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(1922) IV Congreso de La Internacional Comunista - Tesis Generales Sobre La Cuestión de Oriente
(1922) IV Congreso de La Internacional Comunista - Tesis Generales Sobre La Cuestión de Oriente
Conclusión
Prosiguiendo su camino hacia la conquista de los sindicatos y la lucha contra la política
a favor de la escisión practicada por los reformistas, el IV Congreso Mundial de la Internacional
Comunista declara solemnemente que cuando los dirigentes de Ámsterdam no recurran a las
exclusiones, cuando den a los comunistas la posibilidad de luchar ideológicamente por sus
principios en el seno de los sindicatos, los comunistas lucharán como miembros disciplinados
en las filas de la organización única, marchando siempre adelante en todos los enfrentamientos
y en todos los conflictos con la burguesía.
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Egipto, Marruecos, China y Corea; 3º la crisis interna sin salida en que se halla el imperialismo
japonés, crisis que provocó el rápido crecimiento de los elementos de la revolución burguesa
democrática y el paso del proletariado japonés a una lucha de clase autónoma; 4º el despertar
del movimiento obrero en todos los países orientales y la formación de partidos comunistas en
casi todos los países.
Los hechos citados son el indicio de una modificación surgida en la base social del
movimiento revolucionario de las colonias. Esta modificación provoca una intensificación de la
lucha antiimperialista cuya dirección, de este modo, ya no pertenece exclusivamente a los
elementos feudales y a la burguesía nacionalista que están dispuestos a establecer compromisos
con el imperialismo.
La guerra imperialista de 1914-1918 y la larga crisis del capitalismo que le siguió, sobre
todo la del capitalismo europeo, debilitaron la tutela económica de las metrópolis sobre las
colonias.
Por otra parte, las mismas circunstancias que dieron como resultado un retraimiento de
la base económica y de la esfera de influencia política del capitalismo mundial han acentuado
aún más la competencia capitalista en relación a las colonias, motivo de ruptura del equilibrio en
el conjunto del sistema del capitalismo mundial (lucha por el petróleo, conflicto anglo-francés
en Asia Menor, rivalidad nipo-norteamericana por el predominio en el Océano Pacífico, etc.).
Precisamente este debilitamiento del ascendiente capitalista sobre las colonias, a la vez
que la rivalidad en aumento de los diversos grupos imperialistas, ha facilitado el desarrollo del
capitalismo autóctono en los países coloniales y semicoloniales. Ese capitalismo ya ha
desbordado y continúa desbordando el marco estrecho y entorpecedor de la dominación
imperialista de las metrópolis. Hasta el momento, el capital de las metrópolis, persistiendo en su
pretensión de monopolizar la plusvalía de la explotación comercial, industrial y fiscal de los
países atrasados, trataba de aislar a estos últimos de la circulación económica del resto del
mundo. La reivindicación de una autonomía nacional y económica planteada por el movimiento
nacionalista colonial es la expresión de la necesidad de desarrollo burgués experimentada por
esos países. El constante progreso de las fuerzas productivas autóctonas en las colonias se halla
así en contradicción irreductible con los intereses del capitalismo mundial, pues la esencia
misma del imperialismo implica la utilización de la diferencia de nivel existente en el desarrollo
de las fuerzas productivas en los diversos sectores de la economía mundial, con el objetivo de
asegurar la totalidad de la plusvalía monopolizada.
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los representantes de esos altos sectores pueden desempeñar el papel de guías activos en la
lucha contra la opresión capitalista (Mesopotamia, Mongolia, Marruecos).
En los países musulmanes, el movimiento nacional encuentra ante todo su ideología en
las consignas políticoreligiosas del panislamismo, lo que permite a los funcionarios y a los
diplomáticos de las metrópolis aprovecharse de los prejuicios y de la ignorancia de las
multitudes populares para combatir ese movimiento (así es como los ingleses juegan al
panislamismo y al panarabismo mientras declaran pretender transportar el califato a la India
etc., y el imperialismo francés especula con las “simpatías musulmanas”). Sin embargo, a
medida que se amplía y madura el movimiento de emancipación nacional, las consignas
políticoreligiosas del panislamismo son suplantadas por reivindicaciones políticas concretas. Un
ejemplo de ello es la lucha iniciada últimamente en Turquía para despojar al califato de su poder
temporal.
La tarea fundamental, común a todos los movimientos nacional-revolucionarios consiste
en realizar la unidad nacional y la autonomía política. La solución real y lógica de esta tarea
depende de la importancia de las masas trabajadoras que un determinado movimiento nacional
sepa arrastrar en su desarrollo, tras haber roto todas las relaciones con los elementos feudales y
reaccionarios y encarnado en su programa las reivindicaciones sociales de esas masas.
Consciente de que en diversas condiciones históricas los elementos más variados
pueden ser los portavoces de la autonomía política, la Internacional Comunista apoya todo
movimiento nacional-revolucionario dirigido contra el imperialismo. Sin embargo, a la vez, no
pierde de vista que únicamente una línea revolucionaria consecuente, basada en la participación
de las grandes masas en la lucha activa y la ruptura sin reservas con todos los partidarios de la
colaboración con el imperialismo, puede conducir a las masas oprimidas a la victoria. La
vinculación existente entre la burguesía autóctona y los elementos feudo-reaccionarios les
permite a los imperialistas aprovecharse ampliamente de la anarquía feudal, de la rivalidad
reinante entre los diversos clanes y tribus, del antagonismo entre la ciudad y el campo, de la
lucha entre castas y sectas nacional-religiosas para desorganizar al movimiento popular (China,
Persia, Kurdistán, Mesopotamia).
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que prueba la estrecha vinculación que existe entre la burguesía nativa y la gran propiedad
terrateniente feudal y feudal-burguesa. Esto prueba también que, ideológica y políticamente, los
nacionalistas dependen de la propiedad terrateniente. Esas vacilaciones e incertidumbres deben
ser utilizadas por los elementos revolucionarios para una crítica sistemática y divulgadora de la
política híbrida de los dirigentes burgueses del movimiento nacionalista. Es precisamente esta
política híbrida lo que impide la organización y la cohesión de las masas trabajadoras, como lo
prueba la derrota de la resistencia pasiva en India (no cooperación).
El movimiento revolucionario en los países atrasados de oriente sólo puede ser
coronado por el éxito si se basa en la acción de las multitudes campesinas. Por eso los partidos
revolucionarios de todos los países de oriente deben precisar claramente su programa agrario y
exigir la supresión total del feudalismo y de sus resabios, resabios que hallan su expresión en la
gran propiedad terrateniente y la franquicia del impuesto sobre la tierra. Para lograr una activa
participación de las masas campesinas en la lucha por la liberación nacional es indispensable
proclamar una modificación radical del sistema usufructo del suelo. También es indispensable
forzar a los partidos burgueses nacionalistas a adoptar la mayor parte posible de ese programa
agrario revolucionario.
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alianza con los proletariados de los países altamente civilizados les será ventajosa, no sólo
porque corresponde a los intereses de su lucha común contra el imperialismo sino, también,
porque solamente después de haber triunfado, el proletariado de los países civilizados podrá
proporcionar a los obreros de oriente una ayuda desinteresada para el desarrollo de sus fuerzas
productivas atrasadas. La alianza con el proletariado occidental abre el camino hacia una
federación internacional de las repúblicas soviéticas. El régimen soviético les ofrece a los
pueblos atrasados el medio más fácil para pasar de sus condiciones de existencia elementales a
la alta cultura del comunismo, que está destinado a suplantar en la economía mundial el régimen
capitalista de producción y de distribución. Su mejor testimonio es la experiencia de la
edificación soviética en las colonias liberadas del ex imperio ruso. Sólo una forma de
administración soviética puede asegurar la lógica coronación de la revolución agraria
campesina. Las condiciones específicas de la economía agrícola en un cierto sector de los países
orientales (irrigación artificial) mantenidas anteriormente por una original organización de
colaboración colectiva sobre una base feudal y patriarcal y comprometidas actualmente por la
piratería capitalista, exigen igualmente una organización política capaz de cubrir
sistemáticamente las necesidades sociales. A causa de condiciones climáticas, sociales e
históricas particulares, generalmente en oriente le corresponde un papel importante a la
cooperación de los pequeños productores.
Las tareas objetivas de la revolución colonial superan el marco de la democracia
burguesa. En efecto, su victoria decisiva es incompatible con la dominación del imperialismo
mundial. En un comienzo, la burguesía y los intelectuales nativos asumen el papel de pioneros
de los movimientos revolucionarios coloniales. Pero desde el momento en que las masas
proletarias y campesinas se incorporan a esos movimientos, los elementos de la gran burguesía
y de la burguesía terrateniente se apartan, cediendo el paso a los intereses sociales de los
sectores inferiores del pueblo. Al joven proletariado de las colonias le espera una larga lucha
que durará toda una época histórica, lucha contra la explotación imperialista y contra las clases
dominantes autóctonas que aspiran a monopolizar todos los beneficios del desarrollo industrial e
intelectual y pretenden que las masas permanezcan como antes, en una situación “prehistórica”.
Esta lucha por la influencia sobre las masas campesinas debe preparar al proletariado
nativo para el papel de vanguardia política. Sólo después de ser sometido a ese trabajo
preparatorio y de haber atraído a las capas sociales que le son cercanas, el proletariado nativo se
encontrará en condiciones de enfrentarse a la democracia burguesa oriental, que posee
características formalistas aún más hipócritas que la burguesía de occidente.
La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión
imperialista bajo el pretexto de la “defensa” exclusiva de los intereses de clase es la
consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la
revolución proletaria en oriente. No menos nocivos son los intentos de apartarse de la lucha por
los intereses cotidianos e inmediatos de la clase obrera en nombre de una “unificación nacional”
o de una “paz social” con los demócratas burgueses. Dos tareas fundidas en una sola incumben
a los partidos comunistas coloniales y semicoloniales: por una parte, lucha por una solución
radical de los problemas de la revolución democrático-burguesa cuyo objeto es la conquista de
la independencia política; por otra parte, organización de las masas obreras y campesinas para
permitirles luchar por los intereses particulares de su clase, utilizando para ello todas las
contradicciones del régimen nacionalista democrático burgués. Al formular reivindicaciones
sociales, estimularán y liberarán la energía revolucionaria que no encontraba salida en las
reivindicaciones liberales burguesas. La clase obrera de las colonias y semicolonias debe saber
firmemente que sólo la ampliación y la intensificación de la lucha contra el yugo imperialista de
las metrópolis puede asignarle un papel dirigente en la revolución y que la organización
económica y política y la educación política de la clase obrera y de los elementos
semiproletarios son las únicas que pueden aumentar la amplitud revolucionaria del combate
contra el imperialismo. Los partidos comunistas de los países coloniales y semicoloniales de
oriente, que se hallan todavía en un estado más o menos embrionario, deben participar en todo
movimiento que les sirva para abriles una vía de acceso a las masas. Pero deben llevar a cabo
una lucha enérgica contra los prejuicios patriarco-corporativos y contra la influencia burguesa
en las organizaciones obreras para defender esas formas embrionarias de organizaciones
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profesionales en órganos combativos de las masas. Deben dedicarse con todas sus fuerzas a
organizar a los numerosos jornaleros y jornaleras rurales, así como a los aprendices de ambos
sexos en el terreno de la defensa de sus intereses cotidianos.
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puede servir de indicio característico de la actitud adoptada por los nacionalistas burgueses
hacia el proletariado.
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Las bases de nuestras relaciones con las masas trabajadoras campesinas ya fueron
fijadas en las tesis agrarias del II Congreso. En la actual fase de la ofensiva del capital, la
cuestión agraria adquiere una importancia primordial. El IV Congreso solicita a todos los
partidos que se esfuercen en ganar a las masas trabajadoras del campo y establece para ese
trabajo las siguientes reglas:
1. La gran masa del proletariado agrícola y de los campesinos pobres que no poseen
suficiente tierra y se ven obligados a trabajar una parte de su tiempo como asalariados, o que
son explotados de una manera u otra por los propietarios terratenientes y los capitalistas, sólo
puede ser liberada definitivamente de su estado actual de servidumbre y de guerras inevitables
en el régimen capitalista mediante una revolución mundial, una revolución que confiscará sin
indemnizaciones y pondrá a disposición de los obreros la tierra con todos los medios de
producción y que instaurará, en lugar del estado de los propietarios terratenientes y de los
capitalistas, el estado soviético de los obreros y de los campesinos y preparará de ese modo la
vía al comunismo.
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