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Si alguien cree en el Señor, pero no está dispuesto a pagar el precio para ganar a
Cristo, entonces la salvación que experimentará sólo consistirá en que será
perdonado de sus pecados y recibirá la vida eterna. El aspecto de la salvación que
incluye el perdón de pecados y recibir la vida eterna, ya ha sido preparado por Dios
para ustedes, y lo único que tienen que hacer es recibirlo. Sin embargo, a fin de que
Dios se mezcle con ustedes, deben renunciar a todo lo que tienen. Por ello, en Mateo
dice que necesitamos comprar aceite (25:8-9), y Apocalipsis dice explícitamente que
necesitamos comprar oro, vestiduras blancas y colirio (3:18). La palabra comprar, en
estos dos pasajes, fue proferida por el Señor mismo. Pablo no usó la palabra
“comprar”; más bien, dijo: “Lo he perdido todo ... para ganar a Cristo...” (Fil. 3:8). En
principio, tanto perder como comprar tienen que ver con pagar un precio. La medida
de nuestra pérdida determinará el grado en que Cristo se forje en nosotros. Si nos
aferramos a lo que tenemos, no habrá manera de ganar a Cristo.
Los primeros cristianos vendieron todo lo que tenían por amor al Señor (Hch. 2:44-
45; 4:32). Antes, ellos habían estado bajo la usurpación de todas esas cosas, por lo
cual no le daban a Dios la oportunidad, el terreno ni la manera de forjarse en ellos.
Pero, con el tiempo, se dieron cuenta de que no debían tener como meta esas cosas,
sino que su única meta debía ser Dios mismo. Por tanto, aborrecieron todas estas
cosas y sufrieron la pérdida de todas ellas. El joven rico mencionado en los
Evangelios amaba al Señor y deseaba seguirlo; no obstante, se fue entristecido (Mt.
19:16-22). ¿Por qué se fue entristecido? Porque no estaba dispuesto a vender sus
posesiones. Debido a que lo usurpaban estas cosas, Cristo no tenía cabida en él.