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CONTENIDO DE LA ASIGNATURA
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INTRODUCCIÓN A LA ANTOLOGÍA
I.- Introducción
Toca el turno a los agricultores y será Hesiodo el que defina los valores y la filosofía
educativa de los agricultores; este poeta de los campesinos no sólo nos ha precisado
la importancia de estos en sus trabajos y los días, en donde además nos da una visión
pesimista de la evolución de la humanidad con su mito de las cinco edades: oro, plata,
bronce, héroes o semidioses y hierro, sino que además intenta la primera visión
“racional” de la mitología griega en la Teogonia. El catálogo de las heroínas nos da
el primer atisbo de feminismo y el escudo de Heracles, en el que pretende surgir el
modelo homérico, nos describe la sociedad de su tiempo. La filosofía educativa
producto del trabajo agrícola queda definida por completo en otras obras de la escuela
hesiodica: el Egimio, las bodas de Ceix, el Epitalamio de Peleo y Tetis, la Melampodia,
las máximas de Quirón, el Litigio entre Zeus y Hera y el descenso de Teseo a los
infiernos.
Pitágoras era de Samos, Jonio de origen y fundó en el sur de Italia la magna Grecia
de los relatos , en el siglo VI A.C., en la ciudad de Cretons, una curiosa escuela que
funcionó como sociedad o comunidad religiosa. Tal vez no fué la primer escuela del
mundo Griego, pero indudablemente lo fué en mayor medida que las anteriores, su
escuela tuvo influencias políticas en varias ciudades-estado de la magna gracia,
además de Cretona, hasta que, según Polibio, sus “logias fueron incendiadas y ellos
cruelmente perseguidos. ¡Véase desde que tiempo la educación como proceso
auténtico conlleva riesgos!, su enseñanza, era misterica, criptica, hermética, y tenía
dos tipos de alumnos: los exotéricos, alumnos externos y los esotéricos, alumnos
internos. Los primeros recibían conocimientos importantes, pero los segundos recibían
conocimientos secretos, después de una serie de ritos de iniciación, Pitágoras creía
que el conocimiento era poder y tenía razón, y por eso no se lo proporcionaba a
cualquiera.
Los pitagóricos creían que los números eran sagrados, porque capturaban la esencia
de las cosas, pero que destacaban en el carácter sagrado especialmente: el uno,
representante de la unidad, de lo masculino y de lo positivo; el dos, representante de la
dualidad, de lo femenino y de lo negativo; el tres, representante de la trinidad; el
cuatro, representante de los cuatro puntos cardinales; y el diez, sagrado entre los
sagrados, perfecto entre los perfectos, porque era resultado de la suma, matrimonio o
combinación de los anteriores. Dicen algunos Diogenes Laercio entre otros que
estas afirmaciones las realizó en obras como: del universo, discurso sagrado, discurso
místico, las catascopiadas, y de la física, aunque algunos dicen que el último no es de
él, sino de Lisis Tarentino.
Giovanni Papini, hijo de un padre ateo, hombre que sintió desde niño, repulsión por
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todas las creencias reconocidas por las iglesias, fue atraído por Cristo por su dignidad
moral, y el testimonio nos lo deja en su historia de Cristo, y en particular en su oración
por Cristo. Viene después una visión general de la patristica, la cual es rematada por
San Agustín, el cual en sus escritos, del maestro, en el tratado de la doctrina cristiana
y en la ciudad de Dios, expone su filosofía educativa, su antropología filosófica y su
filosofía de la historia. Con esto se cancelan los dos períodos de la patristica en los
que, se manifestaron los padres apostólicos, los padres apologistas, los padres
teólogos y los padres sistemáticos.
II.- Sócrates
LA REMINISCENCIA
Sócrates.- Dicen que el alma humana es inmortal; que tan pronto desaparece, que
es lo que llaman morir, como reaparece; pero que no perece jamás; por esta razón es
preciso vivir lo más santamente posible; porque persona, al cabo de nueve años,
vuelve a esta vida el alma de aquellos, que ya han pagado la deuda de sus antiguas
faltas. De estas armas se forman los reyes ilustres y celebres por su poder y los
hombres más famosos por su sabiduría; y en los siglos siguientes, ellos son
considerados por los mortales como santos héroes. Así pues el alma, siendo inmortal,
renaciendo a la vida muchas veces, y habiendo visto todo lo que pasa, tanto en esta
como en la otra, no hay nada que ella no haya aprendido. Por esta razón no es
extraño que, respecto a la virtud y a todo lo demás, esté en estado de recordar lo que
ha sabido. Porque, como todo se liga en la naturaleza y el alma todo lo ha aprendido,
puede, recordando una sola cosa, a los cual los hombres llaman aprender, encontrar
en si misma todo lo demás, con tal que tenga valor y que no se canse en sus
indagaciones. En efecto; todo lo que se llama buscar y aprender no es otra cosa que
recordar, ninguna fe debe darse al tema, fecundo en cuestiones que propusiste antes;
porque sólo sirve para engendrar en nosotros la pereza, y no es cosa agradable dar
oídos solo a hombres cobardes, mi doctrina, por el contrario, los hace laboriosos e
inventivos, así pues, la tengo por verdadera; y quiero en su consecuencia indagar
contigo lo que es la virtud.
Menón.- Consiento en ello, Sócrates, pero ¿te limitarás a decir simplemente que
nosotros nada aprendemos, y lo que se llama aprender no es otra cosa que recordar?
¿podrías enseñarme como se verifica esto?
Sócrates.- Ya te dije, Menón, que eres muy astuto, en el acto mismo en que sostengo
que no se aprende nada y que no se hace más que acordarse, me preguntas si puedo
enseñarte una cosa; para hacer que inmediatamente me ponga así en contradicción
conmigo mismo.
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Menón.- En verdad, Sócrates, no lo he dicho con esa intención, sino por puro
hábito, sin embargo, si puedes demostrarme que la cosa es tal como dices,
demuéstramela.
Sócrates.- Eso no es fácil; pero en tu obsequio haré lo que me sea posible, llama a
alguno de los muchos esclavos que están a tu servicio, el que quieras; para que te
demuestre en él, que lo que deseas.
esclavo.- Si.
Sócrates.- El espacio cuadrado, ¿No es aquel que tiene iguales las cuatro líneas que
ves?
esclavo.- Seguramente.
Sócrates.- ¿No tiene también estas otras líneas, tiradas por medio, iguales?
esclavo.- Si.
Sócrates.- ¿No puede haber un espacio semejante más grande o más pequeño?
Sócrates.- Si este lado fuese de dos pies y este otro también de dos pies, ¿Cuántos
pies tendría el todo? considéralo antes de esta manera, si este lado fuese de dos pies
y este de un pie solo, ¿No es cierto que el espacio tendría una vez dos pies?
Sócrates.- Pero como este otro lado es igualmente de dos pies, ¿No tendrá el espacio
dos veces dos?
esclavo.- Si.
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Sócrates.- ¿Luego el espacio tiene dos veces dos pies?
esclavo.- Si.
Sócrates.- ¿Cuántos son dos veces dos pies? dímelo después de haberlos contado.
Sócrates.- ¿No podría formarse un espacio doble que este y del todo semejante,
teniendo como el todas sus líneas iguales?
esclavo.- Si.
esclavo.- ocho.
Sócrates.- Vamos; procura decirme cual es la longitud de cada línea de este cuadrado,
las de este son de dos pies, ¿De cuanto serán las de cuadro doble?
Sócrates.- Ya ves, Menón, que yo no le enseño nada de todo esto, y que no hago más
que interrogarle, el imagina ahora saber cual es la línea con que debe formarse el
espacio de ocho pies. ¿No te parece así?
Menón.- Si.
Menón.- Si.
Sócrates.- Obsérvale a medida que el va recordando, respóndeme tú. ¿No dices que
el espacio doble se forma con una línea doble? por esto no entiendo un espacio largo
por esta parte y estrecho por aquella; sino que es preciso que sea igual en todos
sentidos, como este; y que sea doble, es decir, de ocho pies, mira si crees aún que se
forma con una línea doble.
esclavo.- si.
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Sócrates.- Si añadimos a esta línea otra línea tan larga como ella, ¿No será la nueva
línea doble que la primera?
Sócrates.- Tiremos cuatro semejantes a esta. ¿No será este el que llamarán espacio de
ocho pies?
esclavo.- Seguramente.
esclavo.- Si.
Sócrates.- ¿De qué magnitud es? ¿No es de cuatro veces más grande?
esclavo.- Cuádruplo.
Sócrates.- De esta manera, joven con una línea doble no se forma un espacio doble,
sino cuádruplo.
esclavo.- Es la verdad.
esclavo.- Si.
Sócrates.- ¿Con qué línea se forma, pues, el espacio de ocho pies? el espacio
cuádruplo, ¿No se forma con esta?
Sócrates.- Y el espacio de cuatro pies, ¿No se forma con esta línea, que es la mitad de
la otra?
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esclavo.- Si.
Sócrates.- Sea así, el espacio de ocho pies, ¿No doble que este y la mitad de aquel?
Sócrates.- Se formará con una línea más grande que esta, y más pequeña que aquella;
¿No es así?
Sócrates.- Muy bien, responde lo que pienses, dime: ¿No era esta línea de dos
pies, y esta otra de cuatro?
esclavo.- Si.
Sócrates.- Es preciso, por consiguiente, que la línea del espacio de ocho pies sea más
grande que la de dos pies, y más pequeña que la de cuatro.
Sócrates.- Es preciso, por consiguiente, que la línea del espacio de ocho pies sea más
grande que la de dos pies, y más pequeña que la de cuatro.
Sócrates.- Si es de tres pies, no tenemos más que añadir a esta línea la mitad de ella
misma, y será de tres pies, porque he aquí dos pies, y aquí uno, de este otro lado, en
igual forma, he aquí dos pies y aquí uno, y resulta formando el espacio de que hablas.
esclavo.- Si
Sócrates.- ¿Pero si el espacio tiene tres pies de este lado y tres pies del otro, no es de
tres veces tres?
esclavo.- Evidentemente.
esclavo.- Nueve.
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Sócrates.- ¿Y de cuantos pies debe ser el espacio doble?
esclavo.- De ocho.
Sócrates.- El espacio de ocho pies no se reforma entonces tampoco con la línea de tres
pies.
Sócrates.- ¿Piensas que hubiera intentado indagar y aprender lo que el creía saber
ya, aunque no lo supiese, antes de haber llegado a dudar; si convencido de su
ignorancia, no se le hubiera puesto en posición de desear saberlo?
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Menón.- Yo no lo pienso.
esclavo.- Si
esclavo.- Si
esclavo.- Si
Sócrates.- Para completar el cuadro, ¿No podemos, en fin, colocar este otro en este
ángulo?
esclavo.- Si
esclavo.- Es cuádruplo.
Sócrates.- Pero lo que necesitábamos era formar uno doble; ¿No te acuerdas?
esclavo.- Si
Sócrates.- Esta línea, que va de un ángulo a otro, ¿No corta en dos cada uno de estos
espacios?
esclavo.- Si
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Sócrates.- ¿No ves aquí cuatro líneas iguales que encierran este espacio?
esclavo.- Es cierto
esclavo.- Yo no lo veo.
Sócrates.- ¿No he separado cada línea de las antes dichas por mitad, cada uno
de estos cuatro espacios? ¿no es así?
esclavo.- Si.
Sócrates.- ¿No ves aquí cuatro líneas iguales que encierran este espacio?
esclavo.- Es cierto.
esclavo.- Yo no lo veo.
Sócrates.- ¿No ha separado cada línea de las antes dichas por mitad, cada uno
de estos cuatro espacios? ¿no es así?
esclavo.- Si.
esclavo.- Es doble.
Sócrates.- ¿Con la línea, que va de uno a otro ángulo del espacio de cuatro pies?
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esclavo.- Si
Sócrates.- Los sofistas llaman a esta línea diámetro, y así, suponiendo que sea este
su nombre, el espacio doble, esclavo de Menón, se formará, como dices, con el
diámetro.
Sócrates.- ¿Qué te parece, Menón? ¿Ha dado alguna respuesta que no sea suya?
Menón.- Al parecer.
Menón.- Es verosímil.
Sócrates.- De esta manera sabrá, sin haber aprendido de nadie, por medio de simples
interrogaciones, y sacando así la ciencia de su propio fondo.
Menón.- Si
Sócrates.- ¿No es cierto que la ciencia, que tiene hoy tu esclavo, es preciso que la
haya recibido en otro tiempo, o que la haya tenido siempre?
Menón.- Si
Sócrates.- Pero si la hubiera tenido siempre, habría sido siempre sabio; y si la recibió
en otro tiempo, no pudo ser en la vida presente, a no ser que alguno le haya
enseñado la geometría; porque lo mismo hará respecto de las demás partes de la
geometría y de todas las demás ciencias. ¿Le ha enseñado alguien todo esto? tu
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debes saberlo, tanto más cuanto que ha nacido y se ha criado en tu casa.
Menón.- Al parecer.
Menón.- Si
Sócrates.- Por consiguiente; si durante el tiempo que el es hombre y del tiempo en que
no lo es, hay en el verdaderas opiniones que se hacen conocimientos, cuando se les
despierta con preguntas;
¿no es cierto que en todo el transcurso de los tiempos, su alma ha sido sabia? porque
es claro que durante toda extensión del tiempo es o no es hombre.
Sócrates.- Luego, si la verdad de los objetos esta siempre en nuestra alma es inmortal.
Por esta razón es preciso intentar con confianza el indagar y traer a la memoria lo que
no sabes por el momento, es decir, aquello de que tu no te acuerdas.
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III.- Platón
La República
El mito de la caverna
Figúrate unos hombres que pasan a lo largo de ese muro, porteando objetos de todas
clases, figuras de hombres y de animales de madera o de piedra, de suerte que todo
ello se aparezca por encima del muro. Los que lo portean, unos hablan entre sí, otros
pasan sin decir nada.
Sin embargo, se nos parece punto por punto y, ante todo, ¿Crees que verán otra
cosa, de si mismos y de los que se hallan a su lado, mas que las sombras que van
a producirse frente a ellos al fondo de la caverna?
¿Qué más pueden ver, puesto que desde su nacimiento se hallan forzados a tener
siempre inmóvil la cabeza?
¿Verán, así mismo, otra cosa que las sombras de los objetos que pasen por detrás de
ellos? No.
Si pudiesen conversar entre si, ¿No convendrían en dar a las sombras que ven los
hombres de esas mismas cosas?
Indudablemente.
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Y si al fondo de su prisión hubiese un eco que repitiese las palabras de los que pasan,
¿no se figurarían que oían hablar a las sombras mismas que pasan por delante de sus
oídos?
Si.
Finalmente, no creerían que existiese nada real fuera de las sombras. Sin duda.
Mira ahora lo que naturalmente habrá de sucederles, si son libertados de sus hierros y
se les cura de su error. Desátese a uno de esos cautivos y oblíguesele
inmediatamente a levantársele, a volver la cabeza, a caminar y a mirar hacía la luz;
nada de eso harán sin infinito trabajo; la luz les abrasará los ojos, y el deslumbramiento
que le produzca le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veían antes. ¿Que
crees que responderíais se dijesen que hasta entonces no ha visto más fantasmas, que
ahora tienes ante los ojos objetos más reales y más próximos a la verdad? si se le
demuestran luego las cosas a medida que vayan presentándose, y se les obliga, en
fuerza de preguntas, a decir que es cada una de ellas, ¿no se le sumirá en
perplejidad, y no se persuadirá a que lo que antes veía era más real que lo que ahora
se le muestra, sin duda, y si le obligase a mirar al fuego, ¿no enfermaría de los ojos?
¿no desviaría sus miradas para dirigirlas a la sombra, que afronta sin esfuerzo? ¿no
estimaría que esa sombra posee algo más claro y distinto que todo lo que se le hace
ver?
Seguramente.
Necesitaría tiempo, sin duda, para acostumbrarse a ello; lo que mejor distinguirá sería,
primero, las sombras; luego, las imágenes de los hombres y de los demás objetos
mismos, de ahí dirigiría sus miradas al cielo, cuya vista sostendría con mayor facilidad
durante la noche, a lo claro de la luna y de las estrellas, que por el día y a la luz del sol.
Sin duda.
Finalmente, se hallaría en condiciones, no solo de ver la imagen del sol en las aguas y
en todo aquello en que se refleja, sino de fijar en él la mirada, de contemplar al
verdadero sol en su verdadero lugar.
Naturalmente.
Después de todo, dándose a razonar, llegará a concluir que el sol es quien hace las
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estaciones y los años, quien lo rige todo en el mundo visible, y que es en cierto modo
causa de lo que se veía en la caverna.
Seguramente.
¿Crees que sintiese todavía celos de los honores, de las alabanzas y recompensas allí
otorgadas al que más rápidamente captase las sombras a su paso, al que recordase
con mayor seguridad las que iban delante, detrás o juntas, y que por tal razón sería el
más hábil en adivinar su aparición, o que envidiase la condición de los que en la prisión
eran más poderosos y más honrados? ¿no preferiría, como Aquiles en Homero,
pasarse la vida al servicio de un pobre labrador y sufrirlo todo, antes que volver a su
primer estado y a sus ilusiones primeras?
No dudo que estaría dispuesto a soportar todos los males del mundo, mejor que
vivir de tal
suerte.
Pues pon atención a esto otro: si de nuevo tornase a su prisión, para volver a ocupar
en ella su antiguo puesto, ¿no se encontraría como enceguecido, en el súbito tránsito
de la luz del día a la oscuridad?
Si.
Y si mientras aún no distingue nada, y antes de que sus ojos se hayan repuesto, cosa
que no podría suceder sino después de pasado bastante tiempo, tuviese que discutir
con los demás prisioneros sobre esas sombras, ¿no daría que reír a los demás, que
dirían de él, que por haber subido a lo alto, ha perdido la vista, añadiendo que seria
una locura que ellos quisiesen salir del lugar en que se hallan, y que si alguien se le
ocurriese querer sacarlos de allí y llevarlos a la región superior, habría que apoderarse
de el y darle muerte?
Indiscutiblemente.
Consiente, pues, asimismo, en no extrañarse de que los que han llegado a esa
sublime contemplación desdeñan la intervención en los asuntos humanos, y que sus
almas aspiren sin tregua a establecerse en ese eminente lugar. La cosa debe ser así,
si es conforme a la pintura alegórica que de ella he trazado.
Un hombre sensato se hará la reflexión de que la vista puede ser turbada de dos
maneras y por dos causas opuestas: por el paso de la luz a la oscuridad, o por el de la
oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos del alma lo que acontece a los del cuerpo,
cuando la vea turbada y embarazada para distinguir ciertos objetos, en lugar de reírse
sin razón de semejante perplejidad, examinará si proviene de que descienda de un
estado más luminoso, o si es porque, pasando de la ignorancia a la luz, quede
ofuscada por su fulgor excesivo. En el segundo caso, la felicitara por su perplejidad; en
el primero, compadecerá su suerte; o si quiere reírse a costa suya, sus burlas serán
menos ridículas que si se dirigiesen al alma que vuelve a descender de la morada de la
luz.
Ahora bien, si todo esto es cierto, fuerza es concluir de ello que la ciencia no enseña
en la forma en que cierta gente pretende. Se alaban de hacerla penetrar en un alma
en que nada hay de ella, aproximadamente como podría darse vista a unos ojos
ciegos.
Pero el presente discurso nos hace ver que todos poseen en su alma la facultad de
aprender, con un órgano a ello destinado; que todo el secreto consiste en apartar a
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ese órgano, con toda el alma, de la visión de lo que nace, hacia la contemplación de
lo que es, hasta que pueda fijar sus miradas en lo que hay de más luminoso en el ser;
es decir, según nosotros, en el bien; del mismo modo que, si el ojo no estuviese
dotado de movimiento propio, ocurriría por pureza que todo el cuerpo habría de girar
con el, en el tránsito de las tinieblas a la luz; ¿no es así?
En efecto.
En esa evolución que se obliga a hacer el alma, todo el arte consiste, pues, en hacerla
girar de la manera más fácil y más útil, no se trata de conferirle facultad de ver, que ya
tiene; pero su órgano esta orientado en mala dirección, no mira adonde es debido, y
eso es lo que hay que corregir.
Sobre poco más o menos, ocurre a las demás cualidades del alma lo que a las
del cuerpo; cuando no han sido dadas por la naturaleza, se adquieren mediante la
educación y el cultivo. Más por lo que hace a la facultad de saber, como quiera que
es de naturaleza más divina, jamás pierde su virtud;
únicamente pasa a ser útil o inútil, ventajosa o nociva, según la dirección que se le
imprima. ¿no has observado aún hasta donde llega la sagacidad de esos hombres y a
quienes se da el nombre de pícaros redomados, y con que penetración su mísera
alma distingue todo aquello que le interesa? su visita no es débil ni se halla turbada,
sino que, como la obligan a que sirva de instrumento a su malicia, son tanto más
perjudiciales cuanto más sutiles y clarividentes.
La observación es justa.
Así parece.
¿No es consecuencia verosímil, o más bien necesaria, de cuanto queda dicho, que ni
los que no han recibido ninguna educación y no tienen ningún conocimiento de la
verdad, ni aquellos a quienes se ha dejado pasar toda su vida en estudio y meditación,
son propios para la gobernación de los estados; los unos, porque en toda su conducta
no tienen en un fin fijo a que puedan referir todo lo que hagan en la vida pública o en
la vida privada; los otros, porque jamás consentirán en encargarse de semejante
fardo, creyéndose ya, en vida, en las islas afortunadas?
Tienes razón.
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Según eso, a nosotros que fundamos una República, nos incumbe obligar a los
naturales excelentes a que se apliquen a la más sublime de todas las ciencias, a
contemplar el bien en si mismo y a elevarse hasta el por el escarpado camino de que
hemos hablado; más después que hayan llegado a el, y cuando lo hayan contemplado
durante cierto tiempo, librémonos de permitirles lo que no se les permite.
¿Pues tan duros hemos de ser con ellos? ¿por que condenarlos a vida miserable,
cuando pueden gozar de condición más dichosa?.
Otra vez olvidas, mi querido amigo, que el legislador no debe proponerse la felicidad
de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos;
que, con esta mira, debe unir a los ciudadanos en los mismos intereses, induciéndoles
por la persuasión o por la autoridad a que unos a otras se den parte en las ventajas
que están en condiciones de prestar a la comunidad; y que, al formar con cuidado
semejantes ciudadanos, no pretende dejarles libertad para que hagan el uso que les
plazca de sus facultades, sino servirse de ellos para robustecer el vínculo del estado.
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IV.- Augusto Comte
FILOSOFÍA POSITIVA
En el estado metafísico, que no es en verdad sino una mera modificación general del
primero, se sustituyen los agentes sobrenaturales por fuerzas abstractas, verdaderas
entidades (abstracciones personificadas) propias de los diversos seres del mundo y
concebidas como capaces de engendrar por ellas mismas todos los fenómenos
observados, y cuya explicación consiste entonces en atribuir a cada uno de ellos cierta
entidad.
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las causas intimas de los fenómenos, para ver únicamente de descubrió, mediante el
empleo bien combinado del razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas, es
decir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. La explicación de los
hechos, reducida entonces a sus términos reales, no es ya sino la relación establecida
entre los diversos fenómenos particulares y ciertos hechos generales que el
progreso de las ciencias aspira cada vez más a reducir en número.
La doctrina teológica llegó a la más alta evolución de que es susceptible cuando vino a
sustituir el juego vario de las numerosas divinidades independientes que habían sido
ideadas primitivamente, por la acción providencial de un ser único. Así mismo, el
último término de la doctrina metafísica consiste en concebir, en vez de entidades
particulares diversas, una entidad muy general y única, la naturaleza, considerada
como fuente única de todos los fenómenos. De parecida manera, la perfección del
sistema positivo hacia la que tiende sin cesar, aún cuando sea muy probable que no lo
logre nunca, será el poder representarse todos lo fenómenos observables como casos
particulares de un solo hecho general, acaso el de la gravitación.
En efecto, a priori se ve que los fenómenos más simples, los que menos se complican
con otros, son también los más generales, pues lo que se observa en la mayoría de los
casos está, por esto mismo, desprendido todo lo posible de las circunstancias propias
de cada caso separado. Hay pues, que comenzar por el estudio de los fenómenos
más generales o más simples, continuando sucesivamente hasta los más particulares
o más complicados, si queremos concebir la filosofía natural de un modo
verdaderamente metódico; porque este orden de generalidad o simplicidad, el
determinar necesariamente el encadenamiento racional de las diversas ciencias
fundamentales por la dependencia sucesiva de sus fenómenos, fija su grado de
facilidad.
A la vez, por una consideración auxiliar que creo importante señalar aquí y que
converge exactamente con todas las precedentes, los fenómenos más generales o
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más simples, por ser necesariamente los más extraños al nombre, debe ser
estudiados con una disposición de espíritu más serena, más racional, lo que
constituye un nuevo motivo para que las ciencias correspondientes se desarrollen más
rápidamente.
Habiendo indicado así la regla fundamental que debe presidir la clasificación de las
ciencias, puedo pasar inmediatamente a la construcción de la escala enciclopédica
conforme a la cual debe ser determinado el plan de este curso y que cualquiera
podrá apreciar valiéndose de las consideraciones precedentes.
Una primera contemplación del conjunto de los fenómenos naturales nos lleva a
dividirlos encendida, conforme al principio recién establecido, en dos grandes clases
principales: la primera comprende los fenómenos de los cuerpos brutos; la segunda, los
de los cuerpos organizados.
Estos últimos, son evidentemente, más complicados y particulares que los otros, y
dependen de los precedentes, los que, por el contrario, en modo alguno dependen de
estos. De aquí la necesidad de no estudiar los fenómenos fisiológicos sino después
de hacerlo con los de los cuerpos orgánicos. De cualquier modo que se expliquen las
diferencias que hay entre estas dos clases de seres, lo cierto es que se observan en
los cuerpos vivos todos los fenómenos mecánicos o químicos que se dan en
los cuerpos brutos, más un orden especial de fenómenos: los vitales propiamente
dichos, los que tienden a la organización. No se trata aquí de examinar si las dos
clases de cuerpos son o no de la misma naturaleza, cuestión insoluble que se agita
mucho en nuestros días, por resabios de hábitos teológicos y metafísicos; tal cuestión
no cabe en la filosofía positiva, que hace profesión formal de ignorar en absoluto la
naturaleza íntima de un cuerpo cualquiera. Pero no es indispensable considerar a los
cuerpos brutos con naturaleza esencialmente diferente de la que los vivos, para
reconocer la necesidad de la separación de sus estudios.
Sin duda, no están suficientemente fijas las ideas sobre el modo general de interpretar
los fenómenos de los cuerpos vivos; pero, sea cualquiera el partido que a tal respecto
se pudiera tomar como consecuencia de ulteriores progresos de la filosofía natural, la
clasificación que de ellos establecemos aquí no se vería afectada. En efecto dese por
demostrado lo que apenas permitiría entrever el estado presente de la
fisiología que los fenómenos fisiológicos son siempre meros fenómenos mecánicos,
eléctricos y químicos, modificados por la estructura y composición propias de los
cuerpos organizados, y nuestra división fundamental no se conmovería. Porque
continúa siendo cierto, aún con tal hipótesis, que los fenómenos generales deben ser
estudiados antes de proceder al examen de las modificaciones especiales que
experimentan ciertos seres del universo, como consecuencia de una disposición
particular de las moléculas. Así, la división, que la mayoría de los espíritus cultos
fundan hoy en la diversidad de las leyes, se mantiene, por naturaleza, indefinidamente
a causa de la subordinación de los fenómenos y, por tanto, de los estudios, sea
cualquiera la vecindad que pudiera establecerse entre ambas clases de cuerpos.
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No hay lugar aquí a desenvolver en sus diversas partes esenciales la comparación
general entre los cuerpos brutos y los vivos, pues será examinado profundamente
en la sección fisiológica de este curso. Basta ahora haber reconocido, en principio, la
necesidad lógica de separar la ciencia de los primeros de la que se refiere a los
segundos, y de no preceder al estudio de la física orgánica sino después de haber
establecido las leyes generales de la física orgánica.
Siendo los fenómenos astronómicos los más generales, simples y abstractos de todos,
la filosofía natural debe comenzar, evidentemente, por su estudio, ya que las leyes a
que están sujeto influyen sobre las de todos los demás fenómenos, de los que son, a
su vez, esencialmente independientes. En efecto, en todos los fenómenos de la
física terrestre se observan los efectos generales de la gravitación universal, a
más de los otros efectos generales de la gravitación universal, a más de los otros
efectos que les son peculiares y que modifican a los primeros. De aquí que, cuando se
analice el fenómeno terrestre más simple no ya uno químico sino uno meramente
mecánico , se le halle siempre más complejo que el fenómeno celeste complicado.
Por eso, por ejemplo, el mero movimiento de un cuerpo grave, aún tratándose de un
cuerpo sólido, presenta en realidad, teniendo en cuenta todas sus circunstancias
determinantes, un conjunto de investigaciones más complicado que las más difícil
cuestión astronómica, tal consideración muestra claramente cuan indispensable es
separar con precisión la física celeste de la terrestre, y no proceder al estudio de la
segunda sino después de la primera, cuya base racional es.
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Persistiremos, pues, en no considerar sino una división en la física orgánica, aunque
hayamos establecido dos, sucesivas, en la inorgánica.
Los fenómenos considerados por la última son, al contrario, los más particulares,
complicados, concretos y directamente interesantes para el hombre, dependen en más
o menos de todos los precedentes, sin ejercer sobre ellos influencia alguna. Entre
estos dos extremos, los grados de especialidad, complicación y personalidad de los
fenómenos van en aumento gradual y en dependencia sucesiva. Tal es la íntima
relación general que la verdadera observación filosófica, convenientemente
empleada, en vez de vanas distinciones arbitrarias, nos lleva a establecer entre las
diversas ciencias fundamentales.
Al animal, se encarga la misma naturaleza de trazarle el radio de acción dentro del que
ha de moverse y en el que se mantiene tranquilamente, sin salirse de el ni sospechar
siquiera que exista otro. También al hombre le ha trazado Dios un fin general: el de
ennoblecer a la humanidad y ennoblecer a sí mismo, pero encargándole al mismo
tiempo de encontrar los medios para alcanzarlo; dejando que sea él el encargado de
elegir el puesto que dentro la sociedad considere más adecuado para su persona y
desde el cual pueda elevarse mejor el mismo y elevar a la sociedad.
Esta posibilidad de elegir constituye un gran privilegio del hombre con respecto a los
demás seres de la creación, pero es, al mismo tiempo, algo que puede destruir su
vida entera, llevar sus planes al fracaso y hacerlo desgraciado. De ahí que la elección
de una profesión sea el primer deber del joven que inicia su carrera en la vida y no
quiera encomendar al azar sus asuntos más importantes.
Cada cual tiene ante sus ojos una meta que a él, por lo menos, le parece grande y que
lo es, siempre y cuando que su convicción más profunda, la voz más recóndita del
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corazón, la considere así, ya que Dios no deja nunca al hombre sin consejo y, aunque
hable en voz baja, su voz es siempre segura.
Sin embargo, esta voz es ahogada, a veces, por los ruidos de afuera y lo que se
nos antoja entusiasmados puede ser un capricho del momento, que el momento
mismo se encargue también de disipar. Puede que nuestra fantasía se sienta
inflamada, que nuestros sentimientos se vean estimulados, que se proyecten ante
nuestros ojos imágenes engañosas y nos precipitemos afanosamente hacia una meta
que creemos nos ha sido trazada por Dios, para ver luego que lo que habíamos
abrazado tan apasionadamente nos repele, y toda nuestra existencia amenaza con
derrumbarse.
Ahora bien; no siempre, podemos escoger la vida aquella posición hacia la que
nuestra vocación nos llama, pueden las relaciones en que nos encontramos dentro de
la sociedad se encargan, hasta un cierto punto, de decidir por nosotros antes de que
nosotros mismos lo hagamos.
Aunque no sea posible luchar durante mucho tiempo y rara vez con satisfacción contra
una naturaleza física adversa a la profesión abrazada, la idea de sacrificar al deber
nuestro bienestar se hace sentir siempre vigorosamente, en cierta medida. Pero, si
elegimos una profesión sin poseer el talento necesario para ella, no podemos
ejercerla dignamente y no tardaremos en reconocer, avergonzados, nuestra propia
incapacidad y en considerar como un ser inútil en la creación, como un miembro de la
sociedad condenado a no poder ejercer con fruto su profesión.
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Después de meditar en todo esto y si las condiciones de nuestra vida nos permitan
realmente escoger la profesión deseada, debemos procurar elegir aquella que nos
ofrezca la mayor dignidad, que descanse sobre las ideas cuya verdad estemos
profundamente convencidos, que abra ante nosotros el mayor campo de acción para
poder actuar en bien de la humanidad, que nos permita acercarnos a la meta general al
servicio de la cual todas las profesiones son solamente un medio; la perfección.
La dignidad es lo que más eleva al hombre, lo que confiere mayor nobleza a sus actos
y a todas sus apariciones, lo que le permite mantenerse intacto, admirado por la
multitud y elevarse, al mismo tiempo, por encima de ella.
Pero, así como una profesión sin dignidad nos humilla, podemos estar seguros de
sucumbir ante aquella basada en ideas que más tarde habremos de reconocer como
falsas.
Podemos considerar dichosos a quien se siente llamado por estas actividades, aunque
destruyen a quien las abraza precipitada y atolondradamente, dejándose llevar por los
impulsos, del momento.
El cambio, la alta opinión que nos formamos de las ideas sobre las que descansan
nuestras actividades no confiere una posición superior dentro de la sociedad,
acrecienta nuestra propia dignidad y hace que nuestros actos sean inconmovibles.
Quien elige una profesión que tiene en alta estima retrocederá aterrado ante la
posibilidad de hacerse indigno de ella y obrara noblemente por el solo hecho de ser
noble la posición que le asigna la sociedad.
Pero la gran preocupación que debe guiarnos al elegir una profesión debe ser la de
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servir al bien de la humanidad ya nuestra propia perfección. Y no se crea que estos dos
intereses pueden ser hostiles o incompatibles entre sí, pues la naturaleza humana
hace que el hombre sólo pueda alcanzar su propia perfección cuando labora por la
perfección, por el bien de sus semejantes.
Cuando el hombre sólo se preocupa de sí mismo, puede llegar a ser, sin duda, un
famoso erudito, un gran sabio, un excelente poeta, pero nunca llegará a ser un hombre
perfecto, un hombre verdaderamente grande.
Los más grandes de que nos habla la historia son aquellos, que laborando por el
bien general, han sabido ennoblecerse a sí mismos; la experiencia demuestra que el
hombre más dichoso es el que ha sabido hacer dichosos a los demás; y la misma
religión nos enseña que el ideal al que todos aspiran es el de sacrificarse por la
humanidad, aspiración que nadie se atreverá a destruir.
Quien elija aquella clase de actividades en que más pueda hacer el bien de la
humanidad, jamás flaqueará ante las cargas que puedan imponerle, ya que éstas
no serán otra cosa que sacrificios asumidos en intereses de todos; quien obre así,
no se contentará con goces egoístas, pequeños y mezquinos, sino que su dicha será
el patrimonio de millones de seres, sus hechos vivirán calladamente, por toda una
eternidad, y sus cenizas se verán regadas por las ardientes lágrimas de todos los
hombres nobles.
La miseria religiosa, es por una parte, la expresión real y, por otra, la protesta contra la
miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de alma de un
mundo desalmado, porque es el espíritu de los estados de alma carentes de espíritu.
La religión es el opio del pueblo.
Sobreponerse a la religión como la dicha ilusoria del pueblo de exigir para este una
dicha real. El pugnar por acabar con las ilusiones acerca de una situación, significa
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pedir que se acabe con una situación que necesita de ilusiones. La crítica de la
religión es, por tanto, en germen, la crítica de este valle de lágrimas que la religión
rodea de un halo de santidad.
La crítica no arranca de las cadenas las flores ilusorias para que el hombre soporte las
sombrías y desnudas cadenas, sino para que desembarace de ellas y broten flores
vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para moverlo a pensar, a obrar y
a organizar su sociedad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para
que sepa girar en torno a sí mismo y a su yo real. La religión es simplemente, el sol
ilusorio que gira en torno al hombre mientras este no se decide a girar en torno a el
mismo.
La misión de la historia consiste, según esto, en descubrir la verdad más acá, una vez
que se ha hecho desaparecer al más allá de la verdad, y ante todo, la misión de la
filosófica, puesta al servicio de la historia, después de desenmascarar la forma de
santidad de la autoenajenación del hombre, está en desenmascarar la
autoenajenación bajo sus formas profanas. La crítica del cielo se trueca, de este modo,
en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política.
En esa época Dewey ya había llegado a la convicción de que los métodos de las
escuelas elementales no estaban de acuerdo con las mejores concepciones
psicológicas del momento.
Así que aguardaba con impaciencia una oportunidad para poner en marcha una
escuela experimental que debía su inspiración a teorías psicológicas mejores,
combinadas con los principios morales que constituyen la base de las actividades
cooperativas en la escuela. Más tarde, con ayuda de unos parientes interesados en la
empresa, y bajo la égida de su sección universitaria, logró crear su célebre escuela-
laboratorio, llamada comúnmente “escuela Dewey”. Su objeto no era hacer de ella
una escuela práctica o una escuela modelo, sino darle respecto a la sección de
filosofía y de psicología la misma categoría que la de los laboratorios en relación con
las ciencias físicas”.
LA ESCUELA TRADICIONAL
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Tal vez resulten más claramente las características de esa escuela-laboratorio, si
hacemos primero una breve descripción de la escuela tradicional contra la que se
manifiesta Dewey.
El niño, y más tarde el adulto, estaban preocupados preparándose para una etapa
futura de la vida más que para vivir rica y plenamente el hoy. Según la mejor teoría de
la época, la de Aristóteles, la educación era un desarrollo; era la actualización de las
potencialidades latentes del niño. La educación era un desarrollo de un
despegamiento hacia un fin último, hacia algún estado de desarrollo completo de
perfección de las propias potencias.
Aún más. Si la materia del programa se hacia más difícil, el poder desarrollado se
hacia más considerable. Engendrar el poder en contra del interés y de la inclinación
natural, suponía una disciplina moral. Por consiguiente, las materias del programa se
elegían con frecuencia y se ordenaban en función de su valor disciplinario, más que en
vista de su relación con las preocupaciones prácticas de la vida.
LA ESCUELA DEWEY
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Al contrario, en Chicago, la “escuela Dewey” tomó como punto de partida, no las
actividades futuras del adulto en las que se pensaba que participara el niño, sino las
actividades comunes en las que estaban inmediatamente comprometido. El fin de la
educación no era “extraerlo” o desarrollarlo de acuerdo con algún modelo distante,
sino más bien ayudarlo a resolver los problemas suscitados por los contactos
habituales con los ambientes físico y social. Puesto que, para el muchacho, la mayor
parte de estos procedían de la casa y de la comunidad, Dewey tenía especial interés
en que la escuela fuese una prolongación simplificada y ordenada de dichas
situaciones sociales.
Para lograr este objeto, la “escuela Dewey” partía, como la escuela tradicional, de las
capacidades y de las tendencias presentes del niño. Pero, en vez de utilizar las
distintas disciplinas, como una piedra de afilar, para ir afinando las facultades, Dewey
concebía el programa como un instrumento que ayudaría al niño a realizar todos los
proyectos que este podía haber formulando con el fin de comprobar el resultado
de sus presentes actividades.
Además, insistiendo en la facilidad del tránsito del hogar a la escuela, Dewey fundaba el
programa de los primeros años en las necesidades del niño, como el alimento, el
albergue y el vestido. Esto no quiere decir que Dewey tuviera la intención de enseñar al
niño a guisar y a coser en la escuela y a leer y a escribir en su casa. Pero esto significa
que Dewey consideraba la lectura y la escritura como puros instrumentos.
En la realidad, puede decirse que su actitud frente a otros estudios, como la historia, la
ciencia y el arte, era parecida. Todos debían su significado al hecho de que
enriquecieran actividades vitales básicas, como el aprovisionamiento para la
alimentación, la construcción de un albergue o la confección de un vestido.
Aunque Dewey publicó después de salir de Chicago “como pensamos”, que establece
con mayor precisión lo que se conoce bajo el nombre del “método del problema” en la
enseñanza, este podía ya vislumbrarse en su modo de considerar el programa como
medio de realizar los fines de la vida ordinaria.
En la última década del siglo XIX, Dewey llegó a pretender que el defecto más
grave de los métodos entonces consistía entre divorcio y su aplicación. A su juicio
ninguna instrucción podía tener éxito separando el saber y el hacer. Aún más, la
esencia misma de una instrucción motivada consistía en conservar constantemente
en el espíritu la relación entre los fines y los medios. Si se veían nacer los fines o las
metas de la educación de la matriz de la vida ordinaria del niño, era mucho más
probable que este se interesara por aprender el programa, puesto que aparecía
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entonces como un medio necesario en vista de los fines aceptados. La importancia
dada en la escuela a actividades manuales como la carpintería, la cocina, la costura y
el tejido, se debía claramente a su estrecho lazo con la preocupación de procurar
alimento, albergue y vestido en el ambiente del niño pero también aquí señalaba en
seguida que ese lazo estrecho era menos un argumento para hacer estudiar en la
escuela preocupaciones vistas en la casa, que para garantizar al niño la misma base
de interés respecto a las actividades escolares, que la que representaban la casa y la
vecindad.
Todo esto basta para aclarar perfectamente el hecho de que la atmósfera social de la
“escuela Dewey” era en todo distinta a la de una escuela tradicional. Aunque tuvieron
que transcurrir más de diez años antes de que Dewey escribiera democracia y
educación, su escuela-laboratorio ponía ya las bases de un nuevo espíritu social. No
sólo su programa se relacionaba con las actividades de la comunidad sino que su vida
misma era la de una comunidad oficiosa. En ella cada niño tenia su parte, su propio
trabajo. Aprovechando las ocasiones de dividir el trabajo, se desarrollaba en el niño el
sentimiento de una cooperación mutua y el sentimiento de trabajar de un modo
positivo por la comunidad. Así el orden y la disciplina se desarrollaban, no a partir de
un dictado del maestro, sino a partir del respeto propio del niño por el trabajador que
realiza, y de su conciencia de los derechos de los otros individuos consagrados a otras
partes de la tarea común. Lo mismo que Dewey pretendía motivar las actividades
escolares exactamente del mismo modo que las actividades exteriores a la escuela,
sentía que la atmósfera moral de la escuela dependía de una participación en los
mismos motivos morales que se encontraban en la vida exterior. Como declaraba a los
padres de su escuela.
Cuando las condiciones escolares son tan rígidas y tan formales que no tienen
paralelo fuera de la escuela, el orden exterior y el decoro pueden ser
conservados...pueden formarse hábitos exteriores de atención y represión, pero ningún
poder de iniciativa o de dirección, ningún auto-disciplina moral.
ORIGEN DE LA TEORÍA
Estos fueron los principios y las prácticas de la “escuela Dewey”, que no duró una
década. Poco después del fin de siglo, Dewey fue a la universidad de Columbia y,
desde entonces, su pensamiento pedagógico se expresó ampliamente en sus
publicaciones. Antes de emprender la exposición sistemática de su filosofía de la
educación, tal vez sea útil señalar los factores principales que la motivan. En rasgos
generales son tres. Quizá debamos mencionar primeramente a la democracia, puesto
que incorporó el término en el título de su obra pedagógica más importante,
democracia y educación. Cuando publicó dicha obra, los Estados Unidos tenían más
o menos un siglo y cuarto de experiencias de su autonomía. Sin embargo, nadie
había encontrado una oportunidad para indicar explícitamente las consecuencias
pedagógicas de esto. En segundo lugar podemos citar la revolución industrial. Aunque
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los Estados Unidos la acogieron rápidamente se desarrollaron hasta convertirse en ese
gigante industrial, que son ahora.
Observemos nuevamente que antes de Dewey se ocupara de ello nadie había iniciado
la reforma de la filosofía de la educación que dicha revolución reclamaba. Finalmente
hay que referirse a la influencia de la ciencia moderna en el pensamiento pedagógico
de Dewey. Una parte de dicha influencia se relaciona con el papel de la ciencia como
origen de la revolución industrial. Otra se enlaza con una ciencia particular, la biología,
y una teoría de esa ciencia, la evolución de la que Dewey, saca con frecuencia
argumentos por analogía en vista de conclusiones pedagógicas importantes y una parte
importantísima se relaciona con el análisis del método científico, que desempeña un
papel de primer en el pragmatismo de Dewey.
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En todo caso, la convicción que maduraba ya en el alma de la señora Montessori, era
la de que a la pedagogía le es indispensable ante todo la base firme que le brinda La
Psicología. Pero ya entonces hacia blanco de sus críticas a esa psicología que era una
psicología fisiológica y experimental o bien una psicometría y que no era capaz de
percibir y de interpretar el dinamismo de la vida psíquica, porque sólo sorprendería
estáticamente, el hecho, el digno exterior, el producto, creyendo poder así dictar leyes
a la educación, mientras que lo que importa ver es cómo y por qué ese estado del
sujeto ha determinado, qué energías profundas y qué coeficientes educativos ha
modificado al sujeto mismo conduciéndolo a ese resultado. La Psicología necesaria
era para ella una Psicología en acción, que vigilará las eclosiones y las revelaciones y
comprendiera el proceso a la luz de la acción educadora misma, dominando
las dificultades y los auxiliares que responden a aquélla, por parte del niño, captando
en vivo las transformaciones que se operan en él y las fuerzas que se revelan y lo
impulsan a actos e integraciones sucesivas.
El Instituto dei Beni Stabili (Instituto de los Bienes Inmuebles) de Roma y, en primer
lugar, su meritorio presidente, el ingeniero Eduardo Talamo, se esforzaban, a principios
del siglo XX, en sanear los barrios más populares de la ciudad, edificando grandes
viviendas higiénicas para los obreros. La necesidad de reunir y cuidar en salas
especiales de esos edificios a los niños de obreros ausentes todo el día, a causa de su
trabajo, tratando a la vez de educarlos, sugirió la idea de confiar esa misión a la señora
Montessori. El 6 de enero de 1907 se inauguraba, pues, en el barrio de San Lorenzo,
calle de Los Marsi, la primera casa de Bambini (Casa de los Niños), nombre inventado
por una inteligente amiga de María Montessori, Olga Lodi; y las segunda caso no tardó
en abrirse. La carrera de la gran educadora en el terreno práctico se iniciaba así. Se
situaba, como ya hemos dicho, en una iniciativa social bien concreta, cuyo sentido
meditó e ilustró en seguida la señora Montessori, de acuerdo con un ideal de la casa y
la familia moderna obrera, socializada en una comunidad de vida que debía conciliar a
la madre y la obrera, aprovechar todos los servicios y todas las instalaciones que la
sanean y la espiritualizan, hacer de la casa de los pequeños, en su interior, uno de
sus elementos esenciales, interesando la responsabilidad y la buena voluntad de
todos los padres como moradores del edificio, en la higiene y el desarrollo de la
escuela, acostumbrándose a preocuparse por la educación de sus hijos.
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Su primera obra importante, II METODO DELLA PEDAGOGIA SCIENTIFICA E LA
CASA DEI BAMBINI (El Método de la Pedagogía Científica y la Casa de los Niños) de
1907, nos presente el cuadro de la organización educativa y al mismo tiempo los
principios y los trazos fundamentales del método. El que la Pedagogía deba ser,
según la señora Montessori, Científica, es en parte una afirmación que tiene un
sentido más vasto al que incluso podríamos llamar polémico y correlativo, es decir,
que la educación debe inspirarse en la naturaleza y las leyes del desarrollo del niño,
cuidadosamente observadas y liberándose bien de toda presuposición metafísica, bien
de toda traba de tradición o hábito, las cuales se traducen prácticamente, una y otra,
en decisiones arbitrarias los adultos, en general, han educado siempre de acuerdo
con puntos de vista arbitrarios, que son a la vez una violación de la naturaleza o de la
libertad, por la tanto de una ley y de un valor igualmente sagrados. Se ha considerado
siempre lo que el adulto cree que ser el niño, o más bien, lo que el adulto pretende del
niño, desde su punto de vista; no se ha atendido nunca, o casi nunca, a lo que el
adulto debe al niño, a lo que reclaman de éste la naturaleza, la vida, su porvenir, los
motores interiores inviolables de su desarrollo. En el fondo, para la señora Montessori,
los términos Naturaleza y Libertad coinciden y la inspiración de Rousseau es evidente
aquí. Pero esta naturaleza sólo es, por otra parte, un impulso originario, interior, de
actuar y crecer para actuar mejor física y espiritualmente, una energía que tiende a
sacar del interior elementos útiles a su propio florecimiento y a su propio crecimiento;
es el poder creador de un ser llamado a realizarse y forjarse él mismo siguiendo un
designio infalible si las intervenciones irracionales, las pretensiones y las violencias de
los adultos no entorpecen o desvían su ruta. Y la inspiración de Froebel, consciente o
no, se añade aquí, por la fe de en un designio seguro y providencial, a la de Rousseau.
Por eso la Casa dei Bambini dispone de un material complejo, adaptado a formas
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determinadas de actividad, en las cuales el pequeño pueda interesarse fácilmente
obteniendo un desarrollo bien reglamentado de sus poderes mentales y físicos y un
aumento continuo de descubrimientos personales.
En tercer lugar, debe observarse que el interés dominante de esa edad se dirige
precisamente hacia el mundo exterior, las cosas sensibles y las actividades que
pueden ejercerse en las cosas o por medio de ellas, por lo tanto, es un interés que
aunque siempre espiritual en su génesis y su meta, es siempre sensorial por su
contenido y su dirección actual; y es providencial y natural que así suceda, porque
son ante todo experiencias concretas y precisas, imágenes de cosas y de sus
propiedades, lo que debe nutrir el espíritu del niño; y en contacto estrecho y directo y
en equilibrio con el mundo exterior debe construir su pequeño mundo, probar y
madurar sus fuerzas y su capacidad de acción. Por eso todo el material educativo
de la casa dei Bambini es un conjunto de medios en vista de la educación de los
sentidos y del ejercicio de actividades motrices y manuales. Podría reconocerse
aquí de este método fisiológico como él lo llamaba uno de los primeros maestros
de María Montessori. Pero es seguro que el fundamento explicativo del método de ésta
tiene un carácter mucho más general y más profundo.
En esta situación, el educador tiene que opinar y decidir sobre temas capitales
basándose no en un saber científico, sino como lo señala Piaget, en consideraciones
de buen sentido o de simple oportunidad, como el número de carreras inaccesibles a
quienes no han pasado determinados trámites, como los estudios más recomendables
según los intereses del momento, etc. No obstante, esta situación no es sostenible y
reclama, con urgencia, una solución. Solución que debe ser buscada desde el lado de
la ciencia, de la investigación, de los estudios sistemáticos, a no ser que se quiera que
“la determinación de los fines de la educación siga siendo asunto de opiniones
“autorizadas” y del empirísmo”.
La maduración del sistema nervioso es, lo hemos apuntado antes, uno de los factores
generales de la evolución mental. Es indudable, efectivamente, que hay conductas que
dependen, más o menos estrechamente, de los principios del funcionamiento de
algunos aparatos o circuitos, así como que la maduración desempeña un papel
importante durante todo el crecimiento mental: el papel de la maduración es, sobre
todo, el de abrir nuevas posibilidades, excluidas hasta ciertos niveles de edad,
constituyendo, de esta forma, una condición necesaria para la aparición de
determinadas conductas; condición necesaria pero no suficiente, pues tal como es
necesaria la base madurativa, es también necesario que las posibilidades abiertas se
realicen, se actualicen, lo cual supone otras condiciones, la principal de las cuales es
que la maduración se acompañe del ejercicio funcional ligado a las acciones.
Maduración, acción y equilibrio. Queda por analizar el cuarto factor del desarrollo
individual: la educación, el influjo social sobre la evolución personal. Según lo entiende
Piaget, “educar es adaptar al niño al medio social adulto, es decir, transformar la
constitución psicobiológica del individuo en función del conjunto de aquellas realidades
colectivas a las que la consciencia común atribuye un cierto valor”. En los regímenes
de izquierda, como en los de derecha, la escuela es obra de conservadores que
intentan más acomodar al niño al molde de los conocimientos tradicionales que forman
inteligencias y espíritus inventivos y críticos; en vez de para facilitar el desarrollo de la
personalidad, la educación se utiliza para modelar a la gente según patrones a la
medida de las generaciones anteriores y para transmitir valores sociales colectivos.
Como lo indica Piaget, la sumisión de los alumnos a la autoridad moral e intelectual
del maestro, la obligación de asimilar unos conocimientos para rendir con éxito en los
exámenes finales, imposiciones ambas de la escuela tradicional, no son sino
situaciones sociales bastante próximas, funcionalmente, a los ritos de iniciación y
tendentes al mismo objetivo; imponer a los miembros jóvenes de la colectividad las
verdades comunes y las representaciones colectivas que han asegurado la cohesión de
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las generaciones anteriores.
Por otro lado, del mismo modo que es necesaria una actividad racional, deductiva,
para dar un sentido a la experiencia, para la construcción de la razón en el niño es
también necesaria una estructura social que englobe no sólo la cooperación entre los
niños, sino también la cooperación con el adulto. Serán, precisamente, estas
cooperaciones las que den lugar a la autonomía en la reciprocidad, a la madurez
social, al intercambio, constituyéndose así una “moral de convivencia” paralela a la
“moral del pensamiento”.
Segundo problema: una vez que los fines de la educación han sido escogidas (¿y
quién y en nombre de quién lo han hecho?) hay que determinar cuáles son los
cauces necesarios, indiferentes o contraindicados para alcanzarlos: cauces de cultura,
de razonamiento y, sobre todo, cauces de experimentación, formadores de un espíritu
de experimentación y control activo.
Finalmente, una vez que estos cauces han sido elegidos, es necesario conocer las
leyes del desarrollo mental para encontrar los métodos más adecuados al tipo de
formación educativa destacada.
Ahora bien, si la nueva educación quiere que se trate al niño como ser autónomo
desde el punto de vista de las condiciones funcionales de su trabajo, reclama por el
contrario, que se tenga en cuenta la organización estructural de su inteligencia.
Algunas cosas se oponen al modo de proceder que las leyes del conocimiento exigen.
Por un lado está el sorprendente hecho así lo califica Piaget de que la escuela
tradicional imponga a los niños una forma de razonar que los griegos no conquistaron
sino después de siglos de aritmética y geometría empíricas.
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Intereses, imposiciones, exámenes
Los intereses del niño son respetados por la escuela tradicional. Las consecuencias
de ello son absolutamente nefastas si se tiene en cuenta que el interés no es sino el
aspecto dinámico de la asimilación, y que “todo trabajo de la inteligencia descansa
sobre un interés”. El trabajo obligado constituye, desde esta perspectiva, una
anomalía antipsicológica causante de lamentables estragos y secuelas en la
organización de la inteligencia del niño. Al menospreciar los intereses y las
motivaciones del niño, la escuela tradicional viola una de las más fundamentales leyes
del conocimiento, como si estuviese convencida de que las cosas van mejor cuando se
esfuerzan, como si ignorase una de las más razonables bases del aprendizaje, como si
no supiese de que el saber obligado es, de alguna manera, un saber falso. Y esto sin
mencionar para nada la influencia que la imposición escolar tiene sobre la percepción
del mundo por parte del niño, la influencia del significado de esta actitud adulta.
Piaget ataca con fuerza los exámenes; para él solo son un estigma dela escolaridad,
una plaga de la educación que vicia las relaciones normales entre el maestro y el
alumno, comprometiendo en los dos tanto la alegría de trabajar, esforzarse y aprender,
como la mutua confianza. El examen no es objetivo porque implica suerte y depende
de la memoria; es, además un fin en sí mismo, por dominar las preocupaciones del
maestro y orientar el esfuerzo de los alumnos a un trabajo artificial. De esa forma, la
escuela tradicional olvida que “el fin de la escuela es la formación de los alumnos
en los métodos de trabajo y no el triunfo en una prueba final que se base únicamente
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en una acumulación momentánea de conocimientos”.
Una de las principales causas del fracaso de la educación formalizada es, según
Piaget, la preponderancia que, por encima de la acción, se da al lenguaje para enseñar
a los niños; se empieza por el lenguaje cuando se debía empezar por la acción “real y
material”. Como es obvio, el lenguaje no es suficiente para transmitir una lógica y sólo
es comprendido mediante instrumentos lógicos de asimilación cuyo origen es más
profundo y depende, por parte, de la coordinación de acciones y operaciones. Se
olvida así que la transmisión educativa verbal no proporciona al niño los instrumentos
que sólo se adquieren mediante una actividad interna, asimiladora; esta asimilación no
es sino una reestructuración o una reinvención que el niño hace a partir y por medio de
su acción; como lo expone gráficamente Piaget, “cuando se trata de la palabra adulta,
al transmitir o internar transmitir conocimientos ya estructurados por el lenguaje o la
inteligencia de los padres o de los maestros, se imagina que esta asimilación previa es
suficiente y que el niño no tiene más que incorporar estos alimentos ya digeridos,
como si la transmisión no exigiera una nueva asimilación, es decir, una
reestructuración que depende esta vez de las actividades del auditor”. Toda enseñanza
verbal, por lo tanto, sólo es útil si se encuentra precedida y preparada por una
actividad previa y está dada en función de una actitud positiva. La escuela tradicional
parece ignorar todo es, y, y al hacerlo, salta a la torera una de las más importantes
leyes del conocimiento. Las consecuencias son bien conocidas.
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La cooperación y el aprendizaje de la reciprocidad. Heteronomía versus
autonomía
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Por otro lado hasta aquí, debe estar claro que los éxitos en educación dependen, en
gran parte, de los métodos pedagógicos empleados; también deber ser evidente que
las mejoras de las planificaciones tendrán un éxito sólo relativo si es que no implican,
a la vez, un replantamiento metodológico y teleológico. Los programas deben ser
adaptados y los métodos han de asegurar la eficiencia que ahora falta; al mismo
tiempo, la educación debe ser concebida como una progresiva automatización de los
que se educan, y no lo contrario. Quiere esto decir que la reforma educativa debe
respetar unas cuantas condiciones concretas.
En primer término, si, como hemos estado viendo, uno de los grandes fallos de las
escuelas tradicionales ha sido el descuido casi sistemático de la acción como medio
de instrumento de conocimiento, es lógico que se vea como necesaria la utilización
de los métodos activos; el principio fundamental sobre el que éstos se asientan es
que “entender es inventar o reconstruir por reinvención”, los métodos activos dejan un
lugar esencial a la búsqueda espontánea del alumno y exigen que las verdades a
adquirir sean reinventadas, o al menos reconstruidas por el niño, y no siempre
recibidas de la transmisión del maestro. No hay más remedio, dice Piaget, que
doblarse a la necesidad de los métodos activos si se pretende, de cara al futuro
modelar individuos capaces de producir o de crear y no tan solo de repetir. La
inteligencia práctica es no de los datos fundamentales sobre los que descansa la
educación activa. Si se quiere formar individuos mentalmente sanos, está claro que
toda educación basada en el conocimiento activo de la verdad es mucho más eficaz
que aquella que se dedica a fijar lo que hay que saber y querer a través de verdades
aceptadas y principios morales impuestos.
También puede, a estas alturas, ser evidente que, en educación, es más ventajoso
respetar las etapas del desarrollo psicológico del niño. Está aún por realizar un
reajuste de los métodos y contenidos de la educación en base a los datos psicológicos
de la evolución infantil, reajuste tanto más necesario cuanto más inadecuados se
muestran los actuales métodos y contenidos. Especial importancia reviste y exige este
artificialmente y se debe dedicar este período de iniciación valioso entre todos, como
dice Piaget a sentar unas bases lo más sólidas posibles. No vamos a insistir sobre la
importancia que esto tiene porque ya lo hemos hecho antes y porque es evidente.
Pero, ¿qué significa todo lo que hemos visto? ¿Podemos formular alguna conclusión
general en lo que se refiere a los métodos? Si, y con palabras del mismo Piaget. Los
aspectos y problemas hasta aquí analizados implican “por una parte, que hay que
reconocer la existencia de una evolución mental; que todo alimento intelectual no es
bueno indiferentemente para todas las edades; que deben tenerse en cuenta los
intereses y necesidades de cada período. Esto significa también, por otra parte, que el
medio puede jugar un papel decisivo en el desarrollo del espíritu; que la evolución de
las etapas no está determinada de una vez para siempre en lo que se refiere a las
edades y a los contenidos del pensamiento: que, por tanto, los métodos sanos
pueden aumentar el rendimiento de los alumnos e incluso acelerar su crecimiento
espiritual sin perjudicar su solidez”. Los aspectos y problemas hasta aquí analizados
implican, también y este principio es de transcendental importancia de cara a una
labor más esperanzadora y constructiva de los psicólogos escolares que en
educación no se trata de intentar “remediar” desadaptaciones momentáneas o
definitivas; lo importante es asegurar de manera permanente y continuada la
adaptación de cada uno y no solo, evidentemente, la adaptación intelectual y moral en
el interior de las aulas, sino también fuera de ellas y después de la edad escolar.
Pero además de contra sus propios condicionamientos, los maestros deben, muchas
veces, luchar contra los de los padres de sus alumnos. Los padres pueden llegar a ser
el principal obstáculo para la implantación de los métodos activos y la autonomía;
consideran una pérdida de tiempo los juegos y las actividades de manipulación y de
construcción que tan necesarias resultan para asegurar la subestructura del conjunto
de los conocimientos posteriores. La colaboración de los padres con los maestro es,
por el contrario, tanto más necesaria cuanto que el aproximar la escuela a la vida y los
problemas profesionales de los padres y a la inversa, al despertar en los padres un
interés por las cosas de la escuela, puede llegarse a un ideal de distribución de
responsabilidades de cara la educación de los niños.
En efecto, el derecho a la educación implica mucho más que el derecho a asistir a una
escuela, mucho más que aprender a leer, a escribir y a realizar las operaciones
aritméticas elementales; afirmar el derecho de la persona humana a la educación
equivale a afirmar el derecho del niño a desarrollarse normalmente en función de
sus posibilidades en realizaciones efectiva y útiles; equivale a garantizar el pleno
desarrollo de la personalidad del niño, que implica desde el desarrollo de sus
funciones, hasta la adaptación de la vida social. La obligación de educar comporta,
en fin, la de “no destruir o estropear ninguna de las posibilidades que el niño contiene
y de las que la sociedad será la primera en beneficiarse, en lugar de permitir que se
pierdan importantes fracciones de las mismas o de ahogar otras”.
Realizó una investigación acerca de las tesis marxista-Lennistas y concluyo que todas
las actividades cognoscitivas fundamentales se formulan en la historia social y se
basan las formas de producción del desarrollo socioeconómico.
Para entender la teoría psicológica del tiempo de Vygotsky, debemos recordar dos
divisiones contrarias del pensamiento humano que fueron prominentes a principios del
siglo XX. La primera fue la visión tradicional de la mente, la cual se origino en la
psicología de los siglos anteriores.
Para Vygotsky no era confiable la introspección como una base metodológica segura en
la cual se pudiera fundamentar la teoría psicológica científica; y para quienes
rechazaron a los conductistas, el escribió que en esa psicología se ignora el problema
del consciente, pues este se bloquea al acceso de la investigación del comportamiento
humano, por lo que se elimina de la psicología científica, lo cual provoca la retención de
todo el dualismo (mente vs. cuerpo) y el espiritualismo de la psicología subjetiva
temprana. En su propia investigación Vygotsky se dedico a estudiar los procesos del
pensamiento consciente, lo cual hizo por medio de una nueva creación de medidas
objetivas que no dependían de la introspección para poder ser probadas.
En general, Vygotsky concluyo que el pensamiento del niño y el habla comienzan como
funciones separadas, no necesariamente conectadas entre ellas, pues son como dos
círculos que no se tocan. Uno representa el pensamiento no verbal; el otro, el habla no
conceptual. Conforme el niño empieza a adquirir conceptos que tienen etiquetas de
palabras. Un “ “concepto” significa una abstracción, una idea que no representa un
objeto particular, sino más bien una característica común nunca con los diversos
objetos.
Los dos círculos nunca se sobreponen completamente, pero la parte en común llega a
ser prominente si el niño se desarrolla particularmente en un medio cultural elevado.
En realidad, siempre queda algún pensamiento no verbal y algún hablar no conceptual.
Vygotsky no estuvo de acuerdo con los teóricos que decían que el niño, como
resultado de una maduración interna; por si mismo puede tener habilidades de
pensamiento conceptual avanzado, distinto de las que les son enseñadas. Aún cuando
admitió el rol necesario de la madurez interna en el desarrollo, Vygotsky creyó en la
educación formal e informal del niño mediante el lenguaje, el cual tiene una fuerte
influencia en el nivel del pensamiento conceptual que alcanza. Y al ampliar su punto de
vista más allá del desarrollo del niño, sugirió que los pasos mediante los cuales el
pensamiento y el lenguaje del niño evolucionan son semejantes a aquellos, por lo
tanto, si se estudia el desarrollo autogénico del niño, no solo entenderemos su
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pensamiento y hablar, sino que también nos servirá como el método más práctico para
el estudio filogenético de las especies.
Los estudios de Vygotsky le permitieron concluir que el desarrollo del habla precede a
las cuatro etapas gobernadas por las mismas leyes que regulan a otras operaciones
mentales que utilizan signos, tales como contar y memorizar con la ayuda de
utensilios memotécnicos. El llamo a la primera de las cuatro etapas primitiva o natural.
El primer período, que representa el tiempo anterior a que el círculo del lenguaje cubre
parcialmente al círculo del pensamiento consciente, comprende según opinión de
Vygotsky, desde el nacimiento hasta los dos años.
La etapa se caracteriza por las tres funciones del habla no intelectual. Primero, los
sonidos que representan descarga emocional, como el llanto con el dolor o frustración
o el arrullo y balbuceo satisfechos. Luego, en el segundo mes, aparecen estos mismos
sonidos emocionales, pero con cierto significado, y se pueden interpretar ya como
reacciones sociales hacia voces o apariencias de ciertas personas. Son sonidos de
contacto social, como la risa y una gran variedad de sonidos inarticulados. El tercero
consiste en las primeras palabras, que son sustituidos de objetos y deseos, aprendidas
por condicionamiento cuando los padres unen las palabras a los objetos, del mismo
modo en que algunos animales son condicionados a reconocer palabras como
etiquetas de las cosas.
La etapa primitiva termina alrededor de los dos años de edad y entonces comienza el
segundo periodo, llamado de la psicología naive. Aquí el niño descubre que las
palabras tienen una función simbólica y esto lo demuestra al preguntar el nombre de
las cosas. Ya no hay un simple condicionamiento por el pensamiento conceptual o
verbal. Para probar su hipótesis, Vygotsky planteaba problemas que debían ser
resueltos por los niños durante el juego, por ejemplo: perdería el lápiz cuando se le
pidiera que dibujara algo, o escogería un papel muy chico o muy grande, según el
caso, para dificultar la labor. Así observaba que la cantidad de hablar egocéntrica en
estas ocasiones era el doble de cuanto el niño no tenía que enfrentar estos problemas.
Vygotsky interpreto esto como evidencia de que el habla egocéntrica no servia para
liberarse de tensiones ni un acompañamiento expresivo de la actividad, sino una
herramienta significativa del pensamiento en la búsqueda y la planeación de la solución
del problema.
Vygotsky tampoco esta de acuerdo en que el habla egocéntrica terminaba a los siete
años. Al contrario, veía que el declinamiento del habla egocéntrica era la señal de la
aparición de la cuarta etapa en su desarrollo jerárquico; la etapa de crecimiento en la
cual el niño aprende a manejar el lenguaje en forma de habla reauditorizada dentro de
su cabeza, al pensar a la manera de memoria lógica y utilizar signos internos para
resolver problemas, a partir de entonces, el individuo usara el lenguaje interno y el
expresivo como herramientas en su pensamiento conceptual y verbal.
Después de haber estudiado el desarrollo desde el punto de vista del habla, pasaremos
al estudio del desarrollo desde el punto de vista del pensamiento.
Para empezar, daremos una breve ojeada a los instrumentos de prueba que
Vygotsky creo, ahora conocidos como los “Dados de Vygotsky”, y que revelan algo de
su ingeniosa investigación. Uno de los mayores problemas a que se enfrentan los
niños en la formación de conceptos que les generen situaciones que seguramente aún
no conocen. Es necesario asegurarse de que han dominado el concepto y que no
simplemente han memorizado una palabra que sugiere.
La solución requiere que el niño reconozca que cada palabra representa un concepto
compuesto por dos de las dimensiones del bloque, es decir, ambas: altura y tamaño. Y
como en los bloques no hay ni una sola palabra del lenguaje normal que represente
este concepto combinado, el niño no puede haberlo conocido o memorizado antes de
la sesión de pruebas.
Durante las sesiones, el examinador observa las combinaciones que el niño hace
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cada vez y la naturaleza de cada una de ellas, a cual refleja la estrategia de
pensamiento que el niño ha seguido.
El usar la prueba de los bloques con cientos de sujetos de diferentes edades, dio a
Vygotsky la posibilidad de identificar una jerarquía de tres grandes etapas por las
que el niño pasa para lograr un verdadero pensamiento conceptual entre los años
preescolares y la mitad de la adolescencia. Dentro de cada una de las etapas, el niño
atraviesa por una serie de sub-fase.
Las sub-fases de las tres grandes etapas, basadas en las soluciones de niños y
adolescentes de los problemas de bloques de Vygotsky, son las siguientes:
El niño llega entonces al paso final del pensamiento conceptual al hacer una nueva
síntesis de sus agrupamientos abstraídos; una síntesis estable y convincente para su
mente y que más tarde llega a ser su principal instrumento de pensamiento.
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X.- Paulo Freire
Son abundantes las síntesis que del pensamiento y la práctica de Paulo Freire se han
hecho y se están haciendo. Entre las más completas creemos que hay que destacar
la de Fausto Franco y la de Olabuénaga, Morales y Marroquín. La nuestra
evidentemente no será tan exhaustiva como lo hemos hecho con todos los demás
autores, nos limitaremos a destacar los aspectos más señalados de la reflexión y el
trabajo de Freire, especialmente aquellos que hacen referencia concreta a su crítica a
la educación tradicional y a sus pensamientos alternativos aunque como en el caso de
muchos de los autores estudiados hasta aquí, tengamos que empezar haciendo
referencia a la base antropológica que sustenta la obra de Freire, nos concentraremos
en seguida en la problemática propiamente pedagógica, por lo que respecta a la
sistematización de la exposición que sigue, reconocemos nuestra deuda con el estudio
de Fausto Franco ya mencionado.
Nada mejor para introducir la exposición de la postura de Paulo Freire que el análisis
del contexto histórico en que esta postura se formó. Aunque este análisis será muy
sumario, nos ayudará a comprender los objetivos que Freire propuso y la elección que
hizo respecto a la educación.
Su trabajo como “Pedagogo de los oprimidos” comenzó en 11962 en la zona más pobre
de Brasil, el Nordeste, en la que había 25 millones de habitantes, de los que 15
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millones eran analfabetos. Como los resultados obtenidos fueron óptimos (trescientos
trabajadores alfabetizados en cuarenta y cinco días), se decidió aplicar el método a
todo Brasil.
Brasil y Chile fueron, por lo tanto, el escenario de la puesta en práctica del método de
alfabetización y educación de Paulo Freire, de esta práctica nacería, más tarde, una
reflexión que no ha dejado de progresar todavía.
¿qué pretendía Freire en su trabajo?, ¿qué idea tenía de objetivo de la educación Para
él, educar es crear la capacidad de una actitud crítica permanente, actitud que permita
al hombre captar la situación de opresión en que se halla sumido y captar esa
situación de opresión como limitante y transformable. Educar para Freire, no es
transmitir conocimiento, hechos y estáticos sin crear una situación pedagógica en la
que le hombre se descubra a sí mismo y aprenda a tomar conciencia del mundo que
lo rodea, a reflexionar sobre él, descubrir las posibilidades de reestructurarlo y actuar
sobre él para modificarlo. Toma de conciencia, reflexión y acción convierten así, en los
elementos básicos inseparables de proceso educativo.
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Hemos indicado antes que la función del educador era la de despertar y desarrollar la
conciencia crítica a los educandos, la de hacer posible el análisis problematizado de
las relaciones interactuantes en la organización de la vida y el mundo. El proceso
educativo puesto aquí en juego es opuesto al proceso tradicional por el que el
educador entregaba al alumno unos conocimientos ya hechos, elaborados y listos para
ser asimilados pasivamente, la tarea del educador propuesta por Freire no tiene nada
que ver con este esquema de tansmisión-asimilación; según él lo ve, la tarea del
educador “es la de problematizar a los educandos el contenido que los mediatiza y no
la de disertar sobre él, de donarlo, de extenderlo, de entregarlo, como sise tratara de
algo ya hecho, elaborado, acabado, terminado”.
Más adelante hemos de entrar más a fondo en todas estas cuestiones. Se trata aquí
solamente de introducir la problemática general planteada por Freire y de señalar
cuáles son sus pretensiones para ir un poco más allá en esta introducción,
quisiéramos mencionar las principales “ideas-fuerza” del pensamiento de Freire, tal y
como han sido recogidas en la selección de textos del INODEP.
A) para ser válida, toda acción educativa debe ir necesariamente percibida de una
reflexión sobre el hombre y de un análisis del medio de vida completo de los hombres
a educar; sin esa reflexión el sujeto quedaría convertido en objeto, sin ese
análisis del medio, el hombre quedaría en el vacío,. La tarea de la educación es,
precisamente, ayudar al hombre a que, partiendo de lo que constituye su vida se
convierta en sujeto.
E) El hombre es creador de cultura por sus relaciones y sus respuestas, pero además,
el hombre es hacedor de la historia. En la medida en que el ser humano crea y decide,
las épocas históricas se van formando y reformando. La historia es la respuesta del
hombres a la naturaleza, a los otros hombres, las relaciones sociales.
Para que todo lo anterior sea posible, es necesario, como lo señala Fausto Franco,
“comenzar por el reconocimiento de que es necesario superar la contradicción Educar-
Educando, y pasar a la convicción de que todos somos educadores y educandos. La
absolutización de la ignorancia, según la cual ésta se encontraría en el otro, es
radicalmente opuesta al diálogo verdadero y, por lo tanto, obstáculo definido para una
educación liberadora”.
Pero el hombre es también un ser relacionado con los demás hombres; es un ser de
comunicación; un ser que por ser comunicación en sí, no puede ser al margen de la
comunicación. Freire afirma que los hombres no se hacen en el silencio si no en la
palabra; el monólogo es la negación del hombre, el diálogo, su afirmación. De la
importancia que para Freire tiene aquello con lo que el hombre saca su interior al
exterior: conquista extraordinaria del hombre, la palabra no puede florecer en la soledad
y no debe estancarse en el mero pronunciamiento, sino que debe estar ligada a la
acción y la reflexión. Para Freire no hay palabra verdadera que no sea unión
inquebrantable entre acción y reflexión. De ahí que decir la palabra verdadera sea
transformar el mundo. Señalemos, por fin que la palabra no es el privilegio exclusivo
de unos pocos, sino un derecho de todos. Lo que implica que nadie tiene derecho a
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arrebatar la palabra a los demás: si las características del diálogo exigían que no se
pudiera pronunciar la palabra en solitario, la del derecho universal de la palabra implica
que nadie puede decir la palabra por otro, por que eso sería arrebatar a ese otro el
derecho a decirla.
EL HOMBRE OPRIMIDO
Por la orientación de su trabajo, Paulo Freire estuvo siempre en contacto es trecho con
la clase oprimida, con los analfabetas, con los incultos de este estrecho contacto nació
en él una reflexión profunda sobre las condiciones y las características del fenómeno
de la opresión así como sus implicaciones.
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Cómo hemos visto lo propio del hombre, su vocación es la libertad, la marcha
progresiva hacia la humanización, la alineación y la deshumanización son
situacionales: la distorsión de la humanización es una posibilidad histórica, no una
vocación. Veamos por ejemplo, el caso del analfabetismo; la concepción ingenua del
analfabetismo tiende ha presentarlo como si se tratara, según la expresión Freire,
de un absoluto en sí, de una enfermedad que pasa de unos a otros como el contagio:
se trata, según la irónica calificación de Freire, de una concepción bacteriológica del
analfabetismo de un mal que, para utilizar el lenguaje convencional, debe ser
erradicado. Esta concepción ingenua parece sostener que los culpables del
analfabetismo no son sino los analfabetos mismos, como si la marginación social
fuese una lección y no una imposición por el contrario sí se enfoca el
problema desde una perspectiva crítica, el analfabetismo aparece como un
fenómeno reflejo de la estructura social que en un momento dado existe en una
sociedad. No es una enfermedad en si, sino un síntoma de una enfermedad social
subyacente. El analfabetismo no es una condición elegida por el hombre sino un freno
puesto al ejercicio de sus derechos, un freno que tiende a objetivarlo a convertirlo en
cosa; son los opresores los que colocan el freno al oprimido: la conciencia opresora
tiende a transformar en objeto de su dominio todo aquello que le es cercano: la tierra,
los bienes, la producción, la creación de los hombres, los hombres mismos, en
tiempo en que se encuentran, todo se reduce a objetos de su dominio.
La sociedad creada por los opresores es una sociedad cerrada, una sociedad objeto:
una sociedad, según Freire, depredatoria; para ella no existe el pueblo, sino la masa.
Las élites gobernantes se sitúan sobre no con el pueblo, lo dominan y lo imponen
sus prescripciones. Las sociedades cerradas estructuran de manera rígida y
autoritaria; carecen de movilidad social, sea ascendente o descendente: el hijo del
zapatero no puede llegar a ser profesor universitario y el hijo del profesor universitario
por los prejuicios de clase de sus padres, no pude llegar a ser zapatero, las
sociedades cerradas se caracterizan por la conservación del privilegio y por desarrollar
todo un sistema de educación para perpetuar ese privilegio; en ellas hay una fuerte
dicotomía entre el trabajo intelectual que hace digno al primero y denigrante al
segundo las sociedades cerradas son incapaces de conocerse así mismas, viven sin
descubrir cuáles son sus necesidades y problemas y sin saber cómo pueden
satisfacerlos y solucionarlos. están, por ello, obligadas a importar constantemente
modelos de vida y desarrollo; se caracterizan, en fin, por el analfabetismo y el
desinterés por la educación básica de los adultos.
Hemos visto hasta aquí como un tipo de sociedad le corresponde una cultura
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determinada y a ésta una determinada forma de conciencia, fomentada por la
invasión cultural. Veamos cómo la educación es uno de los potentes realizadores de
esa invasión y cómo la violencia institucionalizada que ella implica tiende a perpetuar la
opresión de los dominados por parte de los dominadores.
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Bibliografía.
Amilburu, M. G., (2003). Claves de la Filosofía de la Educación. (ed.). Dykinson:
Madrid
Routledge, R. (1983). Educational Theory and its Foundation Disciplines.( pp. 30-
61). (ed.), London: Philosophy of Education.
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