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El precio del discipulado

Orador: Dr. Charles Stanley

Es cierto que todo discípulo de Jesucristo debe ser creyente, pero no todo creyente es un discípulo. Creo que
si hay algo en lo que la iglesia cristiana se excede y algo en lo que se queda corta es que, por un lado, hay
muchos miembros; por otro, hay muy pocos discípulos. Por ejemplo, la cantidad de miembros aumenta
considerablemente, pero no así la de discípulos. Se hace mucho hincapié en las apariencias y muy poco en el
crecimiento verdadero. Pero de acuerdo con las enseñanzas del Nuevo Testamento, si la iglesia quiere
cumplir con su tarea, debería estar discipulando a los creyentes.

Cuando hablamos de los discípulos de Jesucristo, por lo general pensamos en los 12 apóstoles. Sin embargo,
el Señor espera que todos seamos sus discípulos, porque él dijo, en Mateo capítulo 28, versículos 19 y 20:
"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado". Y luego añade una
promesa: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

Yo le pregunto, mi amable lector, ¿hay alguien cuya vida ha sido transformada por la influencia que usted
haya tenido en él o ella? Lo que esto de "id, y haced discípulos" quiere decir es que debemos vivir de tal
manera que despierte y estimule el interés de los demás a ser también seguidores del Señor.

Ahora, ¿qué lleva a otros a querer hacerse discípulos después de haber visto nuestra manera de vivir? ¿Qué
inspira a alguien a seguir de corazón al Señor? Pues, tiene que ser algo que vean en nuestra vida, en nuestro
testimonio y en lo que Dios está haciendo en nosotros. El éxito en la vida cristiana no consiste tanto en vivir
apartado del pecado, sino, y sobre todo, en que nuestra vida glorifique de tal manera al Señor Jesucristo, que
los que nos rodean quieran lo mismo para ellos. Pero eso no es muy fácil de lograr.

Bien, ahora quiero que busque el Evangelio según San Lucas, capítulo 14, y vamos a leer los versículos 25
al 35. San Lucas capítulo 14, versículos 25 al 35; dice la Palabra del Señor:

1. Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo:


2. Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y
hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.
3. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
4. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los
gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?
5. No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean
comiencen a hacer burla de él,
6. diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
7. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede
hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
8. Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de
paz.
9. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi
discípulo.
10. Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará?
11. Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.

¿Cuál es el precio del discipulado? Yo puedo decirle lo que no es el precio. El precio del discipulado no es
el hecho de recibir a Jesucristo como su Salvador; no es ser bautizado, no es pertenecer a cierta iglesia, no es
seguir ciertas enseñanzas y filosofías ni es cumplir con su religión. Ninguna de esas cosas es el precio del
discipulado. En este pasaje de San Lucas el Señor nos dice cuál es ese precio. Comenzando en el versículo
26, vemos la primera marca de un verdadero seguidor de Cristo, de uno que ha sido salvo, que le ha recibido
como su Salvador, que le ha entregado su vida y que está dejando que la vida de Cristo se manifieste por
medio de él o ella. La primera marca de ese precio es… vea el versículo 26: "Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no
puede ser mi discípulo".

Lo que el Señor está diciéndonos aquí es que, el amor que debemos tener por él debe ser mayor que el amor
que tengamos por cualquier otra persona o cosa en nuestra vida. O sea, nuestra devoción, lealtad y amor por
Jesucristo deben sobrepasar a todo lo que sintamos por los demás. El amor que tenemos por los demás no
debe ser mayor al que tenemos por Jesucristo, de tal manera que cualquier cosa que él nos mande hacer será
más importante que nuestro amor por otros. No podemos negar que el tener una actitud de obediencia al
Señor acarrea cierto grado de dolor y sufrimiento.

La Biblia no dice en ninguna parte que la vida cristiana que el Señor quiere que vivamos será fácil o que los
demás siempre estarán de acuerdo con nosotros. Nuestro amor y nuestra devoción hacia Jesucristo deben ser
mayores que el amor y devoción hacia nuestros seres queridos, incluso hasta el punto de ser criticados,
despreciados y sufrir persecución. Las Escrituras dicen que si no estamos dispuestos a tener esa clase de
amor por Cristo, no podremos ser sus discípulos.

Hay un gran problema en la sociedad en que vivimos; y es que debido a la influencia del mundo y el cambio
que la iglesia ha sufrido en nuestros días, se nos ha olvidado el verdadero significado y propósito del
discipulado. Para poder comprender su verdadero significado debemos entender y poner en práctica lo que
Jesucristo dijo. Él dijo que nuestro amor por él debe ser mayor que el amor que tengamos por cualquier otra
cosa o persona en nuestra vida.

Ahora, la segunda marca de ese precio la vemos en el versículo 27, que dice: "Y el que no lleva su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". Es común oír a la gente decir: "Oh, es que usted no se
imagina la cruz que estoy llevando en mi vida". Y lo dicen en referencia a alguna enfermedad o prueba o
adversidad en su vida.

Vea, mi estimado lector, la cruz a la que Cristo se refiere aquí no tiene que ver nada con ninguna de esas
cosas. Recuerde que en aquellos tiempos la cruz era algo que utilizaban para ejecutar, para dar de muerte.
Por tanto, para nosotros los creyentes la cruz representa muerte. Por ejemplo, el apóstol Pablo dice: "Con
Cristo estoy juntamente crucificado", y nosotros podemos decir lo mismo. Al tomar nuestra cruz estamos
diciendo que estamos muriendo a la vida vieja, que estamos negándonos a nosotros mismos y que le
estamos dando la espalda al mundo y a la carne. Claro, no significa que vamos a aislarnos de todos y de
todas las cosas; ese no es el propósito. Lo que quiere decir es que nuestra vida será diferente, que la vida que
teníamos antes dejará de ser. Cristo dice que ese es el precio del discípulo: "El que no lleva su cruz y viene
en pos de mí, no puede ser mi discípulo". Y eso de ir en pos de Cristo quiere decir que nos unimos a él, que
somos uno con él.

Y yo le pregunto, ¿a quién o a qué se ha unido usted? Uno de los grandes cambios que necesitamos ver en el
cuerpo de Cristo es que los creyentes se aparten de muchas cosas del mundo. Vea, las cosas en sí no son
malas. El problema está cuando esas cosas se unen a nosotros o nosotros nos unimos a ellas. Un discípulo de
Jesucristo no debe echar raíces permanentes donde quiera que esté, porque, a decir verdad, debemos estar
dispuestos en todo momento a hacer lo que el Señor nos mande, dónde nos mande, cuándo nos mande y
cómo lo mande.

Pero el problema en estos días es el engaño que Satanás ha hecho creer a la iglesia, el engaño de querer ser
aceptados por el mundo. ¡Que el Señor nos libre de tal cosa! Lo peor que nos puede pasar como iglesia es
que el mundo diga: "Muy bien, vamos a dejar en paz a la iglesia cristiana; vamos a aceptarla en medio de
nosotros". Ese día será el acabose para nosotros. No debemos aspirar a que el mundo nos acepte, sino a que
éste acepte a nuestro Cristo, a nuestro Salvador. En eso consiste el discipulado.

Ahora, en medio del discurso, el Señor cita un ejemplo para explicar su punto. Él les dice: "Porque ¿quién
de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que
necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que
lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar". Lo que
esto quiere decir es que no es fácil ser un verdadero seguidor de Jesucristo. Luego, en el versículo 31 cita
otro ejemplo: "¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede
hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?" Y en el versículo 33 vuelve a decirles: "Así,
pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo".

Este pasaje ha sido causa de mucha polémica. Podemos alegar y discutir todo lo que queramos en cuanto a
esto. Pero la verdad es que es muy claro lo que dice. En otras palabras, debemos llegar a un momento en
nuestra vida en que le digamos: "Señor, todo es tuyo. Te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo. Has lo
que tú quieras". Porque, de todas maneras, el Señor es el dueño de todas las cosas, hasta de nuestra vida. Y
la verdad es que no se trata de lo que tengamos, sino de lo que Dios tenga de nosotros.

Cuando usted se decida a dejar en las manos del Señor todo lo que tiene y reconocer que él es el dueño de
todo, se dará cuenta de que a él en realidad no le interesan las cosas que usted tiene. Lo que necesitamos es
aprender a vivir con esas cosas pero no atados a ellas, porque solo así seremos verdaderamente libres. Hay
gente multimillonaria en este mundo, pero, ¿sabe qué? Nosotros somos mucho más ricos que esas personas
porque somos verdaderamente libres, mientras que ellas son esclavas de sus riquezas. La libertad espiritual
es uno de los grandes tesoros que podemos tener en la vida, porque podemos tener grandes riquezas y, sin
embargo, no estar atados a ellas ni ellas a nosotros, sino que andamos en la libertad que Cristo nos ha dado.

Cristo dice: "Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo".
Hablando con el joven rico, le dijo: "Vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y
ven y sígueme" (Mateo 19:21). El Señor requirió esto del joven rico, pero no quiere decir que todo discípulo
debe vender todos sus bienes y seguirlo. Pero si él nos lo pide, ¿estaríamos dispuestos a seguirle?

Bien, de vez en cuando es saludable preguntarle al Señor si nuestra vida está atada o unida a algo. Puede ser
algo muy sutil y de lo cual no nos hemos dado cuenta, pero que nos aparta de seguir al Señor como
discípulos verdaderos. Al ver lo que hizo el joven rico creemos que cometió un error muy grave al decidir
quedarse con sus riquezas en lugar de seguir a Cristo. No cabe duda de que fue un error sumamente grave.

Mi amable lector, cualquier cosa a la que usted esté atado y que no haya entregado al Señor será un
obstáculo para lo mejor que Dios tiene para su vida. Quiero hacerle una pregunta, pero quiero que sea
sincero al contestarla: ¿hay algo que usted ha logrado en la vida que es solo suyo? Si la respuesta es
afirmativa, entonces, usted no es libre, porque cualquier cosa que sea solo de usted y no de Dios, le roba
libertad a su vida. Cristo dijo que a menos que usted deje todo por él, no podrá ser su discípulo. Y la
respuesta es simple: no se puede servir a Dios y a las posesiones materiales; no se puede estar sujeto a Dios
y a los bienes materiales al mismo tiempo.

Nuestra relación personal con Jesucristo está basada en este principio: o estamos unidos a él o estamos
unidos a los bienes que este mundo ofrece. No deberíamos estar unidos a nada o nadie que no sea el Señor.

Tal vez usted me diga: "Pastor, ¿quiere decir que no debo estar unido a mi esposa (o esposo)?" No estoy
diciendo tal cosa; eso sería absurdo. Es natural que usted esté unido a él o ella y a sus hijos, pero que sea en
el amor de Dios. Lo que estoy diciendo es que no debemos estar unidos a nada que nos separe o aleje del
Señor. ¿Hay algo a lo que usted está unido o atado y que no está dispuesto a dejar? ¿Es algo que usted
maneja o se pone o vive en ello o es parte de su vida? ¡La vida del creyente es una vida de libertad! No solo
nos regocijamos en el Señor, sino que somos libres de las ataduras de esta vida. Es fácil reconocer a alguien
que lleva a cuestas una atadura en su vida; de igual manera es fácil ver que alguien es libre de ataduras. Por
ejemplo, la avaricia y la codicia no glorifican a Dios, no reflejan la vida de Cristo y son un obstáculo para el
crecimiento de la iglesia.

Hasta tanto no estemos dispuestos a depositar todo a los pies del Señor, hasta tanto no nos deshagamos de
esas ataduras, no podremos ser discípulos de Cristo. Esté seguro de que el nombre del Señor aparece como
el dueño de todo lo que usted tiene, porque no es suyo, sino del Señor, él se lo ha dado por un tiempo para
que usted lo administre. Recuerde que él puede quitarle todo en cualquier momento y devolvérselo
multiplicado muchas veces, si él así lo dispone.

Pero hay algo maravilloso acerca de cómo Dios actúa. Cuanto más usted se libere de sus ataduras y de los
bienes materiales, más confiará el Señor en usted y le dará mas bienes para que los administre. Aunque, por
otro lado, tal vez Dios no haga eso en su vida, porque quizá tenga algo diferente para usted. De todas
maneras, el secreto está en no estar atado a nada ni que nada esté atado a nosotros.

Por último, leemos en el versículo 34: "Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué sazonará?"
Lo que quiere decir en este versículo es que, si no somos discípulos verdaderos para el reino de Dios, ¿qué
clase de discípulos seremos? Si no estamos unidos a Jesucristo, nos quedaremos solo con nosotros mismos.

Garibaldi fue un revolucionario italiano y aunque vivió en el siglo XVIII probablemente sea uno de los más
reconocidos guerrilleros de la época moderna. Su meta fue liberar y unificar a Italia, y un día se decidió
poner en marcha su plane. Salió a la calle y encontró un grupo de hombres cerca de la plaza y los instó para
que lo siguieran. Ellos le preguntaron: ¿qué nos ofreces a cambio? La respuesta de Garibaldi fue: "Les
ofrezco dificultades, hambre, angustia, noches sin dormir, ampollas en los pies, largas caminatas y la
victoria en la más noble de las causas que ustedes pudieran emprender".

¿Qué nos ofrece Cristo? Primero, nos ofrece una cruz. Pero a la mayoría de los creyentes no les gusta esa
idea y quisieran poder evitar eso y pasar directo al reino de Dios y gozar de sus bendiciones. Mi amable
lector, la vida de un discípulo de Cristo no es fácil. No fue fácil en el pasado, no lo va a ser ahora ni lo será
en el futuro. Pero será peor si insiste en vivir apartado de la voluntad de Dios y haciendo caso omiso de la
cruz de Cristo. Debemos aprender a vivir unidos al Señor y apartados del mundo y sus deseos.

Oración:

Padre celestial, te damos gracias porque todo lo que nos ofreces tiene un valor eterno; desde la salvación
que nos diste hasta la vida de victoria que tenemos al vivir en el poder del Espíritu Santo. Señor, sabemos
que no hay otro camino para obtenerla. Queremos ofrecerte lo mejor y ser lo mejor para ti. Reconocemos
que el ser un discípulo no es fácil y que posiblemente demande sufrimiento y dificultades.

Padre, te pedimos que, si estamos sujetos a algo o a alguien, alumbres nuestro entendimiento para poder
reconocerlo, confesarlo y apartarnos de ello. Y por último, Señor, reconocemos que cuando decimos que te
pertenecemos, estamos declarando que estamos crucificados juntamente con Cristo y, por tanto, no estamos
atados a nada de este mundo. Señor, te pedimos que las palabras del apóstol Pablo se hagan una realidad en
nuestra vida: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Y
como resultado de ello, somos libres en Cristo, en cuyo nombre oramos. Amén

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