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tiempo

TAL COMO VIENE, SE VA

TODO EL DÍA BAJO UNA LLUVIA GRIS


LAS MALVAS
SIGUEN EL CAMINO
INVISIBLE DEL SOL
BASHO

ACEPTAR EL CAMBIO

En sus breves y profundas descripciones del paso de las estaciones, los


haiku japoneses capturan perfectamente la naturaleza de nuestro “viaje
malva” a lo largo del “camino invisible”. Tanto si aparece como un sol dora-
do o como una lluvia gris, el cambio inherente en el paso del tiempo es un
implacable recordatorio de nuestra fugaz existencia “básica”. No sabemos de
dónde venimos ni a dónde vamos, pero nunca queremos pararnos. Nos aga-
rramos a la preciosa vida, a nuestra pequeña parcela de tierra, pero cuanto más
nos agarramos más sufrimos. Parece que no somos capaces de aceptar las con-
diciones cambiantes. Sólo cuando nos encontramos sin aliento e incapaces de
seguir adelante, nos paramos. Un día nos damos cuenta de que el cambio es
ineludible. El cambio significa que no hay nada a lo que poder sujetarse. El
cambio es lo que nos lleva a la práctica del Zen.

CADA RESPIRACIÓN ES DISTINTA

En ningún lugar resulta tan evidente el cambio como cuando nos sentamos
sobre nuestros cojines siguiendo la respiración. Puesto que por lo general no
prestamos atención a lo que percibimos como un proceso automático, caemos
en la ilusión de que todos nuestros alientos son iguales. Creemos que sólo los
cantantes de ópera y los asmáticos tienen que ser conscientes de la respira-
ción. De súbito nos percatamos de que cada respiración es distinta, que cada
inhalación y exhalación es única e irrepetible. Ampliando nuestra atención,
nos fijamos en nuestro oído, tacto, vista, gusto y olfato, y caemos en la
cuenta de que también son irrepetibles. Cada paso que damos, cada bocado
que probamos, cada sonido que escuchamos es distinto a cualquier otro.
NO TE ACOSTUMBRES A LAS
VEINTICUATRO HORAS

OH CREPÚSCULO DE PRIMAVERA...
PRECIOSO MOMENTO
QUE VALE PARA MÍ
UN MILLAR DE MONEDAS
SOTOBA

MOMENTOS ESPECIALES

El tiempo es la red que los seres humanos imponemos al cambio. Es el modo


en que nosotros los occidentales en particular medimos el “progreso”. Aun
cuando Einstein nos ha dicho lo contrario, todavía nos imaginamos el tiempo
“avanzando” en línea recta hacia algún objetivo predeterminado. Lo con-
sideramos como un amigo cuando está “de nuestra parte” o cuando “nos
concedemos un poco de él”, o como un enemigo cuando está “contra noso-
tros” o cuando “se nos agota”. Sabiendo que la muerte cortará inevitable-
mente nuestra “línea del tiempo”, nos pasamos la mayor parte de la vida
negándolo, fingiendo que vamos a seguir “para siempre”. Dicho de otra
manera, somos cautivos de la ilusión que nos hemos creado de permanencia.
Pasamos por nuestras rutinas diarias creando momentos especiales y des-
cartando el tiempo que hay entre ellas. Cuando no estamos gozando de estos
momentos especiales queremos seguir adelante con rapidez, pero no pode-
mos, porque llevamos con nosotros el tiempo como un peso muerto.
Queremos acabar con esta pesada tarea e ir corriendo hacia nuestro descanso
para comer al mediodía, o para ver nuestro programa favorito de televisión.
Queremos que el monótono trabajo de la semana acabe para llegar al fin de
semana. Entonces podremos encerrarnos en el taller y dar golpes todo el día
o quizás relajarnos en la tumbona con una cerveza y no hacer nada. Pero cuan-
do llega el fin de semana, queremos que sea jueves, porque los jueves por la
noche vamos a jugar a los bolos, y así sucesivamente. El establecimiento de
estos momentos especiales, pequeños placeres robados al tiempo, hace que la
vida resulte soportable. Esperar la llegada del momento que todavía no está
aquí se convierte en lo “natural”.
El problema es que los momentos especiales no parecen ser tan abundan-
tes como los no tan especiales. Tan pronto como nuestro momento especial ha
HABITAR EN EL TIEMPO

SILENCIOSO EL JARDÍN
DONDE EL ÁRBOL DE LAS CAMÉLIAS
ABRE SU BLANCURA
ONITSURA

UN MUNDO VIRTUAL

Hace poco estábamos sentados en el vestíbulo de una sala multicine inau-


gurada recientemente, tomando una taza de café. Mientras esperábamos que
empezara nuestra película, miramos a una pareja que pasaban junto a nues-
tra mesa. Acababan de salir juntos de una de las salas y se estaban estre-
chando la mano, pero la mujer estaba hablando con alguna otra persona por
el teléfono móvil. Era una imagen extraña. He aquí una mujer conversando
con alguien que no estaba allí mientras le daba la mano al hombre que esta-
ba ignorando. Nos hizo pensar en la gente que pasa el tiempo en un mundo
cada vez más “virtual”, un mundo en que nuestra experiencia inmediata del
momento está dominada por artilugios. En el siglo XXI, vivir en este “jardín
intemporal donde el árbol de las camelias abre su blancura” exigirá un
esfuerzo mucho mayor. Para abrirnos camino por entre la maleza, tendremos
que dedicar más tiempo a los retiros de meditación.

SESSHIN

Los retiros Zen, o sesshin, están organizados para ayudarnos a concen-


trarnos en la experiencia del momento, en lo que es estar vivo en este mundo,
en este preciso momento. Al vivir durante tres, cuatro o cinco días juntos en
silencio, lejos del teléfono, del trabajo, de la familia, de los periódicos, los
libros, la televisión, la radio y el automóvil –llegamos a conocer de verdad la
alegría sin trabas de ver, oler, gustar, oír y pensar. Meditar, comer, dormir y
caminar en silencio nos enseña lo maravilloso que es habitar levemente en el
tiempo. Es similar a esa buena sensación que obtenemos cuando limpiamos
un armario: nos libramos de toda la basura que no necesitamos o que no usa-
HACER LAS COSAS EN EL
MOMENTO ADECUADO

EL ROBLE PERMANECE EN PIE


CON NOBLEZA SOBRE LA MONTAÑA
INCLUSO CUANDO
LOS CEREZOS FLORECEN
BASHO

DANZA DEL DHARMA

La mayoría de nosotros asociamos la ecuanimidad budista con las estatuas


de Buda de sonrisa serena vistas en los museos, por lo que pensamos que la
gente iluminada debe de estar siempre perfectamente tranquila. Pero de vez
en cuando, en estos mismos museos, nos encontramos con una versión total-
mente distinta de la ecuanimidad budista; puede tratarse de un pergamino que
muestra un tipo con los dientes salidos con un hábito desarrapado y manejan-
do una escoba, o una estatua de un monje de cuello grueso y ojos feroces sal-
tando con alegría en el momento del despertar espiritual. A diferencia de los
Budas etéreos y trascendentes, estos tipos están arraigados en la tierra, están
vivos. Sus ojos están abiertos, y sus cuerpos parecen estar moviéndose.
Jurarías que están respirando. Aquí es donde opera la ecuanimidad Zen en el
mundo real, “incluso en la estación en que florecen los cerezos”.
Es improbable que alguna vez alcancemos la serenidad de los Budas anti-
guos. Pero se dice que el mismo Buda está todavía practicando, por lo que no
hemos de desanimarnos. Y como el Buda, hemos de trabajar con lo que tene-
mos. Sea cual sea el lugar en que nos hallamos situados en la vida, la prácti-
ca es inacabable. No es sólo una cuestión de un bienaventurado estallido de
iluminación –independientemente de lo grande o pequeño que sea. Es una
cuestión de practicar de forma continuada, de aplicar lo que hacemos sobre
nuestros cojines en cada área de la vida –experimentada a veces como gozo,
y en otras ocasiones como fracaso; a veces como ganancia y a veces como
pérdida. La práctica consiste en convertirse en uno con este flujo de la vida
incesantemente cambiante. Es interactuar con la cajera del supermercado, con
el cartero, el conductor de autobús, el chico del quiosco de venta de periódi-
cos, la señora que hace que lleguemos tarde cuando nos dirigimos hacia el
trabajo. Éste es nuestro ritmo particular de Zen básico.
TIEMPOS DIFÍCILES,
GRANDES CAMBIOS

SOBRE LAS RUINAS


DE UN SANTUARIO,
UN CASTAÑO
TODAVÍA LEVANTA SUS VELAS
BASHO

EL ROSTRO DE LA DERROTA

Hasta que no nos vemos golpeados por grandes cambios, no solemos dar-
nos cuenta de cómo cambia la vida y nosotros mismos momento a momento.
Especialmente frente a una pérdida, incluso personas que han estado meditan-
do durante años se ven abocadas a una nueva relación con el tiempo. Nos
damos cuenta de esto después de una conversación con una amiga que ha
sufrido un cambio traumático en su vida, cuando un tornado se llevó no sólo
el ambiente físico tan querido por ella –la casa, el jardín, los árboles y el lago
donde había crecido– sino también su percepción de sí misma como artista.
Dijo que tenía la sensación de que toda su identidad había sido “desarraigada”.
Escucharla me hizo llorar, no porque la casa no pudiera reconstruirse ni
los árboles replantarse, sino por nuestro compartido apego humano a estas
cosas que apreciamos tanto. ¿Qué queremos decir, por ejemplo, cuando
hablamos de volver a nuestra “verdadera casa en el momento” ante un desas-
tre como éste? ¿Qué sensación produce verse convertido en añicos por el
cambio?
Veamos esto en una escala menos monumental. Todos tenemos “tesoros”
personales de los que nos duele desprendernos, como por ejemplo aquel par
de zapatos que no tenemos ganas de tirar aun cuando se están cayendo a peda-
zos. Nos sentimos tan a gusto con ellos que se convierten en extensiones de
la vida relajada y feliz que más nos gusta. Nuestro vecino, por ejemplo, tenía
un par de sandalias que quería mucho. Se las ponía a diario. Después, el
mismo día en que regresaba de un viaje y dejó sus sandalias en el portal, se
las robaron. Hizo bromas sobre este asunto, pero su sentimiento de pérdida
era evidente incluso mientras reía. No existe comparación posible entre que te
roben las sandalias y perder la casa de tu infancia en un tornado, por supues-
to, pero ambos casos conllevan la sensación de haber sido violado personal-
MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

NIEVE SUSURRANDO
DURANTE TODO EL DÍA
LA TIERRA SE HA DESVANECIDO
DEJANDO SÓLO EL CIELO
JOSO

HACERSE ETERNO

Estos días, con todo lo que se dice sobre seres humanos manipulados
genéticamente, la gente a menudo nos pregunta si creemos que el zazen se
quedará obsoleto. ¿Por qué iba un androide perfecto, dirigido por un ordena-
dor, a sentir la necesidad de despertar a un mundo en el que “la tierra se ha
desvanecido dejando solamente el cielo”? Respondemos diciéndole que
regrese al momento. Ahora mismo, todavía estamos hechos de carne y hueso,
todavía tratando de hallar el fin del sufrimiento y todavía comprometidos con
el camino de Buda. No obstante, las condiciones cambiantes exigen un exa-
men constante de ese compromiso. Particularmente en Occidente, a comien-
zos del siglo XXI, ¿qué es lo que convierte la práctica del Zen básico, basado
como está en un antiguo budismo chino, eterno?

PRÁCTICA DEL CAMINO DEL BUDA

Empezamos con el Buda. Seguro, la nuestra no es una interpretación orto-


doxa del “camino del Buda”. Está inspirada por los principios democráticos
occidentales. La practican personas laicas y sin experiencia monástica; religio-
samente hablando, no es ni siquiera budista de verdad. No nos “refugiamos en
el Buda” como fundador del budismo o como una figura de salvación. A pesar
de la advertencia de Buda a sus estudiantes, esto es exactamente lo que sucedió
en la India después de su muerte. Sus discípulos lo convirtieron en un dios, y
hoy en día la mayor parte de los budistas asiáticos le rezan de la misma forma
que los occidentales rezan a su dios. Se refugian en él como un poder superior;
no creen en su propia capacidad para llegar a ser ellos mismos Budas; es decir,
para meditar y descubrir la salvación por su cuenta, tal como Buda enseñó.
espacio
PUNTOS DE VISTA
EQUIVOCADOS

ESPACIO
HACIA UNA NOCHE FRÍA
HABLÉ EN VOZ ALTA...
PERO LA VOZ NO
ERA NINGUNA VOZ QUE YO CONOCIERA
OTSUJI

LOS TRES “VENENOS”

Localizar el yo en el espacio consiste en construir un hogar en el univer-


so. En la vida cotidiana, comienza marcando un lugar en cada dirección. Al
igual que el tiempo, el espacio también es temporal, y nuestro pequeño trozo
de terreno está siempre cambiando. Así pues, ¿qué sucede cuando nos halla-
mos en un espacio que no nos gusta, donde hay algo “que no está bien” por
lo que concierne a la vista? ¿Nos rendimos ante los “venenos” de la codicia,
el odio y la ignorancia, y dejamos que el yo corra en estado salvaje?
Buda nos enseñó que toda vida es una expresión de sufrimiento; todo lo
que existe se halla en un estado de flujo, una condición consistente en ser
arrastrado por trshna, que puede traducirse como “sed”, “estar apegado” o
“deseo”. Como consecuencia del deseo, se llega a la existencia. Al llegar a la
existencia, se sufre. El mensaje central del budismo es que el fin del sufri-
miento radica en el “cese” del deseo. A medida que el budismo se fue exten-
diendo hacia China, Tíbet, Vietnam, Corea y Japón, dejó detrás su modelo
Threvada indio original, y llegó a ser conocido como Mahayana, o en el caso
del Tíbet, Vajrayana.
La gran diferencia entre el budismo Theravada original y su rama
Mahayana, es que en el último hay ciertas formas de deseo y de apego a las
que nunca se renuncia. Uno de ellos es el deseo de salvar a todos los seres del
mundo, manifestado en el Bodhisattva que cantamos tras sentarnos en zazen.
Puesto que la práctica de salvar a todos los seres no tiene fin, no hay “cese”,
no hay nirvana. Así, al mantener viva la “sed”, los budistas Mahayana no
experimentan nunca completamente el fin de convertirse en algo.
VIVIR CON LIMITACIONES

NO ES FÁCIL
DISTINGUIR CON SEGURIDAD
A QUÉ PARTE CORRESPONDE
CADA EXTREMO
DE UN GUSANO EN REPOSO
KYORAI

CRECIMIENTO ESPIRITUAL Y ESPACIOS ESTRECHOS

Hablando estrictamente, no vivimos “con” limitaciones, sino que más bien


vivimos “como” ellas. Se trata tan sólo de que hemos adquirido el hábito de
mirar la vida desde el interior hacia fuera. Cuando el jefe crea una nueva polí-
tica que nos limita, decimos: “Bueno, creo que tendré que acostumbrarme
tanto si me gusta como si no”. Es una forma de enfrentarse a los desafíos a
nuestro espacio. Otra forma es dejar el trabajo. Pero cuando hemos madurado
un poco en nuestra práctica Zen, llegamos a entender que no somos diferen-
tes de las limitaciones que estamos experimentando. Nos vemos a nosotros
mismos como limitación, encierro, cambio, etcétera. Una vez hemos salvado
el espacio existente entre nosotros y el momento, no hay nadie que experi-
mente algún acontecimiento o condición allí fuera que ocupe un espacio dife-
rente al de aquí dentro. La experiencia no se nos arroja como una pelota. No
la estamos atrapando ni devolviéndola, ni la estamos contemplando. Más
bien, somos una misma cosa con la propia experiencia. Igual que en el caso
del “gusano en reposo”, no hay modo de “distinguir un extremo del otro”.
Concretamente, vivir como una limitación el hecho de pasar un resfriado,
por ejemplo, es vivir estornudando, es vivir fuertemente acatarrado. En este
preciso instante, tu vida se estará manifestando como un resfriado.
El problema es que por lo general no lo vemos de esta forma. Creemos que
estamos limitados por las circunstancias, impuestas por un virus. Si realmen-
te estamos físicamente debilitados, los límites entre nosotros y la libertad de
vivir como queremos parecen todavía mayores.

SUPERVIVENCIA

Cuando hablamos de supervivencia, hemos de tener en cuenta que esta-


LAS CUATRO SABIDURÍAS

MIRANDO LOS PÉTALOS


CAYENDO
UN BEBÉ TIENE
CASI EL MISMO ASPECTO
QUE UN BUDA
KUBUTSU

COMPASIÓN Y ECUANIMIDAD

Según Buda, la persona despertada vive en las “Cuatro Sabidurías” de


ecuanimidad, amabilidad cariñosa, alegría simpática y compasión. Estas cua-
tro condiciones psicológicas deseadas resultantes de la práctica de la medita-
ción, se reflejan unas a otras. La ecuanimidad es parte de la compasión; no
hay alegría simpática sin amabilidad cariñosa, etcétera. En realidad no hay
ningún orden especial de importancia de las Cuatro Sabidurías, por lo que, en
lugar de separarlas, nos gustaría explorar cómo están entrelazadas.
La ecuanimidad ha aparecido en varios contextos diferentes en este libro.
Aquí la definimos como la imagen de la compasión reflejada en un espejo.
Curiosamente, de las Cuatro Sabidurías, tanto la ecuanimidad como la com-
pasión son las que se entienden erróneamente con mayor frecuencia. Para
aquellos de nosotros que han crecido en una cultura judeocristiana, la ecuani-
midad suele identificarse con el estoicismo, la filosofía de la imperturbabili-
dad. Consideremos a la compasión como una forma de amor. Sabemos lo que
es el “amor”, pero de alguna manera la “compasión” no nos parece tener tanta
fuerza. No evoca las fuertes imágenes que evoca el amor. Sólo cuando sepa-
ramos la segunda sílaba, comenzamos a entenderlo un poco mejor: “Pasión”.
Eso es algo que conocemos bien.
La pasión es importante en la práctica del Zen básico. Subrayamos esto
porque la mayoría de las personas tiende a considerar al Zen como una prác-
tica de desinterés total. Hace poco, en una boda, un practicante de Zen tibeta-
no con el que estábamos charlando nos dijo que le gustaba el Zen, pero que
lo encontraba más bien “severo y austero”. Se supone que la gente Zen es
tranquila, imperturbable y sosegada en todo momento. No necesitamos la
pasión porque la práctica nos ha dejado tan completos y saciados en nuestro
interior, que el mundo ya no tiene ningún interés para nosotros, ¿no es así?
movimiento
EMOCIÓN

EN LA APAGADA LUZ DEL OCASO


UNA MARIPOSA
VAGABUNDEABA
POR UNA CALLE DE LA CIUDAD
KIKAKU

SER HUMANO

Lo que consideramos el “yo” es en realidad un modelo espacial cambian-


te hecho por el movimiento del tiempo. Sin dejar rastro, se manifiesta no
obstante temporalmente como las cualidades de ductilidad, resistencia,
conexión y despliegue. El yo en movimiento es la vida por la vida misma,
“una mariposa vagando por la ciudad calle abajo”.
La ausencia de movimiento físico es el aspecto más obvio del hecho
de sentarse en meditación. Para el atareado practicante básico, “el mero
hecho de sentarse” puede resultar muy difícil. Pero hacer frente al movimien-
to de la mente todavía es más difícil. Una vez hemos logrado esto, es más fácil
tratar nuestras emociones, saber cuándo conviene ceder, cuándo hay que
persistir, cuando hay que aflojar el ritmo y cuándo acelerarlo.
No hay vuelta de hoja. Aun con todos los cambios que hemos hecho, el
Zen es percibido todavía por muchos recién llegados como una práctica aus-
tera, fría y no piadosa. Se preguntan cómo una gente tan “jugosa”, dedicada,
y apasionada puede encontrar satisfacción emocional en el hecho de sentar-
se y mirar a la pared. Oímos esto muchas veces de personas que provienen de
otras tradiciones budistas más piadosas y meditadoras. Ven el Zen como una
práctica “carente de emoción” y sin corazón. Hasta cierto punto, es verdad. El
Zen no es una práctica que utilice conscientemente las emociones para pro-
ducir algún estado mental concreto. Al mismo tiempo, toma las emociones
muy seriamente. De hecho, el Zen sin emociones es imposible, puesto que
nos toma en nuestra totalidad como seres humanos completos, y no existen los
seres humanos carentes de emociones. Si el Zen trata de vivir nuestras vidas
momento a momento, ¿cómo pueden excluirse las emociones? Lo descubri-
mos ya en nuestra primera experiencia de zazen.
NUESTRA MEJOR ESTACIÓN

¡HOLA! ¡ENCIENDE EL FUEGO!


¡VOY A ENTRAR
UNA ENCANTADORA Y
BRILLANTE BOLA DE NIEVE!
BASHO

LA MENTE TRANQUILA

Cuando no hay una mente que cargue constantemente un enorme paquete


de filias y fobias, cada estación es nuestra mejor estación. Aun así, dejar en el
suelo este paquete, aunque sólo sea por poco tiempo, no es una tarea sencilla.
Digamos que nos gusta el verano y que nos desagrada el invierno. Nos resul-
ta difícil imaginar salir en medio de una ventisca y “entrar con júbilo una
encantadora y brillante bola de nieve”. Pero, tal como Buda indicó, cuanto
mayor sea nuestro deseo de que llegue el verano, más largo nos parecerá el
invierno. Nos sentimos frustrados porque vemos que no somos los autores del
guión de nuestra vida. Si dependiera de nosotros, no habría invierno, ni aisla-
miento, ni dificultad, ni muerte.
El zazen es nuestro “¡Hola!”. Es nuestro grito de “¡Encended el fuego!”.
Nos impone gozar de verdad de la vida, no sólo mientras estamos sentados y
siguiendo conscientemente nuestra respiración, sino también mientras
desarrollamos nuestras rutinas cotidianas en nuestro ambiente del momento
–con independencia de la estación–. En este estado de atención sin obstácu-
los, el simple hecho de levantar las ventanas de tormenta nos pone en armo-
nía con el invierno.

EL ZEN DE JARDINERÍA

Puesto que somos seres humanos, nunca abandonaremos totalmente nues-


tras filias y fobias. Si nos gustan los helados de fresa, no vayamos a pensar
que estaremos iluminados si nos pasamos a los helados de chocolate por haber
oído que a un gran maestro Zen le gusta el helado de chocolate. Esta errónea
forma de pensar ha incitado a muchos entusiastas del Zen hacia todo tipo de
SOBRE LOS AUTORES

MANFRED B. STEGER recibió su doctorado en ciencias políticas en


la universidad de Rutgers. En 1991, junto con su mujer, Perle Besserman,
fundó el Grupo de Zen de la Universidad de Princeton, donde los dos son
maestros conjuntamente. Antes de llegar a Princeton, Steger fue un profesor
visitante de Zen en las islas Hawai, en Australia y en Europa. Además de
enseñar sobre budismo en el sistema de la universidad de Hawai en Honolulú,
y de publicar varios artículos sobre la práctica de Zen básico en inglés y ale-
mán, él y Perle Besserman fueron los coautores de Crazy Clouds: Zen
Radicals, Rebels, and Reformers (Nubes Locas: diez radicales, rebeldes y
reformadores (Shambala, 1991). Profesor asociado de ciencias políticas en la
universidad del estado de Illinois, Steger está especialmente interesado en
la conexión entre la espiritualidad y la ética social. Su libro más reciente,
sobre Mahatma Gandi, se titula Gandhi’s Dilemma: Nonviolent Principles
and Nationalist Power (El dilema de Gandi: Principios de no violencia y el
poder nacionalista) (St. Martin’s Press, 2000).

PERLE BESSERMAN tiene un doctorado en literatura comparada por


la universidad de Columbia, y enseña en el departamento de inglés de la uni-
versidad del estado de Illinois. Autora de numerosos libros sobre temas espi-
rituales, se ha ido interesando cada vez más en la espiritualidad de las muje-
res y dirige varios talleres y retiros de meditación que buscan incorporar la
sabiduría de las mujeres en la práctica del Zen. Sus libros más recientes son
Owning It: Zen and the Art of Facing Life (Poseerlo: El Zen y el arte de
enfrentarse a la vida) (Kodansha, 1997), Teachings of the Jewish Mystics
(Enseñanzas de los místicos judíos) (Shambhala, 1998), y The Shambala
Guide to Kabbalah and Jewish Mysticism (La guía Shambala hacia la Kabala
y el misticismo judío) (Shambala, 1998).
Los libros de los autores han sido traducidos al alemán, checo, portugués,
español, japonés, italiano, holandés y hebreo.

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