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CÓMO CUIDAR Y ALIMENTAR UNA MUSA

No es fácil, nadie lo ha hecho de manera constante. Aquellos que se esmeran


demasiado, la ahuyentan hacia el bosque; aquellos que le dan la espalda y
disfrutan del paseo silbando suavemente, escuchan sus delicadas pisadas tras
ellos, atraída por un desdén minuciosamente cultivado.
Por supuesto, hablamos de La Musa.
Vivimos en una época que ha olvidado este término; con frecuencia, sonreímos
cuando lo escuchamos y conjuramos imágenes de una delicada diosa griega,
ataviada con helechos, arpa en mano, que acaricia la frente sudorosa de un
escriba.

Así pues, La Musa es la más asustadiza de todas las vírgenes; se sobresalta ante
cualquier ruido, palidece si le haces preguntas, se da la vuelta y se esfuma si
tocas su vestido.

¿Qué le aflige?, te preguntarás. ¿Por qué se estremece bajo la mirada? ¿De


dónde viene y a dónde va? ¿Cómo podemos persuadirla para que se quede más
tiempo? ¿Qué temperatura le place? ¿Le gustan las voces fuertes o suaves?
¿Dónde comprar comida para ella?; ¿de qué calidad y cantidad? ¿A qué hora le
servimos la cena?

[…]

Otra forma de describir a La Musa es mediante un cambio de perspectiva de esos


pequeños puntos de luz, las burbujas etéreas que flotan frente nuestra mirada, los
defectos minúsculos en la capa transparente exterior del ojo. Tras pasar
inadvertidos durante años, cuando les prestas atención por primera vez, pueden
convertirse en molestias insoportables, distracciones a toda hora del día. Se
interponen en la mirada y arruinan lo que estás viendo. Hay quienes han
consultado al psiquiatra por el problema de «los puntos de luz»; el consejo de
siempre: ignórelos y se irán. El hecho es que no sucede, al contrario, permanecen,
pero nos enfocamos en lo que está más allá, en el mundo y sus objetos
cambiantes, tal y como deberíamos. Lo mismo ocurre con nuestra Musa; si vemos
más allá de ella, recupera su porte y se aparta.

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