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Flügel
Quizás nunca se haya explicado el vestir con mayor hondura que en el libro de John
Carl Flügel de 1935 (Psicología del vestido), compendio y resumen de todos los
estudios, artículos y opúsculos de este magnífico psicoanalista.
El libro consta de cinco partes. Lo más trascendente y objetivo se encuentra en las tres
primeras (Las razones fundamentales del uso de ropas; Diferencias individuales;
Diferencias sexuales); lo más filosófico o especulativo, y por tanto más discutible, en las
últimas. Esto explica que haya reducido la parte IV a un esqueleto (Ética del vestido) y
que la parte V no la haya resumido (El futuro del vestido).
INTRODUCCIÓN
Las funciones del vestido / Nos vestimos con tres propósitos: decoración, pudor y
protección. La primacía de la protección ya no la defiende nadie (gentes desnudas entre
las nieves de Tierra del Fuego fueron descubiertas en el siglo XVIII); la del pudor,
pocos, porque, dejando a un lado las tradiciones bíblicas, el pudor no puede darse allí
donde no se reprima la exhibición; es decir, puede valer como factor psicológico para el
vestido pero no original sino surgido en un estadio posterior. El principal motivo
parece ser la decoración: existen pueblos que no se visten, pero no que no se decoren
(p. 13, 14, 15).
Relación entre las funciones de pudor y decoración / Son a un tiempo
contradictorias y complementarias: la primera nos impulsa a ocultar y la segunda a
exhibir. Esta oposición esencial entre ambos motivos es para Flügel el hecho más
importante de toda la psicología de la vestimenta; implica que nuestra actitud hacia las
ropas es ab initio“ambivalente” (p. 17); por medio de nuestras ropas tratamos de
satisfacer dos tendencias contradictorias y, por tanto, tendemos a considerarlas desde
dos puntos de vista incompatibles. Las ropas tienen esencialmente un carácter de
transacción, son ingeniosos artificios para resolver intereses en conflicto.
“La vestimenta sirve para cubrir el cuerpo y gratificar así el impulso de pudor. Pero
al mismo tiempo puede realzar su belleza, y ésta fue probablemente su función más
primitiva. Cuando la tendencia exhibicionista pasa del cuerpo desnudo al cuerpo
vestido, puede satisfacerse con mucho menos oposición que cuando éstas se enfrentan
con el cuerpo en estado de naturaleza. Sucede como si las dos tendencias fueran
satisfechas mediante este nuevo proceso” (p. 19).
Relación de dichas funciones con la de protección Ésta última ha sido usada
para “racionalizar” las dos primeras:
“Una vez que las ropas demostraron ser un medio eficaz para reconciliar dos
actitudes aparentemente incompatibles hacia el cuerpo humano, se descubrió que
todavía tenían una tercera ventaja: la de protección del cuerpo contra la
desagradable sensación de frío” (p. 20).
La racionalización fue muy fácil, porque se estimaba exageradamente el peligro del frío
para la salud.
I.1. LA DECORACIÓN
I. 2. EL PUDOR
Entendemos que el pudor es un impulso inhibitorio que puede dirigirse:
1. Contra formas de exhibición principalmente sociales o (principalmente)
sexuales. El embarazo de sentirse inapropiadamente vestidos en algún
acontecimiento social nos vale de ejemplo para el pudor social; el sexual es el tipo
principal, heredado en gran medida de tradición semítica.
“Entre los salvajes, las formas sociales del pudor requieren a menudo quitarse
realmente las prendas como signo de respeto. En las sociedades primitivas la
desnudez relativa o absoluta es a menudo un signo de status social inferior, de
servicio o de sumisión” (p. 71).
Todavía hoy, los musulmanes se quitan los zapatos en las mezquitas o los cristianos se
quitan el sombrero en las iglesias.
I. 3. LA PROTECCIÓN
I. 3.1. Protección física:
Contra el frío. Ha desempeñado una parte más importante que cualquier otra función
protectora de tipo físico (p. 88).
Contra el calor. Para evitar el choque directo de los rayos solares.
Contra enemigos humanos y animales. Escudos, corazas, grebas, máscaras de
gas, etc., para la guerra. Trajes contra las picaduras de insectos.
Niños El niño, en sus primeros años, tiene poco interés por el vestido; no se han
desarrollado en él las nociones de ornamentación y pudor; para él, el vestido representa
un medio inconsciente de regresión al estado prenatal (p. 110). Gradualmente se
despierta la tendencia exhibicionista que, según el psicoanálisis, se origina en dos
fuentes: una fuente es primariamente narcisista y la otra autoerótica. “Encuentra su
expresión natural en la exhibición del cuerpo desnudo y en la demostración de sus
poderes, y puede ser observado en muchos niños en las danzas y cabriolas desnudas
en las que, si se les permite, se complacen preferentemente, aunque no
necesariamente ante los ojos de los admirados adultos” (p. 110).
Componentes autoeróticos:
Erotismo cutáneo. La terminología psicoanalítica denomina erotismo cutáneo al
placer de la estimulación natural de la piel; la acción del aire, del viento y del sol sobre
la superficie del cuerpo. Es difícil de sublimar con las ropas, aunque la seda y ciertos
tejidos sutiles y texturados resulten agradables al tacto. La ropa implica un sacrificio de
estos placeres. (p. 112)
Erotismo muscular. Aquí el placer se deriva del libre juego de los músculos (p. 113),
otro impedimento de los vestidos. “La única compensación que las ropas pueden
ofrecer a esta pérdida de placer parecería residir en la agradable presión
proporcionada por ciertas prendas ceñidas, como un cinturón o un corsé, que parecen
aumentar la fuerza del cuerpo al producir sensaciones similares a las que acompañan
la contracción de los músculos abdominales. Aquí, sin embargo, como en el caso del
erotismo cutáneo, aunque los placeres producidos por las ropas son reales, en su
mayor parte son inferiores a los que son posibles en un estado de desnudez (...) Por lo
tanto, las ropas deben buscar un apoyo psicológico de tipo más directamente
placentero, para los desplazamientos de los elementos narcisistas más que para los
autoeróticos” (p. 114).
El macho más ornamental, la hembra más púdica Como entre los animales,
entre los hombres primitivos y nuestros antepasados el hombre es mucho más
decorativo que la mujer, y el pudor se ve con más frecuencia en la mujer, relacionado
posiblemente con los diferentes tabúes que afectan a su sexualidad, a la menstruación y
el parto. También entre nosotros los modernos o contemporáneos pueden rastrearse
vestigios de esta distinción sexual primitiva: en una iglesia, el hombre se quita el
sombrero pero la mujer se lo queda; en el caso del hombre el sombrero peca de
exhibicionismo; en el caso de la mujer pecaría su propio cabello, así que debe de
ocultarlo aunque lo haga con un sombrero ostentoso. “La razón psicológica de esta
diferencia está probablemente en que el desplazamiento del exhibicionismo del cuerpo
a las ropas ha ido más allá en el hombre que en la mujer” (p. 133).
La gran renuncia masculina a la decoración. Desde el siglo XVIII los hombres
han renunciado (ahora se están recuperando) a todas las formas de ornamentación más
brillante, haciendo con ello de la sastrería un arte austero y casi ascético. El hombre
abandonó su pretensión de ser considerado hermoso. ¿Por qué?
1. Ideal democrático de fraternidad. Contra el vestido jerarquizante del Antiguo
Régimen, preservado por la aristocracia con leyes suntuarias, se impuso, de acuerdo a
los nuevos ideales de democracia surgidos a partir de la Revolución francesa, un traje
que no desentonara con la doctrina de la fraternidad humana, incompatible con una
indumentaria que destacara el rango sobre otras cualidades. El problema se resolvió
mediante una mayor uniformidad en el vestido (p. 142.143).
2. Nueva valoración del trabajo. Esta “tendencia a una mayor simplificación fue
poderosamente reforzada por un segundo aspecto del cambio general de ideales que
implicaba la Revolución, por el hecho de que el ideal de trabajo se volvió
respetable” (p. 143).
Anteriormente, los momentos realmente significativos de la vida eran los que se pasaba
en el campo de batalla y en los salones; para ambos la tradición había decretado un
traje elegante y suntuoso. Pero los nuevos ideales comerciales e industriales
conquistaron a todas las clases.
3. Inhibiciones psíquicas contra la decoración. Para paliar el sacrificio de la belleza y de
la elegancia, el hombre destacó en su traje a partir de entonces más que su belleza su
rectitud, su propiedad, etc., convirtiéndose en cuestión de ropa más severo y rígido que
la mujer, a la par que prejuiciosos.
4. Carácter social de la diferenciación sexual implicada. “Es indudable que la reducción
drástica del elemento decorativo en los trajes masculinos ha alcanzado su objetivo. La
mayor uniformidad en el vestido se ha acompañado por una mayor simpatía entre los
individuos y entre las clases; parecería que no tanto porque el uso del mismo estilo
general de ropas produce en sí mismo una sensación de comunidad (...) como porque
elimina ciertos factores socialmente desintegradores que pueden producirse por la
diferencia en la vestimenta” (p. 145). Si al nuevo traje masculino le falta lirismo o
romance, hay en él también ausencia de envidia, de celos, de triunfos mezquinos, de
derrotas, de superioridades... Vistiéndose mejor, una mujer puede herir seriamente a
otra (p. 146).
Si en verdad éstas son las principales influencias que han conducido al abandono por
parte del sexo masculino de la ornamentación...
a) ¿Por qué no afectaron estas influencias al vestido de la mujer como al de los
hombres? Podemos entender la Gran Renuncia como una consecuencia de una
diferencia más general entre los dos sexos. Tomando la historia de la humanidad como
un todo, es indudable que el papel social masculino siempre ha sido mayor que el
femenino. Cuando se produce la Renuncia, las cosas siguen igual: los ideales de trabajo
e industria afectan primero al hombre y éste es el primero en evitar la competencia
ornamental con el traje. Luego en el siglo XX, poco a poco, la mujer llegará a hacer un
poco lo mismo. Las ejecutivas van también, en gran medida, uniformadas.
b) ¿Cómo les ha sido posible a los hombres soportar semejante sacrificio? ¿Qué pasa,
por ejemplo, con las tendencias naturales narcisistas? - El interés por el traje, al que
antiguamente dedicaba el hombre tantas energías, se ha visto a menudo desplazado
hacia la observación y el conocimiento, sublimado en mayor o menor medida, mientras
que la exhibición masculina se ha sublimado con frecuencia a la exhibición femenina.
Un hombre se siente orgulloso de verse acompañado por una mujer bella o bien
vestida.
“En estos casos hay claramente un elemento de identificación con la mujer (...) La
identificación en cuestión puede ser tal que la proyección del deseo exhibicionista en la
mujer sea completa. Sin embargo, en otros casos, la proyección es solo parcial, y aquí
el hombre busca conscientemente identificarse con una mujer, usando atuendos
femeninos. Este último deseo puede variar desde una ligera afectación de
”afeminamiento” a la plena adopción de la vestimenta de las mujeres en todos sus
detalles” (p. 152), es decir, el trasvestismo o eonismo. (Se ocupa de él en la páginas 152
a 155).
V. 1. ARTE Y NATURALEZA
Flügel pasa a un terreno farragoso: el de valorar el vestido en términos de bueno y
malo, inevitablemente subjetivo. Propone un principio combinado de la ética
hedonística y de la psicología freudiana: el objetivo de las ropas debería ser asegurar
el máximo de satisfacción de acuerdo con el “principio de realidad” (es decir, el
principio de basar nuestras satisfacciones en un reconocimiento del mundo real, y no
en una distorsión de él, o una negación de sus aspectos menos agradables). Por tres
razones: una, permite un amplio acuerdo sobre la mayoría de los puntos prácticos entre
quienes, en última instancia, ven lo “bueno” en el “placer” y entre los que lo ven en la
“función” y “desarrollo” ((aceptando que las mejores ropas serán las que atienden más
satisfactoriamente las necesidades de decoración, de pudor y de protección)); dos, es
un principio que parece poder usarse en relación con todo el arte aplicado; tres, es un
principio que ha sido generalmente adoptado en la medicina psicológica y ha sido bien
probado dentro de esta esfera.
Así, por ejemplo, parece ser “buena” la abolición de las distinciones
indumentarias de riqueza, camino que también ha emprendido en el último siglo la
moda femenina, con la boga de los abalorios falsos y la difusión en todas las capas
sociales de prendas como los vaqueros, etc. Esta abolición favorece a la sociedad porque
desmorona murallas entre las personas y éstas gastan en ropa cantidades de dinero
más razonables que antiguamente (p. 243).
Luego viene un ejemplo muy práctico. La comparación entre llevar los artículos
esenciales en los bolsillos (hombres) o hacerlo con bolsos (mujeres). Desde la p. 243.
Por ejemplo, los bolsillos serían mejores porque dejan las manos libres y son más
difíciles de robar, pero, a cambio, deforman el aspecto de la ropa, pueden incomodar
con el roce y cabe mucho menos. Al final gana la riñonera.
Larga reflexión sobre el maquillaje, pp. 245 a 248; y sobre el pudor,cuyos excesos
pueden resultar altamente perniciosos para la salud psíquica:
“El pudor no es sólo un obstáculo para la aprehensión clara de la realidad externa;
también alimenta algo como una hipocresía interna (aunque en su mayor parte
inconsciente) y así se mantiene condenado a una doble acusación de distorsionar la
apariencia tanto de nuestro cuerpo como de nuestra mente” (p. 252).
El pudor excesivo, demuestra el psicoanálisis, se halla en mentes neuróticas (p. 251). El
diseño del traje debería evitar toda prenda elaborada expresamente para no ser vista
(como el corsé), o reintegrarla al esquema estético del traje de algún modo. No es
“bueno” que nos sintamos embarazos a la vista de algo que no se debe ver, se trata de
una vía que conduce, en casos afortunadamente raros, al fetichismo.
Que sea liviana. Los círculos médicos, desde la Ilustración, siempre la vienen
recomendando, en contra de las vestimenta rígidas y pesadas que con frecuencia nos
recomiendan nuestras madres por tradición. Ropa que anule lo menos posible el
erotismo cutáneo y muscular, que nos haga sentir libres, que no deforme nuestros
órganos por restricción o por patrones artificiosos, que nos traduzca el cuerpo real; en
fin, ropa sana para el cuerpo, para facilitar la sudación, y para la mente, para la
maduración sana del individuo. Las diatribas científicas contra la moralidad
indumentaria tradicionalmente decente, apuntadas en la p. 257, no son menos
convincentes.
Hacia la feminización del traje masculino El traje femenino permite mayores
satisfacciones que el masculino. Una lista formidable de razones:
1. El uso de una variedad mayor de colores.
2. El uso de una mayor variedad de materias.
3. Mayor libertad individual de elección.
4. Peso más liviano de las ropas.
5. Mayor adaptabilidad a las diversas estaciones (ropas más livianas en verano y
gruesas como las pieles en invierno).
6. Mayor adaptabilidad y más rápida a las diferentes temperaturas de los diferentes
ambientes.
7. Mayor libertad de movimiento.
8. Mucha mayor limpieza.
9. Derecho a la exposición de otras partes del cuerpo diferentes de la cara y las
manos.
10. Mayor facilidad para ponerse y quitarse.
11. Ausencia de constricción en partes del cuerpo en las que es especialmente deseable
la libertad para la comodidad y la salud.
12. Mayor facilidad de empaque y transporte.
13. Mayor valor higiénico en función de los puntos 2, 3, 4, 5, 6, 8, 9 y 11.
Entre las fuerzas hostiles a la reforma, las siguientes son quizás las más significativas:
1. El intenso temor del hombre a parecer diferente de sus compañeros. Los
reformadores de la ropa y las mujeres suelen vilipendiar a los hombres por esta
cobardía, con toda razón, pero también sin recordar que en gran medida las
instituciones de cooperación socialmente más importantes las han establecido
precisamente esos hombres con esos trajes tan impersonales.
2. La mayor represión general del narcisismo en los hombres, y, en relación con esto:
3. La mayor represión del exhibicionismo en los hombres.
4. La represión de las tendencias homosexuales.
5. El simbolismo moral del traje rígido masculino; para los hombres más vetustos,
este traje de cuellos rígidos simboliza su autocontrol, su sentido de la virtud y del
deber.
6. El valor fálico de las ropas que simbolizan la moralidad (que hay que eliminar, por
razones expuestas con anterioridad: p. 257.)
7. El complejo de castración.
Factores individuales a los que hay que sumar los sociales: Los hombres castigan a
quienes hacen lo que ellos no se atreven a hacer, su alto conservadurismo
indumentario (que heredan de sus padres), etc.
Ideal Sumar las ventajas de los trajes masculinos y femeninos, y eliminar sus
desventajas, elemental. Para ello, hay que intentar dos cosas:la superación de las
asociaciones “morales” de la ropa convencional masculina y la provisión de
expresiones alternativas de “masculinidad” (p. 277).
V. 3. LA RACIONALIZACIÓN DE LA MODA
Se repasan racionalmente: considerando ventajas y desventajas, según las
funciones los diversos tipos de trajes antes apuntados: ártico, tropical, primitivo, fijo,
de moda y se propone una vía de reflexión hacia un traje mejor. Se recomiendan
especialmente las modas que acentúan el cuerpo, porque están más cerca de la
realidad; por el contrario, las ropas suntuosas y voluminosas, cuya forma se aparta
ampliamente de la del mismo marco humano, tienden a sustituir el cuerpo natural
por un cuerpo indumentario artificial, y al ocultar el primero, a crear la ilusión de
que el hombre es diferente de lo que realmente es. Toda la tendencia, como hemos
visto, surge de la desconfianza del cuerpo natural, si no de una aversión hacia él (p.
291).
Ficha de cátedra
2012