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JOSEPH PRINCE
Cuando el acusador llegue a condenarte por todas tus faltas y te diga cosas como:
“¿Cómo puedes llamarte cristiano?” o “Eres el hipócrita más grande del mundo”,
ese será el momento de comenzar a verte libre de cualquier condenación. Lo
opuesto al ministerio de condenación es el ministerio de justificación, que abunda
mucho más en gloria. Comienza a verte justo no por lo que has hecho o no has
hecho, sino por lo que Jesús ha hecho, y porque su sangre te limpia
continuamente.
Arthur Pink
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”
(Romanos 8:1).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay”. El octavo capítulo de la Epístola a
los Romanos concluye la primera sección de esa maravillosa carta. La
palabra “pues” puede considerarse de dos formas. En primer lugar, sirve de
enlace con todo lo que se ha dicho desde Romanos 3:21. Se deduce ahora
que hay una inferencia en la totalidad de la discusión que ha precedido; una
inferencia que es, de hecho, la gran conclusión hacia la cual el Apóstol se
había dirigido a través de todo el argumento. Porque Cristo ha sido
constituido como “propiciación por medio de la fe en su sangre” (3:25),
porque Él fue “entregado por nuestras transgresiones y resucitado para
nuestra justificación” (4:25); porque por la obediencia de Uno los muchos
(cristianos en todas las épocas) son “constituidos justos”, legalmente, (5:19);
porque los creyentes han “muerto (judicialmente) al pecado” (6:2); porque
han “muerto” al poder condenatorio de la ley (7:4), no hay “ahora, pues,
ninguna condenación”.
Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras
rebeliones (Salmo 103:12).
¿Pero como podía quitarse la culpa? Solo siendo transferida a otra persona.
La santidad divina no podía ignorarla; pero la gracia divina podía transferirla,
y así lo hizo. Los pecados de los creyentes fueron transferidos a Jesús:
“Jehová cargo en Él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). “Por
nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.
Estar en Cristo Jesús es estar perfectamente identificados con Él en la
decisión e intervención judicial de Dios; y también significa ser uno con Él,
vitalmente unido por la fe. La inmunidad a la condenación no depende en
forma alguna del modo en que “caminemos” con Él, sino solamente en estar
“en” Cristo. El creyente está en Cristo de igual modo que Noé estaba en el
arca, mientras los cielos se oscurecían sobre él, y las aguas se agitaban
bajo él, y sin embargo, ni una gota del agua del diluvio penetro su
embarcación, ni una ráfaga de tormenta conmovió la serenidad de su
espíritu. “El creyente está en Cristo igual que Jacob estaba en los vestidos
de su hermano mayor cuando Isaac lo besó y lo bendijo. Está en Cristo
como el pobre homicida estaba dentro de la ciudad de refugio cuando
estaba siendo perseguido por el vengador de la sangre, quien no podía
alcanzarlo y matarlo” (Dr. Winslow, 1857). Y porque está “en Cristo”, no hay,
pues, ninguna condenación para él. ¡Aleluya!