a la teoría, o
determina y afecta la teoría a su objeto?
También ahora hemos de dejar a un lado el problema
puramente epistemológico en todo su alcance, y limitar núes
tra atención a aquel aspecto del mismo que directamente
nos concierne. Está claro que la palabra teoría, con tanta
frecuencia mal usada y desacreditada, puede tomarse en va­
rios sentidos. Teoría puede significar, entre otras cosas, sis­
tema de hipótesis. Tomada en este sentido —ahora tan fre­
cuente— resulta claro que la influencia entre la teoría y el
objeto es unidireccional: el objeto determina y afecta a
la teoría, no viceversa. Si las hipótesis son verdaderas o
28 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
falsas puede mostrarse por un proceso de verificación. Pero
ya se habrá visto que usamos la palabra teoría en otro sen­
tido. A este respecto, hay dos factores de importancia
parigual:
1. Una teoría, en el sentido que empleamos, es por sí
misma independiente de toda experiencia. Por sí misma, no
dice nada en absoluto acerca de la posibilidad de su aplica­
ción y de su relación con los datos empíricos. No incluye
postulado de existencia alguno. Constituye lo que se ha lla­
mado sistema puramente deductivo, en el sentido de que
sólo puede usarse para calcular las posibilidades que se si­
guen de sus premisas.
2. Una teoría introduce ciertas premisas acerca de las
cuales el teórico sabe, por experiencias anteriores, que cum­
plen las condiciones de aplicación a ciertos datos empíricos.
Estas premisas tienen el mayor valor de generalidad posi­
ble y, por lo tanto, son capaces de satisfacer las condiciones
de aplicación a un gran número de datos empíricos.
Al primero de estos factores lo llamaremos arbitrariedad
de la teoría; al segundo, adecuación. Parece necesario con­
siderar tanto uno como otro al elaborar una teoría, pero de
lo dicho se sigue que los datos empíricos nunca pueden for­
talecer ni debilitar la teoría misma, sino únicamente su
aplicabilidad.
Una teoría nos permite deducir distintos teoremas, todos
los cuales han de tener forma de implicaciones (en el
15] sentido lógico) o ser susceptibles de transposición a
tal forma condicional. Tales teoremas sólo afirman que
si se cumple una condición se sigue la certeza de una propo­
sición dada. Al aplicar la teoría se pondrá de manifiesto si
la condición se cumple en algún caso dado.
Basándonos en una teoría y sus teoremas podemos cons­
truir hipótesis (inclusive las llamadas leyes), cuyo destino,
Teoría lingüística y realidad 29
contrario al de la teoría misma, depende exclusivamente de
la verificación.
No hemos hecho mención alguna de axiomas o postula­
dos. Dejamos a la epistemología decidir si las premisas bá­
sicas explícitamente introducidas por nuestra teoría lingüís­
tica necesitan algún fundamento axiomático adicional. En
todo caso, se remontan hasta tal punto y son de naturaleza
tan general que ninguna parece ser específica de la teoría
lingüística, en cuanto opuesta a otras teorías. Es así porque
lo que pretendemos precisamente es establecer unas premi­
sas tan claras como sea posible, aunque sin rebasar lo que
parece directamente adecuado a una teoría lingüística. Nos
vemos, pues, forzados en cierto modo a invadir los domi­
nios de la epistemología, como se ha visto en los apartados
precedentes. El procedimiento empleado se basa en la con­
vicción de que es imposible desarrollar la teoría de una
ciencia dada sin una colaboración activa de la epistemología.
La teoría lingüística, pues, define soberanamente su obje:
to por medio de una estrategia de premisas arbitraria y ade­
cuada. La teoría consiste en un cálculo que parte de las
menos y más generales premisas deque,, es., posible partir,
siempre suponiendo que ninguna de las que son específicas
de la teoría parece de naturaleza axiomática. Este cálculo
permite la predicción de posibilidades, pero nada dice en
cuanto a su realización. Así, si ponemos la teoría lingüística,
tomada en.este sentido, en relación con el concepto derea-
lidad, la respuesta a nuestra pregunta de si el objeto de-
termina y afecta.a Ja. teoría, o viceversa, es «tanto... como»:
en virtud de su naturaleza arbitraria la teoría es arrealista;
en virtud de su .ade.cuacÍQn_es realista (tomando la palabra
realismo en un sentido moderno, y no, como antes, en su
sentido medieval).
VI

EL FIN DE LA TEORÍA LINGÜÍSTICA

Así pues, puede decirse que una teoría, en el sentido aquí


atribuido a la palabra, intenta proporcionar un modo de
proceder con el cual_sea„pesible describir de modo
autoconsecuente y exhaustivo objetos de cierta natu­
raleza establecida como premisa. Tal descripción auto-
consecuente y exhaustiva conduce a lo que normalmente
se llama conocimiento o comprensión del objeto considera­
do. En cierto sentido, pues, también podemos decir, sin co­
rrer el riesgo de ser confusos u oscuros, que una teoría
pretende indicar un modo de proceder pora conocer o com­
prender un objeto dado. Pero no sólo ha de proporcionar
los medios para conocer un objeto determinado, sino que
debe organizarse también de tal modo que permita cono­
cer todos los objetos concebibles de la naturaleza estable­
cida como premisa. La teoría debe ser general, en el senti­
do de que ha de proporcionamos instrumentos para'com­
prender no sólo un objeto dado o los objetos hasta aquí
experimentados, sino todos los objetos concebibles de cierta
naturaleza establecida como premisa. Con una teoría nos

—L
El -fin de la teoría lingüística 31
armamos para enfrentarnos no sólo a las eventualidades que
ya se nos hayan presentado, sino a cualquier otra eventua­
lidad.
Los objeto^ que interesan a la teoría lingüística son los-
textos. El fin de la teoría lingüística es dotarnos de un modo J
de proceder con el cual pueda comprenderse un texto dado
mediante .na descripción autoconsecuente y exhaustiva.
Pero debe indicar además cómo puede entenderse cualquier
otro texto de la naturaleza establecida como premisa, y esto
lo hace facilitándonos instrumentos susceptibles de empleo
en tal texto.
Por ejemplo, necesitamos que la teoría lingüística nos
permita describir de modo autoconsecuente y exhaustivo no
sólo un texto danés determinado, sino también todos los de­
más textos daneses, y no sól° todos los dados, sino tam­
bién todos los textos daneses concebibles o posibles, incluso
los que no existirán hasta i íañana o hasta más tarde, en
tanto sean textos de la misma clase, es decir, textos de una
naturaleza establecida como premisa igual a la de los hasta
aquí considerados. Eso lo hace basándose en los textos da­
neses que han existido hasta ahora, y puesto que éstos son
enormemente numerosos y extensos, debe contentarse con
tomar como base una selección de Iós mismos. Utilizando
los instrumentos de la teoría lingüística podemos extraer de
tal selección una reserva de conocimientos utilizable en
otros textos. Este conocimiento afecta, no única o esencial­
mente a los procesos o textos de los que se obtiene,
17] sino al sistema o lengua en que se basan todos los
textos de la misma naturaleza, y con cuya ayuda po­
demos construir nuevos textos. Con la información lingüís­
tica así obtenida, nos es posible construir cualquier texto
concebible o teóricamente posible en la misma lengua.
32 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Pero la teoría lingüística debe ser <ie utilidad para descri­
bir y predecir no sólo cualquier texto posible compuesto en
cierta lengua, sino, basándose en la información que se nos
proporciona acerca del lenguaje en general, cualquier texto
posible compuesto en cualquier lengua, sea cual fuere ésta.
El teórico de la lingüística, por supuesto, debe tratar de sa­
tisfacer esta exigencia del mismo modo, comenzando con
cierta ..elección de textos de diferentes lenguas. Como es
evidente, sería hum mámente imposible trabajar con todos
los textos existentes; lo que es más, el trabajo sería es­
téril, puesto que la teoría también debe cubrir textos que
todavía no han adquirido realidad. De aquí que el teórico
de la lingüística, como cualquier otro teórico, deba tomar la
precaución de prever todas las posibilidades concebibles
—incluso aquellas que él mismo no haya experimentado o
haya visto convertidas en realidad— y admitirlas en su teoría
de modo que sean aplicables a textos y lenguas con los que
no se haya tropezado, o a lenguas que tal vez nunca hayan
llegado a ser realidad, y algunas de las cuales probablemen­
te nunca lo serán. Sólo así elaborará una teoría lingüística
con garantías de aplicabilidad.
Por tanto, es necesario asegurar la aplicabilidad de la
teoría, y toda aplicación presupone necesariamente la teo­
ría. Pero es de capital importancia no confundir la teoría
con sus aplicaciones o con el método práctico (procedi­
miento) de aplicación. La teoría conducirá a un procedi­
miento, pero ningún «procedimiento de exploración» (prác­
tico) se expondrá en este libro, que, en sentido estricto no
ofrece siquiera la teoría en forma sistemática, sino única­
mente sus prolegómenos.
En virtud de su adecuación, la tarea de la teoría lingüís­
tica es empírica; en virtud de su arbitrariedad, es calcula­
toria. Partiendo de ciertas experiencias, que necesariamente
El fin de la teoría lingüística 33
deben limitarse, aun cuando deberían ser lo más variadas
posible, el teórico de la lingüística establece un cálculo de
todas las posibilidades concebibles dentro de ciertos marcos.
Estos marcos los construye arbitrariamente: descubre cier­
tas propiedades en todos esos objetos que la gente está de
acuerdo en llamar lenguas, para después generalizar tales
propiedades y establecerlas mediante una definición. A par­
tir de este momento el teórico de la lingüística —arbitraria,
pero adecuadamente— ha decretado a qué objetos puede y
a cuáles no puede aplicarse su teoría. Establece entonces,
para todos los objetos de la naturaleza establecida como
premisa en la definición, un cálculo general en el que se pre­
vén todos los casos concebibles. Este cálculo, que se deduce
de la definición establecida con independencia de toda expe­
riencia, proporciona los medios para describir o compren­
der un texto dado y la lengua con arreglo a la cual
18] se construye. La teoría lingüística no puede verificarse
(confirmarse o invalidarse) haciendo referencia a tales
textos o lenguas existentes. Sólo puede juzgarse por referen­
cia al carácter autoconsecuente y exhaustivo del cálculo.
Si, por medio de este cálculo general, la teoría lingüística
termina por construir varios modos de proceder posibles,
todos los cuales puedan proporcionar una descripción auto-
consecuente y exhaustiva de cualquier texto dado y por me­
dio de ¿1 de cualquier lengua, sea cual fuere, entonces, de
esos posibles métodos se elegirá aquel que facilite la des­
cripción más simple posible. Siyariqs.métodqsprop.orcionan
descripciones igualmente simples,.se elegirá, el que conduz­
ca al resultado por_el camino más simple. Este principio,
que se_deduce. de nuestro llamado principio empírico, será
llamado principio de simplicidad.
Por referencia a este principio, y sólo por referencia a él,
podemos dar algún significado a la afirmación de que una
PROLEGÓMENOS. — 3
34 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
solución autoconsecuente y exhaustiva es correcta y otra no
lo es. Se considera correcta la solución que se atiene en gra­
do máximo al principio de simplicidad.
Podemos, pues, juzgar la teoría lingüística y sus aplica­
ciones comprobando si la solución que facilita, aun satisfa­
ciendo las necesidades de autoconsecuencia y exhaustividad,
es también la más simple de todas.
Es, pues, por su propio «principio empírico» y sólo por
él por el que debe someterse a prueba la teoría lingüística.
Consecuentemente, es posible imaginar varias teorías lin­
güísticas como «aproximaciones al ideal establecido y enun­
ciado en el principio empírico». Una de ellas ha de ser nece­
sariamente la definitiva, y toda teoría lingüística concreta­
mente desarrollada abriga la esperanza de ser precisamente
la definitiva. Pero de ello se sigue que la teoría lingüística,
en cuanto disciplina, no se define por su forma concreta, y
es a la vez posible y deseable que progrese proporcionando
nuevos avances concretos que tengan por resultado una apro­
ximación cada vez mayor al principio básico.
En los prolegómenos de la teoría, es el aspecto realista
de la teoría, la mejor forma de satisfacer la exigencia de
aplicabilidad, el que nos interesa. Lo estudiaremos
19] investigando cada rasgo del que pueda decirse que es
constitutivo de la estructura de cualquier lengua, e in­
vestigando asimismo las consecuencias lógicas que se deri­
van de una fijación ue esos rasgos con ayuda de definiciones.
VII

PERSPECTIVAS DE LA TEORÍA LINGÜÍSTICA

Al evitar el punto de vista transcendente hasta aquí pre-/


valente y buscar una comprensión inmanente del lenguaje,.'
en cuanto estructura auto-subsistente y específica (p. 15), así
*
como una constancia dentro del lenguaje mismo, y no fuera
de él (p. 18), la teoría lingüística empieza por limitar el al­
cance de su objeto. Esta restricción es necesaria^pero sólo
constituye una medida temporal y no implica reducción del
campo visual, ni eliminación alguna de factores esenciales
en la totalidad global que constituye el lenguaje. Únicamen­
te implica una división de las dificultades y una progresión
de lo simple a lo complejo, en conformidad con la segunda
y tercera reglas de Descartes. Es la simple consecuencia de
la necesidad de distinguir para poder comparar, y de aplicar
el indispensable principio del análisis (págs. 25, 39 ss.).
Esta restricción podrá considerarse justificada si más tar­
de permite una ampliación de la perspectiva, exhaustiva y
que esté de acuerdo consigo misma, mediante una proyec­
ción de la estructura descubierta sobre los fenómenos que
la rodean, de manera que puedan explicarse de modo satis­
factorio a la luz de la estructura; es decir, si tras el aná-
36 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
lisis, la totalidad global —el lenguaje tal como es en la vida
y en la realidad— puede verse de nuevo sintéticamente
como un todo, ahora no ya como un conglomerado acciden­
tal o meramente de facto, sino como organizado en torno
a un principio rector. El grado en que se cumpla esa condi­
ción puede considerarse como medida del éxito de la teoría
lingüística. La prueba cons’ste en investigar hasta qué pun­
to satisface la teoría lingüística el principio empírico y su
exigencia de exhaustividad. y esa prueba puede hacerse sa­
cando todas las posibles consecuencias generales del princi­
pio estructural elegido.
La teoría lingüística permite así una ampliación de la
perspectiva. El modo de hacerlo in concreto dependerá de
la clase de objetos que nos interesen al comenzar nuestra
consideración. Decidimos tomar como punto de partida las
premisas de la investigación lingüística anterior y tener en
cuenta la llamada lengua natural, únicamente ésta, como
punto de partida para llegar a una teoría lingüística. A par­
tir de esta primera perspectiva surgirán otras hasta que pa­
rezcan haberse extraído las últimas consecuencias. Nos ocu­
paremos después de futuras perspectivas que ante nos-
20] otros puedan abrirse, por medio de las cuales aquellos
aspectos de la totalidad global del habla humana que
se excluyeron de la primera consideración se introduzcan de
nuevo y ocupen su lugar en el nuevo conjunto.

»»
VIII

EL SISTEMA DE DEFINICIONES

La teoría lingüística, cuya misión principal es hacer ex­


plícitas las premisas específicas de la lingüística en la nía-
• yor medida posible, establece a tal propósito un sistema de
definiciones. Es preciso que la teoría lingüísticajsea lo me-
nos, metafísica posible —es decir, que contenga _eLnwnor
número posible de premisas implícitas—. Sus conceptos de­
ben, pues, definirse, y en la medida de lo posible las defini­
ciones deben basarse en conceptos definidos. Su metales,
por tanto, en la práctica, "definir tanto cuanto sea_posible
e introducir definiciones ya_QStablecidfls copio premisas an-
tesjde aquellas a las que sirven de premisa.
Es conveniente dar un carácter estrictamente formal y al
mismo tiempo explícito a las definiciones que sirven de
premisa y que establecen como premisa otra definición. Cier­
tamente, difieren de las definiciones reales que hasta aquí
ha buscado la lingüística, en la medida en que haya busca­
do definición alguna. En las definiciones formales, lo que se
pretende no es agotar la naturaleza intensional de los ob­
jetos ni tampoco delimitarlos extensionalmente desde todos
los ángulos, sino únicamente situarlos con relación a otros
38 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
objetos, similarmente definidos o establecidos como premisas
con carácter básico.
En ciertos casos es necesario, en el curso de la descrip­
ción lingüística, introducir, además de las definiciones for-
males, definiciones operativas, que desempeñan un papel
sólo temporal. Bajo este término se incluyen tanto aquellas
definiciones que en una etapa posterior quizá se transformen
en definiciones formales, como las definiciones puramente
operativas, cuyos definentes no formen parte del sistema
de definiciones formales.
Este sistema extensivo de definición parece ser una de
las causas que contribuyen a liberar a la teoría lingüística
de axiomas específicos (p. 19). De hecho, nos parece que una
estrategia definitoria adecuada en cada ciencia es un buen
medio para rebajar el número de tales axiomas o, en ciertos
casos, para reducirlo a cero.
La resuelta intención de eliminar las premisas implícitas
lleva a sustituir los postulados en parte por definicio-
21] nes y en parte por proposiciones condicionales, elimi­
nándose así los postulados, como tales, del mecanismo.
Así parece posible, en la mayoría de los casos, sustituir pu­
ros postulados de existencia por teoremas que adoptan la
forma de condiciones.
IX

PRINCIPIO DEL ANÁLISIS

Puesto que la teoría lingüística parte del texto como dato,


e intenta mostrar el camino que lleva a una descripción au-
toconsecuente y exhaustiva del mismo por medio del análisis
—una progresión deductiva de la clase al componente y al
componente del componente (págs. 26, 29)—, los estratos más
profundos de su sistema de definiciones (p. 37) han de ocu­
parse de este principio del análisis, establecer la naturaleza
del análisis y de los conceptos que de él forman parte. Estos
estratos más profundos del sistema de definición han de ser
también los primeros que encontremos al considerar qué
vía de progreso ha de elegir la teoría lingüística para llevar
a cabo su tarea.
Teniendo en cuenta la adecuación (es decir, teniendo en
cuenta las tres exigencias que forman parte del principio
empírico), la elección de la base del análisis puede diferir
de un texto a otro. No cabe, pues, establecerla con carácter
universal, sino únicamente a través de un cálculo general
que tenga en cuenta las posibilidades concebibles. Lo que
es universal, sin embargo, es el principio mismo del análi­
sis, lo único que por el momento nos interesa.
También aquí debe seguirse bajo la guía del principio
empírico, siendo especialmente la exigencia de exhaustividad
40 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
la que tiene interés práctico en este caso. Hemos de consi­
derar qué es necesario para asegurar que el resultado del
análisis sea exhaustivo (en un sentido vago, preliminar, del
término), y no introducir de antemano un método que nos
impida registrar factores que otro análisis revelaría como
pertenecientes también al objeto investigado por la lingüís­
tica. Podemos expresarlo diciendo que el principio del aná­
lisis ha de ser adecuado.
Un realismo ingenuo acaso supondría que el análisis ha
de consistir meramente en dividir un objeto dado en partes,
es decir, en otros objetos, después éstos de nuevo en par­
tes, es decir, en otros objetos, y así sucesivamente. Pero in­
cluso ese realismo ingenuo tendría que elegir entre varias
.jf-formas posibles de división. Pronto queda claro que lo im-
portante no es la división de un objeto en partes, sino la
conducta del análisis, de modo que se acomode a las
22] dependencias mutuas entre esas partes y nos permita
dar cuenta adecuada de ellas. Sólo de este modo se
convierte el análisis en adecuado y, desde el punto de vista
de una teoría metafísica del conocimiento, cabe decir de él
que refleja la «naturaleza» del objeto y de sus partes.
Si sacamos todas las consecuencias que de lo anterior se
desprenden, llegamos a una conclusión que es de suma im­
portancia para la comprensión del principio del análisis:
tanto el objeto sometido a examen como sus partes tienen
existencia sólo en virtud de estas dependencias; la totali­
dad del objeto sometido a examen puede sólo definirse por
la suma total de las mismas; y cada una de sus partes pue­
de sólo definirse por las dependencias que la unen a otras
partes coordinadas, al conjunto, y a sus partes del grado
próximo,, y por la suma de las dependencias que estas par­
tes del grado próximo contraen entre sí. Reconocido esto,
resulta que los «objetos» del realismo ingenuo son tan sólo,
Principio del análisis 41
desde nuestro punto de vista, intersecciones de grupos de
tales dependencias. Es decir, únicamente pueden describirse
con su ayuda y ser definidos y comprendidos científicamen­
te de este modo. Las dependencias que un realismo ingenuo
considera secundarias, presuponiendo los objetos, se con­
vierten desde este punto de vista en primordiales, presupues­
tas por sus intersecciones.
El reconocimiento de este hecho de que latotalidad no
consta de cosas sino de relaciones, y de que no es la sus­
tancia sino sus /relacioné^ internas y externas quienes tienen:
existencia científica, no es, por supuesto, nuevo para la cien-J
ci^pero puede ser nuevo para la ciencia lingüística. La aser-l
ción't de que los objetos son algo distinto que los téiminos
de las relaciones es un axioma superfluo y, consecuentemen­
te, una hipótesis metafísica de la que hemos de liberar a
la ciencia lingüística.
Sin lugar a duda, la "¡encía lingüística de los últimos
tiempos nos está proporcionando en cierta medida irnos co­
nocimientos que, si se piensa detenidamente, han de llevar
por necesidad a esa concepción. A partir de Ferdinand de
Saussure se ha afirmado con frecuencia la existencia de
una interdependencia entre ciertos elementos dentro de una
lengua, tal que una lengua no puede tener uno de esos ele- )
mentos sin tener también el otro. La idea es indudablemen­
te correcta, aun cuando con frecuencia se haya exagerado
y aplicado incorrectamente. Todo apunta al hecho de que
Saussure, que buscó «rapports» por todas partes y afirmen,}
que una lengua es forma, y no sustancia, reconoció la prio- I ?
ridad de las dependencias dentro del lenguaje.
23] En esta etapa de nuestra investigación debemos
guardarnos de todo movimiento circular. Si afirma­
mos, por ejemplo, que el sustantivo y el adjetivo, o la vocal
y la consonante, se presuponen mutuamente, de modo que
42 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
una lengua no puede tener sustantivos sin tener también
adjetivos y viceversa, y que no puede tener vocales sin tener
también consonantes y viceversa —proposiciones que perso­
nalmente creemos posible establecer como teoremas— la
certeza o falsedad de esas proposiciones dependerá de las
definiciones elegidas para los conceptos «sustantivo», «ad­
jetivo», «vocal», «consonante».
Nos encontramos, pues, en esta etapa en terreno difícil.
Pero la dificultad aumenta si se considera que nuestros
ejemplos, que hasta ahora hemos buscado principalmente
en las dependencias mutuas o interdependencias, se toman
' del sistema de la lengua, no de su proceso (p. 19), y que son
precisamente estas dependencias y no otras las que hemos
buscado. Además de las interdependencias, debemos prever
dependencias unilaterales, en las que un término presupone
el otro pero no viceversa, y lo que es más, dependencias más
libres, que consisten en que dos términos no formen parte
de ninguna relación de presuposición, y sin embargo sigan
siendo compatibles (en el proceso o el sistema), diferen­
ciándose así de otro conjunto de términos, aquellos que son
incompatibles.
Advertida la existencia de estas diversas posibilidades, la
necesidad práctica de una terminología adecuada se hace ur­
gente. Introduciremos, pues, irnos términos provisionalmen-
' te para designar aquellas posibilidades que hemos tenido en
cuenta. A las dependencias mutuas, en las que un_jérmino
presupone el otro y viceversa, las llamaremos conyencional-
| mente interdependencias. A las dependencias unilaterales, en
las que un término presupone el otro pero no viceversa, las
'llamaremos determinaciones. Y a las dependencias de mayor
libertad, en las que dos términos son compatibles pero nin­
guno presupone el otro, las llamaremos constelaciones.
Principio del análisis 43
Añadiremos aún designaciones especiales para esas tres
dependencias según se produzcan en un proceso o en un
sistema. A la interdependencia entre términos de un proceso
la llamamos solidaridad; a la interdependencia entre térmi­
nos de un sistema, complenientaridadl. A la determi-
24] nación entre términos de un proceso la llamamos se­
lección; a la determinación entre términos de un sis­
tema, especificación. A las constelaciones dentro de un pro­
ceso las llamamos combinaciones; a las constelaciones den­
tro de un sistema, autonomías.
Resulta práctico tener a nuestra disposición tres juegos
de términos: uno para usarlo cuando hablemos de un pro­
ceso, otro para usarlo cuando hablemos de un sistema, y
finalmente, un tercero que pueda usarse indistintamente pa­
ra los procesos y los sistemas. De hecho, hay casos en que
una misma colección de términos puede considerarse como
proceso y como sistema, y en que, por tanto, la dife­
rencia entre proceso y sistema es solamente de punto de
vista. La teoría misma es un ejemplo: la jerarquía de las
definiciones puede considerarse como un proceso, puesto
que primero se establece, se escribe, o se lee una definición,
después otra, y así sucesivamente; o bien como un sistema,
esto es, como potencialmente subyacente a un posible pro­
ceso. Las funciones entre las definiciones son determinacio­
nes, puesto que las definiciones designadas para ser coloca­
das antes en el proceso (o sistema) de definiciones son pre­
supuestas por las designadas para seguir después, pero no
viceversa. Si la jerarquía de definiciones se considera como
proceso, habrá una selección entre las definiciones; si se
considera como sistema, habrá una especificación entre ellas.

1 Ejemplo de complementaridad serán, pues, la relación entre sus­


tantivo y adjetivo y la relación entre vocal y consonante.
44 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Para nuestra investigación presente, que se ocupa del aná-
lisis textual, es el proceso y no el sistema el que ofrece in­
terés. El hallazgo de solidaridades en los textos de una len­
gua concreta no ofrece dificultad. Por ejemplo, en las len­
guas de estructura conocida abunda la solidaridad entre
morfemas2 de diferentes categorías de una «forma gramati­
cal», de suerte que un morfema de una categoría de tal for­
ma gramatical va acompañado necesariamente de un morfe­
ma de la otra categoría y viceversa. Así, en un nombre en
latín intervienen tanto un morfema de caso como un mor­
fema de número, nunca uno de ellos solo. Más notables, sin
embargo, son las selecciones. Algunas hace tiempo que se
conocen con el nombre de rección, aunque con ello el con­
cepto continúa sin definir. Entre una preposición y su com­
plemento puede haber selección: por ejemplo, entre la pa­
labra latina sine y el ablativo, puesto que sirte presupone la
coexistencia de un ablativo en el texto pero no viceversa.
En otros casos habrá combinación: por ejemplo, en-
25] tre la palabra latina ab y el ablativo, cuya coexisten­
cia es posible, pero no necesaria. Al ser posible tal
coexistencia difieren de ad y el ablativo, por ejemplo, que
son incompatibles. Que ah y el ablativo no tienen una coe­
xistencia necesaria se desprende de que ab puede también
funcionar como preverbio. Desde otro punto de vista, no
conectado con los textos de una lengua en particular, sino
universal, puede haber solidaridad entre una preposición y
su complemento, en el sentido de que el complemento de
una preposición no puede existir sin preposición, ni una
preposición (como sine) sin complemento.

2 Desde el principio hasta el fin de este libro, el término morfemas


se usa tan sólo en el sentido de elementos flexionales, considerados
como elementos del contenido.
Principio del análisis 45
La lingüística convencional sólo se ha interesado sistemá­
ticamente por tales dependencias en el texto cuando se pro­
ducían entre dos o más palabras diferentes, no cuando ocu­
rrían precisamente en la misma palabra. Tal postura enlaza
con la división en morfología y sintaxis, sobre cuya necesi­
dad viene insistiendo la lingüística convencional desde la an­
tigüedad, y que pronto nos inclinaremos a abandonar por
inadecuada —esta vez, dicho sea de paso, de acuerdo con
varias escuelas modernas—. Consecuencia lógica del mante­
nimiento de esa distinción es —y algunos estudiosos se han
mostrado dispuestos a aceptarla— que la morfología se pres- q
ta únicamente a la descripción de sistemas y la sintaxis a
la descripción de procesos. Sería muy útil derivar estas con­
secuencias, porque evidencian inmediatamente la paradoja.
Lógicamente, pues, sólo sería posible registrar las dependen­
cias del proceso dentro de la sintaxis, no dentro de la logo-
logia; es decir, entre las palabras de una oración, pero no
dentro de las palabras mismas o entre sus partes. De ahí
la preocupación por la rección gramatical.
Pero es fácil ver, incluso expresándonos con conceptos
familiares, que existen dentro de la palabra dependencias
completamente análogas a las de la oración y susceptibles,
mutatis mutandis, del mismo tipo de análisis y descripción.
La estructura de una lengua puede admitir que el tema de
una palabra se presente tanto con, como sin, elementos de-
rivacionales. Bajo esta condición hay, pues, selección entre
el elemento derivacional y el tema. Desde un punto de vista
más universal o general hay siempre selección, en el senti­
do de que un elemento derivacional presupone necesaria­
mente un tema, pero no viceversa. Los términos de la lin­
güística convencional (morfología) se basan inevitablemente,
en última instancia, en una selección, como ocurre por
ejemplo con «oración principal» y «oración subordinada».
46 Prolegómenos a una ieoría del lenguaje
26] Ya hemos dado un ejemplo revelador de que en la
terminación de una palabra, entre sus componentes
hay dependencias de las clases ya descritas. Queda, pues, bien
claro que, bajo ciertas condiciones estructurales, la solidari­
dad entre los morfemas nominales puede sustituirse por
una selección o una combinación. Un nombre, por ejemplo,
puede tener o no tener comparación, de modo que ¡os mor­
femas de comparación no estén entonces en solidaridad, por
ejemplo, con los morfemas de caso como lo están los mor­
femas de número, peto unilateralmente presupongan su coe­
xistencia; aquí hay, por tanto, selección. La combinación,
por su parte, surge tan pronto como consideramos, por
ejemplo, cada caso y cada número por separado, en vez de
estudiar, como hicimos más arriba, la relación entre todo
el paradigma de caso y todo el paradigma de número: entre
el caso en particular, v. g. el acusativo, y *4 número en par­
ticular, v. g. el plural, hay combinación; solamente entre los
paradigmas considerados en bloc hay s. lidaridad. Una síla­
ba puede dividirse de acuerdo con el mismo principio: bajo
ciertas condiciones estructurales, que son muy frecuentes,
es posible distinguir entre una parte central de la sílaba (la
vocal, o sonante) y una parte marginal (consonante, o no-
sonante) dado que una parte marginal presupone la coexis­
tencia textual de una parte central pero no viceversa; he­
nos, otra vez, ante una selección. Este principio es en ver­
dad la base de ¡a definición de vocal y de consonante, largo
tiempo olvidada por los sabios pero mantenida todavía, se­
gún creo, en las escuelas elementales e indudablemente he­
redada de la antigüedad.
Cabe dar por sentado que un texto y cualquiera de sus
partes es posible analizarlo en partes definidas por depen­
dencias del tipo estudiado. Consecuentemente, el principio
del análisis será el reconocimiento de esas dependencias.
Principio del análisis 47
Han de poder concebirse las partes a que el análisis condu­
ce únicamente como pimíos de intersección de haces de lí­
neas de dependencia. Así pues, no puede emprenderse el
análisis antes de describir estas líneas de dependencia en sus
tipos principales, puesto que la base de aquél en cada caso
particular debe elegirse de acuerdo con las líneas de depen­
dencia que sean pertinentes, es decir que hayan de descri­
birse para que la descripción sea exhaustiva.,

’V.» •

i-, i

4*

' ■
• ■ •. ■■

••

V:

yi'n i
■ . i !(

o»» »■
. . . .
FORMA DEL ANALISIS

27] ciertas dependencias entre ciertos terminales, que pode-.


mos llamar, de acuerdo don eljiso establecido, partes
del texto, y que tienen existencia precisamente en virtud
IS9DKS99BRSR
Forma del análisis 49
—............ .............................. ..................................................... ■ ......... - ■ - -------- ■■■ ■ ■- ■ -■ —

nuestro análisis de un texto produce en alguna etapa ora­


ciones y encontramos dos clases de oraciones (definidas por
una dependencia específica entre ellas) —principales y subor­
dinadas— siempre (en tanto no se emprenda un análisis ul­
terior) encontraremos la misma dependencia entre una ora­
ción principal y una subordinada que de ella dependa, don­
dequiera que aparezcan; y lo mismo entre el tema y el ele­
mento derivacional, o entre las partes central y marginal de
una sílaba, y así en los demás casos.
De este criterio nos serviremos en las definiciones que
pretenden establecer y mantener el análisis en una vía me­
todológicamente libre de ambigüedad. Podemos, pues, defi­
nir formalmente el análisis como la descripción de un obje­
to por las dependencias uniformes de otros objetos respec­
to de él y entre sí. El objeto que se somete a análisis se
llamará clase,, y los otros objetos que se registren_gnjun aná­
lisis concreto como uniformemente dependientes de la cla-
se y dependientes entresí,_cpmppnentesde Ja clase^
h Z- En este primer ejemplo del sistema de definiciones de
,.la teoría lingüística, la definición de componente presupone
la de clase, y la definición de clase la de análisis. La defini­
ción de análisis presupone tan sólo aquellos términos o con­
ceptos que no se lian definido en el sistema de definiciones
específico de la teoría lingüística, sino que proponemos
como indefinibles: descripción, objeto, dependencia, unifor­
midad.
28] A una clase de clases la llamaremos jerarquía, y sa­
bemos ya que hay que distinguir entre dos clases de
jerarquías: procesos y sistemas. Aún podremos aproximar­
nos más al uso acostumbrado y establecido introduciendo
designaciones distintas para la clase y para el componente
según que se den en un proceso o en un sistema. Dentro de

PROLEGÓMENOS. — 4
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
un proceso lingüístico \ a las clases las llamaremos cadenas,
y a los componentes de una cadena sus partes. Dentro de
un sistema lingüístico, a las clases las llamaremos paradig­
mas, y a los componentes de un paradigma sus miembros.
De acuerdo con la distinción entre partes y miembros, cuan­
do sea adecuado especificar podremos llamar al análisis de
un proceso partición, y al análisis de un sistema desmem-
bración.
La primera misión del análisis es, pues, realizar una par-
tición del proceso textual. El texto es una cadena y todas
sus partes (v. g. frases, palabras, sílabas, y así sucesiva­
mente) son igualmente cadenas, excepto aquellas eventua­
les partes últimas que no puedan _someterse a análisis.
La exigencia de exhaustividad impedirá detenerse en una
partición determinada del texto; las partes que resulten de
partición deben ser partidas a su vez,?y así sucesivamente
A'
hasta agotar la partición. Hemos definido el análisis de tal
modo que no se presenta el problema de si es simple o con­
tinuado; un análisis (y así, también una partición) puede
contener uno, dos, o m.ás análisis. El análisis, o la partición’ A 1

es un «concepto acordeón». Más aún, ahora puede conside­


rarse que la descripción de un objeto dado (texto) no se
agota con tal partición continuada (y por sí misma agota­
da) desde una base del análisis, sino que la descripción pue­ 4
de continuarse (v. g pueden registrarse nuevas dependen­
cias) a través de otras particiones realizadas partiendo de
otras bases del análisis. En tales casos hablaremos de un
complejo de análisis (complejo 'de partición), es decir, de
una clase de análisis (particiones) de la misma clase (cadena).

1 En la forma final y más general de estas definiciones, la palabra


lingüístico será reemplazada por semiótico. Sobre la distinción entre
lengua y semiótica, véase págs. 149-153.
Forma del análisis
Todo el análisis textual se presentará entonces como un
procedimiento consistente en una partición continuada o un
complejo de partición, en el que cada operación aislada con­
siste en una partición mínima aislada. Dentro de este proce­
dimiento cada operación presupondrá a las anteriores y será
presupuesta por las siguientes. De modo similar, si el pro­
cedimiento es un complejo de partición, cada una de las par­
ticiones agotadas que de él formen parte será presu-
29] puesta y/o presupondrá otras particiones agotadas. En­
tre los componentes del procedimiento hay determina­
ción, de tal modo que los componentes sucesivos siempre pre­
suponen la existencia de los precedentes, pero no viceversa:
exactamente igual que la determinación entre las definicio­
nes (p. 43), también la determinación entre las operaciones
puede ser considerada como una selección o como una espe­
cificación. A tal modo de proceder se-le puede llamar de­
ducción; definimos formalmente la deducción como un_aná-
lisis continuado, o un complejo jie análisis, con determina­
ción entre los análisis que de éi forman parte.
La deducción’es, por tanto, un tipo especial de procedi­
miento, así como la inducción es otro tipo especial. Defina­
mos la operación como_una_descripción que está-de-acuer­
do con el principio empírico^ y ei procedimiento^ aomo una
clase de operaciones con determinación mutua. Según esas
definiciones, tanto operación como procedimiento son «con­
ceptos acordeón» (como el análisis, ya citado). Un proce­
dimiento puede, pues, entre otras cosas, constar de análisis
y: seSfruna deducción, o, pór_o.tra parte, constar de síntesis
y ser_.unai_indücción. Por síntesis entendemos la descripción
de un objeto en cuanto componente de una clase (y síntesis
será, entonces, también un «concepto acordeón», como su
opuesto, análisis), y por inducción una síntesis continuada
con determinación entre las síntesis que de ella foiman par-

-
-A.

Prolegómenos a una teoría del lenguaje


te. Si un procedimiento consta tanto de análisis como de
síntesis, la relación entre el análisis y la síntesis será siem­
pre una determinación, en la que la síntesis presupone el
análisis pero no viceversa, consecuencia inmediata de que el
dato más inmediato sea el todo sin analizar (v. g. el texto,
cf. p. 25). Aún se sigue de aquí que un procedimiento pura­
mente inductivo (necesariamente con deducción implícita)
no podría satisfacer el principio empírico y su exigencia de
exhaustividad. Con ello se da una motivación formal al mé­
todo deductivo propuesto en el capítulo IV. El método de­
ductivo no impide, a este respecto, que la jerarquía sea re­
corrida después en la dirección contraria. No se obtendrán
nuevos resultados, sino únicamente un nuevo punto de vista
cuya adopción puede a veces resultar adecuada para las
mismas resultantes.
No hemos encontrado ninguna razón de peso por el mo­
mento para cambiar una terminología que cada vez tiene
más aceptación en lingüística. La base formal de los térmi­
nos y conceptos aquí dados debería proporcionar un
30] puente para. acceder al uso establecido de la episte-
mología.-Ñada hay en las definiciones ofrecidas que
I contradiga o imposibilite el uso de la palabra deducciónen él
sentido de «conclusión lógica». Puede decirse, tal como nos­
otros lo entendemos, "qué las proposiciones que se siguen de
otras proposiciones proceden de ellas por anáfisis2: las con­
clusiones. son en cada etapa objetos uniformemente depen­
dientes entre sí y de las premisas. Es cierto que esto pugna
con algunas, ideas usuales acerca del concepto de anáfisis;
pero es precisamente utilizando definiciones formales como
hemos esperado protegernos contra cualquier postulado acer­
ca de la esencia de un objeto, y ciertamente no hemos emi-

2 Volveremos sobre este tema en el-capítulo XVIII.


Forma del análisis 53
tido postulado alguno acerca de la esencia o naturaleza del ,
análisis más allá de lo que está implicado en la definición.
Si se usa el término inducción para designar un tipo espe­
cial de argumentación lógica que lleva de unas proposicio­
nes a otras, denotando así, en terminología lógica, un tipo
de deducción, entonces la palabra un tanto ambigua de in­
ducción se aplica con un significado totalmente diferente
del que nos proponemos; la forma de definir,,que hemos
emprendido debería impedir que esta ambigüedad confun­
diese ál lector. . .
Hasta ahora hemos usado componente, parte y miembro
en contraste respectivamente con clase, cadenii y paradigma.
Ahora bien, sólo usaremos componente, parte y miembro
para designar las resultantes de un análisis_simple (véase la
definición de componente más arriba); si* se trata de un aná­
lisis continuado hablaremos de derivados. Una /jerarquía es,
pues, una clase con sus derivados. Imaginemos un análisis
textual que; dé por resultado, en determinada etapa, grupos
de sílabas, ’que se analizan después en sílabas, las-cuales, ; r;
a su vez, se analizan en partes de sílabas. En tal ejemplo
las sílabas serán derivados dé los grupos de sílabas, y las.^^'
partes de sílabas serán derivados tanto de los grupos de sí­
labas como de las sílabas. Por otra parte, las partes de síla- .
bas serán componentes (partes) de las sílabas, pero’no de-
los grupos de sílabas, y las sílabas serán componentes (par­
tes) de los grupos de sílabas, pero no de ninguna-otra resul- -
tante del análisis. Traduciendo todo eso a términos más
científicos, entenderemos por derivados de una clase sus !
componentes y componentes-de-componentes dentro de una
misma^ deducción; añadamos que de la clase se dice que ¡
54 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
clase común inferior. Si el número es 0, se dice que
31] los derivados son de primer grado; si es 1, de segun­
do grado; y así sucesivamente. En el ejemplo aducido
supra, en que los grupos de sílabas se consideran divididos
en sílabas y éstas en partes de sílabas, las sílabas serán de­
rivados de primer grado de los grupos de sílabas, mientras
que las partes de sílabas serán derivados de primer grado
de las sílabas y de segundo grado de los grupos de sílabas:
derivado^de. primer ..grado. y componente son, consecuente­
mente, términos equivalentes.

. ■ ■ ■
XI

FUNCIONES

A la dependencia que satisface las_condicipnes del_aná-


lisis la- llamaremos junción. Así, decimos que hay función
entre una clase y sus componentes (una cadena y sus .par-
i
tes, o un paradigma y sus miembros) y entre los componen- •'
tes (partes o miembros) entre sí. A los terminales de una
función los llamaremos funtivos, entendiendo por funtivo M i
un objeto que tiene función con otros objetos. De él se dice
*
que contrae su función. De las definiciones se sigue. f que
. vlas-
V5
funciones pueden ser funtivos, puesto que puede haber fun-
ción entre las funciones. Así, hay función entre la función^
contraída por las partes de una cadena entre sí y la función
contraída por la cadena con sus partes. Al. funtivo que no esl ¡y
función lo llamaremos entidad. En el ejemplo presentado |
arriba, los grupos de sílabas, ías sílabas y las partes dé síla-'
bas serán entidades. /
Hemos adoptado el término función en un sentido que se
encuentra a mitad de camino entre el lógico-matemático y
el etimológico (que tan considerable papel ha jugado en Ja
ciencia, incluso en la ciencia lingüística), más próximo en Jo
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
formal al primero pero no idéntico a él. Precisamente este
concepto intermedio y de combinación es lo que necesita­
mos en lingüística. Así podemos decir que una entidad del
texto (o del sistema) tiene ciertas funciones, y con ello pen­
sar: primero, aproximándonos al significado lógico-matemá­
tico, que la entidad tiene dependencias con otras entidades,
de tal suerte que ciertas entidades presuponen a otras; y i
segundo, aproximándonos al significado etimológico, que la
entidad funciona de un modo definido, cumple un papel de­
finido, toma una «posición» definida en la cadena. En cierto t
modo, cabe decir que el significado etimológico de la
32] palabra junción es su definición «real», que evitamos
explicitar e introducir en el sistema de definición por­
que se basa en más premisas que la definición formal dada
y resulta ser reducible a la misma.
Con la introducción del término técnico función preten­
demos evitar la ambigüedad apreciable en el uso conven­
cional que de él se hace en el lenguaje científico, en el que
designa tanto la dependencia entre dos terminales como uno
o los dos terminales mismos —lo último cuando de uno de
ellos se dice que «es función» del otro—.. La introducción
z del término técnico funtivo permite evitar esta ambigüedad,
> y el mismo objetivo se cumple no diciendo que un funtivó /'
«es función» del otro sino afirmando, en cambio, que tiene
función con el otro. La ambigüedad apreciable en el uso
tradicional de la palabra función se acusa a menudo en los
términos que se emplean para designar tipos especiales de
funciones, como cuando suposición significa tanto función
de suposición como supuesto, tanto función como • funtivo.
Este concepto ambiguo subsiste en las definiciones «reales»
de los tipos de funciones, pero precisamente a causa de su
ambigüedad no es conveniente usarlo en sus definiciones for-
males. Un ejemplo más de esta ambigüedad lo encontramos
Funciones S7
en la palabra significado, que denota tanto designación como
«designatum» (y que, dicho sea de paso, es poco clara tam­
bién en otros aspectos).
Ahora estamos ya en condiciones de ofrecer un esbozo
sistemático de los diferentes tipos de función cuyo uso po­
demos prever en la teoría lingüística y, al mismo tiempo,
de dar definiciones formales de las funciones que acabamos
de considerar.
Por constante entendemos un funtivo cuy^ presencia es : '
condición necesaria para la presencia del funtivo con el que ’
tiene función; por variable entendemos un funtivo cuya
presencia no es condición necesaria para la presencia del
funtivo con el que tiene función. Estas definiciones presu­
ponen ciertos indefinibles no específicos (presencia, necesi­
dad, condición) y las definiciones de función y de funtivo. ..
Sobre esta base podemos definir la interdependencia
como función entre dos constantes; la determinación como
función entre una constante y una variable, y la constela­
ción como función entre dos variables.
En ciertos casos nos será útil disponer de un nom-
33] bre común a interdependencia y determinación (las
dos funciones entre cuyos funtivos aparecen una o
más constantes): a ambas las llamaremos cohesiones. Asi-^
mismo, en ciertos casos podemos hacer uso de una designa­
ción común para interdependencia y constelación (las dos
funciones con la característica común de que cada una de
ellas tiene funtivos de una sola clase: las interdependencias
sólo tienen constantes, las constelaciones solamente varia­
bles): llamamos a ambas reciprocidades, nombre que se su­
giere por sí mismo de modo natural porque estas dos fun­
ciones, contrariamente a la determinación, carecen de una
«orientación» fija.z
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Dada la orientación fija de una determinación (esto es,
distintividad de sus funtivos), sus dos funtivos deben ser
/nombrados de modo diferente. A la constante de una de­
terminación (selección o especificación) la llamaremos funti-
determinado (seleccionado, especificado), y a la variable
de una determinación funtivo determinante (seleccionante,
(a,pacificante). Del funtivo cuya presencia es condición ne-
i rsaria para la presencia del o? o funtivo en la determina­
ción se dice que está determinado (seleccionado, especifica­
do) por éste; del funtivo cuya presencia no es condición ne­
cesaria para la presencia del otro en la determinación se
Ó loe que determina (selecciona, especifica) a éste. Por otra
parte, los funtivos que contraen reciprocidad pueden nom­
brarse análogamente: los que" contraen interdependencia
(solidaridad, complementaridad) se denominan, naturalmen- ‘
|p( interdependientes (solidarios, complementarios); los que
pon traen constelación (combinación, autonomía), constelati-
pp.s’ (combinados, autónomos). Los funtivos que cc atraen re­
ciprocidad se llaman recíprocos, y los que contraen cohe­
sión, cohesivos.
Hemos expresado las definiciones de los tres tipos de fun­
dones para hacer frente al caso de que sólo dos funtivos
las contraigan. Con relación a los tres tipos de funciones
Cabe prever que pueden contraerías más de dos funtivos;
pero estas funciones multilaterales pueden considerarse como
junciones entre funciones bilaterales.
Qtra distinción importante para la teoría lingüística es
|a que existe entre la función «tanto... como» (conjunción), á
y la función «o...o» (disyunción). Esto es lo que entraña la
distinción entre proceso y sistema: en el proceso, en
M) el texto, existe una relación «tanto... como», una con­
junción o coexistencia entre los funtivos intervinien-
en el sistema existe una relación «o...o», uná disyun-
Funciones
ción o alternancia entre los funtivos. Considérese el ejem­
plo (graíémico)
cal
son

Intercambiando la c y la s, la a y la o, la l y la n respecti­
vamente, obtenemos palabras diferentes: cal, can, col, con,
son, sol, san, sal. Cada una de estas entidades es una cadena
que entra en el proceso (texto) -lingüístico; por otra parte,
c y s juntas, ayo juntas, y l y n juntas forman un paradig­
ma, que entra en el sistema lingüístico. En la palabra cal
hay conjunción, o. coexistencia, entre c, a y l: tenemos efec­
tivamente ante nuestros ojos, tanto c, como a, como l; del
mismo modo hay conjunción o coexistencia entre s, o y n
en la palabra son. Pero entre c y s hay disyunción, o alter- "
nancia: lo que tenemos ante nosotros efectivamente es o
bien c o bien s; asimismo hay disyunción o alternancia en­
tre l y n. ■ -- ,,
En cierto modo se dice que son las mismas entidades las
que entran en el proceso (texto)-lingüístico y en el sistema
lingüístico; considerada como componente (derivada) de la
palabra cal,, c forma parte del proceso y así pues de la con­
junción; considerada como componente (derivada) del pa­
radigma

c /forma parte del sistema y, por ; tanto, de la disyunción.


Desde el punto de vista del proceso, c es una parte; desde
el punto de vista del sistema, un miembro. Los dos puntos
de vista nos llevan al reconocimiento de dos objetos dife­
rentes, porque la definición funcional' cambia; pero uniendo
o dilatando las dos definiciones funcionales distintas pode­
óú Prolegómenos a una teoría del lenguaje
mos adoptar un punto de vista que nos justifique ai decir
que tenemos que entendérnoslas con la «misma» c. En
cierto modo podemos decir que todos los funtivos de la
lengua entran tanto en el proceso como en el sistema, que
contraen tanto conjunción o coexistencia, como disyunción
o alternancia, y que su definición en el caso concreto como
conjuntos o disjuntos, o como coexistentes o alternantes,
depende del punto de vista desde el que se examinen.
35] En la teoría lingüística —en contraste con la cien­
cia lingüística que la precede y como reacción cons­
ciente contra ella— nos esforzamos por conseguir una ter­
minología libre de toda ambigüedad. Pero en pocos puntos
se encuentra el lingüista teórico con tales dificultades ter­
minológicas como en éste. Provisionalmente hemos llamado
a la función «tanto... como» conjunción (con referencia a la
terminología de la lógica) o coexistencia, y a la función
«o^» disyunción (también por referencia a la terminología
lógica) o alternancia. Pero con toda seguridad no procederá
conservar estas denominaciones. Los lingüistas están acos­
tumbrados a entender por conjunción algo completamente
diferente, y nos vemos obligados, de acuerdo con la tradi-
ción, a usar conjunción del modo correspondiente (para
designar una llamada «parte de la oración», aun cuando no
creemos que sea posible definirla como tal). La palabra dis­
yunción se viene usando con gran frecuencia en la ciencia
lingüística de los últimos tiempos como un tipo específico
de función «o...o», y daría lugar a confusión y a errores si
la introdujésemos como designación general de todas las
funciones, «ó...o». Finalmente, alternancia es un término lin­
güístico bien cimentado y ciertamente no erradicable (y lo
que es más, conveniente), que designa un tipo muy especí­
fico de función (principalmente, las llamadas ablaut y um-
laut), fuertemente asociado con la función «o...o» y que es
Funciones 61 ■

en realidad una función de tal índole especialmente comple­


ja; no procederá, por tanto, introducir alternancia como
término general para las funciones «o...o». El término
coexistencia, es cierto, no ha sido adoptado, pero tampoco
lo recomendamos, entre otras razones porque un uso lingüís­
tico ampliamente difundido lo asocia en cierto modo con la
coexistencia entre miembros de un paradigma.
Se impone, pues, buscar otra solución, y en ésta, como
en las demás ocasiones, trataremos de establecer contacto,
en la medida de lo posible, con la terminología lingüística
ya existente. Hoy día se ha extendido mucho en la ciencias
lingüística moderna la práctica de llamar correlación a la 5
función entre los miembros de un paradigma. Este término
parece, pues, especialmente adecuado para las funciones
«o... o». Como designación útil para la función «tanto...
como» nos decidimos por la palabra relación. La adoptare-
mos, pues, en un sentido más restringido del que tiene en
lógica, donde se usa esencialmente en el mismo sentido en
que utilizamos función. Esta dificultad inicial debe conside­
rarse fácilmente superable.
36] Entenderemos, por tanto, por correlación1 la fun­
ción «o...o» y por relación1
2 la función «tanto... como».
A los funtivos que contraen dichas funciones los llamaremos
respectivamente correlatos y relatos. /Sobre esta base, po- p
demos definir el sistema como- una jerarquía correlacional.
y el proceso como una jerarquía rotacional.
Ahora bien, como ya hemos visto (págs. 19-20), proceso y
sistema son conceptos muy generales, que no pueden cir­
cunscribirse exclusivamente a objetos semióticos. Tenemos
a nuestra disposición unas designaciones especiales, conve-

1 O equivalencia (cf. H. J. Uldall, «On Equivalent Relations», Tra-


vaux áú Cercle linguistique de Copenhague, V, 71-76).
2 O conexión.
62 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
nientes y tradicionales, del proceso semiótico y dei sistema
semiótico respectivamente, en los términos sintagmática y
paradigmática. Siendo problema de lenguaje (en el sentido
corriente de la palabra), que desde luego es lo único que
nos interesa por el momento, podemos usar también desig­
naciones más sencillas: al proceso se le puede llamar en ese ’
caso texto, y al sistema lengua. >
El proceso y el sistema que le corresponde («que existe
tras él») contraen juntos una función, que, según el punto
de vista adoptado, puede concebirse como relación, o como
correlación. Un examen más detenido de esta función nos
muestra pronto que se trata de una determinación en la cual !
el sistema es la constante: el proceso determina al sistema. 2
El factor decisivo no es la relación superficial consistente
en que el proceso es el más inmediatamente accesible a la
observación, mientras que el sistema ha de ser «ordenado»
con relación al proceso —«descubierto» tras él mediante un
procedimiento— y por tanto sólo es cognoscible de un modo
mediato en tanto en cuanto no se nos presente sobre la base
de un procedimiento llevado a cabo anteriormente. Esta re­
lación superficial podría dar la impresión de que el proceso
puede existir con independencia del sistema y no viceversa.
El factor decisivo es que la existencia de un sistema es'
premisa necesaria para que exista el proceso: el proceso
^adquiere existencia en virtud de_ un «estar presente» de un
sistema tras el mismo, en virtud de un Sistema que lorijá -
y determine en su posible desarrollo. Es inimágiñable un

no es inimaginable, un sistema sin un proceso; la existencia


de un sistema no presupone la existencia de un proceso. El
sistema no adquiere existencia en virtud del hallazgo.de un
proceso.
Funciones 63
Así pues,, resulta imposible tener un texto sin que haya
una lengua tras él. En cambio, puede tenerse una lengua sin
que haya un texto construido en ella. Esto quiere decir
que la teoría lingüística prevé la lengua de que se tra­
37] te como un sistema posible, pero sin la presencia rea­
lizada de ningún proceso correspondiente a él. El pro­
ceso textual es virtual. Esta observación nos obliga a definir
la realización.
Llamaremos universal a aquella operación con un resul­
tado dado de la que pueda afirmarse que cabe llevarla a
cabo con cualquier objeto, sea cual fuere; y llamaremos
universales a sus resultantes. En cambio llamaremos par­
ticular a una operación con un resultado dado y particulares
a sus resultantes, cuando pueda afirmarse de ella que es
posible llevarla a cabo con un objeto determinado pero no
con cualquier otro. Sobre esta base, llamamos realizada a"
una clase cuando puede tomarse como objeto de un análisis
particular, y virtual en otro caso. Creemos que hemos con-,
seguido así una definición formal que nos guarda de cuales­
quiera obligaciones metafísicas, la determinación, necesaria
y suficiente de lo que queremos decir con la palabra reali^
zación. *
Cuando está presente una lengua (sistema), pero no un
texto (proceso) correspondiente a la misma, es decir, cuando
está presente una lengua prevista como posible por el teó­
rico lingüista, pero no lo está ningún texto, sea natural sea
construido por él partiendo del sistema, el teórico lingüista'^
puede, claro está, considerar la existencia de tales textos '
como una posibilidad, pero no tomarlos como objetos de un
análisis particular. En este caso, por tanto, decimos que el
texto es virtual. Pero aun un texto puramente virtual presu­
pone un sistema lingüístico realizado en el sentido de la de­
finición. Desde un punto de vista «real», eso está ligado con
64. Prolegómenos a una teoría del lenguaje
f el hecho de que un proceso tiene un carácter más «concre­
to» que un sistema, y un sistema un carácter más «cerrado»
que un proceso.
Concluiremos este apartado presentando, con referencia
al análisis detallado de las funciones que emprendimos en el
apartado 9, un esquema de los tipos de funciones que hemos
previsto3:
relación correlación
función
(conexión) (equivalencia)

l determinación selección especificación


cohesión
A interdependencia solidaridad complementaridad
reciprocidad - ■
/ constelación combinación autonomía
... - .'?•

3 El uso de los símbolos glosemáticos de las distintas funciones


pueden ilustrarlo los siguientes ejemplos, en los que a y b representan
cualesquiera terminales, v un terminal variable y c un terminal cons­
tante: función: a <|> b; relación: a. R b; correlación: a ,i b; determi­
nación: v -»>->- c ó c ««- v; selección: v->c ó c<-v; especificación:
v |- c ó c -f v; interdependencia: c <-> c; solidaridad: c <<> c; comple-
MENTARIDAD: C J. C; CONSTELACIÓN:' V | V\ COMBINACIÓN:- V — V, AUTONOMÍA:
c t v. El número de terminales, por supuesto, no se reduce .a dos..
38] SIGNOS Y FIGURAS

Hay una peculi<jridad observable en las entidades obteni­


das por deducción, que podemos ilustrar grosso modo advir­
tiendo que un período puede constar de una sola frase, y
,una frase de una sola palabra. Este fenómeno aparece ,.cons-_ ¡H-
tantemente en los textos más diversos. En el imperativo en
latín i o en la interjección inglesa ah tenemos una entidad
de la que puede’ decirse que es al mismo tiempo un período, ' -'í
una frase y una palabra. En cada uno de estos casos día-
llamos además una sílaba que incluye sólo una parte de
sílaba (la parte central, cf. pág. 45). Tenemos que poner cui­
dado en prestar la debida atención a esta posibilidad al lle­
var a cabo un análisis. A este fin hemos de introducir una
«regla de transferencia» especial, que nos impida avanzar, de­ -1 ;
masiado en el análisis de una entidad dada en una etapa de­
masiado temprana del procedimiento, y que asegure que
ciertas entidades, bajo determinadas condiciones' dadas, son
transferidas sin analizar de una etapa a otra, en tanto que
las del mismo grado se someten a análisis.
En cada partición aislada es posible hacer un inventario
de las entidades caracterizadas por las mismas/relaciones,
es decir, que pueden ocupar la misma «posición» en la ca-
PROLEGÓMENOS. — S '
ti ^í'gfcirt

66 Prolegómenos a una teoría del lenguaje


, dena. Podemos, por ejemplo, inventariar todas las oraciones
susceptibles de ser insertadas en diversas posiciones; bajo
ciertas condiciones, resultaría un inventario de las oracio­
nes principales y un inventarío de las oraciones subordina­
das. De igual modo podemos inventariar todas las palabras,
todas las sílabas y todas las partes de sílabas que tengan
ciertas funciones; bajo ciertas condiciones resultaría un in­
ventario de las partes centrales de sílabas. Para satisfacer la
exigencia de exhaustividad será necesario hacer tales inven­
■ÍP.
tarios, procedimiento que permitirá registrar un tipo espe­
cial de función entre las entidades que pueden ocupar una
y sólo una posición en la cadena.
*-
Al compara los inventarios resultantes de las diversas
etapas de la deducción, resultará que su tamaño disminuye
a medida que avanza el procedimiento. Si el texto no está res­
tringido, es decir, si puede prolongarse mediante la constan­
- te adición de otras partes, como ocurre cuando se trata dé
una lengua viva tomada como texto, será posible re­
39] gistrar un número ilimitado de períodos, de frases,
de palabras. Más pronto o más tarde, sin embargo,
se llega en el curso de la deducción a un punto en el
que el número de entidades inventariadas se restringe, para
decrecer firmemente, por lo general, a partir de él. Parece , ,7; g
cierto, por tanto, que una lengua ha de tener un número $
limitado de sílabas, aunque este número sea relativamente í
alto. Cuando se trate de sílabas que_penmtan un análisis
en partes centrales y marginales, el número de miembros de
estas clases será'más reducido que el número de-sílabas de
la lengua. Sise sigue partiendo las partes, de sílabas, llega­
mos a las ^entidades que convencionalmente se han llamado
fonemas; su número es probablemente tan pequeño~erT
cualquier lengua que puede escribirse con dos cifras, '* y~enT^-
muchas es muy bajo (irnos veinte).

■Mi
Signos y figuras
Estos hechos, establecidos por la experiencia inductiva
en todas las lenguas hasta aquí observadas, subyacen a la
invención del alfabeto. En realidad, si no hubiese inventa­
rios limitados la teoría lingüística no podría abrigar la es­
peranza de alcanzar su meta, que consiste en hacer posible
una descripción simple y exhaustiva del sistema subyacente
en' el texto. Si no se llegase a un inventario limitado por
mucho que se continuase el análisis, sería imposible lograr
una descripción exhaustiva. Y cuanto más reducido sea el
inventario al concluir el análisis, tanto mejor podremos sa­
tisfacer el principio empírico y su necesidad de simplicidad.
Por tanto, es de capital importancia para la teoría lingüís-
tica la idea que constituye la base de la invención de la
escritura: la idea de proporcionar_eLanálisis..que_.conduzca |
a entidades_de_la_nienor .extensión..y_en el.menor, número
posibles.
Las dos observaciones que aquí hemos hecho —que una
entidad puede a veces ser de la misma extensión que otra
entidad de distinto grado (por ejemplo, í) y que la extensión
del inventario decrece en el curso del procedimiento, que
comienza siendo ilimitado., para después restringirse más y
más— serán de importancia para nosotros cuando conside­
remos la lengua como un sistema de signos.
Que una lengua es un sistema de signos parece a priori
lina proposición evidente y fundamental, que la teoría lin­
güística habrá de tener en cuenta desde ei primer momento.
La teoría lingüística debe poder decimos qué significación
puede 'atribuirse a esa proposición, y especialmente a la pa­
labra signo. Por el momento habremos de contentamos con
el vago concepto de la misma legado por la tradición. De
acuerdo con ella, un «signo» (o como diremos, antici-
40] pando una sutilización terminológica que se introdu­
cirá más adelante (pág. 73), una expresión de signo)
Prolegómenos a tina teoría del lenguaje
se caracteriza primera y principalmente por ser signo de
alguna otra cosa —peculiaridad ésta que probablemente des­
pertará nuestro interés, puesto que parece indicar que «sig­
no» se define por una función—. Un «signo» funciona,__de-
signa, denota; un «signo», en contraposición a un no-signo^
es el portador de una significacióiL.
Nos contentaremos con esta concepción provisional e in­
tentaremos decidir, basándonos en ella, hasta qué punto
puede ser correcta la proposición de que una lengua es un
sistema de signos.
En sus primeras etapas, cierto hipotético análisis del tex­
to podría parecer que abona plenamente esta proposición.
Las entidades que comúnmente designamos como períodos,
frases y palabras parecen cumplir la condición expresada:
son portadores de significado, por tanto «signos», y los in­
ventarios establecidos por medio de un análisis que siguiese
tales líneas tradicionales nos llevarían a reconocer un sistema
ségnicbs, tras el proceso ségnico. Aquí, como en cualquier
otrcHugar, convendrá llevar el análisis hasta donde sea po­
sible, al objeto de comprobar si la descripción es exhausti-
< va y de la máxima simplicidad. Las palabras no son los sig-
nos últimos e irreducibles, _conio_podría_llevamos .a pensar-
el hecho de que la lingüística convencional gire en torno a
la palabra. Las palabras pueden analizarse, en . partes, las
cuales, como aquéllas, son a su vez portadoras de significa
dm raíces, elementos derivacionales, elementos flexiona­
les. Algunas lenguas llegan más lejos que otras a este res­
pecto. /La terminación latina -ibus no puede resolverse en
signos de menor extensión, pero es por sí misma un signo
simple portador tanto de la significación de caso como de
la significación de número; la terminación húngara corres­
pondiente al dativo plural en una palabra como magyarok-
nak (de magyar húngaro) es un signo compuesto que consta
Safes <&WS?
r vv r-: í'^í :??jgpaiaBj»gi
Signos y figuras 69

del signo -ok, portador de la significación de plural, y del


signo -nak, portador de la significación de dativo. En nada
afecta a tal análisis el hecho de que existan lenguas sin ele­
mentos derivacionales o flexionales, o de que incluso en
las lenguas que los tienen puedan aparecer palabras cons­
tituidas sólo por una raíz. Hecha la observación general de
que una entidad puede ser a veces de la misma extensión
que otra entidad de grado superior, y de que en este caso
habrá de ser transferida, sin analizar, de una operación a
otra, desaparecen cualesquiera dificultades. Precisamente
por eso el análisis tiene en este caso la misma forma gene­
ral que en todos, los demás, y puede continuarse hasta que
qüépá considerarlo agotado. Así, llevando a sus últimas con­
secuencias, en la forma vista, el análisis de la palabra ingle­
sa in-act-iv-ate-s puede mostrarse que contiene cinco entida­
des diferenciadas, cada, una de: las ¿cuales es portadora de
significación, y, consecuentemente, cinco signos.
41] Al sugerir un análisis de tal alcance sobre bases con­
vencionales, quizá debiéramos advertir que la «sigmfi-
cación» atribuible a cada uoa detestas entidades mínimas
debe entenderse como significación .puramente contextúa],.
Ninguna de las entidades mínimas, ni los^ radicales, ¿tiene
existencia tan «independiente» que le pueda ser asignada
una significación léxica. Pero desde el* punto de vista básico
que hemos adoptado —el análisis continuado sobre la base
de las funciones que aparecen en el texto— no existen otras
significaciones perceptibles que las contextúales; toda enti­ r?
dad, y pora tanto todo signo, se define con carácter relativo,
no absoluto, ysólo por el lugar que ocuparen él~contexto.
Desde este punto de vista carece de significado la distinción
entre significaciones que aparecen solamente en el contexto
y significaciones de las que podría suponerse que tienen exis­
tencia independiente, o —de acuerdo con los antiguos gramá-
t-y; .'- -^2- ~ - . • Ai?. .- ’ 1 J. *.
* ’,?£?->•.<';V« ‘.J- L^>”‘"VíóT
e¿*. Jp<• .h-? *- ’• -^ÍÁ ,j?.-.;. ’’’£•!.>£;,•

70 Prolegómenos a una teoría del lenguaje


ticos chinos— entre palabras «vacías» y «llenas». Las llama­
das significaciones léxicas de ciertos signos no son sino sig­
nificaciones contextúales artificialmente aisladas, o paráfra­
sis artificiales de, las mismas.. Totalmente aislado, ningún
signo tiene significación; toda significación del signo^surge
en el contexto, entendiendo por„tal_un_.contexto situacional
o un contexto explícito; no importa cuál, puesto que en un
texto ilimitado o productivo (una_j££gua viva) siempre po­
demos transformar un contexto situacional en explícito. No
imaginemos, pues, que un sustantivo, por ejemplo, es más
significativo que una preposición, o una palabra más que
una terminación derivacional o flexional. Al comparar una
entidad con otra podemos hablar no sólo de diferencia de
significación, sino también de diferencia de tipo de signifi­
cación, pero en Jo concerniente a tales entidades podemos
hablar de significación precisamente con el mismo - derecho
relativo.’ En nada influye que significación, en el sentido tra­
dicional, sea un concepto vago, que no mantendremos por
mucho tiempo sin un análisis más detenido.
, Ahora bien,’ al tratar de analizar expresiones de signo
del modo sugerido, la experiencia inductiva nos muestra que
en todas las lenguas hasta aquí observadas se llega a una
, ■
etapa del análisis de la expresión en que las entidades que
se obtienen yá no puede decirse que son.Aportadoras de sig­
nificación y; po’r tanlo, expresiones de signo' Las sílabas y
fonemas no son expresiones de signo, sino únicamente
tes de' éstas. Que._una expresión -dé signo, por ejemplo una
termi^dóp, pueda constar de una síla-
42] bá ó pueda constar de un_fonema no significa que la
sílaba o el fonema sean una expresión de signo. Des-
,/ de un punto de vista, la s del inglés in-actlv-ate-s es una ex-
< presión de signó; desde otro, un fonema. Los dos puntos de
vista llevan al reconocimiento de dos objetos diferentes.
Signos y figuras 71
Ciertamente, podemos defender que la expresión de signo s
incluye uno y sólo un fonema, pero eso no es lo mismo que
considerar la expresión de signo idéntica al fonema; el fo- i
nema entra en otras combinaciones en las que no es expre- \
sión de signo (por ejemplo, en el inglés en la palabra sell).
Tales consideraciones nos llevan a abandonar el intento
de analizar en «signos», y a reconocer que una descripción j/
acomodada a nuestros principios debe analizar contenido y
expresión por separado; que cada uno de estos dos análisis
dará por resultado final un número.. limitado_-de_entidades-,
no necesariamente equiparables a ias correspondientes ...del
plano opuesto.
43] La economía relativa que se obtiene al pasar de los
inventarios de signos a los de no-signos corresponde W
I :>:• t
por completo a lo que se supone ser la finalidad del lengua-
je. Una lengua,es, por su finalidad, primeja-y^principalmente "I I
estar siempre dispuesta a formar nuevos signos, nuevas_.pa:
labras o nuevas raíces. Pero, con toda su abundancia sin"'
límites, para ser plenamente adecuada debe ser asimismo fá­ .■feMae
cil de manejar, práctica en su adquisición y uso. Teniendo
en cuenta que se necesita un número ilimitado de signos,
podrán construirse todos los signos a partir de no-signos,
cuyo número es limitado, y preferiblemente, rigurosamente
.* '.‘£1
limitado. A aquellos ncnsignos que entran en un sistema de
signos^ como parte de éstos los llamaremos aquí_figuras, tér- ^f/
mino puramente operativo, inftrpducido, simplemente por ra- K/
zones de conveniencia. Una-lengua^pues, jse ordena de tal
modo que con la ayuda de un puñado de figuras y cambian­
do el orden constantemente pueda construirse una legión de
signos, Si una lengua no estuviese asi
signos. oí ordenada sena
así oraenaaa sería una
herramienta imposible de utilizar para su fin. Por tanto,
nos sobran razones para suponer que en esta característica
72 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
—la construcción del signo a partir de un número limitado
de figuras— hemos encontrado una característica básica
esencial de la estructura de cualquiei
* lengua.
Las lenguas, pues, no pueden describirse como sistemas
de signos puros. Por el fin que generalmente se les atribuye
son primera y principalmente sistemas de signos; pero por
su estructura interna son primera y principalmente algo di­
ferente, a saber: sistemas de figuras que pueden usarse para
construir signos. Al analizarla más detenidamente, la defi­
nición de lengua como sistema de signos se ha revelado, por
tanto, como poco satisfactoria. Hace referencia únicamente
a las funciones externas de una lengua, a su relación
44] con los factores no lingüísticos que la rodean, pero no
a sus funciones propias, a las internas.
EXPRESIÓN Y CONTENIDO

Hasta ahora hemos sido intencionalmente fieles a la vie­


ja tradición de acuerdo con la cual un signo es primera y
principalmente signo de algo En este punto estamos cierta­
mente de acuerdo con la concepción popular y, lo que es
más, con una concepción ar pliamente difundida entre ló­
gicos y epistemólogos. Pero queda por demostrar que tal
concepción es lingüísticamente insostenible, y en esto .es V;'

mos de acuerdo con el más reciente pensamiento lingüístico


Mientras que, de acuerdo con el prin^er punto de vista,
el signo es una expresídn qíie’Feñala hacia jm contenidojiw
haytueradel signo mismo, de acuerdo con el segundo pun
to de vista (que ha expuesto especialmente Saussure y, tra:
sus pasos, Weisgerber1) el signo es una entidad generad?
por la conexión entre una expresión y unLContenido.
Determinar cuál de estos puntos de vista ha de preferir
se es un problema de adecuación. Para responder a la pre

1 Leo Weisgerber, Gennanisch-romanische Manatsschrift,


págs. 161 ss.; id. Indogermanische Forschungen, XXXVI,
ñas 310 ss.; id., Muttersprache und Geistesbildung, Gottingen
74 ' . Prolegómenos a una teoría del lenguaje
gunta evitaremos por el momento hablar de signos, que son
precisamente lo que intentamos definir. En su lugar, habla­
remos de algo cuya existencia creemos haber establecido: la
/función de signo, colocada entre dos entidades, una expre­
sión y un contenido. Sobre esta base podremos determinar
si es adecuado considerar la función de signo como función
externa o interna de la entidad que llamaremos signo.
_Hemos presentado los términos expresión y contenido
como designaciones_.dc los funtivos.que-contraen .Ja-función
a que nos referimos, la función de signo. Es ésta una defini­
ción puramente operativa, y además una definición formal,
en el sentido de que en este contexto no se dará ningún otro
significado a los términos expresión y contenido.
Siempre habrá solidaridad entre una función y (la clase
de) sus funtivos: no puede concebirse una función sin sus
terminales, y los terminales son únicamente puntos finales
"Se la función y, por tanto, inconcebibles sin ella. Si una
misma entidad contrajese deferentes funcione? sucesivamen­
te y, así pareciera ser seleccionada por 'ellas, se trata-
45] ría, en cada caso, no de un mismo furitívo, sino de di-
ferentes funtivos, diferentes objetos según el punto de
vista que se adoptase, es decir, según la función desde la ■
cual se enfocase la vista. Esto no nos impide decir que es
la «misma» entidad desde otros puntos de vista: por ejem- .
pío, considerando las funciones que entran en ella (que sus ;
componentes contraen) y que la establecen. Si varios grupos
de funtivos contraen una misma función, esto .quiere decir;;
que hay solidaridad entre la función y la clase entera.de es- <
tos funtivos, y que, consecuentemente, cada funtivo en par­
ticular selecciona la función.
Por tanto, hay también solidaridad entre la función de
5jggg_y SUS dos funtivos, la expresión y el contenido Jamás
habrá una función de signo sin la presencia simultánea de
'O-'■ ■

Expresión y contenido 75
estos dos fruitivos; y una expresión y su contenido, o un
contenido y su expresión, jamás aparecerán juntos sin que
esté presente entre ellos la función de signo.
La función de signo es por sí misma una solidaridad. Ex-
/ presión y contenido son solidarios, se presuponen necesaria­
mente. Una expresión sólo es expresión en virtud de que es
expresión de un contenido, y un contenido sólo es contenido
[ en virtud de que es contenido de una expresión. Por tanto
r —a menos que se opere un aislamiento artificial— no puede
haber contenido sin expresión, o contenido carente de ex­
presión, como tampoco puede haber expresión sin conte­
nido, o expresión carente de contenido. Si pensamos sin ha­
blar, el pensamiento no será un contenido lingüístico ni fun-
tivo cié úna fruición de signo..Si hablamos sin pensar, va­
liéndonos dé una serie de Sonidos a los que nadie que los
escuché pueda ¿concederles , contenido alguno, tal habla será
un abracadabra, y no una expresión lingüística ni funtivo
de una función de signó’. Desde luego, ia falta de contenido''"
no debe confundirse con falta de significación: una expre­
sión jnuy bien puede tener un, .contenido que desde algún
punto-de vista (por ejemplo, el de la lógica normativa o del
fisicismo) pueda considerarse carente de significación, pero
■ que-sea un contenido.
Si al analizar el texto no tuviéramos en cuenta la función
dé signó/'nó^podríamos delimitar unos signos de otros: sen-
cillameúte, no, podríamos: proporcionar úna descripción ex-

i
46] lo establecen (pág;-40). íNos veríamos privados de un
criterio objetivo capaz de proporcionar una base útil
de análisis. -
Para dejar én claro la función de signo, Saussure trató
de considerar la expresión y el contenido cada uno por sepa-
"6 _ Prolegómenos a una teoría del lenguaje Expresión y contenido 77 ■
rado; sin tener en cuenta la función de signo, y obtuvo el Por otra parte, parecería un experimento justificable- com­
siguiente resultado: parar diferentes lenguas y extraer, o sustraer, el factor co­
mún a ellas y común a todas las lenguas, por muchas que
Prise en elle-méme, la pensée est comme une nébu-
sean las que se hagan entrar en la comparación. Ese factor
leuse oü ríen n’est nécessairement délimité. II n'y a
—si excluimos el principio estructural que implica la fun­
pas d’idées préétablies, et rien n’est distinct avant
ción de signo y todas las funciones de ahí deducibles, prin­
l'apparition de la langue... La substance phonique n’est
cipio que es, por naturaleza, común qua principio a todas
pas plus fixe ni plus rigide; ce n’est pas un moule dont
las lenguas, pero cuya ejecución es privativa de cada una de
la pensée doive nécessairement épouser les formes,
ellas—, ese factor, decimos, será una entidad definida sola­
mais' une matiére plastique qui se divise á son tour en
mente por su «tenencia de» función con el principio estruc­
partiés distinctes pour fournir les signifiants dont la
tural de la lengua y con todos los factores que hacen a cada
pensée a besoin. Nous pouvons done représenter... la
lengua diferente de las demás. A ese factor lo llamaremos
langue... comme une série de subdivisions contigués
sentido.
dessinées á la fois sur le plan indéfini des idées con-
fuses... et sur celui non moins indéterminé des sons... 47] Así, advertimos que las cadenas
la langue élabore ses unités en se constituant entre
deux masses amorphes... cette combinatson produit jeg véd det ikke (Danés)
uné-jorme, non une substance2. I do not know (Inglés)
je ne sais pas (Francés)
en tieda (Finlandés)
naluvara (Esquimal)

a pesar de todas sus diferencias, tienen un factor en común:


el sentido, el pensamiento mismo. Este sentido, así conside­
rado, existe provisionalmente como una masa amorfa, como
entidad sin analizar que se define sólo por sus funciones
externas, esto es, por su función con cada una de las frases
lingüísticas que acabamos de, citar. Podemos imaginar este
sentido analizado desde muchos puntos de vista y sometido
a muchos análisis diferentes, bajo los cuales aparecería
como otros tantos objetos diferentes. Podría, por ejemplo,
analizarse desde uno u otro punto de vista lógico, o desde
uno u otro punto de vista psicológico. En cada una de las
lenguas consideradas ha de ser analizado de modo diferen-
78 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
ic, hecho este que sólo puede interpretarse como indicativo
de que el sentido se ha ordenado, articulado, conformado de
distinto modo en Ias distintas ]enguas:
En danés, primero jeg («yo»), después véd («sé», presente
de indicativo), después un complemento, det («lo»), después
la negación ikke («no»).
En inglés, primero I ( «yo»), después un concepto verbal
(do) que no figura en la frase danesa, después la negación
(not) y sólo al e] concepto know («saber») (sin que apa­
rezcan el concepto correspondiente al presente de indicativo
danés véd, ni el complemento).
En francés, primero «yo», después un tipo de negación
(que es, sin embargo, completamente diferente de la danesa
y la inglesa, puesto que no tiene valor de negación en todas
las combinaciones), después «sé» (presente de indicativo),
y finalmente un signo especial y peculiar que algunos llaman
negación, pero qUe también puede significar «paso»; igual
que en inglés, sin complemento.
En finlandés, primero un verbo que significa «yo-no» (o,
con mayor precisión, «no-yo», puesto que el signo de «yo»
vjene después; la negación en finlandés es un verbo que
to¥la 7n^ex^n de número y persona: en ’yo-no’, et ’tú-no’,
ei él-no, emme ’nosotros-no’, etc.), y después eb concepto
«saber» en una forma que tiene significado imperativo en
otras combinaciones; sin complemento.
En esquimal, «no-conociendo-estoy-yo-lo», un verbo deri­
vado de nato 'ignorancia', con el sufijo correspondiente al su­
jeto en primera persona y el complemento3 de tercera per-

Prescindimos de que el mismo sentido pueda recibir .forma, en


agunas de las lenguas, en cadenas muy diferentes: francés je Vignore;
esquima asttk o asükián (derivado de aso, que significa' «¡basta!»).
48] Vemos, pues, que el sentido informe que puede ex­
traerse de todas estas cadenas lingüísticas se confor­
ma de modo diferente en cada lengua. Cada lengua estable­
ce sus propios límites dentro de la «masa de pensamiento»
amorfa, destaca diversos factores de la misma en diversas
ordenaciones, coloca el centro de gravedad en lugares dife­
rentes y les concede diferente grado de énfasis. Es como
un mismo puñado de arena con el que se formasen dibujos
diferentes, o como las nubes del cielo que de un instante a
otro cambian de forma a los ojos de Hamlet. Igual que la
misma arena puede colocarse en moldes diferentes y la mis- . '|
ma nube adoptar cada vez una forma nueva, así también > .
el mismo sentido se conforma o estructura de modo diferen- t
te en diferentes lenguas. Lo que determina su forma son úni- , |
camente las funciones de la lengua, la función de .signo y I
las funciones de ahí deducibles. El sentido continúa siendo,
en cada caso, la sustancia de una nueva forma, y no tiene
existencia posible si no es siendo sustancia de una forma u
otra. .
Reconocemos por tanto en el contenido lingüístico,.en su
proceso, una forma específica, la forma del contenido, que £
es independiente del sentido y mantiene una relación arbi- “
traria con el mismo, y que le da forma en una sustancia del .
contenido. '
No hace falta reflexionar mucho para ver que io mismo
puede decirse del sistema del contenido. Puede decirse que
un paradigma de una lengua y otro correspondiente en otra íf
lengua cubren una misma zona de sentido, la cual, aislada
de esas lenguas, es un continuum amorfo sin analizar, en
el que se establecen los límites por la acción conformadora
de las lenguas.
Tras los paradigmas que proporcionan en diversas len­
guas las designaciones de color podemos descubrir, elimi-
■ ■ lió-.
México

W-. .¿i’. 2.- i" • 1 ■ tí'


80 Prolegómenos a una teoría del lenguaje < -i

nando las diferencias, tal continuum amorfo, el espectro del


i
color, en el que cada lengua establece sus fronteras de un
modo arbitrario. Así como, en esta zona de sentido, las con­
formaciones son aproximadamente las mismas en la mayo­
ría de las lenguas europeas de mayor difusión, no tenemos
que ir muy lejos para encontrar conformaciones incongruen­
tes con ellas. En gales, «verde» es gwyrdd o glas, «azul» es
glas, «gris» es glas o llwyd, «castaño» es llwyd. Es decir, la
parte del espectro que cubre nuestra palabra verde se en­' •
cuentra cruzada en galés por una línea que asigna parte de
ella a la misma zona que nuestra palabra azul, mien-
49] tras que la frontera establecida entre verde y azul no
se encuentra en galés. Lo que es más, el galés carece
de la delimitación entre azul y gris y asimismo de la que
distingue entre gris y castaño. Por otra parte, el área cu­
bierta por la palabra gris se ve cruzada en galés, de^modo ..
que la mitad de ella se refiere a la misma zona que nuestro
azul y la otra mitad a la misma que nuestro castaño. Con­
frontadas gráficamente en un esquema se verá la falta de
coincidencia entre estas divisorias:

gwyrdd
verde
azul glas

gris
llwyd
castaño

7 De modo similar, el latín y el griego se muestran meon-


gruentes con las principales lenguas europeas modernas en
; esta esfera. La progresión de lo «claro» a lo «oscuro»; que se
I divide en tres áreas en inglés y en muchas lenguas (blanco,
fe • ■■ • ¿

Expresión y contenido
I
gris, negro), se divide en otras en un número distinto de
áreas, por abolición o, por el contrario, por ampliación del
área media.
Los paradigmas del morfema muestran un estado de co­
sas semejante. La zona del número se analiza de modo dis­
tinto en las lenguas que sólo distinguen un singular y un
plural, en las que añaden un dual (como el antiguo griego
y el lituano) y en las que cuentan asimismo con un paucal,
sea simplemente un trial (como la mayoría de las lenguas
melanesias, la lengua sanir de Indonesia Occidental, en las
islas situadas entre Mindanao y las Célebes, y la lengua ku-
lin de Australia sudoriental en algunos de sus dialectos) o
un cuatral (como la lengua micronesia de las islas Gilbert).
La zona del tiempo verbal se analiza de modo diferente en
las lenguas que (aparte de las formaciones perifrásticas)
sólo tienen un pretérito y un presente (como, por ejemplo,
el inglés), en las que, por lo tanto, el presente cubre tam­
bién el área cubierta en otras por el futuro, y en las lenguas
que establecen un límite entre el presente y el futuro, sien­
do diferentes, las fronteras, a su vez, en una lengua que
(como el latín, el antiguo griego, el francés) distingue varias
^clases de pretéritos.
50] Esta incongruencia dentro de una misma zona de
sentido aparece por todas partes. Compárense, por
ejemplo, ias siguientes correspondencias entre el danés J el
alemán y el francés:

Baum arbre
Holz bois
Wald
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
De este hecho podemos concluir que en una de las dos
entidades que son funtivos de la función de signo, esto es,
el contenido, la función de signo instituye una forma, la
forma del contenido, que es arbitraria desde el punto de
vista del sentido y que sólo puede explicarse por la función
de signo y es evidentemente solidaria con ella. En este sen­
tido, es obvio que Saussure está en lo cierto al distinguir
_Lentre forma y sustancia. Precisamente lo mismo puede ob­
servarse en la otra de las dos entidades que son funtivos de
la función de signo, la expresión. Al igual que la zona del
' color o las zonas del morfema se subdividen de modo dife­
rente en diferentes lenguas, y cada lengua tiene un número
propio de palabras para designar el color, un número pro­
pio de números, de tiempos variables, etc., la comparación
de las lenguas nos permite asimismo descubrir zonas en la
esfera fonética que se subdividen de distinto modo en las
‘ diferentes lenguas. Podemos pensar, por ejemplo, en una
esfera de movimiento fonético-fisiológica, que cabe conside­
rar, por supuesto, espacializada en varias dimensiones y pre­
sentarse como un continuum no analizado pero analizable
—basándonos, por ejemplo, en el sistema de Jespersen de fór­
mulas «antalfabéticas»—. En una zona tan amorfa como ésta,
las’diferentes lenguas incluyen arbitrariamente un número di-.
ferente de figuras (fonemas), puesto que los límites se fijan
en lugares diferentes dentro del continuo. Un ejemplo es el
continuum constituido por ei corte medio de la boca, desde
la faringe hasta los labios. En las lenguas más conocidas
esa zona se divide generalmente en tres áreas, un área pos­
terior de la k, un área intermedia de la t y un área anterior
de la p. Ahora bien, manteniéndonos en el terreno de las
oclusivas, el esquimal y el letón, por ejemplo, distinguen
¿ dos áreas de la k, cuyas líneas de división no coinciden en
las dos lenguas. El esquimal coloca la divisoria entre la zona
Expresión y contenido
uvular y la velar, y el letón entre la velar y la velo-
51] palatal. Muchas lenguas de la India distinguen dos
áreas de la t, una retroflexiva y otra dental; y así su- \
cesivamente. Otro continuum también evidente es el de la
zona de las vocales; el número de vocales varía de una len­
gua a otra, y las divisorias están situadas en lugares dife­
rentes. El esquimal sólo distingue entre un área de la i, un
área de la u y un área de la cl En la mayor parte de las
lenguas conocidas la primera se divide en un área de la i
más pequeña y un área de la e, la segunda en un área de
la u más pequeña y un área de la o. En algunas lenguas
cada una de estas áreas, o alguna de ellas, puede verse cor­
tada por una línea que distingue las vocales labiale's (y, 0;
u, o) de las no labiales (i, e; uz, y ; estas últimas y extrañas
vocales «apagadas», poco frecuentes en Europa, o al me­
nos algunas de ellas, se encuentran, por ejemplo, en tamil,
en muchas de las lenguas uralo-orientales y en rumano);
con la abertura correspondiente de la i y la u pueden for­
marse, además, vocales intermedias, labial («) en sueco y
en noruego, o no labial (i) en ruso; y así sucesivamente. De­
bido especialmente a la extraordinaria movilidad del órgano
de la lengua, las posibilidades de que puede hacer uso el
idioma’ son prácticamente ilimitadas; pero lo característico
es que cada idioma fije sus límites dentro de esta infinitud
de posibilidades.
Dadu que la situación es, en lo que concierne a la expre-
sión, análoga a la que se ofrece del lado del contenido, bien
estará subrayar este paralelismo utilizando la misma termi­
nología para uno y otro caso. Podremos hablar, pues, de un
sentido de la expresión, sin que lo poco corriente de una
afirmación semejante pueda impedírnoslo. Los ejemplos que
hemos dado (el continuum de las vocales y del corte medio
de la boca) serán, entonces, las zonas fonéticas del sentido,
I

Prolegómenos a una teoría del lenguaje


formadas de modo diferente en las distintas lenguas, según
las funciones específicas de cada lengua, y ordenadas de
acuerdo con la forma de la expresión como sustancia de la
expresión.
Hasta ahora nos hemos referido al sistema de la expre­
sión; pero, al igual que sucede con el contenido, podemos
aplicar lo expuesto al proceso. Exclusivamente por razón de
la cohesión entre sistema y proceso, la formació i específica
del sistema en una lengua dada surte efectos inevitable­
mente en el proceso. En parte debido a las propias fronte­
ras que se establecen en el sistema y que resultan incon­
gruentes de una lengua a otra, y en parte a las posibilidades
de relación entre los fonemas de la cadena (ciertas lenguas,
por ejemplo australianas y africanas, no admiten grupo al­
guno de consonantes; otras sólo ciertos grupos de
consonantes, diferentes de una lengua a otra; la colo­
cación del acento en la palabra se rige también por
diferentes leyes en cada lengua), un mismo sentido de la ex­
presión puede formarse de modo diferente en distintas len­
guas. En inglés (bo:'lin), en alemán (^er'lim), en danés
(^>aeB'li?n), en japonés (beluJinu) representan diferentes for­
maciones del mismo sentido de expresión (el nombre de ciu­
dad Berlín). Desde luego, es indiferente que el sentido del
contenido resulte ser el mismo en este caso; análogamente
podríamos decir que, por ejemplo, la pronunciación de la
palabra inglesa got, la alemana Gott («Dios»), y la danesa
godt («bien») representan diferentes conformaciones de un
mismo sentido de expresión. En este ejemplo, el sentido de
la expresión es el mismo, pero el sentido del contenido dife­
rente, igual que én jeg véd det ikke y I do not know el sen­
tido del contenido es el mismo pero el de la expresión di-
□Jzerente.
Expresión y contenido 85
Cuando una persona familiarizada con el sistema funcio­
nal de una lengua dada (por ejemplo, su lengua materna)
ha percibido un sentido del contenido o de la expresión, lo
formará en esa lengua. Una parte esencial de lo que la gente '
entiende por «hablar con acento» consiste en dar forma, de
acuerdo con las predisposiciones sugeridas por los hechos
funcionales de la lengua materna del hablante, a un sentido
de la expresión percibido.
_ Esta investigación nos muestra, pues, que lasados. enti-'~^A
dades que contraen la función de signo —la ..expresión, y ..el
contenido— secompprt^deLnúsmp..modo^eD_relacióm.cQn
ella. En virtud de la función de signo, y sólo en virtud de
ella, existen sus dos funtivos, que pueden ahora designarse
con precisión como forma del contenido y forma de la ex- V
presión. Y en virtud de la forma del contenido y de la forma
de la expresión, y sólo en virtud de ellas, existen respecti­
vamente la sustancia del contenido y la sustancia de la ex­
presión, que se manifiestan por la proyección /de la forma
sobre el sentido, de igual modo que una red abierta pro­
yecta su sombra sobre una superficie sin dividir.
Si volvemos ahora al punto de partida, concerniente a
la significación más adecuada de la palabra signo, estaremos
al fin en condiciones de ver mejor y con más claridad qué
es lo que hay detrás de la controversia entre los pun­
tos de vista de la lingüística tradicional y de la lingüística
moderna. Parece cierto que un signo es signo de algo, y que
este algo en cierto modo reside fuera del signo mismo. Así
la palabra anillo es el signo de esa cosa definida que llevo |
en el dedo, y esa cosa, en cierto sentido (tradicional), no
entra en el signo mismo. Pero esa cosa que llevo en el dedo
fts una entidad de sustancia del contenido, la cual está orde­
nada con una forma del contenido (a través del signo) y
clasificada bajo ésta juntamente con otras varias entidades

,
86 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
de sustancia del contenido (por ejemplo, el ruedo.
53] en una plaza de toros). Que un signo sea signo de
algo quiere decir que la forma del contenido de un
signo puede subsumir ese algo como sustancia del conteni­
do. Igual que antes sentimos la necesidad de usar la pala­
bra sentido, no simplemente del contenido, sino también de
la expresión, igualmente aquí, en aras de la claridad, a con­
tracorriente de los conceptos consagrados por el tiempo,
cuyas limitaciones se hacen ahora cada vez más evidentes,
sentimos el deseo de invertir la orientación del signo: en
realidad deberíamos poder decir precisamente, con el mismo
derecho, que un signo es signo de una sustancia de expre­
sión. La secuencia de sonidos que integran la palabra anillo,3^
por sí misma y como fenómeno único, pronunciada hic et
nunc, es una entidad de sustancia de la expresión, la cual
en virtud del signo y sólo en virtud de lo que de él se deri­
va, se ordena con una forma de la expresión y se clasifica
bajo la misma juntamente con otras diversas entidades de £
sustancia de la expresión (otras posibles pronunciaciones,
por otras personas o en otras ocasiones, del mismo signo
El signo es, pues —por paradójico que parezca—, signo
de sustancia del contenido y signo de sustancia de la expre­
sión. En este sentido es en el que puede decirse que el sig­
no es signo de algo. Por otra parte, no encontramos justi­
ficación para llamar al signo simplemente signo de sustan­
cia del contenido o (lo que nadie ha pensado, podemos estar
seguros) de sustancia de la expresión. El signo es una entFT y
ia ___
dad con ^los caras, con una perspectiva cual la de^Jano, eni $
dos direcciones, y con efecto «hacia afuera», hacia la sus­
tancia de la expresión, y «hacia dentro», hacia la sustancia^
del contenido.
Toda terminología es arbitraria' y, consecuentemente, ;
nada nos impide usar la palabra signo para designar espe-.
Expresión y contenido
cialmente la fonna de la expresión (o; si ln deseamos la sus­
tancia de la expresión, si bien esto sería a la vez absurdo e
innecesario). Pero parece más adecuado usar la palabra sig-
no para designar la unidad que consta de forma de con- •
tenido y forma de expresión y que es establecida por la soli- ;
daridad que hemos llamado la función del signo.
Si signo se usa para designar la expresión únicamente o
parte cL ella, la terminología, aun cuando esté protegida por
definiciones formales, correrá el riesgo, consciente o incons­
cientemente, de provocar o favorecer el erróneo y difundido
concepto de quev un a lenguaces simplemente una nomencla­
tura o un juego de etiquetas que^se cplocarán_aobre_cosasr>
ya existentes. La palabra signo irá siempre unida, por ra­
zón de su naturaleza, a la idea de un «designatum»; la pala­
bra, por tanto, signo deberá usarse adecuadamente de ma­
nera tal que la relación entre signo y «designatum» aparezca
con la mayor claridad posible y no esté sujeta a una defor-.
madora simplificar ón. ¿ ‘ '
54] La distinción entre expresión y contenido y su róhp-y
racción_en la función de signoes_algo básico en la
estructura de cualquier lengua. Cualquier signo;-cualquier
sistema de signos, cualquier sistema de figuras ordenado con
fin de signos, cualquier lengua^contienen en sí una forma de
la expresión y una forma del contenido. La primera etapa A
del análisis de un texto debe consistir, por tanto, en im ana- )
lisis que diferencie estas dos entidades. Para ser exhaustivo^
el análisis debe organizarse de tal modo que en cada etapa
hagamos la división tomando partes de la mayor;,.extensión, .
es decir, del menor número posible, bien sea dentro de la
cadena analizada en su totalidad bien dentro de una sección
cualquiera de la misma arbitrariamente fijada. Si un texto,’
por ejemplo, incluye tanto períodos como frases nodremos.
mostrar que. el. número_ de frases es mayoia-Que_el de perro-
88 Prolegómenos a una teoría del lenguaje Expresión y contenido
dos; por tanto no hemos de .pasar directamente. a_ dividirlo de tal manera que en ambos planos se prevén cate-
en frases, sino que habremos de dividirlo’primero. en perío­ 55] gorías que se definen de modo totalmente idéntico.
dos' y después éstos, en frasesf' Aplicado este principio a Con ello se confirma de nuevo y esencialmente que es
través de todo el proceso, resultará que cualquier texto ha correcto concebir la expresión y el contenido como entidades
de dividirse siempre en la primera etapa en dos y solamen­ coordinadas e iguales en todos los aspectos.
te dos partes, cuyo número mínimo garantice su extensión Los términos plano de la expresión y plano del contenido
máxima: la línea de expresión y la línea de contenido, y, por lo que a esto respecta, expresión y contenido, se han
que tienen solidaridad mutua a través de la función de sig­ , elegido de conformidad con nociones preestablecidas y son
no. Después, la línea de la expresión y la línea del contenido totalmente arbitrarios. Su definición funcional no justifica
se continuarán analizando cada una por separado, teniendo Z' que llamemos a una de estas entidades expresión y a la
en cuenta, naturalmente, su interacción en los signos. Del otra no, o que llamemos a una contenido y a la otra no. Se
mismo modo, la primera desmembración de un sistema lin­ definen sólo por su solidaridad mutua, y ninguna de ellas
güístico nos conducirá a establecer sus dos paradigmas más puede identificarse de otro modo. Caday
Ca^da una^e_ellas. se_jiefi7
inclusivos: el lado_.de expresión y el. lado de_^cont.enidp. relación, comoCfuntivos
ne por oposición y por relación, comoífuntivos mutuamente.
mutuamente.
Para designar la línea de expresión y el lado de expre­ opuestps.de una^misma función.
sión, de una'parte, y la línea de contenido y el lado de
'^contenido, de otra, hemos usado respectivamente las desig­
naciones de plano de la expresión y plano del contenido
(designaciones relacionadas con las palabras de Saussure
i antes, citadas: «le plan..: des idées... et celui... des sons»).
x A través de todo el análisis, este modo de proceder nos
hace ganar en claridad y simplificación, arroja luz además
sobre todo el mecanismo de una lengua de un modo hasta
aquí desconocido; ;Désde este punto de vista resultará fácil
organizar las disciplinas auxiliares de la lingüística de acuer­
do con un plan bien fundado, y eludir por fin la vieja divi­
sión fragmentaria de la lingüística en fonética, morfología,
sintaxis, lexicografía y semántica —división que resulta poco
satisfactoria en muchos aspectos y que además implica cier­
ta superposición—. Pero además, cuando se continúa el aná­
lisis, éste muestra que el plano de la expresión y el plano
del contenido pueden describirse exhaustiva y consecuente­
mente como si estuviesen estructurados de modo análogo,
INVARIANTES Y VARIANTES

Este adentrarse en la estructura del signo es condición


indispensable para llevar a cabo el análisis con precisión y,
especialmente, para reconocer las figuras de que se compone
un signo lingüístico (pág. 71). En cada etapa del análisis
debe hacerse un inventario de las entidades con relaciones
uniformes (pág. 65). El inventario debe satisfacer nuestro
principio empírico (pág. 22), es decir, ser exhaustivo a la. vez
que tan simple cómo sea posible. Tales exigencias, cierta­
mente, han de satisfacerse en cada etapa, porque, entre
otras razones, no podemos saber de antemano si una etapa
dada será la última; pero son doblemente importantes para
la etapa final del análisis, porque es en este punto cuando
reconocemos las entidades finales que son básicas para el
sistema, las entidades con las cuales ha de sernos posible
demostrar que se construyen todas las demás entidades. Y
en este punto es importante, no sólo para simplificar la so­
lución de esta última etapa, sino para simplificar la solu­
ción en conjunto, que el número de entidades finales sea lo
más bajo posible.
Enunciamos esta exigencia a través de dos principios:
el principio de economía y el principio de reducción, ambos
deducidos del de simplicidad (pág. 33).
Principio de economía? la descripción se hará por medio
de un procedimiento. El procedimiento se ordenará de modo
tal que el resultado sea la mayor simplicidad posible, y
se suspenderá si no llevas a una ulterior simplificación.
Principio de reducción: cada operación del procedimiento
se continuará o repetirá hasta que se haya agotado la des- .
cripción, y habrá de conducir en cada etapa a registrar el
menor número posible de objetos.
las entidades inventariadas en cada etapa las 11a-
56] maremos elementos. Con vistas al análisis, formulamos .
el principio de reducción en los siguientes términos: •
Cada análisis (o cada complejo de análisis) en el que se
registren funtivos con una función dada como base del aná- '.
tisis se hará de tal modo que conduzca a registrar el menor
número posible de elementos.
Para dar plena satisfacción a esta exigencia hemos dé<^.r
tener a nuestra disposición un-método que nos permita, en :&&&■
condiciones fijadas con precisión, reducir dos entidades á
una sola o, como con frecuencia se dice, identificar dos en-.,
tidades *. Si imaginamos un texto dividido en períodos, éstos
en frases, éstas en palabras,’ etc., y un inventario por cada
análisis, podremos observar que en muchos lugares de
i En esta última formulación, la teoría presupone un análisis más
cerrado del concepto de identidad lingüística. De él ha tratado. desde ;
muchos puntos de vista, iu literatura reciente; por ejemplo, F. de
Saussure, Cours, 2.* ed., pág,;, 150 ss., y, sobre la base de la jerar?^>¿
quía de tipos russelliana, A. Pcnttila (Actes du IV‘ Congrés intematio-
nal de linguistes, Copenhague 1938, págs. 160 ss.), siguiendo’ a Ú. Saár-
nio, Untersuchungen zar sytnbolischen Logik (Acta philosóphica Fen-. .
nica, I, Helsinki, 1935); cf. Pcnttila y Saamio en Erkenntnis, IV,
1934, págs. 28 ss. Los resultados provisionales obtenidos parecen sufi- .
cientes, sin embargo, para indicar que es difícil llegar al método a
través de definiciones formales, y que podemos actuar con parigual -¿;
simplicidad a través del concepto de reducción. El problema de la
identidad puede desecharse, por tanto, a este respecto, por entrañar
una complicación innecesaria.

•-L - — -------- ----------- ----------------------------- -------------------- ; -1 ,h ■


'•'. ■ í- ' '. ■" ' ‘ .-'••y ••]
•••
.’ ' ■':

92 Prolegómenos a una teoría del lenguaje


to tenemos «un mismo» período,, «una misma» frase, «una
misma» palabra, etc.: puede decirse que .hay muchos, ejem­
plos de cada período, de cada frase, de cada palabra, etc.
-JSg :• A estos ejemplos los llamaremos variantes, y a las entidades
■’i?'i de las que son ejemplo, invariantes- Más aún, se observa
1 •' ¡
inmediatamente que no sólo las entidades, sino también
las funciones tienen variantes, de modo que la distinción en- _
're variantes e invariantes se aplica a los funtivos en gene­
ral. En cada etapa del análisis hemos de ser capaces de in­
ferir invariantes de las variantes, con la ayuda de un méto­
do especialmente preparado que establezca los criterios ne­
I
cesarios para tal reducción.
En lo que afecta a las invariantes de grado máximo ¿¿s
57] del plano de la expresión —en cuanto al lenguaje ha­
blado, en teoría hasta ahora, los llamados fonemas—
I se ha prestado alguna atención a este problema en la lingüís­■■i 1
tica moderna y no faltan los intentos de encontrar tal mé­
todo de reducción. En muchos casos, sin embargo, los inves­
tigadores se han detenido en una definición «real» más o
menos vaga del fonema, que no proporciona ningún criterio
objetivo y útil en los casos dudosos. En la lingüística mo­
derna dos escuelas han intentado ofrecer conscientemente
un método de reducción objetivo; la escuela_de Londres, re-
presentada..por Daniel. Jones, y la escuela fonológica. que tje-'
ne su origen en el Círculo de Praga y..a cuya_.cabeza estaba
N. S. Trubetzkoy. Los métodos de reducción desarrollados
en éstos dos campos muestran una semejanza característica
y una diferencia interesante. >.?-i
La semejanza consiste en que ninguna de las dos escuelas
admite que un análisis del texto llevado a cabo basándose
en las funciones sea el requisito previo de un inventario. El
método usado es el inductivo (págs. 24-25), que toma cpmo
dato una masa de sonidos aislados, para agruparlos en cía-

í
.... •
'
Invariantes
- ----- —*y—-variantes
________ , 93
---„- - -, :f;........ . ... ................. ....
ses de sonidos, los llamados fonemas. Esta agrupación debe
operarse sin tener en cuenta de qué paradigmas forman parte
los sonidos. Con notable falta de fundamento lógico, sin
embargo, ambas escuelas parten de una somera división en
categorías del inventario total de sonidos de una lengua, tra­
tando las vocales y las consonantes por separado. Pero vo­
cales y consonantes son consideradas como categorías defi­
nidas no por las funciones lingüísticas, sino más bien por
premisas no lingüísticas (fisiológicas o físicas). Y la cate­
goría de las vocales y la categoría de las consonantes no se
analizan al principio de la operación en subcategorías toman­
do como base la relación (de acuerdo con su «posición» en
la sílaba).
Nada hay de sorprendente en esta semejanza, puesto que
el método deductivo que hemos esbozado (pág. 26), no se ha
puesto en práctica hasta aquí en la ciencia lingüística.
La diferencia entre las dos escuelas en su modo de pro­
ceder, por otra parte, no carece dé interés metodológico.
Ambas_esián de acuerdo en ver algo característico en.eLhe-
cho de. que. los fonemas —en contraste con las variantes—
tienen una, función distintiva: el cambio de un fonema_JRPr
otro puede ^entrañar una diferencia de contenido (v. g. pez-
paz), .cosa que no sucede cuando se cambia una variante
del mismo fonema por otra (v. ’gT'dos-pronunciaciones di­
ferentes de la e en la palabra pez)- Los fonólogos de Praga
sientan este criterio en su (tefinición.,_?Ldennir.JaJ2PQSÍción
fonémica como una oposición distintiva L, La escuela
58] de Londres sigue otro camino. Daniel Jones señala
que los fonemas son distintivos, pero no se decide a_

2 Actes du Ier Congrés intemational de linguistes, Leiden, s. d.,


pág. 33. Travaux du Cercle linguistique de Pregue, IV, 1931, pág. 311.
N. S. Trubetzkoy, Grundziige der Phonologie (Travaux du Cercle lin­
guistique de Prague, VII, 1939), pág. 30.
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
incorporar este rasgo a la definición de fonema, consideran-
que hay oposiciones fonémicas que no pueden entrañar
una diferencia de contenido, puesto que los fonemas de que
se trata no pueden cambiarse por otros dentro de una mis­
ma palabra, es decir en la misma «posición» en la cadena;
es lo que sucede, por ejemplo, con h y q en inglés3. Esta
dificultad se debe a que la teoría de Jones no admite que
los fonemas puedan diferir sencillamente por pertenecer a
, categorías diferentes (aparte de la distinción entre vocal y
consonante). Por tanto, no se considera criterio suficiente­
mente distintivo que h, que sólo puede aparecer en posición
en la sílaba, y V, que sólo puede aparecer en posición
final en la sílaba, entren en oposición distintiva con otros
fonemas que ocupen la misma «posición» (v. g. hat-cat,
sihg-sit). La escuela de Londres, por tanto, intenta ex­
de la función distintiva y en su lugar
en teoría— tomar como base la «posición»
sin atender a la función distintiva, de modo
sonidos que puedan aparecer en la misma po- .
sición estén referidos siempre a fonemas diferentes4. Pero
es evidente que así surgen nuevas dificultades, habida
cuenta, sobre todo, de que también las variantes pueden apa-
recer en la misma «posición» (ejemplo, pez con e de distin­
tas calidades). Para eliminar esta dificultad es necesario in­
troducir, además del fonema, otro concepto: la varijona, cu­
ya relación con el fonema no está del todo clara: Puesto
que cualquier nuevo ejemplar de fonema es una nueva va-
tendrá variantes en una misma «posi-

>, Travaux du Cercle linguistique de Prague, IV, 1931,


. 77 s. D. Jones, An Outline of English Phonetics, Cambridge,
1936, págs. 49 s. ‘
* D. Jones, Le maitre phonétique, 1929, págs. 43 s., Travaux du
Cercle linguistique de drague, IV, pág. 74.
Invariantes y variantes ______ 95
ción», de donde se sigue que cada fonema ha de ser una
varífona. Pero parece, aun cuando no se diga de modo ex­
preso, que las distintas varífonas sólo pueden considerarse
diferentes unas de otras por su oposición distintiva5.
59] El intento de la escuela de Londres de evitar la
oposición distintiva resulta instructivo. Probablemen­
te se hizo en la creencia de que hay base más firmz' en la
fonética pura sin recurrir al contenido, en el que la distin­
ción entre semejanzas y diferencias puede resultar precaria
puesto que el método analítico no está tan bien desarrollado
en este campo y parece más difícil conseguir criterios obje­
tivos. Al parecer, el Círculo de Praga opinaba del. mismo
modo, puesto que trata de servirse sólo de las llamadas «dife­
renciaciones de significado intelectual». Pero el Círculo de
Praga tiene indudablemente toda la razón al aferrarse con
firmeza al criterio distintivo como el pertinente; los inten­
tos de la escuela de Londres muestran las insuperables difi­
cultades que de otro modo se presentan. La retunda afirma­
ción de este principio es el principal mérito del Círculo de
Praga; en todos los demás puntos hay que tomar con -gran •
reserva su teoría y su práctica en lo que se llama fonología.
La experiencia obtenida en los métodos de reducción in­
tentados parece, pues, mostrar que debemos. .cnnsiderar^eL
factor distintivo como el pertinente para jregistrarJas..inva­
riantes y distinguir entre variantes e invariantes.. En ex pla­
no de la expresión hay diferencia^entre las invariantes cuan-
do hay una correlación (v. g., la correlación entre e y a en
pez-paz) a la que corresponde una correlación en el plano
del contenido (la correlación entre las entidades de conteni­
do pez y paz), de modo que podemos Tegistrar una relación

5 D. Jones, Proceedings of the Intemationcd Congress of Phonetic


Sc;enees (Archives néerlandaises de phonétique expérimentale, VIII-
IX, 1933), pág. 23.
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
entre la correlación de la expresión y la correlación del con­
tenido. Esta relación es consecuencia inmediata de la fun­
ción de signo, la solidaridad entre la forma de la expresión
y la forma del contenido.
Ciertos métodos de la lingüística convencional, como he­
mos visto, han tratado de reconocer este hecho en los últi­
mos tiempos; pero sólo se le ha estudiado con seriedad con
respecto a las figuras del plano de la expresión. Para com­
prender la estructura de una lengua y efectuar un análisis
es de capital importancia advertir que este principio debe
extenderse de modo que también resulte válido para las de­
más variantes de la lengua, independientemente de su grado
o, en general, del lugar que ocupen en el sistema. Este prin­
cipio resulta cierto, por tanto, para todas las entidades de
expresión, con independencia de su extensión, y no solamen­
te para las entidades mínimas; y tiene-aplicación en el pla­
no del contenido en la misma medida que en el plano de la
expresión. En realidad, es tan sólo la consecuencia lógica de
reconocer la validez de este principio para las figuras de la
expresión.
Si consideramos signos en lugar de figuras, y no un
signo en particular sino dos o más signos en correla­
ción mutua, hallaremos siempre una relación entre una co­
rrelación de la expresión y una correlación del contenido.
Si no se advierte tal relación, este será precisamente el cri­
terio para decidir que no se trata de dos signos diferentes,
sino únicamente de dos variantes distintas del mismo signo.
Si el cambio de una expresión de frase por otra distinta
puede entrañar un cambio correspondiente entre dos conte-
nidbs de frase diferentes, habrá dos frases de expresión di­
ferentes; si no, habrá dos variantes de la frase en la expre­
sión, dos ejemplares distintos de una misma expresión de
frase. Lo mismo ocurre con las expresiones de la palabra y
Invariantes y variantes .
con cualquiera otra expresión del signo. Y el mismo princi­
pio se aplica a las figuras sin tener en cuenta su extensión
—las sílabas, por ejemplo—. La diferencia entre los signos
y las figuras a este respecto consiste únicamente en que en
el caso de los signos será siempre la misma diferencia de
contenido la que entrañe una misma diferencia de expresión,
mientras que en el caso de las figuras una misma diferencia •»'.(>
de la expresión puede, en cada supuesto, entrañar cambios
diferentes entre las entidades del contenido (ejemplos, pez-
paz, mes-mas, ten-tan).
Aún más; la relación observada es reversible, en el senti­
do de que la distinción entre variantes e invariantes dentro
del plano del contenido debe hacerse exactamente de acuer­
do con el mismo criterio (habrá dos invariantes del conte­
nido diferentes si su correlación tiene relación con una có-
rrelación de la expresión, y no en otro caso). Por tanto eñ la
práctica habrá dos invariantes del contenido si él cambió de
una por la otra puede entrañar un cambio correspondiente ?
en el plano de la expresión. En el caso de los signos, esto
es especial e inmediatamente evidente. Si, por ejemplo, el
cambio de una expresión de la frase por otra entraña un "
cambio correspondiente entre dos contenidos de la frase, en­
tonces el cambio de uno de los contenidos de la frase por
el otro entrañará un cambio correspondiente entre las dos
expresiones de la frase; se trata dé la misma cosa vista'des­
de el lado opuesto.
Finalmente, es una consecuencia lógica inevitable que
esta prueba de cambio pueda aplicarse al plano del1 conte­
nido, y no únicamente al de la expresión, y deba permitimos
registrar las figuras que componen los contenidos del signó.
Exactamente igual que en el plano de la expresión, la
61] existencia de figuras será únicamente la consecuencia
lógica de la existencia de signos. Cabe predecir, por
PROLEGÓMENOS. — 7
9$ Prolegómenos a una teoría del lenguaje
tanto, con certeza que tal análisis puede llevarse a cabo. Y
cabe añadir además que llevarlo a cabo es de suma impor­
tancia, porque es un requisito previo necesario para lograr
ima descripción exhaustiva del contenido. Tal descripción
exhaustiva presupone la posibilidad de explicar y describir
un número ilimitado de signos, también con respecto a su
contenido, con la ayuda de un número limitado de figuras.
Y la exigencia de reducción ha de ser la misma en este caso
que en el plano de la expresión: cuanto más reducido poda­
mos hacer el número de las figuras del contenido, tanto me­
jor podremos satisfacer el principio empírico y su exigen­
cia de máxima simplicidad.
Hasta ahora, ni se ha hecho ni se ha intentado siquiera
en la lingüística tal anáfisis en figuras del contenido, aunque
el anáfisis correspondiente en figuras de la expresión es tan
viejo como la invención de la escritura alfabética (por no
decir más viejo: después de todo, la invención de la escri­
tura alfabética presupone un intento de tal análisis dé la
expresión). Esta incongruencia ha tenido las consecuencias
más catastróficas: enfrentado con un número ilimitado de
signos, el análisis del contenido ha parecido un problema
insoluble, un trabajo de Sísifo, un pico inaccesible.
No obstante se seguirá en el plano del contenido exacta­
mente el mismo modo de proceder que el seguido en el pla­
no de la expresión. Lo mismo que el plano de la expresión
puede, a través de un análisis funcional, disociarse en com­
ponentes con relaciones mutuas (como en. el viejo descubri­
miento de la escritura alfabética y en las modernas teorías
fonémicas), también el plano del contenido puede disociarse
por medio de tal análisis en componentes con relaciones mu­
tuas que sean más pequeños que los contenidos del signo
mínimos. ■ ...
, : ■ ■ '■'" ">’

SjÉ^fefc^ *<-■:
z£\'~~ 'í -5 ?¿2j ."
■- :.., r V57 * ’'" ”/?'</J '■ ’■• * -* ’:

Invariantes y variantes ________________ 99


Imaginemos que en el análisis de un texto, en aquella
etapa del análisis en que ciertas cadenas de extensión ma­
yor (pensemos, por ejemplo, en expresiones de la palabra
en una lengua de estructura conocida) se dividen en sílabas,
se registran las sílabas siguientes: sla, sli, slai, sa, si, sai,
la, li, tai. En la etapa siguiente, en que las sílaoas se divi­
den en parte central (seleccionada) y partes marginales (selec­
cionantes) (pág. 46), un inventario puramente mecánico en
las categorías de partes centrales y marginales de las sílabas
daría por resultado, respectivamente, a, i, ai, y si, s, l.
62] Pero puesto que ai puede explicarse como unidad es­
tablecida por la relación entre a e i, y si como unidad
establecida por la relación entre s y l, ai y si se excluyen del
inventario de elementos. Sólo nos quedan a e i, s y l, de
modo que éstas se definen por su facultad de formar parte
de los «grupos» mencionados (el grupo de consonantes si
y el diptongo ai). Y conviene observar que debe empren­
derse esta reducción en la misma operación en que se regis-.
tren las partes centrales y marginales de las sílabas, y no
dejarse para la operación. siguiente, en la que estas partes
se dividen de nuevo en partes más pequeñas. Emprenderla
de otro modo sería contrario tanto a la exigencia de ’ máxi­
ma simplicidad en el procedimiento cuanto a la exigencia
de máxima simplicidad del resultado de cualquier operación
dada (cf. pág. 33 y el principio de reducción). Sin embargo,
en otra situación, en la que, al dividir cadenas de mayor
longitud en sílabas, hubiésemos encontrado solamente slai,
no sla, sli, sa, si, sai, la, li, lai, la reducción no podría conti­
nuarse por división de' las sílabas en partes y habríamos de
posponer toda reducción ulterior hasta la operación siguien­
te, en la que las partes de las sílabas se tomarían como ob­
jeto de nueva división. Si, para dar otro ejemplo, tuviése­
mos slai, sla y sli, pero no sai, sa, si, lai, la, li, deberíamos
SHQ9

100 Prolegómenos a una teoría del lenguaje


poder dividir ai en esta etapa del procedimiento, pero no
si. (Si tuviésemos slai y sla, pero no sli, la división no po-.
dría emprenderse, y ai y a habrían de registrarse como dos
invariantes diferentes. La violación de esta regla conduciría,
entre otros resultados, ai absurdo de que en una lengua que
tuviese las sílabas a y sa, pero ninguna sílaba s, habríamos
de registrar no solamente a, sino también s como invarian­
te separada en el inventario de sílabas).
Tal forma de proceder entraña en principio un factor de
generalización. La reducción solamente puede llevarse a cabo
si es posible generalizar de un caso a otro sin el riesgo de
inconsecuencia. En nuestro ejemplo nos es dado imaginar el
supuesto de que si pueda reducirse a un grupo sólo en al­
gunos casos, pero no en todos, porque el contenido asociado
a la sílaba sla con si sin resolver sea diferente del contenido
asociado a la sílaba sla con si resuelta, de donde debe se- •
guirse que si será un elemento equiparable a s y a Z. En va­
rias lenguas bien conocidas (v. g., el inglés) la entidad t J
puede dividirse en t y J, de manera que esta división cabe ge-
. nérálizarla de modo congruente a todos los casos. En pola­
co, sin embargo, tj existe como entidad independiente equi­
parable a í y a /, mientras estas dos letras pueden formar
parte de un grupo t S (funcionalmente distinto de tf):
63] las dos palabras trzy 'tres' y czy 'si' sólo difieren en
pronunciación .porque la primera tiene t j y la se­
gunda íj6. . ...
<

6 L. Bloomfield, Language, New York, 1933, pág. 119, George L.


Trager, Acta Lingüística, I, 1993, pág. 179. Un análisis completo del
sistema de expresión polaco desde nuestro punto de vista descubriría
probablemente ulteriores diferencias entre los dos casos; pero eso
no quita fuerza al principio o a su aplicación en una etapa deter­
minada del análisis. Algo parecido sucede con el ejemplo de Jones
de la h y ri en inglés.
Invariantes y variantes
Es, por tanto, de importancia práctica en este caso uti-"'
Iizar un principio de generalización especial. Además, el va­
lor práctico de este principio se pone de manifiesto en mu­
chos otros puntos de la teoría lingüística, y debe ocupar su
lugar como uno de los principios generales de la teoría.
Creemos posible probar que este principio ha desempeñado
siempre implícitamente su papel en la investigación cientí­
fica, aunque, que nosotros sepamos, nc ha sido enunciado
anteriormente. Dice así:
Si un objeto admite una solución unívocamente, y otro
objeto admite la misma solución equívocamente, se genera­
liza la solución como válida para el objeto equívoco.
La regla que se aplica a las reducciones aquí discutidas
puede, consecuentemente, enunciarse como, sigue:
Las entidades que, por aplicaciones del principio de ge­
neralización, pueden registrarse unívocamente como unida­
des complejas que incluyen sólo elementos registrados en
la misma operación, no deben registrarse como elementas.
Esta regla ha de aplicarse en el plano del contenido exac- .
tamente del mismo modo que en el de la expresión. Si, por
ejemplo, un inventario puramente mecánico en una etapa
dada del procedimiento conduce a registrar en inglés las en­
tidades de contenido «ram», «ewe», «man», «woman», «boy»,
«girl», «stallion», «mare», «sheep», «human being», «child»,
«horse», «he», y «she», «ram», «ewe», «man». «woman»;
«boy», «girl», «stallion», y «mare» deben eliminarse del in­
ventario de elementos si pueden explicarse unívocamente
cómo unidades relaciónales que incluyen sólo «he» o «she»
por una parte, y «sheep», «human being», «child», «horse»
por otra. Aquí, igual que en el plano de la expresión, el cri­
terio es la prueba de cambio, por la que se encuentra la
relación entre las correlaciones en cada uno de los dos
planos.
102 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Del mismo modo que el cambio entre sai, sa y si
64] puede entrañar cambios entre tres contenidos dife­
rentes, también los cambios entre las entidades del
contenido «ram», «he», y «sheep» puede entrañar cambio
entre tres expresiones diferentes. «Ram» = «he-sheep» será
diferente de «ewe» = «she-sheep», del mismo modo que si
será diferente de, digamos, fl y «ram» = «he-sheep» será
diferente de «stallion» = «he-horse» del mismo modo que si
será diferente de, digamos, sn. El camoio de un solo elemen­
to por otro es en ambos casos suficiente para entrañar un
cambio en el otro plano de la lengua.
En los ejemplos a que hemos recurrido (la partición de
períodos en frases, y de las frases en palabras; la partición
de los grupos de sílabas en sílabas, de éstas en partes de
sílabas, y de éstas en figuras más pequeñas) hemos habla­
do provisionalmente, de acuerdo con los conceptos tradicio­
nales, como si el texto constase sólo de línea de expresión.
En el apartado precedente (pág. 89) nos hemos inclinado a
considerar que después de partir el texto en línea de ex­
presión y línea de contenido, hemos de partir cada una
de éstas de acuerdo con un principio común. Consecuente­
mente, hemos de llevar esta partición hasta el mismo punto
(es decir, hasta el final)-en ambas líneas. Así como al partir
la línea de expresión más tarde o más temprano nos
acercamos a un límite en el que los inventarios no restrin­
gidos se hacen restringidos, después de ¡o cual estos inven­
tarios restringidos decrecen de un modo constante en mag­
nitud a través de las operaciones siguientes (pág. 66), lo
propio ocurrirá al analizar la línea de contenido. El análi­
sis en figuras en el plano de la expresión puede decirse que
consiste, en la práctica, en la resolución de entidades que
forman parte de inventarios ilimitados (v. g., expresiones
de palabras) en entidades que forman parte de inventarios
invariantes y variantes
limitados, resolución que continúa hasta que sólo quedan los
inventarios más limitados. Lo mismo cabe decir del análisis
en figuras en el plano del contenido. Aun cuando el inven­
tario de los contenidos de la palabra no sea restricto en
cada lengua de estructura conocida, incluso los signos mí­
nimos se distribuirán (sobre la base de diferencias relació­
nales) en unos inventarios (seleccionados) ilimitados (v. g.,
inventarios de los contenidos de la raíz), y otros (seleccio­
nantes) limitados (por ejemplo, inventarios que compren­
den los contenidos de los elementos derivacionales y fle­
xionales, es decir, derivativos y morfemas). Por tanto,, en la
práctica el procedimiento consiste en tratar de analizar las
entidades que forman parte de lbs inventarios ilimitados en
entidades que formen parte de los inventarios limitados. En
el ejemplo antes ofrecido se advierte que este principio ya
se ha llevado a cabo"en parte: "mientras «sheep», «líü-
65] man being», «child» y «horse» permanecen por el mo­
mento dentro de los inventarios no restrictos, «he» y
«she», en su calidad de pronombres, pertenecen a una cate­
goría especial, relacíonalmepte definidá, con un número
limitado de miembros. La tarea consistirá, pues, en conti­
nuar el análisis hasta haber restringido todos -los inventa­
rios, y haberlos restringido al máximo.
En esta reducción a «grupos» de las entidades del con­
tenido, un contenido del signo se equipara a una cadena de
contenidos del signo que tengan ciertas relaciones mutuas.
Las definiciones con que se traducen las palabras en un dic­
cionario unilingüe son en principio de este tipo, aun cuando
los diccionarios no han intentado hasta aquí taí reducción
y, por tanto, no dan definiciones que puedan aprovecharse
sin más para realizar un análisis fiel al principio de congruen­
cia. Pero lo que se establece como equivalente desuna
entidad dada, cuando se reduce así esa entidad, es en rea
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
lidad la definición de la entidad, enunciada en la misma
lengua y en el mismo plano que aquél al que la entidad
misma pertenece. Tampoco vemos nada en este momento
que nos impida aplicar la misma terminología a los dos pla­
nes y, así, llamarlo también definición cuando, por ejemplo,
la expresión de la palabra pan se analiza considerando que
consta de la consonante p, la vocal a y la consonante n. De
este modo llegamos a la definición de definición: se entien­
de por definición la partición de un contenido del signo o
de una expresión del signo.
Esta reducción de entidades a grupos de elementos pue­
de hacerse en ciertos casos más eficaz registrando los co­
nectivos como tales. Por conectivo entendemos aquel funti-
vo que bajo ciertas condiciones es solidario con unidades
de complejos de cierto grado. En el plano de la expresión,
los conectivos se identifican frecuentemente (no siempre)
en la práctica con lo que en la lingüística de antaño se lla­
maban vocales de unión, pero difieren de ellas al definirlos.
La vocoidé que aparece en inglés delante de la terminación
flexional en la palabra fishes puede registrarse como un co­
nectivo. En el plano del contenido, las conjunciones, por.
ejemplo, serán con mucha frecuencia conectivos, hecho que
puede ser de importancia decisiva para el análisis e inven­
tario de las oraciones y frases de las lenguas de cierta es-
tructura. Porque en virtud de este hecho podremos conse­
guir de ordinario, ya en la etapa del análisis de los períodos,
no solamente una resolución de los períodos complejos en
oraciones : simples, sino también una reducción, a lo largo
de todo el inventario, de una oración principal dada y de
una oración subordinada también dada a una oración con
ambas posibilidades funcionales. La oración principal (se­
leccionada) y la secundaria (seleccionante) serán enton­
ces no dos tipos de oración, sino dos tipos dé «funcio-
Invariantes y variantes 105
66] nes de la oración» o dos tipos de variantes de Ja ora­
ción. ,kñadimos para completar el concepto que un
orden de palabras específico en ciertos tipos de oración su­
bordinada puede registrarse como señal de esas variantes
de oración y, por tanto, no impide que la reducción se lleve
a cabo. Más aún: la suerte que aquí corren dos de los pila­
res básicos de la sintaxis convencional —la oración principal
y la oración secundaria, que de este modo se reducen a me­
ras variantes— la correrán, de modo correspondiente, otros
varios de sus restantes pilares básicos. En las estructuras
lingüísticas conocidas, el sujeto y el predicado serán varian­
tes de un mismo nombre (una misma yunción, o algo pare­
cido). En una lengua sin caso para el complemento, el com­
plemento será una variante en la misma línea que éstas, y
en una lengua con caso para el complemento, en que éste
tenga además otras funciones, será una variante de un nom­
bre en ese caso. En otras palabras, la distribución de los
funtivos en dos clases —variantes e invariantes— elimina
la tradicional bifurcación de la lingüística en morfología y
sintaxis.
Por tanto, la relación entre correlación de la expresión
y correlación del contenido debemos registrarla para todas
las entidades del texto en ambos pianos. El factor distinti­
vo resulta ser pertinente a la hora de inventariar. A la co­
rrelación en un plano que, de este modo, tenga relación
con una correlación en el otro plano del lenguaje la llamare­
mos^ conmutación''Se trata, claro, está, de una definición
práctica; en la teoría buscamos, por supuesto, una formu-'
lación más abstracta y más general. Igual que podemos ima­
ginar una correlación y un cambio dentro de un paradigma
que tengan relación con una correlación correspondiente y
con un cambio correspondiente dentro de un paradigma Hel
otro plano de la lengua, así también podemos imaginar una
106 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
relación y un cambio dentro de una cadena que tengan rela­
ción con una relación y con un cambio correspondiente den­
tro de una cadena del otro plano; en tal caso hablaremos
de permutación. Con frecuencia se advierte una permuta­
ción entre signos de extensión relativamente amplia; inclu­
so es posible definir las palabras como signos permutables
mínimos. Como término común para designar la conmuta­
ción y la permutación elegimos el de mutación. Los deriva­
dos del mismo grado pertenecientes a un mismo pro-
67] ceso o a un mismo sistema se dice que constituyen
un rango; definimos la mutación, pues, como la fun­
ción existente entre los derivados de primer grado de una
misma clase, como la función que tiene relación con una fun­
ción entre otros derivados de primer grado de una misma
clase pertenecientes al mismo rango. Conmutación será, por
tanto, una mutación entre los miembros de un paradigma,
y permutación una mutación entre las partes de una cadena.
Por sustitución entendemos la falta de mutación entre
los miembros de un paradigma; sustitución es, por tanto, en
este sentido, lo contrario de conmutación. De las definicio­
nes se sigue que ciertas entidades no tienen ni conmuta­
ción mutua ni sustitución mutua: se trata de aquellas enti­
dades que no entran en un mismo paradigma; así, por ejem­
plo, una vocal y una consonante o h y V en el ejemplo de
Jones ofrecido arriba.
Las invariantes, pues, son correlatos con conmutación mu­
tua, y las variantes, correlatos con sustitución mutua.
La estructura específica de una lengua en particular, los
rasgos que caracterizan una lengua dada, que la diferencian
de las demás, que la hacen semejante a otras y que deter­
minan su lugar tipológico, quedan establecidos cuando es­
pecificamos qué categorías relacionalmente definidas tiene
la lengua, y qué número de invariantes entran en cada una
de ellas. El número de invariantes dentro de cada categoría
se establece por la prueba de conmutación. Lo que hemos
llamado, refiriéndonos a Saussure, forma lingüística, que en
cada lengua marca sus arbitrarias fronteras en un conti-
nuum de sentido que es amorfo por sí mismo, depende ex­
clusivamente de esta estructura. Los ejemplos que hemos
dado (págs. 80 y ss.) son precisamente otros tantos ejemplos
de la pertinencia de la prueba de conmutación; el número
de designaciones de color, de números, de tiempos verbales,
de sonidos oclusivos, de vocales, etc., se establece de este
modo. Los elementos del contenido «árbol» y «madera» son
variantes en danés (véase pág. 81), pero invariantes en ale­
mán y francés; los elementos del contenido «madera» y
«bosque» son invariantes en danés, pero variantes en fran­
cés. Los elementos del contenido «bosque grande», «bosque
no grande» o «bosque sin tener en cuenta el tamaño», son
invariantes en francés, pero variantes en alemán y danés.
El único criterio de que nos vahemos para sentar tales afir­
maciones es la prueba de conmutación.
68] Si la vieja gramática transfirió ciegamente , las ca7
tegorías y miembros de categorías del latín a las len­
guas europeas modernas, como por ejemplo el danés7, fue
porque no se entendió con claridad la pertinencia de la
prueba de conmutación para el contenido lingüístico. Si se
trata el contenido lingüístico sin atender en absoluto a la
conmutación, lo que resulta en la práctica es un tratamiento
que no atiende a su relación con la expresión lingüística a
través de la función de signo. El resultado ha sido que en
tiempos recientes, como reacción, nos hemos visto forzados
a exigir un método gramatical que tome como punto de

7 Sobre este punto véase, entre otros, H. G. Wiwel, Synspunkter


jor dansk sproglcsre, Copenhague, 1901, pág. 4.
* 108 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
partida la expresión y busque pasar de ella al contenido8.
Una vez descubierta la conmutación en todo su alcance, re­
sulta que aquella exigencia se ha enunciado de forma ine­
xacta. Con el mismo derecho podría pedirse que el estudio
de la expresión comenzase con el contenido y pasase del
contenido a la expresión. Lo importante es que, estemos por
el momento interesados especialmente en la expresión o es­
pecialmente en el contenido, no comprenderemos nada acer­
ca de la estructura de una lengua si no tenemos constante­
mente en cuenta ante tode la interacción de los planos. Tan­
to el estudio de la expresión como el del contenido son un
estudio de la relación entre la expresión y el contenido; las
dos disciplinas se presuponen mutuamente, son interdepen­
dientes, y na pueden, por tanto, aislarse una de la otra sin
serio daño. El análisis, como ya hemos dicho (capítulos IX-
XI), debe hacerse de tal modo que las funciones sean la base
del mismo.

8 Véase, en tal sentido, el autor d.l presente libro (L. Hjelmslev, Prín­
cipes de grammaire genérale, Det Kgl. Danske Videnskabemes, Selskab,
Hist.-filol. Medd., XVI, 1, Copenhague, 1928, especialmente pág. 89 í
esquema LINGÜÍSTICO y uso lingüístico

.fr ,
El lingüista debe interesarse tanto por la semejanza como
por la diferencia entre las lenguas, dos aspectos complemen­
tarios de la misma cosa. La semejanza entre las lenguas es
su propio principio estructural; la diferencia es la forma
e poner en práctica in concreto ese principio. Tanto una
como otra radican, pues, en el lenguaje y en las lenguas mis­
mas, en su estructura interna; y no hay semejanza ni dife-
rencia entre las lenguas que se apoye en cualquier factor ex­
terior Aguaje. Tanto la semejanza como la dife­
rencia se apoyanen lo que, siguiendo a Saussure, he­
mos llamado la forma, no la sustancia a la que se d2
orma. Del sentido^ al «que se da forma tal vez podría pen­
sarle a prior
* que pertenece a lo que es común a todas las
enguas y, por tanto, a la semejanza entre las lenguas, pero
eso . sería ¡Ilusorio; al sentido se le da forma de un modo es-
pec co en cada lengua y no hay ninguna conformación uni-
' s*no únicamente un principio universal de conforma-
ci n. I sentido por sí mismo está sin conformar; por sí
mismo no está sujeto a conformación, sino que es simple­
mente susceptible de conformación, de cualquier conforma-
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
x
ción, sea la que sea; si algo hubiera que limitar en este
punto afectaría a la conformación; no al sentido. El sentido
es, por tanto, en sí mismo inaccesible al conocimiento, pues­
to que el requisito previo para el conocimiento es el análisis
de algún tipo; el sentido sólo puede conocerse a través de
una conformación y, así, carece de existencia científica fue­
ra de ésta.
Por lo tanto, no es posible tomar el sentido —sentido de
la expresión o sentido del contenido— como base de la
descripción lingüística. Para ello tendríamos que basarnos
en algo emprendido con anterioridad, en una conformación
del sentido establecida de una vez para siempre, la cual,
cualquiera que fuere el modo como se hubiese estructura-
do, sería inevitablemente incongruente con la mayoría de las
lenguas. De ahí que tanto la construcción de una gramática
basada en sistemas ontológicos especulativos como de una
gramática dada basada en la gramática de otra lengua estén
necesariamente condenadas de antemano al fracaso.
No cabe, por tanto, introducir al principio una descrip­
ción de la sustancia como base de la descripción de una len­
gua. Por el .contrario, la descripción de la sustancia depen­
de de la descripción de la forma lingüística. El viejo sueño
de un sistema fonético universal y de un sistema de con­
tenido (sistema de conceptos) también universal no puede
llevarse a cabo, o en cualquier caso quedaría privado de
iodo posible contacto con 1¿ realidad lingüística. No es su-
perfluo, a la vista de ciertos rebrotes de la filosofía medie­
val aparecidos .incluso en los últimos tiempos, señalar que"
ni irnos tipos fonéticos de validez general ni un esquema
eterno de ideas pueden erigirse empíricamente con validez
alguna para el lenguaje. La diferencia entre las lenguas no
descansa en su diferente realización de un tipo de sustancia,
sino en su diferente realización de un principio de confor­
Esquema y uso lingüístico
mación o, en otras palabras, en una diferente forma en pre­
sencia de un sentido idéntico pero amorfo.
Así, las consideraciones que nos hemos visto forzados a
hacer en lo que precede, de completo acuerdo con la distin­
ción de Saussure entre forma y sustancia, nos llevan a reco­
nocer que la lengua es una forma y que fuera de esa forma,
con función con ella, está presente una materia no
70] lingüística, la «sustancia» de Saussure: el sentido. Así
como es de la competencia de la lingüística analizar
la forma lingüística, corresponde a otras ciencias analizar el
sentido. Proyectando los resultados de la lingüística sobre
los resultados de estas otras ciencias obtendremos una pro­
yección de la forma lingüística sobre el sentido en una len­
gua dada. Puesto que la formación lingüística del sentido
es arbitraria, es decir, no está basada en el sentido sino en
el principio concreto de la forma y en sus consecuentes po­
sibilidades de realización, estas dos descripciones —la lin­
güística y la no lingüística— deberán emprenderse indepen­
dientemente la una de la otra.
Para precisar tal extremo y darle una claridad palpable,
plástica, tal vez convendría expresar a qué ciencias corres­
ponde la descripción del sentido, tanto más cuanto que acer­
ca de este punto la lingüística se ha mostrado hasta ahora
inclinada a una vaguedad de hondas raíces en la tradición.
A este respecto podemos llamar la atención sobre dos he­
chos:
a) La descripción del sentido, tanto respecto a la expre­
sión lingüística como al contenido lingüístico, puede consi­
derarse que, en lo esencial, corresponde en parte al campo
de la física y en parte al de la antropología (social). (Con
esto no tomamos postura acerca de ciertas diferencias de
opinión surgidas en la filosofía moderna). La sustancia de
ambos planos puede considerarse a la vez como entidades fí-
112 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
sicas (sonidos en el plano de la expresión, cosas en el pla­
no del contenido) y como la concepción que de esas entida­
des tienen los que usan la lengua. Consecuentemente, en
ambos planos se requiere tanto una descripción física como
fenomenológica del sentido.
b) Una descripción exhaustiva del sentido del contenido
lingüístico requiere de hecho la colaboración de todas las
ciencias no lingüísticas; desde nuestro punto de vista, todas
ellas, sin excepción, tratan de un contenido lingüístico.
Con la relativa justificación que nos da un punto de vista
particular, nos inclinamos así a considerar que todas las
ciencias giran alrededor de la lingüística. Nos inclinamos a
simplificar las cosas, reduciendo las entidades científicas a
dos tipos fundamentales, lenguajes y no-lenguajes, y asimis­
mo a ver una relación, una función entre ellas.
Más tarde tendremos ocasión de discutir la naturaleza
de esta función entre el lenguaje y el no-lenguaje y
71] de estudiar la clase de implicación estricta y la clase
de supuesto presentes en este caso particular. Al mis­
mo tiempo ampliaremos y modificaremos el cuadro que he­
mos trazado provisionalmente. Lo que se ha dicho aquí so­
bre el tema, y en particular acerca de la forma y la sustancia
de Saussure, es sólo provisional.
Desde el punto de vista adoptado debemos concluir, pues,
que así como las diversas ciencias especiales no lingüísticas
pueden y deben emprender un análisis del seniiao lingüís­
tico sin considerar la forma lingüística, así también la lin­
güística puede y debe emprender un análisis de la forma
lingüística sin considerar el sentido que puede alinearse con
ella en ambos planos. Y así como el sentido del contenido y
el sentido de la expresión debe considerarse que están des­
critos suficientemente —y en la única forma adecuada—
por las ciencias no lingüísticas, debe encomendarse a la lin-
Esquema y uso lingüístico
güística la tarea especial de describir la forma lingüística,
para hacer posible de este modo la proyección de la misma
sobre las entidades no lingüísticas que desde el punto de vis­
ta del lenguaje proporcionan la sustancia. Así pues, la lingüís­
tica debe ver su principal misión en establecer una ciencia
de la expresión y una ciencia del contenido sobre una base
interna y funcional; la ciencia de la expresión, sin recurrir
a premisas fonéticas o fenomenológicas, y la ciencia del con­
tenido sin premisas ontológicas o fenomenológicas (aunque,
desde luego, no sin las premisas epistemológicas en que se

tica. Tal ciencia será un álgebra del lenguaje, que opere con
entidades innominadas, es decir, denominadas arbitran;
te, sin designación natural, que recibirán una designación;
motivada sólo al ser confrontadas con la sustancia.

1 ** *"\
1 Distintos autores han intentado describir ias categorías de la * :.
expresión sobre una base puramente no fonética. En particular, L.
Bloomfield para' el inglés y, en parte, para otras lenguas (Language, -
New York, 1933, págs. 130 ss.), George L. Trager para fel polaco
(Acta Lingüistica, I, 1939, pág. 179), Hans Vogt para el noruego
(Norsk tidsskrift for sprogvidenskap, XII, 1942, págs. 5 ss.), H.
J. Uldall para el danés (Proceedings of the Second Intemationál
Congress of Phonetic Sciences, Cambridge, 1936, págs. 54 ss.) y para
el hotentote (Africa, XII, 1939, págs. 369 ss.), A. Bjerrum para el
dialecto danés de Fjolde (Fjoldemálets-lydsystem, 1944), J. Kurylowicz
para el griego antiguo (Travaux du Cercle linguistique de Copenhague,
PROLEGÓMENOS. — 8

,.y,
114 Prolegómenos a tina teoría del lenguaje
Desde sus primeros pasos la presente teoría lingüís­
tica se ha inspirado en este concepto, e intenta pro­
ducir precisamente tal álgebra inmanente del lenguaje. Para
subrayar su diferencia con otros tipos precedentes de lin­
güística y su independencia básica de una sustancia de­
finida no lingüísticamente, le hemos dado un nombre espe­
cial, que se viene usando en trabajos preparatorios, _des.de
1936: la llamamos glosemática (de yXcoooa 'lengua') y_usa-
mos ’a voz glosemos para significar las formas mínimas que
la teoría nos lleva a establecer como bases de explicación,
las invariantes irreducibles. Tal designación especial no ha­
bría sido necesaria si no se hubiese hecho tan frecuente
mal uso del término lingüística para designar un desafor­
tunado estudio del lenguaje con base en puntos de vista
transcendentes y no pertinentes.
Ahora bien, la distinción establecida por Saussure entre
«forma» y «sustancia» tiene sólo una justificación relativa:
desde el unto de vista del lenguaje. «Forma» significa aquí
-forma lingüistica, y «sustancia» —como hemos visto— sus­
tancia lingüística, o sentido. Por sí mismos, los conceptos
«forma» y «sustancia», en su sentido más absoluto, tiénén
un alcance más general, pero no cabe generalizarlos sin co­
rrer el riesgo de provocar cierta oscuridad terminológica.
Desde luego, debe subrayarse expresamente que «sustan­
cia» no está en oposición con el concepto de función, sino

V, 1949, págs. 56 s.), Knud Togeby para el francés (Structure itnma-


nente de la langue frartcaise, 1951), y L. Hjelmslev para el lituano
(Studi baltici, VI, 1936-37, págs. 1 ss.) y el danés (Selskab for nordisk
filologi, Ársberetning for 1948-49-50, págs. 12-23). Ya en la Mémoire sur j
le systéme primitif des voyelles, de Saussure, publicada en Leipzig en
1879, se presenta de un modo claro y consciente este punto de vista;
el método lo ha formulado con toda lucidez su discípulo Sechehaye
(Programme et méthodes de la linguistique théorique, París, 1908, .pá­
ginas 111, 133, 151).
Esquema y uso lingüístico 115
que únicamente designa un todo que es en sí mismo funcio­
nal y que se relaciona en cierto modo con una «forma»
dada, lo mismo que el sentido se relaciona con la forma lin­
güística. Pero también el análisis no lingüístico del sentido
que emprenden las ciencias no lingüísticas lleva a reconocer,
por razón de la naturaleza de la materia, una «forma» que
es en lo esencial del mismo tipo que la «forma» lingüística,
si bien de naturaleza no lingüística. Creemos posible suponer
que varios de los principios que nos inclinamos a estable­
cer en las etapas iniciales de la teoría lingüística son de
aplicación no sólo a la lingüística, sino a la ciencia en ge­
neral, y el principio que hace de las funciones la única base
pertinente de análisis no será el que menos.
73] Así, lo que desde un punto de vista es «sustancia»
desde otro es «forma», en conexión con el hecho de
que los funtivos denotan solamente terminales o puntos de
intersección de funciones, y de que sólo la red funcional de
dependencia puede conocerse o tener existencia científica,
en tanto que la «sustancia», en sentido ontológico, sigue sien­
do un concepto metafísico.
El arlálisis no lingüístico del sentido debe llevar, pues,
a través de la deducción (en el sentido dado aquí a la pala­
bra), al reconocimiento de una jerarquía no lingüística, qué
tiene función con la jerarquía Jingüística descubierta a íra-
vés de la deducción lingüística.
A esta jerarquía lingüística la llamaremos esquema lin-
güístico, y a las resultantes de la jerarquía no lingüística,
cuapdo se ordenen con relación a un esquema lingüístico, uso
lingüístico. Pasaremos a decir que el uso lingüístico manifies^\
ta el esquema lingüístico, y a ía función entre el esquema'
lingüístico y el uso lingüístico la llamaremos manifestación. í
Estos términos tendrán provisionalmente valor operativo. /
-v;
■‘:í> r^'*3jñy&

XVI

VARIANTES DEL ESQUEMA LINGÜÍSTICO

En el esquema lingüístico, al igual que en el uso lingüís­


tico, ciertas entidades pueden reducirse a ejemplares de
otras (cf. capítulo XIV). Cualquier funtivo del esquema lin­
güístico puede estar sujeto, dentro del esquema y sin refe­
rencia a la manifestación, a una desmembración en varian­
tes. Esto se sigue de la misma definición de variantes (pá­
gina 106). Además, esta desmembración es universal, no par­
ticular (pág. 63), puesto que cualquier funtivo puede siem-
pre desmembrarse un número ilimitado de veces en un nú7
mero arbitrario de variantes. Las, variantes son, por tanto,
por regla general, virtuales, al igual que las invariantes irre­
ducibles, de . acuerdo con las definiciones dadas (pág. 106),
en tanto que sólo las invariantes jreducibles se realizan.
En la moderna ciencia de la expresión de orientación .fo­
nética es costumbre distinguir entre dos clases de variantes:
las llamadas variantes «libres», que aparecen con indepen­
dencia del . entorno, y las llamadas variantes «limitadas»_o
«condicionadas» (o «combinatorias», pero no recomendamos
esta expresión), que sólo aparecen en la cadena en ciertos
entornos. Si se lleva a cabo el análisis concienzudamente,
puede decirse que cualquier entidad de la expresión tiene
tantas variantes limitadas como posibles relaciones en la ca­
dena, y que cualquier entidad de la expresión tiene
74] tantas variantes libres como ejemplares posibles, pues­
to que en un registro fonético-experimental de sufi­
ciente sensibilidad, dos ejemplares del mismo sonido no se­
rán nunca completamente iguales. A las variantes «libres»
las llamaremos aquí variaciones, y a las «limitadas» varie­
dades. Las variaciones se definen como variantes combina­
das, puesto que ni ellas presuponen, ni las presuponen a
ellas, entidades definidas en cuanto coexistentes en la cade­
na; las variaciones contraen combinación. Las variedades se
definen como variantes solidarias, puesto que una variedad
dada siempre presupone, y la presupone a ella, una variedad
dada de otra invariante (o de otro ejemplar de invariante)
de la cadena: en la sílaba ta entran dos variedades de dos
invariantes: una variedad de t que sólo puede aparecer jun­
to con a, y una variedad de a que sólo puede aparecer junto
con t: entre ellas hay solidaridad.
La distribución de las variantes en dos categorías, en la
forma que sugiere la moderna ciencia de la expresión, es,
como puede verse, de importancia funcional y debe efectuar­
se en todos los casos. A este respecto, y habida cuenta de la
situación actual en el campo de la lingüística, es importante
subrayar que una desmembración en variantes es tan po­
sible y necesaria en la ciencia del contenido como en la
ciencia de la expresión. Todas las llamadas significaciones
contextúales • manifiestan variedades, y significaciones espe­
ciales más allá de estas variaciones manifiestas. Además,
en ambos planos de una lengua, y en aras de la exigencia
de máxima simplicidad, es importante insistir en que la des­
membración en variaciones presupone la desmembración en
variedades, puesto que lo primero es desmembrar una in-
118 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
variante en variedades, y luego las variedades en variacio­
nes: las variaciones especifican las variedades. Pero parece
posible que una nueva desmembración en variedades esté
conectada con una desmembración exhaustiva en variacio­
nes, y así sucesivamente; en tanto esto sea posible, habrá
especificación transitiva.
Si la desmembración de una invariante en variedades se
lleva hasta el fin para cada «posición» particular, se llega
a una variedad irreducible, y se agota la desmembración en
variedades. A la variedad que, de este modo, no puede, ya
desmembrarse en variedades la llamaremos variedad locali­
zada^ Si la desmembración de una variedad localizada en
variaciones se lleva hasta el fin para un caso particular, se
llega a una variación irreducible, y se agota la desmembra­
ción en variaciones. A la variación que, de este modo, no
puede ya desmembrarse en variaciones la llamaremos indi­
viduo. A veces será posible desmembrar de nuevo en varie­
dades un individuo, de acuerdo con las diferentes «posicio­
nes» en las que pueda aparecer; en tales casos habrá espe­
cificación transitiva.
75] EJ hecho de que una desmembración en variantes
pueda agotarse en la forma dicha en una etapa dada
no contradice la virtualidad de las variantes. A condición de
que haya especificación transitiva, la desmembración en va­
riantes es, en principio, ilimitada. Pero, además, la desmem­
bración en variantes es asimismo ilimitada en su etapa pro­
pia a pesar de su agotabilidad, porque el número de varian­
tes en un texto ilimitado no será nunca limitado, y el núme­
ro de desmembraciones posibles a través de las cuales pue­
de agotarse la desmembración en variantes, incluso en esta
etapa determinada, será, por tanto, también ilimitado.
Si la especificación transitiva no puede continuarse y la
jerarquía termina agotada en una desmembración de varié-
Variantes de! esquema lingüístico 119
dades en variaciones que no puedan desmembrarse ulterior­
mente en variedades, podrá decirse, en cierto sentido epis­
temológico, que el objeto considerado ya no es susceptible
de descripción científica ulterior. El objeto de la ciencia es.
siempre registrar cohesiones, y si un objeto sólo presenta la
posibilidad de registrar constelaciones o ausencias de fun­
ción, ya no podrá someterse a tratamiento científico exac­
to. Decir que el objeto de la ciencia es registrar cohesiones
significa, si despojamos a esta afirmación de la envoltura
terminológica introducida por nosotros, que la ciencia trata
siempre de comprender los objetos como consecuencias de
una razón o efectos de una causa. Pero si el objeto sólo
puede resolverse en objetos de todos los cuales pueda decir­
se que son indistintamente consecuencias o efectos de to­
dos, o de ninguno, la continuación del análisis científico re­
sulta infructuosa.
A priori, no es inconcebible que una ciencia que intente
poner en práctica los puntos de vista que hemos propug­
nado para la teoría lingüística haya de enfrentarse, al con­
cluir la deducción, con una situación final en que no se per-.. •
ciban consecuencias de razones ni efectos de causas. Sólo
quedará pues, como única posibilidad, un tratamiento esta­
dístico de la variación, como el que Eberhard Zwirner ha
intentado sistemáticamente para la expresión fonética de las
lenguas1. Sin embargo, para hacer el experimento como es
debido, io que ha de tomarse como objeto de este trata­
miento «fonométrico» no es una clase de sonidos descu­
bierta inductivamente, sino una variedad, localizada lingüís­
ticamente y descubierta deductivamente, del grado más alto.
Antes (págs. 104-105) hemos tenido ocasión de observar
que las entidades normalmente registradas por la sintaxis
1 Véase el trabajo del autor en Nordisk tidsskrifi for tale og
stemme, II, 1938, especialmente págs. 179 ss.
Prolegómenos a una teoría del lenguaje ■

convencional —oración principal y oración secundaria, miem­


bros de la oración, como sujeto, predicado, complemen­
to, etc.—, son variantes. Con la terminología comple-
76] mentaría ahora introducida, podemos añadir, para ser
precisos, que son variedades. La sintaxis convencional
(entendida como el estudio de las conexiones entre pala­
bras) es, en- su mayor parte, un estudio de variedades del \
plano del contenido de la lengua, aunque, como tal, no ex­
haustivo. Puesto que cada desmembración de las variantes
presupone unas invariantes registradas, la sintaxis no pue­
de mantenerse como disciplina autónoma.

•V

‘l Ifcx'ImH’fr.i

ff.
\
I

t
FUNCIÓN Y SUMA

A la clase que tiene función con otra u otras clases del


mismo rango la llamaremos suma. A la suma sintagmática^
la llamaremos unidad, y a la suma paradigmática, .catego- I
ría. Así, unidad es una cadena que tiene relación con otra l
u otras cadenas del mismo rango, y categoría vea paradigma 1
que tiene correlación con otro u otros paradigmas del mis- i
mo rango. Por establecimiento entendemos la relación exis- —’
tente entre una suma y una función que entra en ella; se
dice que la función establece la suma, y que la suma es esta­
blecida por la función. Así, per ejemplo, dentro de la para­
digmática (sistema lingüístico) podemos observar la exis­
tencia de diferentes categorías que tienen correlación mu­
tua, cada una de las cuales en particular es establecida por
la correlación entre sus miembros. Tratándose de categorías
de las invariantes, esta correlación será una conmutación;
tratándose de categorías de las variantes, una sustitución.
De igual modo, en la sintagmática (el proceso lingüístico,
el texto) podemos observar la existencia de diferentes unida­
des que tiene relación mutua, cada una ,de las cuales en
particular es establecida por la relación entre sus partes.
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
De las definiciones se sigue que siempre hay funciones,
sea entre sumas, sea entre funciones; en otras palabras, que
cada entidad es una suma. Un factor que contribuye a hacer
posible este punto de vista es, desde luego, que el número
de variantes sea ilimitado y que la desmembración en va­
riantes pueda continuarse indefinidamente, de modo que
cada entidad pueda considerarse como una suma, esto es,
en cada caso como una suma de variantes. Tal punto de vis­
ta se hace necesario debido a la exigencia de exhaustividad.
I
■i
En el plano de la teoría esto significa que toda entidad
no es otra cosa que des o más entidades con función mutua,
lo que viene a subrayar de nuevo lo que ya anticipa­
mos: que sólo las funciones tienen existencia científica
I
(página 40).
77] En la práctica es especialmente importante .el anali­
zar, comprender que sólo hay relación entre categorías.
El análisis debe empezar por elegir la base adecuada, ha­
bida cuenta del principio empírico y de los principios de
él derivados. Imaginemos que se elige la selección como base
del análisis. Entonces en la primera operación se analiza la
cadena dada en unidades de selección de primer grado; a la
categoría que se obtenga de estas unidades la llamaremos
categoría funcional. Por tal se entiende, pues, la categoría de
los funtivos que se registran en un solo análisis con una fun­
ción dada, tomada como base del análisis. Dentro de tal cate­
goría funcional pueden imaginarse cuatro tipos de funtivos:
1. Funtivos que pueden aparecer sólo como seleccio-
nados.
2. Funtivos que pueden aparecer sólo como seleccio-
nantes.
3. Funtivos que pueden aparecer como seleccionados o
como seleccionantes.

o
Función y suma 123
4. Funtivos que no pueden aparecer ni como selecciona­
dos ni como seleccionantes (esto es, funtivos que solamente
contraen solidaridades y/o combinaciones, o que no contraen
relación alguna).
A cada una de estas cuatro categorías la llamaremos ca­
tegoría funtiva', por tales entendemos, pues, aquellas cate­
gorías que se registran merced a la desmembración de una
categoría funcional He acuerdo con las posibilidades fruiti­
vas. La operación del análisis consiste en investigar cuál de
estas cuatro categorías funtivas a príori posibles tiene lu­
gar y cuáles son virtuales, analizando para ello en miembros
cada una de las categorías funtivas, sobre la base de la prue­
ba de conmutación; a esos miembros los hemos llamado
elementos. Si el análisis consiste en una partición en unida­
des selecciónales de primer grado, los elementos serán las
unidades selecciónales particulares de primer grado que la
partición nos lleve a registrar.
Imaginemos otra vez como ejemplo concreto la partición
de la cadena en oraciones principales y oraciones subordi­
nadas. Las oraciones principales pertenecerán a la primera
categoría funtiva, y las subordinadas a la segunda. Por razo­
nes de simplificación imaginemos que las categorías funti­
vas tres y cuatro resultan ambas ser virtuales. Con esto que­
da claro que tal clasificación no puede significar que cada
oración subordinada determinada seleccione a cada oración
principal determinada: una oración subordinada determina­
da no necesita de la presencia de una oración principal
determinada, sino de la presencia de una oración principal
cualquiera. Es la categoría de las oraciones principales la
que es seleccionada por la categoría de las oraciones
78] subordinadas; la selección existe entre las categorías
funtivas, en tanto que la relación existente como con­
secuencia de ello entre un miembro de una categoría fun-
124 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
tiva y otro miembro de otra puede muy bien ser diferente
—por ejemplo, una combinación—. Una de las tareas de la
lingüística es establecer un cálculo general de las relaciones
entre los elementos que corresponda a relaciones dadas en­
tre las categorías funtivas.
Si la base del análisis es la solidaridad o la combinación,
es decir, una reciprocidad sintagmática, las categorías fun­
tivas serán:
1. Funtivos que pueden aparecer sólo como solidarios.
2. Funtivos que pueden aparecer sólo como combinados.
3. Funtivos que pueden aparecer como solidarios o como
combinados.
4. Funtivos que no pueden aparecer ni como solidarios
ni como combinados (es decir, funtivos que sólo contraen
selecciones o que no contraen relación alguna).
En este caso, de modo similar, habrá solidaridad o com­
binación entre las categorías funtivas, en tanto que loe ele­
mentos podrán tener otras relaciones. Antes hemos visto un
ejemplo de tal supuesto (pág. 46), al tratar de los morfe­
mas nominales del latín: la categoría de número y la cate­
goría de caso tienen solidaridad mutua, pero entre un nú­
mero determinado y un caso determinado habrá combi­
nación.
'.JX‘ •*■

XVIII

SINCRETISMO

Ahora estamos en condiciones de abordar el fenómeno


que en gramática convencional se conoce^ como ^sincretismo
y en fonética moderna como neutralización, y que consiste
en el hegho de que la conmutación entre dos invariantes pue-
de suspenderse bajo determinadas condiciones. Ejemplos co­
nocidos, que bien podemos conservar aquí, son el sincretis­
mo en latín entre nominativo y acusativo .en el género neu­
tro (y en algunos otros casos) y la neutralización que£, se
advierte en danés entre p y b en la parte final de sílaba
(de modo que una palabra como top puede pronunciarse
con p o con b indistintamente).
Para tales casos usaremos el término suspensión, e in­
troducimos la siguiente definición general: dado un funtivo
que está presente bajo ciertas condiciones y ausente bajo
otras distintas, cuando se dan las condicionesbajojas cuales
está presente se dice que hay apUcación del
79] que en esas condiciones el funtivo. sexplica, en cam-
bio, guando se dan las condiciones ^ajo. lqs. cuales .está
ausente, se dice que hay suspensión o ausencia del funtivo.
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
y que en esas ..condiciones el funtivo está ^suspendido...o
ausente.,
A la mutación suspendida entre dos funtivos la llamamos
cobertura; a la categoría que se establece por la cobertura
la llamamos (en ambos planos de la lengua) sincretismo.
Así, por ejemplo, decimos que el nominativo y el acusativo
en latín, o la p y la b en danés, tienen cobertura mutua, o
contraen cobertura, y que estas entidades junto con su co­
bertura constituyen un sincretismo, o que cada una de estas
entidades entra en un sincretismo.
De las definiciones se sigue que cuando dos entidades se
registran bajo ciertas condiciones como invariantes, basán­
dose en la prueba de conmutación, y bajo otras condicio­
nes contraen cobertura, bajo estas últimas condiciones se­
rán variantes y sólo su sincretismo será una invariante. En
ambos casos las condiciones dependerán de las relaciones
que las entidades dadas contraigan en la cadena: la corimú-
tación entre nominativo y acusativo en latín (que se aplica,
por ejemplo, en la primera declinación) está suspendida
cuando, por ejemplo, el nominativo y/o el acusativo con­
traen relación con el neutro; la conmutación entre p y b en
danés (que se aplica, por ejemplo, en posición inicial: pare
'pera’; bcere 'llevar') está suspendida cuando, por ejemplo; la
p y/o la b contraen relación con una parte central anterior
de la sílaba.
Es necesario comprender que la relación que resulta per­
tinente en estos casos es una relación con variantes. La en­
tidad cuya presencia es condición necesaria para qué haya
cobertura entre nominativo y acusativo es la variedad de
neutro que es solidaria con nominativo-acusativo; la entidad
cuya presencia es condición necesaria para que haya cober­
tura entre la p y la b es la variedad de la parte central de
la sílaba que es solidaria con la p/b siguiente.
Sincretismo 127
A tal solidaridad entre una variante por una parte y una
cobertura por otra la llamamos dominancia; decimos que la
variante domina a la cobeitura, y que la cobertura es domi­
nada por la variante dada ’.
80] La ventaja especial de establecer las definiciones for­
males de este modo es que nos es posible distinguir
entre dominancia obligatoria y opcional sin tener que recu­
rrir a los supuestos sociológicos que la definición «real» de
estos términos necesariamente implicaría, y que en el mejor
de los casos significaría una complicación del mecanismo de
las premisas de la teoría, con lo cual se opondría al princi­
pio de simplicidad, y en el peor de los casos podría incluso
implicar premisas metafísicas, con lo cual se opondría al
principio empírico y especialmente a la necesidad de dar de­
finiciones absolutamente explícitas. Conceptos como los de
obligatorio y opcional supondrían necesariamente, si nos
atuviéramos a las definiciones «reales», explícitas o implíci­
tas, hasta ahora adoptadas, un concepto de norma socioló­
gica, que resulta no ser indispensable de principio a fin dé
la teoría lingüística. Por tanto, podemos definir simplemente
la dominancia obligatoria como una dominancia en la que
la dominante con respecto al sincretismo es una variedad, y
la dominancia opcional como una dominancia en la que.la
dominante con respecto al sincretismo es una variación;
cuando, bajo determinadas circunstancias, la cobertura es
obligatoria, hay solidaridad entre la dominante, de una par­
te, y de otra el sincretismo, la categoría de las entidades
que pueden contraer cobertura; cuando, bajo determinadas
condiciones, la cobertura es opcional, hay combinación en­
tre la dominante y el sincretismo.

1 En lugar de dominancia, en los ejemplos elegidos podemos usar


un término más específico y hablar de sincretización, puesto que lá
dominancia puede extenderse, por generalización, a la deficiencia.
i £4

Prolegómenos a una teoría del lenguaje Sincretismo 129


128
Los sincretismos pueden manifestarse en dos formas di- ca(n) a aquel (o aquellos) funtivo(s) cuya manifestación es
ferentes: como -fusiones o como implicaciones. Por fusión idéntica a la del sincretismo. Así, en el ejemplo elegido di­
entendemos la manifestación de un sincretismo que, desde remos que una consonante sorda bajo ciertas condiciones
el punto de vista de la jerarquía de la sustancia, es idéntica implica una consonante sonora, o que una consonante so­
a la manifestación de todos o de ninguno de los funtivos nora bajo estas condiciones es implicada por una sorda. Si
que entran en el sincretismo. Los sincretismos anteriormen­ el sincretismo entre la consonante sonora y la sorda tiene
te usados como ejemplos se manifiestan como fusiones en lugar de tal modo que (como es corriente, por ejemplo, en
las que la manifestación del sincretismo es idéntica a la ma­ las lenguas eslavas) no sólo una consonante sorda tenga pro­
nifestación de todos los funtivos que entran en el sincretis­ nunciación sonora ank, otra sonora, sino también que una
mo. Así, el sincretismo de nominativo y acusativo tiene la consonante sonora tenga pronunciación sorda ante otra sor­
significación «nominativo-acusativo» (en contextos diferentes da, la implicación no es unilateral, sino multilateral (bilate­
esta significación entraña las manifestaciones de variedad ral): la sonora implica la sorda, y la sorda la sonora, bajo
que el nominativo y el acusativo tienen generalmente); tam­ condiciones de exclusión mutuas.
bién el sincretismo de p/b se pronuncia del mismo modo Subrayemos que este uso del término implicación está
que se pronuncian generalmente p y b (en diferentes rela­ de acuerdo con el de la lógica y es sólo un caso especial
ciones con las mismas manifestaciones de variedad). Un del mismo. Tal implicación es una función «si... entonces»,
ejemplo de sincretismo en que la manifestación no es idén­ una implicación estricta, con la única diferencia de que en
tica a la manifestación de ninguno de los funtivos nuestros ejemplos no se aplica a proposiciones, sino a enti­
81] que forman parte del mismo lo encontramos en la dades de menor extensión; si tenemos ta entidad glosemá-
cobertura de diferentes vocales, bajo ciertas condicio­ tica de expresión p en cierta relación con otra entidad de
nes acentuales, en ruso y en inglés, en las que el sincretismo este tipo, entonces obtenemos q. La implicación estricta en­
se pronuncia [o]. Por implicación entendemos la manifesta­ tre proposiciones nos parece simplemente otro caso espe­
ción de un sincretismo que, desde el punto de vista de la cial de implicación lingüística2.
jerarquía de la sustancia, es idéntica a la manifestación de Unsincretism0 puede ser resoluble o irresoluble.. Resol­
uno o más de los funtivos que entran en el sincretismo, pero ver un sincretismo significa introducir la variedad del
no a todas. Cuando en una lengua son conmutables entre sí 82] sincretismo que no contrae Ja. cobertura que establece
las consonantes sonoras y las sordas, pero la conmutación el sincretismo. Si, a pesar del sincretismo, podemos
se suspende ante otra consonante distinta, de modo que una explicar templum en un contexto como nominativo y en
consonante sorda se pronuncia como sonora delante de otra otro como acusativo, es porque en latín el sincretismo de
sonora, hay implicación. De los funtivos que contraen impli­ nominativo y acusativo de estos ejemplos es resoluble', efec-
cación se dice que aquel (o aquellos) cuya manifestación
2 El parecido es aún más estrecho cuando se consideran las pro­
es idéntica a la del sincretismo es (son) implicado(s) por posiciones como nombres compuestos; véase J. Jorgensen, The Jour-
aquel (o aquellos) otro(s) funtivo(s), y que este (estos) impli- nal of .Unified. Science, VIII, 1939, págs. 233 s., y IX, 1940, págs. 185 ss.
PROLEGÓMENOS. — O
130 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
tuamos la resolución dentro de la categoría de nominativo
y acusativo, es decir, dentro del sincretismo, seleccionando
una variedad que no contraiga cobertura (v. g. la variedad
del nominativo de domus y la variedad del acusativo de do-
mum) e introduciendo artificialmente esta entidad del con­
tenido en templum en lugar de la entidad de caso que en­
tra en él; para ello nos fundamos en una inferencia analó­
gica sustentada por la aplicación del principio de generali­
zación. Un sincretismv sólo es resoluble cuando son posibles
tales diferencias analógicas sobre la base de los resultados
que proporciona el análisis del esquema lingüístico. Tales
inferencias analógicas generalizadoras no son posibles en el
caso de top-, consecuentemente debemos declarar que el sin­
cretismo de p/b es irresoluble.
A la cadena con sincretismos resolubles no resueltos po
demos, llamarla actualizada-, a la cadena con sincretismos
resolubles resueltos, ideal. Esta distinción es aplicable a la
distinción entre notación estricta y notación amplia de la
expresión, y, así, ambos tipos de notación son posibles sobre
la base del análisis del esquema lingüístico.
Cuando resolvemos un sincretismo y hacemos una nota­
ción ideal, la notación (escritura o pronunciación) del sin­
cretismo, representada tal cual es por uno de sus miembros,
será por sí misma una implicación, en la que el sincretismo
implica el miembro considerado. Esto parece ser de apli­
cación al análisis de la conclusión lógica, que, después de
todo, es, en opinión de los lógicos modernos, una operación
puramente lingüística y, por tanto, también podría esperar
aclaración de unas premisas lingüísticas. En lo que antecede
(pág. 52) hemos creído que era posible definir la conclusión
lógica como el análisis de una proposición establecida como
premisa. Ahora podemos afirmar con más precisión que la
proposición establecida como premisa puede considerarse,
Sincretismo 131
evidentemente, como un sincretismo resoluble de sus conse­
cuencias; la conclusión lógica será, pues, una desmembra­
ción de la proposición establecida como premisa, desmem­
bración consistente en una resolución del sincretismo dado
que aparece como implicación.
En términos generales, nos parece que el concepto de
sincretismo a que se ha llegado partiendo de premisas lin­
güísticas internas podría usarse ventajosamente para escla­
recer diversos fenómenos supuestamente no lingüísticos. De
este modo tal vez séa posible arrojar cierta luz sobre el
problema general de la relación entre clase y segmen-
83] to. En tanto se considere el paradigma no como simple
adición de sus miembros (clase como pluralidad, en
la terminología de Russell), sino como algo diferente de sus
miembros (clase como unidad) será un sincretismo de sus
miembros; por la resolución del sincretismo, una clase como
■r
unidad se transforma en una clase como pluralidad. Debe­
ría quedar claro, por tanto, que hasta donde podamos tra­
tar de atribuir un significado científico a la palabra concep­
to, deberemos entender por concepto un sincretismo entre
cosas (las cosas que el concepto subsume)'.
En un sincretismo, aparte de las entidades explícitas,
puede entrar la entidad cero, dotada de una significancia
muy especial para el análisis lingüístico. Con frecuencia se
ha observado la necesidad de reconocer la existencia de en­
tidades lingüísticas, especialmente «fonemas», latentes y fa­
cultativas3. Asi, basándonos en ciertos resultados analíticos,
puede sustentarse la existencia de una d/t latente en las pa­
labras francesas grand, sourd, porque en estas expresiones

5 J. Baudouin de Courtenay, «Fakultative Sprachlaute» (Donutn


natalicium Schrijnen, 1929,- págs. 38 Ss.), A. Martmet ha operado con
una h latente al analizar el francés (Bulletin de la Société de tingáis fi­
que de París, XXXIV, 1933, págs. 201 s.).
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
aparece una d o una t según las condiciones: grande, sour­
de; grand homme. Asimismo podrá mantenerse la facultati-
vidad de la y en danés después de i y de u (yndig, kugle).
Basta reflexionar un momento para mostrar que latencia y
facultatividad no pueden definirse como manifestaciones sus­
pendidas; las funciones de que tratamos tienen su raíz en el
esquema lingüístico, puesto que las condiciones bajo las
XIX
que aparecen latencia y facultatividad se fijan por relaciones
de la cadena y se basan en la dominancia. La latencia y
la facultatividad deben, pues, entenderse como cobertura CATÁLISIS
con cero. Latencia es una cobertura con cero en la cual la
dominancia es obligatoria (puesto que la dominante con
respecto al sincretismo es una variedad); al funtivo que
contrae latencia se le llama latente. Facultatividad es una Como hemos visto (capítulos IX-XI), analizar es tanto
cobertura con cero en la cual la dominancia es opcional como registrar funciones. Al adoptar.este punto de vista debe
(puesto que la dominante con respecto al sincretismo es una preverse la posibilidad de que el registro de ciertas
variación); al funtivo que contrae facultatividad se le llama funciones, en virtud de la solidaridad entre Junción y
facultativo. funtivo, nos obligue a interpolar ciertos, funtivos,. que
de otro modo no serían accesibles al reconocimiento. A_esta
interpolación la llamamos^catóZisis.
En la práctica, la catálisis es condición necesaria para
llevar a cabo el análisis. El ‘ ín, por ejemplo,
debe llevarnos al resultado de que la. preposición sine selec­
ciona (rige) al ablativo (pág. 44); o, lo que es lo mismo, de
acuerdo con las definiciones, que la presencia de ablativo
en el texto es condición necesaria para que aparezca sine
(pero no viceversa). Está claro que tal resultado no puede
alcanzarse con una observación puramente mecánica de las
entidades que entran en los textos reales. Fácilmente po­
demos imaginar un texto real en el que aparezca sine sin
un ablativo que lo acompañe; por ejemplo, un texto que,
por una u otra razón, se encuentre interrumpido o incom­
pleto (una inscripción deteriorada, un fragmento, una enun-
134 Prolegómenos a tina teoría del lenguaje
ciación escrita u oral inacabada). En general, el registro de
cualquier cohesión debe presuponer ia previa eliminación
de tales accidentes incalculables en la práctica del habla
(accidents de la parolé). Ahora bien, los fenómenos de los
textos reales que impedirían un registro mecánico de las
conexiones no se limitan a este tipo de perturbaciones inin­
tencionales. Es sabido que tanto la aposiopesis como la abre­
viación forman parte de la economía del uso lingüístico,
como parte constante y esencial del mismo (piénsese en
enunciaciones como: «¡Qué agradable!», «si al menos...»,
«porque», etc.). Si en el análisis nos limitásemos a registrar
relaciones partiendo de esta base acabaríamos, con toda
probabilidad (contrariamente a lo que se propone la ciencia,
cf. pág. 119), por registrar tan sólo meras combinaciones.
La exigencia de exhaustividad, sin embargo, nos obliga
a registrar estas aposiopesis y otros fenómenos por el estilo,
pero además a reconocerlos, puesto que el análisis debe
registrar análogamente las relaciones externas que tienen
las entidades observadas, las cohesiones que señalan más
allá de la entidad dada, a algo que se encuentra fuera de ella.
Si tropezamos con un texto en latín que deja sine sin conti­
nuación, podemos registrar una cohesión (selección) con el
ablativo, es decir, interpolar el requisito previo de sine, y
así en los demás casos. Esta interpolación de una razón tras
una consecuencia se hace de acuerdo con el principio de
generalización.
Por otra parte, en la catálisis hemos de procurar no
85] proporcionar en. el texto más de. lo que es claramente
evidente. En el caso de sine sabemos con certidumbre
que se requiere un ablativo; sabemos además que un abla­
tivo en latín tiene sus propios requisitos previos: requiere
la coexistencia de ciertos otros morfemas en la cadena; y
sabemos, en fin, en lo que respecta a la cadena de morfemas
Catálisis 135
que aparece con el ablativo, que presupone la coexistencia
de un tema. Sin embargo, puesto que el ablativo no es soli­
dario con ningún morfema determinado de cada categoría,
sino únicamente con ciertas categorías de morfemas (pági­
na 122), y puesto que una cadena de morfemas que incluya
género, número y caso juntamente, en algunos supuestos, con
un morfema de comparación, no tiene cohesiones con ningún
tema nominal determinado sino con la categoría de todos
los temas nominales, no estamos justificados para introdu­
cir por catálisis ningún nombre determinado en ablativo con
el sine dado. Lo que se introduce por catálisis es, pues, en
la mayoría de los casos, no una entidad determinada, sino
un sincretismo irresoluble entre todas las entidades que
podrían considerarse viables en el «puesto» dado de la ca­
dena. En el caso de sine tenemos la suerte de saber que es
un ablativo y sólo un ablativo lo que puede considerarse
un requisito previo; pero acerca de las entidades que el
ablativo mismo requiera sólo sabemos que son tal o cual
número, tal o cual género, tal o cual morfema de compara­
ción (desde luego dentro de las posibilidades del inventario
latino), y tal o cual tema. De hecho presupone cualquiera
de estas entidades indistintamente, y la catálisis no debe ir
más allá de observar ese hecho.
Definimos la catálisis como el registro de cohesiones me­
diante la reposición de una entidad por otra con la que,,tjene_
sustitución. En nuestro ejemplo, sine es la entidad repuesta,
y sine + ablativo (+ los sincretismos cohesivos) la entidad
reponente. La entidad reponente es, por tanto, siempre
igual a la entidad reemplazada (catalizada') 4- una entidad
interpolada o proporcionada (encatalizada). Como hemos vis­
to, la entidad encatalizada es con frecuencia, pero no nece­
sariamente, un sincretismo; con frecuencia, pero no nece­
sariamente, latente (las entidades latentes sólo pueden re-
136 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
gistrarse por catálisis, por aplicación del principio de gene­
ralización); finalmente, tiene siempre y necesariamente, si
es una entidad de contenido la expresión cero, y si es una
entidad de expresión el contenido cero: esto último es con­
secuencia de la exigencia, contenida en la definición, de sus­
titución entre la entidad repuesta y la reponente.

r
XX

86] ENTIDADES DEL ANALISIS

Sobre la base, en lo esencial, de las consideraciones y


definiciones que hemos expresado en los apartados prece­
dentes del presente ensayo, precisadas y completadas con el
número necesario de reglas de carácter más técnico, la teo­
ría lingüística prescribe un análisis textual, que nos lleva
a reconocer una forma lingüística tras la sustancia inmedia­
tamente accesible a la observación de los sentidos, y tras el
texto una lengua (sistema) que consta de categorías de cu­
yas definiciones pueden deducirse las posibles unidades de
la lengua. La médula de este procedimiento es una catálisis
por medio de la cual la forma entra en relación catalítica
con la sustancia, y la lengua con el texto. Este procedimien­
to es puramente formal, en el sentido de que considera que
las unidades de la lengua constan de ciertas figuras a las
cuales se aplican ciertas reglas de transformación. Estas re­
glas se establecen sin tener en cuenta la sustancia en que
esas figuras y unidades se manifiestan; la jerarquía lingüís­
tica y, consecuentemente, la deducción lingüística son inde­
pendientes de las jerarquías y deducciones físicas y fisioló­
gicas y, en general, no lingüísticas, que pudieron conducir
>74

Prolegómenos a una teoría del lenguaje


a la descripción de la «sustancia». For tanto, no deberá es­
perarse del procedimiento deductivo fonética ni semántica
alguna, sino, tanto en lo referente a la expresión como al
contenido del lenguaje, un «álgebra lingüística» que pro­
porcione la base formal para ordenar las deducciones de la
«sustancia» no lingüística. Las entidades «algebraicas» con
las que opera este procedimiento carecen de designación
natural, pero desde luego, deben denominarse de un modo u
otro; esta denominación es arbitraria y adecuada, en armo­
nía con todo el carácter de la teoría lingüística. A esta arbi­
trariedad de las denominaciones se debe que no impliquen
la manifestación en absoluto; a su adecuación se debe que
se elijan de modo que sea posible ordenar la información
concerniente a la manifestación del modo más sencillo posi­
ble. Sobre la base de la relación arbitraria entre la forma
y la sustancia, una misma entidad de la forma lingüística
puede manifestarse por medio de formas de la sustancia to­
talmente diferentes al pasar de una lengua a otra; la pro­
yección de la jerarquía de la forma sobre la jerarquía de la
sustancia puede diferir esencialmente de una lengua a otra.
Este procedimiento se rige por *
los principios básicos
(págs. 22, 33, 91, 101), de los cuales podemos pasar a dedu­
cir, especialmente para aplicarlo al análisis textual, el si­
guiente principio, que llamamos principio de la descripción
exhaustiva.
Cualquier análisis (o complejo de análisis) en el que
87] se registren funtivos con una función dada como base
del análisis, ha de hacerse de modo que lleve autocon-
secuentemente al registro del mayor número posible de ca­
tegorías funtivas realizadas, dentro del mayor número posi­
ble de categorías funcionales.
En la práctica, se sigue de este principio que al analizar
un texto no debemo's omitir ninguna etapa del análisis de
Entidades del análisis
la que pueda esperarse algún resultado funcional (cf. pági­
na 88), y que el análisis debe pasar de las invariantes que
tengan la mayor extensión concebible a las invariantes que
tengan la menor extensión concebible, de modo que entre
estos dos puntos extremos se recorran tantos grados deriva-
tivos como sea posible.
Ya en este punto el análisis difiere esencialmente del con­
cepto tradicional de análisis. Este último no se ocupa ni de
aquellas partes del texto que tienen gran extensión, ni de
aquéllas de muy poca extensión. Una tradición explícita sos:
tiene que el trabajo del lingüista comienza con la división
de los períodos en frases, en tanto que se cree posible asig­
nar el tratamiento de partes más extensas del texto, gru­
pos de períodos y cosas semejantes, a otras ciencias —prin­
cipalmente la lógica y la psicología—. De acuerdo con este
punto de vista, cuando el lingüista o el gramático se enca­
rase con un texto sin analizar, como, por ejemplo, el que
proporciona todo cuanto se ha escrito y todo cuanto se ha
dicho en danés, debería dirigirse sin preámbulos a una eta­
pa de la que resultaran frases; teóricamente debe dar por
sentado que se ha emprendido ya un análisis lógico-psico­
lógico de las partes más extensas del texto, y se cree que en
la práctica no tiene por qué preocuparse de si realmente se
ha emprendido tal análisis o no, o de si se ha llevado a ca­
bo de una forma que pueda considerarse satisfactoria desde
el punto de vista lingüístico.
El problema que aquí se plantea no es un problema de
división práctica del trabajo, sino de situar los objetos me­
diante una definición. Desde este punto de vista, el análisis
del texto corresponde al lingüista como deber ineludible, in­
cluyendo aquellas partes del texto de gran extensión. Ha de
intentar una partición del texto tomando como base la selec­
ción y reciprocidad, y en cada etapa del análisis buscar aque- >
un texto lingüístico de gran extensión o ilimitado posi-
88J bilita la partición en partes de gran extensión defini­
das por selección, solidaiidad, o combinación mutuas,
primerísima de estas particiones ha de ser la partición
cn línea de contenido y línea de expresión, que son soli-
dariaH- Cuando cada una de éstas se parta a su vez, será
posible y necesario, ini^r alia, analizar la línea de conte­
nido cn géneros literarios y entonces analizar las ciencias en
estíiblccedoras de premisas (seleccionantes) y establecidas
corno premisas (seleccionadas). La sistemática del estudio
do lo literatura y de la ciencia en general encuentran así
el lugar que les corresponde dentro del marco de una teoría
lingüística, y bajo el análisis de la ciencia la teoría lingüísti­
ca debe contener en sí misma su propia definición. En una ,
etapa más avanzada del procedimiento, las partes de mayor
extensión del texto deben partirse a su vez en producciones
do cada autor, obras, capítulos, párrafos, y así sucesivamen­
te, basándose en el establecimiento de premisas, y después
del mismo modo, en períodos y frases. Al llegar a este punto, •
Ínter alia, los silogismos se analizarán en premisas y con- 5
alusiones, etapa ésta del análisis lingüístico en la que, evi­
dentemente, la lógica formal debe presentar una parte con­
siderable de sus problemas. Todo esto supone una amplia­
ción significativa de la perspectiva, de los marcos y de las
' capacidades de una teoría lingüística, y una base para una «j
colaboración motivada y organizada entre la lingüística en jB
su sentido más estricto y otras disciplinas que hasta ahora, >1
evidentemente de modo más o menos erróneo, se ha consi­
derado eran ajenas a la esfera de la ciencia lingüística.
En las operaciones finales del análisis, la teoría lingüística
conducirá a una partición que descienda a entidades de me- 1
ñor extensión que las que hasta ahora hemos considerado
Entidades del análisis
como invariantes irreducibles. Y no sólo en el plano del con­
tenido, en el que hemos visto que la lingüística convencional
se encuentra muy lejos de haber llevado el análisis hasta el
final, sino también en el de la expresión. En ambos planos,
la partición basada en la relación llegará a una etapa en la
que se use por última vez la selección como base del aná­
lisis. En esta etapa el análisis llevará a inventariar taxemas,
que serón elementos virtuales; en el plano de la expresión
los taxemas serón rtosso modo las formas lingüísticas ma­
nifestadas por fonemas, si bien debe hacerse la" salvedad, a
este respecto, de que un análisis llevado a cabo estrictamen-
te de acuerdo por el principio de simplicidad con frecuencia
conduce a resultados fundamentalmente diferentes de aque­
llos a los que se llega mediante el análisis fonémico que
hasta aquí se ha venido intentando. Es sabido que estos ta­
xemas, por regla general,~ppeden seguirse, partiendo sobre la
base de una división universal, que se presenta cuando,
basándonos en reglas especiales, se ordenan en sis-
89] temas de dos, tres o más dimensiones *. No podemos
ocuparnos aquí de estas reglas .especiales, que descan­
san en el hecho de que los elementos lingüísticos de una
misma categoría son, no sólo numérica, sino .también cua­
litativamente diferentes*2. Contentémonos con indicar como
principio el hecho, hasta ahora no observado por los lin­
güistas,. de que cuando se «establece en un sistema» un in­
ventario de taxemas, la consecuencia lógica es una partición
t Véanse, por ejemplo/los sistemas elaborados en La catégorie des
cas,.l y II, del autor (Acta Jutlandica, VII, 1 y IX, 2, 1935-37). Sistemas
correspondientes pueden elaborarse para el plano de la expresión.
2 Véase La catégorie des cas, I, págs. 112 ss. Cf. Jens Holt, Études
d'aspect (Acta Jutlandica, XV, 2, 1943), págs. 26 s. En Travaux du
Cercle linguistique de Copenhague, y bajo el título Structure générate
des systémes grammatjcaux, va a publicarse una presentación amplia
de este enfoque dé la teoría lingüística (ofrecida en el Círculo lin­
güístico el 27 de abril de 1933).
142 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
ulterior del taxema individual' Imaginemos, por ejemplo, que
se registra una categoría con un inventario de 9 taxemas,
y que, partiendo de las reglas especiales aplicables a la di­
visión cualitativa, se establecen éstos en un sistema bidimen-
sional con tres miembros en cada dimensión, de modo que
el nueve pueda describirse como producto de 3 X 3. Los
miembros de estas dimensiones serán entonces ellos mismos
partes de taxemas, puesto que cada uno de los 9 taxemas
aparece ahora como una unidad que incluye un miembro de
una dimensión y un miembro de la. otra dimensión. Los 9
taxemas pueden, consecuentemente, describirse como resul­
tado de 3 + 3 = 6 invariantes (los miembros de las dimen­
siones), y de este modo llegamos a una descripción más sim­
ple y satisfacemos en mayor grado el principio de reduc­
ción (pág. 91). Las dos dimensiones, en cuanto categorías
que son, serán solidarias, y cada miembro de una dimen­
sión tendrá combinación con cada miembro de la otra di­
mensión. Los miembros de las dimensiones aparecerán así
como partes de taxemas y como las invariantes irreduci­
bles. Que pueda llevarse a cabo o no tal «establecimiento
dentro de un sistema» de un inventario de taxemas depende
fundamentalmente de la extensión del inventario. Cuando
pueda llevarse a cabo, serán los miembros de las dimensio­
nes y no los taxemas los que constituyan los puntos finales
del análisis; a estos puntos finales llamamos glosemas, y
si admitimos que un taxema de expresión lo manifiesta ge­
neralmente un fonema, entonces un glosema de la expresión
es generalmente manifestado por una parte de un fonema.
Concluida la deducción sintagmática del análisis textual
se emprende una deducción paradigmática. Aquí la lengua
se desmembra en categorías, en las que se distribu-
90] yen las categorías de los taxemas de máximo grado
del análisis textual y de las que por medio de síntesis
Entidades del análisis 143
pueden deducirse las posibles unidades de la lengua. Resul
ta que los dos aspectos (los planos) de una lengua tienen
una estructura categorial completamente análoga; este des­
cubrimiento tiene, a nuestro parecer, una significación de
gran alcance para comprender el principio estructural de
una lengua o, en general, la «esencia» de una semiótica.
Parece además que una descripción tan consecuente de una
lengua con arreglo al principio empírico, no admite la posi­
bilidad de una sintaxis o de una ciencia que trate de las
partes de la oración; como hemos visto, las entidades de la
sintaxis son en su mayor parte variedades, y las «partes de
la oración» de la gramática antigua son entidades que se
redescubrirán, definidas de una forma nueva, en lugares muy
diferentes dentro de la jerarquía de las unidades.
La ciencia de las categorías, sin embargo, presupone un
mecanismo de términos y definiciones tan amplio y tan ínti­
mamente coherente que no cabe describir sus detalles sin
antes haberla presentado por completo; por tanto, en los
prolegómenos de la teoría no es posible tratarla en mayor
medida que la ciencia de las unidades que la determina.
LENGUAJE Y NO LENGUAJE

En la elección y delimitación de los objetos, Hemos se­


guido en los capítulos precedentes (cf. pág. 36) los concep­
tos prevalentes en lingüística y considerado únicamente la
lengua «natural» como objeto de la lingüística. Pero al mis­
mo tiempo (pág. 36) hemos prometido una ampliación de
nuestro punto de vista, y ya es hora de hacerlo: ésta es la
tarea que nos ocupa en los capítulos siguientes (XXI-XXIII).
Subrayemos, empero, que estas perspectivas ulteriores no
concurren como apéndices arbitrarios y de los que se pueda
prescindir, sino que, por el contrario, y precisamente cuan­
do nos limitamos a considerar únicamente la lengua «natu­
ral», derivan con carácter de necesidad de la lengua «natu­
ral» y se imponen como consecuencia lógica inevitable.
Si el lingüista desea comprender con claridad el objeto de
su propia ciencia se verá obligado a entrar en un terreno
que por tradición no es el suyo. Esto ha influido ya, en cier­
to modo, hasta aquí en nuestra exposición, la cual, partiendo
de premisas especiales, se ha encuadrado en un marco epis-
•í

Lenguaje y no lenguaje 145


temológico más general debido al modo técnico de plantear
el problema.
De hecho salta a la vista que no sólo las observaciones I
de carácter general que nos hemos visto forzados a
91] hacer, sino también los términos aparentemente más
especializados que hemos presentado son aplicables
tanto a la lengua «natural» como al lenguaje en un sentido
mucho más amplio. Precisamente porque al elaborar la teo­
ría se ha considerado la forma lingüística prescindiendo
de la «sustancia» (¡sentido), será posible aplicar nuestro
mecanismo a cualquier estructura cuya forma sea análoga a
la de una lengua «natural». Nuestros ejemplos se han toma­
do de tal lengua, y nosotros mismos hemos partido de, . ahí,
pero lo que tendemos a dejar sentado y de lo que hemos da­
do ejemplos evidentemente no es específico de la lengua
«natural», sino que tiene más amplio alcance. Una .similar
apficabilidad universal, a. sis temaste.signos (o a sistemas de
figuras con fines ségnicos) puede apreciarse en conjunto en
el estudio de las funciones y de su análisis (capítulos XI,
XVII), de los signos (XII), de la expresión y. el contenido, la
forma, la sustancia y el sentido (XIII, XV), de la conmuta- ,
ción y sustitución, las variantes eJnvaríantes y la clasificación
de las variantes (XIV, XVI), de la clase y el segmento (X,
XVIII) yde ía catálisis (XIX)TEn otras palabras. Ja lengua
«natural» puede describirse con base en una-teoría, que es
especifica en mínimo grado y_que debe implicar-consecuen-
cias de mayor alcance.
Ya nos hemos visto obligados a advertirlo ocasionalmente.
Hemos creído posible mantener el carácter universal de los •
conceptos «proceso» y «sistema» y de su influencia recíproca __
(pág. 19); nuestra forma de considerar la lengua «natural»
nos ha llevado a incluir en la teoría del lenguaje aspectos
importantes de la ciencia literaria, de la filosofía general de
PROLEGÓMENOS. — 10
-A-

*
-VJ¿
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Ja ciencia y de la lógica formal (págs. 139-140); asimismo, no
hemos podido abstenemos de hacer algunas observaciones
casi inevitables acerca de la naturaleza de la conclusión ló­
gica (págs. 52, 129, 130).
Al mismo tiempo nos hemos inclinado a considerar que
un gran número de ciencias especiales ajenas a la lingüística
contribuyen a la ciencia del sentido del contenido lingüísti­
co, y a trazar una línea entre lo que es lenguaje y lo que
no lo es (pág. 111), dejando, empero, bien sentado su carác­
ter provisional.
La teoría lingüística que hemos establecido se sustenta o
se derrumba con el principio en que se basa, al que hemos
llamado principio empírico (págs. 22-23). Esto nos lleva a
aceptar como necesidad lógica (con las necesarias reservas
acerca de la terminología misma, cf. págs. 76, 112) la distin­
ción que establece S^ussure entre forma y «sustancia» (sen­
tido), de lo que se sigue que la «sustancia» no puede ser un
dejinente de una lengua. Cabe imaginar, ordenadas con rela­
ción a una misma forma lingüística, sustancias que, desde el
punto de vista de la jerarquía de la sustancia, sean funda­
mentalmente diferentes; la relación arbitraria entre forma
lingüística y sentido hace de eso una necesidad lógica.
92] La larga supremacía de la fonética convencional ha
producido además otro efecto: restringir el concepto
que el lingüista tiene incluso de lengua «natural^ de un mo­
do no empírico (como puede demostrarse), es decir, inade­
cuado, por no ser exhaustivo. Se ha supuesto que la sustan­
cia de la expresión de un lenguaje hablado consta exclusi­
vamente de «sonidos». Con ello, como han apuntado los
Zwimer especialmente, se pasa por alto que el habla puede
ir acompañada del gesto y ciertos componentes del habla
reemplazarse por el gesto, y que, en realidad, no sgla=
mente Ios._ llamados órganos de .la articulación (garganta,
Lenguaje y no lenguaje. 147
boca y nariz), sino casi toda la musculatura estriada coopera
en la. práctica. del lenguaje «natural» L
Además, cabe sustituir la sustancia del sonido-y-gesto que
generalmente se emplea por cualquier otra que resulte ade­
cuada en circunstancias externas distintas. Así la misma for­
ma lingüística puede manifestarse también en la escritura,
como ocurre en la notación fonética o fonémica y en las lla­
madas ortografías fonéticas, como la finlandesa. En este caso
tenemos una «sustancia» gráfica dirigida exclusivamente a
la vista y que no es necesario convertir en «sustancia» foné­
tica para comprenderla. Y esta «sustancia» gráfica, precisa­
mente desde el punto de vista de la sustancia, puede ser de
tipos muy diversos. Puede haber asimismo otras «sustan­
cias»; pensemos simplemente en el código de señales de la
marina, que muy bien puede usarse para expresar una len­
gua «natural», por ejemplo el inglés, o en el lenguaje de
signos de los sordomudos.
Dos opiniones suelen oponerse a cuanto antecede. Una es
que todas esas sustancias son «derivadas» respecto de la sus­
tancia del sonido-y-gcsto, y «artificiales» en contraste con la
«naturalidad» de ésta; se admite incluso la existencia de di­
versos, grados de tales «derivaciones», como cuando un có­
digo de señales o un lenguaje de signos se deriva de la es­
critura, derivada a su vez del lenguaje hablado «natural».
La otra opinión sostiene que a una «sustancia» diferente
acompaña en muchos casos una forma lingüística también
distinta; así, no todas las ortografías son «fonéticas», pero
pueden conducir, a través del análisis, al establecimiento de
un inventario distinto de taxemas y tal vez de categorías en
parte diferentes de las del lenguaje hablado.

1 Eberhard Zwirner & Kurt Zwirner, Archives néerlandaises de pho-


nétique expérimentale, XIII, 1937, pág. 112.

___ ji-J
148 Prolegómenos a una teoría del lenguaje

93] La primera de estas opiniones carece de base, por­


que el que una manifestación se «derive» de otra no
altera el hecho de que es manifestación de la forma lin­
güística de que se trate. Además, no siempre está claro lo
que es derivado y lo que no lo es; no olvidemos que el des­
cubrimiento de la escritura alfabética se pierde en la pre­
historia z, de modo que la afirmación de que se apoya en el
análisis fonético es solamente una de las hipótesis diacró-
nicas posibles; también puede apoyarse en un análisis for­
mal de la estructura lingüística2 3. De cualquier modo, como
reconocen los lingüistas modernos, las consideraciones dia-
crónicas son irrelevantes para una descripción sincrónica.
La otra opinión es irrelevante porque deja en pie el he­
cho general de que en la sustancia de que se trata se mani­
fiesta una forma lingüística. Esta observación es interesante,
sin embargo, porque muestra que a un mismo sistema del
contenido pueden corresponder diferentes sistemas de expre­
sión. Consecuentemente, la misión del teórico lingüista no
consiste simplemente en describir el sistema de expresión
existente de hecho, sino en calcular qué sistemas de expre-
sión son posibles en general como expresión de un sistema
determinado de contenido, y viceversa. Pero es un hecho ex-
perímcntalmente demostrable que cualquier sistema de
expresión lingüística puede manifestarse en sustancias de
expresión muy diferentes 4.

2 Bertrond Russell, con mucha razón, ha llamado la atención sobre


el hecho do QUC no tenemos ningún medio de decidir cuál es la forma
más antiguo de expresión humana: la escritura o el habla. (An Outli-
ne o1 PMlosophy, London, 1927, pág. 47).
3 Sobre e»te punto véase la obra del autor, Archiv für versleichen-
de Phonetlk, II, 1938, págs. 211 s.
4 Sobro Ift relación entre escritura y habla véase A. Penttilá &
U. Saarnlo en Erkenntnis, IV, 1934, págs. 28 ss. y H. J. uidall en
Congrés Intomational des sciences anthropologiques et ethnologiques,
1 ■“

Lenguaje y no lenguaje 149


Por tanto, cabe ordenar diversos usos fonéticos y diver­
sos usos escritos con el sistema de expresión de un mismo
esquema lingüístico. Un lenguaje puede sufrir un cambio de
naturaleza puramente fonética sin que el sistema de expre­
sión del esquema lingüístico se vea afectado, y, de modo se-
mejante, puede sufrir un cambio de naturaleza puramente
semántica sin que el sistema de contenido se vea afec-
94] tado. Sólo de este modo es posible distinguir entre
cambios fonéticos _y semánticos, de un lado, y cam-
bios formales de otro.
Desde la perspectiva global de nuestro punto de vista, no
hay en ello nada sorprendente. Las entidades de la forma
lingüística son de naturaleza «algebraica» y carecen de de­
signación natural; por tanto, pueden designarse arbitraria­
mente de muy diversas formas.
Estás distintas designaciones posibles de la sustancia no
afectan a la teoría del esquema lingüístico. Su actitud no
depende de ellas. La tarea principal del teórico consiste en
determinar mediante una definición el principio estructural
del lenguaje, del cual puede deducirse un cálculo general en
forma de tipología cuyas categorías serán las distintas len­
guas o, más bien, los distintos tipos de lenguajes. Deben
preverse aquí todas las posibilidades, incluso aquellas que
.... . r ' .•«. '

Compte rendu de la deuxiéme session, Copenhague, 1939, pág. 374.


Acerca del antiguo tratamiento y análisis de la escritura desde un
punto de vista estructural, véase en particular J. Baudouin de Cour-
tenay, Ob otnoSenii russkogo pis'ma k russkomu jazyku, San Peters-
burgo, 1912, y Vvedenie v jazykovedenie, 4.a ed., 1912, págs. 15 ss., y
F. de Saussure, Ccurs, 2.a ed., sobre todo pág. 165. Cf. asimismo un
artículo de Josef Vachek, Zum Problem der geschriebenen Sprache
(Travaux du Cercle linguistique de Prague, VIII, 1939, págs. 94 ss.),
que trata el problema de un modo no muy claro. Todavía no se ha
emprendido un análisis de la escritura prescindiendo de lo sonoro.
* .
■ --«V
■‘1
150 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
rcMlhaO virtuales en el campo de la experiencia o que no
t/íí/K'n manifestación «natural» o «real».
I',(i este cálculo general no se pregunta si los distintos
tipo'; estructurales se manifiestan, sino únicamente si son
rnan¡fcfttabJes y, nota bene, manifestables en cualquier sus­
tancia, fíft la Que sea- La sustancia no es, por tanto,, un
»upueftU> necesario de la forma lingüística, pero la forma
jjpgü/itíca sí es un supuesto necesario de Ja sustancia. La
man¡fe/dación, palabras, es una selección en la que
la lor/na lingüística es la constante y la sustancia la varia-
blcj definimos formalmente la manifestación como una se^_
lección entre jerarquías y entre derivados de diferentes je-
rarquíu», La constante de una manifestación (lo manifesta­
do) puede denominarse, por referencia a Saussure, forma-,
cuando forma es un lenguaje, la llamamos esquema íin-
gÜtfdlCW' J-a variable.de una manifestación (el manifestan­
te) puede denominarse, de acuerdo con Saussure, sustancia;
a la sustancia que manifiesta un esquema lingüístico la lla­
mamos uso lingüístico.
partiendo de estas premisas llegamos a la definición for^
mal de semiótica: una jerarquía, cualquiera de cuyos com-J
ponentes admite su análisis ulterior en clases definidas por\
ralaólÓH mutua, de modo que cualquiera de estas clases ad-\
mito SU análisis en derivados definidos por mutación mutua.]
“ Esta definición, que no es otra cosa que la consecuencia
fornlül de cuanto hemos desarrollado hasta aquí, obliga al
lingüista a considerar como objeto de estudio no solamente
Ja lengua «natural», la lengua cotidiana, sino también
95] cualquier semiótica, esto es, cualquier estructura que
Mea análoga a una lengua y satisfaga la definición dada.
Unu lengua (en el sentido corriente) puede considerarse co­
mo un caso especial de este objeto de carácter más general,
Lenguaje y no lenguaje 151
y sus características específicas, que sólo conciernen al uso
lingüístico, no afectan a la definición dada.
De nuevo queremos añadir que no es tanto un problema
de división práctica del trabajo cuanto de fijar el objeto
por medio de una definición. El lingüista puede y debería
concentrarse en las lenguas «naturales» en su trabajo de
investigación, y dejar a otros que tengan mejor preparación
que él, principalmente los lógicos, la investigación de otras
estructuras semióticas. Pero el lingüista no puede estudiar
el lenguaje impunemente sin tener el más amplio horizonte
que asegure su orientación hacia esas estructuras análogas.
Quizá obtenga incluso ventajas prácticas de ello, porque al­
gunas de esas estructuras son más sencillas en su forma­
ción que las lenguas, y pueden, por tanto, servir de modelo
en el estudio preparatorio. Además, basándonos en premisas
pui amente lingüísticas, es obvio que se necesita aquí una co- ’"
laboración particularmente estrecha entre la lógica y-la lin­
güistica.
Desde los tiempos de Saussure se sabe, desde el punto^
de vista lingüístico, que el lenguaje no puede estudiarse ais-r
ladamente. Saussure estimaba necesario, como base de lal
lingüística en su sentido más estricto, una disciplina que él f
bautizó con el nombre de semiología (de aT)peiov 'signo’). De )
ahí que, en los años que precedieron a la segunda guerra
mundial, tanto la lingüística concreta como ciertos círculos
de orientación lingüística interesados en el estudio de los
fundamentos (especialmente en Checoslovaquia), se esforza­
ran por estudiar sistemas de signos distintos de las lenguas
—especialmente, los trajes regionales, el arte y la literatura—
sobre una base semiológica más general5.

s Cf., entre otros, P. Bogatyrev, Ptíspévek k stnikturální etnogra-


fii (Slovenská miscellanea, Bratislava, 1931); id., FunkSno-Strukturálna.
.............. '

152 Prolegómenos a una teoría del lenguaje '


96] Ciertamente, en el Cours de Saussure se considera
que esta disciplina general se erige sobre la base de
factores esencialmente sociológicos y psicológicos. Al mis­
mo tiempo, Saussure esboza algo que sólo puede compren­
derse como ciencia de la pura forma, una concepción de la
lengua como estructura de transformación abstracta, que él
deduce del estudio de estructuras análogas. Así, ve que un
rasgo esencial —tal vez esencialísimo— de la estructura se-
miológica reaparece en las estructuras llamadas juegos; por
ejemplo en el ajedrez, al que presta gran atención. Estas
consideraciones deben ponerse de relieve si intentamos eri­
gir la lingüística, en su sentido más amplio, como «semio­
logía», sobre una base inmanente. Y a través de estas con­
sideraciones surgirán tanto la posibilidad como la necesidad
de una estrecha colaboración entre la lingüística y la lógica.
Son precisamente los sistemas de signos y los sistemas de
juegos los que los lógicos modernos han tomado como base
de estudio, considerándolos como sistemas de transforma­
ción abstractos, y de ahí que se muestren inclinados, por su
parte, a estudiar el lenguaje asimismo desde estos puntos de
vista6.
*-7- Y- . . . 1

meto da a iné metody etnografie i folkloristiky (Slovenské pohl'ady, LI, .


10, 1935); id., Funkcie kroja na moravskom Slovénsku (Spisy náródo-
pisného odburu Matice sluvenskej, I, Matica Slovenská, 1937) (resumen
en francés, págs. 68 ss.). Jan Mukafovsky, Estetická funkee, norma a
hodnota jako sociálni fakty (Fonction, norme et valeur esthétiques
comme faits sociaux), Praha, 1936; id., L’art comme fait sémiolo-
gique (Actes du huitiéme Congrés intemational de philosophie á Pra-
gue 2-7 septembre 1934, Prague, 1936, págs. 1065-1072). E. Buyssens, Les
langages et le discours (Collection Lebégue'), Bruselas, 1943, se ha
esforzado por ofrecer una semiología general.
6 La obra principal es la Logische Syntax der Sprache, Viena, 1934,
de Rudolf Camap; hay una edición ampliada, The Lógica! Syntax of
Language, 1937.
Lenguaje y no lenguaje _____ 153
En un sentido nuevo, pues, parece fructífero y necesa­
rio establecer un punto de vista común a un gran número t
de disciplinas, desde la literatura, el arte, la música y la
historia en general hasta la lógica y las matemáticas, de j
modo que desde él se concentren esas ciencias en un plan­
teamiento de los problemas definido lingüísticamente. Cada
una de ellas podrá contribuir en su medida a la ciencia ge­
neral de la semiótica investigando hasta qué punto y de qué
manera pueden someterse sus objetos a un análisis que esté
de acuerdo con las exigencias de la teoría lingüística. De
este modo quizá se arroje nueva luz sobre esas disciplinas
y se provoque un autoexamen crítico de las mismas. Y así,
a través de una colaboración recíprocamente fructífera se­
ría posible elaborar una enciclopedia general de las estruc­
turas ségnicas.
Dentro de esta esfera de problemas, extraordinariamente
amplia, hay dos cuestiones concretas que son de especial
interés para nosotros en este momento. Primera: ¿qué lu­
gar puede considerarse que corresponde a la lengua dentro
del conjunto de estas estructuras semióticas? Segunda:
¿dónde establecer la línea divisoria entre semiótica y no se­
miótica?
97] La lengua puede definirse como una paradigmática
cuyos paradigmas se manifiestan en todos los senti­
dos, y el texto, de modo correspondiente, como una sintag­
mática cuyas cadenas, si se extienden indefinidamente, se
manifiestan en todos los sentidos. Por sentido entendemos
una clase de variables que manifiesta más de una cadena
en más de una sintagmática, y/o más de un paradigma en
ihás de una paradigmática. En la práctica, una lengua es la
semiótica a la que pueden traducirse todas las demás semió­
ticas —tanto las demás lenguas como las demás estructuras
semióticas concebibles—. Eso es así porque las lenguas, y sólo
154 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
ellas, se encuentran en condiciones de dar forma a cualquier
sentido, sea cual fuere7; en una lengua y sólo en una len­
gua podemos «ocupamos de lo inexpresable hasta expre­
sarlo» 8. Es esta cualidad la que hace a una lengua utiliza-
ble como tal, capaz de satisfacer en cualquier situación.
No cabe duda de que eso depende de una peculiaridad es­
tructural que conoceríamos mejor si supiésemos más sobre
la estructura específica de las semióticas no lingüísticas. La
base, poco menos que evidente, la constituyen la posibilidad

ilimitada de formar signos y las libérrimas reglas que pre­
siden la formación de unidades de gran extensión (perío­
dos, etc.) en tedas las lenguas, que, por otra parte, dan a
■’Hifjíw una lengua la posibilidad de hacer afirmaciones falsas, in­
consecuentes, imprecisas, feas y contrarias a la ética, así
como verdaderas, consecuentes, precisas, hermosas y acor­

des con la ética. Las reglas gramaticales de una lengua son
independientes de toda escala de valores, sean éticos, lógicos
o estéticos; y, en general, una lengua es independiente de
todo propósito específico.
Al investigar la línea divisoria entre semiótica y no se­
miótica, una conclusión poco menos que evidente salta a
priori a nuestra vista: los juegos se encuentran cerca de
esta frontera, o tal vez en la frontera misma. Al juzgar la
estructura de los juegos, comparándola con las estructuras
semióticas que no son juegos, no carece de interés comparar
cómo se han considerado hasta ahora las estructuras de los
juegos desde el punto de vista lingüístico y desde el punto
de vista lógico, con independencia uno del otro. Desde la
7 Esta observación nuestra la hemos hecho independientemente
de la del lógico polaco Alfred Tarski (Studia philosophica, I, Lwów,
•.¡*sO 1935); véase J. J0rgensen, Trcek af deduktionsteoriens udvikling i
den nyere tid (Festskñft uág. af Kebenhavns Universitet, nov. 1937), |
pág. 15.
8 Kierkegaard.

■ r- " -

'• - <
----- - .

Lenguaje y no lenguaje 155


perspectiva lógica se ha dado importancia a que un juego,
el ajedrez por ejemplo, es un sistema de transformación esen­
cialmente de la misma estructura que una semiótica, por
ejemplo, una semiótica matemática) y se ha tendido
98] a considerar el juego como el caso modelo simple,
como normativo del concepto de semiótica. Desde
la perspectiva lingüística se ha visto la analogía en el hecho
de que un juego es un sistema de vaiores, análogos a los
valores económicos, considerándose ei lenguaje y ctros sis­
temas de valores como normativos del concepto de juego.
Las dos formas de pensar tienen fundamentos históricos.
La teoría logística de los signos tiene su punto de partida en
la metamatemática de Hilbert, que considera el sistema de
símbolos matemáticos como un sistema de figuras de la ex­
presión, prescindiendo por completo de su contenido, y des­
cribe sus reglas de transformación del mismo modo que
pueden describirse las reglas de un juego, abstracción he­
cha de posibles interpretaciones. Este método lo han apli­
cado los lógicos polacos en su «metalógica» y lo ha llevado
a su conclusión Camap en una teoría del signo en la que, en
principio, toda semiótica se considera como mero sistema
de expresión, abstracción hecha del contenido. Desde este
punto de vista, en toda metasemiótica, i. e., en toda descrip­
ción de una semiótica, sería posible sustituir un inhaltliche
Redev.'eise por un -fórmale Reáeweise9. La teoría lingüísti­
ca del signo, por su parte, está muy arraigada en la aserción
tradicional de que un signo se define por su significado,
Saussure lucha con el problema dentro de esa tradición, y

9 Han ofrecido un esbozo general de su desarrollo J. Jorgensen,


op. cit.; L. Bloomfield,. «Language or ideas?» (Language, XII, 1936,
págs. 89 ss.); y Otto Neurath y Eino Kaiia en el periódico Theoria, II,
1936, págs. 72 ss., 83 ss. Véase también G. H. von Wright, Den logis-
ka empirismen, EstocoJmo, 1943.
156 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
le da precisión y lo justifica introduciendo el concepto de
valor, cuya consecuencia es el reconocimiento de la forma
del contenido y de la naturaleza bilateral del signo, que con­
duce a una teoría del signo que se basa en la interacción
entre la forma de la expresión y la forma del contenido en
el principio de conmutación.
Desde el punto de vista lógico, donde continúa el debate
sobre la naturaleza del signo, el problema parece conside­
rarse esencialmente como una cuestión de nominalismo o
de realismo10. Para la teoría lingüística del lenguaje, a la
que el presente ensayo sirve de introducción, no es éste el
problema; lo que importa más bien es saber si el sentido
del contenido debe estar implicado o no en la misma teoría
del signo. Puesto que el sentido del contenido no resulta in­
dispensable en la definición y descripción de un esquema
semiótico, son necesarias y suficientes una formulación for­
mal y una actitud nominalista; por otra parte, la descrip­
ción formal y nominalista de la teoría lingüística no se limi­
ta a la forma de la expresión, sino que ve su objeto en la
interacción de la forma de la expresión y de la forma del
contenido. La distinción de Saussure entre forma y
99] sustancia resulta ser extraordinariamente relevante
para el planteamiento actual del problema en logística.
Sobre esta base, la logística puede inclinarse a ver tam­
bién diferencias y semejanzas entre ibs juegos y ¡as semió­
ticas que no son juegos. Lo decisivo para determinar si un
signo aparece o no, no es si está interpretado o no, es de­
cir, si está ordenado o no con relación a él un sentido del
contenido. En vista de la selección entre esquema semiótico
y uso semiótico, para el cálculo de la teoría lingüística exis­
ten sistemas no interpretados, sino únicamente interpreta-

10 V. en tal sentido U. Saamio, en.la obra citada en pág. 91, n. 1.


Lenguaje y no lenguaje 157
bles. A este respecto, pues, no hay diferencia entre el aje­
drez y el álgebra pura, por ejemplo, de una parte, y una
lengua, de otra. Pero para decidir hasta qué punto un jue­
go u otros cuasi-sistcmas de signos, como el álgebra pura,
son o no semióticas, hay que ver si una descripción exhaus­
tiva de los mismos exige operar con dos planos, o si el prin­
cipio de simplicidad puede aplicarse al punto de que baste
con operar en un plano.
Requisito previo de la necesidad de. operar con dos pla­
nos es que no pueda mostrarse que ambos planos, cuando
se establecen hipotéticamente, tienen la misma estructura
de principio a fin, con una relación de término a término
entre los funtivos de un plano y los del otro. Expresaremos
esto diciendo que los dos planos no han de ser confórmales.
Se dirá que dos funtivos son conformales cuando cualquier ,
derivado concreto de uno de ;los funtivos entra sin excep­
ción en las mismas funciones que un;.derivado concreto del
otro funtivo, y viceversa. Consecuentemente, podemos esta­
blecer la regla de que dos componentes de una misma clase
hipotéticamente reconocidos se reducirán a un solo compo­
nente cuando sean conformales pero no conmutables. La
prueba que esta regla instituye, y a la que llamaremos prue­
ba del derivado, se prescribe en la teoría lingüística para
cada etapa del análisis del texto, coordinándola con la prue­
ba de conmutación; las dos pruebas son necesarias conjun­
tamente para deducir si un objeto dado es .una semiótica o
no. No entraremos aquí en la aplicación de esta prueba del
derivado a los derivados de grado más alto de la semiótica
(proceso), limitándonos a considerar los derivados de primer
grado, los planos de la semiótica. Éstos no son conmutables,
y el factor decisivo para determinar si se les tratará como
distintos o se les identificará mutuamente (en cuyo caso cesa
la aplicabilidad de la teoría lingüística a un objeto dado)

M
158 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
será, por tanto, el de si son conformales o no. La experien­
cia inductiva muestra que en todas las lenguas observadas
hasta aquí la prueba del derivado da resultado negati-
100] vo, y tendrá sin duda resultado negativo en algunas
otras estructuras que hasta ahora se han considerado
, semióticas o que muestran por la prueba del derivado que
deben considerarse semióticas. Pero tan claro como ello pa­
rece que la prueba del derivado da resultado positivo en mu­
chas de las estructuras que la teoría moderna ha favo­
recido con la denominación de semióticas: es fácil com­
probarlo en el caso de los juegos puros, en cuya inter­
pretación hay una entidad del contenido correspondiente
a cada entidad de la expresión (pieza de ajedrez, por ejem­
plo), de modo que si se colocan hipotéticamente los dos
planos, la red funcional será la misma en ambos. Tal
estructura, entonces, no será una semiótica,^ en el sentido
dado al término por la teoría lingüística. Dejamos a los es­
pecialistas de los diversos campos decidir si, por ejemplo,
los llamados sistemas simbólicos de las matemáticas y de la
lógica, o ciertos tipos de arte, como la música, han de defi­
nirse desde este punto de vista como semióticas o no. No
excluimos la posibilidad de que la concepción logística de
una semiótica como monoplanar sea el resultado de haber
tomado como punto de partida (y subsiguientemente,' de ha­
ber buscado una generalización prematura con base en él)
estructuras que, de acuerdo con nuestra definición, no son
semióticas y que, por tanto, divergen fundamentalmente de
las verdaderas estructuras semióticas. Proponemos el nom­
bre de sistemas simbólicos para denominar aquellas estruc­
turas que son interpretables (es decir, con relación a las
cuales puede ordenarse un sentido del contenido) pero no
biplanares (es decir, en las que el principio de simplicidad
no nos permite encatalizar una forma del contenido). Desde
Lenguaje y no lenguaje 159
el punto de vista lingüístico se ha mostrado cierto recelo a
aplicar el término de símbolo a entidades que están en rela­
ción puramente arbitraria con su interpretación11. Se piensa
que símbolo debería usarse únicamente para las entidades
que son isomórficas con su interpretación, para las entidades
que son representación o emblema de algo, como el Cristo
de Thorvaldsen, símbolo de la compasión; la hoz y el mar­
tillo, símbolo del comunismo; la balanza, símbolo de la jus­
ticia; o la onomatopoética en el campo del lenguaje. Pero es
costumbre en lógica usar la palabra símbolo en un sentido
mucho más amplio, y parece conveniente poder aplicarla
precisamente a entidades no semióticas interpretables. En­
tre- los elementos interpretables de un juego y los símbolos
isomórficos parece haber una afinidad esencial, en
101] cuanto que ninguno permite la ulterior división en fi­
guras que es característica de los signos. En el debate
suscitado entre los lingüistas en los últimos años acerca de
la naturaleza del signo, se ha llamado la atención, con razón,
sobre el carácter agramatical de los símbolos isomórficos u;
se trata de la misma idea, expresada en forma tradicional. .
. » «Mlk
11 Así, Saussure, Cours, 2.a ed., pág. 101, define el símbolo como
lo no-arbitrario.
12 E. Buyssens, Acta lingüistica, II, 1940-41, pág. 85.

?■< ■ ít

• 4- fe*

XXII

SEMIÓTICAS CONNOTATIVAS Y METASEMIÓTICAS

En los párrafos precedentes, en virtud de un deliberado


deseo de simplificación, hemos tratado la lengua «natural»
como el único objeto de la teoría lingüística. En el último
capítulo, pese a la considerable ampliación de la perspecti­
va en él ofrecida, se ha seguido actuando como si el único
objeto de la teoría lingüística fuese ^_semiótica__denQtativa,
*
por la cual entendemos aquella semiótica en la que ninguno
de sus planos es una semiótica. Queda por indicar, amplian­
do aún más nuestro horizonte, que hay también semióticas
VV.:.- cuyo plano de la expresión es una semiótica y semióticas
i
cuyo plano de contenido es una semiótica. A las primeras las
llamaremos semióticas connotativas; a las segundas, meta-
semióticas. Puesto que el plano de la expresión y el plano
del contenido se definen solamente por oposición y por re­
lación de cada uno de ellos respecto al otro, será obvio que
las definiciones de semiótica connotativa y de metasemiótica
precedentes son sólo definiciones «reales» provisionales, a
las que no podemos adscribir ni siquiera valor operativo.
La definición de semiótica dada en el capítulo XXI no se
refiere a la semiótica individual en contraste con las otras
semióticas, sino a las semióticas en contraste con las no se-
Semióticas y metasemióticas ?, .Vi/'Sr'-??.’

# •., T-V
mióticas, es decir, a la semiótica como tipo jerárquico más
alto, a la langue como concepto o clase en cuanto unidad.
En cuanto a la semiótica individual en contraste con las
otras, sabemos que el teórico lingüista la prevé en su cálcu­
lo como un tipo posible de estructura. Por otra parte, no he­
mos considerado aún cómo se las arregla el teórico lingüista
para reconocer e identificar la semiótica individual como
tal al analizar el texto. Al preparar el análisis lo hemos he­
cho suponiendo tácitamente que el dato es un texto com­
puesto en una semiótica definida, no en una mezcla de dos
o más semióticas.
En otras palabras/ para ofrecer una situación simple que
sirva de modelo hemos operado partiendo de la premisa de
que el texto dado muestra una homogeneidad estructural, de
que estamos justificados para encatalizar al texto un sistema
sémiótico y sólo uno. Esta premisa, sír\ embargo, no
102] es válida en la práctica. Por el contrario, cualquier
texto que no sea de extensión tan pe queña que no dé
base suficiente para deducir un sistema generalizable a otros
textos, suele contener derivados que se basan en sistemas
diferentes. Varias partes o partes de partes de un texto
pueden componerse:
1. En formas estilísticas diferentes (caracterizadas por
diversas restricciones: verso, prosa, diversas mezclas de am­
bos).
2. En estilos diferentes (estilo creativo y estilo pura­
mente imitativo, llamado normal; al estilo creativo y a la
vez imitativo se le llama arcaizante).
3. En estilos axiológicos diferentes (estilo de alto valor,
estilo de bajo valor, llamado vulgar; hay también un estilo
de valor neutro que no se considera ni alto ni bajo).
4. En medios diferentes (habla, escritura, gestos, código
de señales, etc.).
PROLEGÓMENOS. — II
162 Prolegómenos a una ieoría del lenguaje
------------------------------------------------------------------------------------------- —---------------------- —f i-'.

5. En tonos diferentes (iracundo, alegre, etc.).


6. En idiomas diferentes, entre los que debemos distin-
guir:
a) Lenguas vulgares (la lengua común de una comu-
nidad, la jerga de los distintos grupos o profesiones).
b) Lenguas nacionales.
c) Lenguas regionales (lengua estándar, dialecto lócal,
etcétera).
d) Fisiognomías (concernientes a la expresión, a las
«voces» u «órganos»).
La forma estilística, el estilo, el estilo axiológico, el me«
dio, el tono, la lengua vulgar, la lengua nacional, la lengua
regional y la fisiognomía son categorías solidarias, de modo
que cualquier funtivo del lenguaje denotativo ha de definir­
se respecto a todas ellas al mismo tiempo. Combinando los
miembros de una categoría con los de otra surgen formas
híbridas, que con frecuencia tienen, o pueden recibir fácil­
mente, designaciones especiales: estilo Fterario, que es un
estilo creativo y de alto valor; slang, que es un estilo
creativo de valor alto y bajo a la vez; jerga y código,
que son estilos creativos de valor ni alto ni bajo1; lengua
coloquial, que es un estilo normal, axiológicamente ni alto
ni bajo; estilo oratorio, que es a la vez estilo de alto valor,
habla y lengua común; el estilo usado en el púlpito, que

1 Una jerga, en su sentido más general, puede ser caracterizada


como un estilo de valor neutro con signos (usualmente, expresiones
de signo) específicos, y un código como un estilo de valor neutro
con manifestaciones de la expresión específicas. Utilizando la desig­
nación de estilo de género para referirnos a aquel idioma que es soli­
dario con algún género literario determinado (son ejemplos típicos
algunos dialectos del antiguo griego), podríamos decir que la termi­
nología es a la vez jerga y estilo de género, y la semiótica científica
(en tanto en cuanto no sea un sistema de símbolos, tal como aquí
lo entendemos), a la vez código y estilo de género.
Semióticas y metasemióticas 163
es a la vez estilo de alto valor, habla y jerga; estilo
103] oficial, que es a la vez estilo de alto valor y arcaizante,
escritura y jerga, etc.
El propósito de esta enumeración no es agotar, ni mu­
cho menos definir formalmente estos fenómenos, sino única­
mente demostrar su existencia y su variedad.
A los miembros aislados de cada tina de estas clases y a
las unidades que resultan de combinarlos los llamaremos
connotadores. Algunos de estos connotadores pueden ser
solidarios con ciertos sistemas de los esquemas semióticos,
otros con ciertos sistemas del uso semiótico, y otros con
ambos. Es imposible saberlo a priori, puesto que la situa-
•ción no es inmutable. Para referirnos a posibilidades que
pueden parecer extremas, es imposible saber de antemano
si una fisiognomía (las enunciaciones de una persona en
oposición a las de otra) representa únicamente un uso es­
pecífico, y no también un esquema específico (que quizá
sólo difiera ligeramente de otro, pero que difiera de él), o si
una lengua nacional representa un esquema lingüístico espe­
cífico o, comparada con otra lengua nacional, sólo repre­
senta un uso lingüístico específico, en tanto que los esque:
mas de ambas son idénticos. .
Para asegurar una descripción autoconsecuente y exhaus­
tiva, la teoría lingüística debe prescribir, por tanto, para el
análisis del texto aquel procedimiento que nos permita man­
tener aparte estos casos. Aunque parezca extraño, la lingüís­
tica ha prestado hasta ahora escasa atención a esa exigencia.
La explicación ha de buscarse, en parte, en la adopción de
puntos de vista transcendentes. Por ejemplo, se ha creído
posible establecer, partiendo de un punto de vista vagamen­
te sociológico, el postulado (con toda probabilidad falso)
de que la existencia de una norma social implica que una
lengua nacional sea también uniforme y específica en su
164 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
estructura interna y de que, per otra parte, una fisiognomía
lingüística qua fisiognomía es una quantité négligeable y
puede tomarse indiscriminadamente, sin más ni más, como
representativa de una lengua nacional. Solamente la escuela
de Londres ha sido conscientemente cauta a este respecto:
la definición de fonema de Daniel Jones se refiere expresa­
mente a «la pronunciación de un individuo que habla en un
estilo definido»2.
104] Dada la no restríctividad (productividad) de un tex­
to, siempre habrá «traducibilidad», que aquí significa
sustitución de la expresión, entre dos signos cada uno de
los cuales pertenezca a una clase de signos propia, y siendo
solidaria a su vez esta clase de signos con su respectivo con­
notados Este criterio es especialmente evidente y fácilmente
aplicable a los signos de gran extensión que el análisis del
texto encuentra en sus primeras operaciones: cualauier de-
rivado textual (por ejemplo, un capítulo) puede traducirse
de una forma estilística, estilo, estilo axiológico, medio, tono,
lengua vulgar, lengua nacional, lengua regional o fisiogno­
mía, a otro. Como hemos visto, esta traducibilidad no siem­
pre es recíproca cuando se trata de alguna otra semiótica
distinta de la lengua; pero cuando se incluye una lengua,
siempre es posible una traducibilidad unilateral. En el aná­
lisis del texto, consecuentemente, lós connotadores aparece­
rán como partes que entran en los funtivos, de modo tal
que los funtivos sean mutuamente sustituibles cuando se de­
duzcan esas partes; y bajo ciertas condiciones se encuentran
connotadores en todos los funtivos de un grado determina­
do. Pero esto no basta aún para definir un connotador. A la
entidad que tenga la propiedad expresada la llamaremos

2 Véase pág. 154 nota 8 y asimismo D. Jones, Travaux du Cercle


linguistique de Prague, IV, 1931, pág. 74.

¡
Semióticas y metasemióticas 165
indicador, debiendo distinguir entre dos tipos de indicado­
res: señales (cf. pág. 105) y connotadores. La diferencia en­
tre ambos, desde un punto de vista operativo, radica en que
una señal puede siempre referirse sin ambigüedad a un pla­
no definido de la semiótica, cosa que no sucede nunca con el
connotador. Un connotador, pues, es un indicador que se en­
cuentra, bajo ciertas condiciones, en ambos planos de la se­
miótica.
En el análisis del texto los connotadores deben desligarse
de la deducción. De este modo aquellos signos que son dife­
rentes solamente por ser solidarios cada uno con su propio
connotador, aparecen como variedades. Estas variedades, a
diferencia de las variantes corrientes (pág. 116), son especia­
les y deben tratarse de forma diferente al continuar el aná­
lisis. De este modo evitamos mezclar diferentes esquemas
semióticos (y usos); si más tarde resultase haber identidad,
se vería con claridad al trazar un gráfico.
Pero está claro que los connotadores mismos también
proporcionan un objeto cuyo tratamiento pertenece a la se­
miótica, y no a la disciplina que analiza las semióticas deno­
tativas; la única misión de ésta es clasificar los connotado-
res y mantenerlos ordenados para su tratamiento poste­
rior. Aquel tratamiento corresponde a una disciplina espe­
cial, que determina el estudio de las semióticas denotativas.
Parece ahora evidente que la solidaridad que existe
105] entre ciertas clases de signos y ciertos connotadores
es una -función de signo, puesto que las clases del sig­
no son expresión de los connotadores como contenido. Así,
el(los) esquema(s) y el(los) uso(s) semiótico(s) que designa­
mos como idioma danés son expresión del connotador «da­
nés». De igual modo, el(los) esquema(s) y el(los) uso(s) se-
miótico(s) que designamos como fisiognomía lingüística N. N.
son expresión de la fisiognomía real N. N. (esa persona), y

z
166 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
asi sucesivamente. No en vano una lengua nacional es el
«símbolo» de la nación, un dialecto local el «símbolo» de la
región, etc.
Así pues, parece adecuado considerar a los connotadores
como el contenido del que son expresión las semióticas de­
notativas, y designar este contenido y esta expresión como
una semiótica, esto es, como una semiótica connotativa. En
otras palabras: concluido el análisis de la semiótica denota­
tiva, debe someterse la semiótica connotativa a un análisis
ajustado al mismo procedimiento. De nuevo será necesario
distinguir aquí entre esquema semiótico y uso. Habrá que
analizar los connotadores sobre la base de sus funciones
mutuas, no sobre la base del sentido del contenido que puede
ordenarse con relación a los mismos. Así, el estudio del es­
quema de una semiótica connotativa no se ocupa de las
nociones reales de carácter social o sacral que el uso común
atribuye a conceptos como lengua nacional, dialecto local,
jerga, forma estilística, etc., sino que con ese estudio habrá
que ordenar un estudio de su uso, exactamente igual que
cuando se trata de una semiótica denotativa.
La semiótica connotativa, por tanto, es una semiótica que
no es una lengua y en la que el plano de la expresión viene
dado por el plano del contenido y por el plano de la expre­
sión de una semiótica denotativa. Se trata, por tanto, de
una semiótica en la que uno de Jos planos (el de la expre­
sión) es una semiótica.
Lo que puede resultar particularmente sorprendente es
que hayamos descubierto una semiótica cuyo plano de la
expresión sea una semiótica, puesto que, después del des­
arrollo experimentado por la logística en los trabajos de los
lógicos polacos, estamos prontos a aceptar la existencia de
una semiótica cuyo plano del contenido sea una semiótica.
Es el llamado metalenguaje3 (deberíamos decir metasemió­
tica), por el cual se entiende una semiótica que trata de una
semiótica; en nuestra terminología, una semiótica cuyo con­
tenido es una semiótica. La lingüística misma ha de ser una
metasemiótica de tal tipo.
106] Ahora, como ya se ha manifestado, los conceptos de
expresión y de contenido no resultan adecuados como
base de definiciones formales, porque expresión y contenido
son designaciones arbitrariamente asignadas a elementos que
se definen únicamente o positiva o negativamente. Tomare­
mos, por tanto, otra base de definición, y antes desmembra­
remos la clase de las semióticas en una clase de semióticas
científicas y en otra de semióticas no científicas. Para ello
hemos de servirnos del concepto de operación, que hemos
definido con anterioridad. Por semiótica científica4 enten­
demos la semiótica que es ima operación; por semiótica no
científica, la semiótica que no es una operación. Consecuen­
temente, definimos la semiótica connotativa como aquella
semiótica no científica en la que uno o más de sus planos
es (son) una(s) semiótica(s); y la metasemiótica como aque-,
lia semiótica científica en la que uno o más de sus planos
es (son) una(s) semiótica(s). Lo normal en la práctica, como
hemos visto, es que uno de los planos sea una semiótica.
Puesto que ahora, como los lógicos han apuntado, pode­
mos llegar a imaginar una semiótica científica que trate de
una metasemiótica, de acuerdo con su terminología pode­
mos definir la metasemiótica científica como aquella meta-
semiótica que tiene una semiótica científica como semiótica

3 Véase la presentación de J. Jgrgensen (en la obra citada en la


pág. 154, nota 8), págs. 9 ss.
4 La razón de que no hablemos simplemente de ciencia es que
contamos con la posibilidad de que ciertas ciencias no sean semió­
ticas, en el sentido que aquí hemos adoptado, sino sistemas simbólicos.
168 Prolegómenos a una teoría del lenguaje.
objeto (de la semiótica que constituye un plano de una se­
miótica se dice que es semiótica objeto de ésta). De acuerdo
con la terminología de Saussure, podemos definir la semio­
logía como una metasemiótica que tiene por semiótica ob­
jeto una semiótica no científica. Y finalmente, podemos de­
signar como metasemiología la metasemiótica científica cu­
yas semióticas objetos son semiologías.
Para esclarecer no sólo la base de la lingüística, sino tam­
bién sus más remotas consecuencias, la teoría lingüística
está obligada a estudiar, además de las semióticas denotati­
vas, las semióticas connotativas y las metasemiologías. Tal
obligación le toca a nuestra ciencia especial porque sólo
puede resolverse satisfactoriamente partiendo de premisas
peculiares de la misma.
Nuestra última tarea ha de consistir, pues, en tratar de
organizar adecuadamente la metasemiología desde el punto
de vista lingüístico.
Generalmente, una metasemiótica será (o puede ser) total
o parcialmente idéntica a su objeto semiótico. Por tanto el
lingüista que describe una lengua podrá usar esa lengua en
la descripción; análogamente, el semiólogo que describe se­
mióticas que no son lenguas podrá hacer su descripción en
una lengua; de no ser este el caso, la semiótica que se use
podrá traducirse en cualquier supuesto a una lengua (cf.
la definición de lengua). De aquí se sigue que si la
107] metasemiología ha de proporcionar una descripción
completa de la semiótica de la semiología, en gran
parte habrá de repetir los mismos resultados de la semiolo­
gía. El principio de simplicidad, sin embargo, nos lleva a
seguir un modo de proceder que nos permitirá evitar tal
cosa; en consideración a la adecuación, debemos organizar
la metasemiología de modo tal que en la práctica su objeto
sea distinto del de la semiología; una conducta similar he­
Semióticas y metasemióticas 169
mos de seguir al encontramos eventualmente con semiolo­
gías de más alto grado, y no añadir más metasemiologías de
un grado aún más alto, cuyos objetos no habrían de ser di­
ferentes de los ya tratados.
La metasemiología debe, por tanto, dirigir su interés, no
al lenguaje ya descrito por la semiología, que la semiología
usa, sino a las eventuales modificaciones o las adiciones que
ésta ha introducido en él para producir su jerga especial. Y
está asimismo claro que la metasemiología no debe propor­
cionar una descripción de las proposiciones que entran en
la teoría de la semiología, si cabe probar que tales proposi­
ciones son unidades posibles que ya podían preverse partien­
do del sistema de la lengua. Su esfera es, por el contrario,
la terminología especial de la semiología, y aquí encontrará
que se usan tres tipos diferentes de términos:
1. Términos que entran como definentes en el sistema
de definiciones de la semiología, y cuyo contenido, por tanto,
ya está definido, es decir, analizado (cf. pág. 104), por la se­
miología misma. Estos términos no entran en la esfera espe­
cial de la metasemiología.
2. Términos que se toman de una lengua y que entran
como indefinibles en el sistema de definiciones de la semio­
logía. Tales indefinibles, a diferencia de lo que sucede en
otras ciencias, ocupan un lugar peculiar en la semiología:
puesto que se sacan del lenguaje-objeto de la semiología, la
semiología, en su análisis del plano del contenido, habrá
producido una definición de los mismos. Tampoco estos tér­
minos pertenecen a la esfera especial de la metasemiología.
3. Términos que no se toman de una lengua (si bien han
de tener una estructura de la expresión que esté de acuerdo
con el sistema de la lengua) y que entran como indefinibles
en las proposiciones de la semiología. Bajo este epígrafe
debemos distinguir aún dos tipos:
170 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
108] a) Términos que designen variaciones del grado su­
perior de las invariantes del grado superior, es decir,
variaciones de glosemas del grado superior (y variaciones
de las señales), las variaciones últimas y «más pequeñas»
(variaciones individuales y/o localizadas) de las que la se­
miología se ha ocupado en el curso de su análisis. Estas va­
riaciones, necesariamente, siguen siendo indefinibles para la
semiología, puesto que definición significa análisis y el aná­
lisis dentro de la semiología es imposible precisamente en
este lugar. En cambio, el análisis de tales variaciones es po­
sible dentro de la metasemiología, puesto que en ésta han
de describirse como los signos mínimos que entran en la
semiología, y han de analizarse del mismo modo que la se­
miología analiza los signos mínimos de una lengua, es de­
cir, a través de una resolución en figuras sobre la base de
uña prueba de conmutación establecida para la semiótica
de la semiología, y a través de una desmembración en va­
riantes. Se verá que las entidades que entran como variantes
en el plano del contenido y en el plano de la expresión de
una lengua (o, en general, en el objeto de primer grado)
serán invariantes en el plano del contenido en la semiología.
b) Términos que designen categorías de variantes y de in­
variantes. Sus contenidos, tomados como clase en cuanto
unidad, serán sincretismos de las entidades tratadas en el
epígrafe (a), o de sincretismos de ellas.
La misión de la metasemiología será, consecuentemente,
someter a los'signos mínimos de la semiología, cuyo conte­
nido sea idéntico a las variantes últimas del contenido y de
la expresión del objeto semiótico (la lengua), a un análisis
relacional que siga el mismo procedimiento que se prescri­
be generalmente para el análisis del texto. Igual que en el
análisis textual ordinario, también aquí se intentará regis­
trar en la mayor medida posible las entidades que se han
Semióticas y metasemióticas 17 J
realizado, es decir, las entidades susceptibles de división
particular.
Para comprender todo ello, debe recordarse que no hemos
podido mantener inalterada la distinción de Saussurc entre
forma y sustancia, Sino que esa diferencia ha resultado ser
en realidad una diferencia entre dos formas dentro de je­
rarquías diferentes. Un funtivo, v. g. en imaJLe^gua, puede
considerarse como forma lingüística o como forma del sen­
tido; partiendo de estos dos modos diferentes de ver las
cosas aparecen dos objetos diferentes, de los que en cierto
sentido puede decirse, sin embargo, que son idénticos, pues­
to que sólo varía el punto de vista desde el que se los con­
sidera. La distinción de Saussure, y la forma en que la enun­
ció, no debe por tanto engañarnos y hacernos creer que los
funtivos que encontramos a lo largo del análisis de un
109] esquema lingüístico no puede decirse con cierto dere­
cho que son de naturaleza física. Muy bien cabe decir
que son entidades físicas (o sincretismos de las mismas)
que se definen por función mutua. Por tanto, con el mismo
derecho puede decirse que el 'análisis metasémiológico del
contenido de los signos mínimos de la semiología es un
análisis de entidades físicas que vienen definidas por fun­
ción mutua. Determinar hasta qué punto cabe considerar
en última instancia todas las entidades de una semiótica,
sea cual fuere, en su contenido como en su expresión, como
físicas o reducibles a tales, es una cuestión puramente epis­
temológica de fisicismo contra fenomenalismo. La cuestión
ha sido objeto de un debate5 en el que no entramos y sobre
el que la teoría del esquema lingüístico no tiene por qué

5 Acerca de este extremo véase, además de las obras de Bloomflcld


y Neurath mencionadas en la pág. 155, nota 10, Alf Ross, «On thc ilu­
sión of Consciousness» (Theuria, VII, 1941, págs. 171 ss.).
172 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
decidir. En el presente debate lingüístico, por otra parte, es
posible a menudo detectar cierta tendencia, tanto entre los
partidarios como entre los oponentes del punto de vista glo-
semático, a confundir el problema, como si el objeto que el
lingüista analiza por encatálisis de una forma lingüística no
pudiese ser de naturaleza física, igual que el objeto que el
«investigador de la sustancia» ha de analizar por encatáli­
sis de una u otra forma «no lingüística» del sentido. Pero
es necesario vencer este error si se quiere comprender la ta­
rea de la metasemiología. La metasemiología, merced a un
desplazamiento del enfoque, que implica la transición de un
objeto semiótico a su metasemiótica, facilita nuevos medios
para reemprender el camino, con la ayuda de los métodos
semiológicos corrientes, y para continuar el análisis que
desde el punto de vista de la semiología había llegado a su
término. Esto sólo puede significar que las variantes últimas
de una lengua están sujetas a un análisis particular ulterior
sobre bases completamente físicas. En otras palabras, la
metasemiología es, en la práctica, idéntica a la llamada des­
cripción de la sustancia. La tarea de la metasemiología es
emprender un análisis autoconsecuente, exhaustivo y de la
mayor simplicidad posible, de las cosas que aparecen para
la semiología como individuos irreducibles (o entidades loca­
lizadas) del contenido, y de los sonidos (o de los signos es­
critos, etc.), que aparecen para la semiología como indivi­
duos irreducibles (o entidades localizadas) de la expresión.
El análisis metasemiológico habrá de llevarse a cabo toman­
do como base las funciones y de acuerdo con el procedi­
miento ya indicado, hasta agotar el análisis y alcanzar, aquí
también, las variantes últimas a la vista de las cua-
110] les ya no pueda dar fruto el punto de vista de la co­
hesión y en que el deseado esclarecimiento por medio
de razones y causas haya de dar paso a una descripción pu-
Semióticas y metasemióticas__________________________ 173
ramente estadística como la única posible (cf. pág. 84): la
situación final de la física y de la fonética deductiva.
Es evidente que también a la semiótica connotativa pue­
de y debe añadirse una metasemiótica, que continúe anali­
zando los objetos finales de aquélla. Precisamente del mis­
mo modo que la metasemiología de las semióticas denota­
tivas tratará en la práctica a los objetos de la fonética y de
la semántica interpretándolos de una forma nueva, así tam­
bién las partes más largas de la lingüística específicamente
sociológica y de la lingüística externa saussuriana encontra­
rán su lugar en la metasemiótica de las semióticas conno-
tativas, interpretadas de una nueva forma. A esta metase­
miótica corresponde la tarea de analizar los diversos senti­
dos del contenido —geográficos e históricos, políticos y so­
ciales, sacrales, psicológicos— que están vinculados a la na­
ción (como contenido de la lengua nacional), a la región ,
(como contenido de la lengua regional), a las formas de va­
lor de los estilos, a la personalidad (como contenido de la
fisiognomía; esencialmente, misión de la psicología indivi­
dual), al talante, etc. Varias ciencias especiales, presumible­
mente la sociología, la etnología y la psicología, sobre todo,
tendrán aquí su campo propio de aportación.
Por deferencia al principio de simplicidad no debe, por
otra parte, emprenderse el estudio de metasemiologías de
orden superior; si se llevase a cabo, no produciría otros re­
sultados que los ya conseguidos ai estudiar la metasemioio-
gía de primero o posterior grado.
XXIII

PERSPECTIVA FINAL

Las actitudes restringidas en el orden práctico y técnico


que con frecuencia son naturales en el especialista y que
en el campo de la lingüística llevan a enunciar la exigencia
de una teoría lingüística simplemente como la exigencia de
un método seguro para describir determinado texto limi­
tado compuesto en una lengua «natural» previamente defi­
nida, han tenido que dejar paso paulatinamente en el curso
de nuestra presentación, por necesidad lógica, a una actitud
científica y humanísticamente cada vez más amplia, hasta
que la idea llega a sustentarse en un concepto de totalidad
que difícilmente puede imaginarse más absoluto.
111] El acto aislado de habla obliga al investigador a en­
catalizar un sistema que sea coherente con él, la fi­
siognomía particular es una totalidad que incumbe al lin­
güista conocer por medio del análisis y de la síntesis —pero
no es una totalidad cerrada—. Es una totalidad con cohesio­
nes externas que nos obliga a encatalizar otros esquemas y
usos lingüísticos, solamente desde los cuales es posible arro­
jar alguna luz sobre la peculiaridad individual de esa fisiog­
nomía; y es una totalidad con cohesiones internas con un
sentido connotativo que explica la totalidad en su unidad y
en su variedad. Este procedimiento se repite, en círculos
Perspectiva -final 175
cada vez más amplios, para el dialecto local y el estilo, el
habla y la escritura, las lenguas y las otras semióticas. El
sistema de menor extensión es una totalidad autosuficiente,
pero ninguna totalidad se encuentra aislada. La sucesión de
catálisis nos obliga a ampliar el campo visual hasta dar
cuenta de modo exhaustivo de todas las cohesiones. No es
únicamente la lengua particular lo que constituye el objeto
del lingüista, sino la clase entera a la que pertenecen las
lenguas, los miembros de la cual se conectan entre sí, se ex­
plican y se iluminan mutuamente. Es imposible trazar una
línea divisoria entre el estudio del tipo lingüístico indivi­
dual y la tipología general de las lenguas; el tipo lingüístico
individual es un caso especial dentro de esa tipología y,
como todos los funtivos, solamente existe en virtud de la
función que lo conecta con otros. En la tipología calcula­
toria de la teoría lingüística se prevén todos los esquemas
lingüísticos; constituyen un sistema con correlación entre
los miembros individuales. También pueden observarse re­
laciones; son éstas los contactos entre las lenguas, que se
manifiestan en parte como contactos de préstamo y en parte
como relaciones genéticas lingüísticas, y que con indepen­
dencia de los tipos lingüísticos producen las familias lin­
güísticas; también estas relaciones, como las demás, depen­
den de una mera presuposición, la cual, exactamente igual
que la relación entre las partes de un proceso textual, se
manifiesta en el tiempo pero en sí misma no está definida
por el tiempo.
Continuando la catálisis, necesariamente han de incluirse
en el cuadro la semiótica, la metasemiótica y la metasemio-
logía. Así, todas aquellas entidades que en el primer caso,
teniendo en cuenta el esquema del objeto semiótico, hubie­
ron de eliminarse provisionalmente como elementos no se-
mióticos, se introducen de nuevo en las estructuras semió­
176 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
ticas de un orden superior como componentes imprescindi­
bles. Consecuentemente, no encontramos semiótica alguna
que no sea componente de otras semióticas, y, en última ins­
tancia, ningún objeto que no sea iluminado desde la po­
sición clave de la teoría lingüística. La estructura semiótica
se revela como una atalaya desde la que pueden verse todos
los objetos científicos.
La teoría lingüística asume aquí, de un modo y en una
medida jamás soñados, las obligaciones que a sí misma se
impuso (págs. 20, 35, 36). En su punto de partida, la
112] teoría lingüística se estableció como inmanente, sien­
do la constancia, el sistema y la función interna sus
metas únicas, aparentemente a costa de la fluctuación y del
matiz, de la vida y de la realidad física y fenomenológica con­
cretas. Una restricción temporal del campo visual fue el pre­
cio que hubo que pagar para arrancarle al lenguaje mismo
su secreto. Pero precisamente a través de este punto de
vista inmanente y en virtud del mismo, el lenguaje devuelve
el precio que exigió. En un sentido más alto del que ha te­
nido hasta ahora en la lingüística, el lenguaje pasa a ocu­
par de nuevo una posición clave en el conocimiento. En lu­
gar de ser un obstáculo para la transcendencia, la inmanencia
le ha dado una base nueva y mejor; la inmanencia y la trans­
cendencia se reúnen en una unidad superior sobre la base
de la inmanencia. La teoría lingüística se inclina por nece­
sidad interior a reconocer no solamente el sistema lingüís­
tico, en su esquema y en su uso, en su totalidad y en su
individualidad, sino también al hombre y a la sociedad hu­
mana que hay tras el lenguaje, y a la esfera toda del cono­
cimiento humano a través del lenguaje. Y entonces alcanza
la teoría lingüística la meta que se ha prescristo:
humanitas et universitas.
LISTA DE DEFINICIONES *

1. Análisis. Descripción de un objeto por las dependen­


cias uniformes de otros objetos respecto de él y en­
tre sí.
2. Clase. Objeto que se somete a análisis (1).
3. Componentes. Objetos que se registran en un solo aná­
lisis como uniformemente dependientes de la clase y
dependientes entre sí (1, 2).
4. Jerarquía. Clase de clases (2).
5. Complejo de análisis. Clase de análisis de una- misma
clase (1, 2).
6. Operación. Descripción que está de acuerdo con el
principio empírico.
7. Síntesis. Descripción de un objeto en cuanto compo­
nente de una clase (2, 3).
8. Función. Dependencia que cumple las condiciones del
análisis (1).
9. Funtivo. Objeto que tiene función con otros objetos (8).
10; Contraer. Se dice que un funtivo contrae su función
(8,9).
11. Entidad. Funtivo que no es función (8, 9).
* Los números entre paréntesis que siguen' a las definiciones remi­
ten a otras definiciones establecidas explícitamente como premisas.
Para los términos daneses correspondientes a cada uno de los aquí
definidos véase más abajo, págs. 185-186.
PROLEGÓMENOS. 12
178 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
12. Constante. Funtivo cuya presencia es condición nece­
saria para Ja presencia del funtivo con el que tiene
función (8, 9).
13. Variable. Funtivo cuya presencia no es condición ne­
cesaria para la presencia del funtivo con el que tiene
función (8, 9).
14. Interdependencia. Función entre dos constantes (8, 12).
*
15. Determinación. Función entre una constante y una va­
riable (8, 12, 13).
16. Constelación. Función entre dos variables (8, 13).
17. Cohesión. Función entre cuyos funtivos aparecen una
o más constantes (8, 9, 12).
18. Reciprocidad. Función que contiene únicamente cons­
tantes, o únicamente variables (8, 12, 13).
19. Deducción. Análisis continuado o complejo de análisis,
con determinación entre los análisis que del -mismo
forman parte (1, 5, 15).
20. Procedimiento. Clase de operaciones con determina­
ción mutua (2, 6, 15).
21. Derivados. Componentes y componentes de componen­
tes de una clase dentro de una misma deducción (2,
3, 19).
22. Incluir. Se dice que una clase incluye a sus derivados
(2, 21).
23. Entrar en. Se dice que los derivados entran en su cla­
se (2, 21).
24. Grado. Referencia al número de clases a través de las
cuales los derivados dependen de su clase común más
baja. (Si este número es 0, se dice que los derivados
son de primer grado; si es 1, que son de segundo gra­
do, y así sucesivamente.) (2, 21).
25. Inducción. Síntesis continuada con determinación entre
las síntesis que entran en la misma (7, 15, 23).
Lisia de definiciones
26. Correlación. Función «o... o» (8).
27. Relación. Función «tanto... como» (8).
28. Sistema. Jerarquía correlacional (4, 26).
29. Proceso. Jerarquía relacional (4, 27).
30. Desmembración. Análisis de un sistema (1, 28).
31. Partición. Análisis de un proceso (1, 29).
32. Universalidad. A una operación con un resultado dado
se le llama universal, y a sus resultantes universales,
cuando cabe afirmar que la operación puede llevarse a
cabo con cualquier objeto, sea cual fuere (6).
33. Particularidad. A una operación con un resultado dado
se le llama particular, y a sus resultantes particula­
res, cuando cabe afirmar que la operación puede lle­
varse a cabo con un objeto determinado y no con cual­
quier otro (6).
34. Realización. Se dice que una clase está realizada cuan­
do puede tomarse como objeto de un análisis particu­
lar (1, 2, 33).
35. Virtualidad. Se dice que una clase es virtual cuando
no puede tomarse como objeto de un análisis particu­
lar (1, 2, 33).
36. Complementaridad. Interdependencia entre términos
de un sistema (14, 28).
37. Solidaridad. Interdependencia entre términos de un.
proceso (14. 29).
38. Especificación. Determinación entre términos de un
sistema (15, 28).
39. Selección. Determinación entre términos de un proceso
(15, 29).
40. Autonomía. Constelación dentro de un sistema (16, 28).
41. Combinación. Constelación dentro de un proceso (16,
29).
t
180 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
42. Definición. Partición de un contenido de signo o de una
expresión de signo (31).
43. Rango. Se dice que los derivados del mismo grado per­
tenecientes a un mismo proceso o a un mismo sistema
constituyen un rango (21, 24, 28, 29).
44. Mutación. Función existente entre derivados de primer
grado de una misma clase; una función que tiene
relación con una función existente entre otros deriva­
dos de primer grado de una misma clase y pertene­
cientes al mismo rango (2, 8, 21, 24, 27, 43).
45. Suma. Clase que tiene función con una o varias clases
distintas dentro del mismo rango (2, 8, 43).
46. Establecimiento. Relación existente entre una suma y
una función que entra en ella. Se dice que la función
establece la suma, y que la suma es establecida por la
función (8, 23, 27, 45).
47. Aplicación. Dado un funtivo que está presente bajo
ciertas condiciones y ausente bajo otras distintas, cuan­
do se dan las condiciones bajo las cuales está presente
se dice que hay aplicación del funtivo, y que en esas
condiciones el funtivo se aplica (9).
48. Suspensión. Dado un funtivo que está presente bajo
ciertas condiciones y ausente bajo otras distintas, cuan­
do se dan las condiciones bajo las cuales está ausente
se dice que hay suspensión del funtivo, y que en esas
condiciones el funtivo está suspendido (9).
49. Cobertura. Mutación suspendida entre dos funtivos (9,
44, 48).
50. Manifestación. Selección entre jerarquías y entre deri­
vados de diferentes jerarquías (4, 21, 39).
51. Forma. La constante en una manifestación (12, 50).
52. Sustancia. La variable en una manifestación (13, 50).
53. Semiótica. Jerarquía cualquiera de cuyos componen­
Lista de definiciones 181
tes se presta a una división o análisis ulterior en clases
definidas por relación mutua, de modo que cualquiera
de estas clases se preste a un análisis o división de
derivados definidos por mutación mutua (1, 2, 3, 4, 21,
27, 44).
54. Paradigma. Clase dentro de un sistema semiótico (2,
28, 53).
55. Cadena. Clase dentro de un proceso semiótico (2, 29,
53).
56. Miembro. Componente de un paradigma (3, 54).
57. Parte. Componente de una cadena (3, 55).
58. Esquema semiótico. Forma que es una semiótica (51,53).
59. Conmutación. Mutación entre los miembros de un pa­
radigma (44, 54, 56).
60. Permutación. Mutación entre las partes de una cadena
(44, 55, 57).
61. Palabras. Signos permutables mínimos (60).
62. Sustitución. Ausencia de mutación entre los miembros
de un paradigma (44, 54, 56).
63. Invariantes. Correlatos con conmutación mutua (26,
59).
64. Variantes. Correlatos con sustitución mutua (26, 62).
65. Glosemas. Formas mínimas que la teoría nos lleva a
establecer como bases de explicación, las invariantes
irreducibles (63).
66. Uso semiótico. Sustancia que manifiesta un esquema
semiótico (50, 52, 58).
67. Paradigmática. Sistema semiótico (28, 53).
68. Sintagmática. Proceso semiótico (29, 53).
69. Sentido. Clase de variables que manifiestan más de una
cadena bajo más de una sintagmática, y/o más de un
paradigma bajo más de una paradigmática (2, 13, 50,
182 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
70. Variaciones. Variantes combinadas (41, 64).
71. Variedades. Variantes solidarias (37, 64).
72. Individuo. Variación que no puede seguirse desmem­
brando en variaciones (30, 70).
73. Variedad localizada. Variedad que no puede seguirse
desmembrando en variedades (30, 71).
74. Unidad. Suma sintagmática (45, 68).
75. Categoría. Paradigma que tiene correlación con uno o
varios paradigmas dentro del mismo rango (26, 43, 54).
76. Categoría funcional. Categoría de los funtivos que se
registran en un solo análisis con una función dada to­
mada como base del análisis (1, 8, 9, 75).
77. Categoría funtiva. Categoría que se registra por des­
membración de una categoría funcional de acucrdo.con
las posibilidades funtivas (9, 30, 75, 76).
78. Sincretismo. Categoría que se establece por cobertura
(46, 49, 75).
79. Dominancia. Solidaridad entre una variante por una
parte y una cobertura por otra (37, 49, 64).
80. Dominancia obligatoria. Dominancia en la que el domi­
nante con respecto al sincretismo es una variedad (71,
78, 79).
81. Dominancia opcional. Dominancia en la que el domi­
nante con respecto al sincretismo es una variación (70,
78, 79).
82. Facultatividad. Cobertura con cero en la cual la domi­
nancia es opcional (49, 79, 81).
83. Fusión. Manifestación de un sincretismo que, desde el
punto de vista de la jerarquía de la sustancia, es idén­
tica a la manifestación de todos o ninguno de los fun­
tivos que entran en el sincretismo (4, 9, 23, 50, 52,
78).
84. Implicación. Manifestación de un sincretismo que, des­
Lista de definiciones 183
de el punto de vista de la jerarquía de la sustancia, es
idéntica a la manifestación de uno o varios de los fun-
tivos que entran en el sincretismo, pero no de todos
(4, 9, 23, 50, 52, 78).
85. Resolución. Resolver un sincretismo significa introdu­
cir la variedad de sincretismo que no contrae la cober­
tura que establece el sincretismo (10, 46, 49, 71, 78).
86. Concepto. Sincretismo entre cosas (78).
87. Latencia. Cobertura con cero en la que la dominancia
es obligatoria (49, 79, 80).
88. Catálisis. Registro de cohesiones mediante la reposi­
ción de una entidad por otra con la que tiene sustitu­
ción (11, 17, 62).
89. Lengua. Paradigmática cuyos paradigmas se manifies­
tan en todos los sentidos (50, 54, 67, 69).
90. Texto. Sintagmática cuyas cadenas, si se extienden in­
definidamente, se manifiestan en todos los sentidos (50,
55, 68, 69).
91. Esquema lingüístico. Forma que es una lengua (51, 89).
92. Uso lingüístico. Sustancia que manifiesta un esquema
lingüístico (50, 52, 91).
93. Elemento. Miembro de una categoría funtiva (56, 77).
94. Taxema. Elemento virtual que resulta en aquella eta­
pa del análisis en que se usa la selección por última
vez como base del análisis (1, 35, 39, 93).
95. Conectivo. Funtivo que bajo ciertas condiciones es so­
lidario con unidades de complejos de cierto grado (9,
24, 37, 74).
96. Conformidad. Se dice que hay conformidad entre dos
funtivos cuando cualquier derivado particular de uno
de ellos contrae sin excepción las mismas funciones
que un derivado particular del otro, y viceversa (8, 9,
10, 21, 33).
184 Prolegómenos a una teoría del lengu
97. Sistemas simbólicos. Estructuras de acuerdo con las
cuales se puede ordenar un sentido del contenido, pero
en las cuales el principio de simplicidad no nos per­
mite encatalizar forma de contenido (51, 69, 88).
98. Semiótica denotativa. Semiótica en la que ninguno de
sus planos es una semiótica (53).
99. Indicadores. Partes que entran en los funtivos de tal
modo que los funtivos son mutuamente sustituibles
cuando se deducen esas partes (9, 23, 57, 62).
100. Señal. Indicador que puede referirse siempre sin am­
bigüedad a un plano definido de la semiótica (53, 99).
101. Connotador. Indicador que se encuentra, bajo ciertas
condiciones, en ambos planos de la semiótica (53, 99).
102. Semiótica científica. Semiótica que es una operación
(6, 53).
103. Semiótica connotativa. Semiótica no ciemífica, uno o
más de cuyos planos son semióticas (53, 102).
104. Metasemiótica. Semiótica científica, uno o más de cuyos
planos son semióticas (53, 102).
105. Semiótica objeto. Semiótica que entra en una semióti­
ca como plano de la misma (53).
106. Metasemiótica científica. Metasemiótica con una se­
miótica científica como semiótica objeto (102, 104, 105).
107. Semiología. Metasemiótica con una semiótica no cien­
tífica como semiótica objeto (102, 104, 105).
108. Metasemiología. Metasemiótica científica cuyas semió­
ticas objeto son semiologías (105, 106, 107).
TÉRMINOS DANESES CORRESPONDIENTES A LA
LISTA ANTERIOR

1. Analyse. 23. Indgaa i.


2. Klasse. 24. Grad.
3. Afsnit. 25. Induktion.
4. Hierarki. 26. Korrelation.
5. Inddelingskomplex. 27. Relation.
6. Operation. 28. System.
7. Syntese. 29. Forlob.
8. Funktion. 30. Leddeling.
9. Funktiv. 31. Deling.
10. Indgaa. 32. Universalitet.
11. Storrelse. 33. Partikularitet.
12. Konstant. 34. Realisation.
13. Variabel. 35. Virtualitet.
14. Intcrdependens. 36. Komplementaritet.
15. Determination. 37. Solidaritet.
16. Konstellation. 38. Specifikation.
17. Kohcesion. 39. Selektion.
18. Reciprocitet. 40. Autonomi.
19. Deduktion. 41. Kombination.
20. Procediere. 42. Definition.
21. Derivater. 43. Roekke.
22. Indbefatte. 44. Mutation.

. . .
45. Sutn. 78. Synkretisme.
46. Etablering. 79. Dominans.
47. Ikrafttrceden. 80. Obligatorisk.
48. Suspensión. 81. Valgfri.
49. Overlapping. 82. Fakultativitet.
50. Manifestation. 83. Sammenfald.
51. Form. 84. Implikation.
52. Substans. 85. Oplesning.
53. Semiotik. 86. Begreb.
54. Paradigme. 87. Latens.
55. Kcede. 88. Katalyse.
56. Led. 89. Sprog.
57. Del. 90. Text.
58. Semiotisk sprogbygning. 91. Sprogbygning.
59. Kommutation. 92. Sprogbrug.
60. Permutation. 93. Element.
61. Ord. 94. Taxem.
62. Substitution. 95. Konnektiv.
63. Invarianter. 96. Konformitet.
64. Varianter. 97. Symbolsystemer.
65. Glossemer. 98. Denotationssemiotik.
66. Usus. 99. Indikatorer.
67. Paradigmatik. 100. Signal.
68. Syntagmatik. 101. Konnotator.
69. Mening. 102. Vidcnskabssemiotik.
70. Variationer. 103. Konnotationssemiotik.
71. Varieteter.
104. Metasemiotik.
72. Individ.
105. Objektsemiotik.
73. Lokaliseret.
74. Enhed. 106. Metavidenskabs-
75. Kategori. semiotik.
76. Funktionskategori. 107. Semiologi.
77. Funktivkategori. 108. Metasemiologi.
RELACIÓN ALFABÉTICA DE DEFINICIONES

análisis 1 constelación 16
aplicación 47 contraer 10
autonomía 40 correlación 26
cadena 55 deducción 19
catálisis 88 definición 42
categoría 75 derivado 21
categoría funcional 76 desmembración 30
categoría funtiva 77 determinación 15
clase 2 dominancia 79
cobertura 49 dominancia obligatoria 80
cohesión 17 dominancia opcional 81
combinación 41 elemento 93
complejo de análisis 5 entidad 11
complementaridad 36 entrar en 23
componente 3 especificación 38
concepto 86 esquema lingüístico 91
conectivo 95 esquema semiótico 58
conformidad 96 establecimiento 46
conmutación 59 facultatividad 82
connotador 101 forma 51
constante 12 función 8

* Los números remiten al correspondiente de la «Lista de defini­


ciones» según van numeradas en los dos apartados anteriores.
188 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
funtivo 9 relación 27
fusión 83 resolución 85
glosema 65 selección 39
grado 24 semiología 107
implicación 84 semiótica 53
incluir 22 simiótica científica 102
indicador 99 semiótica connotativa 103
individuo 72 semiótica denotativa 98
inducción 25 semiótica objeto 105
interdependencia 14 sentido 69
invariante 63 señal 100
jerarquía 4 sincretismo 78
latencia 87 sintagmática 68
lengua 89 síntesis 7
manifestación 50 sistema 28
metasemiología 108 sistema simbólico 97
metasemiótica 104 solidaridad 37
metasemiótica científica 106 suma 45
miembro 56 suspensión 48
mutación 44 sustancia 52
operación 6 sustitución 62
palabra 61 taxema 94
paradigma 54 texto 90
paradigmática 67 unidad 74
parte 57 universalidad 32
partición 31 uso lingüístico 92
particularidad 33 uso semiótico 66
permutación 60 variable 13
procedimiento 20 variación 70
proceso 29 variante 64
rango 43 variedad 71
realización 34 variedad localizada 73
reciprocidad 18 virtualidad 35
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS
*

Atareos Llorach, E., [9]. Kaila, Eino, 98.


Kierkegaard, 97.
Bally, Ch„ 9. Kurylowicz, J., 71.
Baudouin de Courtenay, J., 83, 94.
Bjerrum, A., 71. Lewis [9].
Bloomfield, Leonard, 8, 63, 71, 98,
109. Martinet, A., 83.
Bogatyrev, P., 95. Mukafovsky, J., 96.
Bühler, Karl, 8. Munsksgaard, Ejnar [7].
Buyssens, E., 96, 100.
Neurath, O., 98, 199.
Carnap, R., 96, 98.
«Círculo de Praga», 57-59. Penttila, A., 56 n., 93 n.

Descartes, 19. Rasmussen, E. T., 9.


Ross, A., 109.
Hilbert, D., 98. Russell, B., 93.
Holt, J., 89.
Saarnio, V. 56, 93. 98.
Jespersen, O., 50. Saussure, F. de, 9, 22, 44, 46, 5G,
Jones, Daniel, 57, 58, 59, 63, 103. 54, 56, 67, 69, 70, 71, 72, 91, 94,
Jergensen, Jorgen, 9, 82, 97, 98, 95, 98, 100, 106, 108. 109.
105. Sechehaye, A., 9, 72.

* Los números remiten a la paginación de la edición danesa, que


va al lado izquierdo de las páginas de nuestra edición, salvo los que
van entre corchetes que lo hacen a la nuestra.
190 Prolegómenos a una teoría del lengua)
Tarski, A., 97. Vogt, H„ 71.
Togeby, K., 72.
Trager, G. L., 63, 71. Weisgerber, L., 44.
Trubetzkoy, N. S., 57. Wiwel, H. G„ 68.
Wright. G. H., 98.
Uldall, H. J„ 9, 71, 93.
Zwirner, E., 75, 92.
Vachek, J., 94. Zwirner, K., 92.
ÍNDICE DE MATERIAS *

ablaut, 35. cambio fonético, 93-94.


abreviación, 84. cambio formal, 93-94.
actualizado, 82. cambio semántico, 94.
adecuación, 14-15, 17-18, 21-22, 86. caso, 24-25.
adjetivo, 23, 24 n. catálisis (88), 83-86.
alfabeto, 39, 61, 93. categoría (75), 76-18, 85, 86, 88-90.
alternancia, 34-35. categoría funcional (76), 77.
análisis (1), 12-13, 19, 21-31, 39, 54, categoría funtiva (77), 77-78.
86-90. ciencia, 75, 87, 90, 106 n., 110.
antropología, 70. clase (2), 27, 29-31, 37.
aplicabilidad, 14, 17, 19-20. coalescencia. Ver, fusión,
aplicación (47), 79. cobertura (49), 79-81.
aposiopesis, 84. código, 102.
arbitrariedad, 14-15, 17-18, 86. coexistencia, 34.
arte, 10, 96, 100. cohesión (17), 33, 37, 51, 75, 111.
ausencia. Ver suspensión. combinación (41), 24-26, 33, 37.
-autonomía (40), 24, 33, 37. comparación, 26.
axiomas, 8, 14-15, 20. complejo de análisis (5), 28.
complementaridad (36), 23-24, 33,
cadena (55), 28, 30-31, 34. 37.
cálculo, 78, 94, 111. componente (3), 27-31.

* Los números remiten a la paginación de la edición danesa, que


va al lado izquierdo de las páginas de nuestra edición. Los números
que van entre paréntesis a continuación de una palabra remiten al
número que lleva dicha palabra en la «Lista de definiciones» (pági­
nas 177 y ss.).

j
Prolegómenos a una teoría del lenguaje
concepto (86), 69 83. economía, 55.
conclusión lógica, 30, 82. elemento (93), 55-56, 73.
condición, 32. elemento derivacional, 25, 27, 40.
conectivo (95), 65. elemento inflexional, 40.
conexión. Ver relación, empirismo, 11-12, 45-46.
conformidad (96), 99. encatálisis, 85, 109, 111.
conjunción, 33-35. entidad (11), 31, 76, 86-90.
conmutación (59), 66, 67, 68, 98. entrar en (23), 30.
connotador (101), 103, 104-105. epistemología, 8-9, 11-13, 15, 30, 71,
consonante, 23, 24 n., 26, 57-58, 67. 91, 109.
constante (12), 32. equivalencia. Ver correlación,
constelación (16), 23, 32, 37, 75. especificación (38), 23-24, 29, 32-33,
contenido, 44-55, 59-61, 67-68, 74, 37, 74-75.
93-94, 105-106. esquema, 68-16, 93-94, 99, 102-105,
contraer (10), 31. 108-109, 111.
correlación (o equivalencia) (26), esquema lingüístico (91), 94
35-36, 37, 59, 60, 111. esquema semiótico (58), 94.
establecimiento (46), 76.
estilo, 102-104, 110-111.
deducción (19), 13, 29-30, 57. estilo axiológico, 102-104.
deficiencia, 79 n. estilo de género, 102.
definición (42), 19, 20-21, 24, 65. estilo de las bellas artes, 102-103.
definición formal, 20-21, 32. estilo del púlpito, 102.
definiciones «operativas», 20. estilo oficial, 103.
definiciones «reales», 20-21, 31-32, estilo oratorio, 102.
57, 80. estructura, 7-8, 19, 67, 68-69.
dependencia, 22-27, 30-31. etnología, 110.
derivado (21), 30-31. expresión, 41-42, 44-45, 68, 73-74, 93-
descripción, 27. 94, 104-106.
descripción exhaustiva (exhausti- expresión de signo, 40, 102.
vidad), 13-15, 17-18, 19-20, 26, 28-
29, 38-39, 45, 76, 84, 86, 99. facultatividad (82), 80, 83.
desmembración (30), 28, 74-75. fenomenalismo, 109.
determinación (15), 23-24, 28-29, 32, fenomenología, 71.
36, 37. figura, 38-44, 50, 54, 59-61, 64, 86,
disyunción, 33-35. 101, 108.
división. Ver análisis, filosofía, 7-8, 11.
dominancia (79), 79-80. filosofía del lenguaje, 8, 12.
dominancia obligatoria (80), 80. fin de la teoría, 16-19, 39.
dominancia opcional (81), 80. física, 70, 110.
Indice de materias _____________ ___ __ 193
fisicismo, 109. idioma, 102.
fisiognomía, 102-105, 110. implicación (84), 80-81.
fonema, 12, 39, 41-42, 50. 56-58, 61, implicación bilateral, 81.
88. implicación multilateral, 81.
fonética, 54, 58, 69-70, 71, 86, 93- implicación unilateral, 81.
94. incluir (22), 30-31.
fonética deductiva, 110. indicador (99), 104.
fonología, 57, 59. individuo (72), 74, 108.
fonométrica, 75. inducción (25), 12-13, 29-30, 57.
forma (51), 22, 46, 50, 51, 67, 68- inmanencia, 6, 19, 96, 112.
73, 86, 91-94, 96, 108. interdependencia (14), 22-23, 32, 33,
forma de la expresión, 51, 64, 88. 37.
forma del análisis, 26-31. invariante (63), 55-68, 87, 108.
forma del contenido, 48, 5u, 52-53,
59, 98. jerarquía (4), 28, 30, 36, 108.
forma estilística, 102-104. jerga, 102, 107.
función (8), 31-37, 72-73, 75, 76-78. juegos, 96, 97-99, 100-101.
función bilateral, 33, 81.
función de signo, 44-46, 48, 50, 52-
lado de contenido, 54.
53, 59, 105.
lado de expresión, 54.
función de suposición, 32.
latencia (87), 83, 85.
función distintiva, 57-59, 66.
lengua (89), 16-18, 28 n., 36-37, 43,
función multilateral, 33, 81.
53-54, 70-71, 90-102.
función «o ... o», 33-36.
lengua coloquial, 102.
función «tanto... como», 33-36.
lengua nacional, 102-104, 110.
funtivo (9), 31-32, 73, 108.
lengua «natural», 19-20, 90-91, 94-
fusión (83), 80.
95, 110.
generalización, 62-63, 84. lengua regional, 102, 103-104, 110.
géneros literarios, 88. lengua vulgar, 102-104.
glosema (65), 72, 89, 108. lexicografía, 54.
glosemática, 72, 109. línea de contenido, 54, 64, 88.
grado (24), 30-31. línea de expresión, 54, 64, 88.
literatura, 10, 88, 91, 95.
hipótesis, 13-14. lógica, 30, 35, 81, 87-88, 90-91, 95-
historia, 10, 96. 96, 97-98, 100.
humanismo, 9-11, 110-112. logología, 25.

ideal, 82. manifestación (50), 73, 94.


identidad lingüística, 56. matemáticas, 96, 100.
PROLEGÓMENOS. — 13
194 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
medio, 102-104. perspectivas de la teoría, 19-20, 88,
metalenguaje, 105. 110-112.
metalógica. 98. plano de la expresión, 54-55, 57,
metamatemáticas, 98. 59-61, 63, 64 , 70, 88, 105, IOS.
metasemiología (108), 706-110, 111. plano del contenido, 54-55, 59-61.
metasemiótica (104), 101-110, 111. 63 , 70, 88, 90, 107.
metasemiótica científica (106), 105- presencia, 32-33.
106. principio de economía, 55-56,
miembro (56), 28-30, 31. principio de exhaustividad, 86-87.
morfema, 24, 26, 49. principio de generalización, 63, 85.
morfología, 25, 54, 66. principio de reducción, 55-56, 62.
música, 96, 100. principio de simplicidad, 18, 55,
mutación (44), 66-67. 62, 80, 88, 99, 107, 110.
principio del análisis, 21-26.
necesidad, 32. principio empírico, 11-72, 18-19, 29,
neutralización, 78-83. 39, 55, 61, 77, 80, 91-92.
nombre, 26. procedimiento (20), 28-29.
nominalismo, 98. proceso (o secuencia) (29), 10, 16,
número, 26, 49. 23-25, 33-34, 36-37, 51, 91.
prueba de cambio, 60, 63.
prueba de conmutación, 67-68, 108.
objeto, 27-28.
prueba del derivado, 99-100.
ontología, 69, 71.
psicología, 87, 1Í0.
operación (6), 29, 37.
«oración principal», 25-27, 65-66.
«oración subordinada», 25-26, 27, raíz, 40.
65-66. rango (43), 66-67.
realidad, 9, 13-15, 112.
palabra (61), 28, 40, 66. realismo, 13-15, 19, 22-23, 37, 98.
realización (34), 37, 73.
paradigma (54), 28, 30, 34.
paradigmática (67), 36, 76, 89. rección, 25.
parte (57), 27-28, 30. reciprocidad (18), 33, 37, 87 88.
parte central de sílaba, 26-27. reducción, 55-57, 61-63.
parte marginal de sílaba, 26, 28- regla de trasferencia, 38, 40.
29. relación (o conexión) (27), 35, 37,
partes de la oración, 35, 90. 59, 111.
resolución (85), 82.
partición (31), 28.
particularidad (33), 37, 73, 108.
pensamiento, 45-58. secuencia. Ver proceso,
permutación (60), 66-67. segmento. Ver componente.
Indice de materias 195
selección (39), 24-26, 29, 33, 37, 44- sistema simbólico (97), 100, 106 n.
45, 87-88. slang, 102.
semántica, 54, 71, 86, 110. sociología, U0.
semiología (107), 95-96, 706-107, 120. solidaridad (3/), 23-25, 33, 37, 44-
semiótica (53), 28 n., 36, 94-100, 101- 45, 89.
110, 111. sonante, 26.
semiótica científica (102), 102 n., sonido, 45-46, 70, 109.
106. suma (45), 76.
semiótica connotativa (103), 101- suposición, 32.
110, 111. supuesto, 32.
semiótica denotativa (98), 101, 110. suspensión (48), 78-79.
semiótica no científica, 106. sustancia (52), 22, 46, 48, 50, 69-71,
semiótica objeto (105), 106, 109. 72-73, 86, 90-94, 108-109.
sentido (69), 46-52, 67, 68-71, 91, 97, sustancia de la expresión, 46, 51-53.
108-109. sustancia del contenido, 46, 48, 52-
sentido connotativo, 111. 53.
sentido de la expresión, 51-53, 69, sustantivo, 22-23, 24 n.
71. sustitución (62), 67, 85.
sentido del contenido, 52, 69, 70,
98, 105, 110.
señal (100), 65-66, 104, 108. taxema (94), 88-89.
significación, 12-13, 31, 40-41, 45- tema, 25, 27.
46, 74. tener función, 32.
signo 4, 38-43, 44-45, 52-53, 59-61, 97, teorema, 15, 20-21.
98. teoría, 13-15, 24.
sílaba, 26, 27, 28, 41-42. terminal, 26-27, 31-32, 73.
símbolo, 100-101, 102 n., 105. terminología, 102 n., 106-107.
símbolos glosemáticos, 37 y n. texto (90), 13, 16-18, 26-29, 33-34,
simplicidad, 39, 55, 61, 62 , 74. 36-37, 97.
sincretismo (78), 78-83, 85, 108. tiempo (verbal), 49-50.
sincretización, 79 n. tipología de las lenguas, 111.
sintagmática (68), 36, 75-76, 89. tono, 102-104.
sintaxis, 24-25 , 54, 66, 75-76, 90. trascendencia, 6, 19, 103-104.
síntesis (7), 29.
sistema (28), 9, 10, 16, 23-25, 27-28, umlaut, 35.
33-34, 35-36, 37, 48, 51, 91, 111. unidad (74), 76, 86, 89, 90.
sistema de la expresión, 51. uniformidad, 27.
sistema de signos, 40-43, 53, 91, universalidad (32), 37, 73.
95, 97. uso, 68-73, 93-94, 99, 102-105.

PROLEGÓMENOS. — 13'
9

■ .'■ •

196 Prolegómenos a unG teoría del lenguaje


uso lingüístico (92), 94. variantes «condicionadas», 73-74 ¿j •
uso semiótico (66), 94. variantes «libres», 73-74.
valor, 98. variantes «limitadas», 73-74.
variable (13), 32-33. variedad (71), 74-76, 104.
variación (70), 74-75, 108. variedad localizada (73), 74.
variación localizada, 108. varífona, 58.
variante (64), 55-68, 73-76, 104, 108- virtualidad (35), 37, 73.
109. vocal, 23, 24 n., 26, 51, 57-58,
variantes «combinatorias», 73. vocal de unión, 65.
ÍNDICE GENERAL

Págs.

Nota editorial 7
Advertencia sobre la traducción 9

El estudio del lenguaje y la teoría del len­ v


guaje ... ........................................................... 11
Teoría lingüística y humanismo ..................... 18
Teoría lingüística y empirismo 22
Teoría lingüística e inducción 24
Teoría lingüística y realidad 27
El fin de la teoría lingüística 30
VII. Perspectivas de la teoría lingüística ... 35
VIII. El sistema de definiciones .................... 37
IX. Principio del análisis ............................... 39
X. Forma del análisis ................................. 48
XI. Funciones .................................................. 55
XII. Signos y figuras......................................... 65
XIII. Expresión y contenido........................... 73
XIV. Invariantes y variantes .......................... 90
XV. Esquema lingüístico y uso lingüístico ... 109
XVI. Variantes del esquema lingüístico ........ 116
XVII. Función y suma......................................... 121
XVIII. Sincretismo................................................ 125
¡5S ■
198 Prolegómenos a una teoría del lenguaje
Págs.

XIX. Catálisis ................................................................ 133


XX. Entidades del análisis........................................ 137
XXI. Lenguaje y no lenguaje .................................... 144
XXII. Semióticas connotativas y metasemióticas ... 160
XXIII. Perspectiva final ................................................. 174

Lista de definiciones 177


Términos daneses correspondientes a la lista anterior. 185
Relación alfabética de definiciones 187
índice de nombres propios 189
O
índice de materias 191

<
•: •
■ 7t

■■
í,
7'1* • 4'i
.
* «KK' r

1 ■
i® 7

jfewa¿

-•r
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por: Dámaso Alonso

I. TRATADOS Y MONOGRAFÍAS
1. Walther von Wartburg: La fragmentación lingüistica de la Roma­
nía. Segunda edición, en prensa.
2. René Wellek y Austin Warren: Teoría literaria. Con un prólogo
de Dámaso Alonso. Cuarta edición. 1.a reimpresión. 432 pág .
3. Wolfgang Kayser: Interpretación y análisis de la obra literaria.
Cuarta edición revisada. 2.» reimpresión. 594 págs.
4. E. Allison Peers: Historia del movimiento romántico español. Se­
gunda edición. 2 vols.
5. Amado Alonso: De la pronunciación medieval a la moderna en
español. 2 vols.
6. Helmut Hatzfeld: Bibliografía critica de la nueva estilística apli­
cada a las literaturas románicas. Segunda edición, en prensa.
7. Fredrick H. Jungemann: La teoría del sustrato y los dialectos
hispano-romances y gascones. Agotada.
8. Stanley T. Williams: La huella española en la literatura norte­
americana. 2 vols.
9. René Wellek: Historia de la crítica moderna (1750-1950).
Vol. I: La segunda mitad del siglo XVIII. 1.a reimpresión.
396 págs.
Vol. II: El Romanticismo. 498 págs.
Vol. III: En prensa.
Vol. IV: En prensa.
10. Kurt Baldinger: La formación de los dominios lingüísticos en la
Península Ibérica. Segunda edición, en prensa.
II. S. Griswold. Morley y Courtney Bruerton: Cronología de las co­
medias de Lope de Vega (Con un examen de las atribuciones
dudosas, basado todo ello en un estudio de su versificación es­
trófica). 694 págs.

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS

1. Dámaso Alonso: Poesía española (Ensayo de métodos y límites


estilísticos). Quinta edición. 1.a reimpresión. 672 págs. 2 láminas.
2. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas españoles). Tercera
edición. 286 págs.
3. Dámaso Alonso y Carlos Bousoño: Seis calas en la expresión lite­
raria española (Prosa • Poesía - Teatro). Cuarta edición. 446
páginas.
4. Vicente García de Diego: Lecciones de lingüística española (Con­
ferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid). Tercera edi­
ción. 234 págs.
5. Joaquín Casalduero: Vida y obra de Galdós (1843-1920). Tercera
edición ampliada. 294 págs.
6. Dámaso Alonso: Poetas españoles contemporáneos. Tercera edi­
ción aumentada. 1.» reimpresión. 424 págs.
7. Carlos Bousoño: Teoría de la expresión poética. Premio «Fasten-
rath». Quinta edición muy aumentada. Versión definitiva. 2 vols.
8. Martín de Riquer: Los cantares de gesta franceses (Sus proble­
mas, su relación con España). Agotada.
9. Ramón Menéndez Pidal: Toponimia prerrománica hispana. 1.
reimpresión. 314 págs. 3 mapas.
10. Carlos Clavería: Temas de Unamuno. Segunda edición. 168 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Proceso y contenido de la novela hispano­
americana. Segunda edición, corregida y aumentada. 630 págs.
12. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas hispanoamericanos)
Tercera edición. 360 págs.
13. Diego Catalán: Poema de Alfonso XI. Fuentes, dialecto, estilo.
Agotada.
14. Erich von Richthofen: Estudios épicos medievales. Agotada.
15. José María Valverde. Guillermo de Humboldt y la filosofía del
lenguaje. Agotada.
16. Helmut Hatzfeld: Estudios literarios sobre mística española. Se­
gunda edición corregida y aumentada. 424 págs.
17 Amado Alonso: Materia y forma en poesía. Tercera edición. 1.»
reimpresión. 402 págs.
18. Dámaso Alonso: Estudios y ensayos gongorinos. Tercera edición.
602 págs. 15 láminas.
19. Leo Spitzer: Lingüística e historia literaria. Segunda edición. 1*
reimpresión. 308 págs.
20. Alonso Zamora Vicente: Las sonatas de Valle Inclán. Segunda
* reimpresión. 190 págs.
edición. 1.
21. Ramón de Zubiría: La poesía de Antonio Machado. Tercera edi­
ción. 1* reimpresión. 268 págs.
22. Diego Catalán: La escuela lingüística española y su concepción
del lenguaje. Agotada.
23. Jaroslaw M. Flys: El lenguaje poético de Federico García Lorca.
Agotada.
24. Vicente Gaos: La poética de Campoamor. Segunda edición corre­
gida y aumentada con un apéndice sobre la poesía de Cam­
poamor. 234 págs.
25. Ricardo Carballo Calero: Aportaciones a la literatura gallega con­
temporánea. Agotada.
26. José Ares Montes: Góngora y la poesía portuguesa del siglo
XVII. Agotada.
27. Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre. Segunda edi­
ción corregida y aumentada. 486 págs.
28. Gonzalo Sobejano: El epíteto en la lírica española. Segunda edi­
ción revisada. 452 págs.
29. Dámaso Alonso: Menéndez Pelayo, crítico literario. Las palino­
dias de Don Marcelino. Agotada.
30. Raúl Silva Castro: Rubén Darío a los veinte años. Agotada.
31. Graciela Palau de Nemes: Vida y obra de Juan Ramón Jiménez.
Segunda edición, en prensa.
32. José F. Montesinos: Valera o la ficción libre (Ensayo de interpre­
tación de una anomalía literaria). Agotada.
33. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Pri­
mera serie. La segunda edición ha sido incluida en la sección
VII, Campo Abierto, con el número 11.
34. Eugenio Asensio: Poética y realidad en el cancionero peninsular
de la Edad Media. Segunda edición aumentada. 308 págs.
35. Daniel Poyán Díaz: Enrique Gaspar (Medio siglo de teatro espa­
ñol). Agotada.
36. José Luis Varela: Poesía y restauración cultural de Galicia en el
siglo XIX. 304 págs.
37. Dámaso Alonso: De los siglos oscuros al de Oro. La segunda
edición ha sido incluida en la sección VII, Campo Abierto, con
el número 14.
39. José Pedro Díaz: Gustavo Adolfo Bécquer (Vida y poesía). Ter­
cera edición corregida y aumentada. 514 págs.
•tO. Emilio Carilla: El Romanticismo en la América hispánica. Tercera
edición, en prensa.
41. Eugenio G. de Nora: La novela española contemporánea (1898-
1967). Premio de la Crítica. .
Tomo I: (1898-1927). Segunda edición. 1.» reimpresión. 622 págs.
Tomo II: (1927-1939). Segunda edición corregida. 538 págs.
Tomo III: (1939-1967). Segunda edición ampliada. 436 págs.
42. Christoph Eich: Federico García Lorca, poeta de la intensidad. /
Segunda edición revisada. 206 págs.
43. Oresté Macrí: Femando de Herrera. Segunda edición en prensa.
44. Marcial José Bayo: Virgilio y la pastoral española del Renaci­
miento (1480-1550). Segunda edición. 290 págs.
45. Dámaso Alonso: Dos españoles del Siglo de Oro (Un poeta ma-
drileñista, latinista y francesista en la mitad del siglo XVI. El
Fabio de la «Epístola moral»: su cara y cruz en Méjico y en
España). 1.* reimpresión. 258 págs.
46. Manuel Criado de Val: Teoría de Castilla la Nueva (La dualidad
castellana en la lengua, la literatura y la historia). Segunda edi­
ción ampliada. 400 págs. 8 mapas.
47. Iván A. Schulman: Símbolo y color en la obra de José Martí.
Segunda edición. 498 págs.
Agotada.
49. Joaquín Casalduero: Espronceda. Segunda edición. 280 págs.
50. Stephen Gilman: Tiempo y formas temporales en el «Poema del
Cid». Agotada.
51. Frank Pierce: La poesía épica del Siglo de Oro. Segunda edición
revisada y aumentada. 396 págs.
52. E. Correa Calderón: Baltasar Gracián. Su vida y su obra. Segun­
da edición aumentada. 426 págs.
53. Sofía Martín-Gamero: La enseñanza del inglés en España (Desde
la Edad Media hasta el siglo XIX). 274 págs.
54. Joaquín Casalduero: Estudios sobre el teatro español (Lope de
Vega, Guillén de Castro, Cervantes, Tirso de Molina, Ruiz de
Alarcón, Calderón, Moratin, Larra, Duque de Rivas, Valle ln-
clán, Buñuel). Segunda edición aumentada. 304 págs.
55. Nigel Glendinning: Vida y obra de Cadalso. 240 págs.
56. Alvaro Galmés de Fuentes: Las sibilantes en la Romanía. 230 pá­
ginas. 10 mapas.
57. Joaquín Casalduero: Sentido y forma de las «Novelas ejempla­
res». Segunda edición corregida. 272 págs.
58. Sanford Shepard: El Pinciano y las teorías literarias del Siglo
de Oro. Segunda edición aumentada. 210 págs.
59. Luis Jenaro MacLennan: El problema del aspecto verbal (Estudio
crítico de sus presupuestos). Agotada.
60. Joaquín Casalduero: Estudios de literatura española. («Poema de
Mío Cid», Arcipreste de Hita, Cervantes, Duque de Rivas, Es­
pronceda, Bécquer, Galdós, Ganivet, Válle-lnclán, Antonio Ma­
chado, Gabriel Miró, Jorge Guillén). Segunda edición muy au­
mentada. 362 págs.
61. Eugenio Coseriu: Teoría del lenguaje y lingüística general (Cinco
estudios). Segunda edición. 1.a reimpresión. 328 págs.
62. Aurelio Miró Quesada S.: El primer virrey-poeta en América
(Don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros).
274 págs.
63. Gustavo Correa: El simbolismo religioso en las novelas de Pérez
Galdós. 278 págs.
64. Rafael de Balbín: Sistema de rítmica castellana. Premio «Francis­
co Franco» del C.S.I.C. Segunda edición aumentada. 402 págs.
65. Paúl Ilie: La novelística de Camilo José Cela. Con un prólogo
de Julián Marías. Segunda edición. 242 págs.
66. Víctor B. Vari: Cardticci y España. 234 págs.
67. Juan Cano Ballesta: La poesía de Miguel Hernández. Segunda
edición, en prensa.
68. Erna Ruth Berndt: Amor, muerte y fortuna en «La Celestina».
Segunda edición, en prensa. ,
69. Gloria Videla: El ultraísmo (Estudio sobre movimientos poéticos
de vanguardia en España). Segunda edición. 246 págs.
70. Hans Hinterhauser: Los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez
Galdós, 398 págs.
71. Javier Herrero: Fernán Caballero: un nuevo planteamiento. 346
páginas.
72. Werner Beinhauer: El español coloquial. Con un prólogo de Dá­
maso Alonso. Segunda edición corregida, aumentada y actuali­
zada. 460 págs.
73. Helmut Hatzfeld: Estudios sobre el barroco. Segunda edición. 492
páginas.
74. Vicente Ramos: El mundo de Gabriel Miró. Segunua edición co­
rregida y aumentada. 526 págs.
75. Manuel García Blanco: América y Unamuno. 434 págs. 2 láminas.
76. Ricardo Gullón: Autobiografías de Unamuno, 390 págs.
77. Marcel Bataillon: Varia lección de clásicos españoles. 444 págs.
5 láminas.
78. Robert Ricard: Estudios de literatura religiosa española. 280 págs.
79. Keith Ellis: El arte narrativo de Francisco Ayala. 260 págs.
80. José Antonio Maravall: El mundo social de «La Celestina». Pre­
mio de los Escritores Europeos. Segunda edición revisada y
aumentada. 182 págs.
81. Joaquín Artiles: Los recursos literarios de Berceo. Segunda edi­
ción corregida. 272 págs.
82. Eugenio Asensio: Itinerario del entremés desde Lope de Rueda
a Quiñones de Benavente (Con cinco entremeses inéditos de
Don Francisco de Quevedo). Segunda edición revisada. 374 págs.
83. Carlos Feal Deibe: La poesía de Pedro Salinas. Segunda edición.
270 págs.
84. Carmelo Gariano: Análisis estilístico de los «Milagros de Nuestra
Señora» de Berceo. Segunda edición en prensa.
85. Guillermo Díaz-PIaja: Las estéticas de Valle Inclán, 298 págs.
86. Walter T. Pattison: El naturalismo español. Historia externa de un
movimiento literario. 1* reimpresión. 192 págs.
87. Miguel Herrero García: Ideas de los españoles del siglo XVII.
694 págs.
88. Javier Herrero: Áng¿l Ganivet: un iluminado. 346 págs.
89. Emilio Lorenzo: El español de hoy, lengua en ebullición. Con un
prólogo de Dámaso Alonso. Agotada.
90. Emilia de Zuleta: Historia de la crítica española contemporánea.
454 págs.
91. Michael P. Predmore: La obra en prosa de Juan Ramón Jiménez.
276 págs.
92. Bruno Snell: La estructura del lenguaje. 1 * reimpresión. 218 págs.
93. Antonio Serrano de Haro: Personalidad y destino de Jorge Man­
rique. 382 págs.
94. Ricardo Gullón: Galdós, novelista moderno. Nueva edición. 326
páginas.
95. Joaquín Casalduero: Sentido y forma del teatro de Cervantes. 290
páginas.
96. Antonio Risco: La estética de Valle-Inclán en los esperpentos y
en «El Ruedo Ibérico». 278 págs.
97. Joseph Szertics: Tiempo y verbo en el romancero viejo. 208 págs.
98. Miguel Batllori, S. I.: La cultura hispano-italiana de los jesuítas
expulsos (Españoles-Hispanoamericanos-Filipinos. 1767-1814). 698
páginas.
99. Emilio Carilla: Una etapa decisiva de Darío (Rubén Darío en la
Argentina). 200 págs. .
100. Miguel Jaroslaw Flys: La poesía existencial de Dámaso Alonso.
344 págs.
101. Edmund de Chasca: El arte juglaresco en el «Cantar de Mío Cid».
350 págs.
102. Gonzalo Sobejano: Nietzsche en España. 688 págs.
103. José Agustín Balseiro: Seis estudios sobre Rubén Darío. 146 págs.
104. Rafael Lapesa: De la Edad Media a nuestros días (Estudios de
historia literaria). 1* reimpresión. 310 págs.
105. Giuseppe Cario Rossi: Estudios sobre las letras en el siglo XVI11
(Temas españoles. Temas hispano-portugueses. Temas kispano-
italianos). 336 págs.
106. Aurora de Albornoz: La presencia de Miguel de Unamuno en
Antonio Machado. 374 págs.
107. Carmelo Gariano: El mundo poético de Juan Ruiz. 262 págs.
108. Paúl Bénichou: Creación poética en el romancero tradicional. 190
páginas.
109. Donald F. Fogelquist: Españoles de América y americanos de
España. 348 págs.
110. Bemard Pottier: Lingüística moderna y filología hispánica. l.B
reimpresión. 246 págs.
111. Josse de Kock: Introducción al Cancionero de Miguel de Una­
muno. 198 págs.
112. Jaime Alazraki: La prosa narrativa de Jorge Luis Borges (Temas-
Estilo). 246 págs.
113. Andrew P. Debicki: Estudios sobre, poesía española contemporá­
nea (La generación de 1924-1925). 334 págs.
114. Concha Zardoya: Poesía española del 98 y del 27 (Estudios temá­
ticos y estilísticos). 346 págs.
115. Harald Weinrich: Estructura y función de los tiempos en el len­
guaje. 430 págs.
116. Antonio Regalado García: El siervo y el señor (La dialéctica agó­
nica de Miguel de Unamuno). 220 págs.
117. Sergio Beser: Leopoldo Alas, crítico literario. 372 págs.
118. Manuel Bermejo Marcos: Don Juan Valera, crítico literario. 256
páginas.
119. Sólita Salinas de Manchal: El mundo poético de Rafael Alberti.
272 págs.
120. Óscar Tacca: La historia literaria. 204 págs.
121. Estudios críticos sobre el modernismo. Introducción, selección y
bibliografía general por Homero Castillo. 416 págs.
122. Oreste Macrí: Ensayo de métrica sintagmática (Ejemplos del ^Li­
bro de Buen Amor» y del «Laberinto» de Juan de Mena). 296
páginas;
123. Alonso Zamora Vicente: La realidad esperpéntica (Aproximación
a «Luces de bohemia»). Premio Nacional de Literatura. 208 pá­
ginas.
124. Cesáreo Bandera Gómez: El «Poema de Mío Cid»: Poesía, histo­
ria, mito. 192 págs.
125. Helen Dill Goode: La prosa retórica de Fray Luis de León en
«Los nombres de Cristo» (Aportación al estudio de un estilista
del Renacimiento español). 186 págs.
126. Otis H. Green: España y la tradición occidental (El espíritu cas­
tellano en la literatura. desde «El Cid» hasta Calderón). 4 vols.
127. Iván A. Schulman y Manuel Pedro González: Martí, Darío y el
modernismo. Con un prólogo de Cintio Vitier. 268 págs.
128. Alma de Zubizarreta: Pedro Salinas: el diálogo creador. Con un
prólogo de Jorge Guillén. 424 págs.
129. Guillermo Femández-Shaw: Un poeta de transición. Vida y obra
de Carlos Fernández Shaw (1865-1911). X + 330 págs. 1 lámina.
130. Eduardo Camacho Guizado: La elegía funeral en la poesía espa
ñola. 424 págs.
131. Antonio Sánchez Romeralo: El villancico (Estudios sobre la lírica
popular en los siglos XV y XVI). 624 págs.
132. Luis Rosales: Pasión y muerte del Conde de Villamediana. 252
páginas.
133. Othón Arróniz: La influencia italiana en el nacimiento de la
comedia española. 340 págs.
134. Diego Catalán: Siete siglos de romancero (Historia y poesía). 224
páginas.
135. Noam Chomsky: Lingüística cartesiana (Un capitulo de la histo­
ria del pensamiento racionalista). 160 págs.
136. Charles E. Kany: Sintaxis hispanoamericana. 552 págs.
137. Manuel Alvar: Estructwralismo, geografía lingüística y dialectolo­
gía actual. 222 págs.
138. Erich von Richthofen: Nuevos estudios épicos medievales. 294
páginas.
139. Ricardo Gullón: Una poética para Antonio Machado. Z10 págs.
140. Jean Cohén: Estructura del lenguaje poético. 228 págs.
141. León Livingstone: Tema y forma en las novelas de Azorín. 242
páginas.
142. Diego Catalán: Por campos del romancero (Estudios sobre la tra­
dición oral moderna). 310 págs.
143. María Luisa López: Problemas y métodos en el análisis de pre­
posiciones. 224 págs.
144. Gustavo Correa: La poesía mítica de Federico Garda Larca.
250 págs.
145. Robert B. Tate: Ensayos sobre la historiografía peninsular del si­
glo XV. 360 págs.
146. Carlos García Barrón: La obra crítica y literaria de Don Antonio
Alcalá Galiano. 250 págs. •
147. Emiiio Alarcos Llorach: Estudios de gramática funcional del
español. 260 págs.
148. Rubén Benítez: Bécquer tradicionalista. 354 págs.
149. Guillermo Araya: Claves filológicas para la comprensión de Or­
tega. 250 págs.
150. Andró Martinet: El lenguaje desde el punto de vista funcional.
218 págs.
151. Estelle Irizarry: Teoría y creación literaria en Francisco Ayala
274 págs.
152. Georges Mounin: Los problemas teóricos de la traducción. 338 págs.
153. Marcelino C. Peñuelas: La obra narrativa de Ramón J. Sender.
294 págs.
154. Manuel Alvar: Estudios y ensayos de literatura contemporánea.
410 págs.
155. Louis Hjelmslev: Prolegómenos a una teoría del lenguaje. 198 págs.

III. MANUALES

1. Emilio Alarcos Llorach: Fonología española. Cuarta edición au­


mentada y revisada. 1.a reimpresión. 290 págs.
2. Samuel Gilí Gaya: Elementos de fonética general. Quinta edición
corregida y ampliada. 1.* reimpresión. 200 págs. 5 láminas.
3. Emilio Alarcos Llorach: Gramática estructural (Según la escuela
de Copenhague y con especial atendón a la lengua española).
1.a reimpresión. 132 págs.
4. Francisco López Estrada: Introducción a la literatura medieval
española. Tercera edición renovada. 1.a reimpresión. 342 págs.
5. Francisco de B. Molí: Gramática histórica catalana. 448 págs. 3
mapas.
6. Fernando Lázaro Carreter: Diccionario de términos filológicos.
Tercera edición corregida. 1.a reimpresión. 444 págs.
7. Manuel Alvar: El dialecto aragonés. Agotada.
8. Alonso Zamora Vicente: Dialectología española. Segunda edición
muy aumentada. 1.a reimpresión. 588 págs. 22 mapas.
9. Pilar Vázquez Cuesta y María Albertina Mendes da Luz: Gramá­
tica portuguesa. Tercera edición, en prensa.
10. Antonio M. Badia Margarit: Gramática catalana. 2 vols.
11. Walter Porzig: El mundo maravilloso del lenguaje (Problemas,
métoaos y resultados de la lingüistica moderna). Segunda edi­
ción corregida y aumentada. 486 págs.
12. Heinrich Lausberg: Lingüistica románica.
Vol. I: Fonética. 1.a reimpresión. 556 págs.
Vol. II: Morfología. 390 págs.
13. André Martinet: Elementos de lingüistica general. Segunda edi­
ción revisada. 1.a reimpresión. 274 págs.
14. Walther von Wartburg: Evolución y estructura de la lengua fran­
cesa. 350 págs.
15. Heinrich Lausberg: Manual de retórica literaria (Fundamentos de
una ciencia de la literatura). 3 vols.
16. Georges Mounin: Historia de la lingüistica (Desde los orígenes al
siglo XX). 1. * reimpresión. 236 págs.
17. André Martinet: La lingüística sincrónica (Estudios e investigacio­
nes). 228 págs.
18. Bruno Migliorini: Historia de la lengua italiana. 2 vols. 36 láminas.
19. Luis Hjelmslev: El lenguaje. 189 págs. 1 lámina.
20. Bertil Malmberg: Lingüística estructural y comunicación humana
(Introducción al mecanismo del lenguaje y a la metodología de
la lingüística). 328 págs. 9 láminas.
21. Winfred P. Lehmann: Introducción a la lingüística histórica. 354
páginas.
22. Francisco Rodríguez Adrados: Lingüística estructural. 2 vol.
23. Claude Pichois y André-M. Rousseau: La literatura comparada.
246 págs.
24. Francisco López Estrada: Métrica española del siglo XX. 226 pá­
ginas.
25. Rudolf Baehr: Manual de versificación española. 444 págs.
26. H. A. Gleason. Jr.: Introducción a la lingüística descriptiva. 700
páginas.
27. A. J. Greimas: Semántica estructural (Investigación metodológi­
ca). 398 págs.

IV. TEXTOS

1. Manuel C. Díaz y Díaz: Antología del latín vulgar. Segunda edi­


ción aumentada y revisada. 1.a reimpresión. 240 págs.
2. María Jofesa Canellada: Antología de textos fonéticos. Con un
prólogo de Tomás Navarro. 254 págs.
3. F. Sánchez Escribano y A. Porqueras Mayo: Preceptiva dramá­
tica española del Renacimiento y el Barroco. Segunda edición
muy ampliada, en prensa.
4. Juan Ruiz: Libro de Buen Amor. Edición crítica de Joan Corami­
nas. 670 págs.
5. Julio Rodrígucz-Puértolas: Fray Iñigo de Mendoza y sus «Coplas
de Vita Christi». 634 págs. 1 lámina.

V. DICCIONARIOS
1. Joan Coraminas: Diccionario crítico etimológico de la lengua cas­
tellana. 1
* reimpresión. 4 vols.
2. Joan Coraminas: Breve diccionario etimológico de la lengua cas­
tellana. Segunda edición revisada. 628 págs.
3. Diccionario de Autoridades. Edición facsímil. 3 vols.
4. Ricardo J. Alfaro: Diccionario de anglicismos. Recomendado por
el «Primer Congreso de Academias de la Lengua Española». Se­
gunda edición aumentada. 520 págs.
5. María Moliner: Diccionario de uso del español. 1.a reimpresión.
2 vols.

VI. ANTOLOGÍA HISPÁNICA


1. Carmen Laforet: Mis páginas mejores. 258 págs.
2. Julio Camba: Mis páginas mejores. 1. * reimpresión. 254 págs.
3. Dámaso Alonso y José M. Blecua: Antología de la poesía es­
pañola.
Vol. I: Lírica de tipo tradicional. Segunda edición. 1.a reimpre­
sión. LXXXVI + 266 págs.
4. Camilo José Cela: Mis páginas preferidas. 414 págs.
5. Wenceslao Fernández Flórez: Mis páginas mejores. 276 págs.
6. Vicente Aleixandre: Mis poemas mejores. Tercera edición aumen­
tada. 322 págs.
7. Ramón Menéndez Pidal: Alis páginas preferidas (Temas litera­
rios). Segunda edición, en prensa.
8. Ramón Menéndez Pidal: Mis páginas preferidas (Temas lingüís­
ticos e históricos). Segunda edición, en prensa.
9. José M. Blecua: Floresta de lírica española. Segunda edición co­
rregida y aumentada. 1.a reimpresión. 2 vols.
10. Ramón Gómez de la Serna: Mis mejores páginas literarias. 246
páginas. 4 láminas.
11. Pedro Laín Entralgo: Mis páginas preferidas. 338 págs.
12. José Luis Cano: Antología de la nueva poesía española. Tercera
edición. 438 págs.

>
13. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Prosa). 1.a reimpresión.
264 págs.
14. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Verso). 1. * reimpresión.
238 págs.
15. Juan Antonio de Zunzunegui: Mis páginas preferidas. 354 págs.
16. Francisco García Pavón: Antología de cuentistas españoles con­
temporáneos. Segunda edición renovada. 454 págs.
17. Dámaso Alonso: Góngora y el tPolifemo».' Quinta edición muy
aumentada. 3 vols.
18. Antología de poetas ingleses modernos. Con una introducción de
Dámaso Alonso. 306 págs.
19. José Ramón Medina: Antología venezolana (Verso). 336 págs.
20. José Ramón Medina: Antología venezolana (Prosa.) 332 págs.
21. Juan Bautista Avalle-Arce: El inca Garcilaso en sus * Comenta-
rios» (Antología vivida). 1.a reimpresión. 282 págs.
22. Francisco Ayala: Mis páginas mejores. 310 págs.
23. Jorge Guillén: Selección de poemas. Segunda edición aumentada.
354 págs.
24. Max Aub: Mis páginas mejores. 278 págs.
25. Julio Rodríguez-Puértolas: Poesía de protesta en la Edad Media
Castellana (Historia y antología). 348 págs.
26. César Fernández Moreno y Horacio Jorge Becco: Antología lineal
de la poesía argentina. 384 págs.
27. Roque Esteban Scarpa y Hugo Montes: Antología de la poesía
chilena contemporánea. 372 págs.
28. Dámaso Alonso: Poemas escogidos. 212 págs.
29. Gerardo Diego: Versos escogidos. 394 págs.
30. Ricardo Arias y Arias: La poesía de los goliardos. 316 págs.

VII. CAMPO ABIERTO

1. Alonso Zamora Vicente: Lope de Vega (Su vida y su obra). Se­


gunda edición. 288 págs.
2. Enrique Moreno Báez: Nosotros y nuestros clásicos. Segunda edi­
ción corregida. 180 págs.
3. Dámaso Alonso: Cuatro poetas españoles (Garcilaso - Góngora -
Maragall - Antonio Machado). 190 págs.
4. Antonio Sánchez-Barbudo: La segunda época de Juan Ramón Ji­
ménez (1916-1953). 228 págs.
5. Alonso Zamora Vicente: Camilo José Cela (Acercamiento a un
escritor). Agotada.
6. Dámaso Alonso: Del Siglo de Oro a este siglo de siglas (Notas y
artículos a través de 350 años de. letras españolas). Segunda
edición. 294 págs. 3 láminas.
7. Antonio Sánchez-Barbudo: La segunda época de Juan Ramón Ji­
ménez (Cincuenta poemas comentados). 190 págs.
8. Segundo Serrano Poncela: Formas de. vida hispánica (Garcilaso ■
Quevedo - Godoy y los ilustrados). 166 págs.
9. Francisco Ayala: Realidad y ensueño. 156 págs.
10. Mariano Baquero Goyanes: Perspectivismo y contraste (De Ca­
dalso a Pérez de Ayala). 246 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Pri ­
mera serie. Tercera edición. 3 vols.
12. Ricardo Gullón: Direcciones del modernismo. Segunda edición
aumentada. 274 págs.
13. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Se­
gunda serie. 3 vols.
14. Dámaso Alonso: De los siglos oscuros al de Oro (Notas y artícu­
los a través de 700 años de letras españolas). Segunda edición.
294 págs.
15. Basilio de Pablos: El tiempo en la poesía de Juan Ramón Jimé­
nez. Con un prólogo de Pedro Laín Entralgo. 260 págs.
16. Ramón J. Sender: Valle-Inclán y la dificultad de la tragedia. 150
páginas.
17. Guillermo de Torre: La difícil universalidad española. 314 págs.
18. Angel del Río: Estudios sobre literatura contemporánea española
324 págs.
19. Gonzalo Sobejano: Forma literaria y sensibilidad social (Mateo
Alemán, Galdós, Clarín, el 98 y Valle-Inclán). 250 págs.
20. Arturo Serrano Plaja: Realismo «mágica» en Cervantes («Don
Quijote» visto desde «Tom Sawyer» y «El Idiota»). 240 págs.
21. Guillermo Díaz-Plaja: Soliloquio y coloquio (Notas sobre lírica
y teatro). 214 págs.
22. Guillermo de Torre: Del 98 al Barroco. 452 págs.
23. Ricardo Gullón: La invención del 98 y otros ensayos. 200 págs.
24. Francisco Ynduráin: Clásicos modernos (Estudios de crítica litera­
ria). 224 págs,
25. Eileen Connolly: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza.
Con un prólogo de José Antonio Maravall. 236 págs.
26. José Manuel Blecua: Sobre poesía de la Edad de Oro (Ensayos
y notas eruditas). 310 págs.
27. Pierre de Boisdeffre: Los escritores franceses de hoy. 168 págs.
28. Federico Sopeña Ibáñez: Arte y sociedad en Galdós. 182 págs.
29. M. García-Vifió: Mundo y trasmundo de las leyendas de Bécquer.
300 págs.
30. José Agustín Balseiro: Expresión de Hispanoamérica. Con un
prólogo de Francisco Monterde. Segunda edición revisada. 2
volúmenes.
31. José Juan Arrom: Certidumbre de América (Estudios de letras,
folklore y cultura). Segunda edición ampliada. 230 págs.

VIII. DOCUMENTOS
1. Dámaso Alonso y Eulalia Galvarriato de Alonso: Para la bio­
grafía de Góngora: documentos desconocidos. Agotada.

IX. FACSÍMILES
1. Bartolomé José Gallardo: Ensayo de una biblioteca española de
libros raros y curiosos. 4 vols.
2. Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado: Catálogo bibliográfico
y biográfico del teatro antiguo español, desde sus orígenes hasta
mediados del siglo XVIII. XIII + 728 págs.
3. Juan Sempere y Guarinos: Ensayo de una biblioteca española de
los mejores escritores del reynado de Carlos III. 3 vols.
4. José Amador de los Ríos: Historia crítica de la literatura espa­
ñola. 7 vols.
Printed in

También podría gustarte