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Apuntes para la bioarqueología de la violencia. El caso del entierro 16 de


Tamtoc, SLP

Article · January 2014


DOI: 10.13140/2.1.4861.9207

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Patricia Olga Hernández Espinoza


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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

Apuntes para la bioarqueología de la violencia:


El caso del entierro 16 de Tamtoc, SLP

Estela Martínez Mora


Dirección de Estudios Arqueológicos / INAH
Patricia Olga Hernández Espinoza
Centro INAH Sonora
Presentación

L a bioarqueología es una disciplina emergente que enfatiza la presen-


cia del componente humano en un contexto arqueológico (Larsen,
2003) y propone explicar los contextos funerarios a partir de la informa-
ción biológica y cultural que provee el entierro e inferir algunas pautas de
comportamiento del grupo en estudio.
De alguna manera todas las sociedades humanas experimentan la con-
frontación física en algún punto en el tiempo. Las características univer-
sales de la especie humana de territorialidad, agresión, defensa y dominio
está abundantemente representadas en la evidencia arqueológica en for-
tificaciones, sitios de defensa, patrones de asentamiento, armamento y
representaciones iconográfica y simbólicas que involucran armas, lugares
y gente en conflicto (Larsen, 2003). Por lo general estas características
describen e identifican una situación y no el resultado de ella. La etnogra-
fía y la etnohistoria proveen abundante información sobre la violencia y la
agresión entre los grupos humanos, pero en los contextos arqueológicos
las huellas de las heridas presentes en los esqueletos son la única eviden-
cia de esa violencia.
La bioarqueología de la violencia se desprende de este planteamiento
general, como una alternativa para explicar huellas traumáticas visibles
en el esqueleto, producto de actos de ira y que posiblemente provocaron
la muerte del individuo. La presencia de puntas de flecha incrustadas en
el hueso, colocan el análisis de un esqueleto en esta perspectiva, aunque
la fuerza ejercida en él puede ser de diferente naturaleza: violencia ritual
o muerte por sacrificio o producto de un conflicto bélico.
El individuo representado en el entierro 16 de Tamtoc, SLP, fue loca-
lizado en la Plaza Principal, al este de la Estructura AW6. La asociación
con varias puntas de proyectil y la incrustación de dos de dichas puntas en
una vértebra y en el hueso ilíaco, nos hacen suponer que dicho individuo
fue víctima del ritual de flechamiento, aunque no descartamos la idea de
que podría haber sido parte de un enfrentamiento bélico.

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Tiempo y Región

Los rituales
Sobre los rituales que llevaban a cabo los huastecos no se sabe mucho,
más bien Ochoa Salas sugiere que adoptaron alguno de los mexicas, quie-
nes invadieron la región huasteca en el inicio del periodo Posclásico.
Huellas de su presencia las encontramos en los sitios arqueológicos de
Tamuín y de El Consuelo, en San Luis Potosí, de ahí que nos remitamos
a los rituales llevados a cabo por los mexicas como un referente para
efectuar interpretaciones sobre el tipo de ritual al que fue sometido el
individuo del entierro 16 de Tamtoc.
Graulich, en su artículo sobre el sacrificio humano comenta que:

el registro de las distintas maneras de sacrificar durante el Posclásico es


muy rico, las más comunes eran por excisión, es decir el uso de un instru-
mento cortante, del corazón y la decapitación; venía luego el flechamien-
to, el sacrifico gladiatorio, por fuego, enterrar viva a la víctima, por derri-
bamiento desde un alto mástil o por golpes en una peña, por extracción de
las entrañas, estrujamiento en una red, derrumbamiento de un techo sobre
las víctimas, descuartizamiento, lapidación (Graulich 2004:22).

Se podían combinar dos o tres métodos o más, de acuerdo al ritual, así


por ejemplo en un ritual en honor del Sol y la Tierra, se hacía excisión del
corazón y luego se decapitaba, o viceversa.
Para la antropóloga francesa Danièle Dehouve (2010), el sacrificio
humano formaba parte de los rituales sangrientos que practicaban los az-
tecas. Según la autora, los aztecas llevaban a cabo tres clases de ritos
sangrientos relacionados con la persona humana: el “autosacrificio” o
efusiones de sangre, la guerra con sus rituales asociados, y los sacrificios
agrarios. Los aztecas no consideraron de ninguna manera el sacrificio hu-
mano como una categoría ritual específica, al contrario de lo que hicieron
los cronistas europeos al describir su religión. Sus ceremonias empezaban
por el autosacrificio y proseguían con la guerra, y es necesario considerar
estos procesos rituales en su totalidad.
El ritual del flechamiento era parte de los rituales agrarios, en los que
la muerte de víctimas humanas, en el contexto de las ceremonias agríco-
las, responde estrechamente a la definición clásica del sacrificio, con un
sacrificante (el campesino), una víctima (hombre, mujer o niño) y una
deidad (dioses y diosas de la fertilidad y de la agricultura). La víctima re-
presentaba la deidad; vestida como ella, era sacrificada antes de ser, según
los casos, enterrada o consumida por los actores rituales.
El flechamiento o tlacacaliliztli (ver Figura 1), consistía en atar al
individuo de manos y pies, en forma de cruz, para luego ser flechado por
una multitud de guerreros que los rodeaban. Algunos autores lo consi-

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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

deran como parte de un ritual y otros como un sacrificio humano, cuyo


origen se remonta a Tula y seguramente llevado a la Huasteca durante
las incursiones mexicas. Este rito está probablemente asociado a la ce-
remonia del Palo Volador, del cual se tiene registros de su práctica en
comunidades totonacas, nahuas, teenek, tepehuas, cuicatecas y otomíes
en México, aunque también existe información sobre su práctica entre los
mayas (Nájera, 2008).

Figura 1. Lámina f. 28r. del Códice Tolteca-Chichimeca,


ilustrando el ritual de flechamiento

Antecedentes de violencia en restos prehispánicos de la Huasteca


En la literatura bioarqueológica que se refiere a la Huasteca, se describen
las distintas prácticas funerarias de sus antiguos habitantes, en los que
hay huellas de haber sido sacrificados en algún tipo de ritual. Las obras
consultadas no exponen claramente de qué ritual se trata, sugieren que
pueden ser sacrificios a las edificaciones, sin abundar más ni explicar las
condiciones de tales ceremonias. Por ejemplo, Gustavo Ramírez Castilla
(2007) describe, para el caso de Tamaulipas, posibles muertes por fle-
chamiento, en dos entierros dobles excavados en el sitio de Las Flores,
en Tampico, por Guevara Sánchez (1993). En los dos casos se trata de la
inhumación de un individuo de sexo masculino con uno femenino. En los

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Tiempo y Región

dos, el varón tenía una punta de flecha en el área del abdomen. A partir
de este hallazgo, Ramírez Castilla (2007) interpreta que al menos uno de
los dos individuos de cada entierro pudo haber sido sacrificado por flecha-
miento. Este tipo de sacrificio es relatado en los Anales de Cuahutitlan,
como originario de Cuextlan de la Huaxteca (Lorenzo Ochoa cfr. Ramírez
Castilla, 2007).
El mismo Ramírez Castilla (2004) registra indicios de prácticas de
mutilación y decapitación en entierros de la cuenca lacustre del río Pá-
nuco, reportando en total cinco decapitados y ocho mutilados (Ladrón de
Guevara, 2010).
La ciudad prehispánica de Tamtoc ha sido explorada desde los años
sesenta, de esas excavaciones se han obtenido varios entierros con huellas
de violencia, como el entierro colectivo número 7 de la estructura AW,
que según tenía evidencias de que fueron sacrificados, aunque desafortu-
nadamente no hemos podido localizar los restos en los distintos depósitos
que tiene el INAH, para realizar un análisis más profundo.
Otra de las áreas excavadas recientemente en Tamtoc, es La Noria,
cuya función es netamente funeraria y de la que se han recuperado esque-
letos con evidencias de violencia, que no han sido analizadas desde esta
perspectiva, así como el entierro excavado por los Stresser-Peán en la
estructura C9, cuya función es habitacional, y del que se reportan huellas
de cortes que se asocian con un forma violenta de morir, por lo que la
información que aquí presentamos es un primer esbozo de los estudios
sobre la evidencia de la violencia en este sitio.

Tamtoc
La zona arqueológica de Tamtoc se localiza en la planicie costera de la
huasteca potosina (Estado de San Luis Potosí, México), al sureste de Ciu-
dad Valles y a, aproximadamente, 18 km del poblado de Tamuín. El área
monumental del sitio se ubica en un meandro que forma el río Tampaón,
afluente del Pánuco. Presenta una extensión aproximada de 154 ha donde
se han registrado más de 60 montículos.
Tuvo varios periodos de auge, el primero en el 300 a.C. durante el
Formativo o Preclásico, otro durante el Clásico (400-600 d.C.) y otro, con
mayor duración, en el Posclásico (1100 a 1400 d.C.), lo que hace suponer
que el lugar fue abandonado y vuelto a ocupar en estas tres ocasiones
(Stresser-Péan y Stresser-Peán, 2001).

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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

Figura 2. Ubicación del sitio arqueológico de Tamtoc, SLP.

El entierro 16 y su contexto arqueológico


La estructura AW6 o Montículo de las Tortugas1 (Figura 3), se localiza en
la Plaza Principal de Tamtoc, al pie de la gran estructura Piedras Paradas,
presenta una forma absidal o de herradura, con un ancho máximo de 12.70
m y una longitud de 16.20 m. Al norte de la escalinata central presenta
un pequeño altar de poca altura que le da a la fachada un elemento de
asimetría. Frente a este altar se localizó un círculo de piedras de donde fue
recuperado el entierro 16 (Figura 4) (Stresser-Peán y Stresser-Peán, 2001)

Figura 3. Plaza Principal de Tamtoc y localización de la estructura AW6

1
Denominado así por la recuperación de varios ejemplares de quelonios de la especie Terrapene mexica-
na mexicana Gray (Stresser Pean, 2001)

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Tiempo y Región

Figura 4. Montículo AW6 y círculo de piedra

Esta estructura fue explorada inicialmente en 1963 por Guy y Clau-


de Stresser-Peán, dándole un fechamiento relativo del periodo Posclá-
sico Tardío (1200 a 1521 d.C.). De esta área se recuperaron diferentes
materiales arqueológicos, destacando tres vasijas miniatura denominadas
“rituales” y un brasero del tipo Huasteco Blanco de base cilíndrica calada
(Figura 5), hasta la fecha, ejemplar único en Tamtoc. Además sobresalie-
ron dos esculturas en piedra (Figura 6), una era una cabeza de un pez al
que los Stresser identifican como Megalops atlanticus llamado en México
sábalo. La otra, tallada en una piedra plana y de gran manufactura, era la
cabeza de un anciano, conocida como “hacha totonaca” (Stresser-Pean
2001).

Figura 5. Brasero tipo Figura 6. Esculturas en piedra


Huasteca blanco
Posteriormente, en la temporada 2005-2006, Guillermo Ahuja intervi-
no de nueva cuenta este montículo, ya que a cuarenta años de haber sido
explorado se había vuelto a cubrir de maleza y sedimento.

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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

En la descripción del informe correspondiente, Ahuja (2006) consigna


que el individuo fue depositado en posición sedente, orientado al Este. El
cráneo estaba entre las piernas del individuo2, con el frontal y el parie-
tal izquierdo fracturados, la mandíbula se encontró articulada debajo del
cráneo; sobre éste se observaban los huesos de la extremidad superior
izquierda (figura 7). El resto del individuo conservó la relación anatómi-
ca, aunque la caja torácica y la columna vertebral se desplazaron hacia el
frente, lo que sugiere que el individuo estaba amortajado y que inicial-
mente el lugar en que fue depositado era un continente vacío3.

Figura 7. Dibujo Entierro 16 (Redibujado de Ahuja, 2006)

Se localizaron cuatro puntas de proyectil semi completas (Figura 8),


una, bajo el fémur izquierdo, otra atrás del cráneo, en la parte baja de la
región occipital, la tercera se encontró entre las vértebras lumbares que se
encontraban unidas a los huesos de la cadera y la cuarta entre los huesos
de la caja torácica y entre las vértebras dorsales; como parte de su ajuar
mortuorio, a la altura de la caja torácica había una cuenta de piedra de
color verde claro de cuarcita con dos perforaciones (Ahuja O. 2006). A
este entierro le hemos asignado un fechamiento relativo de finales del
siglo XV.

2
De acuerdo con el análisis tafonómico realizado por las autoras para otros casos de entierros sedentes
en Tamtoc, el hecho de que el cráneo esté depositado sobre la pelvis o entre las piernas no es indicio de
decapitación, como se ha sugerido por otros autores, más bien al reblandecerse los tejidos y tendones,
por efecto de la descomposición del cadáver, por gravedad el cráneo se desprende y queda atrapado entre
la región pélvica, lo que por otro lado señala que el individuo está depositado en un continente abierto,
es decir no cubierto por completo de tierra. Quizás el espacio se haga por el efecto del amortajamiento
en petate.
3
Según Duday (2007) el hecho de que un bulto mortuorio se desplace hacia adelante o hacia atrás es
indicador de que no fue propiamente enterrado, sino que fue depositado en una cámara, de tal manera
que habría espacio alrededor del cuerpo para modificar su postura una vez llevado a cabo el proceso de
descomposición del cadáver.

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Tiempo y Región

Figura 8. Puntas de flecha localizadas en el entierro 16


Resultado del análisis osteológico
A pesar de que este entierro fue recuperado durante los trabajos de 2005-
2006 por Guillermo Ahuja, permaneció sin ser analizado, hasta el año de
2010 durante las tareas de registro e identificación realizado por el equipo
de bioarqueología a cargo de la Dra. Patricia O. Hernández Espinoza den-
tro del Proyecto Origen y Desarrollo del Paisaje Urbano de Tamtoc, SLP,
dirigido por la maestra Estela Martínez Mora.
El análisis permitió saber que el esqueleto es de una mujer, debido
a la gracilidad de los huesos largos, ya que no hay más elementos para
identificar el sexo. La edad a la muerte se estimó entre los 20 y 24 años
de acuerdo con el grado del cierre epifisiario del cúbito del lado derecho
(Scheuer y Black, 2004). La estatura promedio es de 150.3 cm, calculada
a partir de las fórmulas de Genovés (1967), corresponde a la talla media
para individuos de sexo femenino (Comas 1962). El esqueleto está en mal
estado de conservación, aun así fue posible observar que la mayoría de
los huesos largos no tienen lesiones. Sólo en los húmeros hay periostitis
ligera a la mitad de la diáfisis y en un fragmento de omóplato derecho.
Durante el análisis morfoscópico de este esqueleto observamos un
fragmento de vértebra dorsal con un fragmento de punta de flecha incrus-
tado (Figuras 9a y 9b) y en la cresta ilíaca derecha (Figuras 10a y 10b), los
cuales fueron fotografiados a partir de un acercamiento con microscopio
(Figuras 11, 12a y 12b).

Figura 9a. Fragmento de proyectil Figura 9b. Fragmento de proyectil


incrustado en vértebra dorsal incrustado en vértebra dorsal

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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

Figura 10a. Fragmento de proyectil Figura 10b. Fragmento de proyectil


incrustado en cresta ilíaca incrustado en cresta ilíaca

Fig. 11. Detalle al microscopio del fragmento de


proyectil incrustado en vértebra dorsal

Fig. 12a. Detalle al microscopio de Fig. 12b. Detalle al microscopio de


fragmento de proyectil incrustado fragmento de proyectil incrustado
en cresta ilíaca en cresta ilíaca

De acuerdo a la localización de ambos proyectiles, es posible definir


que el incrustado en la parte posterior de la vértebra cervical, fue hecho
por un tirador colocado atrás de la víctima, penetrando hasta la médula
espinal (Figura 13); el segundo proyectil, fue lanzado estando el flecha-
dor frente al sujeto, el proyectil cruzó la pared abdominal deteniéndose
en el hueso de la cadera. En ambos casos la herida fue mortal, la primera

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Tiempo y Región

atravesó la médula, probablemente dejándolo inmóvil, el segundo posi-


blemente ocasionó el desgarre de varios órganos y el desangramiento.

Figura 13. Representación esquemática de la vía de entrada del proyectil que


afectó la vértebra cervical. Rediseñado de Tortora y Anagnostakos 1993.

Comentarios finales: Flechamiento Ritual


Como comentamos anteriormente, al menos en el Posclásico se practica-
ron varias clases de ritos sangrientos como los sacrificios agrarios; dentro
de estos podemos mencionar al flechamiento. Un ejemplo claro lo pode-
mos ver en el Códice Porfirio Díaz (Figura 14) y en el Códice Fernández
Leal (Figura 15) en el que las escenas del Palo Volador se circunscriben
dentro del complejo del sacrificio por flechamiento, mismo que se ce-
lebraba como marcador de cambio de ciclo, en un tiempo crítico para
cooperar con la marcha del Sol. El astro mismo era quien, con sus rayos
en forma de flechas, mataba a una víctima para que con su sangre se fer-
tilizara la tierra, en la mayoría de los pueblos se celebraba en ceremonias
asociadas con la siembra y con la cosecha (Nájera, 2005).
Para Nájera (2008), en su origen, era una ceremonia que funcionaba
como un marcador del fin de una etapa, se verificaba durante un periodo
liminar del cosmos en el que urgían acciones que fortalecieran el desgaste
propio del tiempo y del espacio.

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Apuntes para la bioarqueología de la violencia

Figura 14. Códice Porfirio Díaz f. 16.

Figura 15. Códice Fernández Leal f. 10 (Van Doesburg 2001)

El sitio de ubicación del entierro 16 está en la plaza principal de Ta-


mtoc, que originalmente podría haberse tratado de un altar para efectuar
el ritual descrito. El informe de Ahuja no menciona si además de las cua-
tro flechas encontradas en el esqueleto había otras más, lo que daría más
consistencia al argumento de que efectivamente esta mujer fue víctima
del ritual del flechamiento y que haya sido sepultada en el lugar donde
fue sacrificada. Sin embargo, este posible escenario se sostiene porque
para que un proyectil se incruste en un hueso, el lanzamiento debió haber
tenido mucha fuerza o haber sido hecho a corta distancia.
El otro supuesto que mencionamos al inicio de este artículo era la po-
sibilidad de que haya muerto en un enfrentamiento bélico, sin embargo, si

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Tiempo y Región

éste hubiera sido el caso, tendríamos posiblemente otro tipo de huellas en


el esqueleto. Al respecto un autor anónimo observa:

Utilizábanse en el combate armas como el arco y la flecha, el átlatl o


lanzadardos, cuchillos de obsidiana, lanzas o jabalinas, hachas de cobre,
mazas de piedra, macanas con navajas de pedernal y escudos o rodelas….
(Anónimo 1989:125).

Al respecto Sahagún también menciona:

Solían traer arcos y flechas, delgadas y pulidas, que en las puntas tenían
unos casquillos de pedernal o de guijarros, o de piedras de navaja, y a
cuantos tomaban en la guerra les cortaban la cabeza, y dejando los cuer-
pos se las llevaban y ponían con sus cabellos en algún palo, puestas en
orden, en señal de victoria (Sahagún 1981:Tomo III, Libro X:203).

De acuerdo con el cronista, si este individuo hubiera muerto víctima


de un enfrentamiento bélico entonces no tendríamos su cráneo y quizás
no hubiera sido sepultado en la plaza principal del sitio, por lo que es más
probable que haya sido flechado en un ritual de sacrificio.
El ejemplo del Entierro 16 puede constituir una prueba arqueológica
para la Huasteca Potosina (en particular para Tamtoc) de la presencia del
sacrificio humano, en este caso representado por el flechamiento, pues
el sacrificio se encontraba en el meollo de los ritos, de los mitos y en el
centro de la arquitectura urbana. Allende esas certidumbres, aún quedan
incógnitas por resolver, en particular, si bien disponemos de pruebas de la
existencia del sacrificio, es problemático saber en qué variedad y escala
fue practicado en esta región durante el Posclásico.

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