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A BAJO 1
LJ
David Le Breton
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ISBN 978-950-602-660-8
Traducido por Víctor Goldstein
1. Sociología. l. Goldstein, Víctor, trad.
CDD 301
ISBN 978-950-602-660-8
SENTIMIENTO
LA EDAD DE SUSPENSIÓN
9
11. RITOS DE INICIACIÓN
DE LAS SOCIEDADES
TRADICIONALES
2
Camara Laye, L'enfant noir, Presses Pocket, 1953. [El niño
africano, sin indicación de traductor, Madrid, Mundo Negro,
198s.J
11
diferentes clases etarias. Cada uno asume en su tiempo
las cargas que le confiere su comunidad. Las tensiones
sociales son así desactivadas, del mismo modo que la
eventual angustia del tiempo que viene, porque el «joven»
conoce el camino que debe seguir observando a sus pa-
dres o a sus mayores. Un día tendrá la misma posición
(Godelier, 2003).
Muchas sociedades ignoran los ritos de iniciación en la
edad adulta. La noción de adolescencia no siempre es
identificada. Los criterios que preludian el pasaje hacia la
madurez social son diferentes de una sociedad a otra,
la pubertad no necesariamente es el momento de esta
identificación. Los ritos masculinos son privilegiados
frente a los de las chicas (Benedict, 1950, 37). Pero en
ocasiones todavía varones y niñas reciben la misma
iniciación. Esas ritualidades construyen entonces un
momento necesario y propicio que conduce a la
maduración social a través de una serie de etapas
determinadas por la costumbre. Ellas ponen en juego la
identidad social de género instituyendo lo masculino y lo
femenino. En este sentido, a menudo, ocultan la adolescencia
y efectúan una transformación del niño en hombre o mujer
en algunos días o, a veces, en un período más largo.
HUELLAS y DOLORES
Los «RENACIENTES»
EL TIEMPO FEMENINO
18
111. ADOLESCENCIAS,
CON EL CORRER DEL TIEMPO
LA EFEBÍA ATENIENSE
ALGARABÍA
UN PRIVILEGIO DE CLASE
27
la situación de nuestros propios niños, para quienes la
preparación para los exámenes, el trabajo excesivo y la
ausencia de cuidados, o de cuidados mal entendidos,
son tan deletéreos como puede serlo para los hijos de los
obreros el trabajo prematuro en las fábricas (citado en
Crubellier, 1979, 144).
LA CUESTIÓN DE LA ESCUELA
32
Los jóvenes escolarizados, en particular de medios
populares, siguen siendo minoritarios. En el campo, por
ejemplo en Minot, en el Chatillonnais, varones y chicas
guardan las vacas desde los 6 o 7 años, las de sus familias
o las de los otros, «desde que se es lo bastante grande para
abrir la tranquera» (Verdier, 1979, 162). Y hasta los doce
años la existencia se divide según las estaciones, el invier-
no en la escuela y el verano en los campos. El ausentismo,
muy fuerte en el siglo XIX, dura hasta después de la
Segunda Guerra Mundial. Entonces se pide sobre todo a
los alumnos que aprendan a leer, a contar y a escribir.
Raros son los alumnos de Minot que prosiguen sus
estudios en el secundario: las chicas se preparan para el
matrimonio y los varones se consagran a los trabajos del
campo. Se inician en su existencia futura: el conocimiento
de los animales, de las plantas, del ritmo de las estaciones
y los trabajos ... Más allá del cuidado de las vacas, que
es una obligación común, los varones disponen de una
amplitud de movimientos que los llevan a recorrer los
campos: cazan pájaros, matan VI'boras y ganan así algunas
monedas, recogen caracoles, van a pescar, construyen
cabañas, etc. «Mientras ellos corren, ellas cosen» (176). Las
chicas se dedican a las labores: tejido, encaje, remiendos,
etc., al mismo tiempo que vigilan las vacas. Aprenden
también de las otras mujeres en los lugares de sociabilidad
femenina que son el lavadero o la fuente, allí se habla
libremente de las reglas, de la sexualidad, de los abortos
clandestinos, de los partos, etc. A los quince años, las madres
confían su hija a la costurera, que se encarga de despabilarlas
gracias a su conocimiento de los amores de unos y otras y
a su experiencia en materia de seducción (236).
A fines del siglo XIX, para los varones, la primera
comunión, por un lado, y el certificado de estudios por el
otro, alrededor de los doce años, son marcadores sim-
bólicos fuertes de un cambio de estatuto, de un asueto
frente a la infancia. El servicio militar, en principio
33
...
obligatorio para todos desde 1872, es otro hito que marca
una separación con la familia, una mezcla social, y la
entrada en la madurez (Bozon, 1981; Gracieux, 2010).
La mayoría de edad civil es entonces a los 21 años. Pero
existen otras mayorías: 16 años, luego 18 años para la
legislación penal, 25 para el matrimonio, 12 años para
la asistencia pública, que considera que luego los niños se
bastan a sí mismos (Thiercé, 1999, 21). Una ley de 1892
difiere la contratación en las fábricas a los 13 años, 12 con
el certificado de estudios. Hasta la conscripción, el joven
obrero aporta su salario a los padres.
A comienzos del siglo, en París, de 200 ooo niños en
edad escolar, 45 ooo no frecuentan la escuela. Todavía
en 1911, 81% de los varones de 15 a 19 años y 57% de las
chicas de la misma edad ejercen una actividad profesional.
La antigua desconfianza de los obreros o de los campesinos
para con la escuela comienza a caer. La legislación Ferry
conduce en adelante a ver en ella un medio de promoción
social. Numerosos maestros, los famosos «húsares negros
de la República»,* lúcidos sobre su papel en una escuela
laica y republicana, participan en su escala en la trans-
formación de las relaciones sociales, favoreciendo la entrada
al liceo de un número creciente de jóvenes en el filo del siglo.
La escuela participa entonces en un proyecto de sociedad,
encarna un principio de unidad para la república.
JUVENTUDES EN MOVIMIENTO
38
IV. EMANCIPACIÓN
40
1999, 15). La literatura se hace eco de esa emergencia
de una clase etaria atormentada y en la búsqueda
vacilante de lo que es. Gente joven puebla en adelante los
relatos: en Balzac, Rastignac (Papá Goriot, 1834-1835),
Félix de Vandenesse (El lirio en el valle, 1835-1836),
Lucien de Rubempré (Ilusiones perdidas, 1837-1843);
en Stendhal, Julien Sorel (Rojo y negro, 1830) o Fabrice
del Dongo (La cartuja de Panna, 1839); en Flaubert,
Frédéric Moreau en La educación sentimental (1869).
Rimbaud es un arquetipo del adolescente rebelde, en
ruptura con su madre, con el lazo social, homosexual,
intratable, por lo menos en ese período de su existencia.
Jules Valles es igualmente emblemático. El niño (1879)
se subleva contra su familia, El bachiller (1881) es una
carga contra la escuela y toda forma de autoridad. En Los
extravíos del colegial Torles (1906), Musil muestra las
violencias de la vida colegial.
En un contexto de transformación social, de pasaje de
una sociedad tradicional a una sociedad industrial, los
juristas, los médicos, los psicólogos se inquietan por lo
que designan como una criminalidad adolescente (Thier-
cé, 1999, 146 sq.). En Francia hay un consenso bastante
amplio para observar en los adolescentes en ruptura un
entorno social y familiar deficiente: Tarde, Lacassagne,
por ejemplo, allí donde la escuela italiana conducida por
Lombroso denuncia más bien un determinismo biológico.
Esa adolescencia da miedo. Los diarios de comienzos del
siglo destacan a los apaches atribuyéndoles gran cantidad
de fechorías.
El término apaches, empleado por primera vez por
periodistas que retoman el comentario de un juez para
designar a un grupo de jóvenes de Belleville, entrará en la
posteridad. En el París de la época designa, de manera
desordenada, a cantidad de jóvenes de medios populares,
con un espíritu contestatario que flirtea con la delin-
cuencia.
41
Los apaches -escribe M. Perrot- cristalizaron un miedo
latente: aquel que una sociedad que envejece y que, sin
embargo, está en plena mutación experimenta ante
esos últimos rebeldes a la disciplina industrial: los
«jóvenes que no quieren trabajar»(1979, 389).
EsCUCHANDO EL TRANSISTOR
LA INVENCIÓN NECESARIA
51
movimiento. La movida hippie afirma los valores de no
violencia, de amor libre, la exploración por las drogas, el
viaje ... Para T. Leary, drogas como el LSD o el hachís iban
a ampliar la conciencia y, de ahí, modificar las relaciones
de los individuos entre sí. Época de los caminos de
Katmandú o de otras partes, miles de jóvenes abandonan
a sus familias y se instalan en comunidades o parten al
Oriente en busca de espiritualidad, de libertad y de un
acceso fácil a las drogas. Ellos suministran la mayoría
de los objetores de conciencia o de los desertores del
ejército estadounidense. En la misma época, alrededor
de 500 ooo jóvenes, de entre 14 y 17 años, se fugan de casa
de sus padres. Entre 1965 y 1967, sobre todo, el barrio de
Haight Ashbury en San Francisco se convierte en un lugar
de experimentación social de la movida hippie.
El alcohol, la droga, la fiesta, inician su lento recorrido
de penetración social. La droga invade la pop music y se
convierte en un fenómeno que alcanza a una parte de la
juventud occidental. Es cantada por los Beatles, los Rolling
Stones, Bob Dylan, Jim Morrison, etc. Las entradas de
toxicómanos en los hospitales explotan en Francia alre-
dedor de los años 1967-1968. En los Estados Unidos el
consumo, todavía anodino en 1962, con 1% de los jóvenes
de 12 a 17 años que fumaron marihuana y 4% de los 18-
25 años, pasa en 1979 a 31% y 68%, y para las drogas
duras, allí donde eran de 0,5% para los 12-17 años y 3%
para los 18-25 años, es de 9% y 33% para el consumo de
alucinógenos, de cocaína o de heroína (Bachmann,
Coppel, 1989, 487).
Tras varios años en Marmottan• a fines de los años
setenta, C. Olievenstein observa el cambio radical de
reclutamiento de los jóvenes toxicómanos. «Se había
acabado la generación de los drogados bellos, inteligentes
• El Centro Médico Marmottan, fundado por C. Olivenstein en
1971, es considerado el centro de referencia en las toxicomanías
y adicciones. [N. del T.]
52
y cultivados. El tipo dominante era el sinvergüenza de
suburbios, de origen obrero y, a menudo, hijo de in-
migrantes. Con jeans, botas y camperas de cuero con
tiras» (1983, 170). Las drogas alucinógenas como el LSD,
que testimonian una búsqueda de espiritualidad, de
participación, de alternativas al mundo enlazadas con
los valores de la movida hippie, son desbordadas por
drogas duras e individualistas como la heroína. Los
valores contraculturales son desbordados por una
búsqueda de sensaciones, de olvido, de ausencia, de
«viaje». En ese libro, comprobación de los usos de drogas
a comienzos de los años ochenta, C. Olievenstein observa
la trivialización del hachís en los liceos y entre los jóvenes
de clases medias. En los complejos urbanísticos que
rodean las grandes ciudades observa la emergencia de
una toxicomanía de niños a partir de los nueve años que
recurren a productos baratos: solventes orgánicos como
el tricloroetileno y el agua escarlata, quitamanchas fáciles
de encontrar, o incluso nafta, éter, pegamento. Y
comprueba la explosión de la cantidad de toxicómanos
recibidos en Marmottan.
56
V. ADOLESCENCIAS LÍQUIDAS
57
r '
MrNIMUJERES, MINIHOMBRES
EL ADOLESCENTE ETERNO
63
VI. VÉRTIGOS FAMILIARES
67
EN LA FAMILIA NARCISO •••
69
LA «DESMATERNIZACióN» DEL ceERPO
l
72
VII. CONSUMISMOS
UN MUNDO DE ADOLESCENTES
MARcA Y DISTINCióN
80
BAJO LA AMENAZA DE LOS OTROS
HÉROES PROVISIONALES
90
Vlll. EL CAMINO DEL RIESGO
INDIVIDUOS EN NEGATIVO
97
EL RIESGO CO~STRCITOR
Los :\L\LE...'\lL'\"DIDOS
LEGITIMAR LA VIDA
ÜRDALÍA, SACRIFICIO,
BLANCURA Y DEPENDENCIA
105
_Y
IX. TRANSMITIR
109
,.
LA LIBERTAD, EL ABISMO
EDUCACIÓN, INICIACIÓN
.!
117
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1 ÍNDICE
111. Adolescencias,
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JU5.6 261