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victor m.

sánchez sánchez

Surgimiento
del
Sindicato Mexicano
de Electricistas

méxico, d. f. 1975

1
Este trabajo es la síntesis que presenta el sociólogo
Víctor M. Sánchez Sánchez del estudio general que,
sobre el mismo tema, ha elaborado con el título
“Surgimiento del sindicalismo electricista, 1914-1917” de
próxima publicación. Síntesis y estudio son producto del
acuerdo tenido entre el Sindicato Mexicano de
Electricistas, la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, S.
A. [en liquidación] y la Universidad Nacional Autónoma
de México, la que a través del Centro de Estudios del
Desarrollo de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales, se ha dedicado al estudio y análisis de la
historia del S.M.E.

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COMPAÑÍA DE LUZ Y FUERZA DEL CENTRO, S. A.
[EN LIQUIDACIÓN]

SINDICATO MEXICANO DE ELECTRICISTAS

FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES


[CENTRO DE ESTUDIOS DEL DESARROLLO]

MÉXICO
1914 - 1975

3
Surgimiento

del

Sindicato Mexicano de Electricistas

VÍCTOR MANUEL SÁNCHEZ SÁNCHEZ

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1. Un marco general.

El capitalismo mexicano se consolidó durante la dictadura de Porfirio Díaz,


época en la que se desarrollaron en gran escala los elementos esenciales del modo
de producción que lo caracteriza.

Se concentró la propiedad privada de los medios de producción y de la


tierra; se impulsó el mercado interno, rompiendo trabas ancestrales; se liberó clara
y definitivamente a la fuerza de trabajo, para que circulara libremente por las zonas
donde se requería, como cualquier mercancía. Se permitió y apoyó plenamente la
acumulación de capital como política económica prioritaria y, finalmente, se
estructuró un poder político [el Estado] capaz de mantener, apoyar e impulsar la
formación social capitalista. Un poder político como era indispensable para
sostener la explotación, el dominio y sojuzgamiento por la clase burguesa del
proletariado mexicano.

Asimismo, el porfiriato es el momento en que el capital internacional se


concentra y expande a niveles generales, a través de grandes empresas que se
reparten el mercado mundial o que compiten por él. Esta etapa histórica
comprende, también, el fortalecimiento del capital monopolista a nivel
internacional; o sea, el imperialismo.

El imperialismo necesita de la máxima explotación, del sojuzgamiento


general del lugar en el que se establece, de la obtención de grandes cantidades de
ganancias [plusvalía] y, generalmente, de la guerra, pues las potencias imperiales
nunca quedan conformes con lo que tienen y siempre ansían más y más países que
someter.

La época histórica de la que hablamos, es una etapa favorable para el


capitalismo en el país, pues, por un lado, el capitalismo se consolidó, y por otro, se
llevó a cabo la penetración imperialista. Por ello el capitalismo nacional quedó
definido como dependiente, debido a la influencia determinante del imperialismo,
que sojuzgó y dominó el crecimiento del país, subordinándolo a los intereses y
proyectos de las empresas [capitales] yanquis, inglesas, francesas o alemanas.

Fue así como se creó una economía nacional irregular, desigual, combinada
con remanentes de otros modos de producción; y, como se impidió el desarrollo
social de los medios de producción nacionales, se provocó, con ello, una situación
miserable para las masas proletarias y semiproletarias del país.

La desdichada situación de los trabajadores del campo y de la ciudad, la


continua proletarización de los pequeño-burgueses y la escasa participación de la
burguesía nacional de las riquezas, provocaron, finalmente, el enfrentamiento
político-militar de mayor envergadura que se ha desarrollado en este siglo en
México: la revolución política de 1910-1916.

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Hubo antes muchas otras luchas contra oligarquía porfirista, generalmente
espontáneas, locales y aisladas, que fueron en su mayoría brutalmente reprimidas,
hasta exterminarlas; pero el trasfondo nunca fue cambiado, pues las masas
populares siguieron sosteniendo la riqueza portentosa de la oligarquía, mientras
ellas apenas subsistían. Pero, a partir de 1910, el levantamiento contra esa
oligarquía atrajo miembros de todos los sectores sociales que no participaban de las
riquezas nacionales. De cualquier forma, es indudable que el movimiento
revolucionario obtuvo su fuerza propulsora de las masas proletarias y
semiproletarias del campo o la ciudad, ya que la situación ignominiosa en que éstas
se hallaban, las empujó a buscar sus propias soluciones.

Esto es fundamentalmente cierto, como también es evidente que cualquier


movilización proletaria que represente y proyecte efectivamente los intereses de
clase, a cualquier nivel, se plantea como antagónica, opositora y fuertemente
contradictoria para la clase burguesa, contra la que va dirigida y contra su
instrumento opresor [el Estado porfirista]. De esta forma, resulta clara la lucha de
clases.

Porque la lucha de clases no sólo se manifiesta como un enfrentamiento


directo, frontal y armado, como en el caso de la Revolución Mexicana de los años
1910-1916, en que las masas proletarias y semiproletarias se lanzaron a una lucha
cruenta con la burguesía oligarca; la lucha de clases, es también, una huelga
espontánea u organizada o la campaña de un periódico de oposición a finales del
siglo XIX. La lucha de clases comprende tanto la celebración del 1º de mayo, en
1913, durante la dictadura de Huerta, como las manifestaciones realizadas contra el
acaparamiento de comerciantes y bodegueros en 1914.

La petición de Ernesto Velasco, secretario general del Sindicato Mexicano de


Electricistas y uno de los principales miembros del 1er. Comité de Huelga el 31 de
julio de 1916, logrando su libertad hasta 1918: es lucha de clases. El logro de la
organización sindical, las asambleas democráticas, la implantación del “charrismo”
sindical o la lucha contra su derrocamiento, así como el apoyo solidario entre
movilizaciones obreras: es lucha de clases.

En un momento dado, cada una de estas manifestaciones de la lucha de


clases es una condición necesaria, esencial para el fortalecimiento y desarrollo de la
conciencia de clase y de la organización del proletariado mexicano.

2. La Revolución y la Casa del Obrero Mundial.

La historia oficial de la revolución de 1910 destaca, únicamente, la actuación


de los dirigentes, pero lo hace de modo que desatiende las características de la
clases sociales que sirvieron de base a esos dirigentes [les quita el contexto]. El
objetivo principal de esta historia oficial es escamotear las conclusiones políticas y
prácticas a que debía conducir la revolución o la presencia de uno u otro dirigente,
las que más que nada, son importantes por sus enseñanzas que todavía sirven de
ejemplo.

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La historia oficial, resumidamente, dice así: Francisco I. Madero, el apóstol,
de la revolución, enarbola los sentimientos revolucionarios de todas las clases
sociales y se lanza a una lucha pacífica, con una campaña electoral, contra la
reelección del dictador Díaz; lo esencial de la lucha se encontraba en su lema
“Sufragio efectivo, no reelección”.

Los llamados de Madero contra la reelección no fueron los que suscitaron o


impulsaron la Revolución Mexicana, sino la situación miserable del pueblo de
México [proletarios y semiproletarios], y la conclusión a la que llegó éste fue que
sólo luchando por sus propios intereses y necesidades lograría resolver los
problemas que tenía.

Porque cuando se observa el intento porfirista de aplastar la lucha electoral,


se ve claramente también, su incapacidad para realizarla, debido a las bases
sociales que impulsaban la revolución, y porque los problemas sociales no se
resolverían en las casillas de votación. El enfrentamiento electoral, muy pronto se
convirtió en una lucha para terminar con los problemas nacionales que afectaban a
las masas del campo y la ciudad.

Como quiera que hay sido, el momento en que Madero asumió la


presidencia -6 de noviembre de 1911- resultó muy expectante. Se trataba de ver la
fuerza real de Madero y sus objetivos de clase, si los intereses que iba a defender
eran los de las masas proletarias o, los de la oligarquía.

La llegada de Madero no aportó la solución de los problemas sociales ni


mucho menos. Casi inmediatamente se vislumbró el final del maderismo;
políticamente no tomó en cuenta a las masas populares y, económicamente, siguió
el camino trazado por el dictador Porfirio Díaz.

El Secretario de Hacienda de Madero consideró indispensable continuar, “en


sus lineamientos principales, la política financiera que se implantó por la
administración pasada y que ha logrado cimentar de modo sólido [sic], el crédito
de la nación, tanto en el interior como en el exterior”. A pesar de todo, la burguesía
nacional que se oponía a las fuerzas oligarcas y al imperialismo, no tuvo suficiente
poder político para lograr determinar el proyecto que propugnaba. No por el
momento.

Por eso fue que Victoriano Huerta dio el golpe de Estado, porque no había
sido posible romper el poder económico político de la oligarquía, que era la raíz de
los problemas sociales y, porque el maderismo desoyó a las masas populares.

La burguesía nacional participó activamente en el desarrollo de la


revolución, porque el porfirismo le impidió crecer y fortalecerse como ella
proponía, en la forma que se facilitó a la burguesía imperialista y al grupo oligarca
protector de Díaz. De todos modos, las tendencias antiimperialistas mostradas por
la revolución, fueron proclamadas solamente por los desaires oligarcas a la

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burguesía nacional, y, sobre todo, porque ese antiimperialismo era producto de los
odios acumulados en las masas populares contra sus patrones.

La situación revolucionaria, a ojos y proyectos de la burguesía nacional, no


tenía mayores problemas. Así se entiende por los constantes llamados a la calma y
al orden que hacía, la que juzgaba indispensable que la productividad nacional y,
naturalmente, las ganancias que ésta producía no cesasen. La burguesía nacional
proyectó, por fin, un cambio en la situación que hasta entonces no había podido ser
fraguado. El capitalismo mexicano, después de la revolución, se planteó como un
nuevo modelo de desarrollo en el que participarían, en gran medida, la burguesía
nacional con la pequeña y mediana burguesías, crecidas un tanto durante el
porfiriato, que no habían tenido las oportunidades deseadas.

Por tanto, el capitalismo de la burguesía nacional propugnaba que las


ganancias, producto del trabajo de las masas proletarias y semiproletarias –antes
acaparadas por un grupo pequeño- se distribuyeran a toda la clase, sin plantear
nada en relación con el pueblo. Fue por eso que la crisis revolucionaria no cesó con
la derrota de la dictadura huertista.

El movimiento obrero, durante los años del maderismo, tuvo una gran
importancia en el desenvolvimiento de los sucesos revolucionarios. Cuando
Madero llegó al poder, los tipógrafos [en ese tiempo organizados en la
Confederación Tipográfica Mexicana] consideraban que con él se vislumbraba una
nueva tendencia de renovación social.

Los tipógrafos se auto designaban “los apóstoles, los llamados a dirigir a los
otros”. Estaban en contra del poder político y de los puestos públicos.
Consideraban que el arma esencial de los obreros era el “raciocinio”, que juzgaba
“la base de las obras sólidas”.

La Confederación Tipográfica se fundó en el año de 1911 y, en dos meses de


existencia, logró atraer a sus filas a 500 miembros. Pero en su seno existían
grandes y graves contradicciones, las que se presentaban más bien entre lo que
decían y lo que hacían. Durante un tiempo apoyaron los movimientos huelguísticos
que se efectuaban en diversas empresas e imprentas; pero, al mismo tiempo,
censuraban el recurso de la huelga como táctica para resolver los problemas
laborales, pues decían que tenía que acudirse a la razón, no a la agitación.

En efecto, si bien es cierto que dentro del ramo tipográfico hubo huelgas
importantes, como la de los talleres “Modelo” o la del “Libro Mercantil”, en los años
de 1912, o bien la movilización, ante la expectación nacional, de los obreros de
Torreón, en el mes de noviembre de 1911 –apoyada por la Confederación con cien
pesos-, no se puede afirmar que los tipógrafos impulsaran este tipo de movimientos
sino al contrario, las movilizaciones hacía que los tipógrafos actuaran, pues no les
gustaba causar estragos ni romper el orden público.

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Para el año de 1912, siendo Madero presidente, la Confederación Tipográfica
Mexicana, junto con la Unión de Canteros, la Gran Liga de Sastres y el Sindicato de
Conductores de Carruajes, sorpresivamente formaron “La Casa del Obrero”
[Mundial]. Luís Araiza –historiador oficial-, dice que la Casa nació “hija de las
circunstancias, porque no existió ningún acuerdo previo que proyectara la idea de
fundarla.

A la sombra de esta nueva organización se crearon otras más, pero todas


ellas nacieron marcadas con el “estigma de anarquistas” que caracterizó –definió- a
los dirigentes de la Confederación Tipográfica Mexicana.

Los hechos manifiestan que desde el surgimiento de la Casa del Obrero,


hasta que ésta tomó la postura adoptada al entrar a la capital las fuerzas
constitucionalistas, invariablemente predominó en ella una política de conciliación
de clases y no de lucha. Aliada de Carranza.

Al sobrevenir la represión de Huerta, antes de que se le clausuraran sus


locales, se mostraban “apolíticos”, eso decían; pero cuando las circunstancias les
favorecieron con la entrada de los carrancistas, aceptaron todo lo que Álvaro
Obregón les ofreció, inclusive dinero. A cada momento rectificaban y ratificaban su
postura de no participar en cuestiones políticas, y de sostenerse sólo con base en “la
acción directa”. Pero ante la realidad de los hechos, hacían lo contrario de lo que
habían dicho.

Consideraban que el obrero debía encontrar por sí mismo el camino de su


redención, pero acudían a la Cámara de Diputados el 1º de mayo de 1913, para que
legislaran en favor del proletariado, dándole así más importancia a la legislación
que a las movilizaciones obreras. Se decían sindicalistas, pero la mayor parte de sus
organizaciones así como las que fomentaban, eran de bases mutualistas y
cooperativistas, con fuertes rasgos pequeño burgueses. Afirmaban con gran
insistencia que no se debían ejercer funciones políticas, pero muchos de sus
dirigentes tomaron partido como carrancistas y desempeñaron puestos públicos en
el gobierno. Este es el caso de Celestino Gasca, zapatero, quien rápidamente fue
convertido en General y, después, en Gobernador del D. F.

3. La situación económica en la revolución.

Con la política económica adoptada por Madero, la situación económica no


cambió. En el período 1910-1911, por ejemplo, se importaron más artículos
manufacturados y se exportaron mayores cantidades de materia prima que en el
período 1909-1910. Se trajeron al país productos alimenticios de origen animal,
artefactos de hierro y cobre, tejidos de algodón, lana y seda; vehículos, máquinas y
aparatos. Salieron del país oro y plata, café, caucho, chicle, guayule, henequén en
rama y maderas de diversos tipos, también tabaco en rama, frijol y azúcar.

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Para el período 1911-1912, las importaciones tuvieron una baja de 23
millones respecto al período anterior, y en lo tocante a las exportaciones, hubo un
aumento en relación a ese período, de cuatro millones. Esto demuestra, por una
parte, que los capitalistas sacan sus productos a mercados más estables y, por otra,
que no los distribuyen en el país, por el caos que produce la revolución en el
mercado interno; de cualquier modo, ellos no cesaron en obtener utilidades.

Lo que también es cierto, es la situación de penuria que produjeron aquellas


exportaciones, que hicieron más difícil la vida de los proletarios mexicanos. El
maíz, el frijol, el trigo y el azúcar alcanzaron precios sumamente elevados, debido a
que habiendo sido sacados del país, lógicamente no se encontraban en ninguna
parte y, además, se especuló mucho con el que había, lo escondían en las bodegas
para subir más el precio. Además de que, como en el caso del azúcar, la revolución
impidió que se siguiera produciendo, ni siquiera en menores cantidades que antes.

Hubo otro fenómeno económico que agravó la situación social del pueblo, en
especial, la del trabajador: la inflación. Para mayo de 1914, antes de la caída de
Huerta, la inflación mostraba ya sus características críticas. Las transacciones
comerciales se dificultaban porque se hacían con monedas de plata y oro, las que
comenzaron a escasear debido a que los comerciantes e industriales las atesoraban
o a que los banqueros las sacaban del país. En las transacciones que se realizaban
con ellos, adoptaron la política de exigir el pago en metálico, y en las que ellos
hacían con el pueblo, pagaban con los bonos o los billetes emitidos por alguna de
las facciones en pugna [circulaban de villistas, zapatistas o carrancistas]. Esto pues,
provocaba una inflación cada vez más crítica.

Así, los comerciantes, industriales y banqueros se apropiaban de la plata y el


oro mexicano, y, al mismo tiempo, obtenían utilidades enormes en sus
transacciones o especulando. Existía mayor cantidad de papel moneda circulante,
sin que hubiera el equivalente en metálico que lo respaldara en las arcas de la
Nación o en los bancos, ya que el oro y la plata generalmente eran sacados del país.
Con esto el valor de los metales aumentaba y el de los billetes se devaluaba
constantemente, a la vez que los precios de la canasta básica resultaban
elevadísimos.

Por otra parte, Huerta tuvo que comprar en el extranjero alimentos [maíz,
frijol y otros productos] y mantener el pago de la deuda externa; esas compras y ese
pago las realizaba con oro y plata, por lo se agravó todavía más la situación
económica.

Al finalizar la dictadura de Huerta, el 15 de julio de 1914, esa situación


económica era la siguiente:

1. Todo el dinero de que disponía el gobierno al comenzar la revolución en


1910, había sido gastado.
2. Las exportaciones habían disminuido a consecuencia del trastorno
general en todas las industrias.

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3. El comercio interior había decrecido en todo lo que se relacionaba con los
productos manufacturados, nacionales o extranjeros, excepto los de
primera necesidad.
4. Para mantener abierto el crédito a México, era necesario pagar la deuda
externa contraída antes del inicio de la revolución, lo que era difícil de
cumplir, aunque se intentaba.
5. Las rentas del Estado habían disminuido, a causa de la escasez de
producción y de operaciones comerciales, cosa que afectaba todas las
fuentes de ingresos del erario.
6. Los gastos de gobierno habían aumentado por razón de las necesidades
de la campaña militar, y, para afrontar los gastos, el erario emitía
enormes cantidades de billetes o bonos, que aunque inmediatamente
facilitaban las cosas cotidianas, a largo plazo agravaban la situación
inflacionaria y especulativa, pues no se reponía su valor en metálico.

En consecuencia, el proceso económico del país, según se observa, era


adverso a las masas, al pueblo trabajador y beneficioso para los
comerciantes, los banqueros e industriales. Por tanto, había un incremento
constante de sojuzgamiento y explotación del proletariado mexicano.

4. El contexto, la unión y la creación de la organización de los


electricistas.

Como se ha visto, después de que el triunfo de Madero había ofrecido un


momento positivo para el proletariado, puesto que se facilitó su organización –se
animaron- y sus luchas, y hasta se intentó abocarse al problema de las relaciones
laborales, creó ese gobierno el Departamento del Trabajo, las cosas cambiaron en
forma drástica con la llegada del golpe de Estado huertista, la situación social se
agudiza a nivel nacional como local, incluso en lo político como en lo económico.

Por un lado, la guerra civil emergió con mayor intensidad [bloqueando


caminos y ferrocarriles], al mismo tiempo las represiones fueron brutales y más
continuas, contra cualquier movimiento de oposición a Huerta [en ese tiempo se
llegó hasta la clausura de la Casa del Obrero Mundial].

Por otro lado la producción nacional ya de por sí deteriorada, llegó a


estancarse, bien por quiebras de fábricas –simuladas o no- o paros patronales, bien
por la fuga de capitales que no cesaban desde la caída de Porfirio Díaz; el
acaparamiento de productos de primera necesidad y la consecuente alza de precios,
fue cosa común, así como el despido de obreros y la leva general que utilizó el
propio Victoriano Huerta –y hasta el carrancismo-, para incrementar sus fuerzas
militares.

Por último, la tensión que se produjo en las relaciones exteriores,


principalmente con los Estados Unidos, causó muchas contrariedades.

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Para julio de 1914, la derrota de las fuerzas reaccionarias era ya un hecho, y
en agosto, la disolución del gobierno interino de Francisco Carbajal fue su epílogo.
Pero no todo quedó ahí, se iniciaba un proceso definitorio.

La división de las fuerzas revolucionarias [Obregón-Carranza y Villa-


Zapata], que se venía presentando desde la llegada de Madero a la presidencia,
agudizada a principios de 1914, se evidenció plenamente con la derrota del
gobierno espurio. Sin embargo, el asedio de los Estados Unidos por medio de su
embajador, ora diplomático, ora militar, fue el elemento que unificó
momentáneamente a los jefes revolucionarios, así como la urgente necesidad de
pacificar al país y empezar la reorganización social del mismo.

Con tales propósitos, después de la derrota de Huerta, se llevó a cabo esa


reunión de las fuerzas revolucionarias, a fin de llegar a un acuerdo sobre lo que
debería de hacerse al respecto, lograr la paz. La Soberana Convención
Revolucionaria en Aguascalientes. Como se llamó aquélla reunión, fue el escenario
en que se limaron las discrepancias y donde se proyectó lo esencial de las posturas
para unificarlas y lograr un consenso. Con la llegada de las fuerzas zapatistas,
Carranza se retira y las discrepancias se evidenciaron como clasistas.

De un lado se hallaban los carrancistas, representantes de los intereses y


programas de la pequeña, mediana y gran burguesías nacionales y que, por lo
tanto, consideraban como una necesidad su ascensión al poder, para organizar y
continuar el desarrollo capitalista de México.

Del otro estaban Villa y Zapata, representantes de las grandes masas


proletarias y semiproletarias, jornaleros y pequeños propietarios del campo, y, por
lo tanto de esos intereses, que deseaban el reparto de tierras, de las grandes
haciendas y el mejoramiento general del proletariado, tanto rural como urbano.

La ruptura, ya inminente, hizo que Carranza se desplazara hacia Veracruz,


mientras que las fuerzas de Villa y Zapata tomaron la capital, por un breve período.
Se trataba pues, de un conflicto de clases sociales [de lucha de clases en forma
directa y abierta, por medio de la guerra civil]; cualquiera de las clases
participantes podría imponerse política y militarmente a la otra, a fin de llevar a la
práctica sus planes en beneficio a sus particulares intereses de clase. De eso trata la
lucha por el poder político.

La situación económica, obviamente, era en extremo crítica. Pero en medio


de tales circunstancias, hubo una excepción notable: la de la Compañía Mexicana
de Luz y Fuerza Motriz, S.A.

Desde su fundación siempre incrementó sus entradas –sus ventas-, a la vez


que mantenía en constante aumento las inversiones necesarias, para consolidarse
realmente como el monopolio de la industria eléctrica de la zona central de la
República –lo logró entre 1902 a 1905-. Durante la revolución la empresa no sólo

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no bajo sus inversiones sino que incrementó sus servicios, sus precios y sus
utilidades, como puede verse en el siguiente cuadro:

Años Caballos de fuerza Lámparas ENTRADAS


[millones de francos]
Brutas Líquida
s
1909 83,189 331,945 15.5 8
1910 121,306 398,301 18.0 13
1911 121,778 400,422 19.5 14
1912 130,673 466,256 20.8 16
Total 456,946 1.596,924 73,8 61

De hecho la energía empleada para empleada para alumbrado público


aumentó sensiblemente como se observa, y, aunque no se registra la energía
eléctrica consumida en las industrias, los comercios, las minas, las casas
particulares y las oficinas de gobierno –a crédito-, su crecimiento y ganancias
fueron espectaculares. Los tranvías eléctricos, el medio de transporte por
excelencia, por su parte tuvo un consumo igual de creciente, pues las corridas
aumentaron, pero por el hecho de pertenecer al mismo corporativo, suponemos la
pagaban a tarifas bajas.

Se puede concluir que la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, no


tuvo problemas fuertes y, por tanto, su crecimiento y consolidación se efectuaban
aún, en el período álgido de la lucha revolucionaria –de la guerra civil-.

El hacer notar el caso de la Compañía de luz tiene por objeto mostrar que,
para lograr su crecimiento y tan grandes utilidades, necesariamente hubo que
utilizar fuerza de trabajo asalariada explotada a grado máximo, obreros
electricistas con jornadas amplias y jornales pequeños. A estos obreros ella los
mantuvo, mientras pudo, en la misma situación de sojuzgamiento y explotación, en
que se hallaban los proletarios y semiproletarios del país. Pero al mismo tiempo,
que éstos, los obreros electricistas bien pronto empezaron la lucha contra la
explotación que sufrían por parte de la Compañía de Luz, en lo particular, y contra
la explotación que realizaban la burguesía nacional e imperial, en lo general.

Hacia el año de 1906, fecha en que la Compañía de Luz logró en definitiva el


monopolio en la zona central del país, los obreros electricistas empezaron a
reunirse, con “la idea de agruparse para defender colectivamente sus intereses”.
Pero ese año y el siguiente, como es sabido, se trató implacablemente a los
trabajadores mexicanos; fue entonces hasta 1908, cuando lograron formar la sexta
sucursal de la “Gran Liga de Electricistas Mexicanos” que tenía su matriz en
Monterrey. Sucursal cuya suerte tampoco fue favorable, la mutualidad quebró a
pesar de todo.

Sin embargo, en el año de 1911 hubo otro intento organizativo de los


electricistas, y así, al calor de la revolución, fundaron la “Liga de Electricistas
Mexicanos”, con sede en la capital. A pesar de tener mejor forma, claridad en su
programa y avances como cooperativa, al final, ésta tampoco tuvo éxito duradero.

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Resumiendo, puede decirse que entre 1906 y 1911, los obreros electricistas
lograron una consolidación y experiencia que les eran muy necesarias para su
propia organización; tenían una idea clara y distinta de su situación en la
producción; tenían conciencia de esto y del momento social vivido; con esa base
plantearon sus reivindicaciones como mutualidad y después como socios
cooperativistas.

En ese período, veían ya a su enemigo de clase, al que llamaban “raza


antagónica”, y proyectaban su visión y su acción –según decían- dirigida hacia “un
amplio sendero para dignificar nuestro medio actual”. Definían el carácter del
sistema imperante, es decir, del capitalismo basado en la explotación del asalariado
o jornalero, que debía tener dinero para sobrevivir [el dinero clave “mágico” del
capitalismo]. Observaban que el proceso imperialista se apoderaba de los
mercados, de la riqueza y del medio social de los mexicanos, razón por la que
decían de la Compañía de Luz, lo siguiente: “Este sindicato que se reparte siete
millones anuales a sus socios ya multimillonarios, no está satisfecho todavía y no
hay ser humano en el Distrito Federal que no pague diario tributo”.

Concretaban sus acciones principalmente contra todo abuso de las empresas


y autoridades. El programa de esos años adquirió mayor relevancia cuando,
proyectando su acción y organización, tomando en cuenta “los tiempos de guerra”,
se exhortaban: no hay que descansar, es necesario fortalecerse antes de la guerra,
para arrollar con la fuerza creada.

La experiencia de la lucha en las etapas anteriores, reflejada en las


organizaciones mutualistas y cooperativistas, se proyectaba y pesaba aún durante
la revolución, por eso los electricistas no escaparon a esa influencia y debido a ello
se planteó y creó en sus organizaciones el “Taller Cooperativo, que repartía
intereses anualmente en relación a las cantidades depositadas por cada socio”; por
eso, también, afirmaban enfáticamente que su organización estaba estructurada
sobre esas bases la mutual y la cooperativa.

Como ya se vio, la Casa del Obrero Mundial, durante los años 1912-1914,
también llevó el estigma de las organizaciones e ideologías pequeño burguesas;
sería, pues, al fragor de la acción revolucionaria y al calor particular de la lucha
entre patrones y obreros como se desarrollaría aquella hegemonía conciliadora de
la pequeña burguesía. Aliada de suyo de la burguesía, como lo demostró esos años.

En octubre de 1914, los tranviarios realizaron una huelga y, para solucionar


el conflicto, propusieron lo siguiente: reconocimiento “del gremio”; que a través del
sindicato se solicite el nuevo personal, comprometiéndose el sindicato al respecto;
supresión de los descuentos por desperfectos en los tranvías; est6ablecimiento de
salarios, por hora, desde el mínimo de 25 centavos a troleros y cambiadores, hasta
el máximo de 60 centavos a los jefes de división; ocho horas de trabajo continuas o
nueve discontinuas, con dos para comer; indemnización por accidentes de trabajo;
y, finalmente, que la empresa no rompa los acuerdos tomados.

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La gerencia de la Compañía de Tranvías [Mexican Tramways Company],
hermana de la Compañía de Luz [Mexican Light and Power Company], como era de
esperarse, no aceptó las propuestas para negociar con los obreros, y la huelga se
alargó desde el 8 al 13 de octubre, día en que intervino el general Obregón, quién
incautó la empresa provisionalmente por quince días, es decir, hasta el 7 de
noviembre, como tiempo para negociar. Para el 15 de noviembre la empresa no
contestaba todavía a los obreros y la incautación subsistió. Por ese tiempo, a nivel
general, ya se había realizado la Soberana Convención Revolucionaria y los
carrancistas habían roto con ella, con las fuerzas revolucionarias de Villa-Zapata,
pasaban por la capital rumbo a Veracruz, por ello trataron el conflicto tranviario.
Pero estaban por entrar las fuerzas oponentes, los convencionistas, quienes
siguieron las pláticas de tranviarios con la empresa, sin resultados satisfactorios.
Finalmente, por ese tiempo, la incautación por los carrancistas subsistió por mucho
tiempo, hasta el término de la revolución; quedó a cargo de la empresa un capitán
de Obregón.

El ejemplo de los tranviarios fue seguido por los electricistas de la Compañía


de Luz, y, el 14 de diciembre de 1914, apareció un manifiesto en la prensa firmado
por la “Federación de Empleados y Obreros de las Compañías de Tranvías y de Luz
y Fuerza Motriz”, quienes ese mismo día, en la noche, discutieron las formas de
organización existentes y eligieron la sindicalista –casi desconocida-, como la más
adecuada para la defensa de sus intereses como trabajadores; asimismo, quedó
nombrado el comité del sindicato, integrado como sigue: Luís Ochoa, secretario
general; Ernesto Velasco, secretario del interior; Antonio Arceo, secretario del
exterior; Toribio Torres, tesorero. En la asamblea del 21 de diciembre, se definió el
nombre de la organización, después de algunas proposiciones y discusiones se
adoptó el de “Sindicato Mexicano de Electricistas” [S.M.E.].

Los planteamientos en que se sustentó el nuevo sindicato fueron los


siguientes:

1. Ante todo, ser democrático, es decir, para todos los obreros y empleados
que reciben salario o sueldo de alguna empresa eléctrica, “sin distinción
de ninguna especie”.
2. De combate y defensa de los intereses obreros, “para pedir que una
empresa poderosa aumente el jornal a millares de empleados y obreros”;
para que se reinstalara a cualquier cantidad de trabajadores que fueran
despedidos injustificadamente y, asimismo, para “defender al trabajador
de las artimañas y las maquinaciones del capitalista” y para exigir “la
justicia en las mutuas relaciones entre patrones y empleados”.
3. Para lograr cohesionar y solidarizar las fuerzas proletarias y adquirir
mayor y creciente fuerza “si todos nos unimos como un solo hombre:
todos para uno y uno para todos”; y por último,
4. Para desterrar la competencia entre los trabajadores y evitar la baja en el
precio de la fuerza de trabajo; evitar los bajos salarios.

15
Hubo otro punto de importancia que el Sindicato Mexicano de Electricistas
definió en la práctica, el cual se refería a lo que ellos entendieron por “relaciones
con el Estado” y que los dirigentes de la Casa del Obrero Mundial [COM], no
aceptaban, porque rompía con lo definido por estos pequeño-burgueses, como “no
participar en política”. Los electricistas no prestarían apoyo a ningún “facción”, ni
aceptarían que los miembros del sindicato prestaran servicios en oficinas públicas,
cosa que nos les impediría impugnar o solicitar apoyo o negociar con los
gobernantes, siempre que ello resultase favorable a sus demandas, a sus intereses,
sin perjudicar la independencia de la asamblea general en la toma de decisiones.
Ante todo, básicamente, siempre fue la asamblea la que definió la postura, las
acciones, las propuestas y los criterios que se habrían de aplicar.

En sólo tres días, el número de sindicalizados llegó a 484, y en menos de tres


semanas, a más de 600. Grandes contingentes de trabajadores de la Telefónica y
Telegráfica Mexicana, de la Telefónica Ericsson; de las bombas de agua potable; de
Tranvías Eléctricos y de la Mexican Light más de electricistas de diversas fábricas y
talleres acudieron con prontitud al SME, de suerte que de inmediato se formó como
un sindicato muy poderoso por la cantidad y l calidad de sus miembros.

El Sindicato Mexicano de Electricistas [.SM.E] entabló luego luego


relaciones con las organizaciones de trabajadores existentes, entre las que se
hallaban la C.O.M. y la naciente Federación de Sindicatos Obreros del Distrito
Federal, empezaba a formarse. Nombró delegados para la sección de
Aguascalientes que empezaba a formarse; en realidad era una brigada política para
impulsar su formación y adherirla como división al sindicato; participó
activamente con el Sindicato de Hilados, Tejidos y Similares, en la manifestación
organizada del 7 de enero, para conmemorar a los mártires de “Río Blanco”. Así
pues, el S.M.E. rápidamente se integraba a la acción proletaria.

5. Las primeras huelgas del Sindicato Mexicano de Electricistas.

A un mes exacto de la creación formal del S.M.E., sus fuerzas organizadas se


pusieron a prueba.

La situación, hay que insistir en ello, era muy delicada, no sólo en cuestiones
políticas a nivel nacional [por la guerra civil], sino también en relación al alto costo
de la vida. Los precios de los artículos de primera necesidad se elevaban
constantemente -día con día-, al grado que parecía un proceso de nunca acabar. En
sólo una semana los precios aumentaban del 10 al 25%, como en el caso del azúcar,
que llegó a subir de 22 hasta 65 centavos el kilo, y, el del piloncillo que de 18 subió
hasta 50 centavos el kilo. Los salarios de los obreros capitalinos no rebasaban al
peso, la mayoría eran de 50 a 70 centavos, por jornadas de 12 a 16 horas.

Fue en relación a esta situación económica, por la que los obreros


electricistas y los telefonistas afiliados al S.M.E., plantearon sus demandas
tendientes a lograr un mejoramiento en su existencia, en su modo de vida.

16
Por otra parte, en esos meses revolucionarios, las fuerzas carrancistas
comandadas por Álvaro Obregón, se estaban acercando a la ciudad de México y,
por lo mismo, las fuerzas convencionistas de Villa y Zapata tuvieron que tomar
precauciones contra los posibles ataques y sospechosos que se alzaran en beneficio
de Carranza, el que se llamaba constitucionalista. Por ello evacuaron.

Era grande el riesgo que se corría al realizar movilizaciones y acciones contra


las empresas, especialmente las extranjeras; pues la ciudad se hallaba bajo ley
marcial y cualquier alteración del orden podría provocar un enfrentamiento
sangriento. ¡Órdenes del carrancismo! En el periódico El Monitor, se asentaba:
“aquel que por cualquier motivo altere el orden público será juzgado sumariamente
y pasado por las armas”.

5.1. La primera, con la Telefónica.

A pesar de esto, el S.M.E., en la asamblea del 14 de enero de 1915, tomó el


acuerdo de presentar a la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana un
“Memorial” que contenía las siguientes demandas: “El reconocimiento del
sindicato por la Compañía Telefónica, aumento salarial según la tarifa vigente de la
agrupación, pensiones e indemnizaciones para los obreros que sufran accidentes y
algunas reformas de carácter moral”.

El 16 de enero se planteó a la asamblea aceptar que, “si en el plazo de dos


horas no se satisfacían las justas demandas de los compañeros de la Telefónica y
Telegráfica Mexicana se declarará la huelga”, lo que de manera unánime fue
aprobado. Esto era razonable pues los obreros y las trabajadoras, no podían
permanecer sólo a la expectativa, y mucho menos cuando la empresa empezaba a
movilizarse en su contra; para trasladar a obreros de otros Estados a la capital que
desearan trabajar, con el fin de romper la huelga al actuar como esquiroles.

El 19 de enero, ante la negativa de loa empresarios de la Compañía para


tratar con el sindicato los asuntos del “Memorial”, la huelga estalla aunque
parcialmente. “A las exigencias de los empleados sindicalizados, la Compañía
contestaba que no deseaba entenderse con el referido sindicato, por lo que no
tomaría en cuenta lo que por su conducto se le pida, en el concepto de que tiene la
mejor voluntad de favorecer a sus empleados siempre que ellos quieran entenderse
directamente con la mencionada empresa”. Asimismo, ofrecía a los empleados,
obreros y telefonistas un aumento que le parecía bastante considerable: “de cinco
centavos”. En caso de no aceptar dicha proposición, serían despedidos.

En una situación de crisis económica [y militar], cuando lo más seguro es un


trabajo aunque sea mal pagado, se produce una gran desesperación, tal que los
trabajadores se dividen y las acciones que realizan en su propio beneficio, se
resquebrajan por las amenazas de los patrones.

17
El gerente deseaba aprovechar la mano de obra barata que se ofrecía, sobre
todo por la situación crítica para hacer que, individualmente, los obreros y
telefonistas, transaran con él; y así, obtener costos más bajos y mayores ganancias,
en síntesis: lanzaba a los trabajadores a luchar y competir entre sí, con lo que la
única beneficiada sería la empresa monopólica imperialista, pues era subsidiaria de
la Western Union. Al aceptar los tratos de manera individual, como lo propuso el
gerente, hubiese podido –posteriormente-, despedir a los huelguistas como a los
representantes uno tras otro, pues claramente quedaba demostrado que no existía
unidad ni solidaridad entre los mismos compañeros de trabajo.

Esta situación divisionista, una de las más añejas estrategias patronales, con
obreros egoístas compitiendo entre sí, agregada a los costos del servicio telefónico
que, por ser muy bajos, le rendían a la empresa elevadas ganancias. Eso era lo que
deseaba mantener el gerente, porque beneficiaba a los intereses que representaba –
la empresa imperial-, y esta situación era, precisamente, la que el S.M.E. señalaba y
combatía, dándole un impulso nuevo hacia su transformación: la fuerza de trabajo
organizada aparecía pues, imponiéndose mediante la única posibilidad y el único
camino realmente proletario: la lucha.

Reconocían a sus empresas, las 3 monopólicas, las 3 extranjeras; pero


comprendieron sus intereses y ubicaron las obligaciones de los propietarios,
resolver sus necesidades y ser responsable del proceso productivo. Logrando la
bilateralidad, la negociación para mejorar el trabajo y la vida. No más, pero
tampoco menos.

Para el 25 de enero, en la asamblea del S.M.E. se consideró indispensable no


ceder un solo paso y, en consecuencia, que se requería mantenerse firmes, seguros,
decididos y solidarios en las decisiones acordadas. Ese día se nombraron dos
comisiones para que asistieran a las oficinas telefónicas de “Neri” y “Juárez”, con el
fin de llamar y convencer a los divisionistas para que se unieran al movimiento de
huelga. Los de “Juárez” se solidarizaron y dejaron de trabajar inmediatamente;
pero los de “Neri” continuaron laborando. La huelga aún no era total.

En este punto se hallaba el conflicto, cuando las fuerzas armadas


convencionistas tuvieron que dejar la capital debido a que se acercaban los
carrancistas; Villa se replegó hacia el norte y Zapata hacia Morelos; así, en lo
últimos días de enero y los primeros de febrero de 1915, los carrancistas ocuparon
la capital de la República. Es el contexto de la primera huelga del S.M.E.

La Compañía Telefónica mandó detener a tres obreros que participaban en


el movimiento y empezó a despedir a las telefonistas, como medidas de presión
para resquebrajar la acción conjunta y organizada que hasta el momento
intentaban consolidar –su primera experiencia, su primer lucha directa-, los
electricistas y telefonistas del S.M.E., sin poder lograrlo todavía; debido a las
acciones emprendidas por los representantes de la empresa.

18
El S.M.E., por su parte, contrarrestó esas medidas con movilizaciones,
brigadas y asambleas informativas, pues la solidaridad debía construirse y
mantenerse, si se deseaba alcanzar lo que pretendía el “Memorial”: esta era y fue
una política constante que se practicaba en el sindicato. Para evitar el decaimiento
de los huelguistas se procuró dar información de los sucesos de cada día; la
discusión era continua y, además, en muchas ocasiones se recitaron poesías
elogiando al movimiento; todo lo cual mantenía vivo el interés y la continuidad de
la lucha.

En la asamblea del 4 de febrero de 1915, se discutió un gran número de


propuestas para lograr la solución favorable de la huelga y, finalmente, suponiendo
el fracaso de sus gestiones con la empresa, se aprobó que se pidiera la “incautación
por el Gobierno de la Compañía citada”, así como la destitución inmediata de los
rompe huelgas.

Es preciso tener claras dos cosas: a] fue la asamblea la que, como solución a
la huelga, decidió la intervención del gobierno para que incautara la empresa, y b]
para el mes de febrero de 1915, eran las fuerzas carrancistas las que se encontraban
en la capital, buscando afanosamente el apoyo de todos los sectores sociales,
principalmente el de las masas populares, para lograr frenar el impulso de las
fuerzas de Villa y de Zapata. Los obreros de la capital, en especial los electricistas,
recordaban la reciente incautación de los tranvías eléctricos.

Eran pues, dos factores que coincidían en un momento favorable para ambas
partes, electricistas y carrancistas, cada una con una visión y un objetivo muy
particulares, antagónicos y diferentes entre sí.

Fue por esto, por lo que Obregón, por conducto del pintor Gerardo Murillo,
mejor conocido como Doctor Atl –ideólogo obrerista en ese momento-, intervino
en el conflicto huelguista de la Telefónica Mexicana. La actuación de Obregón,
insistimos, respondía perfectamente a los requerimientos del conflicto político que
enfrentaba en esos meses, debido a la necesidad que tenía de apoyo popular; y, por
su parte, los electricistas planteaban una acción también acorde con sus muy
particulares intereses. En el fondo, ambas posturas resultaban antagónicas.

Frente a estas lógicas posturas políticas de clase, apareció la de los pequeño


burgueses, “los anarquistas” de la COM, el 5 de febrero, en la asamblea del S.M.E.
por labios de Jacinto Huitrón –uno de sus predilectos líderes-, manifestó: “no hay
que solicitar del gobierno nada que coarte nuestra libertad de ejercer la acción
directa, que debe ser la norma del sindicalismo”.

La Casa del Obrero Mundial, es decir, sus dirigentes, sostenían que el


sindicalismo, para serlo, no debería de considerar al gobierno, ni mucho menos
apoyarse en él. Pero a los pocos días. El 8 de febrero, los hechos demostraron lo
falaz de esa postura política y la consecuencia de esos “anarquistas” pequeños
burgueses; pues ese día la COM, como se sabe, apoyó a Carranza y formaron “Los
Batallones Rojos”, para combatir a las fuerzas villistas y zapatistas, a los

19
convencionistas. Así, el oportunismo de los dirigentes de la COM se patentizó una
vez más.

Pero respecto a las fuerzas obreras organizadas, no se puede decir lo mismo,


y menos de los trabajadores que siguieron a la Casa; es comprensible que siendo la
situación crítica y la vida de sus familias tan miserable, esto los haya empujado a
enlistarse en dichos “batallones rojos”, en donde se les ofrecía un salario de un peso
diario y sus comidas, respaldo en las áreas controladas; cosas que en la capital ya
no eran fáciles de conseguir.

Además, el número de trabajadores capitalinos que había en esos “batallones


rojos” era insignificante, y si el contingente creció fue por las fuerzas que se
enlistaron en las zonas industriales de Puebla y Veracruz, estados que se
encontraban en poder de los mismos carrancistas.

Como es de inferir, para afianzar la organización y obtener un triunfo el


sindicalismo del proletariado electricista optaba por consolidarse con un apoyo
importante, que no le amputaba sus objetivos ni sus intereses, es decir, que a pesar
de todo, esa propuesta le permitía actuar con plena independencia. Es preciso tener
presente que la lucha sindical –apenas iniciando-, con bases y dirigentes obreros
electricistas jóvenes en la historia mexicana como proletarios, supieron aquilatar
las luchas anteriores de la clase obrera nacional.

Este proletariado apenas empezaba, pero es notorio su saber inicial,


reconociendo las prácticas proletarias de su tiempo; apenas empezaba a apartarse
en esos días y con sus primeras luchas, del oportunismo anarquista de la pequeña
burguesía o de las formas elementales de la mutualidad o la cooperativa que, desde
el siglo pasado aún reciente, hasta entonces, había estado limitando las acciones de
clase obreras. De esta suerte, el sindicalismo fiel representante de los intereses y
objetivos proletarios, llegaba a su etapa definitiva de formación y consolidación
política ideológica de clase.

Así pues, la lucha proletaria que se libraba en esos momentos era una lucha
política de primer orden que indicaba la formación definitiva del sindicalismo
mexicano, y éste es, precisamente, el hecho que no hay que olvidar. El sello es, sin
duda, electricista.

Lo dicho explica que el S.M.E. no haya apoyado a las fuerzas carrancistas ni


formar parte de los “Batallones Rojos”, romper con la Casa del Obrero y que
decidiera optar por continuar la lucha que en esos momentos le ofrecía
perspectivas, para terminar de formarse. Tales momentos eran aquellos en que las
masas proletarias y semi-proletarias del campo acosaban a la burguesía, con sus
fuerzas militares hasta arrinconarla en una pequeña franja del territorio nacional
[Veracruz]; el obrero urbano industrial, se hallaba ocupado en darle contenido
proletario al sindicalismo, en una lucha que entonces era ante todo una lucha
política, y no como dicen algunos, un repliegue a una “lucha economicista” que
nada positivo ofrecía a los obreros.

20
Malamente pudo replegarse a una “lucha meramente sindical o
economicista”, cuando lo que buscaba era, precisamente, la formación cabal del
sindicalismo. Por tanto, es erróneo plantear que el proletariado mexicano de la
época revolucionaria se replegó y que no luchó por sus propios intereses formando
una alianza obrero-campesina que derrocará la burguesía y asumiera el poder
político, para implantar la dictadura del proletariado; con ese planteamiento se
tergiversa y falsea la experiencia proletaria que es, en resumidas cuentas, la fuerza
propulsora de toda liberación.

Finalmente, respecto a la cuestión de la huelga con la empresa Telefónica y


Telegráfica Mexicana, se dice por todos que esa compañía fue incautada
provisionalmente por las fuerzas constitucionalistas, concretamente por Álvaro
Obregón, quién puso la gerencia “en manos de Luís N. Morones”, desde entonces
su fiel servidor. Pero eso ha resultado ser falso. Es cierto que se incautó la empresa,
pero es falso que Obregón nombrara directamente a Morones gerente de la
telefónica; en un acto que se quiere interpretar como una colusión entre ellos.

Al respecto el Libro N° 1 de Actas de Asambleas del S.M.E., con fecha 6 de


febrero de 1915, registra:

Habiendo decretado el compañero Atl a nombre de la


Revolución la incautación de la Cía. Telefónica y Telegráfica
Mexicana y exponiéndonos que ésta Cía. quedaba desde esa fecha en
nuestras manos hasta que un acuerdo fuese posible, y por lo tanto,
facultando a este Sindicato para nombrar y remover al personal de
la misma, se procedió a elegir al administrador provisional
recayendo tal nombramiento en el compañero Luís Morones,
ayudándole en sus labores el compañero Rafael Castro, quienes
quedaron sugetos [sic] a responder de sus actos ante este Sindicato…

Hasta ahora, la incautación de la Compañía Telefónica y Telegráfica


Mexicana ha servido de pretexto –en la historia oficial- para imaginar un
contubernio entre Morones y Obregón, cosa que como se ve, en ese momento, no
existió.

Con este acto político, terminó la primera huelga realizada por el naciente
Sindicato Mexicano de Electricistas.

Para lo que sí sirvió la incautación de la Telefónica, fue para sacar la


siguiente conclusión, de muy palpitante interés en nuestros días:

Si no se cambian las relaciones sociales de producción del país, una


empresa capitalista que sea entregada a obreros sindicalistas, para que
estos la administren y controlen totalmente, a pesar de esto, sigue
cumpliendo perfectamente sus funciones burguesas que tiene
asignadas.

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A pesar de la guerra revolucionaria, el contexto de las relaciones capitalistas
que entonces existían, no fue criticado en su esencia, de manera que indujera a
pesar en cambiarlo. El capitalismo, aunque débil, siguió existiendo durante la
revolución, justo eso lo que estaba en pugna; por un lado, por los convencionistas –
el poder proletario-, y, por otro, los constitucionalistas, el poder burgués. Después
de la guerra, se fortaleció.

Por otra parte, la administración de la Telefónica y Telegráfica por el S.M.E.,


es el primer ejemplo en el país de control obrero sobre una empresa –imperial-,
hecho que demostró la capacidad que tienen los trabajadores para manejar,
administrar y mejorar la producción de una empresa capitalista, sin transformar
sus fines de lucro.

Aunque en este caso se trata de una empresa de servicios, la conclusión no


cambia. Cuando la empresa fue entregada a sus dueños, éstos se dieron cuenta de
la ampliación que se había realizado en el servicio telefónico, más usuarios, y no
sólo eso, sino que, en vez de hallar un déficit, se encontraron con que las utilidades
habían aumentado. De este modo, los mismos obreros explotados, resultaron ser
sus propios explotadores, pues al generar plusvalía, ganancias, la explotación no
desapareció. Las condiciones de trabajo mejoran y los salarios siempre fueron a la
par de lo obtenido en los convenios de Compañía de Luz.

Al mismo tiempo se observó que los dueños de la compañía no tenían


ningún papel productivo, sino que eran exclusivamente, los especuladores de la
plusvalía generada por la fuerza de trabajo de los obreros.

Sucedió otra cosa, también importante: el cambio de Morones. Del Morones


tan apegado a los intereses obreros, pero que traicionó a sus bases, a sus
compañeros, y se hizo aliado de la burguesía. La hipótesis es: el error muy grave del
Sindicato Mexicano de Electricistas fue el que originó ese cambio, provocó dicha
traición. Ese error consistió en que se le entregó, por la asamblea, un sueldo de
$600.00 pesos mensuales, distinguiéndolo del resto de sus compañeros de trabajo,
por considerar diferente su actividad de gerente, su actividad “intelectual”. Los
trabajadores electricistas y telefonistas, la asamblea, incurrieron con esos actos en
una inconsecuencia grave:

Por un lado, demostraban lo ineficaz y lo improductivo de los dueños y


directivos de la compañía, y por otro, consideraban el cargo de
“administrador provisional” como muy importante, puesto que le
asignaban el salario más alto de aquel tiempo.

5.2. La segunda, contra la Compañía de Luz y Fuerza Motriz.

Ahora bien, en esos días de la huelga con la empresa telefónica, el S.M.E.


llevó a cabo otra lucha contra la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, S. A.

22
Y es que el sindicalismo proletario, tal como lo definió y estructuró el S.M.E.,
sólo podía realizarse en la acción, en la práctica. En la movilización de las bases
obreras para luchar por sus propios intereses y objetivos, en 1915: mejorar las
condiciones de trabajo, mejores relaciones sociales de producción, algunas
prestaciones sociales para los compañeros y, sobre todo, reducción de la jornada a
8 horas y salario base de un peso. En la medida que se abandona la movilización de
las bases obreras, el sindicalismo proletario –altamente político-, se convierte en
una lucha “meramente economicista”, de lo que resulta que la solidaridad y la
conciencia obreras decaen, y, los dirigentes tergiversan sus intereses originales, se
hacen aliados de la burguesía. Morones dixit.

En el caso de los dirigentes oportunistas y “anarquistas” de la Casa del


Obrero Mundial, pues se vio que en vez de impulsar la lucha y la movilización de las
masas obreras, en pos de sus objetivos e intereses de clase, trataron a toda costa de
imponer la conciliación de clases y de pactar con el gobierno de la burguesía;
trataron en todo momento de convencer de que el planteamiento correcto de la
lucha proletaria no debía incluir la cuestión del Estado en alianza; pues, como se
sabe, la lucha de la clase obrera significa, esencialmente, una lucha política.

Al alejar de las mentes obreras el problema político de la cuestión del Estado


o del gobierno, como instrumento burgués, los dirigentes oportunistas y
“anarquistas” de la COM, alejaron también la posibilidad de realización de las
perspectivas proletarias, dejándolas sin defensa antes las fuerzas armadas del
estado y sus aparatos ideológicos. Y al mismo tiempo, se hacía olvidar que aún en el
capitalismo, se pueden aprovechar “ciertas pautas democráticas” que, como en
aquel período concreto, podían evitar el desgarramiento a que llevaría un
enfrentamiento directo con el ejército o con las fuerzas policíacas que
eventualmente harían retroceder la lucha obrera.

Así pues, al hablar de la “acción directa”, se pasaba por alto la existencia del
aparato administrativo y militar que, como órgano de dominación y opresión, se
lanza contra la lucha obrera; es el aparato que detenta la clase burguesa como
instrumento suyo.

Para los obreros integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas la


cuestión del estado y del gobierno, si existía. Sabían que debían tenerla presente,
sobre todo, para evitar enfrentamientos directos y brutales; lo cual no significaba
poder apoyarse o lograr pactar con dicho gobierno, sin renunciar a los acuerdos
postulados en la lucha, pues había plena confianza en la fuerza política de la
movilización que las bases proyectaban para conseguir los objetivos propuestos. Y
si, en un momento concreto, una medida de gobierno brindaba oportunidad para
reavivar la lucha el S.M.E., la aprovechaba. Como vimos en la incautación de la
empresa telefónica.

La movilización contra la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz


empezó a gestarse porque la empresa estaba oponiéndose a la formación del

23
sindicato. En concreto, el 2 de enero de 1915, la empresa despidió a un obrero, “por
hacer propaganda sindicalista”. Ese obrero era Francisco Horta, del área de
cobranzas, en aquel tiempo se destacó por su ardua labor en favor del S.M.E. La
comisión nombrada en la asamblea, para tratar este asunto, no fue recibida por los
altos jefes de la empresa, razón por la que, en la asamblea del 5 de enero, se insistió
en que no había motivos para ese despido y que, por lo tanto, el trabajador debía
ser reinstalado. Con este despido, la empresa trataba de intimidar la fuerza
naciente de los sindicalistas –como en otros tiempos lo había logrado-; pero para el
S.M.E. esta medida patronal, resultó positiva, pues hizo manifestarse en los socios
sindicados una solidaridad, una convicción y una convicción firmes, que a fin de
cuentas, logró la reinstalación.

Pero no acabó todo con aquél triunfo. La situación crítica y oprobiosa que
vivía el obrero electricista, en el período revolucionario, hizo inminente una lucha
con el objetivo concreto de mejorar las condiciones de existencia en el trabajo y la
situación general de los electricistas –o sea, las relaciones sociales de producción-,
problema que se había ido definiendo en las discusiones [asambleas] del sindicato.
El 19 de enero de 1915, se aprobó un “Memorial”, que fue enviado con una comisión
al Gerente General de la Compañía de Luz el día 21, dándole un plazo resolutivo de
24 horas. Dicho Memorial comprendía los siguientes puntos:

1. Que la Compañía trate con el Sindicato Mexicano de Electricistas


las cuestiones de interés existentes entre ella y sus obreros y
empleados.
2. Que se aumenten los salarios solamente a aquellos que se
encuentren sindicalizados. Asimismo, que se acuerde un salario
mínimo de un Peso diario por nueve horas de trabajo, no
debiendo reformarse los horarios existentes.
3. Lo que se perciba por tiempo extra, sin trabajar, se considerará
como parte del salario.
4. El tiempo extra, trabajando, se pagará como tiempo doble.
5. Los que estén trabajando por mes, serán considerados como
empleados.
6. Que se suprima el Departamento de Policía.
7. En casos de accidentes de trabajo, enfermedad o muerte, la
empresa tendrá obligación de atender dichos casos.
8. La indemnización para un obrero accidentado en el cumplimiento
de su deber.
9. El sindicato nombrará un doctor que atienda a los obreros y
empleados y la Compañía le pagará. La Compañía, además,
colocará botiquines en puntos estratégicos de los lugares de
trabajo.
10. La corriente eléctrica, para los obreros y empleados de la
Compañía, será vendida a mitad de precio vigente para el
público.

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México, enero 21 de 1915, por el Comité Provisional el Srio. Gral.
Luís Ochoa.

Si bien la huelga de los telefonistas de la Telefónica y Telegráfica, no


ocasionaba estragos graves en la vida social e industria de la ciudad de México, el
ánimo de los capitalinos se encontraba predispuesto para no soportar más
trastornos. Y esto se explica porque, por una parte, las fuerzas carrancistas
asechaban las cercanías del Distrito Federal, motivo por el cual había toque de
queda y estaba implantada la ley marcial –cárcel o fusilamiento directo, quien salga
de sus domicilios-; y, por la otra, los obreros electricistas realizaban movilizaciones
que ponían en peligro el orden público.

Ahora, con el pliego de peticiones [Memorial], entregado al gerente de la


Compañía de Luz dándoles un plazo resolutivo de 24 horas para evitar la huelga, la
visión fantasma de la oscuridad y del paro general de la producción, acudía
inmediatamente al pensamiento de la burguesía que, acobardada, se lamentaba de
ello. El 23 de enero, El Economista Mexicano, portavoz burgués, exponía así su
preocupación:

Nunca como hoy, es más inoportuno provocar huelgas, sobre todo, cuando no
tienen por base el pretexto del bajo salario y la carestía de la vida y aún este
pretexto, en los momentos actuales, es peligroso, porque se corre el riesgo de que
la negociación se paralice, por no poder pagar salarios más altos y los operarios se
encuentren sin recursos para subvenir a sus más urgentes necesidades.

No parece sino que hubiera un interés oculto en provocar estas huelgas, pues
sólo así se explica que se escoja una ocasión tan inoportuna, como la presente,
para complicar más la situación, de suyo delicadísima. Toca a la autoridad vigilar
estos movimientos y evitar los perniciosos resultados que pudieran tener.

Al respecto las autoridades convencionistas de la capital, a través de El


Monitor, dijeron:

Las gestiones del gobierno estarán encaminadas a solucionar satisfactoriamente


el conflicto que se presenta, pero al mismo tiempo está resuelto a reprimir
severamente a los que alteren el orden.

Así, la burguesía y las autoridades gubernamentales, se situaban en una


postura contraria a la única solución posible que el proletariado industrial
proponía [los electricistas], para adquirir los alimentos básicos de subsistencia. El
proletariado organizado sabía que sólo por medio de acciones propias y con base en
su fuerza conjunta –colectiva- y solidaria podría encontrar la respuesta a los
problemas que se le planteaban; pues pensaba, que los recursos obtenidos fuera de
ese contexto, no satisfacían los cuestionamientos del proletariado.

El S.M.E. consideraba que sólo la base obrera podía lograr el triunfo y, por
ello, se lo planteó así a ella y se movilizó inmediatamente. Consciente de su
situación estratégica en la producción regional y de que, la cohesión la solidaridad y

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la fuerza política sólo se adquieren en la lucha. Movilizando a las bases obreras el
S.M.E. materializaba la lucha obrera.

A pesar de la situación crítica del ataque de la burguesía, agudizada por el


proceso revolucionario –la guerra civil- y de la postura de las autoridades
convencionistas, el obrero electricista actuó de manera independiente, de acuerdo
con los planteamientos y acuerdos de la base en asamblea, poniendo de manifiesto
su aceptación de que el objetivo propuesto podía lograrse, conscientes ya de su
capacidad y lugar económico estratégico, mientras no se alejara de la movilización,
ni del proceso unitario de construcción sindical y de los criterios de sus bases.
Recordamos está en negociación con la Compañía de Luz y, además, con dos
empresas telefónicas [nos falta la crónica con la Ericsson].

Los intereses obreros eran, pues, el aspecto más importante entre todos los
que ofrecía el contexto sociopolítico de ese tiempo y no podía ser de otra forma.
1915 fue el año dedicado a darle contenido proletario a la forma sindical, definieron
esos electricistas.

Al emerger el sindicalismo proletario al mismo tiempo que la revolución


mexicana, históricamente se le imponía al obrero mexicano el papel que tanto se le
critica y que, objetivamente, no podía ser el de organizador de una vanguardia
política [de partido político obrero, marxista o comunista], para el ascenso del
proletariado al poder estatal nacional; sino, el diseñador de los primeros rasgos
esenciales para definir, crear y explicar al proletariado por sí y para sí mismo, la
forma sindical. Inexistente hasta entonces; se rompía con las dos formas
dominantes de organización obrera: la mutual y la cooperativa.

Es decir, de indicador del inicio consciente de la configuración que como


clase y fuerza organizada, corresponde, al obrero históricamente; haciéndolo de la
única manera que se alcanza y experimenta la comprensión de sí mismo como
sujeto social o sea, mediante la acción y la lucha sindicales. Si el sindicalismo no se
configuraba para la época revolucionaria, se imponía hacerlo emerger en la guerra
civil misma. De cualquier manera, para el proletariado no existe, en última
instancia ni orden público menos intereses generales de la sociedad, ya éstos son el
arma que la burguesía esgrime a cada instante para imponer su presencia e
intereses. Así, sólo existen intereses proletarios que defender y por los cuales
luchar: el bienestar proletario se sobrepone a cualquier otro interés.

No está por demás decir que, desde entonces, se acusa al obrero de no tener
–por sí mismo- la capacidad suficiente para realizar acciones independientes,
autónomas, propias basadas en sus intereses, en busca de soluciones para sí; por
ello se afirma que el proletariado se mueve obedeciendo a “intereses ocultos” u
“oscuros” y con base en “pretextos”, que provocan situaciones altamente
perjudiciales que alteran el orden social, que afectan a la sociedad.

Con esto se da a sus acciones un matiz ideológico que previene contra toda
posición adversa al régimen capitalista, para justificar “racional y legalmente” la

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represión militar o policíaca ejercida por el gobierno o el Estado, cuando se altera
el orden burgués.

Por lo demás, la movilización contra la Compañía de Luz fue un triunfo,


después de varias mesas de negociación, para el S.M.E., pues sólo cuatro puntos no
se resolvieron satisfactoriamente: el primero, parte del segundo, el sexto y el
décimo. Las pláticas empezaron el día 23 de enero y para el 30, se llegó a un
acuerdo definitivo, por lo que no se realizó la huelga. Los puntos sexto, décimo y
parte del segundo, se suprimieron –se retiran-, en el transcurso de las reuniones
tenidas por la comisión obrera, formada por el comité en pleno [no reconocido o
inexistente en forma legal] y el primero no pudo siquiera discutirse. Siendo sus
primeros pasos, lo mejor era avanzar y colocar como medio político la negociación.

Aunque el gerente de la compañía declaró:

“…que los acuerdos a que se ha llegado han sido dados… en el concepto expreso
de que se trata con los señores que forman la Comisión de Empleados como
representantes de esos mismos empleados, en su calidad de tales y sin reconocer
en ellos cualquier carácter que puedan tener en cualquier Sindicato o
Agrupación Obrera”.

Inexistente el S.M.E. Pero de hecho, aunque no legal ni formalmente, se


reconoció la representatividad sindical o, en su caso, la bilateralidad.

A diferencia del movimiento de huelga que se realizó en esos mismos días


contra la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana –no secundado
inmediatamente por todos los trabajadores y operadoras-, en el caso de Compañía
de Luz, la unificación de criterios y objetivos comunes, así como la cohesión de sus
miembros, fue notoria. Podemos agregar, en realidad, fueron 3 Memoriales y 3
acciones sindicales, cada una de ellas, diferentes, diversas.

El gerente de la Compañía de Luz, conocedor de la fuerza a la que se


enfrentaba y, además, recordando que ya tenía incautada la Compañía de Tranvías
Eléctricos de México –perteneciente al mismo consorcio-, optó por conciliar y
negociar las cosas, de tal forma que el resultado fue favorable para la consolidación
de la negociación; por parte de los trabajadores, se consolidó al sindicato. La huelga
de llevarse a cabo hubiese provocado trastornos no sólo a la Compañía, sino a todas
las industrias y comercios del centro del país, por lo que en todo caso, se sobrepuso
el interés general de la burguesía al interés particular de la Compañía de Luz.

6. Conclusiones.

La situación crítica, por lo miserable, en que se hallaban los proletarios


mexicanos del agro y la industria durante el porfiriato, los impulsó a buscar
soluciones valiéndose de su propia fuerza.

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Cada fracción de la clase explotada recurrió a su tradición y experiencia de
lucha, en busca de esas soluciones. La fracción proletaria agrícola se lanzó a la
lucha en diferentes regiones del país, por medio de guerrillas que al paso del
tiempo lograron formar dos fuertes ejércitos campesinos, los comandados por
Emiliano Zapata y Francisco Villa, que infringieron fuertes derrotas al ejército
burgués. Casi le derrotan, casi.

La fracción proletaria industrial se lanzó también a la lucha mediante las


asociaciones que existían entonces, y a las que tuvo que transformar dándoles un
contenido realmente proletario, de clase. Hasta 1914, las asociaciones en que
participaban los obreros estaban influenciadas por los intereses y estrategia de los
pequeños propietarios [pequeño burgueses], quienes aparentando apoyar a la clase
obrera defendían sus intereses, deseaban ser burgueses. Ante todo consideraban
necesario, que continuara el régimen de explotación, o mejor dicho, el capitalismo
dentro del cual esperaban, aspiraban, llegar a ser grandes burgueses.

La consigna fundamental de los pequeños burgueses preconizaba la


conciliación de las clases sociales, creyendo ingenuamente que la clase obrera se
avendría a permitir, pasivamente, que se le mantuviera en condiciones de vida
miserables.

Fue la lucha no la conciliación, la que se le presentó a la clase obrera como


único camino posible para obtener resultados que satisficieran sus problemas. Tan
importante fue la lucha entablada por la clase obrera que logró desterrar a los
dirigentes pequeñoburgueses de sus asociaciones, para luego transformarlas en
organismos sindicales. Los más importantes huyeron, los de la COM, descubrieron
su interés de clase: formaron Los Batallones Rojos carrancistas.

En los organismos sindicales, los dirigentes obreros y las bases se ligaban de


manera estrecha, las decisiones se tomaban considerando y cumpliendo los
dictados de asamblea; las acciones se determinaban conforme a los objetivos y
necesidades de las mayorías o bases obreras. En ello también, la movilización de las
bases era el instrumento vital y sustancial para lograr sus objetivos y el apoyo
solidario de todos los sindicalistas, impulsaba la lucha de otros compañeros de
clase.

Así fue el surgimiento del sindicalismo, como instrumento de lucha de las


bases obreras organizadas.

Las primeras movilizaciones de enero y febrero de 1915, dieron a los


miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas una prueba real y tangible de lo
que pueden conseguir con organización y decisión proletarias. Eso sirvió y seguirá
sirviendo de ejemplo.

El Sindicato Mexicano de Electricistas definió y asumió su carácter


proletario desde sus primeras luchas, sin escatimar en ningún momento la
movilización, la agitación, el brigadeo y contacto con todos sus miembros. Fue,

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precisamente, la lucha de las bases organizadas lo que cohesionó y dio fortaleza al
S.M.E., convirtiéndolo en un pilar fundamental de las luchas que los obreros
mexicanos sostuvieron durante la revolución.

[Este es el primer resumen de la investigación “El surgimiento del sindicalismo electricista,


1914-1917”, le seguirán otros: Dos huelgas más del SME en 1915, La solidaridad o la alianza
obrera en la revolución, La huelga general de 1916]

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S U M A R I O

Página

1. Un marco general 5

2. La revolución y la Casa del Obrero Mundial 6

3. La situación económica en la revolución 9

4. El contexto, la unión y la creación de la organización de los electricistas 11

5. Las primeras huelgas del Sindicato Mexicano de Electricistas 16

5.1. La primera, con la Telefónica 17

5.2. La segunda, contra la Compañía de Luz y Fuerza Motriz 22

6. Conclusiones 27

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