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Sorpresas y milagros

Barbara McMahon

Sorpresas y milagros (2008)


Título Original: The boss's little miracle (2007)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 2223
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Tanner Forsythe y Anna Larkin

Argumento:
¡Aquel milagro lo cambiaría todo!
En la vida siempre había que tomar decisiones, aunque a veces era la vida la
que decidía por una. Sabiendo que no podía tener hijos, Anna Larkin se
había dedicado por entero a su carrera. Estaba lista para el ascenso cuando
apareció el nuevo director general de la empresa… el hombre que le había
roto el corazón unas semanas antes.
En cuanto se enteró de que iba a ser su nuevo jefe, Tanner decidió acabar su
relación con Anna, por el bien de ambos. Tanner sabía que no se debían
mezclar los negocios con el amor y Anna estaba de acuerdo… hasta que
descubrió que había ocurrido un pequeño milagro.
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Capítulo 1
Anna Larkin salió de la estación de metro y se enfrentó a la lluvia. El viento
eliminaba toda posibilidad de utilizar un paraguas. Sus zapatillas deportivas se
estaban calando, pero mejor eso que mojar los zapatos de tacón que llevaba en el
bolso de lona. Su cabello se rizaría y alborotaría con la humedad, pero no podía hacer
nada al respecto.
Finales de octubre era una época lluviosa en San Francisco, y ese día era un
claro ejemplo. Notaba un principio de gripe y andar bajo la lluvia empeoraría su
estado.
Se dijo que las cosas malas sucedían de tres en tres. Primero, su hermana había
llamado ese fin de semana, jubilosa porque esperaba otro bebé. Anna había intentado
alegrarse, pero al no tener la posibilidad de ser madre ella misma, le resultaba difícil.
Luego, la gripe. Su salud era muy buena y no solía tener ni un catarro en
invierno. Era un fastidio.
El ir empapada a la oficina para conocer al hombre que iba a hacerse cargo de la
empresa era la última gota. Le apetecía acurrucarse en la cama y dormir.
Poco después entró en el vestíbulo del rascacielos. Sacudió tanta agua como
pudo de su impermeable y de su cabello antes de entrar al ascensor. Esperaba tener
tiempo de secarse el pelo antes de la reunión. Los rizos naturales se volvían locos con
la humedad.
Según salía del ascensor, Teresa, su amiga y colega, la acosó.
—Tienes un aspecto horrible —agarró a Anna del brazo y la llevó al aseo.
Una vez dentro, Anna se miró al espejo. Se veía peor de lo que se sentía, si eso
era posible. Pálida y con mechones de pelo mojado, parecía enferma.
—Hoy nos presentan al nuevo jefe, y sin duda lo vas a impresionar —bromeó
Teresa—. Date prisa. La reunión es a las nueve.
—Me encuentro fatal —dijo Anna, quitándose las zapatillas deportivas—. Creo
que es gripe. He estado enferma todo el fin de semana; no habría venido si no fuera
por la reunión con el nuevo director ejecutivo. Justo hoy que necesito dar buena
impresión para conseguir el ascenso.
—Creía que el señor Taylor había dicho que estaba hecho —dijo Teresa,
sacando los zapatos de Anna de la bolsa.
Ella aceptó los zapatos y colgó el impermeable de un gancho. Tenía las medias
mojadas, pero se secarían pronto. Después sacó el peine y empezó a organizar sus
rizos de la mejor manera que pudo, recogiéndolos en la nuca. No era su peinado
habitual, pero una cascada de rizos mojados no le haría ganar puntos con el nuevo
director.
—Tenemos cinco minutos para llegar a la sala de reuniones —dijo Teresa tras
mirar su reloj—. No pienso llegar tarde a la primera reunión que convoca.

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Anna se miró en el espejo. Parecía tan profesional como era posible dadas las
circunstancias. Se pellizcó las mejillas para darles un poco de color.
—Estoy tan preparada como puedo estar —dijo.
Toda la planta sabía que el señor Taylor iba a retirarse. La junta directiva había
elegido a un nuevo director ejecutivo, pero había mantenido la noticia en secreto
para que la competencia no se enterase antes de tiempo. Ni siquiera el segundo
escalafón directivo de Drysdale Electronics sabía quién sería su jefe.
En las últimas semanas se había rumoreado que echaría a los directores en
funciones y llevaría a su propio equipo. Esos rumores eran habituales cuando había
un cambio; y a veces eran reales.
Cuando pasaron ante la sala para empleados, Anna entró a servirse un café. No
había desayunado y necesitaba una inyección de cafeína. Si podía, en cuanto acabara
la reunión se iría a casa a meterse en la cama. Hacía mucho tiempo que no se sentía
tan mal.

Entraron en la sala de reuniones y Anna vio que Alien Taylor hablaba con un
hombre que estaba de espaldas. Sin duda, el nuevo director ejecutivo. Era alto, de
pelo oscuro y espalda ancha. Le resultó familiar, pero no tenía por qué. Nadie sabía
su nombre. El secretismo había sido total. El pelo negro sugería que era mucho más
joven que el señor Taylor.
Anna se sentó junto a Teresa, sorbiendo su café y deseando estar en la cama.
Miró a su alrededor y captó la tensión que reinaba en la sala. Todos tenían preguntas
y estaban preocupados.
Ella, sin embargo, tras hablar con el señor Taylor el viernes anterior, no estaba
tan nerviosa como era de esperar. Le había dicho que su ascenso era cosa hecha. En
enero asumiría el cargo de directora de mercado europeo, con sede en Bruselas. Lo
estaba deseando.
El señor Taylor se acercó a la cabecera de la mesa y el hombre que había a su
lado se dio la vuelta. Anna lo miró con asombro y sintió una oleada de calor.
Claro que tenía la espalda ancha; recordaba pasar la mano por ella, sentir la piel
caliente y los músculos tensos. Sus labios parecían tallados en piedra, pero ella
recordaba cómo se habían amoldado a los suyos, convirtiendo un sencillo beso en
una llamarada de pasión. Tanner Forsythe y ella habían pasado juntos tres semanas
gloriosas. Dos días después de hacer el amor por primera vez, él había dejado de
contestar a sus llamadas y había desaparecido de su vida.
Tragó saliva. Dios. ¡Se había acostado con el nuevo director de Drysdale
Electronics!
Sintió ganas de vomitar. Miró a Teresa de reojo; estaba concentrada, mirando al
frente. Nadie sabía nada. Ella no había comentado su romance de verano, para que
no le tomaran el pelo. Dio gracias a Dios por su discreción. Se aseguraría de que
nadie se enterara. Tenía que hablar con él para que no se fuera de la lengua, creyendo
que alguien estaba al tanto.

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Rezó por que él no dijera nada, al tiempo deseando escurrirse silla abajo y
desaparecer. Tenía que hablar con él a solas, cuanto antes. Nadie debía saber nunca
que habían tenido un romance.
Se habían conocido cuando él empezó a ir al gimnasio al que ella iba varias
veces a la semana. Con pantalones cortos y camiseta tenía un aspecto fabuloso. Había
sentido una inmediata atracción hacia él. Antes de que acabara la sesión, él la había
invitado a tomar un café. Desde entonces, encontraron tiempo para verse en días
laborables y también los fines de semana.
Intentó recordar los detalles de sus citas, pero le dolía la cabeza y se sentía
enferma y humillada. La situación no podía ser peor. Se preguntó cómo afectaría lo
ocurrido a su relación profesional. Esperaba que no la despidiera sin más. Ojalá lo
hubiera sabido antes de que Tanner Forsythe se convirtiera en su jefe.
—Como todos sabéis —empezó el señor Taylor—, llevo mucho tiempo
hablando de retirarme. La señora Taylor por fin me ha convencido para dar este
paso. La junta directiva se reunió hace dos semanas para ultimar las negociaciones
con mi sucesor. Hablé con algunos de vosotros el viernes para facilitar la transición
de cambio de poder. Tengo el placer de presentaros a Tanner Forsythe, que cuenta
con el pleno apoyo de la Junta Directiva. Llega con un impresionante currículum de
experiencia en transformar empresas electrónicas con problemas en negocios de éxito
con grandes beneficios. Podéis leerlo en la documentación que os entregará Ellie
después. La junta directiva y yo esperamos que podáis conseguir que Drysdale
Electronics alcance nuevas cotas de éxito bajo la dirección de Tanner. Espero que le
ofrezcáis toda vuestra cooperación y apoyo.
El señor Taylor esperó a que los aplausos de cortesía cesaran.
—¿Qué tal si os presentáis, decís el departamento o división que encabezáis y
cualquier otra cosa que Tanner deba saber? A lo largo de la semana se reunirá
individualmente con cada uno de vosotros —miró su reloj—. Pero sed breves, tengo
bastante que hablar con él antes de poner rumbo a las Bahamas.
Tras unas risas y bromas, Hank Browson inició las presentaciones diciendo que
encabezaba el departamento de contabilidad. Por turno, fueron dando su nombre y
describiendo brevemente sus responsabilidades. Pronto le tocó a Teresa y Anna se
puso nerviosa, era la siguiente. Oyó a Teresa decir que estaba al frente de Recursos
Humanos y luego silencio.
Anna miró al señor Taylor en vez de a los conocidos ojos oscuros de Tanner
Forsythe.
—Soy Anna Larkin. Soy subdirectora de operaciones europeas —no pudo decir
nada más.
Durante un momento se preguntó si Tanner rescindiría el ascenso que le habían
prometido e impediría que se trasladara a la oficina de Bruselas.
Llevaba más de diez años trabajando para conseguir ese puesto. Durante los
últimos cinco había estudiado francés y pasado las vacaciones en Europa para
familiarizarse con los distintos países y practicar el idioma. Había dedicado quince

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años de su vida a convertirse en la mejor empleada de marketing internacional de


Drysdale Electronics.
Se preguntó si tanto esfuerzo habría sido en vano.
Si las cosas malas llegaban de tres en tres, quizá ya se hubieran acabado. Tal vez
se recuperara milagrosamente en los siguientes diez minutos. La noticia de su
hermana no le dolería tanto y Tanner la enviaría a Europa con una prima en el
bolsillo.
Y los cerdos volarían.
Mientras Neil Patterson se presentaba, Anna se recostó en la silla. No se hacía
ilusiones de que la vida fuera a cambiar en un instante. Su única esperanza era llegar
a casa antes de derrumbarse. Además, si estaba en casa, él no podría despedirla.
Después de las presentaciones, Tanner dio un discurso breve. Animoso y
directo, retó a todos a asumir el nuevo nivel de expectativas. Fue motivador sin hacer
de menos al señor Taylor en su trayectoria. Anna quedó impresionada.
Ya la había impresionado antes, en verano. Habían pasado largas tardes
paseando por San Francisco tras salir del gimnasio, disfrutando de la ciudad, sin
multitudes y con un tiempo excelente. Aunque habían hablado de todo, él nunca
había mencionado su trabajo. Ella había comentado que se dedicaba al marketing
pero, de hecho, sólo lo había hecho en detalle el día antes de que él dejase de
llamarla.
De repente, lo entendió. Él sabía que iban a ofrecerle ese puesto directivo y
había dejado de salir con la que sería su futura empleada.
Deseó que hubiera concluido la relación antes de hacer el amor con ella. No sólo
por lo incómodo que iba a ser trabajar juntos, sino por lo glorioso que había sido ese
acto que no se repetiría. Había empezado a encariñarse con Tanner, incluso sabiendo
que la relación no tenía futuro. El sexo nunca había sido tan excitante y maravilloso
como con él.
Mantuvo la vista clavada en su libreta, rememorando aquella noche. Se había
preguntado si ella le había fallado en algo. Por fin tenía una razón más lógica para
que hubiera dejado de llamarla.

Tanner Forsythe recorrió la sala con la vista, estudiando los rasgos de los
hombres y mujeres que estarían a su cargo. Había sabido que Anna estaría en ese
grupo, pero lo sorprendió que lo impactara tanto verla y oír su voz. Habían salido
juntos varias semanas. Cuando supo que trabajaba para Drysdale Electronics dejó de
verla. Se habían iniciado las negociaciones para su nuevo puesto allí y él no salía con
gente del trabajo. Y menos si iban a ser subordinados suyos.
Tal vez debiera haber sospechado que trabajaba para Drysdale al conocerla en el
gimnasio. La tarjeta de socio estaba incluida en el paquete de beneficios de la
empresa. Él había ido a ver si le gustaban las instalaciones. Estaba a dos manzanas de

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la oficina, y se llenaba a diario, después de las horas de trabajo. Debería haberle


preguntado antes dónde trabajaba, pero le había interesado más Anna que su
empresa.
Como norma, él no tenía relaciones largas. Había aprendido la lección con
Cindy. No volvería a caer en la trampa del matrimonio. Pero Anna y él habían
encajado. Ella no le había exigido nada, ni él tampoco. Eran dos personas con mucho
en común que habían disfrutado de una fantástica noche en la cama.
No había salido con nadie desde que dejó de llamarla. Las exigencias de
concluir con su trabajo anterior y prepararse para el nuevo lo habían tenido muy
ocupado. Recibiría una prima considerable si incrementaba los beneficios en un año.
A Tanner le gustaba el éxito.
Volvió a concentrarse en la reunión y se preguntó si Anna le causaría
problemas. Sospechaba que era demasiado profesional para montar una escena en
público, pero con las mujeres nunca se sabía. Tendría que asegurarse de que su
antigua relación no complicara su nuevo reto. No sería fácil darle la vuelta a la
empresa, no necesitaba además problemas internos. Tras la última presentación,
tomó la palabra de nuevo.
—Me he quedado con Ellie Snodgrass como asistente personal. Tiene una lista
de las personas con las que quiero hablar hoy. Las reuniones serán breves. Llevo
varias semanas esbozando ideas y cambios de estrategia, así que espero que vengáis
con entusiasmo y con la determinación de conseguir que Drysdale Electronics recupere
un puesto prominente en nuestro campo.
Se volvió hacia el señor Taylor y le dio la mano.
—Haré cuanto pueda por su empresa, señor. Todos aplaudieron
espontáneamente al oírlo.

El ruido hizo que Anna se sintiera aún peor. Estaba mareada, dolorida y tan
cansada que apenas podía levantar la cabeza. Le dolía el estómago. Deseó que no
fuera algo contagioso. Sus compañeros no le agradecerían que provocara una
epidemia de gripe.
Tanner salió de la sala de reuniones y todos se pusieron en pie para salir,
excepto Anna. Tenía ganas de echarse a llorar por el inesperado curso de los
acontecimientos. O de dormir una docena de años, hasta que tuviera fuerzas para
enfrentarse a las cosas.
—¿Vienes? —le preguntó Teresa desde la puerta.
—Dentro de un minuto —contestó Anna.
Agradeciendo el silencio, puso los brazos en la mesa y apoyó la cabeza. Tenía
que ver si su nombre estaba en la lista de reuniones del día. Si era así, deseaba que
fuera pronto. Luego le esperaba un paseo bajo la lluvia, un breve trayecto en tren y
varias manzanas cuesta arriba hasta llegar a su piso. Una vez allí podría acurrucarse

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con su gata y dormir hasta que se encontrase mejor. O morirse. Ya era malo tener
gripe, pero descubrir que Tanner Forsythe era su nuevo jefe era algo que nunca
habría podido imaginar.
Deseó que fuera agosto y hubieran acabado de conocerse. Lo primero que le
diría sería que trabajaba para Drysdale.
Oyó un ruido en el pasillo y alzó la cabeza. Se levantó despacio, agarró su taza
de café y fue hacia su despacho. Había una nota en su escritorio en la que decía que
el señor Forsythe la vería a la una.
Eran poco menos de las diez. Tenía tres horas por delante. Marcó la extensión
de Teresa.
—Recursos Humanos —contestó su secretaria.
—Soy Anna, ¿está Teresa disponible?
—No, está reunida con el señor Forsythe.
—Dile que me llame cuando esté libre —dijo Anna.
Por lo visto su amiga había sido de las primeras en hablar con el nuevo jefe. Se
preguntó qué opinaría de él. No podía arriesgarse a contarle nada, ¡no podía decirle
que se había acostado con el jefe!
Anna miró las notas de mensajes telefónicos, varios de la Costa Este. Devolvería
ésos antes y después se ocuparía de los locales. Ya que estaba allí, aprovecharía el
tiempo.

A la una en punto, Anna estaba ante el escritorio de Ellie. Se había tomado una
sopa y se sentía algo mejor. Llovía menos. El día parecía estar mejorando.
—Tengo cita con el señor Forsythe —dijo.
Llevaba con ella los últimos planes que había esbozado con Thomas Ventner, el
director de Bruselas. Él iba a retirarse en diciembre y llevaba meses preparando a
Anna para ocupar su puesto.
—Ben Haselton aún está dentro. Tardará un par de minutos —le dijo Ellie—.
Tanner ha estado cumpliendo el horario —miró a Anna—. ¿Estás bien?
—Creo que tengo gripe —contestó Anna—. Estoy intentando no acercarme a
nadie para no contagiarla.
—Siéntate. Yo utilizo el transporte público. Es imposible no pillar alguna
enfermedad en invierno.
Anna acababa de sentarse cuando salió Ben Haselton. Parecía disgustado y se
fue sin decir nada. Sonó el timbre en la mesa de Ellie.
—¿Está Anna Larkin aquí?
—Sí, está esperando —Ellie sonrió a Anna.

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Anna tomó aire y fue hacia el despacho de Tanner como si fuera la guarida del
león. No sabía cómo manejar la entrevista. Si actuar como si no se conocieran o
acusarlo de dejar de llamarla. También podía ser fría y dejar que él tomara la
iniciativa.
Tanner estaba junto a la ventana que daba a la bahía de San Francisco. Ella
entró y cerró la puerta. Si decían algo personal no quería que Ellie lo oyera.
Él se volvió y la miró. Sus ojos se encontraron un segundo y ella sintió un
pinchazo en el corazón. Aún podía alterarle el pulso. Había empezado a enamorarse
cuando él, con buen criterio, puso fin a la relación. Ella tenía su vida planificada y no
incluía una relación seria con un hombre. Era más lista que eso.
—Hola, Tanner —dijo, esperando que le ofreciera sentarse antes de que le
fallaran las rodillas.
—Anna. Siéntate. Ya he hablado con Thomas, en Bruselas. Me ha puesto al día
sobre la división europea. Dice que tienes algunas ideas que quieres implementar
cuando estés al mando. Me gustaría verlas. Y ver tu evaluación del mercado europeo.
—Los planes, incluidos los plazos de implementación, están detallados aquí —
dejó una carpeta sobre la mesa, alegrándose de que él fuera a mantener un trato
profesional—. Cuando los mires, estoy a tu disposición para cualquier consulta. Creo
que mi evaluación concuerda con la de Thomas: buena en el Reino Unido, no tanto
en Italia y Francia. Hay mucha competencia local. Pero el negocio de los teléfonos
móviles está en alza y nuestros componentes son los mejores. Sólo tenemos que
convencer a los clientes.
Él asintió y abrió la carpeta. Un minuto después, alzó la vista y la miró un
momento.
—¿Estás bien?
—Regular. Creo que tengo un principio de gripe.
—Deberías irte a casa y descansar —sugirió él.
—Si he aguantado hasta ahora, puedo quedarme el resto del día —dijo ella.
No iba a permitir que el nuevo director ejecutivo pensara que no podía con su
trabajo. O que esperaba un trato de favor. Aunque en otro tiempo había creído
conocer a Tanner, en ese momento le parecía un extraño. Apenas reconocía al
hombre con quien había pasado tres fabulosas semanas en el rostro serio que tenía
ante sí.
Tanner siguió hojeando el informe. Anna aprovechó para observarlo con total
impunidad.
Tenía más arruguitas alrededor de los ojos, el pelo más corto y lucía un traje
hecho a medida. Parecía el hombre de negocios de éxito que era. En otras
circunstancias, Anna se habría sentido orgullosa de que él tuviera un puesto de tanto
nivel a su edad. Era más joven que ella y ya era director ejecutivo de una gran
empresa.

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Le había sorprendido descubrir que ella le sacaba cuatro años. Nunca entendía
por qué ese dinámico hombre de treinta y cuatro años deseaba su compañía. Pero
pronto olvidó la diferencia de edad. Tenían demasiado en común: les gustaban el
mismo tipo de películas y libros y disfrutaban paseando por San Francisco después
de que cerraran los comercios. Explorar callejones y probar restaurantes
desconocidos había sido fantástico con Tanner.
Había temas que no habían tocado. Ella no solía hablar de su trabajo y él
tampoco. Anna había sentido demasiado estando con él: atracción física y
conversación estimulante. Había sido alguien especial.
Él alzó la vista y la miró. Ella deseó que no pudiera leer el pensamiento. Tanner
cerró la carpeta y la puso a un lado del escritorio.
—Revisaré esto en detalle esta noche. Si tengo alguna pregunta, te llamaré.
Ella supuso que la entrevista había acabado y se puso en pie. Sonrió
cortésmente y fue hacia la puerta. Tenía la mano en el pomo cuando él habló de
nuevo. Anna miró por encima del hombro y vio que él se había levantado y estaba
apoyado en el escritorio.
—¿Cómo estás de verdad, Anna? —preguntó con esa voz grave y sexy que ella
recordaba.
—Entonces me pregunté por qué no habías vuelto a llamar —se encogió de
hombros—. Visto lo ocurrido hoy, lo entiendo perfectamente.
—Si hubiera habido otra manera… —empezó él.
—Tampoco habríamos estado mucho tiempo juntos. Me traslado a Bruselas en
enero —lo miró con fijeza—. Lo de Bruselas sigue en pie, ¿no?
—Por lo que han dicho Thomas Ventner y Alien Taylor, eres la persona mejor
cualificada para el puesto. No he visto nada que contradiga su opinión.
Ella se volvió hacia la puerta. De repente, se dobló de dolor. Tenía retorcijones
en el estómago. «Por favor, Dios, no dejes que vomite en su despacho».
—¿Qué diablos…? —Tanner corrió hacia ella.
Anna se agarraba el estómago. El dolor era agudo, pero empezaba a disminuir.
Intentó respirar otra vez.
—¿Sientes dolor? —preguntó él.
—Necesito ir al aseo. Creo que voy a vomitar. ¡Lo siento! —dijo.
Ahí acababa su profesionalidad. Con la suerte que tenía últimamente, le habría
contagiado y él mismo tendría la gripe a finales de semana.
—Ellie —Tanner abrió la puerta—. ¿Puedes acompañar a Anna al aseo?
—¿Qué ocurre? —preguntó ella. Al ver a Anna con la mano sobre la boca, puso
un brazo sobre sus hombros—. Más vale que nos demos prisa, ¿no?
Anna asintió. Cinco minutos después estaba echándose agua fría en la cara.
—Deberías irte a casa —le aconsejó Ellie.

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—Tienes razón.
—Llama a tu médico para que te recete algo que suavice los síntomas.
—No creo que eso ayude —musitó Anna.
Odiaba lo ocurrido. Sólo quería llegar a casa, tumbarse y dormir hasta el día
siguiente. Había dado un espectáculo en el despacho de su jefe. Y, peor aún, temía
que Tanner lo tuviera en cuenta a la hora de decidir si darle la dirección de la
división europea.
—Llama al médico de todas formas. No te hará ningún mal —insistió Ellie.
—Lo primero es lo primero. Volveré a casa en taxi. Después llamaré al médico.
Pero ya sabes: me dirá que beba muchos líquidos y descanse.
—Has intentado hacer demasiado hoy —dijo Ellie—. No vengas mañana si no
te encuentras bien.
—Ese es un consejo que no me costará seguir.
Media hora después Anna estaba en casa. Llamó al médico pero, tal y como
esperaba, no tenía horas libres ese día. La enfermera le dio cita para la mañana
siguiente. Y le recomendó que bebiera mucho y descansara. Se puso un camisón,
comprobó que su gata, Mitzie, tenía comida y agua, y se metió en la cama. Poco
después estaba profundamente dormida.
La despertó el teléfono. Era de noche. Se preguntó cuánto tiempo había
dormido.
—¿Hola?
—¿Qué ha dicho el médico? —preguntó Tanner.

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Capítulo 2
Anna se recostó en la almohada y gruñó. No quería hablar con Tanner. Ya había
sido bastante difícil verlo. Se preguntó por qué la llamaba y si haría lo mismo con
todos sus empleados.
—Lo que yo esperaba: hidratación y descanso. ¿Qué te dice tu médico cuando
tienes gripe?
—Casi nunca tengo gripe.
A ella no le extrañó, parecía fuerte como un toro.
—Tengo cita mañana a las nueve —dijo ella—. No podía verme antes. Y, la
verdad, me apetecía pasar la tarde en la cama, no en una sala de espera.
—Son más de las nueve. ¿Has cenado?
Ella negó con la cabeza y después se dio cuenta de que él no la veía.
—Me calentaré una lata de sopa —dijo.
—Te llevaré un cartón de sopa caliente de la tienda de comida preparada que
hay al lado de mi casa.
—No puedes venir aquí.
—¿Por qué no?
—Porque… porque ahora eres mi jefe.
—No es una cita, Anna. Sólo quiero asegurarme de que estás bien. Un buen
general comprueba que sus soldados estén en forma.
—¿Estamos en guerra? —preguntó ella, confusa. Sólo quería volver a dormir.
—No. Sólo voy a llevarte sopa.
—Estaré bien. No quiero entretener a invitados.
—No tendrás que entretenerme, estarás comiendo sopa. ¿Sigue gustándote la
de verduras y carne?
—Sabes que es mi favorita —se tensó en cuanto acabó de hablar. No pretendía
recordarle la relación que habían tenido. Aguantó la respiración.
—Estaré ahí en media hora —dijo él.
Ella colgó el teléfono y fue al cuarto de baño. Se cepilló el pelo y se enjuagó la
boca con colutorio. Luego fue a comprobar que el salón estaba presentable y a la
cocina a calentar agua para hacer té. Oyó que fuera seguía lloviendo. Llevaba puesta
una bata gruesa y zapatillas de peluche, muy calentitas. No era el atuendo que habría
elegido si Tanner fuera a su casa por otra razón. Pero así le dejaría muy claro que ya
no lo consideraba una posible relación.
Pero se puso un poco de brillo en los labios. No tenía por qué parecer tan
enferma como se sentía.

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Cuando sonó el timbre, intentó tranquilizarse antes de abrir. Él tenía gotas de


agua en el pelo y en la chaqueta. Llevaba una bolsa con el logo de la tienda de
comestibles. El olor a sopa caliente le hizo la boca agua. Inhaló con fuerza. De repente
tenía mucha hambre.
—Gracias por traerme la sopa —dijo.
Él entró en el piso como si tuviera todo el derecho a estar allí. La había visitado
varias veces cuando salían juntos, así que lo conocía. Sin dudarlo, fue hacia la cocina.
Anna lo siguió y contempló cómo servía la sopa caliente en un cuenco y buscaba una
cuchara. Se rindió y fue a sentarse a la mesa.
—Come —ordenó él, poniéndole el cuenco delante.
Anna probó una cucharada. Estaba deliciosa. Tanner esperó a que estuviera
comiendo para sacar unos panecillos calientes y porciones de mantequilla de la bolsa.
—¿Tú has cenado? —preguntó Anna.
Él asintió, observándola apoyado en el marco de la puerta. Ella se sintió
incómoda.
—¿Podrías dejar de mirarme?
Él fue a sentarse a su lado. Alcanzó un panecillo, lo abrió y le puso mantequilla.
Mientras lo hacía, Mitzie llegó desde el dormitorio y fue hacia él.
—Hola, chica —saludó él.
La gata se restregó contra sus tobillos. Él se agachó y le rascó el lomo. Ella
demostró su placer con un sonoro ronroneo.
—Quería explicarte lo nuestro —dijo él, alzando la vista hacia Anna.
—No hace falta —Anna siguió comiendo—. Lo entendí hoy al descubrir que
eras el nuevo director. Tengo mis propias reglas con respecto a salir con compañeros
de trabajo. Pero podrías haberlo dicho en su momento.
No iba a decirle que se había sentido herida y confusa. Había tardado semanas
en sobreponerse. Esa mañana, incluso había llegado a pensar que aún no lo había
superado, pero la vida seguía.
Su plan era trasladarse a Bruselas. La breve aventura se había convertido en un
recuerdo agridulce. La historia de su vida.
—La negociación era secreta —dijo él—. Tanto en la empresa que dejaba como
en Drysdale Electronics.
—Sé guardar un secreto —apuntó ella, seca.
—No era mi secreto —justificó él—. Pero quería decirte que no fue porque no
disfrutara estando contigo.
Anna sintió un pinchazo de alegría al oírlo. En aquel entonces se había
preguntado si se habría cansado de ella. O si esa noche que para ella había sido
mágica no había sido especial para él. Frunció el ceño y siguió comiendo. La sopa
estaba deliciosa y de momento no tenía náuseas.

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—Gracias por aclarar la situación —dijo.


—He echado eso de menos —rió él—. Esa cortesía innata. ¿Qué has hecho
últimamente? —se recostó en la silla, observando cómo comía. Mitzie fue hacia el
sofá, subió de un salto y se acurrucó.
Anna lo miró con suspicacia y agarró un panecillo. Untó la mantequilla
lentamente.
—Más o menos lo mismo que antes de conocerte. Voy al trabajo. Voy al
gimnasio. A veces salgo con amigos. Ya no te veo en el gimnasio.
—Cuando me enteré de que trabajabas en Drysdale, dejé de ir. Ahora empezaré
otra vez. La cuota mensual es parte de mi paquete de beneficios —hizo una breve
pausa—. ¿No hay ningún hombre especial?
Ella lo pensó un momento antes de contestar.
—Eso no es asunto tuyo, ¿no crees? —dijo.
Sonaba mejor que reconocer que no había salido con nadie después de él.
—Tocado —hizo una mueca—. No, no lo es, pero siento curiosidad.
—Gracias por traer la sopa, me siento mucho mejor —se encogió de hombros,
preguntándose si se iría ya que ella había comido. Sería lo mejor para ambos.
—Pero irás al médico mañana, ¿no?
—Sí, jefe.
Tanner se levantó y se inclinó sobre Anna, apoyando una mano en el respaldo
de su silla y otra en la mesa.
—No vuelvas al trabajo hasta que estés bien. Llámame para decirme qué ha
dicho el médico.
—No te acerques tanto —dijo ella, sintiéndose acorralada—. Podría pegarte la
gripe.
—Me arriesgaré —dijo él.
Luego se acercó y rozó sus labios con los suyos.

Tanner salió del edificio y se enfrentó a la lluvia. Fue hacia su coche molesto por
cómo había reaccionado al ver a Anna. Estaba tan pálida como esa mañana. Se alegró
de haber pensado en llevarle algo de comida. Cuando una persona se sentía mal,
solía olvidarse de comer.
Pensó en los buenos momentos que habían compartido. Había disfrutado
mucho con su compañía. Cuando la conoció, hacía meses que no tenía relaciones con
una mujer. Jessica quería casarse y tras el desastre de su matrimonio de juventud, eso
era lo último que quería él. Había roto con ella en invierno y se había concentrado en
su trabajo.

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Hasta que conoció a Anna.


La mayoría de las mujeres seguían un patrón similar: citas, disfrutar, hablar de
compromiso y futuro. Ese era el punto en el que él ponía fin a la relación.
Pero Anna y él no habían llegado a ese punto. De hecho, era la primera que
había ignorado la posibilidad de un futuro juntos. En las tres o cuatro semanas de
relación, ni siquiera lo había mencionado. Eso lo había intrigado, pero tenía sentido
ahora que sabía que ella pensaba trasladarse a Bruselas.
Subió al coche, se incorporó al tráfico y puso rumbo a su casa. Tenía que revisar
algunos expedientes para las entrevistas del día siguiente. El reto del nuevo trabajo lo
mantenía alerta y entusiasmado.
Taylor le había hablado de todos los directores, de sus puntos fuertes y débiles.
Había hablado maravillas de Anna y eso había reforzado la decisión de Tanner de no
salir con una empleada. Pero la echaba de menos. Le gustaría discutir la estrategia de
empresa con ella, descubrir cómo veía el mercado europeo. Saber si seguía comiendo
bombones y luego lo compensaba corriendo diez minutos extra.
Y, la verdad, quería más que un roce de labios.
Le sorprendía cuánto la había echado de menos. Apenas se acordaba de Jessica.
Y antes había estado con un mujer llamada Margo. Aunque se centraba en el trabajo
y en alcanzar el éxito, le gustaba tener una compañera bonita que fuera con él a actos
sociales.
Con Anna había sido distinto. Seguía sintiéndose atraído por ella. Se habían
reído mucho juntos. Había pensado que había encontrado la compañera ideal,
alguien con quien relajarse, compartir intereses y diversión. Y que no contaba con
casarse. Debería haber supuesto que era demasiado bueno para durar.
Sus normas eran estrictas. No salía con compañeras de trabajo, y menos si
estaban a su cargo.
Pero, dado que ella se trasladaría en unas semanas, quizá pudieran encontrar
una solución.
Sacudió la cabeza, atónito por considerar algo así.
El trabajo era el trabajo y el placer era algo aparte.
Esa noche revisaría un montón de informes y al día siguiente estaría de nuevo
en la oficina. Anna podía cuidarse sola. No necesitaba que él le llevara sopa o la
llamara. Y menos aún, que la besara.

Anna llegó a la consulta del médico sintiéndose tan mal como el día anterior. El
breve desahogo de la noche no había durado. En cuanto Tanner se marchó, había
vuelto a la cama a dormir.
Se negaba a pensar en el beso de Tanner. Ya no tenían una relación, él lo había
dejado muy claro. Y ella iba a trasladarse a Bruselas. En cuanto estuviera mejor tenía

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que empezar a empaquetar sus cosas, decidir qué llevarse y qué dejar almacenado en
casa de sus padres, además de dejarlo todo resuelto en el trabajo antes de
incorporarse a su nuevo puesto.
—¿Señorita Larkin? —llamó una enfermera.
Anna la siguió a una sala de reconocimiento y le preguntó si había algo que
mitigara los síntomas de la gripe.
—No mucho —contestó la enfermera tomándole la tensión—. El descanso es lo
mejor. Hay medicamentos que, a veces, mejoran las náuseas, la diarrea y previenen la
deshidratación. Es importante beber muchos líquidos —anotó la tensión y miró su
expediente—. Hacía mucho que no venías a la consulta.
—Suelo tener muy buena salud —dijo Anna, deseando poder volver a la cama.
—El médico vendrá enseguida. Ponte la bata e iré a avisarlo de que estás aquí.
Normalmente, a Anna le gustaba ver al doctor Orsinger. Era un anticuado
médico de familia que se interesaba personalmente por sus pacientes. Cuando entró
le preguntó cómo estaba en general, aparte de la gripe y tomó unas notas. Ella
aprovechó para preguntarle si había algún documento de asistencia médica que
debía rellenar antes de trasladarse a Europa. Hablaron sobre su nuevo trabajo.
Él tomó una muestra de sangre y comprobó que estaba al día en las vacunas
antitetánicas. Después de examinarla, le pidió que esperara mientras comprobaba si
había alguna alerta médica en Europa que debiera tener en cuenta. Anna volvió a
vestirse y deseó que la espera no fuera larga. Estaba cansada.
Orsinger volvió poco después y le pidió que se sentara, mirándola con
expresión de sorpresa.
—¿Sospechabas que estuvieras embarazada?
Anna lo miró, convencida de haber oído mal. Hacía años que era su médico.
Sabía que no podía quedarse embarazada.
—Sabes que no puedo tener hijos —afirmó.
Había asumido su incapacidad. Sólo se sentía mal cuando su hermana menor
llamaba para anunciar un embarazo. El fin de semana anterior la había llamado para
anunciarle que espera el tercero.
El médico alzó el informe que le había entregado la enfermera y lo miró de
nuevo.
—Anna, podemos repetir el análisis, pero dudo que sea un error.
Anna lo miró, incrédula. Desde los dieciséis años sabía que no podría ser
madre. Un accidente de coche había provocado cicatrices externas e internas. Las
externas casi habían desaparecido con el paso de los años, pero las internas seguían
ahí. Los médicos le habían dicho que no podría concebir. Se había acostumbrado,
aunque le dolía. Hacía acopio de fuerzas cuando iba a casa y veía a los hijos de su
hermana, o a la hija de su hermano. El fin de semana anterior había simulado
alegrarse del nuevo embarazo de su hermana, aunque por dentro clamaba contra la

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injusticia de la vida. Ni siquiera sus seres más allegados sabía cuánto anhelaba tener
un hijo.
El destino había acabado con esa esperanza años atrás. Pero tenía su profesión,
su carrera.
—No puedo estar embarazada —la habitación empezó a dar vueltas y tuvo que
cerrar los ojos.
¡Tanner! La mataría cuando se enterase. Le había asegurado que no había
ningún peligro de embarazo. Él había utilizado un preservativo, pero se había roto.
Ella le había dicho que no podía tener hijos.
—El diagnóstico era que tus probabilidades de concebir eran muy remotas.
Obviamente, incluso los médicos nos equivocamos —dijo el doctor Orsinger con una
sonrisa compasiva—. Sé que es una sorpresa, pero espero que sea una agradable.
—Quiero una segunda prueba —dijo ella, sin dejarse llevar por la esperanza. La
decepción sería horrible.
Se había enamorado en la universidad; Jason Donalds incluso le había
propuesto matrimonio. Pero cuando le dijo que no podía tener hijos, él puso fin a la
relación de inmediato.
Desde entonces se había concentrado en su carrera y excluido las relaciones de
larga duración. Sus padres la habían animado a abrirse a los hombres que se
interesaran por ella, porque no todos los hombres deseaban tener hijos. Y existía la
posibilidad de adopción, pero el trauma de perder a Jason por no poder tener hijos
había sido demasiado. No quería volver a arriesgar su corazón.
Pensar que podía estar embarazada, tras tantos años y tantos reconocimientos
médicos, era demasiado. Sólo habían pasado una noche juntos. Ni en cien años
habría sospechado que eso pudiera ocurrir.
Tanner iba a enfurecerse. Si se lo decía.
El médico aceptó su decisión de hacer un segundo análisis. A última hora de la
mañana le confirmó que no había error posible. Dedicó un rato a hablarle de
precauciones prenatales, de los cambios que podía esperar en su cuerpo y de los
riesgos que conllevaba un primer embarazo en una mujer de su edad. Dadas las
cicatrices de su útero, cabía la posibilidad de que no pudiera llevar el embarazo a
término. Necesitaría un seguimiento constante, con citas semanales.
Anna llevaba más de la mitad de su vida convencida de que no podía tener
hijos. Y le costó asumir el cambio. Para cuando llegó a su casa, estaba emocionada.
Sabía que no podía cantar victoria aún, pero si había concebido, tal vez llegara a
tener un bebé.
Corrió al teléfono y marcó el número de su madre.
—Mamá, siéntate. Tengo una gran noticia.
Ginny Larkin preguntó si ya tenía el ascenso.
—No es eso. ¡Estoy embarazada! —exclamó Anna.

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—¿Cómo puede ser? —preguntó su madre tras un largo silencio.


—Es un milagro. No me lo creí cuando el médico me lo dijo, y le hice repetir las
pruebas. Estoy embarazada. ¿No es increíble? Después de tantos años, ¡voy a tener
un bebé! —Anna empezó a llorar. No se sentía mejor que esa mañana: tenía náuseas,
estaba agotada y le dolía todo el cuerpo. Pero no era gripe, era un bebé.
Era tan fabuloso que resultaba increíble. Quería compartir el milagro con el
mundo entero. Pero pensó que era mejor esperar hasta hacerse a la idea y saber que
podía llevar el embarazo a término. Unas semanas más determinarían cómo
progresaba. El médico le había aconsejado descanso y que estuviera pendiente de
cualquier síntoma que indicara una complicación. Le había recetado algo para
controlar las náuseas, recomendado que comiera a menudo y le había recetado
vitaminas y concertado una cita para una ecografía un mes después.
—No me lo puedo creer —dijo Ginny—. Después de tanto tiempo… Los
médicos dijeron que era imposible.
—El mío ha rectificado, ha dicho que era extremadamente improbable, pero no
imposible. ¡Estoy embarazada! —deseó gritarlo desde la ventana.
—¿Quién es el padre? —preguntó su madre—. No sabía que estuvieras saliendo
con nadie especial.
La burbuja de Anna estalló. Cerró los ojos y visualizó el rostro de Tanner.
Imaginó su ira cuando descubriera que estaba embarazada, pero ella no se arrepentía
en absoluto.
—Es un hombre fantástico, mamá. Tuvimos una relación este verano, pero le
ofrecieron otro trabajo y siguió adelante con su vida. Ya no salimos juntos.
—¿Hay alguna posibilidad de que se case contigo aunque sólo sea para darle un
apellido al bebé?
—Mamá, por favor. Soy una mujer competente. Llevo años sola. Dentro de un
par de meses dirigiré una oficina europea. No necesito a un hombre.
—Claro que no, pero los bebés están mejor con padre y madre —contestó ella—.
¿Sigues pensando en irte a Bruselas? Está muy lejos. No podré ver mucho a mi nieto
o nieta si está a miles de kilómetros de aquí.
—Seguro que encontrarás tiempo para venir a verme. Buscaré un sitio lo
bastante grande para que te puedas quedar unas semanas cuando vengas.
—Y tu padre. Tu hermana, tu hermano y sus familias querrán ver al bebé.
¿Podrás pedir permiso en el trabajo para venir a tenerlo aquí?
—Es complicado, mamá. Aún no he pensado en nada. Acabo de enterarme del
embarazo hace una hora. Dame tiempo para hacerme a la idea.
—Bueno, claro. Me encantará ayudarte. Ven a casa este fin de semana.
—Ya veré —no se sentía mejor por saber que no tenía la gripe. Y además estaba
el estrés de tener que decirle a Tanner que iba a ser padre.

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—Dime cómo te encuentras. ¿Para cuándo es? ¿Cuándo sabrás su sexo? ¿Has
pensado ya algún nombre? Estoy deseando verte, cariño, estoy encantada. Nunca
pensé… ¡espera a que se lo diga a tu padre!
El entusiasmo de Ginny fue como un bálsamo para los nervios de Anna.
Empezó a relajarse mientras su madre le daba instrucciones de que comiera bien,
durmiera más horas e hiciera ejercicio.
Charlaron durante casi una hora. Al final de la conversación, Anna hizo que su
madre le prometiera no decírselo a nadie; quería darle la noticia a la familia ella
misma, cuando se reunieran todos. Ginny accedió a regañadientes.
—No sé cómo voy a poder ocultarle esto a tu padre —le dijo.
—Por favor, mamá. Es muy especial. Puede que no vuelva a ocurrir. Quiero
estar allí cuando se enteren. Quiero ver sus caras.
—De acuerdo. Llámame si necesitas algo.
Anna asintió y colgó. Se tocó el vientre.
—Hola, pequeñín —susurró—. Me alegro mucho de que estés ahí.
Cansada, fue al dormitorio a tumbarse, pero estaba demasiado excitada para
dormir. Empezó a hacer planes. En cuanto se encontrara mejor iría a comprar libros
de cuidados prenatales y sobre bebés. Luego buscaría pisos de alquiler en Bruselas.
El que le había encontrado Thomas Ventner no serviría, era pequeño.
Tendría que comprar muebles de bebé y buscar una niñera. Y, antes, tenía que
encontrar la manera de decírselo al padre del bebé.

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Capítulo 3
Tanner colgó el teléfono y miró su reloj. Eran más de las dos. Le había pedido a
Ellie que llamara a Anna para ver cómo estaba. Se suponía que tenía que ir al médico.
Tenía unos minutos antes de la siguiente reunión e, incapaz de concentrarse en otra
cosa, decidió llamarla él mismo. Anna contestó enseguida.
—¿Has ido al médico? —preguntó Tanner.
—Sí. ¿Para eso me has despertado? Dije que iría.
—¿Y? ¿Qué ha dicho? ¿Puede hacer algo con esa gripe?
—Me ha dado medicamentos para los síntomas. Ya me encuentro mejor.
Era cierto que sonaba mucho mejor y más animada. Recordó que habían
hablado mucho por teléfono. Muchas noches la llamaba antes de acostarse y
charlaban de multitud de cosas y discutían amigablemente. Rara vez hablaban de
cosas serias. Una vez le había dicho que había estado comprometida y que no podía
tener hijos. Habría sido el momento ideal para que él le hablara de Zach, pero
todavía le dolía pensar en el niño, así que había callado.
Había ocurrido hacía mucho tiempo y ya no debería importarle. Tenía que
seguir adelante, olvidar la traición de Cindy y centrarse en el presente.
La mayoría de las veces sus conversaciones telefónicas habían sido divertidas.
Una agradable distracción del estrés de su trabajo como jefe de operaciones en una
empresa y de las negociaciones para conseguir su nuevo puesto en otra.
Tal y como lo veía él, tenía una deuda con Anna. No habían hablado de
compromisos ni planes a largo plazo, pero debía de haberle dolido que dejara de
verla sin una explicación. Podría haberle dicho que tenía demasiadas presiones en el
trabajo, habría sido mejor que el silencio.
—Eso está bien —dijo.
«Estaba preocupado por ti» sonaba demasiado personal, aunque fuera la
verdad. Nunca le había parecido tan frágil como ese lunes.
—Gracias por tu interés. Probablemente me tome la semana libre y vuelva el
lunes —le dijo—. Tengo un montón de días de enfermedad disponibles. Nunca me
pongo enferma.
—Mejórate. Y llama si necesitas algo —sabía que tenía un historial de asistencia
ejemplar, así como excelentes informes de rendimiento. No había subido tan alto en
la empresa sin una gran ética de trabajo.
Colgó el teléfono y miró los papeles amontonado; en su mesa. Había hecho bien
al cortar la relación pero lo cierto era que disfrutaba oyendo su voz.
Salir con ella había sido un placer. Echaba de menos el hecho de que podían
hablar de todo o estar callados largo rato sin sentirse incómodos. Le gustaba que le
interesaran las mismas actividades que a él. Y cómo subía y bajaba del tranvía. Y que

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adorase el cóctel de cangrejos del Wharf. Y cómo disfrutaba observando las cometas
en la playa.
Se levantó y fue a la ventana. Recordó una tarde de domingo que habían
paseado por las calles desiertas, mirando los escaparates de las tiendas cerradas.
Habían inventado historias sobre sus dueños, el tipo de negocio que eran y los
sueños de sus propietarios. Después habían ido al puerto deportivo a comer cócteles
de cangrejo y pan ácimo. Eso había ocurrido dos días antes de que se enterara de que
trabajaba para Drysdale Electronics. Su código ético le había exigido dejar de verla,
pero había deseado no ser tan estricto siguiendo sus propias normas.
Fue hacia la puerta del despacho y la abrió. Ellie estaba trabajando
diligentemente ante el ordenador.
—Encarga flores para Anna Larkin —le pidió—. Para que las entreguen hoy.
—Claro —dijo Ellie con sorpresa—. ¿Está peor?
—No, pero se quedará en casa unos días hasta que se recupere de la gripe.
—¿Qué pongo en la tarjeta? —preguntó Ellie.
—Con los mejores deseos de tus compañeros de Drysdale Electronics —contestó
Tanner.
No quería dar lugar a especulaciones, pero le apetecía enviarle unas flores que
alegraran su piso.
Volvió a su escritorio mejor dispuesto para trabajar, pero en el fondo de su
mente seguía estando la imagen de Anna con su esponjosa bata rosa y zapatillas. Se
le encogía el estómago cada vez que pensaba en ella. No sabía por qué le resultaba
más difícil de olvidar que otras mujeres con las que había salido a lo largo de los
años. ¿Sería porque tendría que verla a menudo en el futuro? ¿O acaso Anna Larkin
tenía algo especial? Casi podía sentir el tacto de su piel y oler su aroma. Oír su risa y
ver el brillo de sus ojos.
Si no dejaba de pensar en ella, tendría que darse una ducha fría, así que se
concentró en el trabajo.

Anna pasó los días siguientes en casa, durmiendo tanto como podía. Le había
encantado recibir el ramo de flores de la oficina el mismo día que se enteró de la
noticia. Era un buen auspicio. El alegre conjunto de flores de otoño, crisantemos y
follaje le levantaba el ánimo cada vez que lo miraba.
Cuando no dormía, buscaba en Internet páginas especializadas en embarazos y
recién nacidos. Y listados de pisos en alquiler en Bruselas. Tenía mucho en lo que
pensar. Lo primero era el embarazo y seguir las instrucciones del médico al pie de la
letra. Anhelaba ese bebé y no correría ningún riesgo.
Tenía que encontrar un piso y preparar una habitación para el bebé. Tal vez
pudiera contratar a una niñera que viviera en casa para ayudarla cuando naciese el

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bebé. Y eso requeriría un sitio aún mayor, sobre todo si reservaba una habitación
para visitas.
Se preguntó si sería niño o niña. Ella no tenía preferencias así que dejaba volar
su imaginación. Un niño como Tanner, intrépido, inteligente y rompecorazones.
O una niña. Se preguntaba si tendría el pelo oscuro como su padre y ojos
chispeantes y traviesos.
Adoraría a cualquiera de los dos. Rezaba por que estuviera sano y por que ella
pudiera traerlo al mundo.
También tenía que decidir cuándo decírselo a la gente. Dado el alto riesgo de
sufrir un aborto, no quería decírselo a nadie hasta que el médico le diera alguna
garantía de que podía salir bien.
Sería una crueldad haber conseguido su deseo y perderlo. Volvió a consultar en
Internet los problemas de los embarazos de alto riesgo y cómo evitarlos. Las
cicatrices internas eran insalvables; intentaría reducir al mínimo todos los demás
riesgos.
Decidió decírselo a su familia en Acción de Gracias. Se alegrarían mucho por
ella y la ayudarían si tenía la desgracia de que ocurriera lo peor.
Sabía qué día habían hecho el amor; no todo el mundo sabía exactamente
cuándo había sido concebido un bebé. Aún no estaba de dos meses, pero después de
Navidades habría superado el primer trimestre. Si seguía embarazada y el médico le
daba esperanzas, se lo diría a sus amistades. Quería que lo supieran antes de
trasladarse a Bruselas. Era mucho mejor decirlo en persona que por carta o teléfono.
Pero seguía sin saber cómo y cuándo decírselo a Tanner. Suponía que no lo
alegraría la noticia. Lo último que él deseaba era una relación seria con proyección de
futuro. Tendría que dejarle claro que no esperaba nada de él. Podía decírselo justo
antes de marcharse a Europa, o quizá fuera más seguro esperar hasta estar instalada
en Bruselas, por si acaso él cambiaba de opinión respecto a su traslado.
En realidad no tenía ni idea de cómo reaccionaría, pero dudaba que fuera a
alegrarse. Odiaba las confrontaciones y no llegó a ninguna conclusión.

Cuando llegó el sábado, Anna se estaba volviendo loca con el encierro. Había
dejado de llover y hacía un día precioso. Casi no tenía náuseas y los días de descanso
le habían hecho recuperar fuerzas. Se abrigó bien y fue hacia la zona del puerto. Allí
había una librería que tendría todo lo que buscaba Mientras caminaba se sintió
jubilosa. ¡Hacía un día maravilloso y estaba embarazada! Estaba deseando que se le
notara y que todo el mundo pudiera verlo.
Tras pasar horas hojeando libros, Anna compró seis. Uno sobre qué esperar a lo
largo del embarazo y cinco sobre cuidados infantiles. Había cuidado a los hijos de su
hermana de vez en cuando, pero no era lo mismo Sería enteramente responsable del
cuidado del bebé, tenía mucho que aprender.

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Estaba a un par de manzanas del puerto, así que decidió ir al muelle 39 y comer
algo. Según su médico, las comidas frecuentes y livianas eran la clave para acabar
con las náuseas.
Una de las atracciones del muelle eran los leones marinos que había al final del
paseo. Sus juegos siempre le hacían reír. Cuando el bebé fuera mayor y visitaran
Estados Unidos, lo llevaría a verlos. Había muchas cosas que quería compartir con su
hijo o hija.
Su lugar favorito de la bahía estaba muy concurrido, como era habitual los
sábados. Evitó á los patinadores, a los que volaban cometas y a las familias rodeadas
de niños que corrían de arriba abajo. Los turistas hacían cola ante los barcos que
ofrecían excursiones. Soplaba una brisa refrescante. Cambió la bolsa de libros a la
otra mano y miró a su alrededor. Le gustaba mucho contemplar a la gente.
—¿Anna?
Reconoció la voz. Atónita, miró por encima del hombro. Tanner se acercó
corriendo desde el borde de la acera. Era obvio que llevaba un rato corriendo. Los
pantalones cortos azul marino mostraban sus largas piernas. Tenía la camiseta
húmeda de sudor y el pelo alborotado.
Estaba muy sexy, como en el gimnasio: en forma, atlético y mortalmente
atractivo.
—Hola —le dijo.
Nunca habían ido a correr juntos, pero habían hablado de hacerlo. El parque de
Golden Gate tenía unas pistas fantásticas, que iban entre eucaliptos hasta llegar al mar.
Ella había pensado que podrían explorar algunas, juntos. Pero eso había sido antes
de que dejara de llamar.
—Parece que estás mejor. Tienes buen aspecto.
Ella asintió, agradeciendo el cumplido.
—Es el primer día que salgo. No soportaba el encierro un minuto más. Veo que
estás corriendo.
—Por primera vez esta semana. Ha sido una locura, como podría esperarse.
Muchas horas de trabajo y mucho que revisar en casa por la noche.
—¿Has hablado con todo el mundo?
—Con los directores. He encontrado algo de resistencia en algunos sectores,
pero podré manejarlo.
Ella se imaginaba a Tanner manejando cualquier cosa. Excepto… tal vez su
noticia. Aún no estaba lista para dársela. Y si el bebé no salía adelante, no habría
razón para decírselo. No sabía qué hacer.
—¿Quieres tomar un café? —ofreció él—. Si no te molesta que te vean conmigo
con esta pinta.

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Anna titubeó. Su atuendo le daba igual. Estaba pensando en los libros que
llevaba en la bolsa, en su secreto, pero quería pasar un rato en su compañía, lo había
echado de menos. Pronto se iría a otro continente y no tendría oportunidad de verlo.
—Podría tentarme un batido de frutas —dijo.
Había varios locales cerca que ofrecían bebidas sin cafeína.
—¿Has estado de compras? —preguntó él, mientras caminaban hacia el muelle.
—Sólo unos libros para pasar el rato. Ojalá los hubiera tenido esta semana —
deseó que no preguntara los títulos. Para impedirlo, cambió tema—. ¿Has terminado
de correr? ¿O te estoy interrumpiendo?
—Ya había acabado. No interrumpes.
—¿Qué tal tu primera semana? —sabía que no estaría mucho tiempo en la
central y no vería a Tanner en acción, pero estaba entusiasmada con su ascenso y
deseando tener una división a su cargo. Tal vez él pudiera darle algunos consejos.
—Emocionante —contestó él—. Mi antigua empresa era una compañía en
desarrollo con sus propias metas Drysdale Electronics supone un reto mucho mayor,
tengo que rectificar algunas decisiones erróneas y recuperar cuota de mercado. La
empresa es más grande y diversa, y también lo son sus retos.
—Y los retos te encantan —rió ella—. Apuesto a que algunos directores de la
vieja ola opinan que nos va muy bien. Adivino que Bill White dio problemas y que
Marcie Longstreet tiene más ideas de las que podrías implementar, incluso si alguna
fuera rentable.
—Conoces bien a la gente que trabaja allí —dijo él.
Un niño que caminaba absorto, mirando su globo chocó con Anna. Tanner la
agarró para equilibrarla.
—Mira por dónde vas, o te quedarás sin globo —le dijo.
El niño musitó una disculpa y se fue corriendo.
—¿Dónde están sus padres? —preguntó Anna, intentando ignorar la excitación
que le había provocado el contacto con Tanner.
Deseó apoyarse en él y absorber parte de su fuerza, pero dio un paso atrás para
ver quién estaba con el niño. Ella nunca dejaría a su hijo sin atención en un lugar tan
concurrido. El peligro era omnipresente. Se preguntó cómo soportaban los padres la
tensión.
—No lo sé, pero seguro que están cerca. Más les vale vigilarlo, podría perderse
entre tanta gente.
Ella intentó tranquilizar el ritmo de su corazón. Había sentido una corriente
eléctrica con el contacto y se preguntó si a él le habría pasado lo mismo.
Pronto llegaron al largo muelle que había pasado de ser un atracadero a ser una
zona turística llena de tiendas y ocuparon una mesa. Tanner fue a pedir las bebidas
mientras Anna se quedaba sentada al sol.

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—Batido de fresa —dijo él, dándole la bebida. Se sentó frente a ella con un café
caliente—. ¿Lista para reincorporarte al trabajo el lunes?
—Sí. He estado en contacto con mi ayudante, pero no es lo mismo que estar allí.
Seguramente podría haber vuelto ayer, pero decidí concederme un día extra. Creo
que esta semana he dormido más que en años. Estoy descansada y deseando trabajar.
Estaba haciéndose a la idea del embarazo, pero quería volver al trabajo y estar
ocupada para no pensar en el futuro. O en la posibilidad de un aborto.
—Nadie más ha enfermado de gripe —dijo él—. Así que supongo que no eras
contagiosa.
Ella tomó un sorbo de batido, sintiéndose culpable. Había creído tener gripe,
pero no había rectificado su presunción.
—Me alegro —dijo, pensando que más valía que no fuera contagioso, o toda la
plantilla femenina pediría la baja por maternidad al mismo tiempo. Otra cosa que
decidir. Si volver a California para tener el bebé o pedirle a su madre que fuera a
Bruselas. Ambas posibilidades tenían sus ventajas.
Tanner la estudió un momento.
—¿Qué? —preguntó ella, sintiéndose incómoda y hechizada por su ojos
oscuros. Recordaba haberlos mirado mientras hacían el amor. Tomó otro sorbo,
intentando romper el hechizo.
—Siento curiosidad por tu traslado a Bruselas —dije él—. Has estado en la
oficina central desde que empezaste. ¿Por qué marcharte tan lejos? Tu familia está en
California y debes de tener muchos amigos aquí.
—Sí, las dos cosas son ciertas, pero lo he deseado durante años. He estudiado
francés y pasado mis vacaciones en Europa, incluso varias semanas en la oficina de
Bruselas, aprendiendo sobre la gente con quien trataré y la forma de hacer negocios.
Será un reto increíble. Uno que superaré —sonaba como si tuviera que ganarse el
puesto, aunque el señor Taylor le había dicho que era cosa hecha.
Pero las cosas podían cambiar. No debía olvidar que estaba hablando con el
nuevo director ejecutivo de la empresa, que tenía poder para dar o negar.
—Por lo que he visto esta semana, eres una buena elección. Thomas habla muy
bien de tus ideas. Y me gustó tu informe. Es muy detallado teniendo en cuenta que
estás en San Francisco y no allí.
Ella asintió, encantada por sus comentarios.
—Te echaré de menos —dijo Tanner de repente.
—Te llamaré de vez en cuando —respondió ella, sorprendida—. Y recibirás
informes regularmente.
—Te echaré de menos a ti, Anna. No a la directora. Disfruté con nuestras citas.
—Yo también, pero ambos sabemos que hiciste bien al cortar. Estaríamos en
una situación muy incómoda si siguiéramos saliendo juntos.

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Aún recordaba el tacto de sus músculos bajo los dedos. Y el exquisito placer que
le había procurado con la boca. No eran recuerdos apropiados para tenerlos del jefe.
Desvió la mirada. La verdad era que en muy pocas semanas, había llegado a sentirse
más unida a Tanner que con ningún otro hombre desde Jason.
—Tengo que irme. Gracias por el batido —agarró la bolsa, pero se enganchó en
la esquina del banco y los libros se desparramaron por el suelo.
Tanner se levantó rápidamente a recogerlos y miró los títulos. Anna se quedó
petrificada. Se preguntó si podría convencerlo de que eran para una amiga.
Él la miró con expresión feroz.
—¿Qué diablos es esto?

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Capítulo 4
—¿Libros para una amiga? —aventuró ella, sin mirarlo.
Debía de parecer culpable como el mismo diablo.
—Libros para pasar el rato, dijiste. Nada de que fueran para una amiga. Estos
libros son sobre bebés y… Oh, Dios, ¿estás embarazada?
Ella le quitó los libros, los metió en la bolsa y se dio la vuelta. Él le agarró el
brazo.
—Contesta a mi pregunta —casi gruñó.
—¿Acaso es asunto tuyo? —replicó ella.
No iba a dejar que la intimidara.
—Diablos sí lo es, si el bebé es mío. No has estado saliendo con nadie
recientemente. No tienes gripe, eran náuseas matutinas.
—Creí que tenía la gripe.
—Me dijiste que no podías quedarte embarazada ¿Qué intentas conseguir?
¿Forzar un matrimonio? No funcionará, nena. No me dejaré atrapar así de nuevo. Si
ése es tu plan, olvídalo.
—No intento nada —liberó su brazo de un tirón y se alejó de él, pero la siguió.
—Contesta a mi pregunta —insistió.
—Sí, estoy embarazada —le dijo, incrementando el ritmo.
Él la seguía sin problemas.
—Dijiste…
Ella se detuvo y se encaró con él.
—Vamos a dejar algo claro, Tanner. Tuve un accidente de coche a los dieciséis
años. Salí disparada por el parabrisas. Me dijeron que, por culpa de las cicatrices
internas, no concebiría. Mi prometido me abandonó por eso. Durante más de veinte
años he creído que nunca sería madre. No puedo explicar lo ocurrido, ni tampoco mi
médico. Es un embarazo de riesgo, pero para mí es un milagro. Lo siento si te
disgusta, ¡yo estoy feliz! —concluyó. Se dio la vuelta—. ¡Ahora déjame! ¡No quiero
saber más de ti!
Estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía a sugerir que ella intentaba atraparlo? ¿En qué
siglo vivía? Parecía mentira que no hubiera llegado a conocerla en absoluto mientras
salieron juntos. Le había dicho la verdad, que ese bebé era un milagro que
agradecería cada día de su vida, si conseguía llevarlo a término. El médico no había
estado demasiado seguro de ello.
Tanner podía irse al diablo. Ni ella ni el bebé lo necesitaban.

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***
Tanner giró en redondo deseando poder golpear algo. Maldijo y cerró los
puños. Estaba a punto de explotar de ira. Se dio la vuelta de nuevo y vio a Anna
subir a un taxi. Maldijo de nuevo. No necesitaba algo así. Había creído que Anna era
alguien en quien podía confiar. Incluso se había planteado que siguieran viéndose de
vez en cuando, por ejemplo cuando él necesitara acompañante para un evento. O tal
vez quedar para tomar un café durante el fin de semana y hablar del trabajo.
Había hecho el tonto de nuevo, como con Cindy.
La primera vez era excusable, había sido un crío de veintiún años, pero ya no lo
era. Se preguntó cómo había podido confiar en ella. Deberían haber tomado medidas
cuando descubrieron que el preservativo se había roto. Él debería haberlas tomado.
Dios, iba a ser padre. Había evitado las relacione serias desde su divorcio para
proteger su corazón. No estaba seguro de poder pasar por algo así de nuevo. No si
perdía al bebé, como había perdido a Zach. Apretó los dientes, rememorando su
dolor.
Estuvo mucho tiempo allí parado, hasta que empezó a sentir frío. No hacía día
para estar quieto con pantalones cortos. Empezó a correr de nuevo, en dirección a si
casa; tenía que tomar decisiones.
En cuanto llegó se dio una larga ducha. La magnitud del asunto lo abrumaba.
Un bebé. Un niño o una niña con quien no había contado. Se preguntó qué iba a
hacer. Anna no debería haber desdeñado su preocupación cuando se rompió el
preservativo.
Estaba furioso. Y asombrado.
Un hijo suyo.
Se preguntó qué esperaba Anna de él. Ella no se lo había dicho, lo había
descubierto por accidente. Pensar que tal vez hubiera pretendido trasladarse a
Bruselas sin decírselo le provocó otro ataque de ira.
Era un truco indigno de ella. Pronto aprendería que él no había llegado tan alto
a base de amabilidad. Ella empezaría a exigirle responsabilidades, pero él sabía cómo
contraatacar. El pasado no se repetiría.
Se secó y se puso unos pantalones oscuros y un suéter. Tras titubear un
momento, fue al armario del dormitorio y rebuscó en una esquina, hasta encontrar
una caja pequeña. Se sentó en la cama y quitó la tapa. Dentro había un puñado de
fotos y algunos papeles.
Sacó las fotos. La primera era de Cindy en el hospital, con Zach. Era diminuto.
Las enfermeras lo habían envuelto en una manta y sólo se veía su carita. Miró la
siguiente. Él con Zach en brazos. Durante un instante sintió el peso ligero del bebé y
su olor a talco y leche. La siguiente foto era de un bebé regordete sobre una cama,
con las piernecitas en el aire.
La última era de un niño de pie. Acababa de dar sus primeros pasos. Zach tenía
poco más de un año.

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Tanner inspiró con fuerza, sintiendo de nuevo la pérdida del hijo que sólo había
tenido durante un año. Recogió las fotos y las guardó. Devolvió la caja a su escondite
y puso rumbo a la oficina.
Allí, buscó el número de Anna y telefoneó.

Anna, tras prepararse una infusión, se había acomodado en el sofá con el


primer libro. Lo estaba abriendo cuando sonó el teléfono.
—¿Qué querías decir con que es un embarazo de riesgo? —preguntó Tanner.
—Que mis cicatrices no han desaparecido milagrosamente —apretó el auricular
con fuerza—, y podrían suponer un problema cuando el feto se desarrolle. Cabe la
posibilidad de un aborto natural. Podría haber otras complicaciones. No soy
exactamente una jovencita, para ser primeriza.
—Entonces, ¿es posible que no nazca? —preguntó él con voz suave.
—Exacto, por otra parte, mi médico va a vigilarme y hacer todo lo posible para
que dé a luz a un bebé sano. Pensaba decírtelo, pero aún no había decidido cuándo,
ni cómo. Sólo lo sé desde el martes.
—Podrías haberme telefoneado —dijo él.
Ella notó que intentaba controlar su voz. Sabía que estaba enfadado, pero ella
también lo estaba por los comentarios que le había hecho en el muelle.
—Aún no quiero decírselo a la gente. Mi médico dice que es preferible esperar
un poco.
—Yo no soy esa gente.
Ella tomó aire. Tenía razón, pero aun así quería hacer las cosas a su manera.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Tanner.
—Fatal. Tengo náuseas, estoy dolorida y siento molestias en la zona abdominal,
seguramente por las cicatrices internas y el crecimiento del bebé, pero tomo
medicinas para las náuseas y como algo cada dos horas, así que debería poder ir a
trabajar el lunes.
—Entonces es verdad que no creías que pudieras quedarte embarazada.
—Claro que es verdad. No pretendía atraparte, y menos casarme. Por Dios
santo, Tanner, me voy a Bruselas dentro de unas semanas. Tú vives aquí. ¿Qué clase
de relación sería ésa?
—¿Cuándo verás al médico de nuevo?
—El martes que viene. Todos los martes.
—Mantenme informado —dijo él.
—Si hay algún cambio.
—Quiero saberlo todo sobre el embarazo.

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Anna se irritó. No le gustaba su tono de voz, pero al mismo tiempo le agradaba


que se preocupara por el bebé. Y tal vez también por la salud de ella.
—Te mantendré al día —aceptó. Sería como un proyecto de trabajo. Informes
semanales—. Adiós, Tanner.
Anna colgó y agarró el libro de nuevo. Tenía mucho que aprender.

El lunes por la mañana, Anna llegó pronto al trabajo. Había pasado el resto del
fin de semana preocupándose por Tanner y su reacción inicial. Tenía que hacerle ver
que no buscaba ningún tipo de acuerdo con implicaciones a largo plazo. No había
vuelto a llamar, así que suponía que se había tranquilizado.
Había mucho trabajo, a juzgar por los montones de papeles de su escritorio.
Puso manos a la obra, empezando con una llamada a Thomas, en Bruselas, antes de
que él se marchara a casa.
A las dos ya había leído todo su correo, revisado los mensajes telefónicos,
contestado a los más urgentes y delegado otros a sus ayudantes.
Su secretaria le había puesto al día sobre lo ocurrido en su ausencia. Por lo
visto, Tanner no estaba perdiendo tiempo en recortar gastos innecesarios, redistribuir
al personal e implementar cambios que tenían a todos nerviosos e inquietos. Dos
directores habían tenido que dejar la empresa y había habido cambios en varios
departamentos. Había convocada otra reunión directiva para el día siguiente.
De momento, no había tocado su división y ella deseó que siguiera así. Podía
defender a sus empleados y los proyectos que tenían entre manos.
Trabajó con diligencia, no quería darle a Tanner la oportunidad de cuestionar
su capacidad. No olvidaba que tenía el poder de vetar su ascenso y su traslado a la
oficina europea.
Después de comer, Anna dio un paseo. Hacía sol, pero soplaba una brisa fría
desde la bahía. Era más consciente que nunca de la necesidad de cuidarse. Aire fresco
y ejercicio se convertirían en su lema.
Mientras caminaba por la calle Montgomery, recordó la tarde de domingo que
Tanner y ella habían paseado por allí. Había estado prácticamente desierta, no
bulliciosa como en ese momento.
Echaba de menos lo bien que lo habían pasado juntos. Quedar con él para tomar
un café o comer. Las llamadas por la noche. La soledad no le era desconocida, pero
Tanner la había paliado durante unas semanas.
De repente tuvo una idea asombrosa. Podría casarse. Ya no era una mujer que
no podía darle un hijo a su marido. Que Jason la hubiera dejado por eso le había
dolido durante años, pero su embarazo lo cambiaba todo. Aunque no estaría segura
hasta tener a su bebé en brazos, las posibilidades se multiplicaban.

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Tal vez encontrara a un hombre a quien amar y que la amara. Podría tener una
vida de familia como la tenían sus padres y hermanos. Ser normal.
Tanner le había hecho un regalo de valor inapreciable. Era libre para ser una
mujer normal por primera vez desde que Jason le rompió el corazón al dejarla. Una
opción podría ser Tanner Forsythe, pero la desechó de inmediato. Su reacción del
sábado había sido determinante para ella.
Por la tarde recibió una llamada de Ronald Franklin, que se presentó como
abogado de Tanner.
—Mi cliente está preocupado por la información que descubrió este fin de
semana —empezó.
—Creí haberle dejado claro a su cliente que no tenía por qué preocuparse —
respondió con aspereza.
Tanner no había tardado en montar la línea de defensa. No debía de haber
entendido que no quería nada de él.
—¿Niega que sea el padre? —preguntó Ronald.
—No —contestó—. Pero no le voy a pedir nada.
—Solicitaremos una prueba de ADN.
—¿Por qué? Si no le pido nada, ¿qué importa? —se preguntó si ese hombre
tampoco la entendía.
—Es improbable que rechace los beneficios económicos, cuando menos, que
supondría que Tanner fuera el padre del bebé. Es un hombre rico.
—No necesito su dinero. Ni tampoco su interferencia. Ni siquiera estaré en el
país después de enero.
—¿Adónde va a ir? —preguntó. Se oyó ruido de papeles. Él debía de estar
consultando el expediente.
—Me han transferido a Europa y trabajaré en la oficina de Bruselas. No tengo
planes de regresar, así que puede asegurar a su cliente que no tiene por qué
preocuparse. Ahora, si me perdona, tengo trabajo.
Anna colgó con calma, aunque habría deseado hacerlo de golpe. ¡Tanner había
involucrado a su abogado, a pesar de que ella no le exigía nada! Se planteó ir a su
despacho y decirle lo que pensaba, pero sabía que eso daría lugar a especulaciones y
rumores. De momento nadie sabía nada de su relación y prefería que las cosas
siguieran así.
A las cuatro y media, Anna estaba cansada. Recogió y le dijo a su secretaria que
se iba.
—¿Sigues cansada tras la gripe? —preguntó Peggy.
Anna estuvo a punto de contarle la situación, pero decidió esperar hasta que
pasara el primer trimestre.
—Demasiado trabajo tras tantos días de descanso.

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Anna iba hacia la estación de metro cuando cambió de opinión. Paró un taxi y
se dispuso a disfrutar del trayecto. El transporte público la hacía más susceptible a
los gérmenes. Tenía que replantearse sus costumbres y utilizar taxis durante un
tiempo.
Al día siguiente Anna recibió otra llamada de Ronald Franklin, sugiriendo que
se reuniera con su cliente para hablar de la situación.
—No puedo dejarlo más claro —dijo ella—. No le pido nada a Tanner Forsythe.
No veo la necesidad de reunirnos para discutir nada.
Sin embargo, después de colgar llamó a su amiga Stephanie, que trabajaba en
un importante bufete. Anna nunca había necesitado abogado antes y quería que su
amiga le diera alguna indicación.
—Hola, ¿qué tal? —la saludó Stephanie con alegría.
—Ha surgido una pequeña complicación legal. No quiero entrar en detalles
ahora, ya te lo contaré todo. Necesito un buen abogado.
—¿Un caso criminal? —preguntó Stephanie.
—No, civil, creo —contestó ella. No estaba segura.
—Necesito más información para saber qué abogado recomendarte.
—Es un tema de paternidad de un bebé nonato.
—¿De quién?
—Mío.
Siguió un largo silencio al otro lado de la línea. Luego Stephanie habló con tono
profesional.
—Jillian Stevens es nuestra experta para el Juzgado de Familia. ¿Quieres que le
pase tu llamada o que te dé su número para llamarla cuando te convenga?
Anna sonrió. Su amiga debía de tener un millón de preguntas, pero mantenía la
profesionalidad.
—Pásame con ella, por favor. Te prometo, Steph, que en cuanto pueda te lo
contaré todo.
Anna concertó una cita para ver a Jillian Stevens esa misma tarde. Entre
médicos y abogados, no iba a tener mucho tiempo para trabajar ese día.
En cuanto colgó, su secretaria entró a decirle que la esperaban en el despacho
del director ejecutivo. Anna miró el reloj y comprobó que era demasiado pronto para
la reunión de directivos. Se preguntó si la requería por algo personal o profesional.
Agarró el informe con sus últimas actividades y fue hacia el despacho de Tanner.
Estaba nerviosa e inquieta, pero tenía la esperanza de que fuera un asunto
profesional.
Ellie sonrió al verla llegar.
—Tienes mucho mejor aspecto. Me alegra que estés de vuelta. La buena noticia
es que nadie más tiene la gripe, así que no debías de ser contagiosa.

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Anna sonrió. Contagiar lo que tenía habría sido un milagro.


—El señor Forsythe quería verme —dijo ella.
—Llámalo Tanner —dijo Ellie—. Le ha pedido a todo el mundo que lo haga. Le
diré que has llegado —habló por teléfono y luego asintió—. Entra.
Anna tomó aire y entró en el despacho de Tanner. Estaba tras su enorme
escritorio. La ventana que tenía detrás ofrecía una amplia vista de la ciudad y un
atisbo de la bahía.
Él alzó la cabeza, pero no dijo nada.
—He traído las últimas proyecciones de mi departamento —dijo Anna—. He
hablado con Tom y tengo datos recientes. Los querías la semana pasada, pero como
no estuve, espero que no sea demasiado tarde.
—Ronald me ha dicho que no quieres discutir la situación —dijo él.
—Cierto. No hay nada que discutir.
—No soy el joven ingenuo que fui. Esta vez las cosas se harán a mi manera.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que daré los pasos necesarios para asegurarme mis derechos —
dijo Tanner.
—Esta tarde veré a una abogada. Voy a pedirle que redacte un documento
relevándote de toda responsabilidad. No pretendo que te cases conmigo ni exigir
manutención para el niño, ni nada.
—También es hijo mío —apuntó él—. Es posible que quiera hacer valer mis
derechos.
—A ver si te aclaras. El sábado me acusaste de intentar atraparte, y ahora que
sabes que no necesito tu ayuda, te indigna que no quiera involucrarte en la vida del
niño.
—¿Niño?
—O niña. Es demasiado pronto para saber el sexo. Estoy segura de que mi
abogada puede tratar con el tuyo para solventar cualquier duda que tengas. Eso
debería satisfacerte.
—Me gustaría oír tu propuesta —Tanner dejó el lápiz en la mesa y se recostó en
la silla.
—No es una propuesta, sólo quiero que firmes un documento liberándote de
toda responsabilidad.
—Incluso si accediera, ¿cómo vas criar al niño?
—¿Qué quieres decir? Gano un buen sueldo. Tengo inversiones y ahorros.
Encontraré una niñera en Bruselas. El bebé será querido y bien cuidado. Mi madre
está loca de alegría. Mi familia me apoyará por completo. No creían que yo
pudiera… —se detuvo.

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Tanner no parecía interesado.


—¿Tener un bebé? —preguntó él rápidamente.
—Ya te dije que no podía quedarme embarazada. Llevan diciéndomelo desde
ese accidente de adolescencia. Se lo diré a todos el día de Acción de Gracias, si sigo
embarazada para entonces.
—¿Y mis padres? —preguntó él, estudiándola—. También serán abuelos del
bebé.
Anna no había pensado en eso. ¿Perjudicaría al niño si le impedía relacionarse
con Tanner y con su familia?
Ella se llevaba muy bien con todos sus abuelos, sobre todo con la madre de su
padre. Y con sus tías y su tío Clell. Se preguntó cómo se habría sentido conociendo
sólo a la familia de su madre.
—Habrá que tener eso en cuenta —dijo.
Esperaba que su charla con la abogada le aclarara las cosas. Había más
consideraciones de las que había creído.
—También es mi bebé —dijo Tanner con suavidad.
Anna asintió, recordando la noche en que su milagro había sido concebido.
Hacía meses que no salía con nadie cuando conoció a Tanner. Y no había tenido ni
una cita desde que dejaron de verse. Durante toda su vida adulta había creído que el
trabajo sería lo central en su vida. Y de pronto tenía otra opción.
La emocionaba pensar que tal vez en unos meses pudiera tener a su bebé en
brazos. Haría casi cualquier cosa por conseguirlo. Incluso pedir un permiso sin
sueldo si eso hacía el embarazo más viable.
—Le diré a mi abogada que llame al tuyo después de nuestra reunión —se
levantó y salió del despacho.
Más tarde, Anna fue la primera en salir de la reunión de directivos; no quería
arriesgarse a que Tanner la encontrara antes de hablar con su abogada.

Jillian Stevens era una mujer de mediana edad que iba directa al grano.
Preguntó por las circunstancias del embarazo y rápidamente propuso varias formas
de manejar el asunto. Custodia compartida, custodia total renuncia del padre a sus
derechos, e incluso dar al bebé en adopción.
Anna le dijo rápidamente que quería al niño y explicó lo milagrosa que había
sido su concepción.
—Entonces, ¿el padre queda fuera del asunto? —preguntó Jillian, tomando
notas en una libreta.

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—Habíamos dejado de vernos semanas antes de descubrir que estaba


embarazada. Cuando se enteró, me acusó de intentar atraparlo con un matrimonio.
De hecho, su abogado me llamó para discutir los aspectos legales. Por eso he venido.
—¿Y qué esperas de mí? —preguntó Jillian.
—Pensé que un documento de renuncia total a sus obligaciones como padre lo
convencería de que no quiero nada. ¿Podrías redactar algo así?
—¿Y el resto de su familia? ¿Hay abuelos, tíos, tías? ¿No vas a dejar que tu bebé
conozca a su familia biológica por parte de padre?
—No había pensado en nada de eso —Anna se mordió el labio—. Mi madre
está encantada con la noticia. Y lo mismo ocurrirá con el resto de la familia cuando se
lo diga, pero no sé qué hacer con respecto a la familia de Tanner.
—Sugiero que Tanner y tú os sentéis a hablar de todas las alternativas posibles
—aconsejó Jillian—. Puedo redactar un acuerdo, pero debéis decidir los términos
entre los dos. Voy a darte documentación sobre las distintas opciones, que
solucionará muchas de tus dudas y preguntas. Cuando hayas revisado la
información, te recomiendo encarecidamente que hables con Tanner Forsythe. Por el
bien del bebé. Espero que podáis mantener un trato cordial.
Anna estaba cansada cuando llegó a su casa. Las cosas se complicaban más cada
día. Después de ver a la abogada, había ido al médico. En ese aspecto, al menos, todo
iba bien. Abrió la puerta y, sorprendida, captó el agradable aroma de salsa de
espaguetis.
—¿Hola? —dijo, cerrando la puerta tras de sí.
—Anna, cariño —su madre salió de la cocina.
—¿Mamá? —Anna no daba crédito a sus ojos. Había hablado con su madre ese
fin de semana y no había mencionado que iría a visitarla. Dejó los papeles y el bolso
en el sofá y corrió a abrazarla.

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Capítulo 5
—Tenía que venir —dijo Ginny Larkin—. Estoy emocionada con la noticia. Y tu
padre también. Tuve que decírselo, pero ha prometido no decir nada a tu hermano y
a tu hermana —sujetó a su hija a cierta distancia y la estudió—. No tienes buen
aspecto.
—Vaya, gracias, mamá —rió Anna—. Eso hace que me sienta mucho mejor. La
verdad es que estoy agotada. Me he pasado una semana durmiendo a todas horas.
Creía que estaba lista para volver al trabajo, pero lo que me apetece es dormir una
semana más.
—Recuerdo bien esa sensación. Pasé por tres embarazos. Este sólo es el primero
para ti.
Anna no lo había pensado de esa manera. Si había podido quedarse
embarazada una vez, podría hacerlo de nuevo. Era maravilloso.
—¿Estás bien en serio? —preguntó su madre.
—He visto al médico hoy y dice que todo va bien. No me encuentro mal todo el
tiempo, sólo cansada.
—Pues ve a ponerte algo cómodo y túmbate un rato. Te llamaré cuando esté
lista la cena.
Anna no necesitó que se lo dijera dos veces. Fue al dormitorio y se puso su
camisón largo de franela y encima un bata de chenilla. Se tumbó en la cama con la
intención de echar una cabezadita. Mitzie saltó sobre la cama y se estiró a su lado.
Anna apoyó la cabeza en la almohada y el sueño la rindió.
Parecía que sólo habían pasado unos segundos cuando sonó el timbre,
despertando a Anna. Mitzie saltó de la cama y fue hacia el salón. Anna suspiró, se
puso las zapatillas de peluche y la siguió. Al mirar el reloj vio que llevaba más de
media hora durmiendo. Oyó a su madre abrir la puerta.
—¿Puedo ayudarlo? —preguntó Ginny.
Desde la sala, Anna vio a Tanner en el umbral. Parecía sorprendido por ver a su
madre.
—¿Está Anna? —preguntó.
—Sí, estoy aquí —dijo Anna, acercándose—. Mamá, éste es Tanner Forsythe —
lo presentó. Pensó que Tanner iba a creer que siempre estaba en bata—. Es el nuevo
director ejecutivo de Drysdale, mi jefe. Entra, Tanner. ¿Qué puedo hacer por ti? —
miró de reojo a su madre, preguntándose si notaría algo. No quería que se
involucrara de momento.
Tanner entró y enarcó una ceja al ver su atuendo.
—No pretendía sacarte de la cama —dijo—. Pensé que te encontrabas mejor.
—Sólo estaba descansando un rato antes de cenar. Siéntate.

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—La cena estará en diez minutos, Anna. ¿Quieres invitar al señor Forsythe a
que nos acompañe?
¡No! Lo último que quería Anna era que Tanner y su madre adquirieran
confianza. Sin embargo, no podía negarse sin parecer maleducada y provocar las
sospechas de su madre. Aún pensaba cómo negarse sin crear suspicacias cuando
Tanner sonrió a Ginny.
—Me encantaría, pero ya tengo otros planes.
—Otra vez, entonces —aceptó la madre de Anna.
Anna esperó a que su madre volviera a la cocina antes de sentarse en una silla
cerca del sofá y mirar a Tanner con inquietud.
—¿Qué quieres? —preguntó en voz baja.
—Tenemos que hablar —contestó él, sentándose en el sofá.
Anna pensó en las veces en las que él había estado en su piso cuando salían
juntos. Desvió la mirada deseando no recordar esas citas. Aquella noche.
—Ahora no es buen momento. Mi madre ha venido de visita —Mitzie se acercó
y Anna se agachó para ponérsela encima, agradeciendo la distracción.
—¿Por sorpresa?
—Sí. Y no sabe quién eres, aparte de director ejecutivo de Drysdale. No quiero
que lo sepa. Al menos hasta que hayamos decidido qué vamos a hacer.
—¿Y eso por qué? —Tanner se recostó y entrecerró los ojos.
—Mi madre es tradicional y pensará que el hombre que me dejó embarazada
debería casarse conmigo para darle un apellido al bebé. No quiero que lo sepa aún.
—Todo el mundo se enterará, antes o después.
—No, si no se lo digo a nadie. Podría decir que fue una aventura de una noche
que, pensándolo bien, es lo que fue.
—No fue eso.
—Sólo lo hicimos una vez, Tanner, ¿cómo llamarías tú a eso?
—La culminación de una relación fantástica.
—Que te apresuraste a concluir después de esa noche —dijo ella.
Aunque lo entendía, no podía evitar sentirse algo dolida.
—Porque me enteré de que trabajabas para Drysdale y sabía que iba a hacerme
cargo de la empresa.
—Aun así, sólo fue una vez —repitió ella.
—Siento haberte herido, Anna, no era mi intención hacerlo —dijo él con voz
suave.

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Ella no lo miró. Le había dolido mucho que dejara de devolverle las llamadas y
de llamarla. Había creído que era especial, pero él sólo buscaba una aventura casual.
Acarició el suave pelo de Mitzie.
—No fue una aventura de una noche —Tanner se inclinó hacia delante y agarró
su mano—. Hay una diferencia entre eso y hacer el amor sólo una vez.
—¿Acaso vamos a repetir? —preguntó ella.
—El asunto del bebé saldrá a la luz antes o después —dijo él, acariciando su
mano con el pulgar.
El roce la desconcertó. Sintió calor por dentro. Apartó la mano y retiró la silla
para poner distancia entre ellos. No entendía que aún la afectara tanto.
—Tenemos que decidir qué vamos a hacer al respecto —dijo él.
—Tú ya lo has decidido… llamaste a tu abogado. Yo he visto a una hoy. Me dio
un montón de documentos sobre las diferentes opciones. Veré si se puede negociar
algo en caso de que tus padres quieran tener relación con su nieto o nieta.
—¿Y si la relación la quiero yo? —preguntó él.
Ella lo miró con asombro. Era lo último que esperaba oír. ¡Eso complicaría
mucho las cosas!
—No verás mucho al bebé cuando esté viviendo en Bruselas —apuntó, con el
corazón acelerado. Rezó por que Tanner no pretendiera bloquear su traslado.
—Entonces quizá no te traslades a Bruselas.
—He trabajado duramente mucho tiempo para conseguir ese ascenso —dijo
Anna, como si la hubiera abofeteado—. No puedes negármelo.
—Podría rescindirlo —respondió él, escrutándola.
—No te atrevas a hablar así. Además, debería alegrarte que tu motivo de
vergüenza se encuentre a miles de kilómetros, en vez de en tu oficina.
—¿Qué vergüenza?
—La de que tu amante vaya a tener tu bebé y trabaje en el mismo edificio que
tú.
—Así que eres el padre del bebé —dijo Ginny desde la puerta de la cocina.
Anna la miró con horror.
—¡Mamá! No quería que te enterases. Aún estamos discutiendo las opciones.
—A mí me parece que lo único que hay que discutir es cuándo se casará contigo
—dijo Ginny, mirando a Tanner con fijeza.
—El matrimonio no es una opción —refutó Anna.
—¿Ahora hablas por mí? —dijo Tanner, frunciendo el ceño.
—Venga, Tanner, sabes que es lo último que deseas. Ya me has acusado de
intentar atraparte. Deberías estar celebrando que no es así —dejó a la gata en el suelo
y se levantó.

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—¿Qué opinan tus padres? —preguntó Ginny.


—Buena pregunta —contestó él, desconcertado—. Aún no les he dado la
noticia.
—Es demasiado pronto para decírselo a nadie —dijo Anna con desesperación—
. El médico no ha garantizado que el embarazo pueda llegar a término. No quiero
que nadie más lo sepa aún. No podría soportar la compasión si pierdo al bebé.
—Creo que esto es algo que Anna y yo necesitamos hablar en privado —Tanner
se levantó—. Tal vez podríamos dar un paseo cuando acabes de cenar.
¡De eso nada!
—Otro día, tal vez. Estoy cansada y tengo mucho que pensar tras hablar con mi
abogada —estaba en camisón y no le apetecía vestirse por Tanner.
—Puede que tengas mucho que leer —dijo él, echando un vistazo a los papeles
que había en el sofá—, pero no se te ocurra tomar decisiones sin hablar conmigo
antes. Tengo una semana de mucho trabajo. Vendré el sábado a las diez de la
mañana. Hablaremos entonces —les dio las buenas noches y se marchó.
Anna se quedó mirando la puerta unos momentos, preguntándose qué decirle a
su madre.
—No queremos casarnos, mamá —dijo, con voz templada.
Durante un instante se había preguntado cómo sería casarse con Tanner, pasar
juntos el embarazo, el nombre que le pondrían y decorando su habitación. Sacudió la
cabeza. Estaba bien sola.
—¿Cómo puedes decir eso? Has concebido un bebé con ese hombre —protestó
su madre.
—Desde que Jason canceló nuestro compromiso, no he pensado en casarme.
Suponía que nadie me querría. No quería enamorarme y volver a perderlo todo otra
vez. Es más seguro evitar las complicaciones. Tanner y yo lo pasamos muy bien este
verano. Coincidíamos en muchas cosas: principios, películas y literatura. Diferíamos
en gustos musicales, pero eso daba interés a la relación. De repente dejó de llamarme
y de contestar a mis llamadas. Ahora sé que lo hizo porque descubrió que yo
trabajaba para la empresa de la que iba a hacerse cargo y no quería mezclar asuntos
personales con el trabajo.
—No está bien —protestó Ginny, testaruda.
—Vamos a cenar. Luego me vendría bien acostarme. ¿Hasta cuándo vas a
quedarte?
—Hasta mañana —dijo su madre, yendo hacia la cocina—. Sabes que a tu padre
no le gusta quedarse solo. Y ahora que todos sois adultos, sólo me tiene a mí. Tengo
que volver a casa.
—¿Eres feliz casada con papá? —preguntó Anna, cuando estaban sentadas a la
mesa, con los platos rebosantes de espaguetis.
—¡Menuda pregunta! —exclamó Ginny.

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—Nunca trabajaste fuera de casa. Nunca tuviste más profesión que ser madre y
esposa. Me preguntaba si te ha bastado con eso.
—Fue lo que elegí y para mí ha sido suficiente. Ahora puedo pasar tiempo con
mis nietos. Tal vez otras personas hubieran deseado más. Supongo que no serviría
para ti, que adoras tu trabajo. A no ser que lo hayas utilizado para compensar el no
tener familia.
—Antes, cuando pensaba que no podía quedarme embarazada, era mi única
opción, no algo que hubiera elegido. Ahora me pregunto cómo sería quedarme en
casa con mi bebé. Verlo crecer hasta que diera sus primeros pasos. Ver su curiosidad
por el mundo. Por un lado es atractivo, pero he dedicado tanto tiempo a mi trabajo
que creo que no soportaría dedicar todo el día a un bebé. ¿Crees que es un error
intentar combinar la vida profesional y la maternidad?
—No es un error, es tu elección. Yo tomé otra. Pero recuerda que no eres una
supermujer. Muchas cosas tendrán que cambiar. No se trata de añadir un bebé a la
mezcla y seguir con tu vida como ahora.
—Eso ya lo he asumido, aunque sólo hace una semana que sé que estoy
embarazada. Estoy trabajando menos horas. Me apañaré.
—Nada de apañarte. Quiero que resplandezcas.
—Me alegra que hayas venido, mamá —Anna sonrió—. Cuéntame más sobre lo
que ocurrirá cuando el bebé siga desarrollándose.

Su madre se marchó a la mañana siguiente, temprano. Anna había disfrutado


hablando con ella sobre lo que implicaría tener un bebé.
Fue al trabajo sin saber qué esperar de Tanner. Se sintió decepcionada cuando el
día fue transcurriendo y Tanner no telefoneó ni la convocó a su despacho. En
realidad, debería alegrarse. Tenía montones de trabajo. Además, él le había dicho que
tenía una semana de locura.
Anna iba a trabajar, hacía cuanto podía y volvía a casa temprano para
descansar. Leyó todo el material que le había dado su abogada y también dos de los
libros sobre el embarazo y los cuidados al recién nacido. Cada noche se acostaba a las
ocho y pensaba en Tanner antes de dormirse.
El sábado por la mañana se levantó temprano para asegurarse de que el piso
estuviera impoluto cuando llegara Tanner. No sabía si querría entrar antes de ir a dar
el paseo del que habían hablado. Además, limpiar la mantenía ocupada.
A las diez en punto, Tanner llamó a la puerta. Lleaba unos pantalones de pana
oscuros y un suéter.
—Hace frío fuera —le dijo—. Abrígate. Creo que lo mejor será dar un paseo a
buen ritmo.
—¿Será más fácil hablar andando que sentados cara a cara? —apuntó ella.

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—Correcto. Además, estaremos en terreno neutral.


Por lo visto, les consideraba adversarios. Anna se preguntó si escucharía sus
sugerencias o intentaría salirse con la suya. Se puso chaqueta, guantes y gorro. Se
sentía tan nerviosa como en una primera cita.
Recordaba otros paseos que habían dado juntos. Disfrutaban recorriendo la
ciudad cuando las calles estaban casi desiertas, pero no se trataba de una cita para
divertirse, sino de una discusión seria para decidir el futuro de su hijo.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó ella mientras emprendían el camino
hacia la bahía.
Soplaba un viento frío, pero la estaba revigorizando.
—Tala vez deberíamos empezar por la custodia.
—¿Quieres decir que te plantearías quitarme la custodia total de mi bebé? —lo
miró atónita.
—Es posible. Recuerda, Anna, que no es sólo tuyo, es de los dos. Voto por la
custodia compartida.
—¿Y cómo funcionaría eso?
Le inquietaba hablar del bebé como si fuera un bien común. Dudaba poder
tratarlo así cuando naciera. Sería un ser diminuto y dependiente de su amor y sus
cuidados. No sabía si podía compartir eso con Tanner, por legal que fuera.
—Acordamos los términos y, cuando nazca el bebé, tú lo tienes unos días a la
semana y yo los demás.
—¿Por qué ibas a plantearte hacer algo así? —preguntó ella.
Odiaba la idea. ¡Él lo planteaba como si fuera un acuerdo de negocios!
—Veo que aún no lo has pensado bien —dijo él.
—Es verdad.
No estaba segura de querer renunciara un minuto de su bebé. En dos meses
estaría en Bruselas, un acuerdo de custodia le quitaría esa opción.
—Yo sí que lo he pensado. Hubo un… —hizo una larga pausa—, incidente
cuando era joven. Diablos, más que eso. Anna, tenía un hijo y de repente dejé de
tenerlo. No pude hacer nada al respecto. Esta vez puedo y lo haré. No volveré a
sufrir ese dolor.
—Oh, Tanner. ¡Lo siento! No sabía que hubieras tenido un hijo. Es trágico
perder a un bebé —estuvo a punto de echarse a llorar. Sabía bien cuánto sufriría ella
si su embarazo no llegaba a término. Sería mucho peor perderlo después de haberlo
tenido en brazos. Le puso una mano en el brazo—. Lo siento de verdad.
—No quiero que ocurra nada similar —dijo él con ojos duros y expresión fiera.
Parecía el despiadado hombre de negocios que tenía fama de ser—. Y también estoy
pensando en mis padres. Querían a Zach. Quedaron tan devastados como yo cuando
se marchó.

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—¿Se marchó? —ella se preguntó si era un eufemismo para referirse a la


muerte.
Tanner la miró un momento y luego se explicó.
—Cuando estaba en el último año de universidad conocí a una chica, Cindy.
Empezamos a salir y, muy pronto, se quedó embarazada. Nos casamos y tuvimos un
niño… Zachary —desvió la mirada, pensativo—. Cuando tenía poco más de un año,
Cindy me dijo que Zach no era hijo mío. Había discutido con su novio y se lió
conmigo por despecho. Su novio había vuelto y quería a Cindy y al bebé. Yo me
negué, pero el análisis de ADN demostró que el niño era de él. No tuve más remedio
que divorciarme y dejar que se fueran. No he vuelto a saber de ellos.
Anna se detuvo y lo miró con pesar. El niño no había muerto, pero el resultado
final era el mismo. Tanner no había vuelto a verlo.
Luego sintió pánico. No iba a renunciar a su hijo, ni siquiera ante su padre.
—Siento lo de Zach. Entiendo que quieras garantías de poder formar parte de la
vida del bebé.
—Quiero todos mis derechos como padre. Si tengo que apelar a los tribunales
para conseguirlos, lo haré.
—No hará falta. Creía que no querías sentirte atado. Por supuesto que podrás
pasar tiempo con el bebé —se mordió el labio—, pero no será mucho al principio.
Necesitará los cuidados de una madre.
—Quiero pasar tiempo con él en todas las etapas de su vida, hasta que yo sea
un anciano y me muera. ¿Sabes lo que es tener un hijo, que te lo quiten y no volver a
saber de él? No sé si ese hombre es un buen padre. Ni si Zach es feliz, si le gustan los
deportes o las ciencias. Si le va bien en el colegio o no. No lo sé ni lo sabré nunca.
Ella captó el dolor en su voz. De repente, comprendió que habían concebido un
niño juntos y eso los ataría para siempre. Ambos querían al bebé y deseaban lo mejor
para él. Sin embargo, sintió miedo. Quería estar con su hijo y le aterrorizaba la idea
de que Tanner intentara quitarle la custodia.
—Si me voy a Bruselas, estaremos a miles de kilómetros de San Francisco —
apuntó.
—El puesto de Bruselas está en el aire —dijo él—. Quiero estar contigo cuando
nazca el bebé.
—No tenemos ese tipo de relación —Anna lo miro anonadada—. Acabamos,
¿no? Fuiste tú quien lo decidió. Y yo tengo mis planes.
—Tendrás que cambiarlos. Si yo estoy dispuesto a cambiar mis planes por el
bien del bebé, tú también.
—Me traslado en enero. Llevo años esperando esta oportunidad. Más de diez
años, Tanner. No puedes quitármela. He trabajado muchísimo para conseguir el
ascenso. Ya me lo han prometido.

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—No te quitaré nada, lo pospondré. Piénsalo un minuto. Vas a tener tu primer


hijo a los treinta y ocho años. Querrás que tu madre esté contigo. Querrás que tu
familia y amigos conozcan al bebé. Yo quiero que mis padres lo conozcan y lo
quieran. Y quiero estar ahí, establecer vínculos y saber que nadie los romperá. Que
vivas en Bélgica supondrá un problema para todos, por no hablar de que estarás sola.
Si esperas hasta que tenga uno o dos años…
—¿Uno o dos años? Creía que te referías a esperar al parto —dijo Anna,
angustiada. Su anhelado ascenso parecía estar esfumándose por momentos.
—Deja que acabe. Cuando el niño tenga edad para ir a una guardería, te
resultará más fácil trasladarte.
—¿Y quién decide cuándo? ¿Tú?
—Puede —asintió él—. Quiero derechos de visita durante toda su vida.
Posiblemente, incluso custodia compartida. ¡No voy a renunciar a mi hijo o hija!
—No me gusta. Todos los beneficios son para ti. ¿Qué consigo yo? Un retraso
en mi ascenso, tal vez hasta pierda la oportunidad. La mayoría de la gente busca un
trabajo permanente, no uno temporal mientras yo me dedico a criar a un hijo.
Además, temía que empezara a gustarle la sugerencia. Era cierto que quería a
su madre cerca después del parto. Y que sus hermanos y su familia conocieran al
bebé y lo amaran. Y eso le permitiría pasar más tiempo con Tanner.
Sería muy difícil estar juntos sólo por el bebé. Sería más fácil cortar por lo sano,
pero parecía que nada iba ser sencillo durante su embarazo.
Se preguntó cómo sería que Tanner participara en los meses de desarrollo del
feto. Todos se alegrarían de que se quedara en San Francisco, excepto ella. Tenía sus
sueños. Un futuro que construir y desarrollar para su retoño, en Europa.
—No sé cuál sería la mejor solución —dijo, poniéndose en marcha de nuevo.
Tenía que tomar demasiadas decisiones y se sentía presionada. Él debería darle
tiempo a acostumbrarse a sus nuevas circunstancias y a pensarlo todo con
tranquilidad.
—Vamos a tomar algo —dijo Tanner, cuando pasaron ante una cafetería—.
Hace más frío del que pensaba. Seguiremos hablando y buscando un acuerdo.
Anna se preguntó si él realmente quería estar presente cuando naciera el bebé.
Y si sería un padre paciente, tolerante o controlador. Si iría a los eventos escolares y a
los acontecimientos deportivos.
Ocupó una mesa mientras Tanner iba a pedir las bebidas. Observándolo, Anna
recordó lo bien que lo habían pasado en verano. Lo triste que se había sentido
cuando dejó de llamarla. Todo había cambiado. No estaría allí con ella si no estuviera
embarazada. Eso no era buen augurio para un relación seria.

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Tanner, en la cola, miró a Anna por encima del hombro, deseando poder leerle
el pensamiento. Había hablado varias veces con su abogado para pedirle pautas de
actuación. Era cierto que quería al bebé. Tras el impacto inicial, lo había emocionado
saber que iba a tener otro hijo. Había perdido a Zach y no quería que eso volviera a
ocurrir. Deseaba ser parte de la vida del bebé. Y no podría si Anna se iba a Bruselas.
Ése era el primer obstáculo que tenía que salvar. Tenía que conseguir que
cambiara de opinión y se quedara en San Francisco hasta después del parto.
Y además, tendría que solucionar el problema de la división europea del
negocio. Podía pedirle a Thomas que retrasara su jubilación unos meses o que
contratara a alguien temporalmente. O darle el trabajo a otra persona, sin más.
Anna lo mataría si hacía eso, pero era capaz de hacerlo para obligarla a
quedarse.
Si no hubiera aceptado la dirección de Drysdale Electronics, seguramente
seguirían viéndose. ¿Cómo se habría tomado entonces la noticia de su embarazo?
Pagó las bebidas y fue hacia la mesa. Anna aceptó su taza y tomó un sorbo.
—Sin cafeína —dijo él, alzando su taza en brindis.
—Gracias.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Mucho mejor esta semana.
Tanner la estudió mientras hablaba. Seguía estando pálida. Lo de que las
mujeres resplandecían cuando estaban embarazadas debía de ser un mito.
Seguía asombrándolo haberla dejado embarazada. No se había planteado
volver a casarse después de la perfidia de Cindy, ni tampoco tener otro hijo. Un bebé
condicionaba el futuro. Muchas cosas podían ir mal, y eso era terrorífico, pero dado
que había ocurrido estaba resignado, y emocionado. Tenía que convencer a Anna
para que se quedara.
—Intentemos llegar a un acuerdo que nos satisfaga a los dos, lo firmaremos y
seguiremos adelante.
—No es tan fácil —dijo ella, moviendo la cabeza.
—Claro que sí. Sólo tenemos que hacerlo.
Ella suspiró y miró a su alrededor. Había muchas parejas charlando y riendo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y Tanner sintió pánico al verlo.
—Tanner, he trabajado mucho para conseguir ese puesto en Europa. Sin
embargo, cada vez que mi hermana o mi cuñada se quedaban embarazadas, sólo
podía pensar en cuánto deseaba tener un bebé. No sé qué hacer. Quiero al bebé pero,
¿y si no puedo cumplir con mi trabajo porque él me necesita? ¿O si no puedo tenerlo?
Mi médico no quiere asustarme, pero cuando insiste en citas semanales, ¿cómo no
voy a tener miedo?

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—Muchas mujeres trabajan y tienen hijos. Y el puesto europeo seguirá ahí para
ti, Anna. El bebé lo hemos concebido los dos. Deja que te ayude hasta que estés lista
para irte a Bruselas.
—Ya estoy lista.
—Después de que nazca el bebé. Quiero estar presente en ese momento. Déjame
compartirlo.
Tanner sabía que se estaba arriesgando, pero confiaba en Anna y quería
tranquilizarla. No era como Cindy, no podía olvidar eso. Y no tenía ninguna duda de
que, esa vez, él era el padre.
—No sé.
Él sintió un destello triunfal. Ella se estaba ablandando. Lo siguiente era
redactar un acuerdo legal.
—Vas demasiado rápido —protestó ella.
—Los meses siguientes pasarán volando. No tenemos tiempo que perder.
Se inclinó hacia ella y le apartó el pelo del rostro.
—El verano pasado disfrutamos estando juntos. Recordemos eso y recuperemos
esos sentimientos mientras estamos juntos. Ninguno de los dos queremos algo para
siempre. Sería fantástico disfrutar del tiempo que estemos juntos. Lo nuestro era muy
especial, Anna. Volvamos a disfrutarlo.

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Capítulo 6
Tanner seguía intentando hacerse a la idea de ser padre de nuevo. Había una
diferencia con la vez anterior: estaba seguro de que el bebé era suyo. Y nadie iba a
quitárselo.
Recordó la increíble noche que habían pasado juntos. Anna había sido cariñosa
y apasionada en la cama, y lo había vuelto loco de deseo. Habían hecho el amor
varias veces. Y odió marcharse al día siguiente, lo que ya en sí era raro. Sabía lo de la
incomodidad del día después, pero no había sido así con Anna. Y luego había dejado
de llamarla. Ya había pasado la etapa de acostarse con cualquiera que le llamara la
atención. Tras la marcha de Cindy se había concentrado en su carrera y había
ascendido rápidamente en el mundo corporativo. El verano anterior había sido uno
de los mejores para él.
Se preguntó cómo sería pasar más tiempo con Anna.
Compartir un hijo y seguir en contacto a lo largo de los años.
—Esto es muy importante para mí, y quiero que lo pienses bien. Démosle a
nuestro hijo o hija todas las oportunidades posibles —le dijo a Anna.
Ella lo miró fijamente. Después tomó un sorbo de café. Tanner deseó poder
leerle el pensamiento. Su postura indicaba resistencia. Era irónico, solía ser el hombre
quien protestaba. Él, en cambio, intentaba convencerla de sus derechos como padre.
—Sigue sin parecerme buena idea —musitó ella.
—Si tienes una mejor, es el momento de decirla.
—Podríamos seguir como hasta ahora —ofreció.
—Ésa no es una opción —refutó él.
En realidad, era gracioso. Se había casado con Cindy creyendo que estaba
embarazada de él, cuando no era así. Pero ni siquiera le había sugerido matrimonio a
Anna… que sin duda llevaba dentro a su hijo. ¿Debería hacerlo?
Estuvieron un rato en silencio. Tanner no dejó de mirarla; si tenía que retomar
el tema, lo haría.
—Entonces, ¿cuándo crees que podría llevarme al bebé a Bruselas? —preguntó
ella por fin, como si hubiera captado su determinación de no cejar.
—No lo sé, pero cuando tenga varios meses.
Por primera vez, pensó en cómo sería volver a ocuparse de un bebé. Ella
necesitaría ayuda al principio. Los bebés dormían pocas horas seguidas y hacía falta
ayuda para soportarlo. Se preguntó si lo amamantaría o le daría biberón. Cindy había
optado por el biberón y él había disfrutado las noches que le tocaba dar de comer a
Zach. Había hecho miles de planes para el niño en esas horas de la madrugada.
Aunque fuera hijo de otro hombre, Tanner siempre pensaría en Zach como hijo
suyo.

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—¿Qué abogado debería redactar el acuerdo? —preguntó Anna.


Tanner sintió júbilo. Ella iba a condescender.
—Si lo prefieres, puede hacerlo la tuya. El mío lo revisará y firmaremos cuando
estemos de acuerdo.
—Nunca imaginé que tener un bebé supondría todo esto —dijo Anna, con
tristeza.
—Hay que jugar las cartas tal y como vienen —respondió él, encogiéndose de
hombros.
—Si lo hacemos así, tendrás que conocer a mi familia. Voy a darles la noticia en
Acción de Gracias.
—Si crees que querrán conocerme, bien —dijo Tanner—. Dudo que les guste la
situación, ¿qué crees tú?
—Me extrañaría. Se alegrarán por mí, pero no les gustará cómo se han
desarrollado las cosas. Pero llevo sola muchos años. Hablaré con mi abogada. Ahora
me gustaría irme a casa.
—¿Te encuentras bien? —Tanner escrutó su rostro.
—Estoy cansada. Quiero irme a casa.

Mientras la acompañaba a su casa, Tanner se debatió internamente. Sabía que


estaba haciendo lo correcto, pero deseó que ella aceptara mejor su idea. Cuando
llegaron, ella lo miró antes de entrar.
—Conseguiremos que funcione, ¿verdad? —dijo.
—Conseguiremos lo que queramos —respondió él.
Incapaz de contenerse, le apartó el pelo que revoloteaba alrededor de su rostro.
Tenía la piel suave y fría, y las mejillas sonrosadas. Parecía triste.
—Haremos que funcione, Anna —dijo. La besó.
—Es muy distinto de lo que había imaginado.
—Que sea distinto no implica que sea malo. Ve a casa y descansa. Buenas
noches.

El lunes por la mañana, Anna llamó a su abogada y concertó una cita. Le


resultaba difícil concentrarse en el trabajo sabiendo que no se trasladaría a Bruselas
dos meses después, tal y como había planeado. De hecho, tardaría al menos un año
en hacerlo. Pensar en la pérdida de su puesto la entristeció. Si no conseguía llevar el
embarazo a término, necesitaría el reto de dirigir la división europea para no pensar
en su pérdida.

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Pero si el bebé nacía, seguramente no le importaría el retraso en el ascenso


cuando lo tuviera en brazos. Se alegraría de que su madre estuviera cerca y de que el
resto de la familia pudiera relacionarse con el bebé. Era como dejar de lado una vida,
sin saber si tendría oportunidad de disfrutar de una nueva.
La abogada había redactado los detalles del acuerdo y ofrecido sugerencias
cuando Anna no había sabido qué límites imponer. Legalmente, no podía negarle a
Tanner un acceso igualitario a su hijo. Además, lo había pensado durante el fin de
semana y sabía que ella no querría que la privaran de estar con su bebé. Y Tanner
había sufrido la pérdida de Zach.
Tras comentar todos los detalles, Jillian le dijo que redactaría un acuerdo y
prometió enviárselo al abogado de Tanner en el plazo de una semana.
Anna volvió andando a Drysdale Electronics. Estaba nublado y se vaticinaba
lluvia, pero aún no había descargado. Deseó que Tanner aceptara todos los términos.
Le había resultado difícil plantearse vacaciones y periodos extraescolares cuando el
bebé ni siquiera había nacido. Jillian había sido muy concienzuda.
Anna pasó ante uno de los restaurantes en los que había comido con Tanner. En
esa época se había entusiasmado cada vez que salían y revivido cada cita por la
noche, antes de dormirse. Tenían mucho en común. Cabía la posibilidad de que
hubiera bajado todas sus defensas si hubieran seguido viéndose.
Deseó que Tanner no hubiera aceptado el puesto en Drysdale Electronics, pero no
se arrepentía ni por instante de haberlo conocido.
Si no hubiera sido por Tanner, no tendría la esperanza de tener un bebé pasados
siete meses.

Tanner encendió la televisión para ver un partido de fútbol. Había sido una
semana frenética, dedicada a la reestructuración de la empresa. Había contratado a
un par de ejecutivos que podían darle los resultados que esperaba. Y había
entrevistado a un posible director que se vendía bien y tenía experiencia, pero que no
acaba de convencerlo. Aun así estaba dispuesto a concederle el beneficio de la duda.
Ese fin de semana iba a descansar. Hacía días que sólo veía a Anna a distancia.
Había hablado con Thomas, en Bruselas, y lo había sorprendido con su petición de
que retrasara su jubilación unos meses. Thomas iba a contestarle la semana siguiente.
Sólo le quedaba una tarea pendiente: decirles a sus padres que había un nieto
en camino.
Le costaba llamar, pero no porque no fuera a gustarles la idea. Los había
devastado que Cindy se llevara a Zach. Habían adorado a su nieto y querían más.
Pero nadie iba a quitarle a este niño cuando naciera. Por primera vez desde que
supo la noticia, Tanner Pensó seriamente en la advertencia de Anna: «Quizá el
embarazo no pueda llegar a término».

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Había estado tan absorto con mantener al niño cerca de él que no había
prestado atención a sus palabras. ¿Estaría ella en peligro? ¿O sólo el bebé?
Imaginó a un bebé de pelo rizado y ojos azules mirando a su madre. Durante
un instante, lamentó que no pudieran formar una familia normal. Para siempre.
Sospechaba que su acuerdo no sería de los de «felices para siempre». Compartirían el
nacimiento y los años de formación de su hijo o hija. Pero Anna tenía otros objetivos
y él había forjado su futuro años antes. Cada uno seguiría su camino y sólo estarían
unidos por el niño. Esa idea le provocó tristeza.
Miró la televisión, sin ver a los jugadores. Tendría que buscar a una niñera que
lo ayudara durante los primeros meses de vida del bebé. No podría tomarse
vacaciones cada vez que le tocara tenerlo con él.
Se preguntó cómo se planteaba Anna la situación. Tal vez deberían contratar a
una niñera a medias, que fuera con el bebé a cada casa.
Sonó el timbre. Para su sorpresa, era Anna.
—Espero no molestar —dijo ella.
—Claro que no. Entra —se apartó para darle paso.
Ella nunca había estado allí. ¿Cómo había sabido dónde vivía?
—He recibido los papeles de mi abogada. También se los envió a tu abogado,
pero he pensado que, te gustaría verlos cuanto antes.
Él cerró la puerta y colgó su chaqueta en el perchero. Anna miró a su alrededor
y fue hacia el sofá.
—Si no es buen momento, me iré.
—No hay problema —apagó la televisión con el control remoto. Extendió la
mano hacia el sobre de documentos—. ¿Quieres beber algo? —sugirió.
—No.
Tanner se sentó en un extremo del sofá y echó un vistazo a la primera página.
Estaba todo muy bien explicado. Tras leerlo todo, alzó la vista.
—¿Satisfecho? —preguntó ella.
—En principio, sí —era un acuerdo justo que podía aceptar. Al menos,
inicialmente. Tal vez desearan cambiar algunos términos cuando el niño o niña
creciera, pero eso aún estaba lejos—. Veremos cómo va.
—¿Por qué estas haciendo esto, Tanner?
—Admito que soy egoísta, Anna —dijo él, sincerándose—. Esto es como una
segunda oportunidad para ver a mi hijo o hija crecer y compartir todo lo que me
perdí con Zach. No quiero despertarme una mañana y descubrir que el bebé y tú
habéis desaparecido, no quiero perderme su vida.
—¿Y mis planes? ¿Sabes cuánto tiempo llevo planeando irme a vivir a Europa?
—Europa seguirá ahí. Un bebé cambia tan rápido que si parpadeas te pierdes la
mitad —dijo él.

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—Si aceptas los términos que he propuesto, supongo que los abogados pueden
ocuparse de todo a partir de ahora —dijo ella.
—Hablas como si no fuéramos a volver a vernos.
—Fuiste tú quien puso fin a nuestra relación. Ahora que trabajo para ti,
entiendo por qué. Los romances de oficina pueden llegar a ser muy complicados.
Él dejó los documentos a un lado.
—Al menos sabríamos dónde estamos. Sobre todo teniendo un objetivo común:
traer al mundo a un bebé sano. Quizá debiera replantearme esa decisión.
A Anna le sorprendió ese comentario. Era lo último que habría esperado.
Parecía dispuesto a cambiar sus propias reglas por el bien del bebé.
—Pareces extrañada —dijo él.
—Lo estoy.
—¿Por qué? Necesitarás ayuda: consultas médicas, comprar muebles y ropa
para el bebé… ¿Quién mejor que su padre? ¿No quieres que te acompañe al médico?
¿Al menos para la ecografía? ¿Y qué me dices de alguien que esté contigo en el parto?
Ella lo miró atónita. Hablaba como si quisiera acompañarla en cada paso. Eso
no encajaba con su imagen de Tanner, ejecutivo despiadado.
—No hay otro hombre, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
—En verano me pregunté por qué no —añadió.
—Por qué no, ¿qué? —preguntó Anna, aún haciéndose a la idea de que la
acompañara al médico y asistiera a la ecografía y otras pruebas. Notó que se estaba
sonrojando.
—Por qué no te has casado. Recuerdo que mencionaste haber estado
comprometida. ¿Qué ocurrió?
—Tú nunca dijiste nada y has estado casado —dijo ella, intentando evitar
hablar de Jason.
—Descubrí joven que el matrimonio no era lo mío. Pero la mayoría de las
mujeres quieren casarse.
—Algunas prefieren desarrollar su carrera.
—No sabía que fueran cosas excluyentes —dijo él con sequedad—. La mayoría
de las empleadas de Drysdale están casadas, ¿no? Y son profesionales.
—Estuve comprometida una vez —empezó ella.
No le gustaba hablar de Jason, pero Tanner había compartido su pasado y le
debía lo propio.
—¿Qué ocurrió? —preguntó él.
—Estábamos decidiendo dónde viviríamos después de casarnos y Jason
mencionó que quería una casa grande con jardín para los niños. Nunca habíamos

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hablado de eso, no había dicho que quisiera hijos. Tuve que decirle que no podía
quedarme embarazada. Se quedó inmóvil, luego se levantó y se fue. Al día siguiente
fue a verme y me dijo que quería tener hijos y que si yo no podía dárselos lo mejor
era dejarlo.
—Bastardo.
—Muchos hombres quieren tener hijos propios.
—Una mujer no es sólo una máquina de hacer bebés —dijo Tanner. Se levantó y
fue hacia la ventana—. ¿Así que se casó y tuvo montones de niños?
—No sé qué ha sido de su vida.
Nunca había intentando averiguar nada. Su hermana la había animado a
hacerlo, para poner el broche final a la relación. Pero Anna no quería saberlo. La
conclusión era clara: no era lo bastante buena para Jason Donalds.
Y resultaba que podría haberlo sido. Si se hubieran casado, ¿se habría quedado
embarazada?
Imaginó encontrarse con Jason por casualidad, mientras empujaba el cochecito
de su bebé. Pero él se habría desenamorado, igual que ella, así que no le supondría
ninguna satisfacción demostrarle que podía ser madre.
Además, no había garantías de que fuera a tener un bebé sano. Su sueño se
evaporó y volvió la preocupación que intentaba mantener bajo control.
—¿Hasta qué punto quieres llevar lo de vernos?
Él se apoyó en la pared y metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—¿En qué sentido?
—Tengo consulta con el médico todos los martes. Las concerté a las cinco, para
no tener que salir demasiado pronto del trabajo. No quiero dar lugar a cotilleos hasta
que esté más segura de que el embarazo es viable. Me harán una ecografía la semana
que viene, y otra a mitad del embarazo.
Si seguía embarazada. Pero no le reveló sus miedos a Tanner, prefería no pensar
en eso. Quería tener el bebé y no sabía qué haría si lo perdiera.
—Me organizaré para acompañarte la semana que viene. Y siempre que pueda
—dijo Tanner.
—¿Decías en serio lo de asistir al parto? —ella no había pensado tan allá. En
parte por superstición: si no daba nada por hecho, no sufriría una decepción.
—¿Por qué no? Estuve presente en la concepción. Me gustaría seguir el
proyecto hasta el final.
Ella casi sonrió al oír su broma. Pero la situación no tenía ninguna gracia.
—Tendrás que conocer a mis padres. Ya has visto a mi madre, aunque no en las
mejores circunstancias.
—¿Y han mejorado en algo? —preguntó él.

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—No —sonrió—, pero aun así tendré que presentarte a la familia. Querrán
conocer al padre del bebé.
Cuanto más lo pensaba, más lejos le parecía Bruselas. Tal vez fuera mejor tener
el bebé en San Francisco y quedarse unos meses más. Estaría rodeada de amigos y su
familia no estaba lejos. Y el padre del bebé también estaría cerca.
Si llegaba a tenerlo. Tenía que recordarse eso constantemente. Aún no creía en
el milagro de lo ocurrido y temía que ocurriese algo horrible. Se estremeció y deseó
poder llegar a tener a su bebé en brazos. Miró a Tanner.
—Ven a pasar el día de Acción de Gracias con mi familia.
Él consideró la idea. Ella lo contempló, pensando lo guapo que era y lo bien que
lo habían pasado juntos. Le gustaba su forma de mirarla, como si fuera la única
persona en el mundo. Sus ojos oscuros la derretían. Deseo tener aún el derecho a
pasar los dedos por su pelo, sentir la textura y la calidez de su piel bajo la palma de
la mano. Sentir su boca en la de ella.
—Un «sí» o un «no» bastaría —dijo, cuando se dio cuenta de que él no había
contestado.
—Sería algo incómodo, ¿no crees?
—Tendrán que ser hospitalarios si vienes. Sólo sería para comer. Viven en
Stockton, a unas tres horas en coche. La comida de Acción de Gracias es a la una.
Podríamos ir por la mañana, comer y volver.
—No. Es un día de familia. Molestaría, y sería incómodo para todos. Hay
tiempo de sobra para conocerlos antes de que llegue el bebé.
Anna lo entendió muy bien. Ella también habría rechazado una invitación a un
evento con la familia de él. No se conocían tan bien. Y eso la entristeció. Había
pasado unas semanas gloriosas empezando a conocer a ese hombre, empezando a
enamorarse de él. Le gustaba estar en pareja, hacer planes comunes.
Pero eso ya se había acabado.
—¿Te pondrán las cosas difíciles? —preguntó él.
—No veo cómo. Si supieras cuánto he deseado poder tener hijos y cuánto
lamentaban todos que no fuera posible… Se alegrarán mucho por mí.
—Pero queda la cuestión del matrimonio.
—No, no queda.
—¿Quieres que me case contigo por el bien del bebé? —preguntó Tanner.
A Anna le dio un brinco el corazón. Luego pensó lo que había dicho: «por el
bien del bebé». No, no quería casarse por esa razón. Negó con la cabeza.
—No, no quiero casarme por el bebé. Estará muy bien con su madre soltera.
Tengo que irme.
—Quédate un rato —dijo Tanner, apartándose de la ventana—. ¿Qué más vas a
hacer hoy?

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—Echarme la siesta después de comer —respondió ella, yendo hacia la puerta.


No quería quedarse. El comentario sobre el matrimonio le había hecho desear
eso mismo, pero por amor, devoción y deseo de compartir su vida con alguien. Se
preguntó si encontraría a la persona adecuada. Era improbable, así que mejor no
pensar en ello.
Él la acompañó hasta la puerta.
—Gracias por traer el documento. Lo leeré atentamente y te diré si prefiero
cambiar algo.
—Muy bien.
La ayudó a ponerse la chaqueta y acarició su mejilla antes de inclinarse hacia
ella. Anna contuvo la respiración, preguntándose si iba a besarla.
Lo hizo. No fue un roce de los labios, sino un beso de verdad, como los que
habían compartido ese verano. Los que tanto había echado de menos.
—¿Quieres que te lleve a casa?
—No, gracias. Adiós —abrió la puerta y casi salió corriendo.
Tenía el corazón desbocado y le bullía la sangre. Se sentía más viva que hacía
semanas. Sin duda, tenía problemas. Y serios.

Decidió volver a casa andando, para hacer ejercicio y para calmarse. No podía
creer que Tanner quisiera involucrarse tanto en la vida del bebé. Y no podía negarle
el derecho a pasar tiempo con su hijo o hija. Sobre todo sabiendo cuánto le había
dolido perder el contacto con el hijo que había creído suyo. Pero tendría que
controlar sus emociones: no más besos.
Cuando llegó a su casa, hizo la comida y llamó a su madre. Después de los
preliminares, fue al grano.
—Quería concretar lo de Acción de Gracias. Iré por a mañana y me quedaré
hasta el domingo.
—¿Cómo te encuentras?
—Mucho mejor. Casi normal, excepto porque estoy cansada todo el tiempo.
—¿Y el padre del bebé?
Anna titubeó; no sabía cuánto contarle a su madre.
—Quiere participar activamente en la vida del niño, estamos preparando un
acuerdo sobre la custodia —le sonó raro decirlo.
No quería compartir a su bebé. Sin embargo, llegaría el momento en que
tendrían que establecer turnos.
—Daré la noticia de mi embarazo cuando estemos todos reunidos. ¿Te parece
bien? —Anna quería compartir la buena nueva. Tal vez si se lo decía a todos no

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ocurriría nada malo. Tendría un embarazo de libro de texto y daría a luz a un bebé
sano y perfecto.
No estaba segura de cómo se tomarían la noticia su hermano y su hermana. Se
alegrarían por ella, pero seguramente cuestionarían la idea de criar a un bebé como
madre soltera. Tenía que asegurarles que eso era lo que deseaba, entonces la
apoyarían.
—Será el mejor momento. Podemos hacer planes todos juntos. ¡Estoy deseando
abrazar a ese bebé!
Después de hablar con su madre, se echó la siesta. Lo mejor del fin de semana
era poder dormir tanto como quisiera. Necesitaba descansar.
Cuando se despertó, fue al salón y empezó a revisar algunas notas del trabajo.
El teléfono sonó al final de la tarde. Le sorprendió oír la voz de Tanner.
—¿Quieres cenar conmigo? —preguntó él.
Ella titubeó. Estar con él no era como en el verano. Entonces habían tenido
mucho de que hablar. Ahora todo giraba alrededor del bebé.
—Sólo es una cena, Anna.
—Bueno, vale. Gracias.
—Deberíamos planear nuestra estrategia. ¿Qué te parece que compre comida
china y la lleve a tu casa?
—Me parece bien.
Se quedó sentada preguntándose si retomarían la camaradería del verano. No
quería limitarse a hablar del bebé. Quería pasarlo bien con Tanner. Esperaba no
haber perdido eso para siempre.

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Capítulo 7
Tanner colgó el teléfono; la respuesta de Anna había sido menos entusiasta de
lo que esperaba. Parecía distante. Sin duda, el modo en que él había concluido la
relación no había ayudado. Y acusarla de pretender atraparlo había empeorado las
cosas.
Aun sí, le había pedido que se casara con él. No sabía si sentía alivio por su
rechazo, o decepción. Y eso no tenía ningún sentido. No iba a seguir ese rumbo otra
vez, con una había tenido bastante.
Se estaba arriesgando al involucrarse con el bebé. Seguía echando de menos a
Zach. ¿Pero cómo no iba a querer conocerlo? Había adorado al pequeño Zach y
perderlo había sido terrible. Sus amigos no lo entendían. La mayoría pensaba que
debería alegrarse de no tener esa responsabilidad. Sobre todo de un hijo que no era
biológicamente suyo.
Pero Tanner nunca había sentido eso. Iría a comprar comida china e intentaría
negociar una tregua. No quería que Anna estuviera nerviosa e inquieta con él. Lo que
pensara el resto del mundo le daba igual. Sólo era asunto de ellos el formar una
alianza hasta que naciera el bebé.
Llamó, pidió la comida y fue a recogerla. Era un restaurante que habían
frecuentado en el verano, y sabía cuáles eran los platos preferidos de Anna.
Le pareció que estaba muy bonita cuando le abrió la puerta. Llevaba los mismos
pantalones y blusa que esa mañana y el cabello suelo y cayendo sobre sus hombros.
Tenía los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas.
Deseó envolverla en sus brazos y besarla hasta que no recordase su nombre,
para luego llevarla a la cama. Apretó los dientes para controlarse y alzó la bolsa de
papel.
—He comprado todo lo que te gusta.
—Espero que también hayas comprando algo que te guste a ti —dijo ella,
apartándose para que entrara.
—Por supuesto.
Unos minutos después la mesa estaba puesta, abrieron los envases y empezaron
a comer.
—Tenemos que hablar sobre cómo plantearle esto al resto del mundo —dijo
Tanner—. Cuando se lo digas a tu familia, yo se lo diré a la mía. No hay razón para
mantenerlo en secreto.
—La verdad, Tanner, me molestaría que la gente pensara que el bebé es fruto de
un revolcón. Prefiero que piensen que sentíamos algo el uno por el otro, y me quedé
embarazada, en vez de decir la verdad.
Él arrugó la frente y pensó un momento. Tampoco quería que la gente pensara
que sólo se habían acostado una vez. Quería más para Anna, y para él. Quería ser

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parte de su vida, y no sólo por el bebé, sino también por sí mismo. Le asombró darse
cuenta de que empezaba a pensar a largo plazo.
—¿Y qué sugieres? —preguntó con cautela.
—No sé. Tal vez podríamos simular que fuimos mas que amigos casuales. No
espero que dejes de salir con quien quieras, pero podríamos decir que nuestra
relación fue más intensa, o algo así.
—Se nos ocurrirá algo convincente —dijo él—. De hecho, si seguimos
viéndonos, no habrá cotilleos.
—¿Al soltero convencido le disgustaría que creyeran que lo han atrapado con el
truco del bebé? —dijo Anna, riéndose al ver su expresión.
—No es un truco. Un hijo es algo maravilloso. Quiero formar parte de su vida,
ahora y después.
—Lo sé —dijo ella.
—Pero habrá muchas bromas cuando la gente se entere. Ya me imagino lo que
van a decir un par de amigos.
Durante años, desde su divorcio, Tanner había jurado no volver a tener una
relación seria. Cuando salía con sus amigos, Stan y Tad, a veces se ponían filosóficos
tras unas cervezas; Tanner mantenía su postura a capa y espada. Ya veía las risas de
sus amigos cuando descubrieran que iba a ser padre.
Pensó que Stan lo entendería. Siempre lo había apoyado cuando más lo
necesitaba.
También quería dar la noticia a sus padres. Y asegurarles que ese nieto o nieta
no desaparecería cuando ya le tuvieran cariño.
Después de la cena, Anna llevó los platos a la cocina. Tanner recogió la mesa,
tiró los envases y se quedó a su lado mientras ella fregaba.
Se sentía atraído por ella. Si no hubiera descubierto que trabajaba para Drysdale
Electronics seguramente aún saldrían juntos. Era muy fácil estar con ella. Atractiva,
inteligente y con una serenidad que él no solía tener en su vida. Y no lo había
presionado para que se comprometiera a largo plazo.
—No hace falta que me esperes aquí. No tardaré —dijo ella.
—Puede que quiera estar aquí contigo —se acercó, inclinó la cabeza y besó su
mejilla.
—No hagas eso —protestó ella con enfado.
Estaba tan cerca que él, sin pensarlo, capturó sus labios. Ella se tensó un
instante, pero luego pareció derretirse cuando la rodeó con sus brazos. Era dulce,
suave y cálida. Tanner notó cómo su boca cedía bajo la suya y profundizó el beso.
Quería recuperar los sentimientos que habían compartido antes.
Sabía que su acuerdo no sería eterno. Anna se merecía tener una familia, con un
marido y niños que la adoraran. Y él no podía serlo.

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Aun así, deseaba cuanto Anna pudiera darle. Ella rodeó su cuello con las
manos, mojadas tras fregar. No le importó. La atrajo hacia sí y Anna emitió un
quejido de protesta. Tanner alzó la cabeza y la miró.
—No deberíamos estar haciendo esto —jadeó ella.
—He pensado que debíamos practicar para poder convencer al resto del mundo
de nuestro plan —repuso él.
Era una mala excusa, pero deseaba besarla, sentir su cuerpo cerca del suyo.
—Buen intento —Anna movió la cabeza—. Pero no creo que necesites práctica
en ese tema.
—Me interesa cómo pretendes dar la impresión de que estábamos enamorados
—Tanner sonrió y la soltó—. Si los besos están prohibidos, ¿qué sugieres?
—No he dicho que los besos en sí estén prohibidos —Anna dejó caer las
manos—. Sino que tú no necesitas práctica. Y yo no necesito la tentación.
—¿Tentación? —Tanner enarcó una ceja.
—Sabes, por este verano, que te encuentro atractivo. Y besos como ése nos
llevarán de vuelta al dormitorio. Que es lo que originó esta situación.
—Para mí fue una noche especial, y espero que también lo fuera para ti —tomó
su rostro entre las manos—. Si soy sincero, no creo que pueda dejar de tocarte si
pasamos mucho tiempo juntos. Pero sólo lo haré si sé que a ti te gustaría.
—Me gustaría —asintió ella, mirándolo a los ojos.
Tanner casi gruñó. La deseaba en ese momento, pero sabía que no podía
llevársela a la cama esa noche. Deseó que pudieran recuperar el nivel de confianza y
amistad que habían tenido en el verano.
—Bueno, voy a marcharme. Te veré en la oficina —dijo él.
Ella hablaba de tentación, pero no creía que superara a la suya.
La atrajo y volvió a besarla. Luego acarició su mejilla con un dedo y se marchó.
Anna oyó cómo se cerraba la puerta principal. No podía moverse. Sus ojos se
llenaron de lágrimas. Si las cosas hubieran sido distintas, podría haberse enamorado
de Tanner Forsythe.

El lunes por la mañana, Anna llegó temprano a la oficina. Había descansado lo


más posible durante el fin de semana, pero seguía sintiéndose cansada. Pasar parte
de la noche despierta, pensando en Tanner, no había ayudado.
Se preguntaba cómo se desarrollaría el futuro, y cómo afectaría la relación
personal a la profesional.

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Decidió concentrarse en su trabajo. Haría que el embarazo se desarrollara tal y


como ella quería. Tal vez sólo tuviera un bebé en su vida, y quería que todo fuera
perfecto.
Poco después de las nueve, Ellie la convocó a una reunión que Tanner iba a
celebrar a las diez.
—Presentará a un par de nuevas personas que ha contratado. En marketing
saltarán chispas —advirtió.
Anna sabía que habría cambios en la empresa con otra persona en la dirección.
Y Tanner Forsythe no había llegado a dirigir una empresa tan grande, a su edad, a
base de charlar y no hacer nada.
A las diez en punto, Anna entró en la sala de reuniones. Sólo había cuatro
directores más. Saludó con la cabeza y se sentó frente al director de marketing. Se
preguntó si Ellie también le habría advertido que había cambios a la vista.
Tanner entró, seguido por dos hombres. Saludó al grupo y esperó a que los
recién llegados se sentaran.
—He contratado a dos nuevos directores, con la aprobación de la junta
directiva. James Ruston estará al frente de la sección de ventas nacionales. Su objetivo
es incrementar las ventas un veinticinco por ciento en los siguientes seis meses. Por
favor, espero que cooperéis con él para que consiga esa meta.
Todo el mundo miró al hombre moreno, que inclinó la cabeza, a modo de
saludo, antes de hablar.
—He revisado las estrategias actuales y me reuniré con todo el departamento la
semana que viene. Quiero información e ideas de todos, por alocadas que parezcan
inicialmente. Yo decidiré cuáles utilizar o ignorar —dijo—. Estoy deseando conoceros
a todos. Y espero que podáis ayudarme.
Tanner miró al otro hombre.
—Al Henning dirigirá marketing nacional. Tiene amplia experiencia en el sector
electrónico y sabe crear nombre de empresa —Tanner mencionó la empresa en la que
había trabajado, de éxito mundial—. Ahora, me gustaría que los demás os
presentarais y explicarais cuál es vuestra sección o especialidad.
Procedieron como el día en que llegó Tanner. Después, Tanner empezó a pedir
datos actualizados a todos. Bill Stewart dio un informe incompleto y Tanner llamó la
atención sin dudarlo.
—Espero que obtengas la información de inmediato. ¿Cómo puedes dirigir tu
departamento si careces de los datos necesarios para tomar decisiones?
El siguiente fue Hank Brownson, con los datos del departamento de
contabilidad. Tuvo respuestas a todas las preguntas que Tanner le hizo, pero cuando
acabó tenía la frente perlada de sudor.
—Anna, ¿cómo está el tema de la implantación en Italia? Tiempos, costes y
posibles dificultades.

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A Anna la pilló desprevenida. Había hecho un análisis de ese mercado hacía


unas semanas, pero no se había implementado nada.
—Pensamos iniciar la implementación en enero, cuando esté allí para
supervisar el proyecto —dijo.
—¿Por qué el retraso? El trabajo inicial podría realizarse ahora. No hace falta
que estés allí, tú no harás las tareas del día a día. Y Bruselas no está en Italia.
Él tenía toda la razón.
—Sin embargo, Thomas sigue al mando. Pensé que mantendríamos el plan
original hasta que se retire.
—No podemos dejarlo en suspenso hasta que Thomas decida cuándo retirarse.
Es posible que se quede seis meses más. Me gustaría ver una actualización la semana
que viene, con planes desde hoy.
Le hizo preguntas sobre otros dos proyectos y Anna se sintió afortunada por
poder contestar. Sin embargo, sus respuestas no fueron del todo satisfactorias. No era
extraño que Hank hubiera sudado. Ella se sentía más incómoda e inepta que en
muchos años.
Tanner no le dio cuartel. Su expresión implacable no daba indicio de que la
hubiera besado apasionadamente dos noches antes. O de que hubieran pasado una
noche haciendo el amor.
Anna contuvo un suspiro de alivio cuando pasó al siguiente director. Trabajar
para Tanner Forsythe iba a ser muy distinto de hacerlo para el señor Taylor.
Los dos hombres nuevos hablaron de su experiencia y explicaron sus planes
inmediatos.
Cuando la reunión acabó, poco antes del mediodía. Anna se sentía agotada.
Comió algo, dio un paseo alrededor de la manzana y luego se atrincheró en su
despacho. No le daría a Tanner excusas para criticar su trabajo. Eran casi las seis
cuando Tanner apareció en el umbral.
—¿Quieres ir a cenar algo? —preguntó.
Ella alzó la vista de las gráficas que estudiaba, sorprendida. Rememoró la
vergüenza que había pasado esa mañana. El hombre que tenía ante sí parecía
relajado, no el férreo hombre de negocios de antes.
—Ya deberías haberte marchado —añadió él—. Y como tienes que cenar, tiene
sentido hacerlo juntos —sus ojos oscuros miraron los montones de papeles y la
gráfica de plazos de la pantalla del ordenador.
—No es tan tarde. Además, no eres quién para hablar, has salido tardísimo
todos los días desde que te incorporaste —se sentía inquieta. Se preguntó si ése era el
hombre que la machacaría si fallaba, el padre de su bebé, o el tipo divertido con
quien había pasado tanto tiempo en verano.
Miró su boca y se preguntó si recibiría algún beso de postre. Se le aceleró el
corazón.

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—De acuerdo —aceptó.


Cerró el documento en el que estaba trabajando mientras intentaba,
subrepticiamente, encontrar sus zapatos debajo de la mesa. Se los había quitado
porque tenía los pies hinchados. Encontró uno e intentó meter el pie, pero le costó. Y
no localizaba el otro.
—¿Algún problema? —Tanner, apoyado en el umbral, la contemplaba con
expresión divertida.
—Intento encontrar el zapato —frunció el ceño.
Ahí acababa su intento de parecer sofisticada. Apartó la silla y se arrodilló bajo
el escritorio. El zapato estaba en la esquina más alejada. Un momento después estaba
en pie. Los zapatos le apretaban, pero no iba a ir a cenar en zapatillas deportivas.
—Lista —dijo, animosa.
Conocía lo suficiente el juego corporativo para no parecer preocupada ante su
jefe. Si él no mencionaba la reunión, ella tampoco.
La mayoría de los empleados se habían marchado. Sólo se encontraron con uno
o dos por los pasillos.
—¿No te preocupa que haya cotilleos? —le preguntó Anna a Tanner, junto al
ascensor.
—No —contestó él.
Anna volvió a sentirse como si fuera la única persona en el mundo de Tanner.
—¿A qué distancia de la oficina está la consulta del médico? —preguntó Tanner
cuando estuvieron sentados en un pequeño restaurante cercano.
—A unos diez minutos en coche. Voy en taxi.
—Yo te llevaré. ¿Salimos a las cuatro y media?
—Si vamos en tu coche, podemos salir después. No esta lejos y no hay
problemas de aparcamiento. ¿A las cinco menos cuarto?
Se preguntó cómo podía hablar tan tranquilo de acompañarla al médico. Tenía
la sensación de que se estaba involucrando demasiado. Él parecía dirigir la relación y
ella quería algo de autonomía.
—¿Has contratado a toda la gente que necesitas? —preguntó, para cambiar de
tema.
—No —Tanner se concentró en la carta.
Anna hizo lo mismo y escogió pescado a la plancha.
—¿Sabes a ciencia cierta que Thomas va a retrasar su jubilación seis meses? —le
preguntó.
Era la primera noticia que tenía al respecto y, aunque había llamado a Thomas,
no lo había localizado.
—Sí.

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Ella se dijo que si no iba a contribuir más a la conversación, iba a ser una cena
muy silenciosa.
Tanner estiró el brazo y agarró una de sus manos.
—No estoy aquí para hablar de negocios, Anna. Concierta una cita con Ellie
mañana, si quieres saber más. Ahora intento saber más de ti y de tu embarazo.
—Estoy bien. Por ahora.
—Has mencionado que tal vez no pudieras llevarlo a término. ¿Cómo de grave
es el riesgo?
—¿Tú qué crees? ¿Que me preocupo sin razón?
—No, sigo haciéndome a la idea de que podría ser padre otra vez. Es decir, ser
padre.
—Fuiste el padre de Zach durante un año. Siempre ocupará un lugar en tu
corazón, ¿no?
Él se encogió de hombros. Anna sintió ternura por él. A la mayoría de los
hombres le desagradaba las escenas emocionales. A todos, en realidad.
—He estado pensando en lo que haremos cuando llegue el niño —dijo Tanner.
—¿Niño?
—Bueno, podría ser niña, pero utilizo el masculino por comodidad.
—¿No quieren todos los hombres un niño?
—Sí. O una niña. Yo lo que quiero es un hijo sano.
—Lo mismo que yo —dijo Anna, sintiendo que el pánico la atenazaba de nuevo
hasta sofocarla. Retiró la mano y bebió un sorbo de agua. Deseaba tanto tener ese
bebé que tenía miedo—. ¿Qué querías proponer? —preguntó un minuto después.
Estaba concentrándose en su respiración, para intentar apagar la atracción que
sentía cada vez que estaba junto a Tanner.
—Que contratemos a una niñera interna. Podría traerlo a mi casa cuando no
estuviera viviendo en la tuya. Ofrecería estabilidad al niño y garantizaría que tuviera
atención constante. Nos evitaríamos guarderías y niñeras temporales en ambos
domicilios.
Anna no había pensado tan allá. Sin duda necesitaría a alguien que cuidara del
bebé cuando ella se reincorporara al trabajo, pero había pensado que para entonces
estaría en Bruselas.
—En mi piso no hay espacio para una interna. De hecho, con el bebé ya se
quedará pequeño.
—Entonces, trasládate. De hecho, podrías alquilar un piso en mi edificio. Sería
mucho más fácil compartir al bebé de esa manera.
Estaba loco. Debía de pensar que a ella le sobraba el dinero. Debería exigirle un
aumento equivalente a un alquiler en su lujoso edificio. Así aprendería.

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—Tendría que pensarlo —dijo lentamente.


—Es la solución perfecta —afirmó Tanner.
Perfecta para él, pero ella tendría que pagar mucho mas de lo habitual, y
además tendría el gasto adicional que supondría el bebé.
—Puedo pedirle a Ellie que empiece a buscar…
—No —interrumpió ella—. Primero, es demasiado pronto; segundo, yo me
ocuparé de eso.
Él la miró y luego asintió.
El camarero llegó con la comida. Anna empezó a hablar de una película que
había visto con su amiga Marianne hacía unas semanas. Tanner no la había visto, así
que dedicó un buen rato a explicársela. Quería pasarlo bien y luego irse a casa a
asimilar los acontecimientos del día a solas.

El martes por la tarde, Anna y Tanner volvieron a salir de la oficina juntos.


Como salieron temprano, muchos empleados los vieron. Ella intentó mantener un
aire profesional y distante, con la esperanza de que creyeran que iban a alguna
reunión de trabajo.
Ya en el coche, intentó relajarse, pero la consulta le provocaba ansiedad porque
el médico siempre se mostraba cauteloso.
En la sala de espera, Anna tuvo la sensación de que Tanner encajaba menos que
un pingüino en una habitación llena de embarazadas, pero él no parecía incómodo
en absoluto. De hecho, algunas mujeres sonrieron y otras la miraron con envidia
cuando él la acompaño hasta un asiento y se sentó a su lado.
Anna no quería hablar, porque todo el mundo oiría lo que decían. Los minutos
pasaban muy despacio, pero Tanner seguía relajado y tranquilo.
Por fin, dijeron su nombre.
—Su esposo puede entrar con usted —dijo la enfermera, sonriendo a Tanner.
No la corrigieran.
Cuando entraron en la sala de reconocimiento, la enfermera le dijo que se
desnudara y se pusiera la bata que había colgada en la puerta. La enfermera salió y
Anna miró a Tanner.
—Date la vuelta o sal —le dijo, sonrojándose al pensar en desnudarse ante él.
Había insistido en que hicieran el amor con las luces apagadas, porque le
avergonzaban las cicatrices que cruzaban su torso.
Él se dio la vuelta y miró uno de los gráficos de la pared, que explicaba las
distintas fases del embarazo.

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Anna se desnudó rápidamente y se puso la bata. Sabía que su timidez era


ridícula, teniendo en cuenta que habían hecho el amor, pero no quería que Tanner
viera la telaraña de cicatrices que cruzaba su cuerpo.
—Ya estoy —dijo, sentándose en la camilla.
—Vamos a tener este bebé juntos —dijo él, dándose la vuelta y ocupando la silla
del acompañante.
—Voy a tenerlo yo, tú sólo me acompañarás en el viaje —le contestó ella.
El médico llamó a la puerta, esperó unos segundos y entró.
Anna le sonrió con nerviosismo.
—Hola, doctor Orsinger.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
Miró a Tanner con cierta sorpresa.
Anna hizo las presentaciones.
El doctor la examinó y le preguntó si sentía dolores en la zona abdominal.
Después, ayudó a Anna a sentarse y miró a Tanner.
—Supongo que Anna le ha dicho que este embarazo es de alto riesgo.
Tanner asintió.
—De momento, todo va bien. Pero según crezca el útero, el tejido cicatrizado
opondrá resistencia y podría interferir con el desarrollo normal. Además, el tema de
la edad también podría ser problemático. No es habitual tener un primer bebé tan
tarde —sonrió a Anna—. Sé que no esperabas que ocurriera. Aun así, las cosas van
mejor de lo que yo creía. Llámame si sientes algún dolor abdominal o sensación de
molestias en las cicatrices internas.
Anna asintió. Una semana más, pensó, sólo quedaban veintiocho.
—¿Hay algo concreto que pueda hacer para minimizar el riesgo? —preguntó
Tanner.
—De momento, no. Si surgen complicaciones, intentaremos solventarlas. Sé
cuánto desea Anna este bebé. Al salir, pedid cita para una ecografía la semana que
viene —dijo, antes de despedirse.
Tanner salió con el médico y Anna se vistió rápidamente.

Tanner la esperaba en recepción. Le había hecho varias preguntas al médico y


no le habían gustado las respuestas. Las posibilidades de que Anna perdiera al bebé
eran bastante elevadas. Durante un momento había sentido la misma impotencia que
cuando Cindy se llevó a Zach. No podía hacer nada al respecto.
Sin embargo, esa vez era peor. Se trataba de la vida del bebé. Deseó poder
comprar una garantía con dinero, daría cualquier cantidad, pero eso no era posible.

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Anotó la cita de la ecografía en su agenda electrónica. De repente, entendía el miedo


de Anna.
Caminaron hasta el coche en silencio. Le abrió la puerta y esperó a que ambos
se hubieran abrochado el cinturón de seguridad antes de hablar.
—Ahora entiendo mejor tu inquietud. No debes preocuparte. Haremos cuanto
esté en nuestra mano.
—Es más fácil decirlo que hacerlo, Tanner —le contestó ella—. ¿Tú no vas a
preocuparte?
Claro que se preocuparía. Deseaba tener al bebé en sus brazos, hacer planes de
futuro, enseñarle a entender el mundo y convertirse en una persona de honor.
—Diablos, esto va a ser muy duro —admitió él.

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Capítulo 8
Anna, lista para pasar el día de Acción de Gracias en casa de sus padres, subió
al coche de alquiler hecha un manojo de nervios. Tanner y ella no se habían visto
apenas desde el día que habían estado en la consulta. No habían decidido qué decirle
a la gente. Ella sabía que sus padres se alegraban de la noticia, y contaba con que sus
hermanos también lo hicieran, pero seguía siendo una situación incómoda.
Se había concentrado en su trabajo y no había hecho planes de futuro por el
momento.
Su contrato de alquiler expiraba a finales de diciembre. Ella había contado con
dar aviso a principios de mes y empezar a organizar su traslado a Bruselas, pero eso
había cambiado. No sabía si renovar el contrato por un año o buscar otro piso en el
edificio de Tanner. Si podía pagarlo, sería más cómodo.
Anna llegó a casa de sus padres, en Stockton, unas horas después. Ya había
unos cuantos coches allí. Apagó el motor y contempló la casa. Era de madera, de dos
plantas, con macizos de flores bordeando el sendero de entrada. Al año siguiente de
que la compraran, ella se había trasladado a la residencia universitaria del Estado y
no había vuelto a vivir allí.
Iba en vacaciones, pero su familia solía preferir visitarla a ella, era una buena
excusa para ir a la ciudad.
Adoraba sus visitas. Hablaban hasta altas horas de la noche y exploraban la
ciudad durante el día.
Bajó del coche, consciente de que ése era el gran día. Ya no serían sólo ella y el
bebé. Su familia iba a involucrarse y pronto lo harían los padres de Tanner.
Antes de que llamara al timbre, la puerta se abrió y su madre la recibió con un
cálido abrazo.
—Me alegro mucho de verte. Llegas antes de lo que esperábamos. Entra, entra.
Frank, el padre de Anna, fue a darle la bienvenida. La abrazó con fuerza y luego
dio un paso atrás. A Anna le sorprendió ver lágrimas en sus ojos.
—Me alegro de estar en casa —le dijo.
—Y nosotros de tenerte aquí. Y de tu noticia. Pase lo que pase, cielo, nos
alegramos por ti. Entra.
Toda la familia estaba en la sala. Sam y Marilyn, el hermano y la cuñada de
Anna, estaban sentados junto a la chimenea. Su hija de cinco años, Abby, jugaba con
sus primos Tony y Rebbeca. Becky y Paul, hermana y cuñado de Anna, estaban en el
sofá frente a la televisión, viendo un partido de fútbol.
Becky se movió para hacerle sitio a Anna y le apretó la mano con cariño.
—Hola, me alegra verte.

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Anna sonrió. Era maravilloso estar en casa. Adoraba a todos los miembros de
su familia y estaba segura de que se alegrarían por ella al oír su noticia.
—Voy a ocuparme de la comida —dijo Ginny cuando llegó el descanso del
partido.
Anna y Becky le ofrecieron ayuda y aceptó. Las tres fueron a la cocina.
—He visto suficiente fútbol por un año. Y aún no ha acabado la temporada —
gruñó Marilyn, entrando en la cocina—. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
Ginny le dio instrucciones y entre todas dieron los últimos toques a la comida.
El pavo llevaba en el horno toda la mañana. Mientras Marilyn y Becky preparaban la
guarnición, Anna puso la mesa.
—Paul se muere por ir a Hawai —dijo Becky—, y yo quiero poderme poner un
bañador sin parecer una ballena, así que iremos a principios de enero —se rió—.
Mamá y papá se quedarán con los niños, así que estaremos los dos solos. ¿Vas a
tomarte vacaciones en primavera? —le preguntó a Anna.
Anna negó con la cabeza. En primavera estaría demasiado avanzada en su
embarazo para ir a ningún sitio. Y en verano tendría a su preciado bebé.
Se reunieron alrededor de la mesa y Anna dio gracias a Dios por tener una
familia tan maravillosa. Cuando llegaron los postres todos estaban relajados y
riéndose de los comentarios que hacía la hija de Becky. Entonces Becky sonrió y miró
a todos.
—Por estas fechas el año que viene, seremos uno más —dijo, refiriéndose al
bebé que llevaba dentro.
—Dos más —dijo Anna, sonrojándose. No había pensado dar la noticia así, pero
ya estaba hecho.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Marilyn.
—¿Vas a casarte? —preguntó Becky con los ojos muy abiertos.
Anna miró a su madre. Había llegado el momento.
—Estoy esperando un bebé.
Todos, menos sus padres, la miraron atónitos.
—¿No me dijiste que no podía tener hijos? —le preguntó Marilyn a Sam, su
marido.
—Cuando tuve el accidente, a los dieciséis, los médicos dijeron que no podría
quedarme embarazada, pero se equivocaron. El bebé nacerá en junio.
Todos le dieron la enhorabuena y se levantaron para abrazarla y hacerle una
docena de preguntas. Y una recurrente: ¿quién era el padre? Becky exigió saber todos
los detalles.
—No pienso dar detalles —rió Anna—. Pero esta vez, poco después de tu bebé,
llegará el mío.
—¿Y quién es el padre? —preguntó su hermano.

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—Un tipo a quien conozco desde hace un tiempo.


—¿Suenan campanas de boda? —preguntó Marilyn.
Anna negó con la cabeza.
La pregunta de por qué no quedó flotando en el aire. Todos se miraron entre
ellos, pero nadie expresó su curiosidad. Tras una leve pausa, siguió el interrogatorio:
¿Cuándo lo tendría? ¿Sabía si era niño o niña? ¿Qué nombre le iba a poner?
Cuando Anna vio que no iban a someterla a una inquisición, supo que todo iría
bien.

Cuando emprendió el regreso a casa, el domingo, sentía más confianza en el


futuro. Su madre le había preguntado si las cosas habían cambiado entre ella y
Tanner. Anna había dicho que hasta cierto punto.
Sus padres habían expresado interés por conocer a Tanner, y también sus
hermanos. Anna les invitó a visitarla antes de Navidades. Cenarían todos juntos en
un restaurante popular y lleno de gente, donde todos tuvieran que ser corteses, eso
sería lo mejor.
Tanner la llamó esa noche.
—¿Cómo fue? —preguntó.
—Se lo dije el jueves. Cuando me marché era noticia pasada. Les alegra que
vaya a haber alguien más en la familia. Quieren conocerte.
—Yo se lo dije a mis padres ayer. Están preocupados y vendrán el fin de
semana que viene.
A Anna le sorprendió la noticia. Había pensado que tendría más tiempo antes
de conocerlos. Se preguntó cómo serían.
—Les dije que nos veríamos el sábado. ¿Está bien?
—Sí —aceptó ella. No tenía opción. Cuanto más retrasara el encuentro, peor
sería—. ¿Qué hiciste en Acción de Gracias? —preguntó, para cambiar de tema.
—Trabajar casi todo el tiempo. Se adelanta mucho en la oficina cuando no
suenan los teléfonos.
—La vida es más que trabajo —dijo ella.
Era triste trabajar un fin de semana largo.
—No haré esto cuando llegue el bebé —dijo él.
Ella recordó su acuerdo: alternar los periodos vacacionales. Ya se arrepentía de
haber accedido a eso. No disfrutaría de su ocio sin su bebé.
A veces, por la noche, pensaba en lo frío que parecía todo el asunto. Hacía
mucho que había superado lo de Jason, pero aún recordaba la excitación de estar

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enamorada. De querer pasar tiempo con esa persona especial. Se preguntó si volvería
a encontrar eso. Y, si lo hacía, si el hombre en cuestión aceptaría a un hijo de otro.
¿Cómo reaccionaría Tanner si se casaba con otro? Seguramente le haría revivir
el pasado, pero ella no era como Cindy. Nunca le impediría ver a su hijo.
Lo más sencillo sería casarse con Tanner, pero se negaba a enamorarse de él.
Había dejado claro que no quería correr el riesgo del matrimonio, a pesar de su
proposición. Si le ocurría algo malo al bebé, él quedaría libre de cualquier
compromiso.
Y ella tendría Bruselas, pero ese sueño parecía estar alejándose. Pensaba en el
bebé cada vez más y en el júbilo de ser madre.
—Te recogeré el sábado sobre las once —Tanner la devolvió al presente—. Una
comida será más fácil que una cena. No te dejes intimidar por mi padre.
—¿Es intimidante? —preguntó Anna.
—Es juez y puede resultar amenazador. Eso funciona en el tribunal.
Simplemente, recuerda que tú y yo controlamos nuestro futuro, no mi padre.
—Fantástico, parece que todos lo pasaremos de miedo. Mi familia también
quiere conocer al padre del bebé. Vendrán a San Francisco antes de Navidad.
¿Comerás con nosotros?
—Desde luego. Todo irá bien, Anna.
Ella pensó que era fácil decirlo.

El sábado siguiente, Tanner se vistió y pasó un largo rato mirando la bahía


desde la ventana del dormitorio. Hacía viento, a juzgar por las blancas crestas de las
olas. Estaba nublado, pero no llovía aún.
Sus padres, Darlene y Edward Forsythe, llegarían de Seattle alrededor de las
diez. Su padre le había dicho que no fuera a recogerlos al aeropuerto; prefería
alquilar un coche y conducir hasta el hotel. Se reunirían en el restaurante del hotel a
mediodía.
Su madre se había alegrado mucho al oír la noticia, pero su padre había sido
más cauto. Había interrogado a Tanner sobre las medidas legales que había tomado
para que el bebé no pudiera ser apartado de su vida.
A Tanner seguía sorprendiéndole cuánto lo emocionaba saber que el bebé era
suyo y que no lo perdería como había ocurrido con Zach. Tenía derechos biológicos y
legales. Habían redactado un acuerdo informal de custodia. Pero si Anna se
trasladaba a Bruselas, él sólo sería padre un par de veces al año y odiaba esa
posibilidad.
Se preguntó si podría obligarla a quedarse en San Francisco dándole el puesto a
otra persona. Sería injusto con Anna, tras tantos años de servicios leales a Drysdale,
pero se trataba de algo mucho más importante: el futuro de él con su hijo o hija.

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***
Anna, tumbada en la cama, miraba el techo. Ese día iba a conocer a los otros
abuelos del bebé. Los había asombrado tanto la noticia como a sus propios padres y
esperaba que después del impacto se hubieran alegrado. Eran más de las diez y
debería levantarse, pero se sentía letárgica. Ladeó la cabeza y miró por la ventana. El
cielo estaba gris y cubierto. Con las exigencias del trabajo, Tanner y encima sus
padres, tenía la sensación de no tener un segundo para ella.
Se preguntó cuándo podría empezar a soñar con cómo sería el bebé, si sería
niño o niña. Intentó imaginarse un cuerpecito acurrucado contra su pecho. Tenía que
comprarse una mecedora.
Y debía pensar en muebles, colores para la habitación, nombres… Todo había
cambiado desde que Tanner había insistido en formar parte de su vida.
Si se quedaba en San Francisco necesitaría un piso mayor, con una habitación
para el bebé. No buscaría niñera hasta que acabase su baja por maternidad, antes
quería dedicarse por entero al bebé.
Sintió un pinchazo en el estómago y contuvo la respiración. Se le aceleró el
corazón. Los segundos fueron pasando sin que ocurriera nada más y se relajó
lentamente. Masajeó su vientre con suavidad.
—Aguanta ahí, pequeñín. Aún falta mucho tiempo hasta que puedas sobrevivir
fuera.
Si no ocurría nada más, esperaría hasta el martes para comentárselo al doctor
Orsinger. Pero un pinchazo más y lo llamaría de inmediato.
Anna pensó en lo que Tanner le había dicho de su familia. Su padre era juez en
Portland. Su madre participaba en varios comités benéficos y hacía trabajo
voluntario. Tanner era hijo único.
Anna se preguntó de qué podría hablar con ellos. Se levantó y se preparó para
enfrentarse al día.

Fue en taxi al hotel donde iba a reunirse con los Forsythe. Deseó haber buscado
alguna excusa para evitar el encuentro; pero eran los abuelos del bebé y antes o
después tendría que conocerlos.
Tanner estaba junto a las puertas de cristal que daban al vestíbulo del hotel. Era
uno de los más exclusivos del centro y tenía varios restaurantes. Salió a recibirla
cuando bajó del taxi.
—¿Están aquí? —preguntó ella.
—Esperando en el restaurante. ¿Preparada?
—Todo lo preparada que puedo estar.
—¿Te encuentras bien?

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Ella se preguntó si decirle lo del pinchazo, pero decidió que no merecía la pena.
—De maravilla —contestó, deseando no estar tan nerviosa. Se dijo que si
pensaba que los padres de Tanner eran sus clientes, podría utilizar su experiencia
laboral para sobrellevar la comida.
Anna reconoció al padre de Tanner en cuanto lo vio. Su hijo se parecía a él.
Edward Forsythe tenía el cabello cano, pero estaba en forma y tenía la misma aura de
autoridad que había visto en Tanner.
Tras las presentaciones, se sentaron a la mesa.
—Nuestro hijo nos ha dicho lo del embarazo —dijo Edward, sin mayor
preámbulo. La miró con ojos escrutadores—. Nuestra intención es asegurarnos de
que podremos disfrutar de nuestro nieto.
—Edward —intervino su mujer con voz dulce, poniendo una mano sobre su
brazo. Sonrió a Anna—. Entiendo que es tu primer bebé.
—Así es —asintió Anna.
—Tanner asegura que es suyo, pero yo estaría más tranquilo con una prueba de
ADN —dijo Edward.
—Cariño, esto no es un tribunal. Estoy segura de que Tanner y Anna saben si es
de él.
—¿Igual que con Cindy?
Darlene, helada por el comentario, miró a Tanner.
—Es mío, mamá. Y ya hemos tomado medidas para garantizar que podáis
mimarlo cuando nazca.
El camarero llegó a tomar nota. Anna agradeció el respiro. Por las miradas de
los padres de Tanner, veía que no estaban contentos con la situación. Ella no podía
hacer nada al respecto, pero sentía cierta ansiedad y esperaba poder aguantar toda la
comida.
—Creo que trabajas para Tanner —dijo Edward, después de que hubieran
pedido.
—Ahora sí. No cuando estuvimos saliendo.
—¿Ya no os estáis viendo? —preguntó Darlene.
—Sí que nos vemos —Tanner dirigió una mirada de advertencia a Anna.
Ella se quedó callada. Si él quería que sus padres pensaran que seguían estando
unidos, no lo contradiría en público, pero debería haberla avisado antes.
—¿Vivís juntos? —preguntó Edward.
—No —replicó Anna rápidamente, sorprendida.
—Estamos estudiando distintas posibilidades para cuando llegue el bebé —dijo
Tanner—. Os avisaremos cuando hayamos decidido qué vamos a hacer.
—¿Para cuándo es? —preguntó Darlene.

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—Principios de junio —contestó Anna.


Hablaron de eso hasta que llegó la comida. Después Edward preguntó a Tanner
cómo le iba en su nuevo puesto en Drysdale Electronics. Anna se contentó con dejar
que hablaran los demás. No se sentía demasiado bien. Tenía una especie de dolor en
el bajo vientre y estaba un poco mareada. Al final, dejó de comer y se dedicó a beber
agua. Estaba deseando que la comida concluyera para volver a su casa.
—¿Piensas seguir trabajando cuando llegue el bebé? —preguntó Darlene en un
momento dado.
—Sí. Aunque estoy deseando tenerlo, me encanta mi trabajo. He invertido
muchos años en mi carrera.
—Yo siempre encontré que ser madre era muy satisfactorio —apuntó Darlene.
—Mi madre dice lo mismo —dijo Anna con una sonrisa, intentando no tomarse
el comentario como una crítica. Tal vez cambiara de idea, pero en ese momento no
podía ni imaginarse dejar su trabajo.
Cuanto más duraba la comida, más estresada se sentía Anna. Justo cuando
empezaba a pensar que no aguantaría más, comentaron que ya era hora de irse. Unos
minutos más y podría subirse a un taxi y volver a la paz y tranquilidad de su casa.
Se despidieron poco después y Anna suspiró con alivio cuando llegó a la
puerta. Tanner la alcanzó.
—Te acompañaré —le dijo. La estudió un momento—. ¿Te encuentras bien?
—No demasiado —admitió ella.
Quería irse a casa.
El portero tenía a un taxi esperando y Anna subió y le hizo sitio a Tanner.
Cuando se cerró la puerta y el coche arrancó, recostó la cabeza en el respaldo e
intentó relajarse. Tanner la sorprendió tomando su mano.
—¿Cansada? —preguntó, acariciando el dorso de su mano con el pulgar.
—Sí.
Siguió un largo silencio. A Anna le horrorizó notar que se le llenaban los ojos de
lágrimas. Volvió la cabeza para que Tanner no las viera, pero él era listo.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. Sé que mi padre puede ser abrumador, pero
ladra más que muerde. Lo están intentando. Ha sido una sorpresa inesperada.
—No es por eso. Tienen derecho a conocer a su nieto o nieta. Es todo un cúmulo
de cosas —dijo ella, alzando la mano para limpiarse las lágrimas.
—¿Cómo cuáles? —Tanner le puso un pañuelo limpio en la mano.
—Toda mi vida está cambiando. Y a tus padres no les caigo bien —se limpió los
ojos con el pañuelo, deseando poder dejar de llorar. Debía de ser una cuestión
hormonal, al menos en parte.
—Mis padres no dirigen mi vida —dijo Tanner—. Mi padre es un hombre
difícil. No los veremos a menudo. Viven en Portland y él trabaja tanto que apenas

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tiene tiempo de viajar. Supongo que mi madre vendrá cuando nazca el bebé. Lo
adorará. Y no pueden saber si les gustas o no tras un encuentro de hora y media.
—¿Cómo trataban a Cindy?
—Siempre fueron cordiales.
Anna hizo una mueca, apoyó la cabeza en el respaldo y miró por la ventanilla.
Ya estaban muy cerca de su casa. Así que sus padres habían sido cordiales con
Cindy; eso no sonaba exactamente una buena relación. Encima, ellos habían creído
que su nuera sería siempre parte de la familia. ¿Cuánto se esforzarían por alguien
que ni siquiera estaba casada con su hijo?
—Les has dado la impresión de que tenemos una relación. De que tal vez
vivamos juntos. Tienen una idea muy errónea de lo que hay entre nosotros.
—¿Y cuál es la verdad? —preguntó él—. Tenemos mucho en común, nos
llevamos bien y hemos concebido un bebé.
—Pero haces que suene como si estuviéramos enamorados —sintió una oleada
de calor al pensar en qué haría si él le dijera que la amaba.
—Creí que Cindy y yo estábamos enamorados, hasta que descubrí que forzó el
tema del matrimonio haciéndome creer que el bebé era mío. Si eso es el amor, no
quiero saber nada al respecto.
—No te preocupes, esto no será una repetición de escena —se secó los ojos
cuando por fin dejó de llorar e hizo una bola con el pañuelo.
—¿Qué es lo que quieres, Anna?
—No lo sé. Librarme de la preocupación, supongo. No me encuentro bien y
cada vez que ocurre algo, temo perder al bebé. Y está la incertidumbre sobre mi
trabajo y mi traslado a Europa. Nada es claro y seguro como hace unos meses.
Además, tengo que iniciar una relación con gente que no conozco y a quien no
parezco gustarles. Es mucho más complicado de lo que esperaba. Normalmente
puedo enfrentarme a todo, pero empiezo a sentirme abrumada.
Tanner se quedó callado un momento.
—Concéntrate en el bebé y olvida lo demás. Tú y el bebé sois lo único que
importa ahora.

Tanner esperó a que Anna entrara al edificio y después le dio al taxista su


dirección. Iba a ver a sus padres esa noche, pero tenía la tarde para él.
Cuando llegó a su edificio, miró a su alrededor. Había edificios entre el suyo y
la bahía, pero no le quitaban la vista. El agua estaba de un color gris acerado y se
veían las crestas blancas de las olas. La tormenta se acercaba.

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***
Ya en el ascensor se preguntó qué hacer respecto a Anna. Nunca la había visto
llorar antes. Debía de ser cosa de las hormonas y esperaba poder manejarlo, pero
también que no durasen todo el embarazo.
Al entrar al piso notó las diferencias que había con el de Anna. Sus muebles y
estilo de decoración eran como el día y la noche. El de ella era colorido, cálido,
acogedor y femenino.
Su diseño minimalista en blanco y negro distaba de ser cálido y acogedor. Lo
había hecho a propósito. No quería nada que le diera sensación de hogar y
comodidad, y de todas las cosas que creía haber tenido con Cindy y había perdido
cuando ella lo abandonó.
Tal vez se había excedido. Seguramente un niño se sentiría mejor en casa de
Anna.
Por primera vez consideró lo estéril y poco acogedor que era: sofá de cuero
negro, mesitas de cristal y cromo. Incluso las lámparas eran de frío metal. Las
cortinas eran de cuadros blancos y negros; estilosas, pero no creaban hogar. Durante
un segundo anheló colores más cálidos y muebles más cómodos.
Quizá se estuviera ablandando, volviendo a desear lo que había creído tener.
Anna no era como Cindy, pero no le interesaban el matrimonio y la vida familiar. Su
perspectiva estaba en Europa.
Le había propuesto matrimonio y lo había rechazado. Se había librado por los
pelos.

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Capítulo 9
El domingo por la tarde, Tanner llamó a Anna. Sus padres volvían a casa. Le
habían dado mucho en que pensar. Su madre no sabía si confiar en que tendría una
relación con su nieto. Aún echaba de menos al pequeño Zach, aunque ya sería
adolescente.
—¿Te apetece cenar en un italiano? —preguntó.
—¿Cenar fuera? Está diluviando.
—No te mojarás. Te recogeré a las siete —colgó antes de que ella pudiera
rechazar la oferta.
Aún tenía que decidir cómo solucionar lo del puesto que quedaría libre cuando
Thomas se retirara. No creía que a Anna fuera a gustarle su sugerencia.

Anna pensó que Tanner había vuelto a sorprenderla. La confundía y, a veces,


deseaba conocerlo mejor. Eso era peligroso, dadas las circunstancias. Debería
mantener la distancia o acabaría accediendo a todos sus dictados. Habían comido con
sus padres el día anterior y ya quería verla de nuevo.
Pero le apetecía salir. Había estado mirando muebles infantiles por Internet y la
cabeza le daba vueltas. Le iría bien una dosis de conversación adulta.
La tensión de haber conocido a sus padres empezaba a difuminarse. Se sentía
bien y optimista con respecto al bebé. Disfrutaría de la velada.
Tanner aún tenía que conocer a su familia, pero no podría ser peor de lo que
había pasado ella.
Cuando sonó el timbre, Anna sintió cierta excitación, lo había echado de menos.
Agarró su chaqueta. Llevaba unos cálidos pantalones de lana y un suéter informal,
pero adecuado para una noche lluviosa. Aunque anhelaba que empezara a notarse su
embarazo, se alegraba de no tener que ir a comprar ropa premamá de momento.
El corazón le dio un bote cuando le abrió. Tenía un aspecto tan sexy que casi
deseó olvidar la cena e invitarlo a entrar. Tenía gotas de agua en el pelo y la chaqueta
húmeda se pegaba a sus hombros, resaltando su anchura. Pantalones y camisa oscura
le daban un cierto aire peligroso.
—¿Lista? —preguntó él, mirándola de arriba abajo y provocándole una
corriente de magnetismo animal.
—Sí —ella se puso la chaqueta y agarró el bolso.
—¿Te apetece Bambino? —preguntó él, mientras salían. Era un restaurante de la
playa norte que habían frecuentado juntos.
—Perfecto —ambos corrieron hacia el coche y poco después surcaban las calles
mojadas y casi desiertas.

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Anna le preguntó si sus padres se habían ido ya.


—Sí. El tiempo no es tan malo como para cerrar el aeropuerto. A mi madre le
gustas —dijo.
Anna arrugó la nariz y miró a Tanner.
—No quiero hablar de tus padres, del trabajo o del bebé. Esta noche quiero
simular que somos los mismos del verano pasado y limitarme a disfrutar.
—Parece un buen plan. ¿Qué punto del verano?
—¿Qué quieres decir?
—¿Nuestra primera cita, o la última?
—¿Qué tal justo antes de la última? —dijo ella, ladeando la cabeza y mirándolo
con descaro.
—Me gusta cómo piensas —respondió él.
Agarró su mano y entrelazó los dedos con los suyos, luego se la llevó a la boca y
la rozó con los labios.
Durante unas horas, Anna pudo olvidar el futuro y el presente y disfrutar de la
compañía de Tanner. Retomó la sensación que había tenido a finales de septiembre:
que tenían un vínculo único que hacía que fueran especiales el uno para el otro.
Hablaron de libros, de programas televisivos y de planes de vacaciones.
Evitaron cuidadosamente cualquier tema personal que les llevara al bebé.
Anna no deseaba que la velada acabara después de la cena. Estar con Tanner
era algo muy especial. Pero, dado que llovía, pasear no era una opción. Tanner pagó
la cuenta y la miró.
—Hay un club aquí cerca, con música y baile. Podríamos ir un rato. Nos
saltaremos las canciones demasiado movidas.
—Suena divertido —aceptó ella.
Por lo visto él tampoco quería concluir la velada. Sintió una oleada de calidez.
Estaban recuperando la magia del verano.
Lo pasaron bien bailando. Anna tuvo cuidado de no excederse ni acalorarse. Se
sentía más libre y feliz que en muchas semanas. Cuando el grupo se tomó un
descanso, Tanner sugirió que se marcharan.
—Tengo una reunión a primera hora —alegó.
El día siguiente era laboral y ella también tenía una agenda muy apretada.
—Lo he pasado de maravilla —le dijo, mientras conducía de vuelta a su casa.
Seguía lloviendo y las luces se reflejaban en los charcos, dando a todo un
aspecto irreal, de cuento.
—Yo también. Te he echado de menos —dijo él. Cuando llegaron, paró en doble
fila—. No subiré contigo, pero te acompañaré a la puerta —dijo.

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Ella abrió una de las puertas de cristal y entró, seguida por Tanner. El vestíbulo
estaba vacío. Él la escoltó hasta el ascensor y pulsó el botón.
—Gracias otra vez, he disfrutado mucho bailando —dijo ella.
Por un rato había olvidado su preocupación por el embarazo, el traslado y el
futuro.
Él le apartó el pelo de la cara y sujetó su cabeza para besarla. Sus labios fueron
suaves sólo un momento. El beso encendió algo en ambos y pronto Anna le devolvía
el abrazo con entusiasmo.
La campanilla del ascensor los interrumpió.
—Buenas noches, Anna —dijo él.
Ella entró en el ascensor y pulsó el botón de su planta. Se miraron hasta que la
puerta se cerró. Con un suspiro, se apoyó en la pared, cansada y feliz.

La mañana del lunes empezó como un torbellino. Anna tenía un montón de


correo en el escritorio y más mensajes de los que necesitaba. Su secretaria se alegró
de que llegara temprano, porque el teléfono no dejaba de sonar y eran sólo las ocho.
Poco después, Anna ya había olvidado el fin de semana.
Alrededor de las once recibió una llamada interna.
—¿Anna Larkin?
—Sí.
—Soy Phillip Mclntyre. Si tienes un momento, me gustaría hablar contigo.
Ella no reconoció el nombre y se preguntó si sería otro nuevo director.
—Podría ser ahora, ¿de qué se trata?
—¿No te lo ha dicho Tanner? Soy tu nuevo jefe.
Anna se quedó atónita. Tanner era su jefe. O al menos lo había sido cuando
salió de la oficina el viernes anterior. Se preguntó qué había ocurrido.
—No entiendo —dijo.
—Hoy es mi primer día. Quiero conocer a toda mi plantilla hoy. Hablé con
Thomas antes de que terminara su jornada laboral por hoy.
—Tanner Forsythe es mi jefe —dijo ella lentamente.
A no ser que él contara con Thomas, en Bruselas. Técnicamente ella respondía
al director ejecutivo, aunque su trabajo era ayudar a Thomas.
—Tanner pensó que sería mejor añadir un puesto directivo intermedio. Me han
contratado para dirigir la división europea. Estoy en el despacho que utilizaba el
señor Haselton. Tengo tiempo para verte ahora.
—Iré de inmediato.

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Se levantó como si estuviera en trance, alternando entre la sorpresa y la furia


hacia Tanner por no haberla avisado. Podría habérselo dicho la semana anterior. O
durante el fin de semana. Al pensar en lo bien que lo habían pasado el día anterior,
Anna se sintió doblemente traicionada.
Anna conocía el antiguo despacho de Haselton. Ben había sido uno de los
primeros despedidos cuando Tanner se hizo cargo.
—Soy Anna Larkin —le dijo a la nueva secretaria cuando llegó.
—Sí, señorita Larkin, el señor Mclntyre la espera —dijo la mujer—. Entre.
Anna entró y vio que el despacho había cambiado: nuevos muebles, nuevo
ordenador, distinta distribución. Trabajo rápido para ser el primer día. Supuso que lo
habían organizado todo la semana anterior.
El hombre que se levantó a recibirla tenía unos cuarenta años. Tenía el pelo ralo
pero, aparte de eso, parecía vital y en forma.
—Anna Larkin, soy Phil Mclntyre. Siéntate. He estado revisando las cosas con
Thomas, en Bruselas, y con otros miembros del personal. Intento ponerme al día lo
antes posible. Tengo entendido que dentro de unos meses necesitarás una baja por
maternidad. Será mejor tenerlo todo controlado, ¿no?
A Anna le irritó que Tanner se hubiera atrevido a hablar de sus asuntos
personales sin pedirle permiso.
—Sí —le contestó, dominando su cólera.
—¿Qué puedes decirme de la división? He visto los últimos resultados de
ventas. Son muy prometedores. Tal vez podamos incrementarlos antes de finales del
próximo trimestre. ¿Qué problemas prevés?
Anna habló con Phil durante media hora. Le inquietaba darle demasiada
información, al no saber exactamente cuál sería el papel de ella en el nuevo esquema.
Se diría que Tanner lo había contratado para sustituirla. Debía de haberlo planeado
hacía tiempo. Los hombres como Mclntyre no cambiaban de trabajo de un día para
otro. Sin embargo, Tanner no le había dado ninguna pista al respecto.
Cuando Phil dio por terminada la entrevista, ella se levantó y salió de la oficina,
deseando darle un puñetazo a algo.
Fue derecha al despacho de Tanner. Tenía que decirle unas cuantas cosas, pero
Ellie le dijo que había salido a un almuerzo de negocios.
—¿Estás bien? —le preguntó a Anna.
—De maravilla. Por favor, dile que me llame cuando regrese.
—¿De qué se trata? —preguntó Ellie.
—Es personal —gruñó Anna.
Se sentía incapaz de comer, así que fue a dar un paseo y a su regreso llamó a
Teresa. Su amiga trabajaba en Recursos Humanos y debía saber qué estaba
ocurriendo.

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—Hola, ¿qué pasa? —preguntó Teresa.


—Háblame de Phillip Mclntyre.
—¿Qué puedo decir? Empezó esta mañana. Tiene un currículum impresionante.
Por lo que he oído Tanner y él son amigos desde hace años.
—¿Sabías que va a dirigir la división europea y que ahora estoy a su cargo?
—¡No! ¿Qué significa eso? ¿Por qué no lo sé yo?
—No tengo ni idea, pero me dio la noticia esta mañana. Puede que mate a
Tanner cuando lo vea.
—¿No lo sabías ya?
—No. Y cuando fui a ver al nuevo director ejecutivo, se había marchado a
comer. Creo que lo planeó con anterioridad. Debería haberme avisado. ¿Significa esto
un descenso en categoría?
—A Recursos Humanos no han llegado órdenes, así que lo dudo, pero no lo
entiendo. Es algo que yo debería haber sabido —dijo Teresa.
—Phil dice que es para añadir un nivel directivo entre Tanner y yo.
—¿Y por qué iba a querer hacer eso? Creí que quería simplificar la
organización, no añadir burocracia.
Anna decidió no explicarle nada más a Teresa de momento. Se despidió de su
amiga.
—Ellie dice que quieres verme —dijo Tanner desde la puerta, un rato después.
—Para hablar de Phillip Mclntyre y mi descenso de categoría —le dijo Anna
con ira.
—No es una reducción de categoría —entró en el despacho y cerró la puerta
tras él.
—¡Estoy tan enfadada que podría gritar! ¿Cómo has podido no avisarme? Un
desconocido me dice que trabajo para él, que es el jefe de la división europea. ¡Me
habían prometido ese puesto, Tanner!
—No es práctico en este momento. Y no es factible que yo sea tu jefe directo,
dadas las circunstancias.
—Lo sabías. Lo has estado planeando. ¿Por qué no me avisaste? Merecía saberlo
y no enterarme de sopetón esta mañana. Has tenido todo el fin de semana. Creía que
había algo especial entre nosotros, y cuando llego esta mañana me apuñalas por la
espalda.
—Sabía que te molestaría —empezó él.
—Ya lo creo que sí.
—Cálmate. No es bueno para ti ni para el bebé.
—No es bueno para nadie excepto para ti.
—Los negocios y mi vida personal son dos cosas muy distintas —dijo Tanner.

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—No en nuestro caso. ¡Lo nuestro es un acuerdo de negocios! ¿Cómo has


podido no decírmelo?
—No tengo que darte explicaciones sobre cómo dirijo la empresa —dijo él con
voz dura.
—Claro que no —Anna lo miró y se desinfló—. Es culpa mía. Pensaba que entre
nosotros había más de lo que hay —se había equivocado—. Cuando nazca el bebé,
¿el puesto de Bruselas seguirá siendo mío? —preguntó, preparándose para recibir un
duro golpe.
—Tendremos que hablarlo cuando llegue el momento. No puedo prometer
mantener un puesto casi un año. El mercado es dinámico, cambiante.
—Pero me lo prometiste.
Él había sabido que contaba con el traslado. Había cambiado de opinión porque
le convenía. Sin más.
—Haré lo que pueda —calló y esperó, pero ella rehuyó su mirada.
Anna Salió del despacho y tuvo que contenerse para no echarse a llorar.
Se sentía derrotada. La única luz que veía en su futuro era el nacimiento del
bebé, y ni siquiera de eso había garantías. Tantos años de trabajo, de estudios y
planificación que no servirían para nada.
Siguió trabajando automáticamente y a las cinco en punto se marchó a casa en
taxi.
Al llegar se dejó caer en el sofá. Le costaba creer que Tanner hubiera sido tan
despiadado. Tan distinto de lo que ella había creído.
No sabía si podría compartir a su hijo con un hombre tan estrecho de miras que
sólo veía el negocio y no las consecuencias de sus actos. Había dejado de llamarla en
septiembre, sin excusas, porque le convenía. Había contratado a un extraño y le había
dado el puesto prometido a Anna, porque le convenía. El futuro no se veía nada
claro. Tal vez debiera alejarse antes de que él le rompiera el corazón.

La despertó el sonido del teléfono móvil. Todo estaba a oscuras, se había


quedado dormida en el sofá. El teléfono dejó de sonar. Lo sacó del bolso y consultó
las llamadas perdidas. Tanner.
No tenía nada que hablar con él. Consultó el buzón voz. Tenía tres mensajes, de
Tanner. Los dos primeros eran amables, el último empezaba: «¿Dónde diablos
estás?».
Fue al dormitorio y se puso unos pantalones y un suéter. Preparó una cena
ligera y comió sin apetito. El futuro que había planificado se desmoronaba. Era capaz
de tener un bebé y dirigir la división europea. Si no convencía a Tanner de ello, tal
vez hubiera llegado el momento de cambiar de empresa.

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Tanner volvió a marcar el número de Anna. Había llamado a Ellie para pedirle
el teléfono de Peggy, la secretaria de Anna, y luego a Peggy para preguntarle si sabía
algo de los planes de Anna para esa tarde. Había llamado a dos amigas suyas que
había conocido en verano, pero ninguna sabía nada de Anna.
Había llamado varias veces a su móvil, preocupándose cada vez más. Dejó el
teléfono. Era obvio que lo estaba ignorando. Pensó en ir a su casa para comprobar
que estaba bien.
Luego se dijo que si algo fuera mal, él sería al primero a quien llamaría. Sabía
que estaba tan preocupado por el embarazo como ella. Tenía que hacerle entender
que estaba intentando facilitarle la vida: evitarle preocupación por el traslado a
Bruselas y por las exigencias de un puesto de mayor responsabilidad, en una época
en la que debía relajarse.
Quince minutos después estaba ante su puerta.
Sentía remordimientos por no haberle dicho lo que planeaba, pero no había
querido dar al traste con el entendimiento que habían recuperado. Sabía que se
enfadaría, pero había esperado que, cuando lo pensara bien, comprendería que él no
tenía otra opción.
Tenía razón y ella lo admitiría con el tiempo. Cabía la posibilidad de que ella
perdiera al bebé y él estaría continuamente preocupado si estaba lejos. Le encantaba
la idea de tener un hijo y quería participar activamente. Sabía que Anna sería una
gran madre, pero estaba dispuesta a tener al bebé, trasladarse a Bruselas y excluir a
Tanner de su vida.
Se preguntó si las cosas serían distintas si no hubiera dejado de verla sin darle
explicaciones. Quizá debiera haber planteado el asunto Mclntyre de otra manera. No
sabía cómo congraciarse con ella.
Llamó al timbre. Oyó ruido, pero la puerta no se abrió.
—Abre, Anna. Sé que estás ahí. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.
Ella abrió un momento después.
—Estaba preocupado por ti —dijo. Quería plantear las cosas de forma racional
y escuchar su opinión.
—No sé por qué. No eres mi guardián.
—Llamé a Peggy y me dijo que te habías ido a las cinco. No sabía dónde
estabas, qué hacías.
—¿Llamaste a Peggy?
—¿Qué esperabas que hiciera? Creí que estabas en casa y no contestabas al
teléfono. Pensé que tal vez tuvieras una reunión. Las secretarias conocen la agenda
de sus jefes. Pero Peggy pensaba que te habías ido a casa y me preocupé cuando no
contestaste. Podrías haberte caído, o algo así.

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—Estoy bien. ¿Se supone que debo mantener a mi jefe informado de dónde
estoy a todas horas?
—Anna, déjalo. Sabes que no soy tu jefe.
—Ya no. Lo es Mclntyre y ni siquiera me avisaste de que iba a ocurrir.
—Era una cuestión de empresa.
—Venga ya, Tanner. Es una cuestión personal como la que más. No quiero
hablar contigo hasta que asuma tu traición.
—Mi… —se detuvo. Inspiró profundamente para contener la ira—. No quería
que pareciera una traición. Interpuse un nivel entre nosotros cuando decidimos
vernos con regularidad. Es más prudente.
—Desde el punto de vista empresarial, lo entiendo. Desde el punto de vista
personal, deberías haberme avisado. Es una cuestión de mera cortesía.
—Si tanto te molesta, te pido disculpas. Tal vez debiera habértelo dicho. Pero…
—No quiero oír tus razones. Acepto la disculpa, pero más vale que esto no
interfiera con mis planes de trasladarme a Europa en verano.
—No voy a prometerte nada.
—Pero ya lo hiciste. Dijiste que el puesto era mío.
—Esperaremos a ver qué nos depara el futuro. Puede que quieras quedarte en
casa con el bebé y dejar de trabajar.
—Lo dudo. He trabajado mucho para llegar a donde estoy en la empresa.
—Hago cuanto puedo para facilitarte las cosas.
—Pues no interfieras. Una mujer en mi estado no necesita estrés adicional.
Prométeme el puesto. Alivia mi ansiedad.
—Si es lo que quieres, haré cuanto pueda para que lo consigas —dijo él.
—Ésa no es la promesa que quiero —protestó Anna.
—Es cuanto pudo ofrecerte ahora.
—Adiós Tanner —le cerró la puerta en las narices.
Él maldijo para sí. Un hombre dirigía su empresa como le parecía más rentable.
Si ella no podía jugar con los grandes, había elegido el trabajo equivocado.

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Capítulo 10
El martes por la tarde, Anna salió del trabajo temprano, para ir al médico. No le
recordó la cita a Tanner y esperaba que no se acordase de dónde estaba el centro
médico. Fuera por lo que fuera, él no apareció.
Después quedó con una amiga para cenar e intentó comportarse como si no
tuviera un enorme secreto. Quería esperar antes de decírselo a más gente. Si perdía al
bebé, no soportaría tanta compasión.
Cuando llegó a la oficina el miércoles por la mañana, había un montón de
invitaciones sobre su escritorio, bajo una nota de Tanner que decía: Decide a cuáles
deberíamos asistir.
Ella pensó que si creía que iba a acompañarlo a fiestas en representación de la
empresa, podía esperar sentado. Que llevara a Phil Mclntyre.
Revisó las invitaciones automáticamente, colocando las importantes aparte. La
mayoría eran eventos de empresa para cimentar relaciones. Cuando acabó, fue con
ellas al despacho de Tanner.
—Ellie, Tanner dejó estas invitaciones en mi mesa. Las he organizado por orden
de importancia.
—Quiere verte —dijo Ellie.
Llamó a Tanner para decirle que Anna estaba allí.
—Entra —dijo él desde la puerta.
—Las he organizado —le ofreció las invitaciones.
—Entra —repitió él.
Anna obedeció, molesta.
—Tanner, tengo trabajo que hacer.
—Quiero que vayas conmigo. Necesito una acompañante, ¿por qué no tú?
—Busca a alguien a quien le importe.
—Lo he hecho. Acompáñame.
—¿Por qué yo? —preguntó Anna.
—Conoces a todos, y lo pasaremos bien juntos.
—No te gusta mezclar placer y trabajo.
—Necesito a alguien que conozca los entresijos del trabajo, que pueda hablar
con las empresas de la costa del Pacífico. Queremos expandirnos en esa zona. Eres la
mejor cualificada.
Visto así, él tenía razón. Mclntyre no tenía experiencia en la empresa y Thomas
estaba en Europa. Ella era la mejor cualificada, pero él debería haber pensado en eso
antes de contratar a Mclntyre.

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—Vamos, Anna, acepta.


—¿No te preocupan los cotilleos?
—Nena, dentro de un mes el mundo entero sabrá que vamos a tener un hijo. No
estaría mal empezar a darles pistas.
—Siempre podría ocultar el nombre del padre.
—Pues yo quiero gritarlo a los cuatro vientos.
A ella la abrumó su entusiasmo. Se preguntó cómo sería casarse con un hombre
tan niñero.
—De acuerdo, te acompañaré, pero estrictamente como compañera de trabajo
—dijo.
—Bien. ¿Cuál es la primera a la que deberíamos asistir?
—Temmings, dentro de tres días —contestó ella, mirando las tarjetas—, cóctel
en el Fairmont, después del trabajo, atuendo no demasiado formal.
Pensar en las fiestas palió parte de ira con él por no decirle lo de Phillip
Mclntyre. No le habría extrañado que eso entrara en los planes de Tanner. No había
subido tan alto en el mundo empresarial sin ser despiadado, listo y astuto.
Mientras volvía a su despacho, se acarició el vientre. Allí estaba lo más
importante de su vida. Nada le daría tanto júbilo como tener a su bebé en brazos.

Al día siguiente, Anna se despertó después de las siete; era tarde. Se vistió y se
saltó el desayuno para llegar a la oficina a tiempo.
Lo único malo del día fue que Phil telefoneó para decirle que en el futuro
necesitaría su aprobación para negociar ciertas cuentas que requerirían su aprobación
para cambiar. A Anna le molestó, pero no podía hacer nada al respecto. Cuando
colgó el teléfono, sacó la lengua e hizo una mueca de desprecio.
Cuando salió del trabajo había oscurecido, pero hacía buena noche. De camino a
casa, paró en una papelería y miró la gran variedad de tarjetas navideñas. Incluso
miró las de anuncios de nacimiento, tanto de niña como de niño. Sintió un pinchazo
en el abdomen y se quedó inmóvil. Respiró lentamente hasta comprobar que no se
repetía. Le había mencionado los pinchazos al medico el martes, pero él le había
dicho que no se preocupara. Era lógico que sintiera incomodidad; pero el bebé estaba
bien.
Compró las tarjetas, paró un taxi y fue a casa. Se puso ropa cómoda y cálida y se
hizo una tortilla para cenar. Después escribió una nota en cada tarjeta y las
direcciones en los sobres. Al año siguiente firmaría incluyendo el nombre de su bebé.
Sintió otro pinchazo y se quedó sin respiración. Fue al sofá, se sentó y dobló las
rodillas, acercándolas al pecho. Así estaba más cómoda. Al día siguiente llamaría al
médico. Sabía que debía esperar dolores, pero quería que la tranquilizara. Tenía
demasiado miedo de perder al bebé. Un rato después, se acostó.

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Tardó en dormirse. Sabía que no había garantías y rezó por no perder al bebé.
Llamó al médico a la mañana siguiente para decirle que había vuelto a tener
pinchazos. Él concertó otra ecografía para detectar cualquier posible problema.
Anna no se lo dijo a Tanner. Fue a la consulta sola. Los resultados, según el
médico, no eran concluyentes. Las adherencias debidas al tejido cicatrizado eran
obvias, pero el bebé estaba bien y se desarrollaba con normalidad. Le recomendó que
estuviera tranquila y no se excediera en sus actividades.

La semana siguiente pasó volando. Anna aprovechó cuanto pudo para


descansar. Asistió a fiestas con Tanner y cenó con amigos, pero cuando se ofreció a
dar una cena en casa para la empresa, Tanner vetó la idea, alegando que era
demasiado trabajo teniendo en cuenta el riesgo de su embarazo.
Anna deseó que tuviera la misma actitud con respecto a Phillip Mclntyre. La
estaba volviendo loca. Había llegado a preguntarse si el plan era frustrarla hasta el
punto de hacerla dimitir. Eso solucionaría el tema del traslado a Bruselas y
garantizaría que el bebé viviera en la misma ciudad que su padre.
Pero se negaba a aceptar que Tanner fuera tan retorcido. No comentaba sus
problemas de trabajo con él. Tanner pretendía distanciarse para que no hubiera
rumores de favoritismo, así que ella se callaba.
Pero cuando Thomas telefoneó desde Bruselas y le dijo que Phillip se había
adjudicado la autoría de uno de los nuevos eslóganes de ventas, sus ojos casi se
inyectaron en sangre. ¡Estaba adjudicándose el reconocimiento por un eslogan que
era de ella!
Fue a verlo para discutir el tema. Él estuvo atento y pareció considerar su queja,
pero luego dijo que formaban un equipo y que, como su jefe, era él quien presentaba
los resultados a la dirección. Además sugirió que ella hacía lo mismo cuando sus
subordinados tenían una buena idea.
—No, no lo hago —afirmó ella—. Menciono a quien se lo merece. Así, cuando
llega el momento de los ascensos, todo el mundo sabe quién ha contribuido y quién
ha tenido ideas excelentes.
—Bueno, por eso no te preocupes. Tanner sabe de lo que eres capaz —había
respondido Phillip.
Ella se había ido tan frustrada como cuando llegó, pero advertida. El reto era
eludirlo sin dar la impresión de que se quejaba a Tanner a sus espaldas.
Pero el estrés se hacía notar. Perdía peso en vez de ganarlo. Le costaba dormir
por la noche. Y no sólo por su tensión con Phil.
Seguía resentida porque Tanner no la hubiera avisado del cambio. Demostraba
lo poco que la valoraba. Había sido una tonta al pensar que podían tener un futuro
juntos. Estaba enamorándose de un hombre a quien no le importaba en absoluto.
Imposible ser más patética.

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***
Su madre llamó para posponer su visita a la ciudad. Querían conocer a Tanner,
pero preferían esperar a que acabara el agobio de las compras navideñas. Le
preguntó si iría a comer con ellos en Navidad.
Pero Navidad caía en medio de la semana y Anna tenía que trabajar el día de
antes y el de después. Si no iba, sería la primera Navidad que no pasaba con su
familia. Sin embargo, eran muchas horas conduciendo, con tráfico y seguramente
mal tiempo.
Faltar una Navidad no la mataría, y al año siguiente iría con su bebé.
—Creo que sería demasiado esfuerzo —le dijo a su madre, pesarosa.
—Lo entiendo. ¿Cómo te sientes?
—Cansada, de mal humor y a veces siento pinchazos en el abdomen. Visito al
médico cada semana. Me ha hecho otra ecografía, y todo parecía estar bien. Pero hay
tantas adherencias por las cicatrices que no sabe cómo irán las cosas. Intento no
pensar en eso.
—Paciencia, Anna. Todo irá bien. Te llamaremos el día de Navidad —dijo su
madre, antes de colgar.
Anna se alegró de estar en casa, porque se le llenaron los ojos de lágrimas, pero
se dijo que podría soportar una Navidad sin la familia. La compensaría al año
siguiente, yendo con su niña o su niño.

Anna estaba vistiéndose para otra fiesta. Se había comprado un vestido rojo. No
comía bien, así que seguía utilizando la misma talla. Nadie que la viera esa noche
sospecharía que estaba embarazada.
Tanner llegó a recogerla poco antes de las ocho.
—Estoy lista —le dijo ella, tras abrir la puerta—. No hacía falta que subieras.
—He subido porque tenemos que hablar —él cerró la puerta y la miró con
fijeza.
—¿De qué? —preguntó Anna, inquieta.
—De algunos asuntos. ¿Cómo te va con Phil?
Ella no habría ido a quejarse de su nuevo jefe, pero si Tanner preguntaba, no
tenía por qué callarse.
—No muy bien. Presenta como suyo el trabajo que yo hago. No escucha lo que
digo, y creo que lo hace porque es hombre y yo mujer. Ha desestimado algunas de
las estrategias que Tom y yo implementamos hace unos meses, sin dar tiempo a que
dieran resultados —dijo.
A Tanner podía no gustarle, pero ella no tenía por qué mentir.

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—Thomas me llamó hoy para decirme más o menos lo mismo —Tanner se frotó
la nuca—. Iba a retirarse dentro de dos semanas, ahora dice que no lo hará sin que yo
sepa cómo están las cosas. Y quiere garantías de que tú tomarás el mando. No pude
decirle por qué no te incorporarías el mes que viene y él teme que hayas cambiado de
opinión.
—Podríamos decírselo. No lo contará por ahí —dijo Anna. Sintió gratitud hacia
Tom por defenderla—. Deja que te haga una pregunta: ¿Si se hubiera tratado de otro
departamento, habrías manejado la situación igual? Porque dudo que sea buena
política contratar a directores sin comentarlo con las personas a quien afecta la
decisión.
—Debería habértelo dicho —Tanner se acercó, puso una mano bajo su barbilla y
alzó su rostro—. Me equivoqué y te pido disculpas. ¿Podrás perdonarme?
—Sigo queriendo saber cómo habrías actuado si se tratara de otro
departamento —dijo ella.
—Igual.
—Te precipitaste. Y lo peor es que no me dijiste palabra. ¿Cómo crees que me
sentí al descubrir que era un peón que no tenía derecho a opinar?
Él le acarició la mejilla. Ella apartó su mano.
—Hablo en serio, Tanner. Tienes que reevaluarlo.
—No quiero ser tu jefe directo.
—Entonces compensa a Thomas lo suficiente para que se quede. Sólo serán
unos meses. Luego podré asumir el cargo.
—Seguiría siendo tu jefe.
—Pero yo estaría en Bruselas. La gente no se planteará favoritismos si estoy a
miles de kilómetros.
—Si reevalúo la situación y sigo pensando que Phil es la persona indicada, ¿qué
pasará?
—Tendrás que tomar una decisión clara. Que yo siga o no en la empresa, está
por ver.
—¿Que sigas o no? —la miró sobresaltado—. ¿Qué quieres decir?
—No seguiré trabajando para él. Es manipulador y egocéntrico. Quiere llevarse
toda la gloria. Pero es aún peor que ni siquiera dé una oportunidad a otras buenas
ideas. En la división europea llevamos más de siete años trabajando en equipo. Un
desconocido sin experiencia no puede llegar de repente y tomar decisiones sin
aceptar consejos. Puede que haya sido brillante donde estuviera antes, pero aquí
causará muchos problemas.
—Entonces, ¿se trata de él o tú? —los ojos de Tanner endurecieron.
—Más o menos.

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—¿Entiendes por qué no quería ser tu jefe directo? Esto es lo que intentaba
evitar. Los ultimátums.
—Tus problemas se solucionarían si yo dimitiera —dijo ella.
Se le aceleró el corazón. Había hablado sin pensar. Estando embarazada no le
resultaría fácil encontrar otro trabajo. Sintió un pinchazo de pánico.
Él escrutó su rostro un largo momento.
—Si hablo con Phil, ¿estás dispuesta a cooperar?
—Puedo intentarlo.
—Si no funciona, preferiría saberlo antes de que una pieza clave en la empresa
dimita.
Ella no dijo nada. Cuanto más lo pensaba, mejor le parecía dejar la empresa.
Tenía que pensarlo. Pero no en ese momento, tenían que ir a una fiesta.
—Has perdido peso —le dijo Tanner, agarrando su mano cuando salían del
piso.
—Estoy bien.
—¿Qué dice el médico?
—Lo de siempre. Sigue siendo un embarazo de riesgo. No me conviene
estresarme. Así que soluciona el tema de Phil y evítame ansiedad.
Cuando llegaron a la fiesta, Anna se alegró de ver a gente conocida. Era un
evento de trabajo y su obligación era mezclarse con la gente y representar a Drysdale
lo mejor posible. A nadie pareció sorprenderle que estuviera con Tanner.
Mientras alternaba con la gente, miró a Tanner de reojo más de una vez,
esperando que nadie lo notara. Pensó que tal vez convendría simular que tenían una
relación tórrida; facilitaría las cosas cuando anunciaran el embarazo.

A pesar de que, gracias a las fiestas, veía a Tanner varias noches a la semana,
Anna se alegró cuando se acabaron, justo antes de Navidad. Quedaba una, en
Nochevieja. Luego volverían a la rutina habitual.
Anna se preparó para pasar el día de Navidad sola y tranquila, en casa. Decidió
asar una pieza de carne pequeña, con la guarnición que solía hacer su madre.
Tanner llamó a las tres de la tarde.
—Feliz Navidad, Anna.
Ella se estremeció al oír su voz.
—Feliz Navidad, Tanner.
—Me sorprende encontrarte en casa. Imaginaba que estarías con tus padres.
—¿Tú estás en tu casa?

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—Sí. Tengo demasiado trabajo para viajar.


—Como mañana es laborable, yo también decidí quedarme en casa.
Demasiados kilómetros para un día. Tengo que preservar mis energías.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien —era cierto, en general. Seguía teniendo pinchazos de dolor. Al útero le
costaba expandirse. Cada vez que tenía uno, aguantaba la respiración, esperando que
su cuerpo aceptara los cambios.
—Sé que es tarde, pero quería invitarte a cenar.
—Ya he preparado la cena —revisó el menú mentalmente. Había bastante para
dos—. ¿Quieres venir?
—Sí. ¿Cuándo?
—Ahora, si quieres. Todo está en el horno. Pensaba cenar sobre las seis y ver
una película navideña en la televisión después.
—Llegaré enseguida.

Tanner le llevó una esclava de oro con un cochecito de bebé colgando. A ella le
encantó.
Por suerte, ella le había comprado un libro de misterio de uno de sus autores
favoritos.
Él sonrió al abrir el envoltorio.
—Tendremos que turnarnos para leerlo —dijo.
Anna fue a preparar unos aperitivos y Tanner se acercó al arbolito decorado
que había en la ventana.
—¿Tú has puesto árbol? —preguntó ella al volver.
—No. Demasiado esfuerzo para uno solo.
—¿Sueles pasar las Navidades con tu familia? —preguntó ella, poniendo una
bandeja de quesos y embutidos sobre la mesita de café.
—En general, sí. El año pasado fui.
—¿Cuál es tu recuerdo favorito de Navidad?
Tanner le contó el año que recibió su primera bicicleta. Anna le habló del mejor
para ella y empezaron a recordar otras vacaciones y las diferencias entre ser hijo
único y la mayor de tres.
Pusieron la mesa juntos y la camaradería continuó mientras comían. Anna se
alegró de no haber ido a casa de sus padres. Se habría perdido esas especiales horas
con el padre de su bebé.

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***
Tanner disfrutó de la cena y de la compañía. En un momento dado, le preguntó
si cocinaba a menudo.
—No demasiado. Suelo llegar tarde a casa y no me apetece. Normalmente hago
la comida principal a mediodía. Luego me apaño con bocadillos o un plato de sopa.
¿Tú cocinas? —preguntó ella.
—No, si puedo evitarlo. Mi especialidad son los desayunos. Si no como de
camino a casa, me hago una tortilla o algo así. Cocinar para uno no compensa.
—A mi madre le cuesta entender eso. Le gusta guisar para toda la familia.
Incluso cuando éramos adolescentes, la norma era ir a casa a comer. Ahora sólo están
mi padre y ella, pero le sigue gustando cocinar.
Tanner miró a su alrededor. Si el estilo decorativo de Anna era heredado de su
madre, le gustaba. Y Anna también le gustaba. Más de lo que había esperado. No se
parecía nada a Cindy. Ni en personalidad, ni en años de experiencia, ni en confianza
en sí misma. Anna tenía objetivos y planes, pero una noche juntos lo había cambiado
todo.
Y nunca se había quejado de eso. De Phil, sí.
—Hablé con Mclntyre el viernes. Me ha asegurado que va a relajarse un poco.
Lo conozco desde hace años, pero nunca había trabajado con él directamente. Es un
ganador —Anna lo miró con escepticismo—. Y si no, es historia.
—Hombre de negocios despiadado.
—No tengo mucho tiempo para demostrar lo que puedo hacer. No puedo
permitirme ningún error.
—Eso creía yo de mí —suspiró ella—. Pero la vida a veces te lanza sorpresas.
—A veces ocurren cosas que no prevemos, pero eso no implica que sean malas
—dijo él.
Tenía la sensación de que ella se distanciaba por momentos. Había rechazado
su oferta de matrimonio, que a él mismo le había sorprendido hacer, pero disfrutaba
en su compañía, lo atraía como ninguna otra mujer. Y además tenían intereses
profesionales comunes.
Eran la pareja perfecta.
Y lo había rechazado.
Tal vez debiera insistir. Lo asombró pensar eso. No entraba en sus planes
casarse. Ya había sufrido una desilusión. Tenía sus objetivos. Y el matrimonio
implicaba pasar tiempo con su esposa y responsabilidades que estaban por encima
del trabajo.
Pensó que tener un hijo implicaría casi el mismo compromiso. Habría actos
sociales y deportivos en el colegio, y también fiestas de cumpleaños. Sólo había

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celebrado un cumpleaños con Zach y el niño había quedado cubierto de tarta de


chocolate de arriba abajo. Había sido divertido. Y le dolía no tener eso.
—¿Qué piensas? —preguntó Anna.
Él le habló del niño, del cumpleaños y de otros días especiales que había
compartido con él.
—¿Lo has buscado? ¿Sabes si está bien?
—Una vez. Hace unos ocho años, pero no encontré rastro de ellos. Se
trasladaron a otro estado, supongo.
—Estoy segura de que es feliz y le va bien.
—Eso espero. Cindy era buena madre, pero no tan buena esposa.
Anna sí lo sería. Era de esas mujeres que, cuando se comprometían, lo daban
todo. Volvió a pensar en vivir con ella. En compartir las obligaciones como padres y
vivir juntos cada etapa del desarrollo de su hijo. Se Preguntó qué ofrecerle para que
aceptara.
Después de cenar, hicieron té y fueron al sofá.
—¿Quieres ver esa película? —preguntó él.
—¿Y tú? —le dijo el título y observó su reacción.
—Es un clásico. Por mí, bien. ¿O prefieres que me vaya?
—No, pero el final es triste. Suelo llorar, aviso.
Eso lo intrigó. Parecía tan controlada que no la imaginaba llorando por una
película.
Se sentaron juntos en el sofá y Tanner le puso un brazo sobre los hombros.
Sentía el calor de su cuerpo y le costó concentrarse en la película en vez de en Anna.
Ella tenía demasiada fuerza. Si se casaran podrían pasar muchas veladas como ésa.
En uno de los descansos, la besó. Notó, por su respingo, que no se lo esperaba.
Y eso le molestó. Debería saber que seguía sintiéndose atraído por ella.
—Cásate conmigo, Anna —dijo.
—¿Qué? —ella se enderezó y lo miró atónita.
—Haríamos buena pareja. Tú necesitarás un piso más grande cuando nazca el
bebé. Yo no quiero ser padre de fin de semana. Y tenemos mucho en común.
—Tanner, me lo pediste antes y dije que no. ¿Qué parte de ese «no» no
entendiste? No voy a casarme contigo porque esté embarazada de ti.
—¿Por qué no quieres casarte? ¿No sería más fácil cuidar al bebé entre dos, que
estando tú sola?
—Me habría gustado casarme, pero deseché la idea cuando Jason y yo
rompimos. Tendría que ser alguien muy especial.
Eso lo puso en su lugar. No era lo bastante especial para ella. Se puso en pie.

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—Es hora de que me vaya —dijo.


—No te vayas por lo que he dicho —pidió ella.
—Es la segunda vez que dejas claro que no buscas el matrimonio. No quiero ser
pesado —agarró su chaqueta y fue hacia la puerta.
Anna lo siguió.
—El matrimonio no es algo que uno acepte sólo porque hay un bebé de por
medio.
—He estado casado, Anna, sé lo que implica.
—Lo siento —dijo ella, moviendo la cabeza con tristeza y mordiéndose el labio.
—Gracias por la cena y por el libro —deseó abrazarla y besarla hasta que
cambiara de opinión, y luego llevarla a la cama, pero no era factible.
—Gracias por la pulsera —dijo ella.
Tanner bajó las escaleras rápidamente, intentando quemar parte de su
frustración. Tenía que aceptar su rechazo y mantener una relación de amistad. No
más besos, por más que los deseara.
Tal vez cuando naciera el bebé, ella viera las ventajas de estar con él.

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Capítulo 11
—Pues lo has hecho muy bien —le dijo Anna a la puerta cerrada.
Era la segunda vez que Tanner le pedía matrimonio y había estado a punto de
aceptar. Estaba enamorándose de él, pero no había mencionado los sentimientos. Tal
vez besara a todas como la besaba a ella: deseó que no fuera así.
Suspiró. Seguramente no habría más besos. Deberían haber manejado la
situación de otra manera. Él debería haberse enamorado de ella. Le valía para tener
un hijo suyo y para ofrecerle un matrimonio de compromiso. ¡Pero ella se merecía
amor!
Fue a la cocina a recoger y sintió un dolor tan agudo que se dobló. Intentó
respirar, pero el pinchazo era muy fuerte. Fue a la cama y se tumbó en postura fetal.
Así le dolía menos. No podía perder al bebé. Sabía que llamar al médico no serviría
de nada, era demasiado pronto. O el embarazo seguía o no. Tenía que relajarse,
pensar en otra cosa.
Su vida cambiaría mucho cuando el bebé naciera. No iba a aferrarse a Tanner.
Tal vez encontrara a un hombre a quien amar en el futuro, cuando superase lo de
Tanner. Deseó no tardar tanto como con Jason, a quien había echado de menos
durante años. Pero temía que olvidar a Tanner le resultase imposible. Lo amaba
mucho más que a Jason. Y con un hijo compartido, se verían a menudo, sabría lo que
hacía, tendría que ocultar sus sentimientos…
No era un buen auspicio para mantener su puesto de trabajo. Tal vez debiera
empezar a buscar otro.
Pero si Tanner insistía en participar activamente en la vida del niño lo vería
continuamente. Sabría lo que se había perdido por no decir «sí».
Aun así, no sería feliz en un matrimonio sin amor. Asustada, cansada y sola, se
quedó dormida.

El viernes por la tarde, a Anna le sorprendió ver a John Gilbraithe en Drysdale


Electronics. Era un cliente de Reino Unido con quien Thomas y ella llevaban años
trabajando.
—Hola, Anna —la saludó.
—¡John! —le sonrió encantada—. No sabía que fueras a venir. ¿Cómo estás? —
se levantó y fue a darle un abrazo. Habían salido juntos unas cuantas veces un par de
años antes, cuando ella estuvo en Londres por trabajo, y habían seguido siendo
buenos amigos.
—Vine a Los Ángeles a una conferencia y pensé tomarme un par de días para
visitar vuestra bonita ciudad.

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—Es fantástico verte. Siéntate. Dime qué has hecho últimamente. Apenas he
tenido noticias tuyas.
—Yo tampoco he recibido muchos mensajes tuyos. He oído que hay cambios en
la dirección. ¿Han cambiado mucho las cosas? —se sentó en una de las sillas para
visitas y Anna ocupó la de al lado. Poco después charlaban como viejos amigos.
Sonó el teléfono y Anna le pidió a su secretaria que atendiera las llamadas.
—¿Estás libre para comer o cenar? —preguntó John.
—Comer suena bien. Y cenar también. ¿Qué prefieres?
—¿Las dos cosas? Tenemos mucho que contarnos. Thomas se jubila a finales de
año, ¿no? Cuando te traslades a Bruselas estarás mucho más cerca.
Anna hizo una mueca.
—¿Qué? ¿Acaso no va a ocurrir? —John era astuto.
—Es complicado. Te lo contaré en la comida. Vamos a salir antes de que
aparezca alguien pidiendo algo urgente —agarró el bolso y el abrigo.
Salía del despacho cuando vio a Tanner en el pasillo.
Llevaba una gruesa carpeta en la mano y hablaba con Phil Mclntyre. El instinto
de Anna indicó alerta roja. No se fiaba de Phil ni un pelo.
Ambos hombres miraron a Anna y a John. Ella se encargó de hacer las
presentaciones.
—Esperaba poder hablar contigo mientras estuviera aquí —le dijo John a
Tanner, al comprender quién era.
—Será un placer. ¿Comemos juntos?
—Eh… Anna y yo ya hemos hecho planes. ¿Podríamos vernos después?
—¿Qué tal a las dos?
—Para entonces habremos acabado —asintió John—. Y si no, seguiremos
hablando en la cena —le dijo a Anna—. ¿Nos vamos?
Anna sonrió y evitó los ojos de Tanner. Tuvo la sensación de que los observó
hasta que llegaron al ascensor.
—¿Quién es el hombre que estaba con tu nuevo jefe? —preguntó John, ya en el
ascensor.
—Phil Mclntyre es mi nuevo jefe —explicó ella.
John tenía muchas preguntas, algunas personales y otras sobre la empresa.
—Tanner hará un buen trabajo, creo. Es concienzudo. Pero no me gusta Phil —
Anna nunca era tan clara con un cliente, pero John y ella eran más que eso. Y
necesitaba desahogarse un poco.
Cuando John se enteró de que cabía la posibilidad de que no le dieran el
ascenso, le ofreció trabajo en Poindexter, su empresa.

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—Gracias por la oferta —rió Anna—, pero esperaré a ver qué pasa con Drysdale.
Llevo con ellos más de quince años —en el fondo se sintió complacida. Tal vez no le
resultara tan difícil encontrar otro trabajo.

Tanner le dio la carpeta a Phil y observó a Anna y a John alejarse. Hombres y


mujeres compartían comidas de negocios, era habitual, pero era obvio que entre ellos
había algo más.
Estuvo a punto de llamarlos y sugerir comer con ellos, pero Phil lo observaba y
cambió de idea. Sería mejor conocer a John antes. Descubrir si tenía razones para
sospechar que a Anna le interesara el inglés.
Volvió a su despacho y le pidió a Ellie que le llevara toda la información
disponible sobre Poindexter y su representante, John Gilbraithe.
Tanner estaba bien informado cuando llegó a las dos. Hablaron de temas
generales un rato y luego John le preguntó por la situación de la oficina europea y
cómo afectarían los cambios a su empresa.
—No anticipo más cambios que un servicio más rápido y eficaz —le dijo
Tanner.
—Anna dice que tal vez no esté al frente de la oficina. Sentiríamos no tratar con
ella —dijo John.
—¿Qué ha dicho? —Tanner se tensó.
—Sólo que puede que no reciba el ascenso cuando Thomas se retire. Le he
ofrecido un puesto en Poindexter si ése es el caso.
Tanner se quedó atónito. Él intentaba mantener a Anna en San Francisco y ella
ya tenía una oferta de trabajo en Londres. Imaginó a su bebé a miles de kilómetros de
distancia y verlo sólo unas veces al año. Se enfureció. Anna no se llevaría a su hijo.
—Dudo que Anna se plantee algo así —dijo—. Acordamos vivir cerca el uno
del otro por el bebé.
—¿Qué bebé? —John lo miró perplejo.
—El de Anna y mío —contestó Tanner.
—No me ha dicho nada —el hombre pareció asombrado—. No lo sabía.
—No se lo hemos dicho a casi nadie.
Sólo lo sabía la familia. Y Phil, porque había sido la razón que le había dado
para contratarlo. Anna lo mataría si se enteraba, pero no podía permitir que ese
hombre pensase que ella podía trasladarse a Londres. Y cuando antes lo supiera
Anna, mejor.
—Enhorabuena —dijo John—. ¿Para cuándo es?
—Junio. Estamos encantados.

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—Estoy sorprendido. Siempre he visto a Anna como una profesional por


encima de todo.
—Lo es. Las madres pueden trabajar igual que lo hacen los padres.
—Sí, claro. Es una sorpresa. Vamos a cenar juntos esta noche, supongo que nos
acompañarás.
—Me encantará —dijo Tanner. Si Anna protestaba, le diría que John lo había
invitado—. En cuanto a tu empresa, puedes seguir confiando en Drysdale Electronics.
Incrementaremos las ventas y mejoraremos la atención al cliente.
Independientemente de quién dirija la oficina europea, tu empresa estará en buenas
manos —dijo Tanner.
—Nos veremos en la cena —dijo John poco después, levantándose para salir.
Tanner se quedó absorto. No sabía por qué había creído que Anna haría su
voluntad. Él quería casarse para atarla a él, pero ella no había aceptado. Estaba
empeñada en trasladarse a Europa.
Y él igual de empeñado en que se quedara.

Anna entró al dormitorio para ponerse un suéter más abrigado. Por suerte
había dejado de llover, aunque hacía frío. Le había sugerido a John cenar en un
restaurante en el puerto. La comida y el servicio eran excelentes, pero había
humedad junto al agua y quería estar abrigada.
John había ido a recogerla para llevarla a cenar y había dicho que Tanner
también iría. Ella se preguntó por qué razón.
Se pasó un cepillo por el pelo y de repente sintió un fuerte dolor que hizo que se
doblara por la mitad. Se arrodilló e intentó respirar, pero no podía. El intenso dolor
en el bajo vientre era insoportable.
—Oh, no, no. Por favor, que no pierda el bebé —rezó entre dientes—. Ayuda —
consiguió gemir, sujetándose el vientre. No podía ponerse de pie.
—¿Anna? —John llegó rápidamente—. Oh, Dios, ¿qué ocurre?
Ella intentó contestar, pero le costaba respirar. El dolor no disminuía.
—Necesito ayuda. Creo que estoy perdiendo al bebé. Dios, no, por favor.
—Aguanta. ¿A quién llamo? —preguntó John, rodeándola para agarrar el
teléfono.
—Llama a urgencias —dijo ella.
Ni siquiera se enteró de lo que decía John. El dolor la atenazaba. Pensó con
tristeza que ni siquiera había llegado al final del primer trimestre.
Empezó a llorar de miedo. Iba a perder al bebé. Debería haber creído al médico,
pero cada día que pasaba era un día de esperanza. Se tumbó de costado, en posición
fetal.

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—Tranquila, cielo, todo irá bien —dijo John—. En seguida llegará ayuda.
—Avisa a Tanner —pidió ella.
Él buscó el número de teléfono y lo llamó.
Anna gemía, tanto por dolor físico como emocional. Había sabido que era un
milagro. Le habían dicho hacía años que no podría tener hijos.
Siguieron minutos de rezos y agonía. No podía concentrarse en nada. Si
suplicarle a Dios podía salvar al bebé, suplicaría, pero nada parecía poder detener el
curso de la naturaleza. El dolor no disminuía.

Tanner se saltó todo el código de circulación mientras cruzaba la ciudad. No


dejaba de oír el acento británico de John dándole las peores noticias.
Había salido corriendo. Esperaba llegar a casa de Anna antes que la
ambulancia.
Ella había temido que ocurriera algo así. El médico había dejado claro que era
un embarazo de alto riesgo, pero Anna parecía fuerte y él había creído que tendría a
su bebé, su bebé milagro. Le gustaba la idea de haber sido él quien le hiciera ese
regalo.
Cuando llegó, vio una ambulancia ante la puerta. Frenó en seco y corrió hacia el
portal.
Por suerte había un ascensor abajo. Subió rezando todo el camino. La puerta del
piso estaba abierta y tardó segundos en llegar al dormitorio.
Se le heló el corazón al ver a Anna hecha una bola en el suelo, sujetándose el
estómago. Tanner no había sentido tanto miedo en su vida.
—Gracias a Dios que estás aquí —dijo John, que estaba de rodillas junto a Anna.
Se levantó y le hizo sitio.
—Dos enfermeros han intentado que Anna se tumbara en la camilla, pero no
han podido.
—No, no, no puedo perder a mi bebé.
—Tranquila, cielo. Aguanta —Tanner la alzó en brazos y la colocó en la camilla.
Le apartó el pelo de la cara, húmeda de lágrimas. Él también sentía ganas de llorar—.
Aguanta.
—¿Tanner? —alzó la cabeza, desolada.
—Sí, aquí estoy. Todo irá bien.
—Cuanto antes la llevemos al hospital, antes lo sabremos —dijo un enfermero.
—Tanner, no dejes que pierda al bebé. Nunca creí que tuviera uno. Quiero tener
el nuestro.

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—Yo también, cariño. Aguanta. Pronto estarás en el hospital. Gracias por


llamarme —le dijo a John.
—Me alegro de haber estado aquí. He sentido pánico, lo reconozco.
—Yo he batido un récord de velocidad viniendo —se inclinó y acarició la
mejilla de Anna—. Todo irá bien, cielo, no dejes de pensar eso.
—Gracias por venir —gimió ella—. Tengo miedo.
—Yo también. Pero ahora estoy aquí.
—Nos vamos —los enfermeros empezaron a sacar la camilla.
—Quiero acompañarla —dijo Tanner.
—Tendrá que seguirnos. Necesitamos espacio en la ambulancia por si hay que
intervenir.
—¿Adónde la llevan?
—Al hospital Mercy.
Tanner volvió a darle las gracias a John, agarró el bolso de Anna y bajó. La
ambulancia arrancaba en ese momento. Pocos segundos después, la seguía.
Por suerte había sitio para aparcar cerca de la entrada de urgencias. Entró
corriendo.
—Acaban de traer a Anna Larkin con una posible amenaza de aborto —dijo al
recepcionista.
—Está en la sala de reconocimiento número tres. El médico está con ella.
Necesito ciertos datos.
—Después —Tanner fue hacia la sala tres, apartó la cortina y entró.
—Soy el padre del bebé. ¿Se pondrá bien? No va a perderlo, ¿verdad? —
preguntó, yendo hacia Anna y agarrando su mano. Estaba pálida y parecía muy
asustada. Deseó poder hacer algo por ayudarla.
—Aún estamos examinándola —dijo el médico sin mirarlo.
Durante unos interminables minutos sólo se oyeron los gemidos de Anna. Una
enfermera le tomó la temperatura, tenía fiebre y le sacaron sangre.
—¿De cuánto está? —preguntó el médico.
—Unos tres meses —le contestó.
Anna aferró la mano de Tanner.
—Gracias por venir —susurró.
—Nadie habría podido impedírmelo —dijo él.
—Ahora deja que te palpe —el médico pasó las manos por su abdomen y Anna
soltó un grito.

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—No creo que esto sea un aborto, creo que es apendicitis —dijo el médico—.
Llamad al cirujano. Esperare los resultados del análisis, pero creo que deberíamos
prepararla para quirófano.
—¿Y el bebé? —preguntó Tanner.
—Si operamos ese apéndice pronto, el bebe estará bien —dijo el médico.

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Capítulo 12
Tanner se recostó en la incómoda silla y miró al techo. Anna llevaba en el
quirófano más de dos horas. Habían llamado a su médico habitual, que había ido al
hospital para dar más datos al cirujano.
En la sala de espera había dos personas más. Una leyendo y la otra haciendo
punto. El tiempo se hacía eterno. Deseaba entrar al quirófano y exigir respuestas.
Que le dijeran que Anna y el bebé estaban bien.
Pensando en los últimos meses, le costaba creer cuánto impacto había tenido
Anna en su vida. Quería su seguridad por encima de todo, y en segundo lugar que
tuviera a su bebé. Sabía que ella lo deseaba con toda su alma.
No podía sacarse de la cabeza la imagen de Anna llorando. Haría cualquier cosa
por ella.
Su conciencia le recordó que no le había evitado el estrés. Se pasó la mano por
la cara y miró la televisión, sin verla. No debería haber manejado el asunto de
Mclntyre como lo había hecho. Y debería dejar de interponerse en su felicidad. Si
quería el puesto de Bruselas, se lo daría. Haría cualquier cosa para quitarle el miedo
de perder a su bebé.
Quería verla reír como se había reído en verano. Verla organizar estrategias que
catapultaran su división a lo más alto de la empresa. No quería verla frágil. Deseó
con todas sus fuerzas que no perdiera al bebé, porque no sabía si ella lo soportaría.
Miró el reloj de nuevo. Seguramente debería llamar a los padres de Anna, pero
no tenía sentido preocuparlos cuando no podían hacer nada. Aun así, llamó a Ellie
para pedirle el número. Les telefonearía cuando tuviera más noticias.
Apretó los puños. Deseó poder cambiar las cosas. Sabía que a ella la devastaría
perder al bebé y se sentía totalmente impotente.
Cuarenta y cinco interminables minutos después, el cirujano se asomó a la sala
de espera.
—¿Señor Forsythe? —preguntó.
Él se puso en pie y fue hacia el médico.
—¿Cómo está Anna? —preguntó Tanner.
—Bien. La han llevado a recuperación y pasará allí una media hora, hasta que
recupere el conocimiento. Luego la trasladaremos a la tercera planta. Podrá verla
cuando esté en la habitación.
—¿Y el bebé?
—También está bien. Hicimos un reconocimiento intensivo, a petición de su
médico habitual. Las cosas están mejor de lo que parecía. Creemos que todo irá bien.
¿Tiene alguna pregunta?
—¿Cuándo podrá volver a casa?

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—Dentro de unos días, si todo va bien. Sugiero que vaya a comer algo y luego
suba a la tercera planta a ver a su esposa.
Tanner le estrechó la mano, sin corregirlo.
Le había pedido a Anna que se casara con él dos veces y ella lo había rechazado.
Él pensó que se había equivocado. Ellos dos debían estar juntos. Había estado ciego
al no darse cuenta antes. Cindy lo había engañado, pero de eso hacía una década. Ya
no era el chico que se había casado impulsivamente. Y Anna no se parecía en nada a
Cindy. Era una mujer madura y con éxito, que pedía poco y daba mucho. Le daba
felicidad y un respiro del ajetreado mundo de los negocios. Por primera vez en
mucho tiempo, Tanner anhelaba dar algo a cambio.

Una hora después, entró en la habitación. Anna dormía. La enfermera le


aseguró que estaba bien.
Se acercó a la cama. Aún tenía los ojos hinchados por las lágrimas y estaba
pálida.
Agarró su mano, deseando no soltarla nunca. Ella parpadeó y sonrió al verlo.
—No he perdido al bebé —le dijo.
—Lo sé. ¿Cómo te encuentras?
—Como si flotara. El médico me aseguró que los medicamentos que me han
puesto no dañarán al bebé, o me habría negado a que los utilizaran.
—Hoy en día hacen milagros con la medicina —le apartó el pelo de la frente y
la besó—. He pasado mucho miedo —dijo él.
—Yo también. Estaba segura de que estaba teniendo un aborto. Y aún hay
riesgo, ya lo sabes.
—Sí. Pero el médico dice que las cosas están mejor de lo que esperaban.
Pasaremos por esto juntos, cariño. No perderemos a nuestro bebé.
—Ojalá pudieras prometérmelo —dijo ella.
—Puedo prometerte que estaré contigo, donde quiera que vayas. Cuando John
me telefoneó comprendí que eres cien veces más importante para mí que el bebé, el
trabajo o San Francisco. Llevo semanas enamorándome de ti. Quizá empezara antes
de que dejásemos de vernos.
—¿Qué?
—Todo es culpa mía. ¿Crees que podrías considerar un acuerdo a largo plazo,
que acabe cuando uno de nosotros muera, dentro de muchos, muchos años?
—Oh, Tanner, no tienes que pedírmelo otra vez. Ya te he contestado que no dos
veces.

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—Espero que a la tercera vaya la vencida —dijo él—. Te quiero a mi lado, Anna.
Te amo. Por favor, piénsalo. ¿No sería bueno compartir los buenos y los malos
momentos? Has traído la luz a mi vida. No te la lleves.
—¿Me quieres? —lo miró atónita.
—¿Tan difícil te resulta creerlo?
—¡Nunca me has dado ni una pista!
—¿Estás loca? Te he estado viendo a pesar de creer que los colegas de trabajo no
deben tener relaciones. Te he presentado a mis padres, y sólo eres la segunda mujer
que les presento en mi vida. Te había pedido ya que te casaras conmigo, ¡dos veces!
¿A qué pistas te refieres? Lo que siento por ti no lo he sentido por nadie. Te amo,
Anna. Por favor, cásate conmigo.
Ella esbozó una lenta sonrisa.
—Yo también te quiero, Tanner. Me rompió el corazón rechazar tu oferta de
matrimonio. Pero nunca dijiste que me querías. Dijiste que era por el bebé.
—Pues tu corazón y tú podéis quedaros conmigo. Despediré a Phil. Puedes irte
a Bruselas si quieres, y yo encontraré trabajo allí. Y criaremos juntos a nuestro hijo.
—Éste no es el Tanner que yo conozco —rió ella—. Debería aprovechar ahora
que estás tan magnánimo.
—Estoy abierto a la negociación.
—Si tengo este bebé, quizá debiera quedarme aquí, para que esté cerca de sus
abuelos. Podría convertirme en la perfecta esposa del director ejecutivo, organizando
fiestas y cenas y cuidando de los niños.
—¿Vamos a tener más de uno? —preguntó Tanner, sorprendido por el cambio.
Ella aún no había dicho «sí».
—Si ha ocurrido un milagro, ¿por qué no más?
—No te veo como ama de casa. Eso funcionó para nuestras madres, pero tú
tienes demasiado que ofrecer a Drysdale Electronics. Bruselas siempre estará ahí. Y yo
no seré director ejecutivo eternamente.
—¿Qué quieres decir?
—Dentro de unos años buscaré algo más importante, un reto mayor. Tal vez
una empresa internacional con sede en Europa. Estaremos juntos y tú podrás dirigir
tu división.
—Puede que para entonces ya no quiera hacerlo. Pero gracias. Quiero volver a
oírte decir que me quieres —sonrió ella—. Yo te quiero desde septiembre. Creo que
siempre te querré.
—Eso me alegra, cielo, porque yo pienso quererte el mismo tiempo —se inclinó
hacia ella y la besó.

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Julio

Anna estaba en la puerta de la cocina, contemplando el caos que había en el


salón. Ese día habían bautizado a la pequeña Emily Rose Forsythe y la familia y
amigos lo estaban celebrando. La niña pasaba de brazo en brazo y había dormido
casi todo el tiempo.
Su hermana Becky ya se había marchado, con sus hijos y su nuevo bebé. Sam,
Marilyn y Abby seguían allí, y también los padres de Anna. Teresa y otras amigas del
trabajo charlaban junto a la ventana. Los amigos de Tanner estaban junto al bar.
Anna estaba satisfecha con lo bien que había ido todo. Miró a su hija y su
corazón se llenó de júbilo. Había conseguido dar a luz a una niña sana y perfecta.
Aún le costaba creerlo. Emily se había despertado y empezaba a quejarse. Anna iba
hacia allí cuando Darlene se hizo cargo del bebé.
—Mi preciosa nieta necesita un poco de paz y silencio —dijo, llevándosela hacia
el dormitorio.
—Necesita que su abuelo la acune para dormirse otra vez —dijo Edward
Forsythe, levantándose y siguiendo a su esposa.
Llevaban dos días alojándose con ellos, en el piso de Tanner, y la relación había
mejorado, tal y como Tanner había predicho. Y no sólo por el nacimiento de Emily.
Cuando sus padres habían visto lo feliz que era casado con Anna, su actitud había
dado un giro dramático. Casi se rió al verlos llevarse a la niña.
Tanner se reunió con ella en la cocina.
—Creía que ibas a sacar a Emily del barullo —dijo.
—Iba a hacerlo, pero tus padres se han adelantado.
—¿Te he dicho que mi padre está hablando de jubilarse y trasladarse a San
Francisco?
—No. Cielos. Nos llevamos bien, pero ¿tenerlos viviendo aquí?
—Le dije que tal vez nos mudáramos a Bruselas —murmuró él, besando su
mejilla.
Anna se rió.
—Sabes que voy a quedarme en casa con Emily al menos unos meses. ¿Por qué
le has dicho eso?
—Para seguir solos en la ciudad, sin parientes demasiado cerca. Tal vez
pudiéramos interesarlos en Stockton. Está a una distancia razonable.
—Tienes suerte de que mis padres tengan otros nietos, o también estarían
hablando de trasladarse aquí.
—La verdad es que tendría sus ventajas. Podríamos dejar a los niños con unos
abuelos un fin de semana y con los otros al siguiente.
—¿Y qué haríamos nosotros? —sonrió ella.

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—Por suerte para ti, señora Forsythe, soy un hombre de muchos talentos y un
gran planificador de actividades. Todas las que se me ocurren tienen que ver con una
cama y una puerta cerrada.
Ella se rió y lo abrazó.
—Eres mi corazón, Anna —dijo él con seriedad—. Te adoro. Nunca podría ser
tan feliz sin ti y sin la niña. Gracias por darme la hija de mis sueños.
—Oh, Tanner, yo sí que soy feliz. Te tengo a ti, a nuestra preciosa niña y un
matrimonio de ensueño —dijo ella, antes de que él volviera a besarla.

Fin

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