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El terapeuta como sanador herido – Juan Carlos

Alonso G.

Juan Carlos Alonso es Psicólogo (Universidad Nacional, Bogotá) y Analista


Junguiano de la IAAP (International Association for Analytical
Psychology). Magister en Estudios Políticos (Universidad Javeriana).
Miembro Fundador y Director de ADEPAC (Amigos de la Psicología Analítica
en Colombia) y miembro de la Sociedad Colombiana de Analistas Junguianos
(SCAJ). El autor presentó esta charla el sábado 13 de junio de 2020, en
Facebook Live, invitado por el Instituto Eleusis de Psicología Analítica
Junguiana, Lima, Perú. Correo:adejungcol@yahoo.com.
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Resumen
En este artículo se aborda desde un análisis junguiano,  la relación terapeuta [1]
-paciente, la cual corresponde al arquetipo del sanador herido. Esta imagen
reiterada en la mitología muestra la bipolaridad de este arquetipo, tanto desde
la mirada del terapeuta como desde la perspectiva del paciente.

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El médico y analista junguiano Adolph Guggenbühl en su obra Poder y
destructividad en psicoterapia plantea que, independiente de que se quiera o
no, la psicoterapia está relacionada con la medicina. Ambas disciplinas se
encargan de ayudar a los enfermos a curarse, unos de sus heridas físicas y otros
de sus heridas psíquicas. Este autor menciona que con frecuencia existe en
nuestros días un culto, tanto a médicos como a terapeutas, a quienes se honra
públicamente porque tienen en sus manos la curación de
enfermedades. Desafortunadamente este culto puede llevar a algunos
terapeutas a ubicarse frente al paciente desde  una posición de poder. El
resultado es, por lo tanto, una relación asimétrica en la que el terapeuta tiene un
gran dominio y una gran capacidad de determinación sobre lo que le va a
sucederle al paciente, lo cual puede llevar a su vez a que el paciente asuma una
actitud pasiva durante el tratamiento.
La actitud de poder no siempre está presente desde el comienzo de la práctica
como terapeutas. En el curso de su carrera, los estudiantes de psicología o de
medicina pasan por una fase muy conocida en la que creen sufrir todas las
enfermedades sobre las que están aprendiendo. Oyen hablar de un trastorno (ya
sea ansiedad, depresión, fobia social, hipocondría, etc.) y descubren en ellos
todos los síntomas. Esta fase es muy importante en su formación pues es el
momento en que comienzan a comprender que esas enfermedades están
potencialmente en todas las personas, incluidos ellos mismos. Es entonces
cuando empiezan a vivenciarse como curadores heridos. Desafortunadamente,
la práctica terapéutica es tan dura que esta actitud inicial puede cambiar
muchas veces hasta llevarlos con el tiempo a ser arrogantes, charlatanes o a
sentirse salvadores mesiánicos.

En cuanto a la formación como terapeutas hay una ventaja en las escuelas con
institutos de formación, como la junguiana o la freudiana, que exigen que,
además del plan de estudios con las principales teorías del enfoque, es necesario
cumplir con una etapa de “entrenamiento”, que incluye tanto horas de análisis
personal como horas de supervisión de casos. Estas prácticas han sido
concebidas precisamente para que los futuros terapeutas trabajen no solo su
sombra sino sus conflictos interiores, y que, además puedan comprender las
dinámicas con los pacientes. Este proceso es guiado por supervisores con
experiencia. Desafortunadamente, no todos los terapeutas tienen este
entrenamiento y por eso pueden ser presa fácil de la posesión de la sombra.
Pero aun habiendo tenido un buen entrenamiento, ningún terapeuta está exento
de que con el tiempo su sombra aparezca y entorpezca su labor.
Perspectiva del terapeuta
El análisis junguiano de la relación terapeuta-paciente, lo haré en dos partes: la
primera desde la óptica del terapeuta, y la segunda desde la perspectiva del
paciente. Comencemos con la mirada del terapeuta.

Arquetipo del curador herido


La relación terapeuta-paciente responde al arquetipo del curador herido, que es
una figura reiterada en las mitologías. La mejor imagen que representa este
arquetipo es la del mito griego de Quirón, el centauro sabio, tutor de varios
héroes, entre otros Esculapio, a quien le enseñó el arte de la medicina.

Heracles le disparó accidentalmente a Quirón una flecha envenenada que le dio


en una de sus patas traseras haciéndole una herida dolorosa e incurable. Pero
aun estando herido, Quirón tenía el poder de curar a los demás. La palabra
‘quirófano’ viene de su nombre Quirón, que significa ‘el que cura las heridas de
otro con las manos’. Psicológicamente, el hecho de que el curador Quirón
estuviera herido significa que en cada terapeuta reside un herido, y es una
imagen que refuerza la idea de que aquel que enferma también tiene el poder de
curar, que constituye el principio del curador herido. Jung decía: “Solo en
aquello en lo que el terapeuta mismo es afectado, puede también curar”.

Definición de arquetipo
Para entender a qué nos referimos al hablar del arquetipo del curador herido,
comencemos recordando la definición de arquetipo. Un arquetipo puede
definirse como la potencialidad innata de una conducta lo cual se observa
cuando tendemos a reaccionar de manera similar ante algo o ante alguien, al
encontrarnos en una situación típica y de constante recurrencia.

Los arquetipos se asemejan un poco a los instintos animales. Por ejemplo,


cuando algunas aves tienen sus crías, aparecen unos patrones de conducta que
las llevan siempre a construir nidos para ellos. Algo semejante ocurre en algunas
relaciones arquetípicas en las personas. Cuando los seres humanos se
encuentran con determinadas situaciones en la vida se activan ciertas formas de
reaccionar. Por ejemplo, hijos y madres ante la maternidad, o los miembros de
una pareja ante los celos, o hermanos y hermanas ante la rivalidad, o la relación
de la que estamos hablando: la de terapeutas y pacientes ante la enfermedad. La
gran diferencia con los instintos es que los arquetipos en los humanos no son
comportamientos tan deterministas como los instintos sino que son sólo
tendencias, pero tendencias que pueden variar, dependiendo de las experiencias
de los individuos en cada relación. Además son tendencias que pueden
controlarse, pero sólo si se hacen conscientes.

Al ser arquetípica la relación entre terapeuta y paciente, expresa una forma


innata y potencial de la conducta humana. Por eso, en situaciones arquetípicas
como esta, el individuo actúa de acuerdo con un esquema básico que es, en
principio, el mismo para todos los seres humanos. Es decir, terapeutas y
pacientes tienden de manera innata a comportarse de una manera parecida.

Algo importante de resaltar es que ciertos arquetipos como los que acabamos de
ver contienen una polaridad en la psique. En el ejemplo que estamos
analizando, un polo es el del curador y el otro es el del herido. Y nacemos con
ambos polos del arquetipo en nuestro interior. No obstante, estos polos pueden
estar conciliados o pueden estar escindidos. Cuando están conciliados, se
activan ambos en forma conjunta en el momento en que aparecen ciertas
circunstancias, por ejemplo, ante la enfermedad. Por el contrario, cuando están
escindidos, un polo se activa en el mundo exterior, mientras que el otro polo
queda en el inconsciente; pero el hecho de que quede en el inconsciente no
significa que no actúe, sino que va a operar de manera no consciente.

Manifestaciones del arquetipo conciliado


Una descripción de cómo puede verse un terapeuta con este arquetipo
conciliado puede ser la siguiente:

Será un profesional maduro emocionalmente (que si es analista junguiano suele


tener más de 40 años), y que, como todo ser humano, ha sufrido circunstancias
dolorosas en su vida, frustraciones afectivas, enfermedades físicas, duelos
familiares, conflictos laborales, altibajos anímicos…, toda una serie de duras
circunstancias que lo han hecho sentirse herido existencialmente, pero que a la
vez, lo han llevado a un honesto proceso de introspección, que será más sólido si
ha sido a través de horas de análisis personal, lo cual lo ha ayudado al
autoconocimiento de su propia sombra, a trascender sus defensas y síntomas, a
ser capaz de reconocer sus límites y a no desear ir más allá de sus posibilidades.

Todas estas experiencias vividas y elaboradas, lo habrán convertido en un


terapeuta maduro, sencillo en el trato, afable, empático, buen escucha,
compasivo y contenedor del dolor de los demás, porque se ha sentido enfermo
física y psíquicamente, y acepta en su propio interior la posibilidad de
enfermarse de nuevo, lo que a su vez, le permite activar el poder curador que
existe en el interior de sus pacientes. Arquetípicamente, podríamos decir que
este curador puede llevarle la salud al enfermo, al identificarse y al sentir
“empatía” con él.

Es relevante aclarar que no es necesario que el terapeuta haya experimentado el


mismo tipo de heridas de los pacientes, aunque tendrá más recursos
terapéuticos si son los mismos trastornos y los ha superado.

Sin embargo, esta actitud general del terapeuta no suele ser corriente, sino más
bien la excepción. ¿Por qué? Porque escuchar el dolor y el sufrimiento ajeno no
es nada fácil, y porque no todos los terapeutas han explorado su interior para
comprenderse tanto como sea posible. Esa capacidad de aceptar los trastornos
psíquicos ante los aspectos trágicos de la vida resulta una carga demasiado
pesada para la mayoría de los terapeutas, y por eso, a la mayoría de ellos los
rebasa ver que esas mismas heridas pueden llegar a afectarlo a él mismo, lo que
los lleva a comenzar a aceptar la enfermedad sólo en los demás y de esa manera,
a reprimir su rol de heridos.

En muchos casos se ve la transformación de terapeutas que comienzan siendo


sencillos, empáticos y afectuosos con sus pacientes pero que con los años se van
volviendo superficiales, arrogantes y dogmáticos. Jung decía que el amor y el
poder son fuerzas que se contraponen y que cuando una se impone, la otra es
excluida. Acá opera el mismo fenómeno: cuando el terapeuta olvida su polo de
herido, desaparece el trato amoroso hacia los pacientes y aparece la fuerza
contraria del poder.

Terapeuta con el arquetipo escindido


Un terapeuta típico con el arquetipo escindido del curador herido podría
caracterizarse así:  

Un profesional con poca madurez emocional, que no ha pasado por un análisis


didáctico ni ha tenido supervisión de casos. Quien, a pesar de haber sufrido las
usuales situaciones difíciles de la vida, no las ha elaborado psicológicamente,
esto es, sin un honesto examen de los hechos que lo lleve al conocimiento de sus
sombras internas y de sus limitaciones. Y por esta razón, tiende a creer que sus
capacidades terapéuticas son mayores a las reales.
El no haber elaborado ni trascendido sus heridas, lleva a este terapeuta a no
aceptar la posibilidad de volver a sufrir, porque le resulta una carga existencial
demasiado pesada. Rechaza entonces ver sus potenciales heridas, por lo que
comienza a aceptar la enfermedad sólo en los demás y de esa manera, negar el
papel de herido. Podemos afirmar de manera muy realista, que si no ha sabido
cómo explorar su interior para comprenderse, menos será capaz de ayudar a los
pacientes a hacerlo. Para Jung cada paciente llega hasta donde haya llegado su
terapeuta.

Como se mencionó antes, el terapeuta no solo debe haberse sentido herido


durante la vida para poder ayudar al paciente, sino que se requiere haber
asimilado y superado la herida. Si no la ha superado, corre el peligro de
identificarse con el sufrimiento del paciente. Por ejemplo: una paciente relata a
su terapeuta mujer una infidelidad en su matrimonio, a la que está en proceso
una reconciliación con su esposo. Si la terapeuta ha sufrido una situación
semejante pero no la resolvió, es posible que se identifique con la paciente
haciéndole ver que es muy difícil para el ser humano controlar las infidelidades,
o por el contrario, que satanice el adulterio. En ambos casos, la respuesta del
terapeuta será de poca ayuda para el proceso de reconciliación de la paciente
con su esposo.

Sombras en el arquetipo escindido


Para Adolph Guggenbühl, los terapeutas con el arquetipo escindido pueden ser
poseídos por dos tipos de sombra al interactuar con sus pacientes. Esas sombras
pueden ser respuestas del terapeuta a la presión de los pacientes sobre él. ¿De
qué manera? Aunque los pacientes llegan a consulta pidiendo ayuda porque su
vida se ve entorpecida por problemas matrimoniales, con sus hijos o con el
trabajo, las expectativas reales suelen ser esperar que el terapeuta sea un
redentor que los libere de todos los problemas. Que el terapeuta pueda
responder, sin sencillez, a esas proyecciones,  mencionando que comprende
perfectamente el problema, asegurando que él podrá curarlo de todos sus males,
y que eso lo garantiza su prestigio. En ese caso, la sombra del charlatán se habrá
posesionado del terapeuta. Internamente quisiera que todos los necesitados de
ayuda se dirigieran solo a él, y será un profesional que nunca remitirá un caso a
un colega, porque tiene el convencimiento de que nadie lo atenderá con tanto
éxito como él.
La otra posibilidad es que al escuchar el motivo de consulta, el terapeuta se
sienta como un pequeño dios que cree ver lo inconsciente de manera
transparente y descubrir la causalidad de todos los síntomas. En este caso será
la sombra del salvador la que se habrá activado en él. En ocasiones, este tipo de
sombra lo llevará a creer que sabe más que el resto de los mortales y que todos
sus casos siempre van bien. Pero, en el fondo, no hay un real deseo de ayudar a
sus pacientes de manera desinteresada.  

Estos dos tipos de sombra, que muchas veces actúan juntas en el terapeuta,
tienen la característica común de hacer que él trate de ignorar su polo herido a
través del poder, generando una relación dominante en la que trata de convertir
al paciente en un objeto. Y el paciente a la vez, reacciona sometiéndose a él, y
asumiendo una actitud de dependencia, vulnerabilidad, y preocupación.

Estas posesiones de la sombra habrán convertido al profesional en un terapeuta


altivo, dogmático, que habla mucho y escucha poco, con escasa capacidad
introspectiva, poco empático, nada generoso, cero afectuoso, y hasta
maltratador, por ejemplo, en los momentos en que considere necesario decirle
verdades al paciente lo hará de forma hiriente o agresiva. La principal
consecuencia de que el terapeuta crea que las enfermedades no tienen nada que
ver con él, es que le impide activar el rol de curador en los pacientes. Desaparece
entonces el terapeuta herido que puede conectarse humanamente con los
pacientes, y que puede trabajar conjuntamente con ellos en la curación.

Enfermedad real del terapeuta


Hay circunstancias extremas que pueden hacer que el arquetipo se concilie en el
terapeuta “a la fuerza”. La situación más crítica se presenta cuando los
profesionales sufren un trastorno emocional, y la situación será más dramática
entre más severo sea el trastorno. Por ejemplo, la aparición de una depresión
profunda.

El terapeuta puede verse ante la necesidad de pedir cita a otro terapeuta para
que lo ayude, lo cual no va a ser nada fácil debido a su arrogancia. Por supuesto
que no va a acudir a colegas de su círculo cercano, pues le resultaría una
situación demasiado humillante. Es un convencido de que cualquier ser humano
puede ser afectado por trastornos emocionales… menos un terapeuta. Existe
también el riesgo de que en ocasiones tenga que interactuar con especialistas
que hayan desarrollado idénticas sombras de charlatanes o salvadores, como las
que él ha tenido. No obstante, la enfermedad será algo positivo para él pues va a
representar un punto de inflexión en su vida. Sorprendido, el terapeuta puede
por fin empezar a sentir la vulnerabilidad en sí mismo. El hombre que se creía
mentalmente sano, se convierte en paciente de un momento a otro, y ese
individuo antes arrogante está de pronto dominado por el miedo. Tiene lugar
una extraña forma de regresión, pues el adulto se empieza a ver como un niño
asustado.

Esa dolorosa consciencia de la enfermedad transforma al terapeuta, y lo vuelve


un hermano del paciente en lugar de su amo. Y si el terapeuta logra recuperarse
después de un buen tratamiento analítico, habrá tenido un proceso simbólico de
muerte y renacimiento, que llevará profundos cambios en su personalidad, los
cuales se manifestarán en aperturas emocionales con quienes lo rodean,
incluyendo a sus pacientes, con quienes logrará una labor terapéutica más
humana.

En síntesis, los mejores terapeutas son aquellos en quienes el arquetipo no está


escindido. Pero hay que repetirlo: desafortunadamente no ocurre esto en todos
los casos. Por el contrario, es frecuente que el terapeuta se limite al único papel
del curador y que caiga en consecuencia en las sombras de las que ya hablamos:
el charlatán o el sentirse un dios salvador.

Un comentario final de esta primera parte. Sería resaltar la importancia de


tratar de controlar este problema de las sombras manteniendo periódicamente
la supervisión de casos con otros colegas, a lo largo de nuestro trabajo clínico. 

Perspectiva del paciente


Hasta ahora se ha hecho referencia a la importancia que tiene para el terapeuta
el no olvidar nunca su parte interior herida. A continuación, el énfasis estará en
el contra-polo del arquetipo a través del análisis de la perspectiva del paciente.

Al inicio de este artículo se mencionó cómo ambos polos del arquetipo (curador
y herido) están presentes en la psique de todo ser humano. Cuando una persona
se enferma, el arquetipo curador-paciente se activa. Psicológicamente eso
significa que en cada paciente reside también un terapeuta.

Lo ideal es que cuando una persona sufre un trastorno emocional busque (por
supuesto) a un terapeuta externo, pero es necesario que al mismo tiempo active
su propio terapeuta interno, cuyo poder curativo es tan grande como el del
externo. No hay enfermedades que puedan curarse sin la participación de ese
terapeuta interior. En otras palabras, la acción de ningún terapeuta será efectiva
sin la colaboración del terapeuta interior del paciente. A veces se dice que un
paciente no quiere mejorarse, pero sería mejor decir que su terapeuta interior
no está colaborando.

Además, en una terapia también es posible que surjan las sombras del paciente
para obstaculizar la curación. Ya se ha hecho referencia a las sombras del
terapeuta. Pero, paralelamente en el paciente encontramos también en
ocasiones una sombra en forma de impulso anti-terapéutico, una fuerza que
lucha contra la curación. Técnicamente se le ha designado como “resistencias” al
proceso terapéutico.

Es importante tener presente que ambos, terapeuta y paciente tratan de aliviar


la tensión de los polos contrarios del arquetipo en su interior. El terapeuta
puede resolverlo valiéndose como ya se dijo, del poder, y el paciente va a
resolverlo volviéndose dependiente del poder del terapeuta. Ambas son
respuestas en las que se tratan de conciliar de manera artificial los dos polos del
arquetipo, y es hasta cierto punto normal que esas proyecciones mutuas
sucedan porque ambos pueden tener satisfacciones temporales. Sin embargo, si
las proyecciones permanecen, el proceso psíquico se bloquea y el paciente dejará
de estar interesado en sanar, y se liberará de su propia responsabilidad. En
consecuencia, entrega al terapeuta su propio poder curativo, y se dedica a
esperar a que el otro lo sane.

Los hospitales psiquiátricos están llenos de enfermos crónicos que no muestran


deseos de sanar. Igual sucede con los pacientes eternos que continúan procesos
terapéutico año tras año. Por esta razón , Jung era amigo de dar vacaciones a los
pacientes para cortar la dependencia de ellos al terapeuta, y para que los
pacientes se pudieran sentir solos por períodos. Porque el enfermo se convierte
en un paciente crónico cuando su terapeuta interno ya no se quiere activar
convirtiendo así al terapeuta externo en la fuente de toda esperanza, en un
redentor divino, que puede curar y aliviar el dolor. Y sin él, el paciente se siente
perdido.

Máscara negativa del terapeuta


Una actitud pasiva y victimizada hace que la contraparte del terapeuta active
una máscara negativa, que reacciona viendo al paciente como una pobre
criatura que se porta como un niño pequeño, que no progresa en su terapia y
que repite una y otra vez sus quejas y también sus fracasos. Es realmente un
juego en el que entran los dos, ya que el paciente también se ve a sí mismo
infantil y temeroso.

Termino con otra reflexión complementaria: Jung afirmaba que en un proceso


terapéutico, no se cura sólo el paciente, sino que también se cura el terapeuta.
Lo veía como un proceso alquímico en el que dos sustancias químicas, al
mezclarse, se transforman las dos. Las dos partes pueden salir fortalecidas, pero
sólo si ambas activan respectivamente sus polaridades de curadores y de
heridos. En ese escenario, el terapeuta es consciente de que las dificultades de
sus pacientes activan sus propios problemas (los de él) y viceversa, que los
problemas suyos se reflejan en los del paciente. Pero, de ese modo, los dos
trabajan conjuntamente, no sólo en el desarrollo interno de los pacientes sino
también en el del terapeuta.

Todos nos encontramos en una continuidad entre los polos de la salud y de la


enfermedad, sin estar nunca totalmente sanos ni totalmente enfermos. Y
recordando el mito de Quirón, así como todo terapeuta lleva en si la posibilidad
de enfermar, quien está enfermo lleva en sí la posibilidad de curarse.

Nota

[1] El término “terapeuta” en este artículo hace referencia a los profesionales de


diferentes escuelas, incluyendo a los analistas junguianos.

ADEPAC

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