Está en la página 1de 4

LA POESÍA DE 1939 A 1975.

CLAUDIO RODRÍGUEZ
1. INTRODUCCIÓN
Los efectos de la Guerra Civil sobre el panorama literario español fueron devastadores: Lorca fue
asesinado al comenzar la guerra; Miguel Hernández murió de tuberculosis en la cárcel al poco tiempo de
finalizar; muchos poetas tuvieron que exiliarse, entre ellos, A. Machado, Juan R. Jiménez, Rafael Alberti,
Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén o Emilio Prados (su poesía se caracteriza normalmente por tratar
el tema de España y el desarraigo); otros permanecieron en España manteniendo una actitud de protesta
silenciosa (el llamado "exilio interior"), como V. Aleixandre o Dámaso Alonso.

2. LOS AÑOS CUARENTA: "POESÍA ARRAIGADA" Y "POESÍA DESARRAIGADA". PERVIVENCIA


DE LAS VANGUARDIAS

2.1. "POESÍA ARRAIGADA". LA "GENERACIÓN DE 1936": DEL COMPROMISO A LA


INTRAHISTORIA
La "generación de 1936" está formada por poetas muy heterogéneos: Germán Bleiberg, Dionisio
Ridruejo, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, José Luis Cano, José García Nieto, etc. Casi
todos ellos coinciden en militar en la Falange.
Todos ellos son poetas que parecen coincidir en revalorizar las formas clásicas de la tradición poética
española, en especial el soneto, y en concebir una poesía muy formalista. El poeta mitificado por este grupo
generacional fue Garcilaso de la Vega, en tanto que veían en él al poeta-soldado al servicio de una España
imperial que escribía sobre temas amorosos con un lenguaje armónico y sencillo. Solían publicar sus poemas
en revistas como Garcilaso o Escorial.
En conjunto, la "generación del 36" se caracteriza por expresar poéticamente el optimismo y la
tranquilidad de los vencedores tras la guerra civil. Junto a poemas de tipo propagandístico, lo más
característico de sus libros son temas como la religión, la belleza neoplatónica de una mujer idealizada y la
naturaleza. Pero desde mitad de los años 40 el grupo comienza a disgregarse como tal. Algunos de estos
poetas evolucionan entonces hacia la "intrahistoria". Otros poetas, como Luis Rosales, Ridruejo o Vivanco,
centran su "arraigo" personal en Dios, la familia, la esposa, o la tierra natal, abandonando definitivamente
sus ideales políticos.

2.2. "POESÍA DESARRAIGADA"


Al mismo tiempo que la "Generación del 36" están en su plenitud creadora, Vicente Aleixandre y
Dámaso Alonso publican en 1944 sendos libros: Sombra del paraíso e Hijos de la ira. Ambos coinciden en
escribir un tipo de poesía muy diferente al de la "Generación del 36". Frente a éstos, que expresan en sus
poemas una visión del mundo siempre gozosa, serena y confiada, "arraigada" (ya sea en el régimen franquista,
Dios, la familia, el amor o la tierra), tanto Aleixandre como Dámaso Alonso expresan una cosmovisión
totalmente "desarraigada", desesperanzada, caótica, absurda.
Ese mismo año (1944), surge en León una nueva revista poética: “Espadaña”. Sus fundadores fueron
dos jóvenes poetas -Eugenio de Nora y Victoriano Crémer- que inmediatamente fueron calificados de
"tremendistas". Teniendo como precursores y maestros a Aleixandre y Dámaso Alonso, en esta revista van a
publicar sus poemas muchos poetas inéditos, todos en la línea de la poesía "desarraigada": Blas de Otero,
Gabriel Celaya, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, José Mª Valverde, José Hierro, Ramón de Garciasol, etc.
Técnicamente, frente al tradicionalismo de la "Generación del 36", estos nuevos poetas se caracterizarán por su
libertad formal (usan el verso libre mayoritariamente) y por reivindicar a Antonio Machado. Para todos ellos la
poesía es el testimonio que da alguien en nombre de un pueblo en silencio.
En realidad, tanto la "Generación del 36" (poesía "arraigada") como los poetas de la revista Espadaña
(poesía "desarraigada") tienen una nota en común: su tono existencialista. Unos y otros coinciden en expresar
en sus poemas una reflexión sobre el sentido de la existencia, del ser humano, en un contexto deprimente
como el de la España de la inmediata posguerra.

2.3. PERVIVENCIA DE LAS VANGUARDIAS


En la inmediata posguerra todavía se siguen cultivando las Vanguardias, aunque de forma muy
minoritaria y marginal. Sus principales representantes en los años 40 fueron: poetas aislados como José Luis
Hidalgo o Juan E. Cirlot; el grupo "Cántico" de Córdoba, al que pertenece Pablo García Baena; y el
"Postismo", al que pertenece, por ejemplo, Carlos Edmundo de Ory. Todos ellos manifestaron una actitud
provocativa y de ruptura con la cultura española monótona de la inmediata posguerra civil, así como una
evasión del presente. Se caracterizó por el uso creativo del lenguaje, por la extravagancia, por la provocación
artística y por el humor, en relación clarísima con el Surrealismo.
3. LA "POESÍA SOCIAL" DE LOS AÑOS 50
En los años 50 la poesía cambia de lo existencial hacia lo social. Se cultiva una poesía menos filosófica
y más concreta, menos preocupada por la angustia individual y más solidaria con los demás. Es la época en
que el "realismo" se erige en tendencia dominante en todos los géneros de la literatura española.
Algunos de los poetas que comienzan a escribir este tipo de poesía aparecen conjuntamente en 1952
en la antología de Francisco Ribes Antología consultada de la joven poesía española. Otero, Celaya, Nora,
Hierro y otros conciben la poesía como instrumento para cambiar el mundo. Bousoño, Gaos y Valverde
conciben la poesía como comunicación. Si los primeros tienen como referente la realidad exterior, histórica, los
segundos una realidad interior, íntima. Sus ideas literarias, pues, no son uniformes, compartidas por todos: así,
hablan de "social-realismo", "poesía cívica", "poesía militante", "poesía crítica", "poesía comprometida" o
"realismo crítico". El "tema de España" se convierte en una constante: Que trata de España (Otero), Cantos
íberos (Celaya), España, pasión de vida (Nora), Canto a España (Hierro), Dios sobre España (Bousoño), Tierras
de España (Garciasol); libros que conectan con España en el corazón del poeta chileno Pablo Neruda y España,
aparta de mí este cáliz de César Vallejo.
4. LA GENERACIÓN DE LOS AÑOS 60
Desde finales de los 50 se da a conocer un grupo nuevo de poetas. Muchos de ellos se vieron
impulsados desde el "Premio Adonais"; no se les reconoció como diferentes de la "poesía social" hasta
después de 1960, con la publicación de dos antologías: Poesía última, de Francisco Ribes (1960); y Antología de
la nueva poesía española, de José Batlló (1968). Solo entonces comenzó a hablarse de una nueva generación de
poetas con un lenguaje innovador, diferente del de los "poetas sociales". Algunos de sus integrantes son: Carlos
Barral, José Manuel Caballero Bonald, Joaquín Marco, José Agustín Goytisolo, Manuel Mantero, Francisco
Brines, Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o Gil de Biedma.
Sus características más notables son: es un grupo que carece de "líder"; la guerra es un recuerdo
confuso de la infancia o primera juventud; Niegan la concepción utilitarista de la poesía que se vino
practicando en los años anteriores y devuelven parte de su importancia a los elementos formales y al lenguaje
del poema; a diferencia de los poetas sociales, para ellos la poesía no es tanto comunicación como
descubrimiento y conocimiento de la realidad; Vuelven a la poesía los temas clásicos como el tiempo, la vida
o la existencia; aparición de la intertextual en la poesía (muchos de los poemas de esta época aluden a otros
textos y autores anteriores); otros poemas aluden a su propio proceso de creación, implicando al lector;
preocupación por la innovación y la originalidad; concepción básica del poema como un "texto abierto" a
diferentes y sucesivas interpretaciones.
5. POESÍA ESPAÑOLA DE LOS AÑOS 70: LOS "NOVÍSIMOS"
Aunque la denominación colectiva de "Novísimos" es la más conocida, dado que se conocieron en una
antología preparada por José Mª Castellet, titulada Nueve novísimos poetas (1971), también se les conoce
como "Poetas Venecianos", "del mayo del 68" o "de la marginación". Algunos de los integrantes de este grupo
son: Guillermo Carnero, Pere Gimferrer (Arde el mar), Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión,
José María Álvarez, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Ana María Moix y Leopoldo María Panero (Así se
fundó Carnaby Street). Se trata de la primera generación de poetas que no se relaciona para nada con la
Guerra Civil.
En estos poetas reaparece el "tema del YO" y se acentúa el tono individualista del lenguaje poético. El
poeta es consciente de su individualidad; la sociedad es vista por ellos como un engranaje anulador de la
individualidad: "YO frente al MUNDO". En los poemas expresan su rechazo ante la sociedad de la época, el
utilitarismo o la racionalidad como valor supremo. De este modo, están en consonancia, por ejemplo, con el
nacimiento del ecologismo, los hippies y el naturismo, las drogas o el auge de todo tipo de minorías como los
homosexuales, objetores de conciencia, feminismo, o los nacionalismos. La concepción que los Novísimos
tienen de la poesía se fundamenta en EL CULTURALISMO (Son frecuentes las referencias a la cultura de
masas); en EL ESTETICISMO Y EL DECADENTISMO, les interesa todo aquello que es artístico y adoptan
una actitud decadentista, una complacencia con lo que está condenado a desaparecer (como Venecia), con el
erotismo y la sensualidad; en la consideración de que el poema es la expresión de la experiencia que un
individuo tiene de la realidad; la poesía es vista por ellos como una mentira, de ahí la METAPOESÍA, puesto
que el poema habla de sí mismo. Otras características importantes son: uso del verso libre; reivindicación del
surrealismo; uso de la sugerencia; tema del "tempus fugit"; la recreación del pasado o la ambientación en
lugares exóticos; y el uso de la técnica del "collage" (fragmentarismo).
Fuera de ese grupo tan concreto, en los años 70, hay otros poetas que comparten esa estética como:
Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia), cuya poesía se caracteriza por un cierto neorromanticismo y por la
serenidad de su expresión, asume la tendencia esteticista, el ansia de belleza y el culturalismo; Luis Alberto
de Cuenca (Elsinore), cuya poesía va de la cultura popular a la clásica, llega incluso a lo erudito; Luís Antonio
de Villena (El viaje a Bizancio), su postura estética, cercana al movimiento dandi, se puede sintetizar en un
epicureísmo homoerótico que asume tradiciones culturalistas y decadentes; Jenaro Talens; Olvido García
Valdés o Jaime Siles.
6. CLAUDIO RODRÍGUEZ
El zamorano Claudio Rodríguez (1934-1999), pese a no ser un escritor de una
obra muy extensa, fue un poeta extraordinariamente precoz que, cuando aún no había
cumplido los veinte años, ganó con su primer libro, Don de la ebriedad, el Premio
Adonais (1953). Algunos años después, ganaría el Premio de la Crítica por Alianza y
Condena (1965). En 1983 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura por
Desde mis poemas, suma de su obra anterior. Desde 1987 fue miembro de la Real
Academia Española.
Fue elaborando a lo largo de su obra poética una minuciosa teoría de
conocimiento del mundo. Con variaciones de tono, lenguaje y técnica, cantó y
celebró la realidad envolvente de los objetos sencillos y el vivir mismo, hecho
concreto en la anécdota cotidiana.
Cuando se considera a Don de la ebriedad un libro inmaduro, como si fuera el
producto casi inconsciente de la inspiración, o «ebriedad», se produce una confusión
entre el supuesto origen de esta poesía y la inspiración poética como temática. Lo que
hace el joven Claudio Rodríguez es desarrollar toda una teoría de la inspiración poética,
investigando la siempre compleja relación entre el poeta y la realidad en un lenguaje
nada sencillo. Con frecuencia se plantea la cuestión de qué hacer en los momentos
después de que la visión poética ha abandonado al poeta. En Don de la ebriedad
(1953) se celebra la capacidad de nombrar (mediante el don de la poesía) una
naturaleza que se experimenta como unidad armónica, en un estado de
entusiasmo pleno (de ebriedad). En efecto, se trata de una poesía en la que lo
fundamental es el fervor lírico ante la vivencia inmediata y el contacto del poeta
con la tierra y el mundo campesino. Este estado de éxtasis vital, que lo aproxima a
la literatura mística, se expresa con gran musicalidad en endecasílabos
asonantados que alternan con versos blancos. Los dos poetas que aparecen
explícitamente citados en su poemario son san Juan de la Cruz y Rimbaud.
Claudio Rodríguez entiende la poesía como «una búsqueda, una
participación entre la realidad y la experiencia poética de ella a través del
lenguaje». El ritmo, entendido como «ritmo personal», es, para Claudio Rodríguez
«lo más importante», es «esencial», y sin «ritmo personal no hay poesía».
Conjuros (1958) representa la superación de la embriaguez primera, a la
que sucede la contemplación de la forma de la materia (una pared, una viga…), en
la que los objetos inmediatos adquieren una significación figurada, simbólica.
Gracias a la intercesión de Aleixandre y Dámaso Alonso, entre 1958 y 1960
obtuvo una plaza de lector de español en la Universidad de Nottingham (Reino
Unido). Inmediatamente después, y hasta 1964, desempeñó la misma tarea en la
Universidad de Cambridge (Reino Unido). Durante su residencia extranjera ahondó
en el conocimiento de la poesía inglesa y americana contemporánea, con especial
interés por la obra de William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, John Keats, T.
S. Eliot, Ted Hughes y Dylan Thomas. Fue fundamental, además, la profunda amistad
establecida con Francisco Brines, entonces lector en Oxford (Reino Unido). Instalado de
nuevo en Madrid, su tercera obra poética, Alianza y condena, escrita durante los
años ingleses, vio la luz en 1965. Ya parecía claro que su ritmo de escritura era
lento, meditativo y muy consciente de su propio grado de maduración y de su
sentido de exigencia poética.
Don de la ebriedad y Conjuros completaban el doble trayecto de la
aventura poética del deseo, plasmada en la salida-huida como búsqueda, y la vuelta-
regreso, minada de dificultades y adversidad, en lucha con una voluntad optimista de
conciliación que no cede, pero que debe admitir la diversidad irreductible de los seres
frente al ideal metafísico unitario y al bucolismo idílico en el que los contrarios se
armonizaban en la naturaleza. Pero el poeta descubre que las fuerzas que lo alían a la
vida van indefectiblemente unidas a fuerzas destructoras, descubrimiento que se
expresa en Alianza y condena (1965). En este poemario de madurez, la desilusión y
el desengaño producen un sentimiento de dolor algo resignado que mira con
melancolía una posibilidad de armonía y felicidad que pudo darse y que, incluso, por
breve tiempo, se dio. Y es que incluso el término «alianza» tiene en este poemario
una resonancia negativa y pesimista (es una «aceptación»), si bien acoge el
dinamismo positivo vital y poético del que nunca abdicó Claudio Rodríguez. Se trata,
más bien, de un pacto, entendido como necesario para hacer menos dura la vida.
No cabe duda de que ese pacto supone el reconocimiento del fracaso del ideal
solidario fraternal. Para el poeta «alianza es lo contrario del amor, en cuanto que la
relación humana surge de la necesidad de aliarse contra el miedo». Lejos ya los
anhelos de revelación de la unidad verdadera y sin la ayuda de la paradójica iluminación
nocturna, el poeta mira ahora con la luz del mediodía y se contenta, se satisface con la
comprobación de la multiplicidad y la acepta: su tarea ahora, cognoscitiva, será la de
aplicar la mirada a la realidad para encontrar su verdadera esencia.
En sus dos últimos libros, la poesía, siendo todavía una indagación
cognoscitiva, se transforma en ámbito de celebración vitalista de la realidad. En El
vuelo de la celebración (1976) persiste la dualidad de lo existente, pero ahora se
celebra tanto el conocimiento como el remordimiento, porque ambos son caminos
de mejora. Claudio Rodríguez alude en varias ocasiones a la vinculación entre
poesía y fiesta. Ahora ya no se trata de la relación entre el hombre y la maravilla de lo
que se le revela, sino de la convivencia, de la vinculación del hombre con los otros; se
trata «del hombre integrado, o entregado en sus tareas colectivas, comunales. El origen
de la poesía consiste en la fiesta, en el festejo, en el festejar. («Se celebra, se
festeja desde cualquier circunstancia humana, desde el dolor, la angustia, la
muerte, la alegría, los sueños...»). La «celebración», como antes la «claridad» o la
«alianza y la condena» son actitudes complejas, abiertas a la propia complejidad de
la realidad y de la vida y a su relación con la subjetividad del poeta, también modulada
en diferentes grados. La celebración se produce cuando el poeta logra los instantes
de unión y comunión con la unidad y la esencia de las cosas y consigue atraparlos
en una formulación poética adecuada.
La asunción jubilosa de la vida —con sus zonas de sombra— continúa en
Casi una leyenda (1991), aunque un barniz de melancólica resignación ante lo
incognoscible de la verdad cubre todo el libro.
Claudio Rodríguez dejó a su muerte un poemario inédito, cuyo título,
Aventura recuerda unas palabras suyas: “La poesía es aventura —cultura—.
Aventura o leyenda, como la vida misma”.

También podría gustarte