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ASIGNATURA: EL HOMBRE FRENTE A LA VIDA

I PARCIAL, I PERIODO 2021.

RESUMEN DE CONTENIDO PRIMERA PRUEBA PARCIAL.

INTRODUCCIÓN.
La vida del hombre está destinada a conocer, amar y seguir a Dios; Él, infinitamente
Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado
libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en
todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a
conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el
pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que
envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos.
Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han
respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a
anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los
apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo
son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe,
viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (Cf.
Hch 2,42).

LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO


El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos los cuales
articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión de la fe bautismal
(el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro).
Así, entonces podemos decir que el catecismo consta de cuatro partes, divididas así:
Primera parte: La Profesión de la Fe
Segunda parte: Los Sacramentos de la Fe
Tercera parte: La Vida de Fe
Cuarta parte: La Oración en la Vida de Fe
1.- El hombre es “capaz” de Dios. CIC 24-49 Estudio y reflexión de Job 42, 1-6:
El hombre es capaz de “conocer de verdad” a Dios.

Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el


deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de
atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y
felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y
vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios.
Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental.
Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a
Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el
mundo
material y la persona humana.
El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la
belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral,
con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el
hombre se interroga sobre la existencia de Dios.
A partir de la Creación, esto es, del mundo y de la persona humana, el hombre, con
la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y
como sumo bien, verdad y belleza infinita.
Se puede hablar de Dios a todos y con todos, partiendo de las perfecciones del
hombre y las demás criaturas, las cuales son un reflejo, si bien limitado, de la infinita
perfección de Dios. Sin embargo, es necesario purificar continuamente nuestro
lenguaje de todo lo que tiene de fantasioso e imperfecto, sabiendo bien que nunca
podrá expresar plenamente el infinito misterio de Dios.

2.- Dios sale al encuentro del hombre. CIC 50-141. El hombre responde a Dios.
Reflexión con el salmo 139 (138): Los salmos en cuanto expresión de fe del
creyente nos ayudan a confesar a Dios. Este salmo nos presenta a Dios como el
que verdaderamente nos conoce antes que nos conozcamos nosotros.

Dios sale al encuentro, y nosotros huimos, Dios está presente en todos los
momentos
de nuestra vida. Dios se encuentra siempre disponible para nosotros. No tenemos
más que hablarle, ahora, hoy, este día, esta noche. El comprende nuestro lenguaje,
nuestros temores, nuestros secretos, nuestra amargura.
Él no te considerará como un sentimental si le hablas afectuosamente del pasado, si
eres ya viejo. No se apartará de ti aunque seas un mentiroso, un ladrón, un asesino,
un hipócrita, un traidor.
Dios siempre sale al encuentro del ser humano, de la oveja perdida, del hijo que se
marchó de casa. En esta historia de búsqueda y encuentro, la iniciativa y la parte
más importante la lleva Él. Dios es el principal agente y el principal amante. Porque
ama, se da y se entrega totalmente.
Los dos modos distintos de transmisión de la revelación divina son:
a) La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo".
b) La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu
Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos,
iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan
fielmente en su predicación.

El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido


encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo.
El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando
define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo
cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación
divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas
un vínculo necesario.
En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por
tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores
humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos
mediante sus
palabras (Cf. DV 12,1).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura
conforme al Espíritu que la inspiró (Cf. DV 12,3):
1. Prestar una gran atención "al contenido y a la unidad de toda la Escritura".
2. Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia".
3. Estar atento "a la analogía de la fe" (Cf. Rom 12,6).

Si buscamos a Dios, más nos busca Dios a nosotros.


El ser humano busca, a veces sin saberlo, a Dios. La razón es bien sencilla, pues
cada persona es imagen de Dios, espejo del amor, de la felicidad y de la vida. Unas
personas lo descubren en la niñez, otros ya en la edad adulta. Cuando San Agustín
cayó en la cuenta de lo que era, dijo: ¡Tarde te amé! ¡Oh hermosura tan antigua y
siempre nueva! ¡Tarde te amé! (...)

El don de la fe como respuesta del hombre a Dios que se revela.


"La fe es la aceptación de la Palabra de Dios, escuchada en la comunidad creyente,
como palabra salvadora" (A. Bentué). En el mundo de hoy, la fe es incomprendida y
cuestionada.
En el lenguaje común, "creer" es no saber, o un saber aproximado. A menudo se ven
los enunciados de la fe como retos para el hombre.
El Concilio Vaticano I define que "la fe es la obra por la que el hombre presta a Dios
libre obediencia cooperando y consintiendo a su gracia, a la que podría resistir (Dz
1791).
Para el cristiano la fe es la actitud adecuada del hombre ante la revelación; la fe
equivale a la revelación que ha llegado a su destinatario, a su meta. Fe y Revelación
constituyen el misterio del encuentro de Dios y el hombre. Dios que invita al hombre,
quien responde a su invitación.
La fe es una entrega total y libre a Dios, la cual es posibilitada por la gracia del
Espíritu Santo.
a.) La fe es un acto humano (cf. DV 5 y Dz 1791), esto es, un acto racional y
voluntario,
por lo tanto libre, no coaccionado.
b.) Compromete al hombre entero; es un sí total a la acción reveladora y salvífica de
Dios.
c.) Es fidelidad a la revelación en la Escritura:
- Se fundamenta en la promesa.
- Es gratuita, lo primero en ella es la libre iniciativa divina.
- Implica también aventura, éxodo del hombre (Como Abraham salir de Ur).
- Más que intelectual, existencial; no sólo conocer sino una experiencia global.
- Dinamismo, exige esperar el cumplimiento en el futuro.
- Tiene una característica personal (ej. fe de Abraham) y comunitaria es la fe de todo
un pueblo, es la base de su identidad comunitaria.
d.) En las Sagradas Escrituras:
- A.T.: No hay un término específico para designar la fe; ésta es descrita como la
actitud en la que el hombre, confiando en Dios, funda su existencia únicamente en Él
(emet, raíz de la aclamación amén). Obediencia y amor, que se traduce en un
éxodo, una ruptura y un salto existencial (cf. Abraham).
- N.T.: El apoyarse en Dios del A.T. (continuidad, 6 rasgos comunes) pasa a ser
ahora el "creer a Cristo"(discontinuidad, cf. Jn 14,10). Así la fe es la aceptación de
Dios en Cristo. Opción radical que exige que Jesucristo sea el objeto de la
predicación de la Iglesia Primitiva (kerygma apostólico). El Evangelio de Juan, se
puede llamar el Evangelio de la fe, donde se la presenta como un proceso
progresivo de iluminación que lleva a creer en Jesús como el Hijo del Padre (cf.Jn 9)
Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para
obtener esa salvación, puesto que sin la fe... es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6)
y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie,
a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin obtendrá la vida eterna.
3.- Creo en Dios-Padre -Todopoderoso. CIC 198-278.- Estudio y reflexión de Job
38: reconocimiento de la grandeza de Dios.

Quien dice "Yo creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión
en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en
la misma confesión de fe.- Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió
su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos.

Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le
declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi
Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; Cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de
Dios, una virtud sobrenatural infundida por él.
La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos
perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate,
conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado,
naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la
fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la
aumente (Cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; Cf. SST
2,14-26), ser sostenida por la esperanza (Cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe
de la Iglesia.
La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro
caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual
es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna.

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Las verdades de la religión católica, de nuestra fe católica se encuentran en la
oración del Credo. El Credo es en lo que creemos los católicos. Si alguien de otra
religión nos preguntara ¿qué es lo que creen ustedes los católicos? podemos
contestarle con todo lo que rezamos en el Credo. Podemos decir que es como un
resumen de nuestra religión.

Las verdades de nuestra religión, de nuestra fe católica se encuentran en la oración


del Credo. El Credo es lo que creemos los católicos. Si alguien de otra religión nos
pregunta ¿qué es lo que creen ustedes los católicos? podemos contestarle con todo
lo que rezamos en el Credo. Podemos decir que es como un resumen de nuestra
religión.
El Credo está dividido en tres partes:
 La primera parte habla de Dios Padre y de la obra de la Creación.
 La segunda parte habla de Dios Hijo y de la Redención de los hombres. 
 La tercera parte habla de Dios Espíritu Santo y de nuestra santificación.

Estas tres partes contienen doce artículos que abarcan las principales verdades en
las que creemos los católicos. Estos doce artículos confiesan lo que creemos y son:
1. Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra.
2. Jesucristo, Hijo único de Dios.
3. Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de María la
Virgen.
4. Jesús fue crucificado, muerto y sepultado.
5. Jesús descendió a los infiernos y al tercer día resucitó.
6. Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre.
7. Jesús vendrá a juzgar a vivos muertos.
8. El Espíritu Santo.
9. La Iglesia una, santa, católica y apostólica y la comunión de los santos.
10. El perdón de los pecados.
11. La resurrección de los muertos.
12. La vida eterna.

Si nos fijamos bien en todo lo que creemos nos vamos a dar cuenta de lo importante
que es Dios y de cómo nos amó tanto que nos entregó a su Hijo Jesús para
salvarnos. Se quedó con nosotros en la Iglesia, nos perdona los pecados y nos
promete volver a venir.
Todo lo que creemos lo debemos de vivir. Debemos demostrar con nuestras obras
que creemos en Dios. Se debe notar la diferencia entre una persona que no tiene fe
y una persona que sí tiene fe. La vida se vive diferente; Por ejemplo, si yo creo que
tengo un Padre Todopoderoso que vela por mí, mis acciones deberán demostrar esa
seguridad y confianza. Si yo creo en la Iglesia, debo de ayudarla.

El Credo es una forma de profesar nuestra fe.


Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la
Iglesia:
a) El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como
el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la
Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: "Es el símbolo que
guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a
la cual él llevó la doctrina común" (S. Ambrosio, symb. 7).
b) El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de
que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo
todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.

Símbolo de los Apóstoles


Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de
Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer
día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de
Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, La santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
Amén.
Credo de Nicea-Constantinopla
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo
lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra
causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y
resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la
derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su
reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.

La profesión de fe comienza con la afirmación “Creo en Dios” porque es la más


importante; la fuente de todas las demás verdades sobre el hombre y sobre el
mundo y de toda la vida del que cree en Dios.
Profesamos un solo Dios porque Él se ha revelado al pueblo de Israel como el
Único, cuando dice: “escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor” (Dt 6,
4), “no existe ningún otro” (Is 45, 22). Jesús mismo lo ha confirmado: Dios “es el
único Señor” (Mc 12, 29). Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y
Señor no introduce división alguna en el Dios Único.
Dios se revela a Moisés como el Dios vivo: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3, 6). Al mismo Moisés Dios le
revela su Nombre misterioso: “Yo soy el que soy (YHWH)” (Ex 3, 14). El nombre
inefable de Dios, ya en los tiempos del Antiguo Testamento, fue sustituido por la
palabra Señor. De este modo en el Nuevo Testamento, Jesús, llamado el Señor,
aparece como verdadero Dios.
Al revelar su Nombre, Dios da a conocer las riquezas contenidas en su misterio
inefable: sólo Él es, desde siempre y por siempre, el que transciende el mundo y la
historia. Él es quien ha hecho cielo y tierra. Él es el Dios fiel, siempre cercano a su
pueblo para salvarlo. Él es el Santo por excelencia, “rico en misericordia” (Ef 2, 4),
siempre dispuesto al perdón. Dios es el Ser espiritual, trascendente, omnipotente,
eterno, personal y perfecto. Él es la verdad y el amor.
Creer en Dios, el Único, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para
toda nuestra vida:
a) Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios.
b) Es vivir en acción de gracias.
c) Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres.
d) Es usar bien de las cosas creadas.
e) Es confiar en Dios en todas las circunstancias.

Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica


principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus
hijos.
La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas:
"la
Trinidad consubstancial". Las personas divinas no se reparten la única divinidad,
sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el
Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu
Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS530).
La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del
mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el
mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más
misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los
cuales ha vencido el mal.
En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor
de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes" (Ef 1,19-22).

4.- Creo en Dios-Creador del cielo y de la tierra, y del hombre. CIC 279-421.-
Reflexión con el Salmo 8: Expresión de la fe en Dios Creador La Sagrada Escritura
dice: “en el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1, 1).

La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el creador de todas las cosas
visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los
ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre.
La creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el
comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo.
La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe
cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han
formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?"
"¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos
cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido
y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.
Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas
de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas
antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes (panteísmo,
dualismo, maniqueísmo, gnosis, deísmo); y otros, finalmente, no aceptan ningún
origen trascendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que
ha existido siempre (materialismo).
En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él
nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por
el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos
y en la tierra...todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y
todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la
acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo de Nicea-
Constantinopla).
Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (Cf. Sb 9,9). Este no es
producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.
Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando
fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la
naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento
primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha
comenzado (Cf. S. Agustín, Gen. Man. 1, 2, 4).

Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras
de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que era bueno". "Por la condición misma de la
creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de
un orden" (GS 36,2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada
una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad Infinitas de Dios. Por esto,
el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias
nefastas para los hombres y para su ambiente.
Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, creada por Dios. Al
mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas
tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están ordenadas a su gloria.
Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que dominan la
naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento
de la moral.
El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa
distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (Cf. Gn 1,
26). El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de
conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre la tierra a
la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el
conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la
dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de
darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.
Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer,
amar y servir a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción
de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Solamente en el
misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre,
predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la
perfecta “imagen de Dios invisible” (Col 1, 15).
La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre
el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda
que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es material, se
hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de Dios.
El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por
Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, no perece;
se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la resurrección final.
El hombre y la mujer han sido creados por Dios con igual dignidad en cuanto
personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en
cuanto varón y mujer. Dios los ha querido el uno para el otro, para una comunión de
personas. Juntos están también llamados a transmitir la vida humana, formando en
el matrimonio “una sola carne” (Gn 2, 24), y a dominar la tierra como
“administradores” de Dios.
En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a "someter" la tierra (Gn
1,28) como "administradores" de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio
arbitrario y destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb
11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la Providencia divina
respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que
Dios les ha confiado.
El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
creador (Cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de
Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Cf. Rm 5,19). En adelante,
todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello
despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien.
Aunque propio de cada uno (Cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta
inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la
gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el
hombre y lo llaman al combate espiritual.
Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se
transmite, juntamente con la naturaleza humana, `por propagación, no por imitación”
y que `se halla como propio en cada uno” " (Pablo VI, SPF 16).
La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los
que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"
El mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del
creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo
crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno.

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