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Decapitación ritual en el Templo Mayor

de Tenochtitlan: estudio tafonómico*

Ximena Chávez Balderas

El sacrificio humano en el Templo Mayor de Tenochtitlan es un tema polémico


desde que fue registrado por los cronistas del siglo xvi. Las repetidas menciones
y las cruentas narraciones que recogen las fuentes históricas asocian a los mexicas
con esta práctica ritual. No obstante, se sabe que el sacrificio humano se practica-
ba desde el Formativo en todas las áreas culturales del vasto territorio conocido
como Mesoamérica. La iconografía y hallazgo de restos óseos con modificación
cultural así lo corroboran, y advierten de una complejidad simbólica y tecnológica
asociada a este fenómeno.
El holocausto entre los pueblos mesoamericanos no debe considerarse como
un acto mortífero y de aniquilación, pues sintetizaba los significados de la vida y
la muerte. Esto se refleja en los mitos, donde los actos primordiales de creación
se acompañaban de la inmolación. Eduardo Matos Moctezuma (1986: 47) analiza
diversas narraciones en las que algunas deidades mueren sacrificadas para garan-
tizar el surgimiento de la vida. El autor concluye que, basado en este precepto,
el hombre estableció el compromiso de corresponder a los dioses repitiendo el
sacrificio del mito inicial. La muerte se consideraba primordial para asegurar la
continuidad, y con el sacrificio se pensaba que la vida encontraba un camino que
se había gestado en los tiempos de la muerte y la penumbra. Con la muerte violen-
ta “las lluvias, la fertilidad de la tierra, la salud del pueblo, la potencia bélica, eran
‘compradas’ a los dioses con la sangre de los sacrificados” (López Austin 1996: 372).
Conforme a este criterio, el ofrecimiento de la vida y la sangre humana debe
entenderse como un acto de comunicación con el mundo divino, que se daba me-
diante la consagración de un “objeto” cuyo destino sería su destrucción total o
parcial: la víctima era don y vehículo a la vez. La desintegración equivaldría a la
muerte, mientras que la inmolación parcial a la obtención de la sangre preciosa

*
Los resultados expuestos en este trabajo fueron obtenidos gracias a la valiosa colaboración de
Diana Bustos, Lourdes Muñoz, Joaquín Reyes Téllez, Simón González Reyna, Felipe Bate, Edwin
Crespo y Gregory Pereira. Reconozco la generosidad de Michel Zabé, Jesús López y Julio Emilio
Romero, quienes proporcionaron las imágenes que acompañan el texto. Agradezco a José Javier
Ramos y a Roberto Rojo por la revisión y comentarios de este trabajo. La presente investigación
forma parte del Proyecto Famsi 05054 “Sacrificio humano y tratamientos mortuorios en el Templo
Mayor de Tenochtitlan”.

315
316 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

(Nájera C. 1987: 40). Edgar Morin (1974: 122) califica el sacrificio como “la explo-
tación mágica, sistemática y universal de la fuerza fecundadora de la muerte”;
cuanto mayor sea la exigencia vital, mayor habrá de ser el holocausto.
Las formas de sacrificio practicadas por los mexicas han sido estudiadas
con detalle en las obras de Yólotl González Torres (1985), Davíd Carrasco (1999)
y Michel Graulich (2005). Coincidiendo con las pesquisas de estos autores, las
excavaciones sistemáticas del Proyecto Templo Mayor documentan de manera
incontrovertible la práctica del sacrificio humano, aunque muy lejos de las exor-
bitantes cifras que manejan las fuentes históricas. Los hallazgos arqueológicos
demuestran la diversidad y complejidad de los tratamientos mortuorios ulteriores
a la inmolación (López Luján 1993: 192-205, 261-270, 2005: 94, 198-199; Román
Berrelleza 1990; Román Berrelleza y Chávez Balderas 2006; Chávez Balderas
2007). El presente estudio versa sobre la modificación cultural perpetrada en los
cadáveres de los individuos sacrificados, cuyas cabezas fueron utilizadas con fines
rituales. En gran medida el análisis se centra en la decapitación y las secuencias
de preparación de los restos mortales.

La decapitación: enfoque de estudio y definiciones

Al igual que el sacrificio, la decapitación fue una práctica recurrente en la vida


ritual mesoamericana desde épocas muy tempranas. Así fue documentado por
Christopher L. Moser en 1973, cuyo análisis se enfoca en la iconografía y reportes
de campo muy generales. La amplia distribución de esta práctica ha sido corro-
borada a partir del estudio directo de las alteraciones culturales en los restos
óseos, análisis que permite comprender la naturaleza de los rituales vinculados al
sacrificio (Lagunas y Serrano 1972; Pijoan Aguadé et al. 1989; Pijoan Aguadé
1997; Hernández Pons y Navarrete 1997; Botella et al. 2000; Kanjou 2001; Chá-
vez Balderas y Pereira 2007).
El enfoque del presente estudio es la tafonomía, perspectiva transdisciplina-
ria que ha mostrado gran notoriedad en la interpretación de los restos humanos
(Pijoan Aguadé y Lizarraga 2004: 13). Como bien se sabe, este término lo acuñó
Ivan Efremov en l940 para referirse a una rama de la paleontología que pronto
se popularizó en la paleoecología y en el estudio del proceso de fosilización. La
tafonomía cobraría gran importancia al analizar contextos arqueológicos, hacia
la década de 1980, cuando Diane Gifford (1982) definió que esta rama estudiaría
los procesos suscitados después de la muerte de un organismo. Carmen Pijoan
Aguadé y Xabier Lizarraga (2004: 13) precisan que esto debe considerar “hasta
la destrucción total o la desaparición de huella reconocible”.
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En la tafonomía se han definido tres fases: la necrológica, la biostratinómica y


la diagenética. La primera se refiere al modo como muere un ser vivo; la segunda
estudia los procesos que acontecen desde el fallecimiento hasta la sepultura de
los restos, y la tercera analiza las transformaciones ocurridas después del ente-
rramiento (Micozzi 1991: 3-5; Haglund y Sorg 1997: 13; Gastaldo et al. 2006).
Los procesos bioestratinómicos se dividen en naturales o culturales. De los prime-
ros forman parte la descomposición, la desarticulación, la esqueletización, la
momificación, la mineralización y el intemperismo, procesos que pueden ocurrir
sin intervención humana; y forman parte de los culturales el descarne, la desar-
ticulación, el corte, el hervido, la percusión, la cremación, el desollamiento, las
fracturas, las modificaciones de la superficie y toda clase de técnicas decorativas
(Micozzi 1991; Botella et al. 2000; Pijoan Aguadé y Lizarraga 2004).
Los llamados procesos diagenéticos son aquellos que suceden desde el entie-
rro de un cuerpo hasta su destrucción. Se trata de los deterioros de la fase orgá-
nica, de la fase mineral y el ataque microbiológico (Nicholson 1996). Estas trans-
formaciones en colecciones de restos óseos prehispánicos fueron descritas con
detalle por Leticia Brito (1999). Al respecto, es importante distinguir y definir la
naturaleza de los cambios que se observan en los restos óseos, pues su correcta
identificación permitirá realizar una adecuada reconstrucción del ritual.1
Para comprender la esencia de las ceremonias en las que se transforman
los restos mortales de un individuo, es necesario reconocer si estamos ante un
tratamiento funerario o mortuorio, en cada uno de los casos la intencionalidad del
ritual es diferente. Los rituales funerarios son aquellos que se practican con tres
fines fundamentales: disponer del cadáver, socializar la pérdida del ser querido y,
en términos simbólicos, ayudar al difunto a alcanzar su destino cósmico (Thomas
1983, 1989). En cambio, en un tratamiento mortuorio los restos humanos se modi-
ficaban para formar parte de las ofrendas o para manufacturar artefactos, incluso
herramientas. Los individuos podrían ser equiparados a “objetos”, más que a “suje-
tos” (Coe 1965: 462; Nagao 1985: 1-2). La división entre las categorías funerario
y mortuorio debe emplearse de manera heurística para caracterizar la naturaleza
del ritual; no obstante, se debe considerar que en la complejidad del pensamien-
to prehispánico, ambas categorías podrían traslaparse (Becker 1988: 118-125).
Después de haber descrito la naturaleza del análisis, es necesario precisar
algunos conceptos. En primer lugar, debe entenderse el término decapitación
como la separación de la cabeza de un cuerpo vivo o muerto (pero que conserve
tejidos blandos), ya sea mediante desarticulación o corte. Esto dependerá del ins-
trumento empleado, lo cual condicionará si se trata de la causa de muerte o del
tratamiento del cadáver (Chávez Balderas y Pereira 2007).

1
Este trabajo se centra en el estudio de los procesos biostratinómicos culturales.

Ximena Chávez Balderas


318 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

Es importante conocer el momento en que se haya realizado la decapitación;


es decir, si se trata de un evento perimórtem o posmórtem. Esto se infiere a partir
del tipo de huellas encontradas y el tipo de herramienta utilizada. El empleo de
un instrumento de metal (sable, guillotina o espada) permitiría cortar de un tajo,
golpe que no necesariamente se ubicaría en un punto articular. En cambio, la
tecnología lítica en el mundo precolombino (cuchillos, hachas, lascas o navajillas)
implica que la desarticulación se llevaba a cabo al menos en tres pasos: el corte
del disco intervertebral, de las carillas articulares, así como de los ligamentos y
músculos de la parte posterior de la columna (Chávez Balderas y Pereira 2007).
Lo anterior se considera un indicador de un tratamiento posmórtem o perimór-
tem y no de la forma de sacrificio.
La muerte de un individuo podía ser un acto ajeno a la decapitación si ésta
tenía lugar mediante la extracción de corazón, exposición al fuego, flechamien-
to, etc. Así, la separación de la cabeza del cuerpo sería a todas luces un trata-
miento posmórtem, efectuado en un cuerpo inerte. Esto mismo sucedió con
el ixiptla o recipiente de Tezcatlipoca, hombre que representaba al dios duran-
te un año, tiempo en el que era honrado y reverenciado. Se le sacrificaba por
extracción del corazón, arrojando su cuerpo por las escaleras del templo, para
finalmente llevarse a un lugar llamado Yxtiuacan (Durán 1995: II, 54). Sobre este
personaje fray Bernardino de Sahagún (1997: 81, 107-109) relata que durante
ese año gozaba de muchas prosperidades, pero el precio que debía pagar era que
su cabeza fuera exhibida en el altar de cráneos, el tzompantli.
La otra cara de la moneda sería que la muerte de un individuo fuera provo-
cada al intentar llevar a cabo la decapitación, pero con una causa primaria dife-
rente a la desarticulación de la cabeza. Tal sería el corte de estructuras blandas
vitales, como los paquetes vasculares o la tráquea. La naturaleza de los instrumen-
tos empleados no permitiría que la desarticulación provocara el deceso, sino la
asfixia o el desangramiento. En este punto es pertinente establecer la diferencia
entre decapitar y degollar, puesto que algunos estudiosos la utilizan de manera
indistinta. La primera implica la separación de la cabeza por desarticulación,
mientras que la segunda solamente el corte de los paquetes vasculares, que tenía
el objetivo de conseguir sangre preciosa. Para esto no era necesario separar la ca-
beza, ya que un corte lateral en el cuello, por debajo del ángulo de la mandíbula,
sería suficiente.2
Es frecuente que algunos pasajes de las fuentes históricas relaten casos de
individuos degollados, sin que se mencione la desarticulación de la cabeza. Tal
es el caso de la fiesta que se celebraba durante la veintena de ochpaniztli. Durante

2
En este punto confluyen las principales venas y arterias (Rohen, Yokochi y Lütjen-Drecoll 2003:
166-169; Logan, Reynolds y Hutchings 2004: 106-108). Esto debió ser ampliamente conocido por
un sacerdote experimentado.
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ésta, una mujer de entre 40 y 45 años era elegida para representar a la diosa Toci.
Después de permanecer encerrada en una jaula por veinte días, era entregada a
siete parteras, quienes debían alegrarla porque su tristeza era considerada un mal
agüero. Se le sacrificaba de la siguiente manera:

El mismo día de la fiesta antes que amaneciese mataban a esta india de la manera
que diré habiéndose recogido toda la gente en el templo bien de madrugada tanto
que cerrados horas antes que amaneciese sacaban a esta india santificada en diosa
y tomándola un sacerdote a cuestas boca arriba y teniéndola asida por los brazos
echada ella boca arriba en las espaldas del indio llegaba el sacrificador y echaba la
mano de los cabellos y degollábanla de suerte que el que la tenía se bañaba todo en
sangre (Durán 1995: II, 151).

La mujer era desollada y su piel vestida por un personaje seleccionado ex


profeso para ese fin. No se hace explícito el destino de su cabeza. Un caso similar
lo protagoniza la mujer que representaba a la diosa Chicomecóatl, quien también
era degollada para obtener su sangre. Ésta era colectada en un lebrillo y con ella
se bañaban las semillas y las mazorcas. La doncella era desollada y su piel de-
bía portarla un sacerdote (Durán 1995: II, 146). Tampoco se dice que fuera deca-
pitada.
De acuerdo con las características de la colección de estudio, se considera
la existencia de indicadores directos e indirectos de la decapitación. Los primeros
corresponden a la presencia de vértebras cervicales, generalmente con huellas
de corte.3 Otro indicador directo de gran valía es la presencia del hueso hioides,
ya que se trata de una articulación lábil, es decir, que se desintegra rápidamen-
te como consecuencia de la descomposición (Pereira, comunicación personal,
noviembre de 2006).4 Sin embargo, la ausencia de estos elementos no refuta la
práctica de la decapitación. Es factible que a un individuo decapitado le fueran
suprimidas ex profeso las vértebras cervicales, por ejemplo, para manufacturar
una máscara-cráneo. También podría acontecer que un cráneo decapitado per-
diese las vértebras cervicales como consecuencia de su manipulación y descom-
posición, como sucedía con aquellos que procedían del tzompantli. En estos casos
los indicadores indirectos de la decapitación serían el tratamiento mortuorio que
se dispensó al cráneo y la información contextual. Esto implica que debe contarse
con un registro de campo detallado.

3
En ocasiones el estado de conservación no permite observar marcas en el hueso.
4
Es común que este hueso no pueda identificarse correctamente en campo, como fue constatado
en esta colección.

Ximena Chávez Balderas


320 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

La decapitación en términos anatómicos

Para entender las diferentes técnicas de decapitación empleadas en el Templo


Mayor de Tenochtitlan es preciso señalar las características de la columna ver-
tebral, pues éstas condicionan la maniobra. Por sus cualidades biomecánicas, la
región cervical debe estudiarse en dos segmentos: el primero compuesto por atlas
y axis (C1 y C2) y el segundo, de la tercera a la séptima vértebras (C3-C7).
La articulación entre el cráneo y las dos primeras vértebras cervicales es
sumamente compleja, ya que hace posible el movimiento de la cabeza.5 El atlas
es un anillo con carillas articulares superiores con las que conforma la articula-
ción occipitoatloidea. En cambio, las carillas inferiores que articulan con el axis
son planas y sus superficies están unidas mediante ligamentos, lo cual otorga una
gran resistencia. La cara posterior del arco anterior tiene una superficie articular
para el diente del axis, que forma la articulación atlantoodontoidea. Esta articula-
ción es de tipo trocoide, es decir, permite el movimiento de rotación de la cabeza
(Fernández-Villacañas y Moreno Casales 2002: 92-95). La articulación entre el
atlas y el axis es muy compleja, ya que presenta varios ligamentos y una membra-
na,6 motivo por el cual la decapitación en este punto se vuelve un procedimiento
mucho más laborioso, que debe realizarse con movimientos en dirección poste-
rior-anterior.7 Si el cadáver se encontraba boca arriba, la mandíbula impediría el
corte de estas estructuras.
La desarticulación del resto de las vértebras cervicales (C3-C7) resulta más
sencilla, pues presentan un disco intervertebral8 susceptible de ser seccionado
con gran facilidad con una maniobra en sentido anteroposterior o lateral. Ade-
más, están unidas a la vértebra contigua por medio de carillas articulares,9 cuya
separación es más simple de realizar si el individuo se encuentra boca arriba o de

5
La columna vertebral cervical es la que tiene mayor movilidad: flexión, extensión, inclinación y
rotación (Fernández-Villacañas y Moreno Casales 2002: 93).
6
Los ligamentos asociados a la columna cervical son segmentarios (unen dos vértebras: intertrans-
versos e interespinosos) y suprasegmentarios (que recorren toda la columna: longitudinal común
anterior, longitudinal común posterior, ligamento amarillo y supraespinoso). Las dos primeras
vértebras cervicales son más complejas, pues en ellas se encuentran la membrana tectoria, los liga-
mentos occipitoatloideos, los atlantoaxoideos, los occipitoodontoideos y el ligamento cruciforme,
que tiene dos porciones (transversal y longitudinal). Este último mantiene el diente del axis en su
posición, y de quedar libre a consecuencia de un traumatismo, podría causar tetraplejia o la muerte
(Fernández-Villacañas y Moreno Casales 2002: 93-96).
7
La desarticulación de las primeras vértebras cervicales con el individuo boca abajo ha sido repor-
tada en la Pirámide de la Luna (Pereira, comunicación personal, octubre de 2006).
8
Se trata de anillos de exterior fibroso que encapsulan un núcleo pulposo (Fernández-Villacañas y
Moreno Casales 2002: 93-96). La articulación de los cuerpos vertebrales es cartilaginosa, de tipo
sínfisis (Sarmiento Ramos y Sierra Robles 2002: 75).
9
Se trata de articulaciones sinoviales de tipo artrodia, es decir, plana (Sarmiento Ramos y Sierra
Robles 2002: 75).
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 321

Figura 1. Desarticulación de la
costado.10 Por sus características anatómicas, columna cervical (en sentido
la decapitación entre la tercera y séptima anteroposterior). Basado en Clascá
et al. 2000). Dibujo de Julio Emilio
vértebras cervicales debe llevarse a cabo al Romero.
menos en tres pasos si son utilizados ins-
trumentos de piedra (figura 1).

La decapitación en el Templo Mayor:


la colección de estudio

Los cráneos recuperados en las excavaciones


del Proyecto Templo Mayor corresponden a
distintos tratamientos mortuorios y se fechan entre 1469 y 1502.11 La muestra de
estudio incluye 72 cráneos12 procedentes de 19 ofrendas, 13 así como cinco más,
depositados en el relleno constructivo. Otros restos humanos han sido encontra-
dos en el edificio, pero corresponden a prácticas diferentes. Se trata de 42 infan-
tes sacrificados a Tláloc (López Luján 1993: 192-205; Román Berrelleza 1990),
un niño inmolado en honor de Huitzilopochtli (Chávez Balderas et al. 2005a,
2005b) y un entierro infantil secundario en la Ofrenda 13.14 Además, fueron
recuperados restos óseos humanos en contextos secundarios que formaban parte
del relleno constructivo. Se trata de diecinueve individuos,15 algunos con altera-
ciones térmicas por exposición indirecta al fuego, fracturas e intemperismo. Esta
muestra fue analizada por Diana Bustos (2005).

10
Esto pudo documentarse en el anfiteatro de la Facultad de Medicina en 2001, cuando observamos
los trabajos para obtener colecciones anatómicas de referencia. Agradecemos el apoyo de Joaquín
Reyes-Téllez y Simón González Reyna.
11
Las ofrendas en que fueron depositados corresponden a la Etapas IVb, V y VI.
12
Durante las excavaciones de Hugo Moedano y Elma Estrada Balmori en 1948 se recuperaron dos
máscaras cráneo de infantes (Estrada Balmori 1990). En 1966 Eduardo Contreras y Jorge Angulo
recuperaron cinco cráneos trofeo y dos máscaras-cráneo (Contreras 1990). Por su parte, Ángel
García Cook y Raúl Arana localizaron en 1978 cinco cráneos trofeo y una máscara cráneo. Estos
elementos han sido analizados previamente (Peña 1978; Pijoan Aguadé et al. 2001). Si se cuentan
estos decapitados el NMI asciende a 87.
13
La colección de estudio se distribuye en las siguientes ofrendas: cuatro localizadas en el eje cen-
tral del edificio (ofrendas 11, 13, 17 y 20); siete en la mitad dedicada a Huitzilopochtli (ofrendas
6, 15, 60, 62, 64, 82, 98) y siete en la consagrada a Tláloc (ofrendas 22, 23, 24, 58, 88, 95 y 107).
Los cráneos recuperados antes de la conformación del Proyecto Templo Mayor proceden de cuatro
ofrendas: CA, B1, B2 y Ofrenda 1, todas ellas en la mitad dedicada al dios de la Guerra (López
Luján 1993).
14
Durante las excavaciones de García Cook y Arana (1978) se recuperaron los restos de un infante
en la llamada Cista 2. Desafortunadamente, este contexto fue alterado durante la construcción del
colector de aguas negras a principio del siglo xx, por lo que se desconoce la naturaleza del depósito.
15
Cinco cráneos procedentes del relleno constructivo fueron analizados en esta obra, ya que pre-
sentan huellas de modificación cultural.

Ximena Chávez Balderas


322 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

40
Figura 2. Determinación del sexo 35
en los individuos decapitados 30
procedentes de 19 ofrendas,
basado en un número mínimo 25
de 72 individuos. 20
15
10
5
0
Masculino Femenino Indeterminado

Los 72 personajes analizados corresponden a cráneos-trofeo, máscaras-crá-


neo y cráneos de tzompantli. Es muy posible que todos hayan sido sacrificados, lo
cual se infiere por la modificación de sus cuerpos en estado cadavérico, pero sobre
todo por los patrones de selección relativos al número de individuos depositados
por ofrenda, edad y sexo. Además, las fuentes históricas y las características sim-
bólicas del edificio apoyan esta hipótesis.

Análisis osteobiográfico

Si bien el presente estudio se enfoca en las cuestiones tafonómicas, es preciso


exponer datos osteobiográficos generales para comprender las principales carac-
terísticas de los individuos.16 En este apartado se abordará el sexo de los indivi-
duos, edad y condiciones de salud-enfermedad. Adicionalmente, se encuentra en
proceso el estudio de genética de poblaciones que Diana Bustos lleva a cabo en
el laboratorio de Lourdes Muñoz del Departamento de Biología Molecular del
Cinvestav-ipn.
En la muestra predominan individuos masculinos, aunque es preciso men-
cionar la presencia de restos femeninos. Desafortunadamente, no pudo deter-
minarse el sexo de una parte de los individuos estudiados, pues no lo permitió
el estado de conservación de los restos ni la edad, ya que algunos son infantes y
subadultos (figura 2).17 En un futuro no se descarta emplear otras técnicas, como
la función discriminante o el análisis de dna.

16
Actualmente se encuentra en preparación el estudio osteobiográfico que hace énfasis en las con-
diciones de salud-enfermedad de los individuos que conforman la colección.
17
La investigación se realizó observando los criterios propuestos por William Bass (1971) y Douglas
Ubelaker (1978).
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 323

60

50 Figura 3. Determinación de la
edad en los individuos decapitados
40 procedentes de 19 ofrendas. Basado
en un número mínimo de 72
30
individuos.
20

10

0
Infantil Subadulto Adulto

La edad de los individuos muestra que la decapitación fue el tratamiento


mortuorio predominante para los adultos (figura 3).18 La mayoría se encontraba
entre 20 y 30 años al fallecer y únicamente se registraron cinco individuos mayo-
res de 30 años. En cuanto a los infantes, tenían entre seis y ocho años de edad
cuando fueron inmolados; destaca la presencia de un niño de aproximadamen-
te cuatro años. Cabe mencionar que ningún menor fue depositado como cráneo-
trofeo o cráneo de tzompantli.
En general, la muestra estudiada presenta buenas condiciones de salud,
aunque se perciben algunos problemas en la cavidad bucal, como caries de pri-
mer y segundo grados, y sarro. Se registraron algunos casos de hiperostosis poró-
tica y criba orbitalia, así como ejemplos de fracturas nasales que debieron ocurrir
mucho tiempo antes de que murieran. Destaca un proceso infeccioso severo en
el maxilar de un individuo masculino y una fractura perimórtem en el frontal de
otro individuo, muy probablemente la causa de su muerte (figura 4). El análisis
de esta población se encuentra en curso y han sido seleccionados los casos más
representativos para realizar una tomografía helicoidal, bajo el auspicio de José
Luis Criales de CT Scanner de México.
De manera preliminar se puede adelantar que no hay un patrón de salud-
enfermedad definido en la selección de los individuos, tal y como se ha detecta-
do en los niños sacrificados en honor a Tláloc (Román Berrelleza 1990; Román
Berrelleza y Chávez Balderas 2006), lo cual guarda cierta lógica si consideramos
que una de las principales formas para hacerse de cautivos era la guerra. Además,
existe la posibilidad de que entre los sacrificados se encontraran nextlahualtin (“los
pagos”), xipeme (sacrificados en honor a Xipe Tótec) e ixiptla (representación de los
dioses), categorías ya estudiadas por Alfredo López Austin (1996: I, 433-434).

18
Para la determinar su edad fueron observadas suturas craneanas, desarrollo y desgaste dentario
(Bass 1971; Ubelaker 1978).

Ximena Chávez Balderas


324 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

Otro de los rasgos observados en la colec-


ción es la presencia de algunos casos de defor-
mación craneana tabular erecta y de mutilación
dental, tratamientos poco frecuentes en Tenoch-
titlan, aunque generalmente asociados a la elite.

Análisis tafonómico

La decapitación perpetrada en el Templo Mayor


corresponde a la desarticulación de la columna
cervical, maniobra que requería de varios cortes
o golpes cortocontundentes. Su realización esta-
ba condicionada por la anatomía y las caracterís-
ticas de los instrumentos empleados. Sin em-
bargo, al analizar las huellas encontradas en el
Figura 4. Fractura con
hundimiento. Individuo material óseo, se puede determinar las distintas técnicas utilizadas. En todos los
de sexo masculino casos la decapitación fue practicada cuando los cuerpos aún conservaban tejidos
procedente del relleno blandos y la desarticulación fue lenta, lo que supone que los individuos habían
constructivo. Fotografía
de Ximena Chávez fallecido tiempo antes.
Balderas. Indudablemente, existía una clase sacerdotal poseedora de un conocimien-
to anatómico especializado. Al analizar los restos, la diferencia en la cantidad
de huellas de corte permite presumir que algunos ministros eran más diestros
que otros. Esto quizá se debiera a la presión del tiempo, al cuidado dispuesto o
a la pericia. Independientemente de la técnica empleada, en todos los casos la
decapitación se efectuaba con el individuo boca arriba, con un corte entre la ter-
cera, cuarta o quinta vértebras cervicales. A continuación se detallan las técnicas
empleadas en este ritual.
La primera corresponde a la desarticulación de la columna cervical por
medio de un instrumento de borde muy fino, con el cual se hacían cortes suaves
y repetitivos. Si se considera el ancho de las huellas, es posible suponer que se
emplearon tanto herramientas de obsidiana como de pedernal, aspecto que será
precisado en un futuro a partir del análisis de microscopía electrónica de barrido.
El sacerdote habría colocado el cadáver boca arriba, cortado la piel y seccionado
los músculos del cuello. Es muy probable que la tráquea hubiese sido separada
antes de realizar los cortes, lo cual habría asfixiado al individuo. La razón de este
procedimiento era localizar el disco intervertebral, de consistencia mucho más
suave que el hueso, para seccionarlo. Las huellas en los cuerpos vertebrales pue-
den considerarse accidentales, originadas cuando se intentaba ubicar la articula-
ción cartilaginosa con la visibilidad obstruida por la sangre y los tejidos blandos.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 325

Figura 5. Cortes repetitivos en el cuerpo vertebral realizados Figura 6. Golpes cortocontundentes en el cuerpo de la
con un instrumento cortante de borde fino. Individuo adulto, vértebra. Individuo adulto, de sexo masculino, procedente
de sexo masculino, procedente del relleno constructivo. de la ofrenda 82. Fotografía de Jesús López.
Fotografía de Jesús López.

El siguiente paso sería seccionar las cápsulas sinoviales de las carillas articulares
y las apófisis espinosas.19 La separación de la cabeza concluía al cortar las estruc-
turas blandas de la parte posterior del cuello (figura 5).
La segunda técnica corresponde a la desarticulación mediante golpes corto-
contundentes, probablemente propinados con una suerte de hacha. Como en la
técnica descrita anteriormente, el sacerdote asestaría el golpe en dirección ante-
roposterior, con el individuo recostado boca arriba.20 Es muy posible que hubiese
retirado tejidos blandos, incluida la tráquea, para tratar de distinguir entre el
disco y el hueso. De acuerdo con la evidencia, el encargado del ritual habría ases-
tado entre uno y cuatro golpes para seccionar el cartílago. Habría completado la
maniobra separando las carillas articulares y las apófisis espinosas, utilizando un
instrumento de menor dimensión, tal y como lo confirman las huellas de corte.
Finalmente, la cabeza debía separarse del cuerpo cortando el resto de los tejidos
blandos de la parte posterior (figura 6).
Una tercera técnica fue documentada gracias a las huellas encontradas en
dos cráneos procedentes de la ofrenda 60, como si se pudiera adivinar la mano de
un mismo sacerdote. La desarticulación fue lateral y el corte penetró directamen-
te la cápsula sinovial que conforman las carillas articulares. Al tratar de realizar

19
Gracias al auspicio de Joaquín Reyes Téllez y Simón González de la Facultad de Medicina de
la unam, fue posible registrar este procedimiento en la obtención de las colecciones de referencia
durante 2001.
20
Dos casos procedentes de la ofrenda 98 documentan que este procedimiento se realizó con el
individuo boca arriba, pero el golpe fue asestado lateralmente.

Ximena Chávez Balderas


326 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

Figura 7. Cortes finos realizados


lateralmente para cortar la cápsula
sinovial. Individuo adulto, de sexo
masculino, procedente de la ofrenda
60. Fotografía de Jesús López.

40
35
30 Figura 8. Distribución de la
25 colección procedente de las
ofrendas, por tipo de objeto.
20
15
10
5
0
Cráneos-trofeo Cráneos de tzompantli Máscaras-cráneo

esta maniobra, quedaron grabados numerosos cortes accidentales. Al concretar su


separación, se procedió a cercenar el disco intervertebral y las apófisis espinosas.
Esta técnica es quizá más complicada por el tamaño de la articulación y la escasa
visibilidad que provoca la presencia de tejidos blandos (figura 7).
Sin que importe una u otra técnica, la decapitación era el primer paso de
un tratamiento mortuorio que culminaría al producir un cráneo-trofeo, un cráneo
para el tzompantli o una máscara-cráneo (figura 8).
Mediante el análisis tafonómico y el registro de huellas de corte, basadas en
la metodología propuesta por Pijoan Aguadé (1997), fue posible definir la secuen-
cia general en la preparación de los cráneos. Las modificaciones culturales encon-
tradas en los restos óseos fueron registradas en cédulas gráficas. Esto permitió
establecer patrones y reconstruir procesos, pues debe recordarse que las huellas
quedan de manera accidental en el hueso, cuando éste se usa como superficie de
apoyo (Botella et al. 2000: 29).
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 327

Eliminación de Manufactura de Depósito en


Figura 9. Secuencia general de
tejidos blandos máscara cráneo las ofrendas
preparación ritual de cráneos.
Manufactura de
máscara cráneo y
depósito
Descarne y
Sacrificio Decapitación percusión Exhibición en
lateral el tzompantli

Eliminación de
tejidos blandos

Depósito en
las ofrendas

De acuerdo con la información de las fuentes históricas y la presencia de


patrones en la selección de individuos, es factible que todos los individuos de
esta muestra fueran sacrificados. Es posible que se les haya extraído el corazón,
degollado, o de una forma imposible de corroborar por la ausencia del esqueleto
poscraneal. El individuo habría sido decapitado mediante cualesquiera de las
técnicas mencionadas. Una primera posibilidad es que la cabeza desarticulada,
pero aún con tejidos blandos, formara parte de una ofrenda de consagración del
edificio, en cuyo caso la llamaremos cráneo-trofeo.21 Adicionalmente, una gran can-
tidad de cráneos fue descarnada para obtener un aspecto esqueletizado, lo cual
serviría para producir máscaras-cráneo o para llevarlos al tzompantli. Estos últimos
fueron reutilizados después de su exhibición, como se detallará más adelante. A
continuación se resume la secuencia de preparación de los cráneos (figura 9).
Determinar la secuencia permite establecer que los individuos que forma-
ban parte de una misma ofrenda, en la que se registraron las tres variantes de
preparación de cráneos, murieron en fechas distintas y no durante el mismo rito,
como pudiera pensarse.22 Esto último se infiere por las marcas dejadas sobre el
hueso, pero sobre todo, por los tiempos de exhibición, la descomposición de los
tejidos blandos y la reutilización. A continuación se exponen las tres variantes de
cráneos en las ofrendas.

Cráneos-trofeo

El depósito de cabezas para consagrar las edificaciones ha sido documentado desde


épocas muy tempranas en Mesoamérica (Moser 1973; Nájera C. 1987). Como
21
Con excepción de un cráneo de la ofrenda 24, el cual fue descarnado, conserva dos vértebras
cervicales y fue localizado en la proximidad de una máscara cráneo. Este depósito se encuentra
emplazado en la mitad norte dedicada a Tláloc.
22
Es factible que esto implique la coexistencia de diferentes poblaciones en una misma ofrenda,
como se trata de corroborar en el análisis de genética de poblaciones realizado por Diana Bustos.

Ximena Chávez Balderas


328 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

eran sepultadas poco tiempo después de la deca-


pitación, conservaban tejidos blandos (figura 10),
como lo demuestra la presencia de vértebras cer-
vicales en conexión anatómica y la ausencia de
huellas de descarne. Las vértebras recuperadas
de los contextos arqueológicos del Templo Ma-
yor mantenían una conexión anatómica estricta o
suelta, aunque en algunos casos estaban muy des-
plazadas, pues la descomposición ocurrió en espa-
cios vacíos, donde la degradación de otros mate-
riales orgánicos ocasionó grandes movimientos.
No fue posible observar huellas de corte
en todos los individuos, pues el estado de con-
servación no lo permitió. En aquellos que si las
conservaron, la decapitación se efectúo desarticu-
lando entre C3-C4, C4-C5, C5-C6, es decir, por
debajo de la mandíbula.23 Por sus características y
situación anatómica, es sencillo practicarla en este
rango de vértebras. Contrasta la presencia de dos
vértebras torácicas en un individuo de la ofrenda
98 (Olmo 1999: 218). Estos elementos quizá fueron
colocados ya esqueletizados, pero esto no se pudo
corroborar, pues están en mal estado de conser-
vación y no hay un registro de las conexiones ana-
tómicas.
Después de colocar el contenido de las ofren-
das, los sacerdotes habrían depositado los cráneos-
trofeo. El depósito era sellado, con lo que se daría
por concluido el ritual.

Cráneos de tzompantli

La famosa empalizada que tanto llamó la atención


de conquistadores y frailes, exhibía gran número de
Figura 10. Ofrenda de un cráneo-trofeo, durante la
consagración de un templo (Códice Borgía 1993: 4).
cráneos descarnados (figura 11). Aunque suele pen-
sarse que los individuos que conformaban el tzom-
pantli eran hombres capturados en la guerra (Gon-

23
Únicamente se registraron un par de casos en el que la deca-
pitación se llevó a cabo entre C6 y C7.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 329

Figura 11. Tzompantli de Tenochtitlan


(Durán 1995: II, lám. 5).

zález Torres 1985: 257), la muestra incluye individuos del sexo femenino. La pre-
sencia de mujeres en el tzompantli fue documentada recientemente en Zultepec,
Tlaxcala, en el que fueron exhibidos los cráneos de una indígena y tres españolas
(Botella y Alemán 2004: 178). De acuerdo con Christian Duverger (1993: 167-
171), la empalizada de cráneos se encontraba, visualmente hablando, al alcance
de la población; de ahí su carácter intimidatorio. Este autor nota algo muy inte-
resante: la palabra tzompantli significa “lugar donde están alineados los cabellos”.
Recordemos que la coronilla era un lugar vulnerable, por lo que las madres
debían cuidar que nadie cruzara por encima de la cabeza de sus hijos y dañase
así su tonalli. El cabello era considerado como la capa protectora de la cabeza
y un elemento cargado de tonalli (López Austin 1996: I, 232). Esto se relaciona
estrechamente con el cautivo de guerra que era asido de los cabellos como señal
de que se le había apresado, de una manera simbólica y literal, comenzando así

Ximena Chávez Balderas


330 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

el principio del fin. La salida del tonalli tenía consecuencias fatales, ya que, como
afirma López Austin (1996: I, 358-360) a partir del vocabulario de Molina, la
traducción de la palabra agonizar, atlaza, es “arrojar la mollera”. Por ahí podía
salirse la entidad anímica si era cortado el cabello.
La presencia de cuatro cráneos de tzompantli en las ofrendas del Templo Ma-
24
yor comprueba que se reutilizaban y que incluso individuos del sexo femenino
eran exhibidos.25 Además, tres cráneos de tzompantli encontrados en el relleno cons-
tructivo asociado al edificio fueron de gran provecho para determinar la secuen-
cia general de preparación de estos elementos, la cual se describe a continuación.
A pesar de que no se conservaron las vértebras cervicales, las cuales se desar-
ticularon durante su exhibición,26 se infiere que los individuos fueron decapitados
en estado cadavérico, aunque se desconoce la técnica utilizada. El tratamiento
que recibió el cráneo mientras poseía tejidos blandos y su exhibición en la empa-
lizada de cráneos permite argumentar lo anterior.
Después de separar de la cabeza, ésta era desollada y descarnada. Para qui-
tar la piel los sacerdotes hacían un corte longitudinal en sentido anteroposterior.
Si bien es un hecho conocido que el desollamiento era parte fundamental de la
veintena tlacaxipehualiztli, éste se realizaba en otras celebraciones, pues era un paso
obligado para descarnar a los individuos. Los sitios en los que la piel se encuentra
muy pegada al hueso, son aquellos donde suelen concentrarse las huellas de esta
práctica (Botella et al. 2000: 34-41).
Para obtener el aspecto esqueletizado era preciso retirar la piel, el cartílago
nasal, los globos oculares, las orejas y descarnar del cráneo. Este último proce-
dimiento ocasionaba muchas huellas de corte, pues suprime las masas musculares
de las capas superficiales, profundas y medias. Los músculos no están completa-
mente adheridos al hueso, solamente se anclan a ellos en sus extremos, o bien, en
otros músculos, cartílagos o articulaciones. La inserción puede ser de tipo tendi-
nosa y penetrar el periostio. Otra posibilidad es que se unan al hueso por medio
de prominencias óseas (Sarmiento Ramos y Sierra Robles 2002: 77-79). Por esta
razón, las huellas tienden a concentrarse en los sitios de inserción. Es posible
encontrar marcas en lugares donde no se inserta el músculo, especialmente cuan-
do se emplea el hueso como una superficie de apoyo para cortar. Las huellas al
descarnar se caracterizan por ser múltiples, en una misma dirección y la incisión
más profunda es donde inicia el corte (Botella et al. 2000: 57).
En un cráneo procedente del relleno constructivo se documentó que había
sido expuesto al fuego indirectamente. Es probable que al hervirlo se facilitara

24
Estos fueron encontrados en las ofrendas 11, 20, 22 y 107.
25
Depositado en la ofrenda 22.
26
Los cráneos que fueron depositados en las ofrendas conservan la mandíbula, en tanto que los recu-
perados del relleno constructivo no la preservan.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 331

descarnarlo y vaciar la masa encefálica, como se realiza en los anfiteatros para


obtener colecciones de referencia.27 Una práctica de esta naturaleza podría aso-
ciarse con la antropofagia, pero en este caso no hay elementos suficientes para
corroborarlo.
El siguiente paso era realizar dos orificios laterales, que servían para atrave-
sar el madero donde eran exhibidos. La perforación lateral de los cráneos denota
un conocimiento anatómico muy especializado, sobre todo si se consideran las
características biomecánicas de este segmento anatómico. La perforación se hacía
mediante fractura por percusión, pero la forma y resistencia del cráneo complica-
ban la maniobra. Recordemos que el hueso se comporta de manera parecida poco
antes y poco después de la muerte (Botella et al. 2000: 81-85), por lo que un golpe
contuso o cortocontundente con un instrumento romo o de grandes dimensiones
ocasionaría una fractura no deseada: irradiada, con hundimiento o concéntrica
(Edwin Crespo, comunicación personal, abril de 2005). Para controlar la línea
de fractura, los sacerdotes aplicaban un golpe puntual con un buril o punzón de
piedra, lo cual concuerda con lo reportado para Tlatelolco (Pijoan Aguadé et al.
1989). Una vez perforado el cráneo, se percutían los bordes hasta obtener la for-
ma deseada, golpes que ocasionan pequeños hundimientos característicos del
trabajo en hueso fresco.
Los cráneos se depositaron en el tzompantli y, tiempo después, habrían sido
retirados, quizá por la desarticulación debida a la descomposición. El siguiente
paso era la reutilización, ya sea depositándolos en las ofrendas o manufacturando
con ellos otros artefactos.

Máscaras-cráneo

Con este nombre se conocen los cráneos que fueron modificados con la finalidad
de separar y decorar su porción facial. En sentido estricto, no se trata de máscaras,
ya que suelen presentar las órbitas y fosa nasal cubiertas, por lo que era imposible
portarlas como tales. Si se considera la presencia de orificios de suspensión, cabría
la posibilidad de que fueran exhibidas, pues Benavente o Motolinia (1971:74)
narran que las cabezas de los cautivos de guerra eran desolladas y “secábanlas para
las guardar”. También pudieron ser portadas por los sacerdotes, aunque carece-
mos de testimonios precisos que permitan corroborarlo.28

27
Gracias al apoyo de Joaquín Reyes Téllez y Simón González de la Facultad de Medicina de la
unam fue posible registrar este procedimiento en la obtención de las colecciones de referencia
durante 2001.
28
Durán (1995: I, 370-371) afirma que, durante el funeral de Tizoc, un sacerdote que represen-
taba al Señor de Inframundo portaba caras con ojos de espejo en las articulaciones y el vientre.
Desafortunadamente, no especifica el material con que estaban hechas.

Ximena Chávez Balderas


332 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

Las máscaras se elaboraban con un cráneo recién decapitado o a partir


de uno que procedía del tzompantli. En la colección hay cuatro máscaras-
cráneo que no presentan la perforación circular típica de los cráneos
del tzompantli;29 en cambio, fueron cortadas o tienen percusión
linear. Dos de estas máscaras corresponden a infantes de cuatro y
seis años, hecho que parece lógico si pensamos que sus pequeños
cráneos no tendrían cabida en el tzompantli. Después de la decapi-
tación eran desollados y descarnados. En el caso de los adultos,
la parte posterior fue suprimida mediante corte por desgaste
y percusión lineal, en tanto que en el de los niños presenta
desarticulación del frontal y percusión lineal.
El resto de las máscaras-cráneo tiene parte del orificio
lateral típico de los cráneos que proceden del tzompantli (mis-
ma dimensión y tratamiento mortuorio). Es factible que pro-
cedieran de la empalizada de cráneos, así lo sugiere el orificio
Figura 12. Máscara- semicircular, además de que se observan fracturas en los dientes,
cráneo con perforación
vinculadas al intemperismo, y algunos accidentes asociados a fracturas
lateral, procedente de la
ofrenda 6. Fotografía de por torsión, ocasionadas quizá por la pérdida de plasticidad del hueso (figura 12).
Michel Zabé. En cualquier caso, la preparación de máscaras-cráneo implicaba decapitar,
desollar y descarnar. Para esto último se empleaban instrumentos líticos de borde
fino. También se registraron casos de percusión para suprimir el ligamento estilo-
mandibular y las inserciones del pterigoideo medial de la base del cráneo.
La supresión de la parte posterior del cráneo se realizaba por medio de
percusión, corte por desgaste y desarticulación. Esta última se asocia a infantes y
subadultos, cuyas suturas aún son endebles. Como puntualiza Miguel Botella y sus
colaboradores (2000: 69), el objetivo de un corte es cercenar el hueso en sí mismo
y no los tejidos blandos, por lo tanto, es frecuente encontrar estrías finas parale-
las, rebabas de hueso, y que se finalice la fractura por torsión (características que
presenta la colección de estudio). La hidratación del hueso podría facilitar el corte,
aspecto de gran utilidad, si antes se había exhibido en el tzompantli (ibid.: 71-73).
En 2001 se reprodujo en laboratorio el corte por desgaste de un fragmento
de frontal aislado. Esto fue realizado en el anfiteatro de la Facultad de Medicina
de la unam, gracias a la generosa colaboración de Joaquín Reyes-Téllez y Simón
González Reyna. Para esto se emplearon tres lascas de pedernal, con filo vivo,30
ya que la obsidiana es demasiado suave para cortar hueso, aunque es efectiva
para suprimir tejidos blandos. Se hizo una incisión y, debido a la forma curva del
cráneo, el filo resbalaba dejando huellas paralelas al corte. Conforme el surco

29
Éstos proceden de las ofrendas 11, 15, 22 y 24. Corresponden a dos adultos y a dos infantes.
30
El material lítico empleado fue elaborado de manera experimental por Felipe Bate.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 333

se hacía más profundo, se conseguía mayor control en el corte. Las lascas se


desgastaron completamente y los pequeños fragmentos desprendidos, aunados
a la acción de cortar, pulieron el borde. Después de dos horas, prácticamente se
había conseguido seccionar el hueso en dos. La maniobra se terminó por torsión,
lo que dejó rebabas y levantó pequeñas láminas de la tabla interna. Todos estos
rasgos están presentes en la colección de estudio. Para cortar la base del cráneo
los sacerdotes realizaron tanto cortes como percusión, en algunos casos sin con-
trolar adecuadamente las líneas de fractura. A partir del análisis de microscopía
electrónica de barrido, y empleando la metodología propuesta por Velázquez
(2007), las huellas de corte obtenidas en la fase experimental serán contrastadas
con la muestra arqueológica.
Muchas de las máscaras-cráneo presentan evidencia de raspado en la tabla
externa. Estas huellas se producen cuando se elimina el periostio (cubierta mem-
branosa del cráneo) para dar un acabado liso a la superficie y es posible identifi-
carlas fácilmente, pues son estrías numerosas e irregulares, en diversas direccio-
nes (Botella et al. 2000: 63).
La mayoría de las máscaras-cráneo tienen perforaciones. Éstas son de dos
tipos: las decorativas y las que simulan una articulación. Las primeras se asocian a la
parte superior del hueso frontal. Con gran seguridad servían para colocar cabello
crespo, atributo de las deidades asociadas a la muerte; por tal motivo, Leonardo
López Luján (1993: 252) las asocia con la representación del dios Mictlan-
tecuhtli. Recuérdese que en el Códice Borgia (1993) aparece esta deidad descar-
nada, con cabello crespo y portando cuchillos tanto en la nariz como en la boca,
como sucede con algunas máscaras recuperadas en las ofrendas del Templo
Mayor de Tenochtitlan (figuras 13 y 14). Esta interpretación es consecuente con el
nivel que ocupan las máscaras-cráneo en las ofrendas,31 ya que se han encontrado
a la misma profundidad que las efigies de dioses como Xiuhtecuhtli, Quetzalcóatl
y Tláloc (López Luján 1993: 252; Olmo 1999: 105; Velásquez 2000: 105-11).
También aparecen asociadas a cartílagos rostrales de pez sierra que simbolizan la
tierra (López Luján 1993: 252, 323-339). Otro tipo de perforaciones se localiza
en la mandíbula y en el arco cigomático o en la superficie articular temporoman-
dibular, lo cual habría permitido simular la articulación de cráneo y mandíbula.
Esto indicaría que fueron suspendidas y exhibidas, pues en las ofrendas no serían
necesarios los amarres y, simplemente, se articularían en una posición estable.
Es importante mencionar que dos casos (ofrendas 11 y 15) documentan la
manipulación de restos esqueletizados. Se trata de dos máscaras-cráneo, cada
una de ellas conformada por dos individuos. Esto ya lo había notado previamen-
te Pijoan Aguadé y sus colaboradores (2001: 510) en las máscaras recuperadas

31
La mayoría de estas ofrendas pertenecen al Complejo A de la taxonomía propuesta por López
Luján (1993: 252, 323-339).

Ximena Chávez Balderas


334 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

por Eduardo Contreras y Jorge Angulo en 1966. De


vuelta a nuestra muestra de estudio, la máscara de la
ofrenda 15 presenta la careta de un infante de entre
9 y 10 años y la mandíbula de un adulto masculi-
no. Ésta fue recortada para que tuviera las mismas
dimensiones que la careta. En cambio, la máscara de
la ofrenda 11 se compone de una careta infantil (de
ocho años, aproximadamente) y la mandíbula de un
adulto de sexo femenino. Ésta es tan grácil que no
fue necesario recortarla. Creemos que su selección
refleja la existencia de huesos almacenados, los cua-
les podrían utilizarse para otras ceremonias.

Conclusiones

Los restos humanos encontrados en las ofrendas del


Figura 13. Máscara-cráneo con cuchillos en la cavidad
nasal y oral, procedente de la ofrenda 6. Fotografía Templo Mayor de Tenochtitlan son evidencia indirec-
de Michel Zabé. ta del sacrificio humano que se llevaba a cabo en el
edificio, al tiempo que reflejan la complejidad de los
tratamientos mortuorios y la presencia de una clase
sacerdotal especializada en trabajar con cadáveres.
Si se cuenta el número de infantes sacrificados,
los individuos decapitados, los restos secundarios en
rellenos constructivos y los cráneos asociados a la
plaza donde desplantaba el edificio, los restos suman
aproximadamente 150 individuos, extraídos de todas
las etapas constructivas exploradas.32 Esto contrasta
con las exorbitantes cifras recabadas por frailes y con-
quistadores. Para el funeral de Ahuítzotl, Durán (1995:
I, 452) relata el sacrificio de 200 esclavos, cifra que
supera el total de restos asociados al Templo Mayor
de Tenochtitlan.
La selección de la cabeza como el don que fue
depositado en las ofrendas del “Cu de Huichilobos”
no fue un acto aleatorio, sino un patrón que obede-

32
Esta cifra incluye los restos recuperados antes de la confor-
mación del Proyecto Templo Mayor, pero no consideran mate-
Figura 14. Mictlantecuhtli, Señor del Inframundo (Códice riales procedentes de otras exploraciones, como de la Casa del
Borgia 1993: 23). Marqués del Apartado o de la Catedral metropolitana.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 335

ció a razones diversas, entre ellas la concepción del cuerpo humano. La cabeza
piensa, sabe, mira, huele, es el lugar donde se concentran nuestros sentidos: es
la que se hace famosa (López Austin 1996: I, 182-185). En ella están los rasgos
distintivos de cada persona, las características fenotípicas que nos distinguen de
los demás y que, tras la descomposición de los tejidos blandos, paradójicamente,
se transforman en una homogeneidad. De acuerdo con las antiguas concepciones
nahuas, en el cuerpo se asentaban tres entidades anímicas: el tonalli, el teyolía y
el ihíyotl; la cabeza albergaba a la primera y era considerada como la fuerza que
daba calor, valor, vigor y que permitía el crecimiento. Se asentaba en la cabeza
del niño el día en que se realizaba el baño ritual y su ausencia ocasionaba enfer-
medad y muerte.
Cada segmento corporal era equiparado con una parte del universo y, a su
vez, con algún integrante de la familia nuclear. Esto queda evidenciado en uno
de los nombres con que se identificaba el tonalli: ilhuícatl o cielo (López Austin
1996: I, 223-251, 430). Esta entidad anímica se disgregaba al ocurrir la muerte.
En este sentido, el sacrificio y las ulteriores prácticas mortuorias que se hacían
en las cabezas deben verse en términos de la comunión con un cuerpo lleno de
fuerza vital o, como menciona González Torres (1985: 137), un último paso para
extraer tal fuerza y transferir el tonalli.
A partir del análisis de los cráneos en contexto de ofrenda, la decapitación
debe ser entendida como un tratamiento post mórtem y, en algunos casos, peri-
mórtem, sin que se considere como la causa directa de la muerte. La tecnología
lítica, la constitución de esta región anatómica y las huellas encontradas en los
restos óseos son indicadores que permiten sustentarlo.
A partir del análisis de fuentes históricas, López Luján (1993: 95, 282) con-
cluye que el decapitado se vincula al alimento de la tierra, la guerra, el sacrificio,
las ceremonias de consagración, la representación del Señor del Inframundo
y a ciertas fiestas calendáricas, especialmente la celebrada durante la veintena
de tlacaxipehualiztli. Michel Graulich y Elizabeth Baquedano (1993: 167-174)
señalan, además, que la decapitación se asocia a las cabezas-trofeo, al juego de
pelota y al murciélago. Estos autores consideran que hay un vínculo insoslaya-
ble de la decapitación con las fiestas calendáricas, que nos remiten a la sucesión
de las estaciones seca y lluviosa que se festejaban durante las veintenas etza-
cualiztli, huey tecuilhuitl, ochpaniztli, quecholli e izcalli. No obstante, en esta inter-
pretación utilizan decapitar y degollar como sinónimos, sentido que debería ser
precisado.
Destaca el orden con el que fueron sepultados los cráneos en el edificio. Los
depósitos con mayor cantidad de individuos y tratamientos mortuorios complejos
se asocian al eje central del edificio (ofrendas 11, 13, 17 y 20). Veinte de los 38
cráneos-trofeo se encuentran en estas cuatro ofrendas. Además, estos depósitos

Ximena Chávez Balderas


336 • El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana

35
30
Figura 15. Distribución espacial 25
de los individuos respecto del
simbolismo del Templo Mayor. 20
15
10
5
0
Mitad norte Mitad sur Eje central

concentran 11 máscaras-cráneo y tres cráneos de tzompantli.33 De todas destaca la


ofrenda 20, en la que fueron depositados 12 individuos, que representan los tres
tipos de modificación cultural.
En cuanto a las ofrendas dedicadas al dios de la lluvia y al numen guerrero,
fue posible detectar patrones muy claros. Siete ofrendas con individuos decapi-
tados fueron dedicadas a Tláloc, mientras que 11 lo fueron a Huitzilopochtli (fi-
gura 15).34
Los depósitos emplazados del lado de Huitzilopochtli concentran a la mayoría
de los individuos decapitados, lo cual es consecuente con el carácter bélico de la dei-
dad. No obstante, destaca la ausencia de cráneos de tzompantli asociados a este dios.
En la mitad dedicada a Tláloc sólo fueron encontrados 10 individuos deca-
pitados, pues a este dios se le consagraban infantes, cuyos restos óseos no fueron
modificados. El patrón de depósito de los decapitados en la mitad dedicada al
dios de la lluvia es diferente, pues las ofrendas suelen tener entre uno y dos indivi-
duos, número que contrasta con los 12 encontrados en la ofrenda 20 (eje central)
y con los ocho de la ofrenda 98, dedicada a Huitzilopochtli.
En las ofrendas también fueron detectados patrones espaciales de coloca-
ción. Las máscaras-cráneo suelen encontrarse en el mismo nivel que las efigies de
algunas deidades, así como algunos elementos que simbolizan el nivel terrestre
(cartílago rostral de pez sierra y cráneos de cocodrilos). Estos elementos suelen
asociarse a numerosos objetos de concha. Por su parte, los cráneos de tzompantli
con frecuencia aparecen aislados y no conservan un lugar fijo en los depósitos. En
cambio, los cráneos-trofeos aparecen en la parte superior de los depósitos. Con

33
El cuarto cráneo de tzompantli, si bien se ubica emplazado del lado de Tláloc, es preciso especificar
que fue localizado en la plaza que se encontraba frente al Templo Mayor.
34
Recordemos que, en el presente estudio, se analizaron siete ofrendas dedicadas a Huitzilopochtli,
pero fueron localizadas cuatro más en las excavaciones previas al comienzo Proyecto Templo Mayor.
Decapitación ritual en el Templo Mayor de Tenochtitlan • 337

ellos, el sacerdote se disponía a sepultar la ofrenda para continuar con el funcio-


namiento del edificio.
La decapitación no es una práctica exclusiva de los mexicas, pues es bien
conocida su amplia distribución en el tiempo y espacio mesoamericanos. No obs-
tante, en el “Cu de Huichilobos” se diversificó de tal modo que alcanzó una com-
plejidad y un orden no observados en otros sitios.

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