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Alonso G.
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El médico y analista junguiano Adolph Guggenbühl en su obra Poder y
destructividad en psicoterapia plantea que, independiente de que se quiera o
no, la psicoterapia está relacionada con la medicina. Ambas disciplinas se
encargan de ayudar a los enfermos a curarse, unos de sus heridas físicas y otros
de sus heridas psíquicas. Este autor menciona que con frecuencia existe en
nuestros días un culto, tanto a médicos como a terapeutas, a quienes se honra
públicamente porque tienen en sus manos la curación de
enfermedades. Desafortunadamente este culto puede llevar a algunos
terapeutas a ubicarse frente al paciente desde una posición de poder. El
resultado es, por lo tanto, una relación asimétrica en la que el terapeuta tiene un
gran dominio y una gran capacidad de determinación sobre lo que le va a
sucederle al paciente, lo cual puede llevar a su vez a que el paciente asuma una
actitud pasiva durante el tratamiento.
La actitud de poder no siempre está presente desde el comienzo de la práctica
como terapeutas. En el curso de su carrera, los estudiantes de psicología o de
medicina pasan por una fase muy conocida en la que creen sufrir todas las
enfermedades sobre las que están aprendiendo. Oyen hablar de un trastorno (ya
sea ansiedad, depresión, fobia social, hipocondría, etc.) y descubren en ellos
todos los síntomas. Esta fase es muy importante en su formación pues es el
momento en que comienzan a comprender que esas enfermedades están
potencialmente en todas las personas, incluidos ellos mismos. Es entonces
cuando empiezan a vivenciarse como curadores heridos. Desafortunadamente,
la práctica terapéutica es tan dura que esta actitud inicial puede cambiar
muchas veces hasta llevarlos con el tiempo a ser arrogantes, charlatanes o a
sentirse salvadores mesiánicos.
En cuanto a la formación como terapeutas hay una ventaja en las escuelas con
institutos de formación, como la junguiana o la freudiana, que exigen que,
además del plan de estudios con las principales teorías del enfoque, es necesario
cumplir con una etapa de “entrenamiento”, que incluye tanto horas de análisis
personal como horas de supervisión de casos. Estas prácticas han sido
concebidas precisamente para que los futuros terapeutas trabajen no solo su
sombra sino sus conflictos interiores, y que, además puedan comprender las
dinámicas con los pacientes. Este proceso es guiado por supervisores con
experiencia. Desafortunadamente, no todos los terapeutas tienen este
entrenamiento y por eso pueden ser presa fácil de la posesión de la sombra.
Pero aun habiendo tenido un buen entrenamiento, ningún terapeuta está exento
de que con el tiempo su sombra aparezca y entorpezca su labor.
Perspectiva del terapeuta
El análisis junguiano de la relación terapeuta-paciente, lo haré en dos partes: la
primera desde la óptica del terapeuta, y la segunda desde la perspectiva del
paciente. Comencemos con la mirada del terapeuta.
Definición de arquetipo
Para entender a qué nos referimos al hablar del arquetipo del curador herido,
comencemos recordando la definición de arquetipo. Un arquetipo puede
definirse como la potencialidad innata de una conducta lo cual se observa
cuando tendemos a reaccionar de manera similar ante algo o ante alguien, al
encontrarnos en una situación típica y de constante recurrencia.
Algo importante de resaltar es que ciertos arquetipos como los que acabamos de
ver contienen una polaridad en la psique. En el ejemplo que estamos
analizando, un polo es el del curador y el otro es el del herido. Y nacemos con
ambos polos del arquetipo en nuestro interior. No obstante, estos polos pueden
estar conciliados o pueden estar escindidos. Cuando están conciliados, se
activan ambos en forma conjunta en el momento en que aparecen ciertas
circunstancias, por ejemplo, ante la enfermedad. Por el contrario, cuando están
escindidos, un polo se activa en el mundo exterior, mientras que el otro polo
queda en el inconsciente; pero el hecho de que quede en el inconsciente no
significa que no actúe, sino que va a operar de manera no consciente.
Sin embargo, esta actitud general del terapeuta no suele ser corriente, sino más
bien la excepción. ¿Por qué? Porque escuchar el dolor y el sufrimiento ajeno no
es nada fácil, y porque no todos los terapeutas han explorado su interior para
comprenderse tanto como sea posible. Esa capacidad de aceptar los trastornos
psíquicos ante los aspectos trágicos de la vida resulta una carga demasiado
pesada para la mayoría de los terapeutas, y por eso, a la mayoría de ellos los
rebasa ver que esas mismas heridas pueden llegar a afectarlo a él mismo, lo que
los lleva a comenzar a aceptar la enfermedad sólo en los demás y de esa manera,
a reprimir su rol de heridos.
Estos dos tipos de sombra, que muchas veces actúan juntas en el terapeuta,
tienen la característica común de hacer que él trate de ignorar su polo herido a
través del poder, generando una relación dominante en la que trata de convertir
al paciente en un objeto. Y el paciente a la vez, reacciona sometiéndose a él, y
asumiendo una actitud de dependencia, vulnerabilidad, y preocupación.
El terapeuta puede verse ante la necesidad de pedir cita a otro terapeuta para
que lo ayude, lo cual no va a ser nada fácil debido a su arrogancia. Por supuesto
que no va a acudir a colegas de su círculo cercano, pues le resultaría una
situación demasiado humillante. Es un convencido de que cualquier ser humano
puede ser afectado por trastornos emocionales… menos un terapeuta. Existe
también el riesgo de que en ocasiones tenga que interactuar con especialistas
que hayan desarrollado idénticas sombras de charlatanes o salvadores, como las
que él ha tenido. No obstante, la enfermedad será algo positivo para él pues va a
representar un punto de inflexión en su vida. Sorprendido, el terapeuta puede
por fin empezar a sentir la vulnerabilidad en sí mismo. El hombre que se creía
mentalmente sano, se convierte en paciente de un momento a otro, y ese
individuo antes arrogante está de pronto dominado por el miedo. Tiene lugar
una extraña forma de regresión, pues el adulto se empieza a ver como un niño
asustado.
Al inicio de este artículo se mencionó cómo ambos polos del arquetipo (curador
y herido) están presentes en la psique de todo ser humano. Cuando una persona
se enferma, el arquetipo curador-paciente se activa. Psicológicamente eso
significa que en cada paciente reside también un terapeuta.
Lo ideal es que cuando una persona sufre un trastorno emocional busque (por
supuesto) a un terapeuta externo, pero es necesario que al mismo tiempo active
su propio terapeuta interno, cuyo poder curativo es tan grande como el del
externo. No hay enfermedades que puedan curarse sin la participación de ese
terapeuta interior. En otras palabras, la acción de ningún terapeuta será efectiva
sin la colaboración del terapeuta interior del paciente. A veces se dice que un
paciente no quiere mejorarse, pero sería mejor decir que su terapeuta interior
no está colaborando.
Además, en una terapia también es posible que surjan las sombras del paciente
para obstaculizar la curación. Ya se ha hecho referencia a las sombras del
terapeuta. Pero, paralelamente en el paciente encontramos también en
ocasiones una sombra en forma de impulso anti-terapéutico, una fuerza que
lucha contra la curación. Técnicamente se le ha designado como “resistencias” al
proceso terapéutico.
Nota
ADEPAC