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Programa de Maestría en Arqueología (2018-2020)

Centro de Estudios Arqueológicos

(CEQ), La Piedad, Michoacán

Proyecto de investigación:

“LAS PRÁCTICAS SACRIFICIALES EN LA

SOCIEDAD TARASCA DEL POSTCLÁSICO

TARDÍO (1350-1525 d.C.). VIOLENCIA,

IDEOLOGÍA Y PODER A TRAVÉS DE UN

PERFORMANCE DE ESTADO: UN

ANÁLISIS BIOARQUEOLÓGICO”

Presentado por:

Lic. Eduardo Alberto Miranda Paniagua

Actividad: Ensayo Final

Tema: el sacrificio humano en la

Complejidad Social

Moche Vs Tarascos

Septiembre del 2019


1
ÍNDICE

Resumen……………………………………………………………………………………………………………………………3

Introducción………………………………………………………………………………………………………………………4

Antecedentes…………………………………………………………………………………………………………………….6

El sexo y el sacrificio humano: la unión de fuerzas opuestas que se complementan…………..8

El arte y el sacrificio humano: ausencias y presencias……………………………………………………….16

Diferencias y similitudes en la evidencia bioarqueológica del sacrificio……………………………..20

La guerra y el sacrificio humano: un punto de comparación……………………………………………..22

Conclusiones……………………………………………………………………………………………………………………23

Bibliografía………………………………………………………………………………………………………………………24

2
RESUMEN

Esta investigación es un análisis comparativo entre dos culturas arqueológicas, la moche y


la tarasca. Ambas sociedades realizaban prácticas sacrificiales, aunque en distinta
temporalidad y espacialidad, sin embargo, a pesar de que los dos grupos practicaban
sacrificios humanos, existe una clara variabilidad que puede ser discutida en términos
arqueológicos. Por lo que una de las diferencias más significativas puede estar asociado a la
connotación predominante que existe entre el sexo y el sacrificio, ya que para los moche la
muerte está ligada a la vida, en una dualidad constante y entre los tarascos, por los datos
etnohistóricos que proporciona la Relación de Michoacán, podemos saber que el sexo en la
sociedad tarasca era regulada y censurada, explícita del matrimonio, y cualquier acto de
adulterio era considerado como un crimen y por lo tanto, ameritaba un castigo, que podía
ser la mutilación corporal, y en caso de haber cometido cuatro delitos, los ofensores eran
sacrificados por medio del golpe tradicional en la nuca. La expresión artística del sacrificio
humano es el otro punto de análisis, ya que para los moche, este motivo era representado
abundantemente en la mayoría de objetos utilitarios, así como en murales y templos,
algunos de ellos visibles en los peregrinajes sacrificiales a las huacas, mientras que para los
tarascos el arte del sacrificio humano era representado a través de la oralidad, ya que por
medio del discurso pronunciado por el sacerdote mayor, se relataba toda la historia mítica
y fundacional del pueblo tarasco, legitimando los linajes militares y sacerdotales, por lo que
la culminación de este discurso era el sacrificio de guerreros, los cuales eran consumidos en
rituales de antropofagia. Finalmente, la guerra es el último punto de comparación, y es en
esta variable donde se encuentran más similitudes, ya que para ambos grupos el sacrificio
de cautivos de guerra, era uno de los propósitos fundamentales de esta práctica, y en ambas
sociedades, el sacrificio de guerreros era simbólicamente más significativo tanto para sus
dioses, como para las personas que consumían su carne, su sangre y su fuerza.

3
INTRODUCCIÓN

El punto central de la investigación es el análisis comparativo de las prácticas sacrificiales


entre los moche (200 a.C. al 700 d.C.) y los tarascos (1350-1525 d.C.). No es extraño, como
señalan varios autores, que sociedades de distintas latitudes y temporalidades realizarán
este tipo de actividades religiosas que frecuentemente estaban relacionadas con la
estructura política de las personas encargadas de llevar acabo estos actos performativos.
Esto generaba toda una estructura jerarquizada de personas que participaban en la
ceremonia y de los que no lo hacían: de dioses o sacrificadores provenientes de un mundo
espiritual, de guerreros que se autosacrificaban o eran sacrificados para después consumir
su carne y su fuerza, de sacerdotes que dirigían por medio de la teatralidad, la sangre y la
violencia, y, sobre todo, de las personas que veían este performance, ya que era el público
para quienes estaba dirigido el ritual.

Hay algunas claras diferencias y similitudes, como era de suponerse, ambos grupos
realizaban esta práctica, pero cada uno con sus propias variantes, entre los moche, por
ejemplo, aparece la relación de la sexualidad con el sacrificio humano, como un juego
binario de opuestos que se complementan: la muerte y la creación, el día y la noche, lo
húmedo y lo seco, el frío y el calor, etc. Pero, en los tarascos, la sexualidad aparece muy
censurada, inclusive hay castigo, mutilación y sacrificio para aquellos que cometan el
adulterio.

Otro punto muy importante de señalar, es en el arte, ya que para los moche, el
sacrificio se representaba abundantemente en la iconografía de la mayoría de sus objetos
utilitarios, vasos, platos, vasijas, así como en murales, petrograbados, etc. Mientras que en
los tarascos no aparece nada de esto, de hecho, no existe un motivo cerámico tarasco
relacionado con ello, ni tampoco hay escritos que hablen propiamente de la conexión entre
el sacrificio humano y el arte, excepto en la Relación de Michoacán. Sin embargo, la realidad
del arte tarasco era que se basaba en la oralidad y en la transmisión de su cosmovisión a
través del discurso del petámuti o sacerdote, quien además de presidir la ceremonia

4
sacrificial, transmitía todo el origen de la fundación del pueblo tarasco, así como la
genealogía del linaje gobernante, y de la elite militar uacúsecha, una vez relatada esta
historia, la ceremonia culminaba con el sacrificio de los cautivos de guerra o la ejecución de
los criminales.

Finalmente, uno de los factores que más tienen en común ambas culturas, podría
ser la ideología del sacrificio humano con respecto a la guerra, ya que como lo veremos más
adelante, el performance sacrificial podía variar en cuanto a rituales previos o posteriores,
pero lo fundamental de este práctica era la obtención de guerreros, quiénes por su destreza
y fortaleza, no sólo física, sino también espiritual o hasta sexual, eran el objetivo principal
de las prácticas sacrificiales, así como también eran el “alimento” principal de sus deidades
más importantes.

5
ANTECEDENTES

Bourget (2016), señala que las ideas predominantes que se tiene sobre los rituales de
sacrificio humano moche, arqueológicamente e iconográficamente, no han sido debatidas
en un intento de entender en realidad, ¿por qué se sacrificaba? Los arqueólogos en general,
han dado por sentado que tanto los actores como el ritual que se llevaba a cabo permaneció
sin cambios. Y la idea predominante es que la ceremonia sacrificial estaba tan amplia y
fuertemente arraigada a la religión de estado, la cual era presidida por sacerdotes del reino
y a su vez compuesta por la elite gobernante, y cuando alguno de estos personajes fallecía
se llevaba a cabo un acto performativo, seleccionando tanto objetos como personas y/o
animales para ser ofrecidos en sacrificio.

Esta postura, dice Bourget (2016), es entendible porque es lo que muestra el registro
arqueológico, sin embargo, la evidencia más reciente arroja nuevas conjeturas sobre la
importancia que jugaba el sacrificio, como el centro de varias prácticas relacionadas con él,
tales como la peregrinación a las huacas de la Luna o el Sol, que culminaba con el sacrificio
humano. Inclusive se ha definido esta práctica como “la más importante ceremonia moche
detectada hasta la fecha”, ya que estaba asociada directamente con la ascensión, sucesión
y muerte de los gobernantes. En definitiva, los moche eran una sociedad con una cultura
visual del sacrificio, este performance era presidido por sacrificadores que eran
identificados como seres sagrados antropomorfos, los cuales eran representados
abundantemente en su iconografía, como lo era también el Sacrificio de la Montaña, la
Ceremonia de la Coca y la unión Sexo-Sacrificio.

Corona (1957), propone que el sacrificio humano entre los tarascos revistió dos
formas: una infamante que se daba a los criminales, y la honrosa del sacrificio en la guerra.
La primera se ejecutaba con un golpe de porra en la nuca en cumplimiento de una orden
dada por el juez, o por mandato del cazonci o irecha cuando se trataba de reos de poca
peligrosidad. La segunda, el sacrificio, se aplicaba a los prisioneros de guerra y se
acompañaba con grandes ceremonias, era tan honrosa o más que la muerte que se recibía

6
en el campo de batalla, la muerte por el sacrificio la daban a los dioses. El sacrificado, desde
que había sido hecho prisionero, asumía la personalidad de Curita-Caheri, Mensajero
Celeste, y como tal era reverenciado. Los cautivos eran recibidos por los Hatapatiecha, que
eran como pregoneros, los cuales los empolvaban con harina de maíz e iban bailando con
ellos hasta el lugar del sacrificio, para hacerlos llegar más rápido al cielo.

Para Aguilar (2013), los sacrificios humanos en el Estado tarasco están sumamente
vinculados con las guerras, de hecho, se puede decir que la mayoría de estas prácticas
culminaban con el ofrecimiento de las víctimas a sus dioses. Una vez que eran capturados
en las guerras, los cautivos eran llevados a la capital del estado por los sacerdotes
hatapatiecha que venían cantando delante de ellos, se los entregaban a los curitiecha y los
opitiecha para llevarlos con cantos en procesión sahumándolos con incienso hasta llegar a
la casa del irecha para entregárselos y posteriormente eran encarcelados hasta el día del
sacrificio.

Aguilar (2013), señala que el sacrificio de los cautivos era uno de los componentes
fundamentales de las fiestas en la sociedad tarasca. Para ello, los sacerdotes seleccionaban
a los cautivos que serían sacrificados, un ejemplo de esto es la fiesta de Sicuindiro, donde
se les señalaba el pecho a los esclavos o delincuentes que iban a sacrificar y posteriormente
les colocaban distintos atavíos como eran unas mitras de plata en la cabeza, una rodela de
plata en el pecho, cascabeles de cobre en las piernas, plumas o banderillas de papel.
Relacionando estos objetos con la deidad a la que se le sacrificaban, y finalmente, los
sacerdotes cesquarecha danzaban alrededor de ellos.

7
EL SEXO Y EL SACRIFICIO HUMANO

LA UNIÓN DE FUERZAS OPUESTAS QUE SE COMPLEMENTAN

La cultura mochica habitó la desértica explotaron exitosamente los recursos


costa del Perú entre los siglos I y VIII (ver marinos y de agua dulce como crustáceos,
imagen 1). Hoy se sabe que esta antigua moluscos y peces (Bourget 2007:10).
sociedad andina, tal vez la primera en
lograr el nivel de complejidad social de un
Estado, construía ciudades con Imagen 1. Mapa de la cultura mochica

elaboradas edificaciones, centros


especializados para la producción de
textiles, metales y cerámicas, así como
sectores para la elite y para el pueblo,
además de numerosos cementerios
(Bourget 2007). Desarrollaron también
una economía basada en el cultivo de
maíz, porotos, ají, calabaza, algodón y un
sinnúmero de otras plantas, y también

En este contexto, los moche desarrollarían un dualismo que abarcaría todo aquello
que era significativo en su sistema simbólico, y que, además, es muy útil para definir la
importante dicotomía entre la vida y la muerte presente en su cosmovisión. En la Huaca de
la Luna, esta relación parece ir más allá de las meras ofrendas funerarias, ya que abarca
todo el complejo, edificios, murales, sitios de entierro y de sacrificio humano (Bourget
2007). Esta dicotomía entre las fuerzas binarias, se representaba por medio del sexo y el
sacrificio, por lo que era abundantemente expresada en diferentes motivos: las escenas de
copulación vaginal son extremadamente escasas, siendo la mayoría de las representaciones
de actos de sodomía, masturbación, así como sexo oral y anal, y representaciones de

8
genitales femeninos y masculinos desproporcionados (ver imagen 2). Por lo que las escenas
y temas representados en estas vasijas están cognitiva y simbólicamente relacionadas con
el contexto funerario y sacrificial (Bourget 2007:16).

Imagen 2. Vasija moche con miembro masculino desproporcionado

Las escenas más populares son las de copulación anal. Y aunque los genitales son
claramente visibles, los artistas querían dejar en claro con minucioso detalle que el acto
sexual es de naturaleza anal, ya que a menudo los genitales femeninos, incluyendo los labios
y el clítoris están muy bien delineados, pero la penetración es rectal (ver imagen 3). Además,
este acto va acompañado de un gesto particular del hombre sosteniendo la barbilla de su
pareja, lo que también se da en escenas que involucran una víctima de sacrificio humano
(Bourget 2007:18-19).

Imagen 3. Vasijas con representación de sexo anal

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La masturbación y el sexo oral ocupan el segundo lugar en el rango de importancia
iconográfica moche. Y aunque la sexualidad es la primera percepción del acto, en realidad,
el trasfondo de ello es la violencia implícita, así como el poder y la dominación corporal. Ya
que constantemente se representan mujeres que reflejan una expresión de indiferencia, de
enojo o asco, y parecen estar tratando de apartarse del acto sexual. Es posible que estas
expresiones faciales quieran expresar la inexistencia de placer sexual y enfatizar la
dimensión ritual (Bourget 2007:26) (ver imagen 4).

Imagen 4. La masturbación en la cultura moche

La representación de mujeres masturbando a seres esqueléticos está asociado con


las ofrendas funerarias y con las víctimas sacrificiales. La principal diferencia entre las
escenas de masturbación y las escenas de copulación anal no es sólo la mayor
representación de hombres esqueléticos en las primeras, sino también el número de
mujeres que aparecen esqueletizadas, por lo general, las escenificaciones de este tipo
parecen formar parte de un ritual funerario (Bourget 2007). En consecuencia, en el tema de
la masturbación, la dualidad simbólica parece haber sido por lo menos de dos maneras

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diferentes: en la primera, la pareja es a menudo pintada en dos colores contrastantes,
donde la mujer es ilustrada en color rojo y su compañero esquelético en blanco y en el
segundo caso, la mujer se presenta esqueletizada, por lo tanto, su cuerpo también es
representado de color blanco. De esta manera, Bourget (2007:29), sugiere que estos
colores: rojo y blanco, representan los conceptos fundamentales de vida y muerte, es por
ello que fueron sistemáticamente utilizados en otros medios, tales como murales que
sirvieron para mostrar lo que pudieron ser los principios básicos de la iconografía y la
religión moche.

La otra forma de dominación corporal es la representación del sexo oral, el cual se


presenta de dos maneras (ver imagen 5). En la primera, ambos personajes están de lado,
cara a cara, con el hombre manteniendo o empujando la cabeza de su compañera hacia el
pene erecto. Y la segunda posición muestra al hombre sentado sobre una especie de asiento
rectangular con su compañera sentada en el suelo justo delante de él. Finalmente, el
hombre sentado sobre una tarima o trono, le daría fuerza a la naturaleza del acto sexual y
aunque el lenguaje gesticular de la iconografía moche no ha sido estudiado hasta ahora,
estos ejemplos nos permiten reiterar una vez más la relación cercana que puede haber
existido entre las escenas sexuales y el amplio concepto del ritual de guerra y el sacrificio
humano (Bourget 2007:37).

Imagen 5. Sexo oral en la cultura moche

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Para los tarascos, el primer blanco de expansión fue la sierra, seguida por la cuenca
del Balsas (Pollard 2004) (ver imagen 6). Campañas subsecuentes expandieron las fronteras
del control tarasco hacia todos los puntos cardinales, hasta alcanzar su máxima extensión,
al parecer, alrededor del 1470 d.C. Desde entonces, la estructura del imperio tarasco fue
reconocida por su alto grado de centralización política y por ejercer un control sobre su
territorio rara vez desafiado. Estas características pudieron estar relacionadas con el
surgimiento en el Postclásico Tardío (1350-1525 d.C.) de un sistema social plenamente
identificado con los tarascos, logrando mediante iniciativas diseñadas conscientemente,
subordinar a las identidades étnico-lingüísticas locales como a base del ejercicio del poder
social o político (Pollard 2004:122).

En este sentido, la principal agencia del repartidos entre la población local en


imperio en cuanto al intercambio épocas de escasez. Ya que esos bienes
económico fue su vasta red tributaria representaban una parte importante de la
centralizada y jerárquicamente economía imperial y de su estructura
organizada (Pollard 2004). Y aunque en el política (Pollard 2004:123).
fondo el sistema tributario era una
institución política, los artículos
Imagen 6. Límites políticos del Estado
provenientes de diferentes zonas del
imperio acababan depositándose en los tarasco

almacenes centrales de la capital en


Tzintzuntzan, para que fuesen
consumidos en la cuenca por la Familia
Real, por la burocracia política y por los
funcionarios religiosos de los templos
imperiales, que eran entregados como
regalos para los emisarios foráneos o eran

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En este sentido, una de las vertientes más importantes de las prácticas sacrificiales
tarascas es la naturaleza jurídica y penal que se aplicaba como parte de las normas en su
sociedad. En la Relación de Michoacán se mencionan cuatro formas de hacer justicia: 1) la
que se hacía todos los días, 2) la justicia general que hacía el petamuti o sacerdote en la
fiesta Equata Cónsquaro, 3) la que hacía el cazonci o rey tarasco y 4) la que hacía el juez
encargado de resolver conflictos de tenencia de tierra (Espejel 2008:209). Uno de los
eventos sacrificiales más importantes en la sociedad tarasca era la ceremonia de justicia
conocida como Equata Cónsquaro, que se traduce como la “Fiesta de las Flechas”. La justicia
general que se realizaba en ella una vez al año y que se llevaba a cabo en el patio del cazonci,
era presidida por el juez principal: el petamuti o sacerdote mayor; este personaje escuchaba
los crímenes por orden del cazonci y en representación de él, además de otorgar una
sentencia o castigo y en caso de haber cometido cuatro delitos, eran sacrificados por medio
del golpe tradicional en la nuca (Espejel 2008:209) (ver imagen 7).

Imagen 7. Ejecución por fractura craneal occipital o golpe en la nuca

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Estas víctimas culpables que incluían a varias clases de personas, eran llamados
uázcata y eran culpables de haber transgredido la ley (Pereira 2010:261). Las glosas de la
lámina II (ver imagen 8) de la Relación de Michoacán indican que entre los acusados se
encontraban hechiceros, perezosos, y malas mujeres consideradas como adúlteras. El
adulterio es un delito citado en varias ocasiones, y en este caso, es el gobernante mismo
quién decide el sacrificio o el castigo. En dicha lámina podemos apreciar al cazonci, ubicado
en la parte derecha de la imagen emitir una sentencia de mutilación corporal (de orejas) a
una mujer y su amante que habían cometido adulterio, y vemos en enfrente de ellos al
marido, exhibiendo como evidencia del delito: la manta. Por lo que, para los tarascos, el
sexo es censurado y el adulterio es un delito que se castiga severamente, además de que se
trata un crimen citado en múltiples ocasiones en la Relación de Michoacán. Uno de los
ejemplos fundamentales es el caso en el cual el Tariácuri engaña a Zurumban haciéndole
creer que la carne que le ofrece pertenece a un esclavo que sacrificó por haber tenido
contacto con una de sus esposas y se puede mencionar también el pasaje de las hermanas
de Aramen, sacrificadas por el señor de Xarácuaro porque su hermano tuvo relaciones
ilícitas con la esposa del cacique (Pereira 2010:261).

Imagen 8. El crimen y el castigo en la sociedad tarasca

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Como podemos apreciar, existe una clara diferenciación en cuanto a la relación que
guarda el sexo y el sacrificio humano entre las culturas moche y tarasca, respectivamente.
Mientras que para los moche, la sexualidad es un punto de partida para la comprensión de
su cosmovisión, para los tarascos es un punto de inflexión, es un acto tabú, censurado, hasta
el punto de la mutilación, el castigo y el sacrificio. Sin embargo, a partir de estas inferencias
y variantes con respecto a la sexualidad y las prácticas sacrificiales en ambas sociedades,
podemos comprender el papel que desempeñaba en cada una de ellas, ya que para los
moche, el sexo se entiende como el otro lado de la moneda del sacrificio, por una parte,
tenemos un acto de creación y por otro, de muerte, sin embargo, ambos no se entenderían
separados uno del otro, ya que esta dualidad es fundamental en el sistema religioso
mochica, así como para entender los aspectos más esenciales de la violencia como un
elemento de la complejidad social moche.

Y para los tarascos, el sexo “ilícito” o fuera del matrimonio, así como el adulterio,
son una forma más de control ideológico como la mayoría de los aspectos que rigen esta
sociedad, por lo que se trataba de la aplicación de la pena para un delito que cohesionaba
al Estado tarasco. Para López Austin (1981), los tarascos eran un grupo o una comunidad
con un sincretismo político-religioso muy fuerte, homologado por el culto a su deidad
principal, el Dios del Fuego: Curícaueri, por lo que los sacrificios eran un medio para la
legitimación del Imperio. Y al ir ganando terreno, el pueblo de los tarascos uacúsechas en
el ámbito militar, Curícaueri, se elevó hasta convertirse en el dios cuyo mandato, dado a
conocer por sus sacerdotes sacrificadores, lo convirtió en el rector de la política de toda la
zona. Por lo que el castigo aplicado específicamente por el rey o cazonci a las penas o delitos
sexuales, se vería entonces como un aspecto central dentro de la estructura político-
administrativa de la sociedad tarasca, ya que se trataba de un sacrificio legitimado por la
autoridad suprema y por una deidad específica.

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EL ARTE Y EL SACRIFICIO HUMANO: AUSENCIAS Y PRESENCIAS

Para los tarascos, la Relación de Michoacán constituye la fuente casi única con la que se
cuenta para entender el papel del sacrificio humano en la sociedad tarasca del Postclásico
Tardío (Pereira 2010). Su interpretación se dificulta por el carácter truncado del texto, ya
que de la primera parte que trataba de la religión, sólo se conservan unas pocas páginas, en
las otras dos partes, el sacrificio humano es frecuentemente mencionado, pero de forma
dispersa y a menudo lacónica (Pereira 2010). Sin embargo, se puede percibir en la
estructura social tarasca las dos grandes categorías de sacrificio: la primera, estaba
dedicada a las deidades vinculadas con su deidad principal celeste, el Dios del Fuego,
Curícaueri e involucraba, principalmente, a cautivos de guerra. Y la segunda, estaba
destinada a los dioses relacionados con la tierra y el medio acuático e implica víctimas de la
propia comunidad, sacrificadas en la ceremonia de justicia ritual conocida como Equata
Cónsquaro -en ella, se ejecutaba a los criminales que habían cometido cuatro delitos por
medio de un golpe de porra en la nuca (Pereira 2010).

Y a pesar de la ausencia artística visual del sacrificio humano en la cultura tarasca,


este tipo de arte está presente en otras formas y se manifiesta a través de la oralidad del
discurso del sacerdote sagrado o petámuti. Ya que el manuscrito original de la Relación de
Michoacán, de hecho, es una traducción del discurso que el petámuti pronunciaba en la
celebración tarasca conocida como Equata Cónsquaro, que se traduce como la “Fiesta de
las Flechas”. La fiesta de Equata Cónsquaro, era una ceremonia de justicia ritual donde se
presentaba un aspecto teatral comparable con lo que ocurría en la fiesta de Xochiquetzal
entre los aztecas, donde el discurso del sacerdote era el eje central de actuaciones,
incluyendo farsas, danzas, e invocaciones que culminaban con la muerte o ejecución de los
presos o criminales (Le Clézio 2008:25).

Este discurso, “duraba hasta la noche, aproximadamente doce horas de narración


continua, no comían ni bebían, ni el petámuti ni ninguno de los que estaban en el patio” (Le
Clézio 2008:21). En relación con lo anterior, la originalidad de la Relación reside en la

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transcripción fiel de este discurso, reconstruido tal como el petámuti lo pronunciaba cada
año delante del cazonci y de los representantes del pueblo. Es decir, que por medio del
discurso y las habilidades narrativas del petámuti durante los rituales de justicia tarasca se
transmitía su cosmovisión e historia. De esta manera se establecían genealogías y códigos
de comportamiento, por lo que el cuento folklórico, el teatro, la danza, la oralidad y las
bebidas embriagantes eran el preámbulo ceremonial para culminar con los sacrificios
humanos y la ejecución de los presos. Y a través de este ritual de justicia se cohesionaba el
poder político, religioso y militar del Estado tarasco y, por lo tanto, una de las prácticas
culturales para ejercer dicho poder simbólico era por medio del discurso del petámuti (ver
imagen 9).

Imagen 9. El sacerdote mayor o petámuti relatando la historia del pueblo tarasco

Le Clézio (2008), menciona que el papel de la coordinación mitológica era atribuido


al sacerdote supremo, el petámuti, de la raíz tarasca petámuni (el que habla), que
pronunciaba su discurso durante la fiesta de la justicia Equata Cónsquaro. Este discurso
abarcaba toda la historia del pueblo de Michoacán, desde la llegada de los guerreros
uacúsecha y la fundación de la ciudad de Vayámeo por el rey Ticátame hasta la muerte del

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cazonci Zuangua en 1520, cubriendo una época de más de trescientos años (Le Clézio
2008:22). Por lo que esta tradición no sólo era una fiesta simbólica de sangre, violencia o
muerte para apaciguar el hambre de su deidad principal, el Dios del Fuego: Curícaueri, sino
también un relato legendario llevado de generación en generación por los sacerdotes
petámuti, solemne e impregnado de belleza oratoria.

De esta manera, Stasch (2011), menciona que, al relacionar la oratoria y el ritual


juntos, sugiere un principio de selectividad, ya que se trata de un discurso dirigido a una
colectividad de personas, teniendo poderosas consecuencias debido a las propias
cualidades del discurso, ya que la oratoria es una forma de persuasión a través de la
representación. Esto implica hacer presente por medio del lenguaje lo que de otra manera
no está presente, en una manera en que los oyentes puedan alterar sus propias
convicciones, en este sentido, un ritual involucra una correspondencia entre el movimiento
corporal y la trasmisión de un mensaje consciente, es por ello que los rituales promulgan la
concepción de la cosmovisión (Stasch 2011:161).

A diferencia de lo que sucedía en la cultura tarasca, entre los moche existió una
abundancia de representaciones con motivos del sacrificio humano. Por lo que los
arqueólogos que trabajan al norte de Perú, en la zona moche, han propuesto que las
víctimas de sacrificio en esa sociedad (200 a.C. al 750 d.C.) representaban tanto a guerreros
locales moche, caídos en rituales de batalla, como a soldados enemigos capturados en la
guerra que no eran de la misma área cultural (Sutter y Cortez 2005). Esto lo saben por las
abundantes evidencias de sacrificio humano provenientes de las investigaciones
arqueológicas de la zona, estas han mostrado también la extensa iconografía que versa
sobre esta práctica cultural: guerreros combatiendo uno a uno hasta la muerte, la captura
y decapitación de los guerreros por dioses antropomorfos, así como la exhibición de las
partes desmembradas de las víctimas sacrificiales (Sutter y Cortez 2005:521) (ver imagen
10).

Al parecer, estas escenas representaban sus actividades míticas y rituales, sin


embargo, excavaciones en Cao Viejo, Dos Cabezas y la Huaca de la Luna, han mostrado

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evidencia de algunos esqueletos brutalmente sacrificados, y aunque estos sacrificios han
demostrado que la violencia de la iconografía moche en realidad sucedió, esto no responde
a la pregunta de ¿por qué sacrificaban? Pero lo que, si ha respondido la evidencia
arqueológica e iconográfica, es que la sociedad moche era altamente estratificada,
controlada por la clase sacerdotal, y cuya jerarquía era ocupada por la elite de los guerreros,
por los artesanos especializados, mercantes e individuos que dedicaban sus vidas a
actividades agropastorales y marítimas de subsistencia (Sutter y Cortez 2005).

Imagen 10. Víctimas sacrificiales representadas en el arte moche

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DIFERENCIAS Y SIMILITUDES EN LA EVIDENCIA BIOARQUEOLÓGICA DEL SACRIFICIO

Donnan (1994), fue uno de los primeros en concluir que las representaciones sacrificiales
mostradas en el arte moche no se trataba de una narrativa mítica, sino, de hecho, una serie
de rituales o actos performativos, en los que no sólo se representaba a las víctimas, sino
también a los sacrificadores, que son personificados como seres supernaturales. Es
importante señalar que la mayoría de los esqueletos de los sacrificados pertenecen a
hombres, entre la adolescencia y la temprana adultez, ninguno parece superar los 45 años
de edad, pero se sabe que tenían alrededor de 23 años en promedio, por los análisis de
calcificación y erupción dental, morfología púbica, y cambios degenerativos en el esqueleto
(Verano 2000:62).

Para los arqueólogos del sitio de Huanchaquito -Las Llamas, la evidencia osteológica
moche, abre toda una nueva posibilidad para la comprensión del tema del sacrificio ritual,
ya que esta ha revelado que muy posiblemente, los sacrificios en masa estaban asociados
con eventos climáticos (intensas lluvias e inundaciones), que impactaban directamente en
la estabilidad económica y política (Prieto et al. 2019). Por lo que el sacrificio humano y
animal en el antiguo Perú, era practicado por la mayoría de las sociedades, en esta
ceremonia, los individuos eran sacrificados y colocados en tumbas para acompañar a
personas importantes, también eran enterrados como ofrendas dedicatorias a la
arquitectura monumental o sagrada y eran sacrificados en varios contextos como ofrendas
a los dioses (Prieto et al. 2019).

Y aunque la evidencia de sacrificio humano y animal ha sido abrumadora para los


bioarqueólogos que trabajan en la región andina, recientes descubrimientos resultado de
las excavaciones en el sitio de Huanchaquito-Las Llamas, proveen nuevos datos sobre una
ocupación anterior que involucraba el sacrificio en masa de niños (Prieto et al. 2019). El
sacrificio de niños fue practicado por muchas culturas del pasado, y aunque en algunos
casos la evidencia es ambigua, en otros, como entre los mayas, es bastante clara, y entre
los casos mejor documentados están los mexica, quienes recurrían constantemente a esta

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práctica en el Templo Mayor. Y aunque las motivaciones para el sacrificio humano y la
selección de víctimas sacrificiales varían entre cada sociedad, algunos antropólogos han
señalado que los cuerpos de los niños frecuentemente son considerados como entidades
híbridas, por lo que fueron vistos simbólicamente apropiados para ser los mensajeros o
regalos puros para los dioses (Prieto et al. 2019).

Entre los tarascos, la inhumación directa es la forma de depósito más usualmente


observada en los contextos arqueológicos tarascos. Con esta evidencia es posible inferir
que, desde la colocación del cadáver en el interior de la tierra, ya se pensaba que el muerto
penetraba en el inframundo, o cuando menos, iniciaba su viaje en él (Martínez 2013). Esto
también coincide con el hecho, de que, en algunos relatos, se menciona que, en el
“Ynfierno”, como en las sepulturas, se residía en forma esquelética.

En lo que respecta a los transgresores ejecutados por la justicia tarasca, los


ejecutaban con una porra y los arrastraban después de muertos, los llevaban a los
herbazales donde los comían los buitres y eran dedicados aquellos al Dios del Fuego:
Curícaueri (Martínez 2013). Sin embargo, ésta no es la única morada post mórtem de tales
personajes, también se menciona la casa de Cuerauaperi y la misma morada que los señores
a quienes debían acompañar. En estos casos parece claro que su destino post mórtem
variaba en función de aquello a lo que se ofrecían: los inmolados en honor a Cuerauaperi
suponen ir donde radica esta divinidad, o los sacrificados que acompañaban a hombres
poderosos concluían su viaje en el mismo sitio que ellos, ya fuera el cielo o el “Ynfierno”
(Martínez 2013).

A los gobernantes y guerreros representantes de la deidad solar, se les cremaba, la


mayoría de las veces antes de colocarlos en la urna, otros esqueletos, infantiles por ejemplo
no presentan rastros de exposición al fuego. Martínez (2013), sugiere que el tratamiento
primario del muerto parece haber sido la cremación, sin embargo, la nobleza, los cautivos
de guerra y las víctimas sacrifícales eran enterrados en una variedad de contextos que, a
veces, se tiene que complementar con las descripciones etnohistóricas de las celebraciones
fúnebres.

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LA GUERRA Y EL SACRIFICIO HUMANO: UN PUNTO DE COMPARACIÓN

El sacrificio de guerreros para el consumo de su sangre y la mutilación corporal como


ofrendas ocurría en los centros ceremoniales más importantes para los moche: las huacas
del sol y la luna, y una vez sacrificados, su sangre era ingerida y sus restos eran
desmembrados y manipulados para su distribución, y en algunos casos los huesos eran
utilizados como armas para el combate (Quilter 2002:162). Al parecer, el objetivo de la
guerra moche era tomar prisioneros y no masacrarlos en combate, ya que frecuentemente
se representa que estos guerreros son alejados de la escena de combate y aparecen de
nuevo con su indumentaria de guerrero y sus armas, por lo que son representados como
figuras de alto estatus. Principalmente, eran estos las víctimas predilectas para degollar sus
gargantas y extraer la sangre en un recipiente, la cual sería ingerida por la persona que
presidía el ritual (Verano 2000).

Para los tarascos, la evidencia que señala la Relación de Michoacán y por los datos
osteológicos que se tiene hasta el momento, se sabe que había una diferencia importante,
una jerarquía de sacrificados entre los tarascos, es decir, que para esta comunidad el
sacrificio de cautivos de guerra era el núcleo de la elite militar de los uacúsecha (las águilas)
y a su vez eran el alimento predilecto de su deidad solar principal, el Dios del Fuego:
Curícaueri (Espejel 2008). Por lo tanto, la extracción del corazón, así como el
desmembramiento del cuerpo humano, para el consumo de las partes más importantes
entre los miembros de la elite y del sacerdocio era el ritual final que legitimaba el poderío
del imperio tarasco. Una vez terminado el banquete, los huesos de los guerreros recibían
un tratamiento post mórtem y sus osamentas eran conservadas en las casas para ser objeto
de ceremonias, e instrumentos musicales. A diferencia de los huesos de los culpables del
Equata Cónsquaro, donde se señala explícitamente que sus restos no recibían ningún
tratamiento postsacrificial, sus restos podían ser arrojados al agua. Y en algunos casos, los
guerreros enemigos eran tan respetados que eran integrados a la comunidad tarasca
después de una serie de rituales (Espejel 2008:209).

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CONCLUSIONES

Para concluir, me parece necesario señalar no sólo las obviedades, sino también lo que ya
se ha confirmado antes. Es decir, como arqueólogo muy fácilmente se puede caer en
generalidades al tratarse de un tema en común y de una práctica que era bastante aceptada
en Mesoamérica como en Sudamérica en tiempos precolombinos, sin embargo, a pesar de
ser tan difundida, cada sociedad que realizaba estos rituales o ceremonias, lo hacía bajo sus
propios términos y en armonía con la propia cosmovisión grupal, ya que estos performances
eran un medio para legitimar la identidad grupal, es por eso que las prácticas de sacrificio
humano son un medio para legitimar la ideología predominante. Pudimos apreciar como
para los moche, la unión sexo-sacrificio son un binomio latente en cada aspecto de su vida,
ya que para ellos, el sacrificado es un puente que une el mundo de los vivos y de los
muertos, es un medio ritual para un fin sagrado. Y para los tarascos, esta variabilidad
representa una forma más de coerción del Estado, e implica todo el peso y poder de las
leyes tarascas, humanas y divinas, para todos aquellos que cometan el adulterio o que
tengan relaciones sexuales extramaritales. El otro punto, fue la expresión artística del
sacrificio humano, y mientras que en unos abundan los motivos sacrificiales, en otros, son
nulos e inexistentes, sin embargo, en ambos grupos proliferó un arte único y excepcional
con respecto a su visión propia del sacrificio, ya que para los moche, este motivo era
representado en todo aquello presente en su vida diaria, vasijas, vasos, platos, en murales
y templos, así como también era uno de los motivos de peregrinaje a los sitios sagrados en
las huacas de la Luna y el Sol, tanto de ascensión y deceso de los gobernantes, que
culminaba con el sacrificio de guerreros o el sacrificio en masa de niños. Y para los tarascos,
el sacrificio de guerreros o criminales era fundamental para sus fiestas y ceremonias de
justicia ritual, ya que por medio de la muerte de estos individuos se legitimaba el poder
estatal y se reafirmaba la estructura imperial, regulada por el sacerdocio, la élite militar y la
nobleza tarasca. Finalmente, la guerra es el eje en común que comparten ambos grupos,
por lo que es necesario señalar lo importante que fue el sacrificio de guerreros para la
legitimación política, religiosa, militar y hasta sexual-ritual.

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