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Curso Académico
2015-2016
El acceso a Dios en el pensamiento de Anselmo, Descartes, Leibniz y Kant,
trabajo fin de grado
de María Aliaga Diez, dirigido por José María Aguirre Oraa (publicado por la Universidad
de La Rioja), se difunde bajo una Licencia
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Trabajo de Fin de Grado
EL ACCESO A DIOS EN EL
PENSAMIENTO DE ANSELMO,
DESCARTES, LEIBNIZ Y KANT
Autor:
Tutor/es:
Titulación:
Grado en Geografía e Historia [602G]
1
2
RESUMEN
A lo largo de los siglos el ser humano se ha preguntado en todas partes por la
existencia de niveles superiores o paralelos del ser. En el continente europeo, regido por
visiones cristianas desde los últimos compases del Imperio romano, el debate ha sido
intenso hasta el punto de generar una amplia producción bibliográfica.
ABSTRACT
Over the centuries, the human being has wondered about the existence of superior or
similar levels as the being. In the European continent, which has been reigned by
Christian visions since the Roman Empire, the debate has been so intense as to the
extent that it has produced a great bibliographic production.
3
philosophers in the world history, capable of closing somehow certain aspects of the
discussion which has been extended for centuries.
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ÍNDICE
1. Introducción ................................................................................................................ 7
3. Descartes .................................................................................................................... 17
4. Leibniz........................................................................................................................ 25
5. Kant ............................................................................................................................ 29
8. Bibliografía ................................................................................................................ 37
5
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1. Introducción
A lo largo de milenios el ser humano se ha preguntado incesantemente si por
encima de él existe un ser superior. Al principio parece que las religiones surgieron
como creencias y practicas derivadas de estados propios de conciencia y experiencias
místicas. Pero con el paso del tiempo y muy especialmente dentro de la cultura europea,
por la lógica de la reflexión cristiana, ha crecido el interés por aportar bases racionales a
la creencia en Dios. La progresiva complejidad de las sociedades mediterráneas y el
surgimiento primero en Grecia del pensamiento científico y el fenómeno conocido
como "paso del mito al logos" han fomentado la necesidad de fundar lo religioso en
parámetros lógicos y no solamente derivados de la revelación.
A lo largo del trabajo que presentamos aquí vamos a realizar un viaje desde la Edad
Media hasta los comienzos de la modernidad. A través de ello pretendemos analizar uno
de los debates acerca de la existencia de Dios más vivamente tratado en la filosofía
europea: el conocido como "Argumento ontológico", definido así por Kant, pero que
desciende de una larga tradición que arranca en autores como Avicena y Anselmo de
Canterbury.
Nuestro objetivo central será, pues, explorar el debate secular, centrando nuestra
atención en especial en las diversas formas de aproximarse al concepto de lo divino en
autores como el propio Anselmo, Descartes, Leibniz y Kant. Con ello se va a intentar
sacar a la luz argumentos hoy olvidados, ofreciendo al lector actual materiales y temas
que ayudan a resolver las muchas dudas y cuestiones que se hacen no pocos seres
humanos, incluso en nuestra hipertecnologizada época en la que parece que se ha
perdido en gran medida el sentido de lo sagrado.
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a la credibilidad del creacionismo, durante los siglos XX y XXI han aumentado los
ataques a la religión y a la realidad del concepto de Dios. El estado actual de la cuestión
acerca de si cabe plantear argumentos racionales que demuestren de manera
contundente la existencia de este Ente supremo es más animado que nunca. En la
actualidad las posturas evolucionistas han redoblado sus esfuerzos desmitificadores de
lo divino, generando la nueva disciplina de la "neuroteología". Es decir, una rama de las
neurociencias que se ocupa en analizar cómo se genera la experiencia religiosa dentro
del cerebro humano, tendiendo la mayoría de los especialistas en este campo a
considerar que la mayor parte de tales vivencias son la consecuencia de la actividad
biológica del cerebro.
8
2. Anselmo de Canterbury
2.1 Introducción
Anselmo fue por encima de todo teólogo, fuertemente influido por San Agustín.
Desde el punto de vista filosófico son importantes las pruebas de la existencia de Dios
formuladas por Anselmo. En este camino Anselmo trató de conciliar ciertas ideas
platónico-agustinianas con las pruebas rigurosamente lógicas.
La idea es sencilla pero a la vez atractiva ha sido discutida a lo largo de todos los
siglos. Hoy día aún sigue encontrando defensores y adversarios. No deja de ser
sorprendente la imagen de un monje medieval meditando sobre la razonabilidad de su
fe, cuyo argumento consigue tan gran eco que es retomado a lo largo de la historia
entera de la filosofía. Autores como Tomás de Aquino, San Buenaventura, Ockam,
1
La fuente principal para el conocimiento de su vida se encuentra en la biografía que hizo de él su
discípulo Eadmero. Al respecto cf. SOUTHERN (1962).
2
Así lo relata Kant en su conocida obra titulada Crítica de la razón pura (1781-1787).
9
Descartes, Leibniz, Spinoza, Locke, Hume, Kant, o Hegel han discutido acerca del
particular. Quizás todo ello se deba a que Anselmo ha dado con una cuestión crucial en
la tradición filosófica: la división o conexión entre pensamiento y realidad, entre lógica
y ontología, entre el infinito pensado y el absoluto real.
3
Aunque en su formulación moderna surge por primera vez en la parte dedicada a la metafísica en El
libro de la curación de Avicena (1020).
10
Dios existe. Este ensayo consiste en una reducción al absurdo, pero no ya de la tesis que
niega lo enunciado por esa proposición, sino de la tesis que pone en duda esa verdad, es
decir, de la tesis del agnosticismo.
2ª) Un ser mayor que lo cual no cabe pensar otro cuya no existencia se puede
pensar, no es el mayor que el cual no cabe pensar otro, pues cabe pensar otro ser mayor,
a saber, un ser cuya no existencia no se puede pensar.
3ª) Por tanto, la proposición «Dios es un ser de cuya existencia se puede dudar»
equivale en última instancia, a la proposición «Dios no es Dios» lo que es una evidente
contradicción.
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2.3 Objeciones
Gaunilo ilustra la objeción mediante la idea de una insula qua maior cogitari non
potest, es decir, una isla en comparación con la cual no se pueda concebir otra isla
mayor. Pero de ahí no se sigue que esa isla también exista; no dejará de ser una imagen
de la fantasía. Más esta objeción difícilmente dará en el blanco, porque siempre se
podrá concebir algo mayor que la isla y que toda cosa limitada. Anselmo no se refiere a
una representación cualquiera o a un concepto pensado arbitrariamente, sino que se
refiere a lo más excelso que pueda concebirse jamás; y eso no será nunca algo como
una isla.
Si repasamos otras críticas al argumento ontológico que fueron vertidas por autores
posteriores, debemos considerar de bastante más peso a los razonamientos formulados
por Tomás de Aquino y más tarde por Kant. En general, ambos tienden hacia una
misma idea básica: que la realidad contenida en el hecho de pensar en lo más excelso es
tan solo una realidad pensada que no llega a la existencia real de Dios y que constituye,
por tanto, un salto desde el pensar hasta el ser real, hasta la realidad.
Esta objeción ya presenta mayor peso que la de Gaunilo. Sin embargo, hay que
tener en cuenta algunos aspectos que hacen que la prueba sea comprensible y tenga
sentido según la mente de Anselmo. Anselmo no parte de un concepto cualquiera del
pensar, sino que presupone la experiencia de la realidad, en la cual conocemos un orden
de niveles, un más y un menos de contenidos ontológicos que requieren que haya un
máximo. Por eso no se trata de una prueba puramente apriorística de la existencia de
Dios, sino que su argumentación se asienta sobre lo conocido a partir de la experiencia.
La idea de algo que es lo supremo de todo, quo maius cogitari non potest, significa
desde un principio algo que sobrepuje en plenitud de ser a todas las demás cosas reales.
Para Anselmo es verdad aquello de que ser real es más que ser pensado. Dicho de
una manera más sencilla y clara, la realidad es más que la posibilidad o que la mera
4
Al respecto cf. IMBRISEVIC (2007) y HOPKINS (1976).
12
pensabilidad de algo: melius est esse quam non esse. Tal consideración es difícil de
impugnar o cuestionar y, en efecto, el propio Tomás de Aquino no la pone en cuestión,
aunque cree que el argumento de Anselmo llega únicamente a un esse in re pensado, es
decir, un ser en la realidad pero que no tiene existencia real.
Más tajante, y también más radical, es la crítica de Kant, que concibe el ser de una
cosa como pura "quididad" (esencia, concepto, naturaleza). Para éste la existencia no
aporta nada nuevo al contenido del concepto. Cien monedas de plata no son más o
menos dinero, tanto si existieran como si no existieran. Este planteamiento se puede
poner a prueba exponiendo que, si alguien tuviera realmente esas monedas, entonces
tendría exactamente cien monedas más que si no las tuviera. Pero esta objeción se basa
en un pensar puramente «esencial», algo que queda muy lejos de la mente de Anselmo.
Para este filósofo el ser es más que el no ser y también el ser es más que el hecho de
que algo sea puramente pensado. Ergo, si lo más excelso no incluye necesariamente en
sí el hecho de la existencia, ¿será posible pensar simplemente en ello como algo no
existente?
Anselmo interpreta el concepto de esse in intellectu como una forma de ser que es
auténtica, por lo que desde su punto de vista el paso al esse in re es un paso de una
manera de ser a otra manera de ser. Como entiende que "ser es necesariamente ser",
deduce que el ser en sí mismo no podrá concebirse sino como ser real y plenitud de todo
ser, ya que otros planteamientos nos harían caer en una seria contradicción,.
Este filósofo consideraba que la esencia de Dios era mucho más importante que el
rigor lógico de la prueba, esencia a la que supone que llegamos cuando nos esforzamos
en pensar en lo más excelso, pero que nunca podremos comprender plenamente. El
pensamiento se sobrepasa a sí mismo en el sentido neoplatónico de la expresión "más
allá de lo cual". De esta forma se piensa a la vez en el Dios vivo y personal de la fe
cristiana, aspecto que queda evidente en el acto de insertar la oración a Dios que en el
Proslogion introduce y pone fin a la exposición de la prueba.
5
La crítica a los planteamientos de San Anselmo se hace en su Summa Theologicae I, cuestión 2, artículo
3.
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se) la existencia necesaria. Pero en lo que respecta a nosotros (quoad nos) no existe
ningún conocimiento tan adecuado de la esencia de Dios del que pueda deducirse su
existencia. Tomás concede también que el ser real (in re) es más que el mero ser
pensado (in intellectu). Pero se trata de un ser real que únicamente se representa con el
pensamiento y cuya existencia no se puede probar de esta manera. Por consiguiente,
para Tomás sigue siendo una conclusión injustificada el pasar del pensar al ser real, un
punto de crítica que Kant recogió y acentuó aun más.
Las cinco vías son consideradas como el cimiento doctrinal básico de Tomás de
Aquino, aunque no deja de resultar sorprendente el hecho de que esta doctrina se halle
expuesta muy brevemente en la suma teológica. En comparación con la cuidadosa
ponderación del pro y del contra en el tratamiento de las diversas cuestiones teológicas
de la existencia de Dios, y sobre todo en relación con la extensión de la obra total, las
páginas que se ocupan de la prueba de la existencia de Dios aparecen casi como un
esbozo brevísimo. A pesar de esto, estas cinco vías fueron en su momento las pruebas
de la existencia de Dios desarrolladas con el máximo rigor especulativo que se había
conocido hasta entonces.
14
centro mismo de su filosofía. En nuestros mismos días aún sigue siendo discutido como
un auténtico desafío que incita al debate.
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3. Descartes
3.1 Introducción
Desde 1629 reside en Holanda, la sociedad más próspera y avanzada en todos los
aspectos de su época. Tiene relación con filósofos y hombres de ciencia de Europa.
Descartes solo abandona Holanda en cortos viajes, uno de ellos a Dinamarca. En 1646
inició una relación epistolar con la reina Cristina de Suecia, que llegó hasta el punto de
que después de recibir la llamada por parte de la reina para debatir con ella sobre
asuntos filosóficos lo invita a ir a Estocolmo. Descartes aceptó el ofrecimiento llegando
a la capital sueca en octubre de 1649. Poco después, en febrero de 1650, el frío de
Estocolmo le causó una pulmonía y muere en ese mes.
Sus obras principales son: Discurso del Método (1637), las Meditaciones
metafísicas (1641). Realizó también obras de tema científico, entre las que destaca su
Geometría analítica (1637).
¿Cuál es la esencia del pensamiento cartesiano? Podemos decir que Descartes fué
uno de los forjadores de la revolución intelectual que cambió la evolución del mundo,
17
logrando desarrollar un nuevo modelo que impulsó el análisis del mundo con mayor
precisión.
6
El conocido pasaje se encuentra en Meditaciones II.
7
Según sus propias palabras en Meditaciones III: «Y por ello me parece poder establecer desde ahora,
como regla general, que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente».
18
proceso de razonamiento acerca de qué ideas son claras y distintas, de manera que se
puedan considerar como absolutamente verdaderas y ciertas, fue desarrollando una
teoría acerca de las ideas innatas. El término «ideas» procede de la tradición platónica, y
Descartes entiende por «ideas» los contenidos objetivos de la conciencia. A partir de
ello deduce que únicamente las «ideas innatas» son claras y distintas y que estas
cumplan criterio de verdad y certeza. Esta doctrina acerca de las ideas innatas ha
terminado convirtiéndose en una de las bases comunes del racionalismo. Tanto en
Descartes como en Platón la «idea» no significa un concepto de la mente sino la esencia
prototípica de las cosas: una esencia subsistente en sí misma.
Las ideas innatas solo pueden proceder de Dios. Por ello las ideas innatas
proporcionan conocimiento verdadero y cierto introducido en la naturaleza de la mente
por el mismo Dios, creador de la mente humana. Aunque pensador moderno, en este
punto el filósofo francés en gran medida se muestra como heredero de ideas medievales,
ya que en su perspectiva la razón última de la verdad y certeza del conocimiento
únicamente puede residir en Dios. Las pruebas que Descartes aduce en favor de la
existencia y la veracidad de Dios no son una ampliación metafísica de su sistema de
pensamiento, sino que derivan de los fundamentos metódicos de las mismas. Que las
ideas correspondan a la realidad está garantizado únicamente si las ideas proceden de
Dios y porque Dios, como el ser más perfecto, no puede engañarnos. Redundando en lo
mismo, la conclusión final es que la certeza absoluta del conocimiento exige la
existencia y la veracidad de Dios.
19
tanto, tiene que haber sido incorporada en la mente por algún ente superior, que alcance
la perfección de esa idea; es decir, por Dios mismo. Con esto se prueba su existencia.
Y nada tiene de extraño que Dios, al crearme, haya puesto en mí esa idea
para que sea como el sello del artífice, impreso en su obra; y tampoco es necesario
que ese sello sea algo distinto que la obra misma. Sino que, por sólo haberme
creado, es de creer que Dios me ha producido, en cierto modo, a su imagen y
semejanza, y que yo concibo esta semejanza (en la cual se halla contenida la idea de
Dios) mediante la misma facultad por la que me percibo a mí mismo; es decir, que
cuando reflexiono sobre mí mismo, no sólo conozco que soy una cosa imperfecta,
incompleta y dependiente de otro, que tiende y aspira sin cesar a algo mejor y mayor
de lo que soy, sino que también conozco, al mismo tiempo, que aquel de quien
dependo posee todas esas cosas grandes a las que aspiro, y cuyas ideas encuentro en
20
mí; y las posee no de manera indefinida y sólo en potencia, sino de un modo
efectivo, actual e infinito, y por eso es Dios»8.
Descartes se vio obligado a pasar por Dios para alcanzar el mundo real, aunque
con ello no pretendía reflexionar como un teólogo sino que lo único que pretendía era
probar la existencia de Dios, cosa que, según su criterio, consiguió mediante el
enunciado de la prueba ontológica. El argumento ontológico sirvió a este autor para
reconquistar a Dios y, como consecuencia, al mundo emanado de Él. Hasta tal punto es
cierto esto, que la filosofía cartesiana y todo el idealismo hasta Leibniz se funda en el
argumento ontológico.
8
DESCARTES (1641), Meditaciones: tercera meditación, p. 27. Recurso electrónico en la dirección web:
http://www.mercaba.org/Filosofia/Descartes/med_met_alfaguara.PDF [Consultado el 10-4-2016]
21
se explica con qué derecho se puede introducir en este punto el principio de causalidad,
tomado de la tradición.
Tras repasar estas cuestiones, cabe observar cómo Descartes tuvo que pasar por
Dios para llegar al mundo y descubrir cómo ocuparse intelectualmente de Dios para que
el edificio intelectual que había construido quedara apuntalado y culminado. Pero
volvemos a indicar que le bastó con probar la existencia de Dios; cosa que hizo
mediante el nuevo enunciado de la prueba ontológica.
9
Ibíd., p. 37.
22
funcionó como un sistema que combinaba ambos enfoques: racionalista e idealista,
produciéndose escasas excepciones.
23
24
4. Leibniz
4.1 Introducción
Poco tiempo después de los esfuerzos de Descartes, Leibniz realizó una obra que
en cierta medida puso fin al periodo de la filosofía de época barroca, iniciado
filosóficamente con Descartes. Hablamos de un tiempo, principalmente el siglo XVII,
de densidad metafísica pocas veces igualada, tanto en tiempos anteriores como
posteriores. Los sistemas racionalistas se sucedieron con rapidez por aquellos años:
Descartes, Malebranche, Spinoza, los autores de la Lógica de Port-Royal (Antoine
Arnauld y Pierre Nicole), o los jansenistas.
Leibniz se mantuvo atento a esta doble corriente del racionalismo en avance por
una parte y de la Escolástica por la otra. En sus trabajos afloran con gran frecuencia
nombres españoles, precisamente aquellos que han mostrado mayor valor intelectual en
la historia del pensamiento. El filósofo germano logró superar el cierto desprecio hacia
la escolástica que sintieron los pensadores de menor profundidad del Renacimiento,
recuperando de manera evidente las ideas aristotélicas junto con gran cantidad de
conceptos teológicos perfeccionados en Trento. Por otra parte, también volcó grandes
esfuerzos en las matemáticas y en las nuevas ciencias naturales, haciendo progresar
ambas de un modo extraordinario. Por sorprendente que parezca, Leibniz consiguió
dominar disciplinas filosóficas, teológicas y científicas de su tiempo, convirtiéndose en
uno de los autores más destacados de su época.
25
que solo una minoría lo está en alemán. Ello se debe a que la lengua germana todavía no
tenía suficiente cultivo filosófico y sólo lo adquirió en manos de Wolff, precisamente
discípulo del Leibniz. Entre su prolífica obra debemos separar los estudios filosóficos,
destacando su libro póstumo Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano y la
Teodicea. Esta última explora los aspectos relacionados con la justificación de Dios, es
decir, el de su bondad y omnipotencia en relación con el mal y la libertad humana.
26
esencia divina es posible, dice Leibniz, porque no presenta ninguna negación y no
puede tener contradicción alguna. La conclusión final es que Dios existe.
Leibniz podría haberse quedado en este punto, pero se atrevió a hacer algo más.
Intentó también añadir una prueba a posteriori y experimental. Si el ens a se fuera
imposible, también lo serían todos los entes ab alio, puesto que estos solo existen por
este alio que es justamente el ens a se. De ser así, en ese caso no habría nada. Si no
existe el ente necesario, no hay entes posibles. Ahora bien, estos existen, puesto que los
vemos; luego existe el ens a se. Las dos proposiciones enunciadas, juntas, componen la
demostración leibniziana de la existencia de Dios. Si el ente necesario es posible, existe;
si no existe el ente necesario, no hay ningún ente posible. Tales argumentaciones se
asientan sobre la existencia de los entes posibles y contingentes, aunque conocida a
posteriori. La formula básica del argumento sería esta: hay algo, luego hay Dios.
El repaso a la cosmovisión filosófica que Leibniz elaboró demuestra que parte del
supuesto de que Dios es el creador del mundo. Por ejemplo, la doctrina del principio
analítico así como muchas otras de Leibniz, tienen sentido únicamente si se
fundamentan en Dios. Resulta evidente que Leibniz se refiere al Dios personal,
omnisciente y todopoderoso de la fe cristiana. Como hijo de su tiempo, era casi
inevitable que su pensamiento se hallase profundamente enraizado en esa fe, aunque
también influido por el ambiente del siglo XVII, en el que se estaban sentando las bases
de la futura Revolución científica, quiso probar también filosóficamente la existencia de
Dios.
Este Dios que quiere probar y demostrar Leibniz como indudablemente real, es el
Dios de la revelación cristiana, lo cual se demuestra en el detalle de que el filósofo
germano lo remitía a la doctrina de la Trinidad. Desde su punto de vista particular la
existencia del mundo presupone la tríada del poder, la sabiduría y la bondad de Dios.
Obrando de esta manera Leibniz recuperó para su filosofía puntos fundamentales de la
escolástica: ens, verum, bonum. En la teología constituía ya una larga tradición
relacionar la tríada de potentia, sapientia, bonitas con las tres Personas de la Trinidad
divina.
27
fue abordar una vía en la que, tomando de base la idea de que las cosas finitas exigen
una razón suficiente de su existencia, ello debería conducir a presuponer a Dios como
razón absoluta del ser.
28
5. Kant
5.2 Introducción
A pesar de la cierta decepción que supone admitir que la metafísica no puede ser
una ciencia, trató de buscar otro camino que condujera a resultados exitosos en este
campo, un camino que no consistiera en un saber teórico sino en un saber práctico. En
29
este camino ofreció el enfoque que llevará al gran pensamiento metafísico del idealismo
alemán, cuyo tema central será Dios como el Absoluto.
Kant distinguió dos elementos en el conocer: lo dado y lo puesto. Por una parte hay
un algo que se nos da (un caos de sensaciones) y por la otra algo que nosotros ponemos
(el espacio, la temporalidad y las categorías), y de la unión de estos dos elementos surge
la cosa conocida o fenómeno. El pensamiento lo que hace es ordenar el caos de
sensaciones y con ello al final es quien hace las cosas. Por eso decía Kant que no era el
pensamiento el que se adapta a las cosas, sino al revés, y que su filosofía significaba "un
30
giro copernicano". Ahora bien, hagamos aquí la matización de que no es el pensamiento
solo el que constituye las cosas, sino que las hace con el material dado. La "cosa", pues,
distinta de la "cosa en sí" incognoscible, surge en el acto del conocimiento
trascendental.
La metafísica tradicional, según las formas medievales y sobre todo, los moldes en
que la había generalizado Wolff en el siglo XVIII, se componía de dos partes:
metaphysica generalis u ontología, y una metaphysica specialis, que estudiaba las tres
grandes regiones del ser: el hombre, el mundo y Dios. Por tanto, tenemos tres
disciplinas que estudian cada una de estas regiones: Psicología, Cosmología y Teología
racional o Teodicea. Kant encuentra estas disciplinas con sus repertorios de cuestiones
(inmortalidad del alma, libertad, finitud o infinitud del mundo, existencia de Dios, etc)
y aborda en la dialéctica trascendental el problema de si es posible esa metafísica, que
no parece haber encontrado el seguro camino de la ciencia.
Cuando Kant decide abordar directamente la metafísica considera que ésta es igual
a conocimiento puro, a priori. Pero el filósofo reconoce que el conocimiento real solo
es posible cuando a los principios formales se les añade la sensación o la experiencia.
Esto implica que, a fin de alcanzar un resultado positivo, aunque los principios que
hemos logrado son formales y apriorísticos, para tener un conocimiento de la realidad
resulta imprescindible completarlos con elementos a posteriori, con una experiencia.
Ahora bien, dado que la metafísica especulativa tradicional es el intento de tener un
conocimiento real, apriorísticamente, de objetos (el alma, el mundo y Dios) que están
más allá de toda experiencia posible, Kant concluye que tal ciencia no es ciencia sino un
intento fallido. Un esfuerzo humano en el fondo baldío ya que pretende conocer aquello
sobre lo que se carece por completo de información directa por las vías naturales.
31
5.5 El argumento ontológico
Pues bien, Kant afirmó que el ser no era un predicado real. La cosa existente no
contiene nada más que la cosa pensada: si no fuera así, ese concepto no sería de ella.
Cien escudos reales, dice Kant en su famoso ejemplo, no tienen nada que no contengan
cien escudos posibles. Sin embargo, añade que no es igual tener cien escudos posibles o
cien escudos reales. Los escudos reales están en conexión con la sensación; están aquí,
con las demás cosas, en la totalidad de la experiencia. Es decir, la existencia no es una
propiedad de las cosas, sino la relación de ellas con las demás. El ser no es un predicado
real, sino trascendental. La metafísica del siglo XVII lo tomaba como real, y por eso
admitía la prueba ontológica.
Sin embargo la metafísica existe siempre como tendencia natural del hombre hacia
lo absoluto, y los objetos de la metafísica son los que Kant llamaba ideas. Estas ideas,
como no son susceptibles de intuición, solo pueden tener un uso regulativo. El hombre
10
«Tuve que suprimir el saber para dejar jugar a la creencia», llegó a decir Kant en cierta ocasión, en
referencia a su actitud hacia la metafísica.
32
debe actuar como si el alma fuese inmortal, como si fuese libre, como si Dios existiese,
aunque la razón teórica no puede demostrarlo. Tales planteamientos reaparecen en el
estrato más profundo del Kantismo como postulados de la razón práctica.
Así pues, las ideas de la razón pura son recogidas de nuevo en los postulados de la
razón práctica. La metafísica, imposible desde el punto de vista puramente teórico, no
es del todo inútil ya que se realiza en la vida y acción concretas, práctico-morales del
hombre. Desde el punto de vista de Kant, profundamente imbuido por ideales cristianos,
la vida racional humana, con un sentir moral práctico, solo es posible por la creencia en
la libertad, en la inmortalidad y por la creencia en Dios. Si no existiera una ley divina,
un sentido para el universo y una autoridad suprema y creadora de la que parta la moral,
la vida perdería su sentido y cualquier acción sería lícita. No habiendo esperanza de
vida eterna ni castigos o premios, se desvanecen los incentivos para llevar una vida
virtuosa.
33
El pensamiento de Kant tuvo amplias consecuencias. Las tesis de que la metafísica
sería imposible y de que las pruebas de la existencia de Dios habían quedado
definitivamente refutadas, fueron posteriormente aceptadas sin ningún sentido crítico
como dogmas rígidos. Pero este tipo de reacción no fue una manera adecuada de
entender a Kant. Él nunca se propuso aniquilar la metafísica ni tampoco destruir la fe en
Dios: lo único que pretendía mostrar es que la metafísica no puede ser una ciencia en el
sentido en que lo eran las ciencias exactas de su tiempo (matemáticas, física,
biología...), y que el conocimiento de Dios es algo muy distinto que un simple ejemplo
de cálculo racional. Este conocimiento de Dios presupone concretamente la experiencia
humana y la conciencia moral.
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6. Conclusiones finales
Tras nuestro viaje por los diversos autores que hemos elegido, nos surge la
pregunta final: ¿qué podemos deducir de todo lo visto? ¿A qué escenario filosófico nos
conduce el debate acerca de las vías de aproximación al concepto de Dios?
Por la misma época sería Leibniz quien dio una nueva vuelta de tuerca al
argumento ontológico, realizando su propia versión de esta idea básica. Para este
filósofo lo esencial no estaba en la grandeza del concepto o en su existencia como idea
innata, sino en la posibilidad: si cabe demostrar la posibilidad de Dios, entonces
automáticamente Dios queda demostrado como algo real.
Finalmente, Kant puede considerarse como uno de los autores que más
profundamente abordó el tema. Tan agudamente que terminó descartando el argumento
ontológico como verdadero. Esta actitud procede de su negativa a considerar a la
metafísica como un saber al nivel de otras ciencias, debido a que, según su criterio, no
se puede construir una ciencia fiable a partir de algo de lo que se carece de experiencia
y de pruebas. Por eso, el pensamiento o la posibilidad no equivalen a existencia ni son
apoyos sólidos para demostrar o no la veracidad de algo. En definitiva, Kant de alguna
manera cierra el ciclo de siglos de debate en torno al particular.
35
Por supuesto, esta sentencia final contra el argumento ontológico no termina con
infinidad de cuestiones que giran alrededor de la cuestión de la existencia de Dios.
Fuera cual fuera el grado de acierto de los filósofos del último milenio, persiste el hecho
de que ni la filosofía ni la religión han dicho aún la última palabra acerca de la cuestión.
Y en nuestro tiempo presente parece que son nuevas disciplinas como la neuroteología,
el evolucionismo y el pensamiento escéptico los que se están destacando como fuentes
de ideas y propuestas para proseguir el debate, aunque también hay interés por parte de
los teístas.
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7. Bibliografía
37
HOPKINS, JASPER, 1976. «Hermeneutical and Textual Problems in the Complete
Treatises of ST. Anselm» The Edwin Mellen Press
MORENO ROMO, JUAN C., 2007. Descartes vivo. Rubí (Barcelona): Anthropos
Editorial.
http://perso.ya.com/aparterei/filosofia/kant.pdf
POSADA KUBISSA, LUISA, 2008. Razón y conocimiento en Kant: sobre los sentidos
de lo inteligible y lo sensible. Madrid: Biblioteca Nueva
ROLDÁN, DAVID A., 2004. «La idea de Dios en los sistemas filosóficos de
Descartes y Leibniz». Teología y cultura, año 1, vol. 2 (diciembre 2004).
38
SEIFERT, JOSEF, 1985. «Kant y Brentano contra Anselmo y Descartes». Thémata:
revista de filosofía, nº 2, pp. 129-148.
39