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7/2/2021 El cuerpo humano y su tratamiento mortuorio - Evidencia de sacrificio humano, modificación ósea y canibalismo en el México prehispánic…

Centro de
estudios
mexicanos y
centroamericanos
El cuerpo humano y su tratamiento mortuorio | Elsa Malvido, Grégory
Pereira, Vera Tiesler

Evidencia de sacrificio
humano, modificación
ósea y canibalismo en el
México prehispánico
Carmen María Pijoan Aguadé y Josefina
Mansilla Lory
p. 193-212

Texto completo

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1 Cuando los españoles llegaron a México, el rasgo cultural que más los
asombró fue la práctica extensiva del sacrificio humano. A consecuencia de
ello, contamos con extensas descripciones de ese ritual formuladas por los
cronistas que escribieron sobre historia, cultura y creencias de los diferentes
pueblos del México antiguo. Asimismo, representaciones de sacrificio
humano y en algunos casos aparente evidencia de canibalismo figuran en
códices, cerámica y pintura mural.
2 Desde hace tiempo los arqueólogos advirtieron que algunas sepulturas
prehispánicas mostraban una ubicación dentro del sitio y un sistema de
enterramiento peculiares, así como marcas de cortes en los huesos también
singulares. Estas características en conjunto, a través del tiempo y el espacio,
han hecho que la interpretación de estas evidencias enriquezca nuestro
conocimiento de la cultura de los grupos prehispánicos.
3 Por ejemplo, Anderson (1967: 94 y 96) reporta que en los entierros 2 y 3 de la
Cueva Coxcatlán de Tehuacán, que corresponden a la fase precerámica de El
Riego (6500-5000 a.C.) y que pertenecen a dos infantes (uno de alrededor de
cinco años y el otro de menos de seis meses de edad), las cabezas de los
cuerpos sepultados fueron removidas e intercambiadas.
4 Respecto al periodo Formativo, Niederberger (1987: 674-675) menciona la
existencia de canibalismo en las fases Ayotla, Manantial y Tetel-pan (1250-
700 a.C.) en Tlapacoya-Zohapilco, Estado de México, y Faulhaber (1965: 94-
97) señala huellas del mismo en Tlatilco, en la misma entidad (1100-600 a.C).
5 Durante el Clásico hay reportes de decapitación, desmembramiento y
descarnamiento, principalmente de cabezas y extremidades, así como la
costumbre de horadar la parte superior de los cráneos para colgarlos, junto
con ciertos huesos largos, de los techos de los templos. Estas costumbres han
sido reportadas en dos sitios: Altavista, Zacatecas (Kelley, 1978: 102-126;
Holien y Pickering, 1978: 146-147; Pickering, 1985: 290-325), y Cerro del
Huistle, Huejuquila el Alto, Jalisco (Hers, 1989: 89-93). En Electra, Villa de
Reyes, San Luis Potosí (Braniff, 1992:149-150; Pijoan y Mansilla, 1990b: 87-
96), se ha determinado la práctica de desmembramiento, descarnamiento y
fracturas intencionales perimortem, mientras en Teotihuacán, Estado de
México, (Serrano y Lagunas, 1974:105-144; González M., 1989:143-193;
Cabrera et al., 1990: 123-146), se han hallado pruebas de decapitación y
desmembramiento. Todos estos entierros han sido localizados en centros
ceremoniales.
6 En cuanto al Posclásico, las evidencias son más numerosas y también se
dispone de referencias escritas y representaciones en códices. Así, podemos
mencionar los reportes de Tlatelolco, Distrito Federal (González R., 1963: 5;
Matos, 1978: 143 y 1972: 112; Noguera, 1966: 70), Templo Mayor, Distrito
Federal (Román, 1986; López L, 1993: 262-270), Cholula, Puebla (Serrano,
1972: 369-371; López et al., 1976: 61-70), Teotenango, Estado de México
(Zacarías, 1975: 392) y Teopanzolco, Morelos (Lagunas y Serrano, 1972: 430-
432). En varios de estos sitios se localizaron grandes hacinamientos de
huesos, muchos de ellos con marcas de cortes, así como evidencia de
decapitación y desmembramiento, y ofrendas de pies o cráneos sobre platos.

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7 Uno de nuestros intereses consiste en determinar los diferentes patrones


dejados directamente en esqueletos por las prácticas del sacrificio humano y
el canibalismo en el México prehispánico. El estudio sistemático de esas
evidencias nos permitirá realizar análisis comparativos entre poblaciones. La
principal dificultad de nuestra labor es diferenciar y caracterizar las pruebas
correspondientes, respectivamente, al canibalismo y el sacrificio humano, y
establecer el método que nos permita superar aquélla.
8 Para resolver este problema usamos la propuesta de Turner (1983: 233-234),
Turner y Turner (1993: 83) y White (1992), de que el mínimo patrón de daño
o modificación ósea que puede ser reconocido como determinante de la
evidencia de canibalismo incluye, entre otros, roturas óseas intencionales,
evidencia de exposición al fuego, abrasiones debidas a un percutor o soporte,
marcas de cortes, segmentos óseos faltantes tales como vértebras o ilíacos y
pulido en las puntas de los fragmentos de huesos largos. Si la muestra
estudiada presenta sólo algunos de estos indicios, la interpretación debe ser
diferente y asociarse generalmente con prácticas rituales posteriores al
sacrificio humano.

Materiales
9 Las muestras osteológicas estudiadas forman parte de las colecciones de la
Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e
Historia y provienen de los siguientes sitios: Tlatelcomila, Tetelpan, y
Tlatelolco, Distrito Federal, y de Electra, Villa de Reyes, San Luis Potosí.
10 La muestra de Tlatelcomila, Tetelpan, D.F., fue localizada por la arqueóloga
Rosa Reyna hace 23 años, cuando excavó varios pozos estratigráficos de un
metro cuadrado con el fin de determinar la secuencia cronológica cultural en
el sur de la cuenca de México. Los restos óseos se hallaron en cuatro de estos
pozos, dos de los cuales constituyen una unidad, ya que fueron contiguos. Los
huesos humanos estaban en intrusiones mezclados con tepalcates y huesos de
animales. Los pozos no se extendieron, por lo que sólo contamos con el
material obtenido de ellos y no de todo el depósito. Estos materiales
corresponden al Preclásico tardío, entre 500-300 a.C, con base en el análisis
cerámico realizado por la investigadora mencionada (Reyna, inédito).
11 A pesar del estado fragmentario de los huesos, tratamos de determinar el
mínimo de individuos que conforman la muestra. Para ello, usamos ios
fragmentos craneales, en especial los maxilares y temporales, y obtuvimos un
total de 18 individuos: 7 infantes —uno de primera (0-3 años), dos de segunda
(4-6 años) y tres de tercera infancia (7-12 años)—, un subadulto (18-20 años),
posiblemente femenino, y diez adultos —seis masculinos, un femenino y tres
respecto de los cuales no fue posible determinar el sexo.
12 La segunda muestra procede de Electra, Villa de Reyes, al sur del estado de
San Luis Potosí y fue excavada en 1966 por Braniff y Crespo. Este sitio es una
aldea perteneciente a la región denominada por Braniff (1992: 17-19) subárea
arqueológica del Tunal Grande. El momento de la ocupación principal es
durante la fase San Luis que corresponde al periodo Clásico entre 350-800
d.C. (Braniff, 1992: 149-151).
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13 Los materiales óseos que atañen a nuestro estudio fueron localizados en un


pozo de 2 x 2 metros en el centro de un patio. Durante la época más temprana
se construyó este último en una depresión, rodeado por piedras y con varios
cuartos alrededor. Posteriormente, se levantó el nivel con un relleno artificial
sobre el que se prendió un gran fuego y los restos de varios individuos se
colocaron encima de las cenizas. Este osario fue sellado perfectamente por
medio de varios pisos de barro que corresponden a un nuevo patio central
cuadrado que tenía cuatro puertas y una galería. Posteriormente las puertas
fueron tapiadas, se quebraron tres vasijas y los fragmentos se colocaron sobre
el piso antes de rellenar el patio.
14 Los materiales óseos consisten en huesos rotos, principalmente largos, que no
guardaban ninguna relación anatómica. Un gran número de ellos presenta
marcas de cortes, fracturas intencionales y exposición al calor. Como en el
caso anterior, únicamente contamos con los materiales del pozo y no todos los
huesos que constituían el depósito. Sin embargo, se efectuó un recuento de
individuos considerando, en esta ocasión, los huesos poscraneales,
principalmente los omóplatos, ya que tenemos muy pocos fragmentos
craneales. De esta manera pudimos determinar que el mínimo es de diez
individuos: dos infantes —uno de primera (0-3 años) y otro de segunda
infancia (4-6 años)—, un adolescente (13-17 años), un subadulto femenino
(18-20 años) y seis adultos —tres masculinos, un femenino y dos cuyo sexo no
pudo determinarse.
15 Durante las excavaciones de 1961-1962 en la ciudad prehispánica de
Tlatelolco, Distrito Federal, González Rul (1963: 5) localizó, al noreste de la
Gran Pirámide, 170 cráneos con su mandíbula y en algunos casos las tres
primeras vértebras cervicales, enterrados en perfecto orden y con la
característica de presentar una gran horadación en la región de los
temporales y parietales de ambos lados. Los cráneos estaban alineados en
grupos de cinco, uno al lado del otro (Matos, 1978: 143; 1972:112). Este
agrupamiento, así como el agujero en la región de los temporales, indujo a los
arqueólogos a concluir que eran los restos de un Tzompantli, como lo habían
descrito los cronistas.
16 Tanto los cráneos como las mandíbulas presentan marcas de cortes y golpes.
Se estudiaron 100 de ellos, 43 femeninos y 57 masculinos de entre 18 y 40
años de edad.

Método
17 Para llevar a cabo este análisis fue necesario un estudio sistemático de las
marcas de corte visibles en la superficie de algunos huesos humanos, así como
de fracturas y golpes intencionales, y exposición al calor. Esto nos permite
establecer los patrones de las diferentes prácticas rituales en el México
prehispánico: descarnamiento y desmembramiento de los cuerpos, golpes,
roturas intencionales y exposición al calor.
18 Para evaluar y analizar la frecuencia y localización de las marcas de cortes, se
examinaron todas las superficies de cada hueso mediante una lupa y luz
tangencial. La información obtenida se transfirió a una cédula de registro
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gráfico donde se dibujaron las marcas, señalando su ubicación y su ángulo de


inclinación. En ocasiones también se analizaron estos cortes por medio de
microfotografias, lo que nos permite determinar el tipo de instrumento
utilizado en ellos.
19 De esta manera fue posible diferenciar entre corte sobre hueso y corte de
hueso. El primero es el resultado indirecto del corte de partes blandas
adyacentes al hueso y se produce cuando éste sirve de soporte. Tales marcas
son generalmente perpendiculares a la dirección de la inserción de músculos
y tendones y pueden presentarse como pequeños cortes paralelos o una
región de raspado. Algunos de éstos únicamente afectan la superficie del
hueso, mientras otros son más profundos. Los cortes de hueso aparecen
cuando éste es separado en dos por un instrumento filoso aplicado varias
veces sobre un mismo lugar (Pijoan y Pastrana, 1989: 293).
20 La explicación de la distribución de las marcas de corte está dada por su
relación anatómica, la cual nos permitirá determinar el tipo de actividad que
puede ser desollamiento, descarnamiento, desmembramiento o
destazamiento.
21 Una consideración importante al analizar las fracturas postmortem de los
huesos es establecer si fueron hechas por causas naturales o de manera
intencional y si el hueso se hallaba en estado fresco o seco. El hueso fresco
tiene cierta flexibilidad y un comportamiento visco-elástico dúctil, así que
resulta capaz de resistir gran presión y deformación antes de la falla o
fractura.
22 En contraste, los huesos en estado seco tienen un comportamiento
quebradizo y rígido (Johnson, 1985: 160). La respuesta de falla producida por
deformación o por impacto de un hueso fresco se manifiesta en espiral, que se
propaga en un ángulo de 45° respecto al eje longitudinal del hueso (Johnson,
1989: 433-434). Las técnicas para quebrar los huesos consisten en ejercer
presión dinámica o producir impacto de alta velocidad. El equipo tecnológico
mínimo necesario incluye un martillo o percutor y uno o dos apoyos que
forman el yunque o soporte (fig. 1).
23 Para determinar los patrones de frecuencia y localización de estas fracturas se
dibujaron en las mismas cédulas de registro gráfico donde se registraron las
marcas de corte, mostrando, cuando era evidente, la ubicación del punto de
impacto.
24 Encontramos difícil demostrar si los huesos fueron expuestos al calor. En
general, los trabajos experimentales publicados han estudiado las
modificaciones de textura, color, forma y tamaño que sufren los huesos al ser
sometidos a altas temperaturas, generalmente debido a cremación (Krogman
e Iscan, 1986: 37-40; Stewart, 1976: 59-66; Buikstra y Swegle, 1989: 247-
258).
25 Sin embargo, en algunas de las muestras estudiadas los huesos parecen haber
sido asados o hervidos. La única forma de determinar esta acción la
representa un examen histológico de los huesos expuestos al calor. En
colaboración con la Universidad Gottingen, en particular con el doctor
Michael Schultz, se llevó a cabo tal estudio en varios huesos de Tetelpan. Las

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pruebas demostraron que es posible determinar si un hueso ha sido expuesto


a un fuego directo, así como la intensidad de éste. Pero el análisis de huesos
posiblemente colocados bajo la acción del calor indirecto —esto es, hervidos—
aún no se lleva a cabo.
26 Por otra parte, es importante examinar la representación de elementos óseos
en la muestra, puesto que la ausencia de algún segmento nos permitirá
determinar si tuvo un fin diferente al del resto de los materiales.

Resultados
27 Los materiales de Tlatelcomila, Tetelpan, Distrito Federal (Pijoan y Pastra-na,
1989: 287-306), muestran un patrón de marcas de cortes —principalmente en
la bóveda y cráneo facial, así como en la mandíbula— producidos cuando se
cortó la piel, la aponeurosis epicraneal y los diferentes músculos de cráneo,
cara y cuello. En los fragmentos craneales —uno de un niño (fig. 2) y el otro
de un adulto—, el hueso fue cortado en forma semicircular con un
instrumento afilado. En ambos casos la intención parece haber sido la de
obtener una pieza circular de hueso. En un fragmento de cráneo facial se notó
que el borde inferior del malar fue cortado en línea recta, posiblemente en el
momento de desprender el músculo masetero (fig. 3). A varias mandíbulas se
les cortó un cóndilo o una parte de él.
28 En cuanto a los golpes y fracturas intencionales en el cráneo, vemos que en
general todos los temporales muestran puntos de impacto sobre la escama o
sobre los huesos adyacentes (parietales o esfenoides), mientras los parietales
presentan fracturas radiales, en ocasiones causa de que algunos fragmentos se
desprendieran. El cráneo facial fue separado del cerebral por medio de golpes
sobre el malar y la rama ascendente del maxilar.

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Figura 1.

Figura 2. Tlatelcomila, Tetelpan, D.F. Cráneo infantil que muestra un corte


en forma semicircular en parietal derecho (Foto DAF-INAH)
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Figura 3. Tlatelcomila, Tetelpan, D.F. Cráneo facial de individuo adulto que


muestra el borde inferior del malar cortado en línea recta (Foto DAF-INAH)
29 Casi todos los fragmentos craneales parecen haber sido expuestos al calor y
algunos están carbonizados.
30 Las mandíbulas no presentan un patrón constante de fracturas intencionales
y todas parecen haber sido colocadas sobre el fuego, debido a lo cual el borde
inferior está quemado.
31 Sobre el esqueleto poscraneal, las marcas de corte muestran un patrón
dictado por el lugar de inserción de masas musculares y tendones. Tales
huellas son más profundas y burdas que las impresas en los cráneos, quizás
porque es más difícil cortar los músculos fuertemente adheridos de las
extremidades, que la piel y los músculos de la cabeza y la cara. Su incidencia
difiere según el hueso estudiado. Sólo figuran en dos fragmentos tanto de
cúbitos como de radios y cuatro de húmeros, mientras en las extremidades
inferiores son visibles en 16 fragmentos de tibia y 21 de fémur. Tomando en
consideración todos los fragmentos óseos poscraneales que constituyen la
muestra, únicamente el 16% muestra marcas de cortes.
32 Por otra parte, 98% de los huesos poscraneales muestra fracturas
intencionales efectuadas después de los cortes. Esto fue evidente cuando en
varios casos se observaron cortes que continuaban del lado opuesto de la
rotura. Tales fracturas se produjeron cuando los huesos se encontraban en
estado fresco —ya que presentan todas las características expuestas
anteriormente—, con el aparente objetivo de exponer la médula ósea (fig. 4).
33 White (1992: 120-123) observó que entre los materiales de Mancos, algunas
de las astillas de hueso largo tenían pulidos los bordes o puntas. Después de
realizar un estudio experimental pudo determinar que lo anterior había sido
ocasionado por el roce de estos fragmentos al ser hervidos y meneados
repetidamente dentro de una olla de barro, para obtener grasa de ellos.
Después de haber leído lo anterior, revisamos de nuevo los materiales de
Tetelpan para ver si éstos también presentaban tal característica. Vimos que

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en algunos sí se registraba, por lo que podemos inferir que pasaron por el


mismo proceso.
34 Las epífisis de los huesos largos, sobre todo de los mayores (fémur, tibia y
húmero), aparecen aplastadas y presentan huellas de impactos
inmediatamente por debajo de las cabezas. Los huesos largos restantes
(radios, cúbitos y peronés), así como los huesos largos infantiles, se
fracturaron en la parte media. Los huesos planos se aplastaron y las costillas
se rompieron por flexión.
35 Es importante anotar que algunos huesos, como los, de manos y pies,
vértebras, omóplatos e ilíacos, son muy escasos y los pocos presentes acusan
fracturas por aplastamiento que podrían indicar la intención de obtener la
mayor cantidad de tejido óseo esponjoso.
36 Casi todos los huesos poscraneales parecen haber sido expuestos al calor, ya
sea directa o indirectamente, y algunos están carbonizados. Los resultados del
análisis histológico determinaron que ninguno estuvo expuesto a
temperaturas superiores a 200° C (Schultz, Schwartz y Pijoan, 1982: 192;
Schultz y Pijoan, 1993).

Figura 4. Tlatelcomila, Tetelpan, D.F. Fragmentos de huesos largos


fracturados intencionalmente para exponer la médula (Foto DAF-INAH)
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37 En Electra, Villa de Reyes, San Luis Potosí (Pijoan y Mansilla, 1990a: 87-96),
los cráneos se rompieron por impactos generalmente sobre el parietal y los
fragmentos muestran marcas de cortes sobre la superficie externa. En las
mandíbulas hay evidencia de ligeros golpes sobre los cóndilos, así como cortes
en el borde posterior de la rama ascendente y sobre el cuerpo. Las escasas
vértebras presentes son de la región cervical y muestran, al igual que los tres
manubrios, cortes y golpes (fig. 5). En las clavículas hay marcas de cortes
sobre los lugares de inserción de los músculos y de rompimiento intencional
de las diáfisis. Los omóplatos constituyen el segmento óseo más frecuente de
esta muestra y en ellos vemos tanto huellas de cortes como de impactos y el
aplastamiento del extremo del acromion y de la apófisis coracoides, y de la
cavidad glenoidea.
38 El miembro superior está representado únicamente por los huesos largos que
conforman el antebrazo y el brazo, puesto que no hay ningún hueso de la
mano. Todos ellos sufrieron cortes en los lugares de inserción de músculos y
tendones, así como rompimiento intencional, ya sea de las epífisis o en la
parte media de las diáfisis.
39 Las pocas costillas presentes se fracturaron por torsión, mientras los ilíacos
fueron golpeados, principalmente sobre el pubis y la cresta ilíaca, y ambos
muestran cortes.
40 Los huesos largos de la extremidad inferior sufrieron el mayor número de
fracturas intencionales de los huesos que conforman la muestra. Debido a
esto varios están representados únicamente por astillas que presentan un
patrón helicoidal, mientras a otros les desprendieron la epífisis por medio de
golpes (fig. 6). Asimismo, muestran marcas de cortes.
41 No se localizó ninguna rótula y, en cuanto a los huesos del pie, únicamente
hay un calcáneo (con golpes en su parte posterior), tres metatarsos (dos con
golpes y uno con cortes) y una falange.
42 Las marcas de corte parecen haber sido dejadas por diferentes instrumentos:
cortes muy finos, lineales y poco profundos probablemente se produjeron con
navajas de obsidiana, y otros burdos y profundos se practicaron con filos
abruptos de instrumentos aserrados o de filos romos elaborados con una
materia prima de fractura menos aguda como la riolita o basalto de grano
fino.
43 Una gran parte de los huesos parecen haberse expuesto a calor indirecto, pero
aún no se lleva a cabo el análisis histológico de los mismos. También
observamos la presencia en ellos de pequeñas cantidades de pigmento rojo,
así como de pigmento negro en los puntos de impacto.
44 Finalmente, los cráneos del Tzompantli de Tlatelolco, Distrito Federal (Pijoan
et al., 1989: 561-583), se aprecian numerosas huellas de corte, así como la
constante de perforaciones practicadas en la región temporal.
45 De los 100 cráneos estudiados, únicamente uno no mostró marcas de cortes o
perforaciones, 86 tienen ambas perforaciones (una de cada lado) y trece sólo
una (tres del lado izquierdo y 10 en el derecho). Estos últimos posiblemente
hayan sido cráneos finales, es decir, los que cerraban las diferentes hileras del
tzompantli. Tales perforaciones son claramente intencionales, pues se

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produjeron con mucho cuidado y en general en forma casi circular, con un


diámetro vertical que varía entre 5 y 7.5 cm y el horizontal entre 5.5 y 8.5 cm.

Figura 5. Electra, Villa de Reyes, S.L.P. Manubrio de esternón que presenta


marcas de cortes y golpes intencionales (Foto DAF-INAH)

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Figura 6. Electra, Villa de Reyes, S.L.P. Tibia derecha de un individuo


juvenil a la que se le desprendió la epífisis proximal por medio de golpes
intencionales (Foto DAF-INAH)
46 Todos los diámetros fueron mayores de 5 cm, lo cual puede significar que la
pértiga utilizada ha de haber tenido aproximadamente ese diámetro. En los
bordes de las perforaciones se observan ligeros golpes realizados con un
cincel o punzón de punta aguda y dura. En varios casos se encontró en el
interior del cráneo algunos fragmentos provenientes de la parte faltante. Al
parecer la perforación se inició por medio de un pequeño agujero, el cual se
amplió por presión y torsión.
47 En cuanto a las marcas de corte, la más visible y frecuente es un largo corte
que va de glabela, por la línea media del frontal, y continúa sobre la sutura
sagital hasta el occipital, donde pierde continuidad debido a las
irregularidades del hueso, para terminar en las líneas nucales. Está formada
por un corte único o varios paralelos y fue dejada al momento de cortar la piel
y la aponeurosis craneal. Sobre el parietal, en 40% de los casos se observa una

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serie de cortes tangenciales de diferente longitud alrededor de la perforación.


Estos cortes se localizan en la región de inserción del músculo temporal, el
cual probablemente fue bisectado para practicar las perforaciones. La mitad
de los cráneos sufrió pequeños cortes en la apófisis mastoides, que aparecen
en el mismo lugar y son más profundos que los de la bóveda o el cráneo facial;
se produjeron al cortar el músculo esternocleidomastoideo.
48 En los extremos laterales de las líneas curvas occipitales del 30% de los
cráneos, aunque sin ubicación precisa, se observó una serie de cortes
paralelos aparentemente ocasionados al cortar los diferentes músculos que se
insertan en esta área. En muy pocos casos hay marcas de corte en la periferia
del foramen magno y están generalmente aisladas. En la región supraorbital,
así como sobre los malares, se presentan pequeños cortes semiparalelos
inclinados, y en una tercera parte de los cráneos existen varios cortes sobre
los maxilares, por encima del borde alveolar.
49 Casi todas las mandíbulas presentan marcas de incisiones, las más
abundantes de las cuales se localizan en el borde de la rama ascendente, tanto
sobre la cara externa como la interna, en la región donde se insertan los
músculos masticatorios (fig. 7). Alrededor de 40% tienen tajos oblicuos en el
borde inferior de la cara externa del cuerpo y la mitad también sobre la cara
interna. Sin embargo, no los hay sobre los cóndilos o abajo de ellos, ni
tampoco sobre el arco cigomático, lo que nos indica que no fueron afectados
los ligamentos de la articulación temporomandibular y así la mandíbula se
mantuvo en su lugar con respecto al cráneo.
50 En varios casos los cráneos presentan algunas vértebras cervicales —
generalmente el atlas— que muestran marcas de cortes sobre las facetas
articulares inferiores (fig. 8). Ninguno de los cráneos examinados refleja
evidencias de exposición al calor.
51 A partir de las marcas de corte y golpes intencionales sobre estos cráneos se
pudo determinar el tipo de instrumento utilizado en el desarrollo del proceso
ritual. Los impactos alrededor de las perforaciones se efectuaron con un
cincel o punzón de punta aguda, como un núcleo prismático agotado de
obsidiana. Estos impactos produjeron un agujero inicial que se amplió al
fracturar progresivamente su borde por palanqueo. Las marcas de incisión se
produjeron probablemente con navajas prismáticas de obsidiana, que era el
instrumento más cortante del mundo pre-hispánico (Pijoan y Pastrana, 1987:
100). Sin embargo, algunos tajos más burdos, como los de los bordes de la
rama ascendente o sobre algunos de los cráneos, se practicaron mediante
instrumentos de filos semidentados, confeccionados mediante retoque de
artefactos bifaciales, como cuchillos o raederas, donde los salientes del filo no
se encuentran alineados como en el caso anterior. En esta instancia los cortes
generalmente dejan una marca doble o triple.

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Figura 7. Tlatelolco, D.F. Tzompantli. Mandíbula que presenta marcas de


corte sobre la rama ascendente (Foto DAF-INAH)

Figura 8. Tlatelolco, D.F., Tzompantli. Atlas que muestra marcas de corte


sobre las facetas articulares inferiores (Foto DAF-INAH)

Discusión y conclusiones
52 Los huesos de Tlatelcomila se depositaron en lo que parece un basurero de
una aldea del Formativo, mezclados con huesos de animal y tepalcates, y
muestran el patrón mínimo aceptable de modificación o rotura ósea que nos
permite determinar la existencia de canibalismo. No se detectó ningún
pigmento asociados con ellos.
53 La modificación ósea está presente en individuos de todas las edades y ambos
sexos, aunque predomina en los masculinos. En alrededor del 16% de los
huesos poscraneales se advierten cortes en el área de inserción de músculos y
tendones. Sobre los cráneos, las incisiones corresponden a la acción de
desollamiento y descarnamiento. Las fracturas intencionales muestran el
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siguiente patrón: los cráneos se rompieron merced a fuertes impactos en la


región parietal, quizás para tener acceso a la masa encefálica, aunque también
es posible que causaran la muerte. El cráneo facial se separó del cerebral por
medio de golpes sobre los malares y las ramas ascendentes de los maxilares.
Flinn y otros autores (1976: 313) propusieron que la mutilación facial es una
de las características del canibalismo. En cuanto al resto del esqueleto, los
huesos largos se quebraron mediante un percutor y yunque que causaron
fracturas helicoidales hasta exponer la médula ósea, mientras las epífisis, al
igual que los huesos planos, se aplastaron. Los huesos, probablemente con
carne, se expusieron al fuego directo, a una temperatura de menos de 200° C,
y las astillas óseas se cocieron por ebullición para obtener grasa en una vasija
de barro, meneándolas con frecuencia.
54 A pesar de que la muestra de Electra, Villa de Reyes, presenta las mismas
características que la de Tetelpan, concurren varios factores que las
diferencian. Los huesos se hallaron sobre un viejo patio de una construcción
habitacional, cuyo nivel se había elevado por medio de un relleno artificial,
sobre el que se encendió un gran fuego. Después los restos humanos se
colocaron arriba de las cenizas, mezclados con huesos de animal y tepalcates y
un poco de pigmento rojo. Por encima de ello se extendieron varios pisos de
barro, hasta sellar por completo el depósito de individuos de todas las edades
y de ambos sexos. Suponemos que tales restos son producto probablemente
de sacrificio humano y se los enterró en este sitio después de haber sido
descarnados, desmembrados, destazados y canibalizados parcialmente, como
una ofrenda a la construcción de un nuevo edificio.
55 Los cráneos del Tzompantli de Tlatelolco se sepultaron cerca de la Gran
Pirámide, pertenecían tanto a hombres como mujeres de entre 18 y 40 años
de edad y presentan un patrón bien establecido tanto de marcas de cortes
como de golpes, lo que nos indujo a creer que pertenecieron a individuos
sacrificados y posteriormente decapitados, desollados y descarnados. Se les
practicaron perforaciones en la región temporal y los cráneos así intervenidos
se colocaron en un tzompantli. Podemos concluir que diferentes personas
prepararon las cabezas, ya que en algunos casos los cortes son muy finos y
superficiales y en otras el trabajo es más burdo. Sin embargo, es obvio que
todos los actores del ritual eran especialistas. Si los cráneos en cuestión se
exhibieron en un tzompantli fue por poco tiempo, ya que los ligamentos no se
habían desprendido cuando fueron enterrados, como puede deducirse del
hecho de que las mandíbulas y vértebras cervicales se encontraban en
posición anatómica.
56 Desde luego estos cráneos muestran un alto contexto ritual, donde el
canibalismo pudo o no estar presente, pues ignoramos lo que pasó con el
resto del cuerpo.
57 A partir de estas tres muestras analizadas, podemos proponer que el sacrificio
humano y el canibalismo se complementaban uno al otro desde tiempos muy
antiguos. En las comunidades aldeanas como las del período Formativo,
podrían constituir costumbres comunitarias con una base ritual, donde lo

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importante era el acto del canibalismo, y posteriormente los restos óseos


perdían su significado ritual y se arrojaban a los basureros domésticos.
58 A través del tiempo, con una sociedad y creencias religiosas más complejas,
los restos esqueléticos en sí parecen ganar importancia como parte del ritual,
y se enterraban en lugares especiales o se los exponía en templos como
ofrendas a los dioses (Pijoan y Mansilla, 1990b: 467-478).
59 Finalmente, en las sociedades militaristas, el número de sacrificios humanos
aumentó debido al incremento de la importancia religiosa que podía revestir
la gran cantidad de cautivos obtenidos en las guerras de expansión. El ritual
se tornó aparatoso en todos sus aspectos y los restos del sacrificio sufrían un
complicado proceso ritual de descarnamlento y desmembramiento antes de
que se los enterrara cuidadosamente para conservar su carácter sagrado.
60 En resumen, creemos que mediante el análisis de estos tres sitios, que
abarcan un lapso de 2000 años, se aprecia un patrón de violencia, sacrificio y
canibalismo. Con base en la evidencia arqueológica, la distribución de los
restos óseos humanos y las huellas de la violencia de que se los hizo objeto, no
hay duda de que el canibalismo y el sacrificio humano predominaron en las
antiguas sociedades de México.

Bibliografía
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Autores

Carmen María Pijoan Aguadé

Dirección de Antropología Física Instituto


Nacional de Antropología e Historia

Josefina Mansilla Lory

Dirección de Antropología Física Instituto


Nacional de Antropología e Historia
© Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 1997

Condiciones de uso: http://www.openedition.org/6540

Esta publicación digital es el resultado de un proceso automático de reconocimiento óptico de


caracteres.

Referencia electrónica del capítulo


PIJOAN AGUADÉ, Carmen María ; MANSILLA LORY, Josefina. Evidencia de sacrificio
humano, modificación ósea y canibalismo en el México prehispánico In: El cuerpo humano
y su tratamiento mortuorio [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y
centroamericanos, 1997 (generado el 08 février 2021). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cemca/2527>. ISBN: 9782821846265. DOI:
https://doi.org/10.4000/books.cemca.2527.

Referencia electrónica del libro


MALVIDO, Elsa (dir.) ; PEREIRA, Grégory (dir.) ; y TIESLER, Vera (dir.). El cuerpo humano
y su tratamiento mortuorio. Nueva edición [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos

https://books.openedition.org/cemca/2527?lang=es 20/21
7/2/2021 El cuerpo humano y su tratamiento mortuorio - Evidencia de sacrificio humano, modificación ósea y canibalismo en el México prehispánic…

y centroamericanos, 1997 (generado el 08 février 2021). Disponible en Internet:


<http://books.openedition.org/cemca/2493>. ISBN: 9782821846265. DOI:
https://doi.org/10.4000/books.cemca.2493.
Compatible con Zotero

El cuerpo humano y su tratamiento mortuorio


Este capítulo es citado por
Martín, Cecilia Medina. Vargas, Mirna SÁnchez. (2007) Interdisciplinary
Contributions to Archaeology New Perspectives on Human Sacrifice and Ritual Body
Treatments in Ancient Maya Society. DOI: 10.1007/978-0-387-48871-4_5
(2009) KATUNSPECIAL ISSUE: CUMULATIVE REFERENCES. Ancient
Mesoamerica, 20. DOI: 10.1017/S0956536110000015
Mancina, Pauline. (2019) Asado y hervido: un acercamiento arqueológico a las técnicas
de cocción a partir de vestigios de actividades rituales en Mesoamérica. Itinerarios.
Revista de estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos. DOI:
10.7311/ITINERARIOS.29.2019.02

Este libro es citado por


Scherer, Andrew K.. (2017) Bioarchaeology and the Skeletons of the Pre-Columbian
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Midnight Terror Cave: Reformulating the Emphasis of Maya Sacrificial Practices.
Archaeological Discovery, 06. DOI: 10.4236/ad.2018.61001

https://books.openedition.org/cemca/2527?lang=es 21/21

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