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['SOBRE STALIN', obituario de Iosif Stalin escrito en 1953 por el sociólogo, activista por los

derechos civiles y socialista panafricanista W.E.B. Dubois]

José Stalin fue un gran hombre; pocos otros hombres del siglo XX se acercan a su estatura. Era
sencillo, tranquilo y valiente. Rara vez perdía la compostura; ponderaba lentamente sobre sus
problemas, tomaba sus decisiones con claridad y firmeza; nunca cedió a la ostentación ni se
abstuvo tímidamente de ocupar el lugar que le correspondía con dignidad. Era el hijo de un
siervo, pero se plantó tranquilamente ante los grandes sin vacilaciones ni nervios. Pero
también —y esta fue la más alta prueba de su grandeza— conocía al hombre común, sintió sus
problemas, siguió su destino.

Stalin no era un hombre de erudición convencional; era mucho más que eso: era un hombre
que pensaba profundamente, leía con comprensión y escuchaba a la sabiduría, sin importar de
dónde procediera. Fue atacado y difamado como pocos hombres lo han sido; sin embargo,
rara vez perdía la cortesía y el equilibrio; ni dejó que el ataque lo apartara de sus convicciones
ni lo indujera a ceder en posiciones que sabía que eran correctas. Como miembro de una de las
minorías despreciadas del hombre, primero puso a Rusia en el camino para conquistar los
prejuicios raciales y crear una nación a partir de sus 140 grupos [nacionales] sin destruir su
individualidad.

Su juicio sobre los hombres era profundo. Pronto vio a través de la extravagancia y el
exhibicionismo de Trotski, quien engañó al mundo, y especialmente a los Estados Unidos. Toda
la actitud maleducada e insultante de los liberales en los Estados Unidos de hoy comenzó con
nuestra ingenua aceptación de la magnífica propaganda mentirosa de Trotski, que llevó por
todo el mundo. Contra esta, Stalin se mantuvo como una roca y no se movió ni a la derecha ni
a la izquierda, mientras continuaba avanzando hacia un socialismo real en lugar de la farsa que
Trotski ofrecía.

Stalin enfrentó tres grandes decisiones en el poder y las enfrentó magníficamente: primero, el
problema de los campesinos, luego el ataque de Europa Occidental, y por último la Segunda
Guerra Mundial. El pobre campesino ruso fue la víctima más baja del zarismo, el capitalismo y
la Iglesia Ortodoxa. Cedió fácilmente al Pequeño Padre Blanco; se apartó con menor facilidad
pero perceptiblemente de sus íconos; pero sus kulaks se aferraron tenazmente al capitalismo y
estaban a punto de arruinar la revolución cuando Stalin se arriesgó a una segunda revolución y
expulsó a los chupasangres rurales.

Luego vino la intervención, la continua amenaza de ataque de todas las naciones, detenida por
la Depresión, solo para ser reabierta por el hitlerismo. Fue Stalin quien dirigió a la Unión
Soviética entre Escila y Caribdis: Europa occidental y Estados Unidos estaban dispuestos a
traicionarla al fascismo y luego tuvieron que pedir su ayuda en la Segunda Guerra Mundial. Un
hombre menor que Stalin habría exigido venganza por [el Pacto de] Munich, pero tuvo la
sabiduría de pedir solo justicia para su patria. Roosevelt lo concedió, pero Churchill se contuvo.
El Imperio Británico propuso primero salvarse en África y el sur de Europa, mientras Hitler
aplastaba a los soviéticos.

El Segundo Frente se retrasaba, pero Stalin siguió adelante sin vacilar. Se arriesgó a la ruina
total del socialismo para aplastar la dictadura de Hitler y Mussolini. Después de Stalingrado, el
mundo occidental no supo si llorar o aplaudir. El costo de la victoria para la Unión Soviética fue
espantoso. Hasta el día de hoy, el mundo exterior no sueña con el dolor, la pérdida y los
sacrificios. Por su liderazgo sereno y severo aquí, si en ningún otro lugar, surge la profunda
adoración a Stalin por parte del pueblo de todas las Rusias.

Luego vino el problema de la Paz. Por difícil que esto fuera para Europa y Estados Unidos, fue
mucho más difícil para Stalin y los soviéticos. Los gobernantes convencionales del mundo los
odiaban y los temían y habrían estado muy dispuestos a ver el fracaso total de este intento de
socialismo. Al mismo tiempo, el miedo a Japón y Asia también era real. Por lo tanto, la
diplomacia se impuso y Stalin fue elegido como víctima. Fue convocado a una conferencia con
el imperialismo británico representado por su aristocracia entrenada y bien alimentada; y con
la vasta riqueza y el poder potencial de Estados Unidos representado por su líder más liberal
en medio siglo.

Aquí Stalin mostró su verdadera grandeza. No se encogió ni se pavoneó. Nunca presumió,


nunca se rindió. Se ganó la amistad de Roosevelt y el respeto de Churchill. No pidió ni
adulación ni venganza. Fue razonable y conciliador. Pero en lo que consideró esencial, se
mostró inflexible. Estaba dispuesto a resucitar a la Liga de las Naciones, que había insultado a
los soviéticos. Estaba dispuesto a luchar contra Japón, a pesar de que Japón no era entonces
una amenaza para la Unión Soviética y podía ser la muerte para el Imperio Británico y el
comercio estadounidense. Pero Stalin se mantuvo firme sobre dos puntos: el 'Cordon Sanitaire'
de Clemenceau debía devolverse a los soviéticos, a quienes se les había robado como
amenaza. Los Balcanes no quedarían indefensos ante la explotación occidental en beneficio del
monopolio de la tierra. Los obreros y campesinos ahí debían tener voz.

Tal era el hombre que yace muerto, todavía el blanco de ruidosos chacales y de los hombres
desnaturalizados de algunas partes del destemplado occidente. En vida sufrió insultos
continuos y elaborados; se vio obligado a tomar decisiones amargas bajo su sola
responsabilidad. Su recompensa llega cuando el hombre común se levanta en solemne
aclamación.

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