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Filosofía 1 º Bachillerato Curso 2006-2007

Tema 4: “La reflexión filosófica sobre el ser humano”

APUNTES DE AMPLIACIÓN: PSICOANÁLISIS

Diván usado por Freud en las sesiones de psicoanálisis.

El psicoanálisis es un conjunto de teorías y una disciplina creada en principio


para tratar enfermedades mentales, basada en la revelación del inconsciente.

El psicoanálisis busca ser también:

- Un método de introspección y de exploración del inconsciente.

- Una técnica terapéutica para el tratamiento de las enfermedades mentales.

- Una técnica usada para formar psicoanalistas (es un requisito básico en la formación
psicoanalítica someterse a un tratamiento psicoanalítico).

- Una teoría crítica sobre el ser humano y la cultura.

1. Historia del psicoanálisis.


El psicoanálisis fue creado en Viena por Sigmund Freud, un médico neurólogo
interesado en encontrar un método efectivo de tratamiento para pacientes que sufrían
histeria y otros tipos de neurosis.

Se puede considerar como uno de los sucesos más trascendentales en el origen


de la teoría la asistencia de Freud a las experiencias llevadas adelante por el neurólogo
Jean Martin Charcot en el hospital Salpêntrière de París. Estas experiencias sugerían
que mediante la hipnosis se podían inducir (y suprimir) síntomas que se presentaban en
los cuadros histéricos, como, por ejemplo, la parálisis. Las personas que eran sometidas
a estas experiencias no conservaban en la conciencia lo sucedido, aunque estas seguían
influyendo en el comportamiento de los sujetos. A partir de estos resultados, estudiando
numerosos casos clínicos junto con Joseph Breuer, comenzaron a desarrollarse las
primitivas teorías que evolucionaron hasta formar el cuerpo teórico del psicoanálisis.

Tras hablar con estos pacientes, Freud planteó la teoría de que sus problemas
tenían como causa los deseos y fantasías reprimidas e inconscientes de naturaleza
sexual, socialmente inaceptables.

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Así pues, desde que Freud dio a conocer el psicoanálisis en los años 1890, ha ido
evolucionando y ramificándose en varias escuelas y técnicas de intervención. Entre los
sucesores y contemporáneos están Wilhelm Reich, Melanie Klein, Wilfred Bion,
Jacques Lacan y muchos otros que han refinado las teorías freudianas e introducido las
propias. Algunos de los contemporáneos de Freud, como Carl Gustav Jung y Alfred
Adler, se distanciaron del psicoanálisis para desarrollar teorías alternativas.

2. La teoría del psicoanálisis de Freud.


Sigmund Freud es considerado "el padre del psicoanálisis". Freud fue un médico
que se dedicó a estudiar sistemática y minuciosamente el área de la neurología. Freud,
inicialmente, se interesó por estudiar una patología muy frecuente en su tiempo: la
histeria. Comienza con técnicas hipnóticas a tratar de aliviar la sintomatología de
quienes padecen de este mal, y en su camino, descubre un método terapéutico.

Freud, en un principio, se limitó a describir detalladamente una técnica, un


procedimiento, que históricamente conocemos como “psicoanálisis”. El psicoanálisis es
inicialmente un instrumento para tratar personas (básicamente mujeres) que padecen de
esta patología. Pero los caminos de quienes se atreven a indagar en el espíritu humano
muchas veces nos conducen a destinos inesperados. En ese afán de descifrar el enigma
del alma humana, Freud se va a encontrar con múltiples elementos que pretenden
clarificar el origen de la conducta, las emociones, los pensamientos, las motivaciones,
los sueños y en fin, de la existencia del hombre. Lo que inicialmente se perfila sólo
como un instrumento terapéutico, va a llegar a alcanzar niveles de lo que en filosofía se
suele llamar un “sistema” de pensamiento.

Freud no inventó exactamente los conceptos de mente consciente y mente


inconsciente, pero desde luego lo hizo popular. La mente consciente es todo aquello de
lo que nos damos cuenta en un momento particular: las percepciones presentes,
memorias, pensamientos, fantasías y sentimientos. Cuando trabajamos muy centrados
en estos apartados es lo que Freud llamó “preconsciente”, algo que hoy llamaríamos
“memoria disponible”: se refiere a todo aquello que somos capaces de recordar;
aquellos recuerdos que no están disponibles en el momento, pero que somos capaces de
traer a la cosnciencia. Actualmente, nadie tiene problemas con estas dos capas de la
mente, aunque Freud sugirió que las mismas constituían solo pequeñas partes de la
misma.

La parte más grande estaba formada por el inconsciente e incluía todas aquellas
cosas que no son accesibles a nuestra consciencia, incluyendo muchas que se habían
originado allí, tales como nuestros impulsos o instintos, así como otras que no podíamos
tolerar en nuestra mente consciente, tales como las emociones asociadas a los traumas.

De acuerdo con Freud, el inconsciente es la fuente de nuestras motivaciones, ya


sean simples deseos de comida o sexo, compulsiones neuróticas o los motivos de un
artista o científico. Además, tenemos una tendencia a negar o resistir estas motivaciones
de su percepción consciente, de manera que solo son observables de forma disfrazada.
Ya volveremos más adelante con esto.

A partir de Freud se cuestiona y se pone en tela de juicio que realmente


tengamos un conocimiento tan privilegiado de nosotros mismos. Es cierto que los

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fenómenos que llamamos “psíquicos” o mentales son íntimos y, por lo tanto, asequibles
para nosotros, pero no para los demás. Pero también es cierto que ni siquiera nosotros
poseemos un conocimiento completo de nuestra vida psíquica pues algunos fenómenos
mentales permanecen ocultos, incluso para el propio sujeto que los experimenta.

Por todo ello, el psicoanálisis es tanto una terapia para tratar trastornos mentales
como una teoría sobre el ser humano y su mente. Como teoría, destaca por la defensa de
la existencia de estados mentales inconscientes y porque reivindica su importancia en la
determinación de la conducta humana. Así pues, según la concepción psicoanalítica, no
todos los fenómenos mentales son conscientes. De hecho, la mayoría no lo es y los que
lo son tienen poca fuerza para determinar por completo nuestra conducta. Para Freud, el
verdadero motor de nuestra conducta no son nuestros deseos y creencias conscientes,
sino los impulsos primarios (instintos o pulsiones), los cuales, a pesar de ser
inconscientes, tienen fuertes repercusiones en nuestro comportamiento.

Freud con su hija Ana

3. Elementos de teoría psicoanalítica.


3.1. Estructura de la mente: consciente, preconsciente e inconsciente.

Asumido el descubrimiento de una dimensión inconsciente en el hombre, Freud


elabora un primer sistema para representar la mente humana. La mente o aparato
psíquico está estructurado en tres regiones niveles o lugares: consciente, preconsciente e
inconsciente. Tres estratos o «tres provincias mentales» que indican la profundidad de
los procesos psíquicos.

El nivel más periférico es el consciente, el lugar donde temporalmente se ponen


las informaciones que se reciben del mundo que nos rodea y las experiencias que
vivimos. Pronto, las informaciones recibidas y las experiencias vividas pasan a un nivel
más profundo, el preconsciente; con relativa facilidad podemos acceder a los contenidos
mentales aquí almacenados. El nivel más profundo es el inconsciente y sus contenidos,
difícilmente accesibles a la conciencia, son vivencias traumáticas, informaciones
reprimidas, aquello desagradable que no nos conviene recordar. En este marco, la
represión tiene un papel muy activo; es como una energía o un esfuerzo que se ejerce a
fin de evitar que contenidos desagradables penetren en el consciente. La represión es

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uno de los mecanismos de defensa que permite vivir manteniendo enterrado todo
aquello que dificultaría la vida de la persona.

3.2. Las manifestaciones del inconsciente.

Si bien el inconsciente no es observable, se manifiesta en


determinados comportamientos. Se manifiesta en las sueños,
escenificaciones imaginarias en las cuales se realizan nuestros deseos
inconscientes y reprimidos; pero estas escenificaciones, -el contenido
manifiesto del sueño-, se han de interpretar para acceder a su
contenido no disfrazado, -el contenido latente. Los sueños son el
«camino real» hacia el inconsciente.

El inconsciente se manifiesta también en los


actos fallidos de nuestra vida cotidiana, o sea, en los errores que nos delatan, en los
olvidos que nunca hubiéramos deseado. En la vida psíquica nada es casual, todo tiene
una causa: no hay indeterminismo. También los chistes nos informan de nuestro
inconsciente, son descargas psíquicas, pequeños actos de liberación de nuestras
tensiones inconscientes.

Pero donde es más intensa y dolorosa la manifestación del inconsciente es en los


trastornos mentales, especialmente los neuróticos. La neurosis es una enfermedad en la
cual unos síntomas externos (temores, manías, gritos histéricos, dolores físicos,
parálisis,…) son expresión de un conflicto interno que tiene su origen en la historia
infantil del paciente, cuando el niño sufre una lucha entre el deseo y su prohibición.

3.3. Los impulsos que mueven al ser humano.

Se puede afirmar que el núcleo de la teoría


psicoanalítica de Sigmund Freud gira en torno de la
motivación humana, más concretamente, de la
presencia de motivaciones inconscientes que
determinan nuestras decisiones y nuestros actos. La
palabra alemana que utilizó Freud para referirse a la
motivación humana fue la palabra “Trieb”; que
aunque generalmente se ha traducido por “instinto”,
su traducción más adecuada y precisa es “pulsión”.
Una pulsión es un impulso que no está fijado y
determinado como lo está el instinto; la pulsión, a
diferencia del instinto, es moldeable y flexible. La
pulsión
Si esha
bien se una tensión
dicho creciente
que para Freud que se resuelve
la pulsión en mover fundamentalmente el h
que hace
una distensión que provoca placer.

Freud consideró que todo el comportamiento humano estaba motivado por las
pulsiones, las cuales no son más que las representaciones neurológicas de las
necesidades físicas. Al principio se refirió a ellas como “pulsiones de vida”. Estas

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pulsiones perpetúan (a) la vida del sujeto, motivándole a buscar comida y agua y (b) la
vida de la especie, motivándole a buscar sexo.

Se ha criticado mucho a Freud por la importancia que le dio al placer y a la


sexualidad como motivos básicos de nuestra conducta. Pero Freud, preferentemente,
habla de una pulsión más amplía que la sexualidad y que llama “líbido”. «La líbido -
dice- es una pulsión, una energía pulsional relacionada con todo aquello susceptible de
ser comprendido bajo el nombre de amor, o sea, amor sexual, amor del individuo a sí
mismo, amor materno y amor filial, la amistad, amor a la humanidad en general, a
objetos y a ideas abstractas». Ahora bien, considera que todas estas tendencias o
variantes constituyen la expresión sublimada del impulso de unión sexual.

Más tarde, Freud empezó a creer que las pulsiones de vida no explicaban toda la
historia. La libido es una cosa viviente; el principio de placer nos mantiene en constante
movimiento. Y la finalidad de todo este movimiento es lograr la quietud, estar
satisfecho, estar en paz, no tener más necesidades. Se podría decir que la meta de la
vida, bajo este supuesto, es la muerte. Freud empezó a considerar que “debajo” o “a un
lado” de las pulsiones de vida había una “pulsión de muerte”. Empezó a defender la
idea de que cada persona tiene una necesidad inconsciente de morir.

Así pues, a lo largo de su vida, Freud hizo y rehizo su teoría de las pulsiones y
pueden definirse cuatro etapas o versiones de la teoría; eso hace aún más impreciso
afirmar que la pulsión que hace mover fundamentalmente al hombre es la sexualidad. El
Freud más maduro mantiene una teoría dualista de la motivación humana en la cual la
líbido, vista como pulsión de vida, está interconectada a una pulsión de sentido opuesto,
pulsión de muerte o impulso destructivo:

«Después de largas dudas y vacilaciones, hemos decidido suponer la existencia de dos


impulsos básicos, Eros y el impulso destructivo... El fin del primero de estos impulsos básicos
consiste en establecer unidades siempre más grandes y preservarlas, o sea, juntarlas; el fin del
segundo, contrariamente, consiste en deshacer conexiones y, de este modo, destruir seres.
Hemos de suponer que el objetivo final del impulso destructivo es reducir los seres vivientes al
estado inorgánico. Por esta razón también podemos llamarlo impulso de muerte».

Este impulso de muerte se manifiesta en la tendencia a la repetición: los niños


hacen repetir las mismas historietas, los enfermos tienden a repetir la experiencia
taumática y los adultos a menudo hablan de lo mismo; la tendencia a repetir es el
impulso de volver al punto de partida de la vida, de volver al mundo inorgánico.

Parece una idea extraña en principio, y desde luego fue rechazada por muchos de
sus estudiantes, pero creemos que tiene cierta base en la experiencia: la vida puede ser
un proceso bastante doloroso y agotador. Para la gran mayoría de las personas existe
más dolor que placer, algo, por cierto, que nos cuesta trabajo admitir. La muerte
promete la liberación del conflicto.

La evidencia cotidiana de la pulsión de muerte está en nuestro deseo de paz, de


escapar a la estimulación, en nuestra atracción por el alcohol y los narcóticos, en nuestra
propensión a actividades de aislamiento, como cuando nos perdemos en un libro o una
película y en nuestra apetencia por el descanso y el sueño. En ocasiones esta pulsión se
representa de forma más directa como el suicidio y los deseos de suicidio. Y en otros
momentos, tal y como Freud decía, en la agresión, crueldad, asesinato y destructividad.

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Resumiendo, los psicoanalistas más ortodoxos consideran esta visión dualista de


las pulsiones como la más definitiva y madura. En esta visión, Eros o principio de vida -
la tendencia general a aunar lo que está disperso- y Thanatos o principio de muerte -la
tendencia en dirección contraria- bien interconectados, constituirían las dos fuerzas que
determinan la evolución de la vida personal y la evolución de la vida de les sociedades.

3.4. Una visión dinámica de la mente: ello, yo y superyó.

Freud, no sólo hizo y rehizo su visión de las pulsiones


humanas, sino también su visión o comprensión de la
mente. Su visión topográfica, aquélla que proponía tres
regiones o lugares mentales, el inconsciente, el
preconsciente y el consciente, fue sustituida por una
visión dinámica más integradora, la que establece tres
agentes dinámicos de la personalidad: el ello o id, el yo o
ego, y el superyó o superego.

El ello (o id) es la
función más antigua y original de la personalidad y la base de las otras dos. Comprende
todo lo que se hereda o está presente al nacer, se presenta de forma pura en nuestro
inconsciente. Representa nuestros impulsos, necesidades y deseos básicos, de carácter
sexual. Constituye, según Freud, el motor del pensamiento y el comportamiento
humano. Opera de acuerdo con el principio del placer y desconoce las demandas de la
realidad. Allí existen las contradicciones, lo ilógico, al igual que en los sueños. Se rige
por el principio del placer y busca el olvido.

El superyó (o superego) es el parte que contrarresta al ello, representa los


pensamientos morales y éticos. Consta de dos subsistemas: la "conciencia" y el ideal del

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yo. La "conciencia" se refiere a la capacidad para la autoevaluación, la crítica y el


reproche. El ideal del yo es una autoimagen ideal que consta de conductas aprobadas y
recompensadas. Es la fuente de orgullo y un concepto de quien pensamos deberíamos
ser. Busca soluciones moralistas más que realistas. Por esto, su leitmotif es el principio
del deber.

El yo (o ego) surge a fin de cumplir de manera realista los deseos y demandas


del ello de acuerdo con el mundo exterior, a la vez que trata de conciliarse con las
exigencias del superyó. El yo evoluciona a partir del ello y actúa como un intermediario
entre éste y el mundo externo. El yo sigue al principio de realidad, satisfaciendo los
impulsos del ello de una manera apropiada en el mundo externo. Utiliza el pensamiento
realista característico de los procesos secundarios. Como ejecutor de la personalidad, el
yo tiene que medir entre las tres fuerzas que le exigen: las del mundo de la realidad, las
del ello y las del superyó, el yo tiene que conservar su propia autonomía por el
mantenimiento de su organización integrada.

3.5. Los conflictos en la vida psíquica: la ansiedad y la neurosis.

Los papeles específicos desempeñados de las entidades ello, yo y superyó no


siempre son claros, se mezclan en demasiados niveles. La personalidad consta según
este modelo de muchas fuerzas diversas en conflicto inevitable.

El Yo está justo en el centro de grandes fuerzas; la realidad, la sociedad, está


representada por el Superyó; la biología está representada por el Ello. Cuando estas dos
instancias establecen un conflicto sobre el “pobre Yo”, es comprensible que uno se
sienta amenazado, abrumado y en una situación que parece que se le va a caer el cielo
encima. Este sentimiento es llamado “ansiedad” y se considera como una señal del Yo
que traduce un afán de supervivencia y, cuando concierne a todo el cuerpo, se considera
como una señal de que el mismo está en peligro.

Freud habló de tres tipos de ansiedades: la primera es la “ansiedad de


realidad”, la cual puede llamarse en términos coloquiales como miedo. De hecho,
Freud habló específicamente de la palabra “miedo. Podríamos entonces decir que si uno
está en un pozo lleno de serpientes venenosas, uno experimentará una ansiedad de
realidad.

La segunda es la “ansiedad moral” y se refiere a lo que sentimos cuando el


peligro no proviene del mundo externo, sino del mundo social interiorizado del
Superyó. Es otra terminología para hablar de la culpa, vergüenza y el miedo al castigo.

La última es la “ansiedad neurótica”. Esta consiste en el miedo a sentirse


abrumado por los impulsos del Ello. Si en alguna ocasión has sentido como si fueras a
perder el control, tu razón o incluso tu mente, está experimentando este tipo de
ansiedad. El término “neurótico” es la traducción literal del latín, y significa “nervioso”,
por tanto, podríamos llamar a este tipo de ansiedad, ansiedad nerviosa. Es este el tipo de
ansiedad que más interesó a Freud y nosotros le llamamos simple y llanamente
ansiedad.

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3.6. Los mecanismos de defensa.

El Yo lidia con las exigencias de la realidad, del Ello y del Superyo de la mejor
manera que puede. Pero cuando la ansiedad llega ser abrumadora, el Yo debe
defenderse a sí mismo. Esto lo hace bloqueando inconscientemente los impulsos o
distorsionándoles, logrando que sean más aceptables y menos amenazantes. Estas
técnicas se han llamado “mecanismos de defensa del yo”, y tanto Freud como su hija
Anna, así como otros seguidores, han señalado unos cuantos:

Represión: Freud define la represión como un mecanismo cuya esencia consiste en


rechazar y mantener alejados de la consciencia determinados elementos que son
dolorosos o inaceptables para el yo. Estos pensamientos o ideas tienen para Freud un
contenido sexual. La represión se origina en el conflicto psíquico que se produce por el
enfrentamiento de exigencias internas contrarias entre un deseo que reclama
imperativamente su satisfacción y las prohibiciones morales. El yo se defiende del dolor
que causa la incompatibilidad reprimiendo el deseo.

Por ejemplo, una chica joven, acosada de una culpa importante por sus fuertes deseos
sexuales, tiende a olvidar el nombre de su novio, aún cuando le está presentando a sus
amistades. O un alcohólico que no puede recordar su intento de suicidio, argumentando
que debió “haberse bloqueado”. O alguien que casi se ahoga de pequeño, pero es
incapaz de recordar el suceso aunque los demás intenten recordárselo…pero presenta un
miedo terrible a los lagos y mares.

Proyección o desplazamiento hacia fuera: comprende la tendencia a ver en los demás


aquellos deseos inaceptables para nosotros. En otras palabras; los deseos permanecen en
nosotros, pero no son nuestros. Confieso que cuando oigo a alguien hablar sin parar
sobre cómo está de agresiva nuestra sociedad o cómo está aquella persona de pervertida,
no puedo dejar de preguntarme si esta persona no tiene una buena acumulación de
impulsos agresivos o sexuales que no quiere ver en ella misma.

Veamos algunos ejemplos. Un marido fiel y bueno empieza a sentir atracción por una
vecina guapa y atractiva. En vez de aceptar estos sentimientos, se vuelve cada vez más
celoso con su mujer, a la que cree infiel y así sucesivamente. O una mujer que empieza
a sentir deseos sexuales leves hacia sus amigas. En lugar de aceptar tales sentimientos
como algo bastante normal, se empieza a preocupar cada vez más por el alto índice de
lesbianismo en su barrio.

Negación: la negación se refiere al bloqueo de los sucesos externos a la consciencia. Si


una situación es demasiado intensa para poder manejarla, simplemente nos negamos a
experimentarla. Esta defensa es primitiva y peligrosa (nadie puede desatender la
realidad durante mucho tiempo). Este mecanismo usualmente opera junto a otros
mecanismos de defensa, aunque puede funcionar en exclusiva.

Ejemplos de este mecanismo pueden ser el de las personas que se desmayan en una
autopsia (personas que niegan la realidad de la muerte de un ser querido), o el de los
estudiantes que se olvidan de buscar las notas de sus exámenes…

Desplazamiento: el desplazamiento es la “redirección” de un impulso hacia otro blanco


que lo sustituya. Si el impulso o el deseo es aceptado por ti, pero la persona al que va

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dirigido supone una amenaza, lo desvías hacia otra persona u objeto simbólico. Por
ejemplo, alguien que odia a su madre puede reprimir ese odio, pero lo desvía hacia,
digamos, las mujeres en general. Alguien que no haya tenido la oportunidad de amar a
un ser humano puede desviar su amor hacia un gato o un perro. Una persona que se
siente incómodo con sus deseos sexuales hacia alguien, puede derivar este deseo a un
fetiche. Un hombre frustrado por sus superiores puede llegar a casa y empezar a pegar
al perro o a sus hijos o establecer discusiones acaloradas.

Introyección (también denominada “identificación”): supone la adquisición o


atribución de características de otra persona como si fueran de uno, puesto que hacerlo,
resuelve algunas dificultades emocionales. Por ejemplo, si se le deja solo a un niño con
mucha frecuencia, él intenta convertirse en “papá” para disminuir sus temores. En
ocasiones les vemos jugando con sus muñecos diciéndoles que “no deben tener miedo”.
También podemos observar cómo los chicos mayores y adolescentes adoran a sus ídolos
musicales, pretendiendo ser como ellos para lograr establecer una identidad.

Sublimación: la sublimación es la transformación de un impulso inaceptable, ya sea


sexo, rabia, miedo o cualquier otro, en una forma socialmente aceptable, incluso
productiva. Por esta razón, alguien con impulsos hostiles puede desarrollar actividades
como cazar, ser carnicero, jugador de rugby o fútbol o convertirse en mercenario. Una
persona que sufre de gran ansiedad en un mundo confuso puede volverse un organizado,
o una persona de negocios o un científico. Alguien con impulsos sexuales poderosos
puede llegar a ser fotógrafo, artista, un novelista y demás. Para Freud, de hecho, toda
actividad creativa positiva era una sublimación, sobre todo de la pulsión sexual.

Regresión: la regresión constituye una vuelta atrás en el tiempo psicológico cuando uno
se enfrenta a una situación estresante. Cuando tenemos problemas o estamos
atemorizados, nuestros comportamientos se tornan más infantiles o primitivos. Un niño,
por ejemplo, puede empezar a chuparse el dedo nuevamente o a hacerse pis si necesita
pasarse un tiempo en el hospital. Un adolescente puede empezar a reírse
descontroladamente en una situación de encuentro social con el sexo opuesto. Un
estudiante preuniversitario debe traerse consigo un muñeco de peluche de casa a un
examen. Un grupo de personas civilizadas se pueden volver violentas en un momento
de amenaza. O un señor mayor que, después de 20 años en una empresa, es despedido y
a partir de ese momento se vuelve perezoso y dependiente de su esposa de una manera
infantil.

Racionalización: el mecanismo de racionalización es la distorsión cognitiva de los


“hechos” para hacerlos menos amenazantes. Utilizamos esta defensa muy
frecuentemente cuando de manera consciente explicamos nuestros actos con demasiadas
excusas. Pero muchas personas con un Yo sensible utilizan tan fácilmente las excusas,
que nunca se dan cuenta de ellas. En otras palabras, muchos de nosotros estamos
bastante bien preparados para creernos nuestras propias mentiras.

3.7. El complejo de Edipo en la formación de la personalidad.

En el desarrollo de la personalidad, la sexualidad tiene un papel decisivo. Freud


rompe con la tradición según la cual el niño es un ser asexual; contrariamente, la
sexualidad infantil determina el nivel de madurez de la futura personalidad adulta. El
niño es un perverso polimorfo, o sea, un ser que en su proceso de crecimiento pasa por

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diferentes etapas -oral, anal, fálica,…- que se deben superar para llegar a una sana
sexualidad adulta. Los individuos que se detienen o fijan en alguna de las etapas caen en
la perversión a ella asociada. En la etapa fálica, que se vive alrededor de los cinco años,
se desarrolla el complejo de Edipo, situación que se caracteriza por un sentimiento
ambivalente de amor y de odio hacia el padre en el caso del niño y hacia la madre en el
caso de la niña. Sólo quién lo supera deviene una persona sana y madura.

El complejo de Edipo y su universalidad ha sido uno de los puntos más


polémicos del psicoanálisis. Freud defiende que el drama que vivió Edipo, tal como lo
expone Sófocles en su tragedia Edipo Rey, es el drama por el que pasamos todos los
humanos en el proceso de formación de nuestra personalidad. Cuando nació Edipo, hijo
de Layo, un oráculo proclamó que estaba condenado a matar a su padre y casarse con su
madre. Para evitar la predicción el recién nacido fue abandonado, pero pese a todo,
sobrevivió y , ya crecido, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su madre. Cuando
Edipo se dio cuenta de sus crímenes, desesperado, se arrancó los ojos. Este relato
trágico de Sófocles, dice Freud, proclama de una forma literaria y simbólica el drama
que todo ser humano, en su infancia, debe superar.

«Ya en los primeros años infantiles comienza el niño a sentir por su madre una especial
ternura. La considera como una cosa suya y ve al padre como una especie de competidor
que le disputa la posesión. Análogamente considera la niña a su madre como alguien que
le estorba sus afectuosas relaciones con el padre y que ocupa el puesto que ella querría
monopolizar».

La superación del complejo de Edipo o complejo de Electra, en el caso de las


niñas, consisten en el proceso de identificación del niño con el padre y de la niña con la
madre. Dicho proceso de identificación comienza en una etapa de tranquilidad pulsional
en la cual el niño y la niña abandonan los intereses por las personas del sexo opuesto. Al
mismo tiempo y debilitándose los sentimientos adversos, niños y niñas van imitando las
pautas de comportamiento del progenitor del propio sexo e interiorizan sus preceptos.
Además de formarse una personalidad adulta normal se va constituyendo el superyó del
niño o de la niña.

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