En su Discurso sobre el origen de la desigualdad, Jean Jacques Rousseau dice
algo muy interesante. Habla de cómo factores como la socialización y la introducción
de la propiedad privada crea desigualdad entre las personas. En alguna parte menciona “el deseo ardiente [de la gente] de aumentar su relativa fortuna, no tanto por verdadera necesidad cuanto por colocarse encima de los otros”. La frase interesante aquí es “relativa fortuna”. Leí hace tiempo un estudio que ilustra muy bien lo que Rousseau quiere decir. Unos sociólogos preguntaron a mucha gente lo siguiente. “¿Preferiría usted ganar $50,000 al mes en una sociedad donde la media gana $30,000 al mes, o $75,000 al mes donde la media gana $100,000? ¿Tú por cual optarías? En este estudio la mayoría de la gente optó por la primera opción, la de ganar $50,000 al mes, y no la segunda, donde habrían ganado más. ¿Por qué? Porque la fortuna absoluta no es lo importante sino la relativa, la fortuna relativa a otras personas. Mejor ganar más de la media que menos, aun cuando en este último caso estarías ganando más en términos absolutos. Como dice Rousseau, la gente busca “aumentar su relativa fortuna, no tanto por verdadera necesidad cuanto por colocarse encima de los otros”. Nosotros somos seres sociales. Nos medimos siempre en relación con los demás. En la sociedad del consumo, la forma más fácil y habitual de hacerlo es mediante la compra, poseer más y mejores cosas que el prójimo, así colocándose encima de él. Sería muy fácil criticar las hordas que van de shopping como ratones en un laberinto buscando su premio. Mucho más interesante sería dirigir la vista crítica a nosotros mismos, a los que desde la losofía harían esa crítica. Si estás viendo este vídeo, obviamente te interesa la losofía. No sé cómo llegaste a sentirte atraído por la losofía, pero un motivo, uno muy común a mi juicio, tiene que ver con ese escenario que acabo de describir. Uno ve la media de la humanidad como super cial y vano, fácilmente manipulado, pasivo en su consumo de entretenimiento, en pocas palabras, ve la humanidad como un rebaño despreciable, lejos de ejempli car la inteligencia y sabiduría que indica su clasi cación biológica: homo sapiens. En la losofía uno encuentra la forma de elevarse por encima de esos viles deseos y baja forma de vida, la manera de salirse pues de la caverna tan oscura que Platón describió hace tanto tiempo. ¿Será que de esta manera uno esté repitiendo la misma dinámica que losó camente repudia, colocándose por encima de los otros, sólo de forma más elegante? A lo mejor el problema no sea querer ser superior al otro sino la forma en que lo hace; hay una forma baja y vil, y otra más so sticada. Hace poco me di cuenta que yo estaba haciendo esto que describo. Llevo un par de años re exionando sobre mi trabajo intelectual fuera de la academia, un trabajo o actividad que estoy llamando artesanal a diferencia del trabajo que llamo industrial característico de la academia. La palabra artesanal tiene ciertas connotaciones que no me gustan, pero una cosa que sí me gusta es que contiene la palabra ‘arte’. En el juicio estético, la belleza de un objeto no es algo que otra fi fi fi fl fi fi fi fi fi fi fi persona puede demostrarle a uno. Uno mismo tiene que hacerlo, tiene que experimentarlo. Entonces, estaba armando una concepción del pensamiento que acentuaba la experiencia del individuo en contradistinción o abstracción de todo lo que puede tratarse en una comunidad, lo que puede comunicarse o procesarse de forma universal y objetiva. Este último, como los productos de un proceso industrial, tiende a reducirse a un denominador bajo y común, hasta vulgar, lo cual no hace más que repetir con cierta variación lugares comunes, aquello que es cómodamente familiar. Entre otras cosas, un pensamiento artesanal, en la medida en que hace énfasis en la experiencia estética, tendría que disminuir lo objetivo y comunicable en el proceso re exivo. Bueno, al menos he estado dando vueltas sobre esa idea. Hace un par de semanas leí el artículo de un amigo en el que habló de diferentes males sociales y intelectuales. Como remedio propuso, entre otras cosas, el concepto de la autenticidad del Dasein que Heidegger plantea en El ser y el tiempo. Es muy famoso y llamativo lo que plantea y ha in uido mucho en autores posteriores, especialmente los de corte existencialista. Sin embargo, algo olía mal en el argumento de mi amigo; sentía un profundo rechazo a lo que decía sobre la autenticidad de Heidegger, al menos como respuesta a ciertos males sociales, y para ayudarme a esclarecer mis ideas acudí a un libro que critica este concepto, a saber, La jerga de la autenticidad de Teodoro Adorno. Leerlo fue fascinante pero al mismo tiempo un poco triste porque, si estaba de acuerdo con Adorno, era obvio que iba a tener que dejar de lado ciertas cosas que estaba planteando sobre la losofía artesanal. Pero bueno, así es la vida intelectual; uno tiene que estar dispuesto a abandonar ciertas ideas y cambiar de opinión. Bueno, en lo sucesivo quiero exponer el argumento de Adorno, pero primero tenemos que ver en qué consiste el concepto de autenticidad en Heidegger. El tema de El ser y el tiempo es la pregunta ontológica por el ser, especí camente por el sentido del ser. Heidegger propone responder la pregunta mediante una interrogación, un análisis, del tipo de ser que caracteriza al ser humano, fenómeno que llama Dasein o estar-ahí. El ser del Dasein se caracteriza, entre otras cosas, por la temporalidad, es decir, su presente se entiende en términos de un pasado que ha vivido y un futuro al que se proyecta; también por la facticidad, o sea, Dasein existe no de forma general sino de forma concreta y históricamente situada. Si la vida fuera un juego de cartas, las que la vida le reparte a Dasein constituyen su facticidad (el hecho de que nació con cierto sexo, en cierto lugar, en cierta familia, con cierto lenguaje y cultura, etc). Sin embargo, eso no lo determina – la pregunta es cómo juega sus cartas, cómo, a partir de ellas, proyecta diferentes posibilidades hacia el futuro. Aunque su vida hacia el futuro no está determinada, el futuro está cerrado con una certeza – la inevitable muerte de Dasein. En todo momento, la existencia de Dasein es acechado por la conciencia de la muerte, por la nada que estriba en la base de su ser. Esta consciencia es angustiante, y básicamente fi fl fl fi hay dos formas de tratarlo: Uno puede evadirlo al sumergirse en el anonimato de las costumbres sociales. Ahí uno no tiene que decir “yo” sino el pronombre impersonal “se” – no “Yo voy a morir” sino “Uno se muere”. Por el otro lado, uno puede afrontar su muerte, dejando de ser simplemente un ser que morirá a ser un ser-para-la- muerte, es decir, vivir de forma auténtica. Lo que se traduce como autenticidad es “Eigentlichkeit”, una sustantivización del pronombre “eigen” que signi ca “propio” o “de uno mismo”. Uno es auténtico cuando reconoce y se responsabiliza por la existencia como suya propia. Elegir vivir de forma resuelta y libre hacia la muerte es vivir sin pretexto y excusa, y por tanto de forma auténtica. Uno vive de forma no auténtica cuando huye de esta conciencia de la muerte, buscando refugio en lo que llama en alemán das Man, o el Uno, es decir, las normas y expectativas de la vida pública y común, dejando que dicten lo que uno hace y piensa. Todo hoy en día está calculado para ocultar nuestra existencia, para distraernos de la libertad y la responsabilidad que atañe a cada quien. Bueno, todo eso suena muy bien. Como había comentado al principio, la consciencia de muchos de los que adoptan una actitud losó ca en la vida tiene que ver con ese distinguirse de la muchedumbre, alejarse de los banales y super ciales criterios del rebaño. Por ello, el discurso de Heidegger en su famoso libro viene como el anillo al dedo; explica y justi ca una profunda postura muchos tienen ante el mundo, una postura que yo compartía pero que ahora veo muy problemático. Lo que me hizo cambiar de opinión fue ese libro de Adorno que les comenté. Vamos a revisar su argumento. En el alemán original el título es La jerga de la autenticidad: sobre la ideología alemana. Por alguna razón, este subtítulo no se ha incluido en la traducción del texto al español ni tampoco al inglés, lo cual me extraña porque comunica dos cosas importantes. Primero, el texto es conocido como una crítica a Heidegger, y es cierto, Heidegger es el blanco principal, pero más ampliamente le interesa a Adorno tratar el pensamiento de moda en Alemania en su tiempo, lo que él llama la ideología alemana, a saber, el existencialismo. Las ideas de Heidegger posibilitaron el pensamiento de gente como Martin Buber y Karl Jaspers, lósofos que Adorno también trata en su texto. Segundo, Adorno pudo haber puesto como subtítulo “sobre el existencialismo” pero eligió “sobre la ideología alemana”. Esa frase hace referencia obviamente al famoso texto de Marx y Engels y lo elige porque hace algo similar a sus compatriotas. En el texto de Marx y Engels, la ideología alemana no es, desde luego, el existencialismo, sino la losofía hegeliana tal y como está representada en el pensamiento de los jóvenes hegelianos como Feuerbach. Feuerbach era el héroe del joven Marx; se había formado y guiado en el intento de Feuerbach de dar un giro progresivo y liberatorio al idealismo conservador del viejo Hegel. Sin embargo, a las alturas de escribir La ideología alemana, había llegado a ver los problemas y fi fi fi fi fi fi fi limitaciones del idealismo. En este texto, empieza a plantear su visión madura del materialismo. En su famosa undécima tesis sobre Feuerbach, dice que los lósofos hasta ahora, incluyendo los de la tradición idealista, sólo han hecho interpretaciones del mundo. El punto es cambiarlo. ¿Por qué cambiarlo? Porque está mal; porque la gente, al menos la gran mayoría, vive sometida a un sistema socioeconómico de dominación que les priva de su libertad y autonomía. En El ser y el tiempo, Heidegger también identi ca un grave problema que hace que el ser humano viva mal, de forma enajenada y desarraigada. No es precisamente el capitalismo sino algo mucho más general, a saber, el olvido del ser. La metafísica occidental ha dejado por atrás la pregunta ontológica por el ser a seguir más bien un camino epistemológico centrado en el sujeto cartesiano. Como resultado, una racionalidad cientí ca instrumental ha llegado a imperar en la que la existencia concreta del ser humano no gura y no in uye. Para Heidegger, no se trata de cambiar el mundo, como en Marx, sino de recordar la pregunta por el ser, de recuperarla, lo cual se hace al volverse auténtico. Ahora, menciono todo esto en el contexto de nuestra discusión del subtítulo del libro: la ideología alemana. Para Marx, la ideología es la de los jóvenes hegelianos como Feuerbach. Su pensamiento es ideológico porque a n de cuentas no cambia nada por lo que tiene el efecto de favorecer los intereses de las estructuras reinantes de poder. A mediados del siglo XX, la ideología alemana es para Adorno el existencialismo tal y como se deriva de las ideas de Heidegger. Es ideológico porque en vez de desmiti car las condiciones de la dominación y el malestar del ser humano, las encubre, invisibilizándolas tras un esquema ontológico que pretende ser la salvación del hombre. La palabra ‘salvación’ no es gratuita. Como la religión, la ontología fundamental de Heidegger es como un opio que oculta a la conciencia de uno las fuentes reales de su miseria. En vez de buscar las fuentes de la enajenación, la angustia, y la servidumbre en causas sociales estructurales, institucionales y sistémicas, es decir, en vez de buscarlas en el mundo exterior sociohistórico, nos dice que las busquemos en el interior. En vez de actuar de forma colectiva para cambiar el mundo, nos dice que cada quien es responsable de su propio bien. Claro está, Heidegger, a diferencia de los curas, no busca trascender los problemas de este mundo al postular un mundo posterior y trascendente. Su salvación es de este mundo. En vez de la fe en un mundo después de la muerte, una existencia auténtica aquí y ahora frente a la muerte. Aun cuando sea una losofía arraigada en esta vida, en este mundo, la trascendencia que pretende efectuar es ilusoria, y no sólo eso sino un tanto perversa. Dice Adorno en el texto: “No es la objeción contra el lenguaje de Heidegger que, como todo lenguaje losó co, esté plagado de guras de una empiria por encima de la cual le gustaría elevarse, sino que de la mala empiria haga trascendencia.” Lo que está diciendo es que el conjunto de existenciarios que articulan la estructura fi fi fi fi fi fi fi fl fi fi fi ontológica de Dasein, conceptos como angustia, el Uno (o das Man), el cuidado, ser- para-la-muerte, y la autenticidad, entre otros, que esto conceptos son calcos de la mala realidad empírica. En otras palabras, Heidegger ha ontologizado la realidad sociohistórica existente. Es como si hubiera leído Los manuscritos económicos y losó cos en los que Marx detalla la situación del hombre, su enajenación, la falta de libertad, etc. Lo que Marx identi ca como un antagonismo social que tiene que resolverse, Heidegger convierte en una virtud, en un camino hacia la plenitud existencial de Dasein. Esa plenitud, la existencia auténtica, consiste en retirarse de la sociedad, de la habladuría y heteronomía del público anónimo, a reposarse en sí mismo, enfrentando de forma resuelta y heroica la inminencia de la muerte de uno. Esto sin embargo, no es otro que un re ejo de las condiciones sociales que se dieron con el desarrollo de una economía de mercado, a saber, la privatización de la vida familiar, la despolitiziación de la clase media, y la conversión del ciudadano miembro de una colectividad en un individuo que consume. En pocas palabras, el error de Heidegger es que capta el mundo social de forma ontológica y no histórica, lo cual le permite ver la subjetividad, lo que llama Dasein, como algo puro, un en-sí con su propia naturaleza cuando, según Adorno, Marx y muchos más, son las relaciones sociales lo que producen y determinan la subjetividad. Hoy en día, el existencialismo, sea el de Heidegger o de otros, ya no es una fuerza ni en la academia ni en la imaginación popular (al menos no como lo era en la época de Sartre). No obstante, en la actualidad sus vestigios, su énfasis en la interioridad del individuo, son bastante patentes. Vivimos en una cultura que rinde culto al yo. In nidad de libros hablan de cómo cultivarlo, cómo crearlo como obra de arte, a través de la espiritualidad, la sabiduría de las religiones orientales, prácticas como la meditación, el yoga, y sin duda la compra de cosas: ropa, dispositivos electrónicos, joyas, hasta tatuajes, etc. Mucha gente hoy en día dice que no son religiosos pero sí espirituales. Esta distinción es muy reveladora. Mira lo que dice Adorno: “La irracionalidad de la sociedad racional estimula a elegir la religión como n en sí mismo sin tener en cuenta su contenido, como mera mentalidad, en último término como disposición de los sujetos, a costa de la religión misma. Uno no debe ser más que un hombre creyente, tanto da en qué crea”. Las religiones monoteístas tradicionales se formaron en momentos históricos cuando la gente enfrentaba un mundo muy duro donde la escasez requería de mucho trabajo con pocos frutos. Así que desarrollaron sistemas morales que requerían la cooperación social y hospitalidad hacia el otro para la supervivencia. Hoy en día con Amazon Prime y una cornucopia de productos que se entregan al día siguiente para nuestra grati cación instantánea, no extraña que la religión va quedándose atrás. La espiritualidad New Age no exige obediencia ni tampoco fe, ni mucho menos la sensación de culpa. Como dice Adorno, no importa lo que crees, el chiste es ser tú mismo, realizarte, ser auténticamente tú. Como dice Simon Critchley: “En un mundo sin sentido e fi fi fi fi fi fl fi inauténtico, lleno de reportajes mediáticos sobre guerra, violencia, y desigualdad, cerramos los ojos y nos convertimos en islas. Puede que hagamos una pequeña oración a una oscura pero benigna diosa oriental y así sentir una tenue energía espiritual conectando todo mientras escuchamos una bonita música ambiental en Spotify. La autenticidad, que no requiere de referencia alguna a nada fuera de sí mismo, es una evacuación de la historia”. Si el individuo de los 60 y los 70 era el hippie, hoy es el hipster. El hipster que va a su clase de yoga con su Apple Watch puesto para medir su ritmo cardiaco – ése es el modelo de la individuación de hoy en día. Semejante modelo es factible y de hecho razonable porque problemas que son el resultado de antagonismos sociales se han convertido en problemas que parecen tener una base en el individuo. O sea, si no encuentras sentido en la vida, si todo lo sólido, como dice Marx, ha desvanecido en el aire, si te sientes desarraigado y enajenado, el problema eres tú, y no la sociedad que te rodea. Pero no te preocupes. La sociedad que es en mayor parte la fuente de tus problemas te ofrece una manera de superarlos. Primero, seguir X y Y celebridad en Instagram, jarte en los productos que les rodean (para lo cual las compañías pagan una buena cantidad de dinero), luego comprar esos productos, incorporándolos en tu vida, en tu yo, de una manera única y auténtica de la que luego tú puedes presumir en tus redes. De esta manera, la jerga de la autenticidad va de la mano con la mercadotecnia contemporánea y perpetúa el sistema que a n de cuentas es, como hemos comentado varias veces, la fuente de tus problemas. Pero, ¡momento! Eso no suena nada a Heidegger. Ese hipster en Instagram es precisamente el objeto de la vituperación de Heidegger, es el Uno del público anónimo del que Dasein debe alejarse si quisiera existir de forma auténtica. Desde luego, eso del hipster y de Instagram no está en los textos de Heidegger ni de Adorno. De hecho, la vida auténtica Heidegger la describe en términos bastante bucólicos, una vida simple, auto-su ciente y artesanal. Sin embargo, el culto del yo, su cultivación consumista, es el punto hoy en día al que la jerga de la autenticidad ha llegado, lo cual podemos discernir muy fácilmente a partir de la dinámica que el mismo Heidegger ha planteado. Dice que, inicialmente y en mayor parte, Dasein no es sí mismo, sino que está perdido en el uno mismo, en esa dimensión anónima que caracteriza la vida social. Al sentir la angustia que provoca su mortalidad, si responde al apropiarse de sí mismo, de la propia posibilidad que su muerte de ne, se vuelve auténtico y así se distingue del Uno, del das Man – no, es más, se salva de ello. O se salva o se pierde; la salvación o la perdición. La dinámica que este binomio pone en marcha re eja o repite la misma dinámica que Adorno y Horkheimer identi caron en su obra La dialéctica de la Ilustración. Ahí, vemos que la idea de la Ilustración es emancipar al ser humano de su sujeción a la naturaleza, la cual causa terror e incertidumbre. Lo hace al dominar a la naturaleza, pero dado que el ser humano también es parte de la naturaleza, termina fi fi fi ‐ fl fi fi dominando a sí mismo también. La auto-determinación es al mismo tiempo la auto- dominación; la salvación es la perdición. De esta manera la ilustración se convierte dialécticamente en lo mítico, en aquello del cual quería escapar. En el caso de Dasein, para emanciparse del anónimo das Man Dasein tiene que dominarlo, o sea, tiene que excluirlo, rechazarlo. Sin embargo, y aquí es donde se da el giro dialéctico, dado que el ser humano es social y que al menos inicialmente se encuentra inmerso en un entorno social, al rechazar das Man, rechaza o excluye a sí mismo de la misma manera que el hombre ilustrado terminaba dominando a sí mismo. Lo que queda de Dasein, lo que le es propio, es una mera efímera formalidad, ser dueño de sí mismo, simplemente ser sí mismo. Así es auténtico, pero poco más. El punto de todo esto es que, conceptualmente, no hay nada que restrinja a Dasein a ser una persona simple con virtudes bucólicas, como quisiera Heidegger. Como dice Adorno: “En nombre de la autenticidad contemporánea, sin embargo, incluso un torturador podría presentar toda clase de reclamaciones ontológicas de indemnización en la medida en que él no ha sido sino un buen torturador”. Obviamente, Adorno tenía en mente aquí los Nazis. Si un Nazi, un esclavista, o incluso un hipster hace lo que hace de forma propia, ¿qué impide que sea auténtico, qué impide que tenga la existencia que tanto ensalza Heidegger? Buena pregunta. A lo mejor digas que todo lo visto hasta ahora es una exageración, que aun cuando tuviéramos una sociedad más justa y armoniosa, los problemas del ser humano, de Dasein, no por ello desaparecerían, que su existencia seguiría siendo una cuestión abierta sobre la que tendría que tomar decisiones. Y que por tanto mucho de lo que Heidegger dice en su texto – sobre la temporalidad, la facticidad, el estar en el mundo, etc. – seguiría vigente y valioso. Yo no digo que no. Y no es que Adorno descali que sin más todo lo que dice Heidegger; de hecho lo de ende antes las burdas críticas de los positivistas como Carnap. En este texto en especí co, Adorno se limita al concepto de autenticidad. En la medida en que este último sea la piedra angular de la ontología de Heidegger, conduce a una misti cación ideológica, ocultando y fortaleciendo, como hace la religión, las estructuras de dominación existentes. Pero eso es sólo la mitad del análisis de Adorno. Su texto se llama La jerga de la autenticidad. Hemos hablado de este último en el contexto de la ontología, pero aún no del lenguaje que Heidegger utiliza para expresarlo. Ese lenguaje para Adorno es una jerga y se podría decir que es el tema fundamental de su análisis. Dice: “Sin excepción, la lógica de la jerga introduce de contrabando como positividad lo limitado, en último término las situaciones de carencia material, y promueve su eternización en el instante en que, según el estado de las fuerzas humanas, tal limitación ya no debería realmente existir. Un espíritu que hace causa de ellas encuentra acomodo como lacayo del mal”. Los conceptos de Heidegger, como los de cualquier lósofo, pueden discutirse losó camente. Sin embargo, fi fi fi fi fi fi fi cuando el lenguaje se abusa, cuando el discurso de uno se convierte en una jerga, eso sí es peligroso porque puede servir fácilmente como lacayo del mal. Dice Adorno: “El fascismo no fue meramente la conjuración que también fue, sino que surgió dentro de una poderosa tendencia de evolución social. El lenguaje le da asilo; en él la creciente catástrofe se expresa como si fuera la salvación”. Hoy vimos la autenticidad. En el próximo vídeo veremos la jerga que lo expresa.
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