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EL PROPÓSITO DE PAGAR EL PRECIO

El propósito de pagar el precio es darle a Dios la oportunidad de realizar en nosotros


lo que Él desea hacer. Pagar un precio significa que permitimos que Dios ocupe el
primer lugar en nuestro ser, de modo que Él sea nuestra vida e incluso se mezcle
totalmente con nosotros sin ningún estorbo, limitación ni dificultad. Debemos
renunciar a nuestro modo de vivir, preferencias, inclinaciones, futuro e intereses
personales, a fin de obtener a Cristo, pues Él desea reemplazar todo lo que tengamos.
Debemos entregarle todo lo que tengamos. Cuanto más le entreguemos, más
recibiremos. Cuanto menos le entreguemos, menos recibiremos. Si no le entregamos
nada, no recibiremos nada; pero si le entregamos todo, lo recibiremos todo. Debemos
pagar el precio y negarnos a nosotros mismos, renunciando a nuestra familia, carrera
y futuro y desechando todo lo que reemplace a Dios. De esta manera, Dios vendrá a
nosotros para ser nuestra vida, poder, naturaleza y contenido.

Si alguien cree en el Señor, pero no está dispuesto a pagar el precio para ganar a
Cristo, entonces la salvación que experimentará sólo consistirá en que será
perdonado de sus pecados y recibirá la vida eterna. El aspecto de la salvación que
incluye el perdón de pecados y recibir la vida eterna, ya ha sido preparado por Dios
para ustedes, y lo único que tienen que hacer es recibirlo. Sin embargo, a fin de que
Dios se mezcle con ustedes, deben renunciar a todo lo que tienen. Por ello, en Mateo
dice que necesitamos comprar aceite (25:8-9), y Apocalipsis dice explícitamente que
necesitamos comprar oro, vestiduras blancas y colirio (3:18). La palabra comprar, en
estos dos pasajes, fue proferida por el Señor mismo. Pablo no usó la palabra
“comprar”; más bien, dijo: “Lo he perdido todo ... para ganar a Cristo...” (Fil. 3:8). En
principio, tanto perder como comprar tienen que ver con pagar un precio. La medida
de nuestra pérdida determinará el grado en que Cristo se forje en nosotros. Si nos
aferramos a lo que tenemos, no habrá manera de ganar a Cristo.

Los primeros cristianos vendieron todo lo que tenían por amor al Señor (Hch. 2:44-
45; 4:32). Antes, ellos habían estado bajo la usurpación de todas esas cosas, por lo
cual no le daban a Dios la oportunidad, el terreno ni la manera de forjarse en ellos.
Pero, con el tiempo, se dieron cuenta de que no debían tener como meta esas cosas,
sino que su única meta debía ser Dios mismo. Por tanto, aborrecieron todas estas
cosas y sufrieron la pérdida de todas ellas. El joven rico mencionado en los
Evangelios amaba al Señor y deseaba seguirlo; no obstante, se fue entristecido (Mt.
19:16-22). ¿Por qué se fue entristecido? Porque no estaba dispuesto a vender sus
posesiones. Debido a que lo usurpaban estas cosas, Cristo no tenía cabida en él.

Siempre que alguien es usurpado por su reputación, futuro, posición, poder y


familiares, no hay manera de que Cristo ocupe el primer lugar en esa persona. El
Señor dijo que nadie puede servir a dos señores (6:24), lo cual significa que nadie
puede tener dos amores. Este asunto no se resuelve simplemente por la fe. Por ello, al
final del Evangelio de Juan, un libro que frecuentemente alude a la fe (Jn. 1:12; 3:15-
16, 18, 36; 6:40; 20:31), se menciona el asunto del amor. Muchos lectores de la Biblia
reconocen que Juan 21 fue añadido de último momento por el autor. Obviamente, el
Evangelio de Juan concluye en el capítulo veinte; no obstante, el escritor agregó otro
capítulo, el capítulo veintiuno, el cual es de otra naturaleza. Los primeros veinte
capítulos del Evangelio de Juan hablan acerca de la fe, pero el último capítulo, el
capítulo veintiuno, habla acerca del amor (vs. 15-17). Pedro y Juan no tenían
dificultades en cuanto a la fe; sin embargo, a menos que ellos dejaran los barcos de
pesca y las redes, no podrían ganar a Cristo. Hoy día, muchos creyentes se mantienen
en lo que revela Juan 20, pero ¿cuántos creyentes experimentan lo dicho en el
capítulo veintiuno? Frases tales como “más que éstos” (v. 15) y “cuando ya seas viejo”
(v. 18), indican que se requiere que paguemos un precio a fin de que Cristo tenga la
oportunidad de llenarnos abundantemente consigo mismo.

Como vemos en Juan 20, Pedro ya era salvo; no obstante, interiormente él no le


había cedido mucho espacio a Cristo. Pedro había recibido la abundante vida eterna,
pero Cristo no lo había llenado suficientemente. Por eso, el Señor dijo: “¿Me amas
más que éstos?” (21:15). Para amar más al Señor, él tenía que pagar un precio. Si sólo
tenemos fe, no podemos decir que para nosotros el vivir es Cristo, no podemos
conocer el poder de la resurrección de Cristo ni tampoco podemos decir que Dios es
quien realiza en nosotros tanto el querer como el hacer. El Señor dijo que si alguno
no renunciaba a todo lo que tenía, no podía ser Su discípulo (Lc. 14:26, 33). Si fuera
suficiente sólo tener fe, no habría sido necesario que Pablo corriera la carrera (1 Co.
9:24, 26; Gá. 2:2; 2 Ti. 4:7) ni tampoco habría él proseguido a fin de recibir la
recompensa en el futuro (Fil. 3:14). (Cómo ser útiles para el Señor, capítulo 2, por Witness
Lee, LSM)

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